TEMA 2. LÍRICA ROMÁNTICA. GUSTAVO A. BÉCQUER 1. MARCO POLÍTICO, SOCIAL Y CULTURAL El siglo XIX constituye una etapa especialmente agitada de la historia europea, caracterizada por profundos cambios en todos los órdenes. La economía está marcada, ante todo, por la revolución industrial que, iniciada a fines del siglo XVIII, se extiende a diversos países. En lo social, la vieja sociedad estamental es sustituida por una sociedad de clases: la posición que un hombre ocupa en la sociedad ya no depende del nacimiento o la tradición, sino de su situación económica, del puesto que ocupa en los procesos de producción y de su riqueza. Es la riqueza la que otorga los derechos: a mayor poder económico, mayor poder político. Así, la nobleza (salvo en ciertos países) es desplazada por la burguesía, que se convierte en la nueva clase dominante: la Revolución francesa (1789) supuso el acceso de la burguesía al poder político en Francia; y las revoluciones europeas de 1830 y 1848 consolidarán su posición social. La política es fiel reflejo de las tensiones sociales. Napoleón pretendió consolidar ciertas adquisiciones de la Revolución (aunque también la frenó) y extenderlas por toda Europa. Esto provocó una evidente reacción y, tras su derrota, se producen en toda Europa intentos de contrarrevolución, para restaurar el Antiguo régimen. Sin embargo, la fuerza económica y social de la burguesía es creciente. Y de esa tensión entre la dinámica liberal burguesa y la reacción absolutista surgirán los citados movimientos revolucionarios de 1830 y 1848. Aunque sus resultados son diversos según los países, la burguesía consolidará, en definitiva, su poder; pero, a la vez, dará un giro hacia posiciones más conservadoras, inquieta por el radicalismo de la revolución de 1848, en la que ya se sintió amenazada por las masas obreras. Tal evolución de la burguesía tendrá su paralelismo en el paso del Romanticismo al Realismo. Paralelamente a estos acontecimientos, interesa destacar el desarrollo de los nacionalismos. Este proceso se debe, de una parte, a complejos intereses económicos; pero, de otra, fue atizado por las ocupaciones napoleónicas, que desarrollaron en los pueblos el sentimiento de sus peculiaridades históricas, culturales, lingüísticas, etc. De ahí las independencias de Grecia (1822), de Bélgica (1830) y, en la segunda mitad del siglo, las unificaciones de Alemania e Italia. Por lo demás, la exaltación de lo nacional será parte importante del pensamiento y de la literatura del Romanticismo. Para comprender la literatura romántica, es preciso tener en cuenta ciertas corrientes del pensamiento filosófico y político. La filosofía, después de la gigantesca figura de Kant, se orienta por dos caminos: uno se propone analizar los procesos del Espíritu, la marcha de la Idea (Idealismo); el otro, en cambio, se centra en lo material o lo sensible, en estrecha relación con el desarrollo de las ciencias (materialismo, positivismo). • El idealismo será una corriente típicamente romántica, de la que son representantes Fichte, Schelling y Hegel. Para el idealismo, el espíritu es una fuerza creadora en permanente movimiento. La asunción del idealismo conlleva la exaltación del “yo”, ansiosa de infinito y que rechaza los límites en su lucha por la liberación, así como la preocupación histórica para alcanzar la libertad plena. • Las corrientes contrarias al idealismo tendrán repercusiones en las manifestaciones literarias y artísticas sobre todo en la segunda mitad del siglo. 1 El pensamiento político que corresponde a la edad burguesa es el liberalismo, al que se opondrán –ya en la primera mitad de este siglo– los primeros desarrollos de las doctrinas socialistas. El liberalismo defiende la libertad económica y, en lo político, las libertades individuales (de pensamiento, expresión y asociación) y la soberanía popular. El liberalismo adopta formas moderadas (que corresponden a las capas altas de la burguesía) o progresistas y demócratas (que exigen la realización efectiva de sus principios). En la realidad, las ideas de libertad económica y de soberanía popular se fueron reduciendo a un dominio implacable de la burguesía más poderosa. En estos años aparece el socialismo utópico. En nombre de sentimientos humanitarios, condenan los abusos del capitalismo liberal y proponen modelos ideales de una sociedad organizada comunitariamente y con criterios igualitarios. Contra ese socialismo utópico, a la vez que contra el idealismo y el liberalismo, se alza el socialismo del materialismo dialéctico e histórico, es decir, el marxismo y el comunismo, que se desarrollan ya fuera del ámbito histórico del Romanticismo. 