Fiestas en Sevilla - Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla

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FIESTAS EN SEVILLA
Julia Alessi de Nicolini
Universidad Nacional de Tucumán. Argentina.
A Conchi. In memoriam
1.Introducción... con preguntas
Acaso convenga comenzar por la pregunta cuya respuesta es más personal y
subjetiva, sin duda teñida de afectos y nostalgias: ¿Por qué Sevilla?... Pues porque en
diciembre de 1967, estrenábamos Sevilla y cada diálogo con sevillanos desembocaba
en la promesa de la gran aventura del próximo abril y en la afirmación tajante; “ya
veréis”. Y vimos; y volvimos a ver, varias veces; y la magia y el agradecimiento. Por
eso, Sevilla.
Pero las preguntas siguen: ¿ A cuáles de las fiestas sevillanas apuntar? La
búsqueda la guiará un par de nuevas preguntas; ¿ cuáles serán en Sevilla las fiestas
más fiestas?; ¿serán esas fiestas sevillanas fiestas barrocas ?
Queda así esbozada la estructura de esta propuesta: por un lado, una
clarificación teórica de la idea de fiesta; por otro lado una evaluación del modo como
estas fiestas en Sevilla se acercan al paradigma propuesto y --a la vez—responden al
modo barroco de asumir los enigmas del mundo y de la vida.
2. La fiesta
2.a. La fiesta consumada
Consumado --dice el Diccionario de la Lengua Española-- es lo “perfecto en su
línea”. ¿Cuándo será la fiesta una fiesta consumada ?
Las pesquisas para descubrir la respuesta no son nuevas; ya en 1939, R.
Caillois andaba en eso; luego, otros autores han ido profundizando, enriqueciendo y
sistematizando la cuestión. Y gracias a alguno de ellos (por orden cronológico: el
alemán Pieper, el estadounidense Cox, el español Mateos), se hace posible esbozar
una lista de las condiciones básicas que pueden caracterizar la fiesta consumada a
partir de los siguientes puntos-clave:
•
La capacidad festiva es propia y exclusivamente humana; sólo el
hombre es capaz de vivirla. Más aún: sería posible afirmar que quien no sepa o no
quiera, no pueda o no añore vivir tal experiencia estaría dejando pasar una magnífica
oportunidad humanizante. Y posiblemente, la explicitación de los restantes rasgos de
lo festivo aclarará mejor los alcances de estas afirmaciones.
•
Vivir la fiesta implica un modo de estar en el mundo radicalmente
distinto del modo del trabajo, pues ella es actividad no-instrumental, profundamente
libre: es la libertad a la que se refiere Serrat en su poema sobre la fiesta cuando dice:
“allá os espero, si queréis venir”. Necesario será, sin embargo, aclarar también que el
trabajo frente al cual (y gracias al cual) puede desplegarse la fiesta verdadera, ha de
ser él mismo trabajo capaz de conjuntar “el esfuerzo y el gozo, el sudor y la
satisfacción”, sin lo cual no sería trabajo verdadero. “Por eso, obstáculo insuperable
1184
para la fiesta es el trabajo alienante y destructor, pseudotrabajo que desemboca a lo
más en la pseudofiesta"1
•
Como consecuencia de lo anterior, la fiesta adquiere la característica de
lo no-cotidiano; es ella, así, la presencia de lo in-sólito, lo des-comunal... y por eso
también de lo efímero. Frente a lo que todos los días se suele vivir y se reitera jornada
a jornada, frente a lo que se hace comúnmente y parece no tener fin, la fiesta es la
pausa que tiene en cambio la ansiedad del comienzo y la comprobación nostálgica del
fin. Y es una incongruencia soñar con la fiesta permanente.
•
Esa pausa no cotidiana ofrece, asimismo, una oportunidad
especialísima para una aventura infrecuente: la del encuentro con el fundamento
oculto, como todo fundamento, de la realidad. Porque los cimientos de toda
construcción, esos que nadie ve y en los que nadie suele pensar, esos que están
sosteniéndolo todo, no sólo merecen una mirada agradecida sino que también
pueden decirnos muchas verdades acerca de la casa en la que habitamos. Hay que
insistir: es una aventura, o sea riesgo, coraje, asombro, pasión, miedo, gozo; ¿ el
continente a explorar ?, pues el “mundo en su conjunto, tanto...la realidad de las
cosas como...la existencia humana”, dice Pieper2 Y como afirma Mateos, parece
necesario aceptar --y “no es una convicción intelectual, filosófica, demostrable, sino
vital” 3-- que ese fundamento oculto se revela con una “bondad esencial”. Pieper lo
expresa así: “Todo lo que existe es bueno y es bueno que exista”, recordándonos,
además, que ya Nietzsche lo había enunciado magníficamente: “para tener alegría por
algo, se debe aprobar todo”; “en caso de aprobar un único momento, hemos dicho ‘sí’
no sólo a nosotros mismos sino a toda la existencia”; “decir sin límites; sí y amén” 4.
