A la manera de Baudelaire Anna Domènech ¡Maldita noche

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A la manera de Baudelaire
Anna Domènech
¡Maldita noche! Insoportables las horas que me aguardan. Alma perdida y ruin. Noche
marchita colmada de tenebrosas sombras acechantes. La negra y lóbrega oscuridad me
persigue, me envuelve, me atrapa con sus garras punzantes e hirientes, encadenándome
a los recuerdos de una vida pasada ¿Por qué sigo aquí, Señor? ¿Qué razón tienes para
atormentarme en mi delirio, en mi afán por desaparecer? ¿No es acaso todo lo que hago,
todo lo que he engendrado a lo largo de los años, un síntoma evidente de que deseo
evaporarme? ¿Acaso pretendes que nombre cada uno de los pecados cometidos en mis
horas pasadas? Si este es tu deseo, me arrodillo ante ti, me postro ante tus pies descalzos
con la mera esperanza que tu divina luz me bañe y me acoja en su seno. Pero si por el
contrario me retienes aquí, en este mundo profano, juro que renegaré de ti y entregaré
mi alma al ángel caído. No te hago esperar más, pues estos son mis pecados: levantarme
al alba con la lujuria bailando en mi bragadura y sofocarla en la tierna y dulce inocencia
de la carne de mi carne; robarle el hálito con mi efluvio putrefacto; ahogar la falta en
litros de coñac añejo y sentir la nada; salir y topar con los cuerpos de mi esposa y el
vecino apoyados en la pared desconchada y con las ropas a medio quitar; asestarle un
puñetazo al vicioso y arrebatarle el aliento con mis propias manos; agarrar a la furcia
por el pelo y subirla escaleras arriba, tiñendo de rojo todo a su paso; observar cómo el
calor del infierno se apodera de mi morada; cerrar la puerta y bajar las escaleras hacia la
luz mortecina del atardecer en busca de mi caballo alado; hallarlo por unas monedas en
su nido y dejarme llevar por su vaivén mientras invade mis entrañas; yacer en un rincón
hosco y húmedo, y entregar mi espíritu al olvido; suplicar clemencia por mi corazón
infecto ¿Es esto lo querías escuchar? ¡Estos son mis pecados! ¡Los pecados de mi
maldita vida! ¿Hoy es la noche en que termina mi sufrimiento? ¿Vendrás a mí, Señor?
¿Vendrás? Aquí reposo dispuesto.
1
Borgiana
Almudena García
En una de las primeras noches de noviembre de 2004, el hombre tomó el mando para
hacer zapping; un ímpetu secreto, que no habría sabido justificar, lo retuvo frente a un
documental que explicaba las conspiraciones de Stalin para acabar con sus enemigos.
La realidad gusta de simetrías y de la perplejidad de lo improbable. Hacia la
medianoche, mientras un testigo rememoraba el grito final de Trotski, la mujer advirtió
un confuso ruido afuera. Se acercó al zaguán, volvió a escucharlo. Se trataba de un
sonido apagado, pero que delataba claramente a alguien acechando al otro lado de la
puerta. Miró por la mirilla: no pudo ver más que la inconmensurable oscuridad;
asustada, decidió avisar al hombre. Un maullido, proveniente de las tinieblas, pudo
calmarles en un primer momento; pronto dudaron. Sólo hacía unas jornadas que un
compadrito borracho se había quedado a dormir bajo los buzones. No parecía
descabellado conjeturar que, aquella noche, hubiera ejecutado la tarea de pasarse por
felino para acceder a a la casa.
Afirma Spinoza en la Ethica que todo cuanto es se esfuerza por perseverar en su
ser. De la misma manera, el psicópata había vuelto a arañar la madera, había vuelto a
maullar. Ahora podían oír claramente como raspaba la puerta. Pasados unos minutos en
que el sonido no había cejado, comprendieron que no lograrían dormir hasta no saber de
qué se trataba. Concibieron -no sin cierto remordimiento- un plan que les sacaría de
dudas; llamarían al TelePizza y solicitarían una margarita: cuando el repartidor llamara
al portero automático y encendiera la luz de las escaleras, podrían alcanzar el fin del
misterio. El teléfono sonó en el mostrador de la pizzería justo cuando el encargado se
apresuraba a echar la cancela.