2. EL ROMANCISMO. CRISIS IDEOLÓGICA Y ESTÉTICA El Romanticismo no es una simple corriente literaria, sino un amplio movimiento que abarcó los más diversos sectores de la cultura y de la vida europeas. En realidad, es el producto de una profunda crisis de base social y política, cuyas manifestaciones abarcan desde lo ideológico a lo estético. El Romanticismo es una protesta contra el mundo burgués. El sentido de esta protesta será de signos muy diversos y aun contradictorios, pero su fuente es común: una profunda insatisfacción ante los valores impuestos por el triunfo de la burguesía. Con tales bases, la crisis del Romanticismo es, ante todo, vital. El romántico se nos aparece como un hombre disconforme, en medio de un mundo con graves problemas políticos, sociales y metafísicos. Perdido y angustiado en una sociedad que no le satisface, le opone una orgullosa negativa, que se extiende tanto a sus fundamentos ideológicos (la "racionalidad" burguesa) como a su arte (que pretendía, precisamente, estar "ordenado según la razón"). Se pasará a afirmar el poder creador del espíritu –incluso con sus fuerzas irracionales– y a reclamar los derechos de la imaginación, del sentimiento, de la pasión. En lo estético, se rechazan las formas neoclásicas. Al romántico no le sirven los cánones de aquella estética, y los desborda en nombre del citado poder creador del espíritu, al que nada debe contener, reprimir o limitar. Se buscará el dinamismo, su intensidad expresiva y su fuerza sentimental; y se dará entrada a lo irracional, lo misterioso. Por encima de todo, el "yo" del creador reclama una total libertad para volcarse en su creación. 3. EL ROMANTICISMO. TRADICIÓN Y RENOVACIÓN La insatisfacción y la protesta romántica contra el mundo burgués proceden, en unos casos, de posiciones tradicionalistas y aristocratizantes. Es la actitud de aquellos que, recha-­‐ zando los valores burgueses y los efectos de la revolución, sueñan con un retorno al pasado. Propugnan una restauración de los valores ideológicos, patrióticos y religiosos, combatidos ya por el racionalismo dieciochesco y arrinconados por el liberalismo del momento. Este Romanticismo tradicional es el que aparece, en un primer momento, en Alemania (los hermanos Schiegel, Novalis, etc.), en Francia (Chateaubriand) y en Inglaterra (Walter Scott). En un ángulo opuesto, se halla el Romanticismo liberal y hasta revolucionario. Es el de aquellos que consideran frustrada la revolución y las ilusiones de un mundo nuevo: piensan 2 que los ideales de libertad, igualdad y fraternidad han sido sustituidos por un mezquino juego de intereses y nuevas formas de opresión. Piden, por tanto, que se realicen plenamente aquellos ideales. No combaten, pues, las ideas de la Ilustración, sino que las radicalizan. Así, exaltan la libertad individual, los derechos humanos, el progreso. Se trata, en este caso, de un misticismo revolucionario. Máximos representantes de esta línea son el inglés lord Byron y los franceses Víctor Hugo, Lamartine y Stendhal. Entre estas posturas extremas, caben actitudes intermedias y hasta contradictorias. También se da el caso de escritores que comienzan militando en un bando y derivan luego hacia el otro. En fin, luego veremos cómo se sitúan los escritores españoles respecto a esos dos polos de tradición y renovación. 4. EL ROMANTICISMO EN ESPAÑA. PENETRACIÓN Y DESARROLLO DEL ROMANTICISMO ESPAÑOL El siglo XVIII había traído, como vimos, profundas renovaciones en la política española. Pero a los impulsos reformistas se oponían los sectores tradicionalistas del país. Los liberales, herederos de los ilustrados reformistas, dominan en un principio. Ellos, en las Cortes de Cádiz, inauguran el constitucionalismo español (1812) y pretenden llevar al país por nuevos rumbos. Sin embargo, al subir al trono Fernando VII (1814), se imponen los absolutistas. En 1820, nuevo triunfo liberal, que se cierra violentamente en 1823: los liberales serán perseguidos; muchos habrán de exiliarse y no volverán hasta la muerte del rey, diez años más tarde. Durante