¿Y el mal?...¿Suprimido, negado, olvidado?...de ninguna manera; sólo que hay que
reconocer agradecidamente que la fiesta es capaz de nutrirse de aquella bondad
esencial para fundamentar a la vez la denuncia intransigente del mal inevitable y la
fuerza transformadora de una esperanza activa.
•
La relación entre esperanza y regocijo (categoría fundamental de lo
festivo, como se verá enseguida) ya la había planteado, hace tantísimos años, San
Pablo en una de sus cartas: ”vivan alegres por la esperanza” (Romanos, 12,12). La
fiesta puede lograr que se dilaten las perspectivas temporales de la celebración para
abrirse hacia el futuro, con el proyecto de un mundo más humano; y por cierto que la
fantasía debe ser tenida muy en cuenta. Como dice Cox: "el hombre es esencialmente
festivo y fantaseador...la fantasía abre puertas que el simple cálculo empírico no
conoce y amplía las posibilidades de innovación...Juntas, fiesta y fantasía le permiten
al hombre tener una experiencia de su presente más rica, más gozosa, más creativa”
5 Pero es también el pasado el que es re-vivido en la experiencia ampliada que la
fiesta hace posible; y no sólo porque toda fiesta es ”una ‘tradición’...en el sentido más
estricto de este concepto: recibido de un origen que excede al hombre para
transmitirlo sin merma, a fin de ser recibido y nuevamente transmitido” 6; hay una
forma de apropiarse del pasado, que lo ve “no como una prisión de la que hay que
escapar o una antigüedad que hay que mantener sino como una dimensión de la
realidad que amplía e ilumina el presente” 7
1
2
3
4
5
6
7
MATEOS, Juan., Cristianos en fiesta, Madrid, Cristiandad, 1972, p. 241
PIEPER, Joseph, Una teoría de la fiesta, trad. J.J. Gil Cremades, Madrid, Rialp, 1974, p. 36
MATEOS, Juan, op. cit., pp. 239 y 286
PIEPER, Joseph, op.cit, pp 35-37
COX, Harvey, The Feast of Fools, New York, Harper & Row, 1972, pp. 12-13
PIEPER, Joseph, op.cit., p.45
COX, Harvey, op.cit., p. 37
1185
•
Presente iluminado, pasado purificado y asumido, futuro soñado,
aprobación del mundo y de la vida...y entonces alegría. Ya se ha dicho: no hay fiesta
sin alegría, sin experiencia de felicidad, sin la conciencia del regalo generoso de
riqueza existencial que el hombre aprende a descubrir en los vericuetos de la
realidad. Y conviene dejar aclarado que nada de esto tiene que ver con la frivolidad
superficial o con la diversión, características de la no-fiesta como ya se verá. La
verdadera alegría es la que, como la verdadera felicidad, sabe ser “la vitalidad...capaz
de arrostrar lo difícil, el vigor que puede cargar con responsabilidades y durezas” 8.
Es precisamente la alegría que desborda la que explica otro rasgo característico de la
fiesta: la exuberancia, esa que “viola impávida y gozosa los tabús de las
convenciones” y “crea la indulgencia mutua, que a su vez atiza el derroche de
expresión” 9. Imposible decirlo mejor.
•
Hondamente vinculada con la alegría aparece otra nota especial de la
fiesta: la comunión afectiva. Por supuesto, la alegría verdadera no puede ser jamás
introvertida, egoísticamente individual; así pasa que, de algún modo, sólo al ver
“cómo comparten su pan, su tortilla y su gabán gentes de cien mil raleas” (otra vez,
Serrat dixit) podremos saber si es cierto que estamos en una fiesta. Además, las
celebraciones convocan también a la convergencia de gestos, palabras, canciones y
actitudes que --conocidas de antemano-- puedan ser comprendidas, manejadas y
aceptadas por la comunidad que festeja; y acaso se encuentre ahí el origen del ritual,
expresión válida del regocijo compartido. Conviene insistir en algo: los bienes que se
comparten --pan y música, tortilla y regocijo, gabán y fraternidad, vida, en fin--no se
comparten sólo con los ya conocidos, con amigos o parientes o iguales... No; si ya lo
cantó también Serrat: “el prohombre y el gusano bailan y se dan la mano sin
importarles la facha...”
•
Y para cerrar este intento de enumeración, se volverá citar a Serrat, más
precisamente a la expresión con la que él abre su poema: “¡Gloria a Dios en las
alturas!” ¿Es acaso una fiesta religiosa la que se está describiendo? Allí se habla de la
noche de San Juan; y el hecho de que un cura ande por ahí puede ser sólo un
síntoma de que debe ser ése un buen cura; pero tal referencia a lo trascendente no es
sino otra de las muestras de la extraordinaria lucidez con la que el autor catalán ha
intuido los rasgos esenciales de la fiesta. Pieper no dejaba de señalar que hay fiestas
mundanas pero no profanas; y la diferencia estriba en que toda fiesta --religiosa o
mundana-- es, como ya se dijo, posibilidad de acceso al todo, a la existencia, al
fundamento oculto. Es eso que está más-allá, marco invisible de la historia; y porque
está más allá y porque es invisible y porque se oculta, nada tiene que ver con lo
profano que desde su raíz griega quiere decir “lo que se muestra”. Pero es posible
agregar algo más: si se echa una mirada (y otra vez la excursión etimológica) a las
etimologías posibles de la palabra religión pueden aparecer sugerencias interesantes.
