Las emociones son racionales

Anuncio
Las emociones son racionales y nos ayudan a tomar decisiones
La reciente confluencia entre disciplinas como la psicología, la neurociencia, la
inteligencia artificial, la filosofía, la antropología y la lingüística ha posibilitando la
cristalización de un proyecto amplio de estudio sobre el cerebro y la mente humanas
bajo la etiqueta de “ciencia cognitiva”. Dicho proyecto abarca una amalgama cuasi
inconmensurable de temas de entre los cuales nos interesa especialmente uno, a saber, el
análisis de la naturaleza de las emociones.
Hasta bien entrado el siglo XIX, momento en el cual la psicología se
independiza como ciencia, dotándose de un método científico relativamente definido,
así como de un objeto de estudio acotado y apropiándose de unas herramientas
conceptuales genuinamente propias, el estudio del fenómeno de lo mental se hallaba
supeditado a especulaciones filosóficas que se integraban en sistemas con carácter
general y pretensión de validez universal.
Sin pretender alcanzar una caracterización rigurosa de la tradición filosófica en
lo que al estudio de las emociones se refiere, podemos esbozar unas notas generales que
han trazado una línea de pensamiento más o menos clara. Así, desde la división
tripartita del alma planteada por Platón hasta las teorías fisiológicas del sentir de
William James y el conductismo, pasando por la separación sustancial entre cuerpo y
mente de Descartes, el pensamiento filosófico de las emociones ha venido claramente
definido por una concepción dualista en virtud de la cual la razón y la emoción son
cosas bien diferenciadas. Para ser justos, habría que mencionar excepciones como el
emotivismo planteado por Hume o el psicoanálisis, pero ambos planteamientos son
La Separata. Junio de 2016. ISSN: 2444-7668
insuficientes para dar cuenta de las emociones como elementos cardinales de la toma
racional de decisiones.
En verdad, la idea de que la razón, esto es, la toma de decisiones, el cálculo
lógico o la inteligencia es “algo” distinto de la emoción, o sea, del puro instinto, de la
respuesta fisiológica incontrolable está tan extendida que incluso se esparce
masivamente por el lenguaje. Piénsese en expresiones que habitualmente usamos como
pueden ser: “Hay que hacer las cosas con la cabeza fría”, “es una persona muy
temperamental y, por eso, no sabe controlarse” o “las mujeres son emocionales y los
hombres, racionales”. Ya Aristóteles pensaba que el hombre disponía de una válvula en
el cerebro para liberar el calor, cosa que no ocurría con las mujeres; el mismísimo Kant
argüía que “las mujeres razonando no suelen llegar muy lejos”; y qué decir del
feminicidio durante el franquismo, que era considerado un “crimen pasional”.
Lo que todo ello pone de manifiesto es la concepción asumida de que las
emociones son irracionales y de que el control de las mismas supone un ejemplo
incólume de racionalidad. Pues bien, nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que las
emociones no solo no son irracionales, sino que, en muchos casos, son fundamentales y
constituyen la condición de posibilidad para la toma de decisiones. Dicho de otro modo:
sin emociones no podríamos actuar, intervenir activamente en el mundo mediante
decisiones de diverso tipo e índole.
En su libro El error de Descartes, el neurólogo portugués Antonio Damasio
defiende la “hipótesis del marcador somático”. No vamos a detenernos en los detalles
por cuestiones de brevedad, pero baste con decir que, según esta hipótesis, las
emociones juegan un rol fundamental en la toma de decisiones mediante una restricción
La Separata. Junio de 2016. ISSN: 2444-7668
de los cursos de acción posibles que se nos presentan en una situación determinada.
Considérese el siguiente ejemplo: Si vamos caminando por la selva y nos topamos con
un león feroz, la emoción del miedo producirá en nosotros cierta “aversión” que, de
suyo, nos proporcionará información relevante sobre el siguiente paso a dar si queremos
sobrevivir. Así, lo normal es que huyamos del león, en lugar de abalanzarnos sobre él o
atacarle. De este modo, las emociones son útiles para optimizar nuestras decisiones de
cara a la supervivencia y el éxito evolutivo. Y cuanto más acervo emocional
acumulemos, más capacidad de responder a situaciones futuras tendremos; el
sentimiento, en este marco, sería ese mecanismo generalizable, de segundo orden, que
aplicamos de forma flexible a las respuestas emocionales.
Estudios recientes demuestran que existe una conexión neuroanatómica y
funcional entre la región subcortical y la región neocortical del cerebro; en otras
palabras, entre la parte encargada de procesar la información analíticamente y la parte
encargada de gestionar las emociones. Estos procesos recursivos y de retroalimentación
evidencian que las emociones y la racionalidad están imbricadas y se influyen
mutuamente; autores como Daniel Goleman ya ponían de manifiesto que los test de
inteligencia obviaban otras dimensiones como la inteligencia emocional, demostrando
que niños con, por ejemplo, síndrome de Down obtenían mejores puntuaciones que el
resto de personas a la hora de interpretar, captar o entender el estado emocional de los
otros. Más recientemente, psicólogos como Gazzaniga o Gardner han defendido que
existe un sustrato físico de las emociones y, asimismo, que las inteligencias son
múltiples, rebasando con ello la concepción “racionalista” de la tradición occidental del
pensamiento.
La Separata. Junio de 2016. ISSN: 2444-7668
En cualquier caso, lo que parece probado más allá de toda duda es que las
emociones apoyan nuestras decisiones ofreciéndonos coordenadas válidas para evaluar
la situación y finalmente tomar un curso de acción concreto. En este sentido, ha surgido
una teoría que se denominan cognitivo-evaluadora según la cual las emociones son
creencias o, al menos, comparten cierta propiedad conceptual con las creencias,
entendiendo por estas últimas estados mentales que constituyen la base del
pensamiento.
Cabalmente, las emociones son juicios éticos sobre los cuales levantamos
nuestra acción como humanos. Si esto es así, la educación de las emociones es
fundamental para crear seres humanos sanos. Sin emociones no habría, en esta línea,
“humanos” en el sentido estricto del término, dado que sin emociones no podemos
decidir y lo que caracteriza al ser humano es precisamente la toma de decisiones. Ello
nos obliga a replantear nuestra concepción de la mente y bosquejar una visión amplia de
la racionalidad que incluya las emociones como pilares ineludibles de nuestra
naturaleza.
Para seguir leyendo:
Peres Díaz, D., (2015) “¿Emociones racionales?”, en Eikasia. Revista de Filosofía,
nº63, pp. 217-224. Disponible en la Web: http://revistadefilosofia.com/numero63.htm
Daniel Peres es Licenciado en Filosofía, Graduado en Derecho (finalizando estudios) y
Máster en Cooperación al desarrollo, gestión pública y de las ONGDs por la
Universidad de Granada con calificación Matrícula de Honor. Ha sido Becario de
Colaboración e Iniciación a la Investigación en el Departamento de Ciencia Política y
de la Administración de la Universidad de Granada. Profesor visitante en la Universidad
Alas Peruanas y Universidad Nacional de Huancavelica (Perú). Colaborador en el
La Separata. Junio de 2016. ISSN: 2444-7668
proyecto de Investigación “La naturaleza humana y las pasiones: Razón, creencias y
emociones en el conflicto de valores” (2012-2013), Ministerio de Ciencia e Innovación
– Plan Nacional I+D+i (FFI2010-16650). Traductor en el Grupo de Investigación
“Antropología y Filosofía” (SEJ126). Correo electrónico: [email protected]
La Separata. Junio de 2016. ISSN: 2444-7668
Descargar