Abandonada toda esperanza de ayuda exterior, determinaron que deberían
enfrentarse por sí mismos a la sombra. Su estirpe había sido alguna vez valerosa; ellos
rememoraban como su mayor aventura aquella ocasión en que saltaron dentro del vagón
de metro al mismo tiempo que se cerraban las puertas. Valoraron sacar los cuchillos,
blandir el martillo, emplear el spray anti-mosquitos; resolvieron, finalmente, que
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apagarían la luz, y cuando la mujer abriera la puerta y alumbrara con la linterna, el
hombre atacaría a las fuerzas del mal empuñando la espada de sus antepasados.
Cuando estuvieron preparados, tomaron aire y tras una leve vacilación, la mujer
tiró del picaporte. Sin que pudieran hacer nada por evitarlo, atravesó el zaguán y corrió
hasta debajo de la cama un gato negro, de la misma materia insondable que la noche.
3
Dietario
Marina González
Viernes, 13 de noviembre
Sasha me ha ofrecido ir a tomar un café esta tarde. La verdad es que no me apetecía
mucho, pero he acabado aceptando porque hacía días que hablábamos de vernos y ya no
podía posponerlo más. Hemos andado un poco por las calles y luego ella ha escogido la
terraza de un bar de la calle Creu. ¡La calle Creu! No sé por qué ha tenido que escoger
esa, precisamente. En serio, de entre todas las calles y terrazas de la ciudad, ¿tenía que
ser esa? No me gusta nada. Tan en medio de todo, tan rodeada de ruido, de gente que va
y vuelve y niños que gritan o lloran y coches que pasan y frenan y arrancan. Pero es
viernes y me ha dado pereza discutir con Sasha. Total, tampoco lo hubiera entendido.
Luego me ha empezado a contar su noche, y a cada sorbo de café parecía recuperarse un
poco de la resaca, aunque ni el maquillaje le disimulaba las ojeras. Me ha contado que
con Mike y los demás había sido un desenfreno. ¿En serio? Vaya, no me había dado
cuenta. No sé cuándo se enterará de que a mí me trae sin cuidado lo que se metan o
dejen de meterse por la nariz. Bien por ellos y su rollo Pulp Fiction. Que les aproveche.
Y ha hablado y hablado y hablado más y más durante un buen rato y yo me
aburría un poco, la verdad, y me he fijado que había un bichito correteando por la mesa.
Y lo he seguido con la vista. Y Sasha se ha dado cuenta de que no estaba atenta y ha
acercado el dedo índice a la mesa para matar al bicho. Y lo iba a matar cuando se ha
parado y me dice con voz de pena: ¡ay, no, no puedo matarlo! Porque he leído que los
insectos tienen sistema nervioso y entonces sienten dolor y no quiero que sufra y tener
cargo de consciencia. Vaya por Dios. Sasha ha activado su modo “ferviente defensora
de los derechos de los animales”. Me han entrado ganas de recordarle de dónde salen las
hamburguesas del König que tanto le gustan. Pero no se lo he dicho. Le he dado la
razón. Pobre bichito, que viva, que viva.
Y ha continuado con su blablabla y luego se ha ido al baño. Me he quedado
mirando el bicho que correteaba mesa arriba, mesa abajo. Y entonces me he puesto a
pensar en cuando la yaya me enseñaba a cazar moscas al vuelo y arrancarles la cabeza
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cuando aún estaban vivas y a aplastarla contra un papel para hacer un dibujito con la
sangre. La Yaya siempre me contaba que cuando ella era una niña no tenía lápices de
colores y que hacía dibujos así. Y me ha dado por pensar también en todas las moscas
que han pasado por mis manos y en que quizá sí que habían sufrido y chillado y
suplicado por su vida sólo porque yo quería hacer dibujos con sus diminutas cabezas.
No sabía muy bien cómo sentirme. Y entonces me he ido a encender un cigarrito y al
querer coger el mechero, he notado un “crac” debajo del pulgar. Un crujido muy
pequeño. Y me he mirado el dedo. Y era el bicho. Tenía el maldito bicho espachurrado
en el dedo. Me lo he limpiado en el pantalón antes de que viniera Sasha. No ha tardado
mucho en darse cuenta y preguntarme por él. Le he dicho que había salido volando.
Creo que ha sido una muerte rápida. Que al bichillo no le ha dado tiempo a gritar. O eso
espero.
Sábado, 14 de noviembre
Hoy es un día gris. El mundo se ha despertado sangriento. Sangrante. París llora. Todos
lloramos. Mamá no se ha apartado del teléfono en toda la mañana esperando noticias de
Cécil y Christophe. Están bien. El atentado ha sido en su calle y no pueden salir de casa.