Esas posibles etimologías son tres: re-ligare, re-legere, re-eligere; y las pistas que
ellas ofrecen acaso ensayen una buena síntesis de lo desarrollado hasta aquí. En
efecto: el religar, el crear lazos, es condición de todo festejo; religación que no sólo
supone la fraternidad sin menoscabos con los otros hombres sino también un
encuentro aceptador con la realidad entera, la visible y hasta pre-visible y la otra, la
misteriosa y hasta inexpresable, según resulte de esquivo el misterio de aquel
fundamento oculto. Y el releer explicita esa posibilidad de ver de otra manera lo ya
8
9
MATEOS, Juan, op. cit., p. 240
MATEOS, Juan, op. cit., p. 243
1186
visto tantas veces, gracias a unos ojos nuevos, diferentes a causa de la alegría nocotidiana de la fiesta, a la esperanza que en la fiesta brota, a la sabiduría nacida de
la religación. Y por fin, frente a las inusuales perspectivas que nos descubre la
relectura, ¿cómo no tomar conciencia de la urgente necesidad de volver a plantear
proyectos, de revisar opciones, de cambiar los motivos y las finalidades quer orientan
nuestros planes?. ¿ Cómo no reelegir, poniendo en juego la libertad verdadera sin la
cual cualquier festejo pierde sentido?; pues no hay incongruencia mayor que festejar
por obligación. Por todo lo cual, la afirmación de Pieper acerca de lo contradictorio de
la frase “fiesta profana” queda bastante en evidencia 10
2.b. La fiesta y las artes
Cuando en la fiesta se dan las condiciones de la consumación, se funda el
lugar para el surgimiento de las artes. Desde los comienzos, las celebraciones de la
vida cuajan en un espacio que se va constituyendo en arquitectura y ámbito urbano
y que se irá decorando para ser el lugar propicio para el canto y la danza de la fiesta:
palabra, ritmo, música y el espacio que se transfigura (la basura recogida, las
banderas de papel de colores y las bombillas de la calle de Serrat). Artes para la fiesta
y siempre el “sí y amén” a todo lo que es, al fundamento oculto revelándose como
bueno.
La celebración festiva resulta así la matriz engendradora de la creatividad
humana que, a través de sonidos, palabreas, colores y formas, puede dar a luz eso
que llamamos arte. ¿Eso?...tal vez sí; un eso que quiere dar cuenta de cómo el arte
anda escapándose de las definiciones, reacio a los encasillamientos y discutido en
cuanto a su significado. Acaso, de algún modo, sea ésta también una relación de las
artes con la fiesta; como dice Mateos, “el arte es atributo necesario de la fiesta”, es su
modo de expresión 11 Y aquí conviene tener presente que “ex-presar” significa
originalmente “hacer salir afuera”; o sea: descubrir lo cubierto, desocultar lo oculto,
develar.
Así, aquel fundamento escondido puede ser alcanzado y acercado a nosotros
por la develación que las artes explicitan, cumpliendo su estupenda tarea de
traslado, de traducción, de metaforización. En su bellísimo librito sobre la metáfora,
H. A. Murena analizaba precisamente el parentesco significativo entre esos tres
términos mencionados y nos recordaba la relación entre arte y fundamento oculto: “el
arte, al mostrarnos el Otro Mundo mediante la inspirada manipulación de elementos
de este mundo, nos muestra la posibilidad de vivir nuestra vida...según la esencia de
la poesía, como una metáfora: como espíritu que conoce la naturaleza simbólica del
mundo y se libera así de la servidumbre a lo meramente fáctico”; pues el mundo
mismo “es una metáfora creada por Dios” 12. Y entonces viene a la memoria la
traducción del comienzo del Credo que ofrece Mateos --a partir del término griego que
significa “crear”-- llamando a Dios “poeta del cielo y de la tierra” 13.
Conviene reflexionar también acerca de la condición sensorial de todas las
artes, mentada por el término estética; esa inevitable captación por los sentidos es
consecuencia de la también inevitable dimensión material de toda creación artística,
dimensión que, emparentando a la obra con las cosas y los útiles, permite sin
10
11
12
13
PIEPER, Joseph, op.cit., p.44
MATEOS, Juan, op. cit., p. 248
MURENA, H. A., La metáfora y lo sagrado, Barcelona, Laia S. A,, 1984, pp.27-28
MATEOS, Juan, op. cit., p. 246.