la minoridad de Isabel II, la pugna entre liberales y absolutistas da origen a la primera guerra carlista (1833-­‐1839). Pero, aun terminada ésta, la pugna entre las "dos Españas" continúa. En este contexto de enfrentamientos políticos, nacerá y se desarrollará el Romanticismo español. En literatura, durante los primeros decenios del siglo, perviven las formas neoclásicas, junto a ciertas manifestaciones prerrománticas. En cambio, en Europa se consideraba a España un "país romántico". Se admira no sólo nuestro teatro del Siglo de Oro, sino el Romancero o el Quijote, que se convierte en símbolo del idealismo "romántico". El Romanticismo, al fin, penetra en nuestro país por algunos focos de Andalucía y Cataluña con la exaltación de nuestro teatro del XVII y el combate del gusto romántico. En ambos casos, se trata de un Romanticismotradicional, conservador, como el de la primera oleada romántica europea. Recordemos que, por aquellos años, las ideas liberales estaban duramente reprimidas. En otros puntos de España, a pesar de la censura absolutista, se lee "a hurtadillas" a los autores románticos más avanzados. Mientras tanto, los exiliados liberales toman contacto con las corrientes románticas europeas y se adhieren a ellas. Es el caso de Martínez de la Rosa, Espronceda, el duque de Rivas, etc. Entre 1835 (estreno de Don Álvaro) y 1840, el Romanticismo español alcanza su máximo apogeo. En él se distinguen, como en Europa, una línea liberal y una línea tradicionalista: • Al Romanticismo liberal avanzado pertenecen, por ejemplo, Larra y Espronceda. • En el Romanticismo tradicional, se sitúan escritores como Zorrilla y el Duque de Rivas (éste, tras unos comienzos avanzados, como veremos). A partir de 1840, la exaltación romántica se modera. También en la política predominarán los liberales moderados, respondiendo a las posiciones de una burguesía conservadora que (como en el resto de Europa) dominará la sociedad española. En tal ambiente, los gustos 3 románticos dejarán de hallar cabida y serán sustituidos poco a poco por una nueva tendencia literaria: el Realismo. 5. LOS GRANDES TEMAS DEL ROMANTICISMO Seis puntos pueden sintetizar la concepción romántica del mundo. Tanto los románticos tradicionalistas como los liberales coinciden en cultivar muchos de los temas característicos del momento. Las diferencias estarán, naturalmente, en los enfoques. 1. El sentimiento de no plenitud. La vida parece un problema insoluble: su fugacidad, su inconsistencia son sus rasgos constitutivos. De ahí el significado de un tema tan frecuente como el de las ruinas, símbolo de la caducidad; o, la obsesión por la muerte, coronamiento de la angustia vital del romántico. 2. El desacuerdo con el mundo. El romántico es un eterno descontento: sus ideales – ansias de libertad, de felicidad, de infinito– no encuentran cauce en la realidad cotidiana. Las grandes ilusiones abocan en el desengaño. Varias actitudes -­‐y temas-­‐ surgen de ese desacuerda con el mundo: la rebeldía, la evasión ya sea en el tiempo (retorno al pasado, evocación de la Edad Media, etc.), ya sea en el espacio (gusto por lejanas tierras exóticas). Una forma extrema de evasión sería el suicidio, solución frecuente en la literatura (el Werther de Goethe) y en la vida (Larra, etc.). Pero también cabrá el retiro ascético del mundo. 3. La exaltación del "yo". Es otra cara del conflicto entre el individuo y la sociedad: el artista se siente superior al mundo que le rodea (es "el genio") y se aísla orgullosamente. De ahí, el sentimiento de soledad, con la que el romántico se complace unas veces y sufre otras. En cualquier caso, esa exaltación del "yo" supone un individualismo o un subjetivismo que son rasgos esenciales de la época. Con ello se relacionan el desprecio por la Razón y el desbordamiento de los sentimientos y las pasiones. 4. La libertad. Su exaltación es una prolongación del individualismo. El héroe romántico salta por encima de las normas de comportamiento, y el artista recha-­‐ za la tiranía de las reglas, Como reverso de estas ansias de libertad, encontramos la obsesión por el destino, que refleja el frecuente sentimiento de frustración de aquel anhelo. 