1187
embargo caracterizarla en su peculiaridad: pues la materia, que es indiferente en la
cosa, es elegida cuidadosamente para que el instrumento sea realmente útil, aunque
la utilidad concluya devorando la materia; la obra de arte, en cambio, exalta el
material, lo pone en evidencia remarcando texturas y matices, timbres y armonías,
volúmenes y espacios, ritmos, sonidos, equilibrios, perspectivas... Y lo grandiosos es
que sólo a a partir de esta plataforma de material sensible puede el hombre
metaforizar el misterio escondido en el fondo de la realidad.
2.c. La fiesta consumida
Surge aquí la posibilidad de otra pregunta: ¿ qué pasa con la fiesta en la
sociedad de consumo?. Vale la pena recordar que uno de los rasgos trágicos del
consumismo es su capacidad de transformar al consumidor en consumido:
maniatado por la propaganda, el hombre va perdiendo lo mejor de sí mismo; y en ese
proceso, puede quedar consumida la fiesta.
Por otra parte, esta sociedad es también la de un individualismo egoísta y
prejuicioso, donde los distintos quedan sometidos a las más increíbles
discriminaciones y donde el interés económico parece ser escandalosamente
predominante; una sociedad en la que, por paradójico que parezca, el proceso de
masificación corre paralelo al del individualismo (aunque tal vez la paradoja no sea
tal, pues no sería imposible imaginar una masa de egoístas que --encerrados en sí
mismos-- encuentren cómodo o interesante sumergirse en un anonimato
irresponsable y protector). Después de todo esto, imposible sorprenderse de la actual
“falta de cortesía y sobra de impaciencia. El malhumor se hace plaga, hay déficit de
sonrisa” 14
Si se recuerda que son rasgos de la fiesta consumada la apertura integradora y
la capacidad de compartir, la alegría, la libertad responsable y la exuberancia
derrochadora, fácil es suponer que la aventura de la fiesta está hoy traicionada.
Aparece, sí, el fenómeno de la no-fiesta, emparentada con la diversión; realidad ésta
de la diversión nada aconsejable, si se recuerda el sentido original del verbo divertir
que, en su primera acepción significa “apartar, desviar, alejar”; con lo que la
diversión estaría alejando a la fiesta y al hombre de su verdad más profunda.
Hay además otras confusiones posibles, ya que ni la eficiencia organizativa ni
el brillo de las formas externas son condiciones suficientes para consumar la fiesta;
no alcanzan tampoco ni la intención conmemorativa ni la grandiosidad del
espectáculo. Ciertamente, esas características pueden hacerse presentes en una
verdadera fiesta, pero no la constituyen; y las que no deberían aparecer jamás son la
frivolidad superficial y la manipulación política, ya que con ellas se traicionan dos de
las más dignas de las raíces de la fiesta: la relación con el fundamento oculto y la
libertad que hace posible la protesta y la esperanza.
3.- Consumación festiva en las fiestas sevillanas
3.a. Las fiestas
Hoy, a pesar de todo, siguen existiendo fiestas consumadas; o, al menos,
suficientemente consumadas. Y es posible (salvado el riesgo subjetivo por el que ya se
14
MATEOS, Juan, op. cit., p. 249..
1188
pidieron excusas en la Introducción) que Sevilla ofrezca buenos ejemplos en sus
Fiestas de Toros, en su Semana Santa y en su Feria.
El orden elegido tiene que ver con la cronología de su aparición en el horizonte
sevillano. Pues según dicen los que saben, el duelo entre el hombre y el toro se
remonta a tradiciones mediterráneas más que antiguas, que corren desde la Creta de
Teseo hasta la España pre-romana, en la que ciertas esculturas de toros parecerían
indicar la presencia significativa de este animal acaso sagrado. La Semana Santa -por su parte--, con su despliegue de pasos y palios, hachones y cirios, claveles rojos y
blancos, penitentes y bandas de música, parece hundir sus raíces por lo menos hasta
el siglo XVI (si bien hay algunos casos de Hermandades que se remontan hasta el
siglo XV). Continuando la tradición del ars docendi, las procesiones exponen los
detalles de los relatos evangélicos sobre la pasión y muerte de Cristo; y en la segunda
mitad del siglo XX, se recupera el testimonio de antiguas cofradías --que habían
tenido vigencia hasta 1910-- y reaparece entonces del paso del Señor Resucitado que
sale en la mañana del Domingo de Pascua.
En cuanto a la Feria, conviene recordar que desde el siglo XIII, y como
consecuencia de la actividad económica creciente que caracterizó la transición entre
la cultura medieval y la moderna, comenzaron a multiplicarse en Andalucía
mercados y ferias, que se diferenciaban de los primeros “por su duración,
reglamentación y privilegios” 15. Superada su condición de encuentros primariamente
comerciales --a causa de las novedades en los transportes, las rutinas mercantiles y
los esquemas financieros-- las ferias sobrevivieron gracias a aquel costado suyo que
pasó a ser rasgo esencial de su supervivencia: la amistad nómade, la ocasión para los
reencuentros, la alegría de la vida; y mucho más, si la Feria es en Primavera.
Entonces, en la caseta efímera, la música y la danza, la canción y el vino, los
encuentros y la alegría de siempre...Así como ahora la conocemos, esta Feria de
Sevilla se celebró por primera vez en 1847 16
3.b. La aproximación al paradigma
No parecería haber dudas acerca del rasgo de no-cotidianeidad que comparten
los Toros, la Semana Santa y la Feria. Acotadas en el tiempo, notoriamente distintas
de la actividad productiva son insólitas y hasta descomunales. Son fiestas; y pese a
(o gracias a) su fugacidad, son momentos propicios para apresar el valor formidable
de la vida y para intuir, de alguna manera, aquella bondad esencial que anima al
fundamento cotidianamente oculto que ellas pueden develar. Allí se comparten vida y
alegrías, bienes y valores, gestos y convicciones; se comparte también la
copertenencia a un pasado que se hace presente en la tradición viva y el atisbo
esperanzado de un futuro mejor soñado en la protesta implícita de este modo de
convivencia; convivencia que, en todos los casos, salva distancias y salta por encima
de los prejuicios.
Conviene ahora que se señalen algunas de las peculiaridades con las que, en
cada uno de los tres ejemplos, se perfila un diferente modo de festejar; el subrayado
señalará el rasgo que se compara.
La celebración de la vida que se descubre en los toros es claramente la de la
vida en riesgo, la vida individual y propia que se pone en juego a cada instante,
conciente del límite en la muerte que acecha, responsable de cada decisión que se
15
16
TIJERAS, Eduardo, Bajo Guadalquivir, Madrid, Ediciones del Centro, 1976, p. 174.
BONET CORREA, Antonio, Fiesta, poder y arquitectura, Madrid, Akal, 1990, p. 29.
1189
asume; la vida como tarea inexcusable es uno de los valores importantes de esta
forma de la fiesta.
La Semana Santa, a su vez, celebra la vida en el contexto de la fe cristiana; allí
también se produce el enfrentamiento de la vida con la muerte y la muerte es --por
cierto-- agonía, lágrimas, desgarro, despedida, silencio. Pero el triunfo final es el de la
Vida, Vida de Resurrección que es, para el creyente, gozosa y definitiva plenitud; y
que, además, no es sólo para el Triunfador en el duelo sino que Él quiere que sea
para todos los hombres. Y entonces la Esperanza...
En la Feria, fiesta mundana como los Toros, es más bien la vida en su
condición lúdica la que se exalta; allí la alegría es el resultado del triunfo de cada uno
sobre sus pequeñas (¡o grandes!) miserias personales, sobre su tristeza, su
pesimismo, su aburrimiento, su indiferencia o su buscada soledad; y el festejo,
amparándose en el pese a todo, reafirma la bondad de la vida y se engancha él
también a la esperanza.
La comunión afectiva también cristaliza con particularidades propias en cada
fiesta. Posiblemente la relación interpersonal alcance una mayor densidad en el caso
de la Feria; allí es más probable que cada rostro llegue a tener su nombre y que las
palabras alcancen verdaderamente a su destinatario. Claro que también en los Toros
y en la Semana Santa los participantes saben compartir una tradición común y los
correspondientes rituales, la atmósfera casi mágica del festejo --mundano en un
caso, religioso en el otro-- y la convicción de compartir la celebración; y si bien no se
dan identificaciones formales, con nombres y datos particulares de aquéllos con los
que se comparte, hay otro tipo de identificación, la de sentirnos hermanados en
convicciones y actitudes.
Pero lo que sucede en estas dos fiestas es que su rasgo de espectáculo es muy
fuerte; cierto que también la Feria es un espectáculo (según la primera acepción del
Diccionario de la Lengua Española: “aquello que se ofrece a la vista o a la
contemplación intelectual y es capaz de atraer la atención y mover el ánimo
infundiéndole deleite, asombro...”). Mas la espectacularidad de los Toros y la de la
Semana Santa es diferente: allí se da ese fenómeno que Mateos describe como la
convergencia de atenciones “hacia un polo exterior”: torero y toro en la Maestranza, el
Señor de Pasión en la Plaza del Salvador. El problema es que tal convergencia puede
suponer un riesgo grave, añade Mateos: el de sumir al festejador en una pasividad
que restringiría la auténtica comunicación personal; ya que si alguna comunicación
se da es más bien la de una cierta “unanimidad que no personaliza, porque reduce a
número, esfuma el perfil del individuo confundiéndolo con la multitud” 17.
Otra, y por ahora la última, de las cualidades festivas que se particularizan en
cada uno de los ejemplos es la religiosidad. Como ya se adelantó, se da una primera y
obvia diferencia entre la Semana Santa, fiesta religiosa, y los Toros y la Feria, fiestas
mundanas.