5. La Naturaleza. Se ha dicho que los románticos descubrieron el paisaje. En todo caso, en este punto hallamos algo muy revelador de su sensibilidad. La Naturaleza cobra especial importancia y adquiere un papel que antes no tuvo: se adapta a los estados de ánimo del poeta o del personaje, mostrándose melancólica, tétrica o turbulenta, según los casos. A la angustia y a la obsesión por la muerte responde el gusto por la noche o los paisajes sepulcrales. La soledad del romántico encuentra marco adecuado en yermos desolados, paisajes recónditos o jardines abandonados. En fin, resulta explicable la preferencia por una naturaleza "en libertad": bosques intrincados, ásperas sierras, etc. 6. La Historia, el Pueblo. Antes hemos aludido a la evasión hacia el pasado; y, entre los géneros más cultivados, veremos la novela histórica, o los romances y le-­‐ yendas sobre viejos tiempos. En la historia, buscan los románticos tradicionalistas los valores cuya pérdida lamentan; los revolucionarios, en cambio, acuden a ella para encontrar las peculiaridades nacionales que hay que defender o liberar para 4 construir el futuro. Unos y otros se interesan por lo popular: tradiciones, costumbres, cantares, lengua y todos aquellos rasgos culturales en que pueda cimentarse su concepción de la nacionalidad. 6. LA ESTÉTICA ROMÁNTICA A una concepción del mundo y a una sensibilidad tan distintas de las de la etapa precedente, tenían que corresponder, por supuesto, unas tendencias estéticas frontalmente opuestas a las del Neoclasicismo. La estética romántica, tanto en las artes plásticas como en la literatura, mostrará formas inquietas, dinámicas, y hasta distorsionadas y gesticulantes. Es una estética basada en el dramatismo y la intensidad, y no en el "buen gusto" y la elegante contención. La pasión por la libertad se extiende, como sabemos, a la creación artística: en franca rebeldía contra la preceptiva clásica, se rechazan "cánones" y "reglas". Así, los románticos barrieron las fronteras antes nítidamente trazadas entre los géneros y subgéneros, los tonos y los estilos: en una misma obra, podrán mezclarse la prosa y el verso, lo cómico y lo trágico, lo sublime y lo grotesco. Se dará cabida a temas antes proscritos por inelegantes o sórdidos. Se liberarán sentimientos antes refrenados con un exquisito pudor. En definitiva, no se admiten límites para la inspiración o la expresión. Los románticos proclamaron igualmente su libertad creadora, manteniendo su independencia y rechazando los modelos. En todo caso, vuelven los ojos a autores despreciados en la etapa anterior: ensalzan a los primitivos (Homero, Esquilo) o a los medievales (cantares de gesta, romances) y rehabilitan a los barrocos (Lope, Calderón); en-­‐ tre los extranjeros, el fervor por los clásicos franceses es sustituido por la admiración hacia Dante o Shakespeare, entre otros. 7. LA PROSA ROMÁNTICA Dos direcciones temáticas destacan en este terreno: la evocación histórica y la pintura de costumbres. A la primera corresponde el notable éxito de la novela histórica. El género tiene sus raíces en preferencias ya estudiadas de la mentalidad romántica, pero su desarrollo entre nosotros está marcado por la influencia de Walter Scott. Nuestra novela histórica está inspirada por actitudes tradicionalistas, que oponen a los tiempos modernos los valores de un pasado "noble". La obra maestra del género es El señor de Bembibre (1844) de Gil y Carrasco. El costumbrismo, por su parte, responde a motivos análogos. Ante todo, se debe al gusto por lo peculiar: los "cuadros de costumbres" recogen modos de vivir, costumbres populares o tipos representativos. y también se caracterizan por la alabanza de lo tradicional y lo castizo, frente a los efectos del progreso o las influencias extranjeras. A tal enfoque responden las obras de Mesonero Romanos (Escenas matritenses) y de Estébanez Calderón (Escenas andaluzas). Mucho más complejo es el caso de Larra, liberal disconforme que desborda ampliamente los cauces del puro "costumbrismo". 