En la primera, la religiosidad explícita va unida al sentido habitual del término
religión, del que dice el Diccionario: “conjunto de creencias o dogmas acerca de la
divinidad, de sentimientos de veneración..., de normas morales..., de prácticas
rituales”. Y esta fiesta cristiana es, en ese sentido, adecuadamente religiosa: hay fe
confiada que acepta creer en dogmas (la Encarnación, la Resurrección, la Redención,
el misterio del amor de Dios por cada uno de los hombres...); y hay veneración
(simplemente, acaso, la respuesta del amor que regresa del hombre hacia Dios) y
entonces los lazos firmes que se re-ligan en cada acto de amor; y modos nuevos de
17
MATEOS, Juan, op.cit., p. 250
1190
ver el mundo, porque se lo re-lee a la luz de ese amor; y también modos nuevos de
vivir, porque se re-elige la vida cada día. Y tal vez se esté dando aquí una
consumación de la religiosidad, habida cuenta de que se están afirmando los rasgos
fundamentales de la verdadera experiencia religiosa 18
De los Toros y la Feria, por su parte, podría decirse que a su manera incluirían
dogmas y veneración, normas y ciertamente rituales; pero no puede afirmarse que su
quicio sea la divinidad. Lo que no podría negarse es que siempre son posibles las
idolatrías, acaso Manolete, tal vez Tomatito. Y parece también innegable su
capacidad de provocar religaciones, relecturas y reelecciones.
En la Plaza, la faena del torero puede lograr que, en los momentos cruciales
del duelo, los espectadores se miren unos a otros a otros sacudidos por el espanto o
la maravilla y compartan hondamente un momento de verdadera comunicación. Si de
relectura se trata, lo ya dicho acerca de cómo puede descubrirse la vida a la luz del
desafío de la lid es suficientemente explícito. Y entonces, la re-elección de nuevas
sendas, para aceptar re-encontrados desafíos y re-comprometerse con una existencia
abierta en su irrepetible unicidad.
En cuanto a la Feria, ya se adelantó también, es el festejo que más se parece a
la descripción de Serrat: las posesiones compartidas, las miserias que se van a
dormir y aquel darse la mano no sólo el prohombre y el gusano sino también el noble
y el villano...Lazos entrañables para una religación en serio. Y no es difícil deducir
que la experiencia que suponen esos encuentros interpersonales ha de provocar,
paralelamente una relectura crítica de la habitual indiferencia --que fácilmente
conduce hasta el rechazo-- que nos suelen suscitar los otros. Por supuesto, el
reconocimiento del lugar fundamental que esos otros han de ocupar en mi vida ha de
fructificar en re-elecciones que hagan honor a la realidad de que el hombre sólo es
realmente humano si se acepta como ser-de-otros y ser-para-otros.
4. La impronta barroca
4.a. La cosmovisión barroca
Cosmovisión, concepción del mundo y de la vida, conciencia de aquello que el
hombre ve, experimenta y vive, un todo trabado, expresión de lo vital... Con esas
expresiones, Dilthey expresa su teoría de la concepción del mundo. Al desarrollar lo
que el quería que fuese una “crítica de la razón histórica”, asume que la historia es
una realidad que no puede ser conocida a la manera en la que la ciencia natural
conoce sus objetos; y como consecuencia de ello, y también como resultado de una
visión más estructural de la realidad, propone considerar los procesos históricos
como sucesivas y diferentes maneras de concebir el mundo. Surge así el concepto de
cosmovisión, forma de respuesta a los enigmas de la vida y de la realidad, con sus
contradicciones y misterios, con sus poderes y sus injusticias. Frente a ello, el ser
humano busca ubicarse, comprender, interpretar, expresar...Y la cosmovisión es un
ver-el-mundo de un modo particular que se comparte con los otros hombres de esa
época y de esa cultura. Algunos de ellos, con un talante muy especial, son capaces de
18
56-67
SAHAGÚN LUCAS, Juan de, Interpretación del hecho religioso, Salamanca, Sígueme, 1982, pp.
1191
elevar sus intuiciones a síntesis concientes y de explicitarlas en sus creaciones
estéticas, sus experiencias religiosas o sus esfuerzos filosóficos. 19
Eso pasa también con el barroco; a la luz de esos testigos privilegiados que
supieron asumir su época y expresarla en sus obras --filósofos y músicos, pintores y
científicos, arquitectos, teólogos, escultores, dramaturgos-- puede intentarse una
caracterización general de la cosmovisión del barroco. Y corresponde reiterar la
hipótesis de que tal cosmovisión bien podría ser comprendida como una explícita
búsqueda de unidad luego de las rupturas que, a tantos niveles, sacudieron el siglo
XVI. También es posible suponer que sea el barroco una suerte de equilibrio de
tensiones, síntesis entre el equilibrio sin tensiones del Renacimiento y las tensiones
sin equilibrio del Manierismo.
La síntesis barroca puede descubrirse en el juego dialéctico de tres antítesis
sintetizadas que se propondrán como ejemplo: lo propio y lo compartido, lo humano y
lo trascendente, lo sensorial y lo espiritual. La primera de ellas puede encontrar su
expresión precisamente en la manera en la que la noción misma de barroco, con sus
características generales, se particulariza en los barrocos nacionales; o en los
intercontinentales, como es el caso del barroco iberoamericano; que es barroco, pero
a su manera, porque lo propio se entreteje con los rasgos compartidos y configura
una originalidad característica.
No es difícil descubrir cómo lo humano y lo trascendente juegan su dialéctica
en las artes: piénsese en el “Éxtasis de Santa Teresa”de Bernini o en algunas poesías
de Góngora o en algunas pinturas de Caravaggio. Piénsese también en la filosofía: las
paradojas precursoras del hombre de Pascal, hambriento de infinito; o el ejemplo de
Kant, con la originalidad de plantear la relación sujeto-objeto superando la dualidad
irreductible; porque, como dice García Morente, “lo que el objeto es, no lo es en sí y
por sí, sino en tanto en cuanto es objeto de un sujeto. Lo que el sujeto es, tampoco lo
es como un ser absoluto, sino en tanto en cuanto es sujeto destinado a conocer un
objeto...Indisoluble, irreductible, inquebrantable correlación...”20. Otra vez Kant: su
búsqueda de la síntesis entre los datos de los sentidos y las estructuras
configuradoras de la razón cognoscente, postura ésta especialmente significativa ya
que resulta la culminación de la histórica polémica entre un racionalismo reacio a
reconocer la importancia del conocimiento sensible y un empirismo creciente que
llega al rechazo de toda idea no legitimada por la experiencia.
En las artes, como ya se propuso hace años, “la plenitud sonora de la
música...la riqueza visual de las artes plásticas, el esplendor cromático del mundo
sensible, la preocupación por la belleza formal, la carga táctil de las superficies, todo
ello reforzado por la sabia utilización de la luz” 21, son el ropaje en el que resplandece
un mensaje de valores profundamente espirituales.
4.b. Lo barroco en la fiesta sevillana
Esa vocación integradora se hace presente en las fiestas de Sevilla; por fiestas
y por barrocas. Por eso se hace fácil reconocer que tanto en los Toros como en la
19 DILTHEY, Wilhem, Teoría de la concepción del mundo, trad. E. Imaz, México, Fondo de
Cultura Económica, 1945.
20 GARCÍA MORENTE, Manuel, Lecciones preliminares de filosofia, Buenos Aires, Losada, 1941,
p.273.
21 NICOLINI, Julia A. de, “Pistas para una interpretación del barroco latinoamericano”, en Atti
Vol. I Simposio Internazionale sul Barocco Latino Americano, Roma, Instituto Italo Latinoamericano,
1982.
1192
Semana Santa y en la Feria, lo propio y lo compartido entablan una excelente
relación: la participación festiva es comparable a una retroalimentación entre el
humor de quien participa y la atmósfera que la celebración crea. Cada uno aporta su
cadaunada propia; y si ese aporte es auténticamente festivo, se logrará el “todo que
es mayor que la suma de las partes” (entrecomillado que es como el reverso de una
espléndida caracterización de lo masivo que propuso también H. A, Murena 22,
definiéndolo como una suerte de ”papilla anónima” en la que el todo sería menor que
la suma de las partes). Con estos absurdos matemáticos tal vez se haga más evidente
el modo de concreción de la síntesis entre lo personal (no lo individual, que es
fundamentalmente egocéntrico...) y lo comunitario; pues lo uno no vence sobre lo
otro, ya que se necesitan recíprocamente para ser y crecer. Y no hace falta más que
una mirada a las propias experiencias festivas, sevillanas o de las otras, para
redescubrir cómo cada una de ellas fue lo que fue, no sólo porque uno estuvo como
estuvo, sino también porque los otros estuvieron como estuvieron.
Toros, Semana Santa, Feria son celebraciones hondamente humanas; allí
florece el triunfo del hombre sobre el toro, de Cristo sobre la muerte, de la alegría
sobre el desánimo y la tristeza. Es el hombre en su complejidad existencial, cuerpo y
alma, necesidades y sueños, limitaciones y proyectos. Esa condición paradójica es,
precisamente, la que reclama el diálogo con la trascendencia, la mirada audaz y sabia
para alcanzar eso-más-allá que puede ser desocultado por la fiesta: el misterio de la
vida, la llamada transformadora de los valores, la presencia de lo divino.
En cuanto a la dialéctica entre lo sensorial y lo espiritual, es posible que
resulte una suerte de subespecie de la descripción anterior; pero al constituir un
ingrediente importante de las fiestas en Sevilla, merece una referencia especial.
En los Toros, los valores del coraje y la afirmación de sí mismo, de la serenidad
para aceptar lo imprevisto y la sabiduría para enfrentarlo, y tantos otros, son
invisibles e inaudibles...si no fuera por su modo particular de expresarse a través de
lo que sí podemos ver, oir y también oler y sentir sobre la piel. Entonces los alardes
del gesto y la mesura de los pasos, el color del ruedo y el de la multitud, la vibración
de la música, la brisa de abril, el olor del miedo... y aun el de la sangre.