8. EL TEATRO ROMÁNTICO A una concepción desgarrada y "dramática" del mundo, tenía que corresponder el auge del drama, uno de los géneros más característicos, en efecto, del Romanticismo. Los temas del drama romántico, sus peripecias, personajes y ambientes, se enlazan con los anhelos, angustias, pasiones y luchas del hombre de la época: es un trasladar a la: escena su visión de la vida como conflicto, su sentimiento de no plenitud, sus frustradas ansias de felicidad, su frenesí pasional. En relación con todo ello hay que comprender, pues, aspectos como los 5 siguientes: los asuntos se componen de amores imposibles, pasiones ilícitas, rebeldías políticas o morales, venganzas, desafíos, suicidios, situaciones patéticas hasta el límite ... y todo ello marcado por un destino trágico, por "la fuerza del sino". Los personajes presentan rasgos extraños y singulares: seres misteriosos, tipos marginales (rebeldes, conspiradores, etc.), héroes gallardos y generosos, o amorales y cínicos (a veces, ambas cosas, como en Don Juan). Los ambientes excepcionales son los preferidos: castillos, conventos, paisajes inhóspitos, y los inevitables cementerios, tormentas, escenas nocturnas ... Tanto en los asuntos como en los personajes y ambientes, se observa la preferencia por lo histórico (vuelta a la tradición nacional), o por lo legendario y novelesco. El único propósito del dramaturgo romántico será conmover profundamente al espectador. Se conculca la regla de las "tres unidades": el argumento puede presentar acciones diversas que se entrecruzan; no se reconocen límites de tiempo; la escena cambia con frecuencia de lugar. Se pueden mezclar verso y prosa en una misma obra. En cuanto a la versificación, se caracteriza por su polimetría y se enriquece con las innovaciones métricas de la época. Los recursos escenográficos adquieren gran importancia: se procura que el decorado contribuya a crear la atmósfera adecuada (misterio, tenebrismo, etc.) y subraye el patetismo de las situaciones. La "teatralidad" es consustancial al drama romántico. Situado en su momento histórico, el teatro romántico resulta sumamente revelador e ilustrativo de aquella sen-­‐ sibilidad. Obras románticas de nuestro teatro son Don Álvaro o la fuerza del sino del Duque de Rivas, estrenada en 1835. El éxito se consolida en 1836, con El trovador de García Gutiérrez, y en 1837, con Los amantes de Teruel de Hartzenbusch. En los años siguientes, con alguna salvedad, se moderan los excesos apuntados; los hitos más señalados de esta etapa corresponden a los grandes éxitos de Zorrilla: El zapatero y el rey (1840 y 1841), Don Juan Tenorio (1844), Traidor, inconfeso y mártir (1849), etc. 9. LA LÍRICA ROMÁNTICA La exaltación del "yo", el intimismo y el desbordamiento afectivo encuentran su máxima realización en el lirismo. Los poetas románticos dan salida a su frenesí vitalista y a sus frustraciones, cantan sus esperanzas y desengaños amorosos, proclaman su dolor de vivir y exhiben, hasta la gesticulación, su melancolía o su hastío. Las descripciones son abundantes (recuérdese lo dicho sobre el papel de la Naturaleza), y los sentimientos encuentran marco adecuado en la noche, los lugares apartados, los cementerios, el mar embravecido, la tormenta... También adquiere especial desarrollo la poesía narrativa, frecuentemente inspirada en temas históricos, legendarios o exóticos (sobre todo, orientales). Con todo, no puede trazarse una frontera precisa entre lo narrativo y lo lírico: el lirismo lo impregna todo. En lo formal se advierte el desprecio por la creación meditada, pulida. Al contrario, se endiosa la "inspiración", la espontaneidad. Con ello se consiguen tonos sinceros, auténticos; pero, como contrapartida, la falta de contención hace inevitables las impurezas: trivialidades, expresiones de relleno y excesos retóricos. En la versificación, los románticos realizaron una notabilísima ampliación de formas. Sus ideales de libertad, una vez más, explican que no se contentaran con los moldes métricos más utilizados: rehabilitaron formas casi olvidadas (como el romance).y, sobre todo, crearon 6 muchas otras. Acudieron a nuevos ritmos acentuales e inventaron nuevas combinaciones de versos, con un marcado gusto por los poemas polirrítmicos. Con un gran sentido musical, lograron variadísimos efectos, sea vaporosos, sea retumbantes. La métrica romántica es un claro antecedente de la modernista. La figura más representativa del lirismo romántico es José de Espronceda (1808-­‐1842), autor de canciones como la archiconocida “Canción del pirata” y de otras obras como El estudiante de Salamanca o El diablo mundo. Puestos muy especiales ocupan Bécquer y Rosalía de Castro. Su labor poética se sitúa ya en la segunda mitad del siglo. Por ello, se les considera románticos rezagados o "posrománticos". Lo cierto es que ambos suponen una depuración y superación del Romanticismo típico, e inauguran el lirismo contemporáneo. Rosalía de Castro escribió magistrales libros de poesía, como Cantares gallegos o Follas novas (escrito en gallego). En las orillas del Sar es un libro esencial de la lírica castellana, en el que Rosalía manifiesta una atormentada confesión de su intimidad. 10. GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER VIDA Y PERSONALIDAD Gustavo Adolfo Domínguez Bastida (Bécquer es el segundo apellido de su padre) nació en Sevilla en 1836. Pronto quedó huérfano de padre y madre. Vivió en casa de su madrina, en cuya bien surtida biblioteca desarrolló su afición a la lectura y formó sus gustos literarios. Inició estudios pictóricos, junto a Valeriano, en el taller de su tío. Pero, mientras que su hermano se convirtió en un importante pintor, Gustavo, aunque no abandonó nunca del todo el gusto por el dibujo y la pintura, probó otros caminos artísticos, como el de la música. Ya por entonces había empezado a componer poemas y, a los dieciocho años, marchó a Madrid con la pretensión de forjarse una carrera literaria. Pero su situación económica era precaria, por lo que para sobrevivir tradujo o adaptó obras teatrales, escribió él mismo otras en colaboración con un amigo, así como libretos de zarzuelas y diversos trabajos periodísticos, e incluso por poco tiempo consiguió un empleo administrativo. En 1857 contrajo la tuberculosis, de la que moriría años más tarde. Se enamoró de Lulia Espí, pero la amó en silencio. Amó con pasión a Elisa Guillén, pero la amante se cansó de él y su abandono lo sumió en la desesperación. Se casó con Casta Esteban. Mantiene su hogar con el ejercicio del periodismo y defiende una actitud política conservadora. Obtiene el cargo de censor de novelas, dotado con un buen suelo; pero lo pierde al producirse la revolución de 1868. Su mujer le es infiel y se separa de ella. Arrastra una vida bohemia y desilusionada, y viste con absoluto desaseo. Se reconcilia con Casta pocos meses antes de su muerte, que acaeció en 1870. La prensa diaria no dedicó al suceso más de cuatro renglones. ROMÁNTICO REZAGADO Bécquer escribe en pleno auge del Realismo, cuando otros autores afectos a esta tendencia –Campoamor, Echegaray– se reparten el favor del público. La poesía triunfante estaba hecha a la medida de la sociedad burguesa que consolidará la Restautación. Sin embargo, una notable porción de líricos se resistió a sumarse a esa corriente. Encontraban a la lírica de sus días pomposa y prosaica, pero tampoco gustaban de la vacía y artificiosa la lírica de Espronceda. El Romanticismo que les atrae no es ya el inglés o el francés, sino el alemán, especialmente el de Heine. Se trata de una poesía intimista, sencilla de forma y sin demasiado ornamento, una poesía que refrena lo sensorial para que trasluzca el sentir profundo del poeta. Esta corriente es la que desarrollan con gran maestría Rosalía y 7 Bécquer. LA PROSA DE BÉCQUER Bécquer fue un extraordinario prosista. Cuando la prosa de la época era un instrumento esencialmente narrativo, Bécquer supo dotarla de cualidades poéticas excepcionales. Las Leyendas son veintiocho relatos con temática romántica: lo misterioso y sobrenatural (Maese Pérez el organista, El monte de las ánimas, El Miserere); lo exótico, oriental o morisco (La rosa de pasión); lo religioso o milagrero (El Cristo de la Calavera); o lo costumbrista aliado con lo prodigioso (La venta de los gatos). LAS RIMAS Las Rimas son composiciones breves, por lo general asonantadas con metros variados que Bécquer fue publicando en diversas revistas entre 1859 y 1871. Bécquer las recopiló en un manuscrito que desapareció y luego las recuperó al final de su cuaderno, denominado Libro de los gorriones. Las Rimas fueron publicadas en libro al año siguiente de morir su autor. Las rimas tienen como temas la poesía misma y el amor. La poesía es vista desde sus motivos centrales hasta su fundamento y dificultades. El amor va desde la luminosidad y afirmación hasta el desengaño, el dolor y la angustia. Bécquer es el poeta de lo íntimo y lo simbólico. Su forma es aparentemente sencilla y desnuda, pero comunica verdades fundamentales de forma entrañable y emocionado. El influjo de Bécquer alcanzó a Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, y fue también muy fecundo para muchos poetas del siglo XX. 8