De la Semana Santa, nadie discutiría su dimensión espiritual, pero al
refirmarla convendría insistir en que, para la fe cristiana, nada hay de espiritual que
no esté traspasado de sensorialidad. Por eso, el centro de esa fe es el misterio del
Dios que se hace hombre, que como hombre muere, pero cuya divinidad vence a la
muerte. Así, por la fe en la Verdad inconcebible la paradoja del gozo que brota del
dolor. Y entonces, el morado del duelo, el silencio de la multitud, las lágrimas de la
Macarena; pero con la certeza de la Resurrección del domingo, la serenidad alegre
que se celebra en la suavidad de los terciopelos, en el tintineo candoroso de los pasos
de las Vírgenes, en el aroma a azahares y hasta en el sabor del chocolate en la
madrugada del viernes allá en la Campana.
¿Y la Feria? Allí también, mundanamente, el festejo de la vida que resurge,
primavera incansable y fiel que regresa cada año, símbolo de la fuerza inextinguible
que no conoce derrote definitiva. Por eso la alegría: música y baile en el espacio
urbano transfigurado con casetas; la calle “ayer a oscuras y hoy sembrada de
bombillas”, guirnaldas y flores; y unas tapas sabrosas y un buen fino.
22
MURENA, H. A., Homo atomicus, Buenos Aires, Sur, 1961, p.58
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5. Conclusión...inconclusa
...porque es más bien una última pregunta: ¿cómo compaginar los rasgos
barrocos de las fiestas de hoy en Sevilla con la realidad de un mundo conflictivo, con
crisis tales que le hacen afirmar a Umberto Eco que lo nuestro es un manierismo
actual? 23.
Aceptado que el equilibrio de las tensiones parece haber huido, vale aceptar
asimismo que la fiesta es un acontecimiento esencialmente insólito y también
inactual. En cierta forma, esa inactualidad es el resultado del diálogo entre tradición
y esperanza; la fuerza metaforizadora de la celebración no sólo nos traslada hacia el
abajo del fundamento oculto sino que también nos traslada hacia el adelante
propuesto por la esperanza y hacia el atrás del ayer que la tradición reactualiza. Es la
manera “festiva de apropiarse del pasado que acepta el pasado sin encontrarse
limitado por él”, dice Cox 24. Precisamente, “la respuesta posmoderna a lo moderno
consiste en reconocer que, puesto que el pasado no puede destruirse --su
destrucción conduce al silencio-- lo que hay que hacer es volver a visitarlo...” 25.
La celebración actual de las fiestas barrocas es, pues, un revisitar -reviviéndolo-- el mundo barroco; y otros mundos también, ya mentados: el
Mediterráneo antiguo que, desde la isla de Creta envía el mensaje de los riesgos de la
vida --compleja como un laberinto-- frente a la muerte que acecha en el bramido del
toro; el de la novedad evangélica, con sus esperanzas y sus exigencias de fe confiada
y de amor universal; el de la Europa naciente de fines del medioevo con sus cambios
mercantiles y sociales, estéticos y teológicos, en los que hunde sus raíces la
modernidad que se avecina. Este reencuentro con el pasado puede ser, precisamente,
uno de los síntomas de nuestra condición de testigos protagonistas de la crisis del
mundo moderno.
Tal vez haya otros síntomas en las vivencias festivas mencionadas; tal vez el
reconocimiento de la dimensión comunitaria de toda experiencia auténtica; tal vez el
replanteo de nuestra relación con el fundamento oculto; tal vez la reactualización de
un humanismo verdadero para el cual el cuerpo es la parte visible del alma; tal vez la
reconsideración de lo efímero como rasgo válido de esta época de cambios velocísimos
que acentúan la condición de provisionalidad que signa toda obra humana; tal vez...
Mundo en crisis, mirando hacia el pasado para iluminar el presente, mirando
hacia el futuro para inventar lo bueno. Los tiempos de calma tal vez están más
interesados por el hoy; sacudidos por las turbulencias de la crisis, la situación actual
nos exige la tarea bien humana de reelaborar tradiciones y forjar utopías, tarea que
tantas veces abandonamos por exigente y comprometedora. Gracias a la maravillosa
prestancia de las fiestas sevillanas, no nos queda más remedio --si hemos de
tomárnoslas en serio-- de sacudir la pasividad y el desapego, la indiferencia, la
solitariedad y la ceguera a lo misterioso...todo lo cual podría resultar un buen
entrenamiento a la hora de enfrentar las crisis.
Es posible que estas consideraciones no constituyan, en modo alguno, una
respuesta a la pregunta que abrió esta conclusión. Por supuesto, valor de la
provisoriedad se dijo. ¿Cómo imaginar, entonces, que esta conclusión podría no ser
inconclusa?. ¿cómo imaginar otro modo de cerrarla que abriéndola a otra pregunta?
23 ECO, Umberto, Apostillas a EL NOMBRE DE LA ROSA, trad. R. Pochtar, Barcelona, Lumen,
1985, 2ª. ed., p.72
24 COX, Harvey, op.cit., p.37
25 ECO, Umberto, op.cit., p. 74.
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