Pero están bien y eso es lo importante. Mamá no para de repetirme qu’on va leur
montrer qu’on s’arrêtera pas de vivre à cause d’eux. Aunque no sé si nos queda otra
opción.
He pasado la tarde con Hache. Nos hemos encerrado en su cuarto, a oscuras.
Hemos hablado de la guerra. De la muerte. De lo que alguien puede hacer en nombre de
un dios. Luego hemos hecho el amor. Y nos hemos quedado en la cama. Mirándonos.
Abrazados. Creo que porque nos sentíamos muy tristes. Y también muy vivos.
5
Atalaiar
Jordi Tutusaus
Atalaiar. Quina troballa! La Neus en deia talear i no l’entenia. Jo volia anar a buscar
parrals per lligar les tomaqueres i mirava el bosc de l’obaga des de casa. Em preguntava
si les taques foques que veia eren avellaners dels quals pogués tallar unes branques. Què
talees?, va preguntar ella. Quina paraula tan bonica! La vaig desxifrar aquell vespre.
Volia dir observar el paisatge amb la mirada atenta, tractant de descobrir. Atalaiar,
algun dia la faré servir per escriure un conte.
6
Me’n recordo
Cosme Varela
Recordo que al final del carrer hi havia un brollador. Al barri tothom ho sabia. Quan em
preguntaven on vivia sempre responia al carrer de la font. Em descuido del nom oficial,
d’un cacic polític local.
Recordo que era més de mitja nit quan em van treure del llit. A casa hi havia
convidats que no volien perdre’s aquell fet històric. Jo tenia molta son. El televisor era
en blanc i negre. Un gran salt per a la humanitat. No vam sortir al pati a comprovar-ho.
Ni tampoc mai no se’ns va acudir pintar-la de colors, la lluna.
Recordo el barri: la merceria, la forneria, la lleteria, la barberia, el rellotger,
l’estanc, la farmàcia i la botiga de la Remei, un Spar. Sovint, quan hi torno, m’aturo
davant les persianes abaixades i recordo.
Recordo les fronteres del barri. Al nord, les dues escoles. A l’oest, l’ambulatori i
la caserna de la policia. Al sud, el mercat i la telefònica. A l’est, el bloc dels mestres i
les terres del pagès. Recordo que agafàvem un corriol per anar a l’altra banda, al centre.
«Baixo a ciutat» dèiem. La mare encara ho diu avui
Recordo l’àvia. Va morir el dia de Sant Joan. No ho he oblidat mai. Algun dia ho
faré.
Recordo la casa familiar. Se’ns va fer petita a mida que vam anar creixent. Ja
només hi queda la mare. S’ha fet gran.
Recordo que em vaig enamorar i no ho vaig dir. Cinc anys després el despit. Tot
just tenia catorze anys. Ara ja ho he dit.
Recordo el portal de casa amb el porxo, el xiprer i el banc de pedra. Les nits
d’estiu preníem la fresca al carrer. De mica en mica tots els veïns van anar posant barris
als portals. El de casa va ser l’últim. No vam tornar a sortir al carrer. No calia. Només hi
quedaven els pares, a casa.
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Recordo que el món era en blanc i negre. Anàvem a l’escola amb la bata de
ratlles, verticals, blanques i negres. Els mestres escrivien amb guixos a les pissarres,
blanc sobre negre. Nosaltres ho copiàvem tot a l’inrevés, amb llapis i paper, negre sobre
blanc. També hi havia grisos, però eren a fora, uniformats. I al carrer, no m’hi deixaven
sortir, a casa teníem pati. Quan jugàvem a soldats, indis i cowboys, ningú volia els
confederats, vestien de gris.
Recordo que des del terrat es veia el mar. La mare estenia la roba i xerrava amb
les veïnes. El boom immobiliari ens tapà la vista. La mare ja no hi puja, no té amb qui
parlar. Les veïnes ja no hi són. Ningú ja no estén la roba als terrats.
Recordo el cirerer, al mig del pati. La mare el mimava quan borronava. Més tard
ens hi deixava enfilar. Érem feliços collint cireres. La mare, també; però, això va ser
abans de les obres de casa i de la tala dels arbres. Vam créixer. Més tard el pare va
plantar la magnòlia. La mare hi pujava els néts amb gran joia. També s’han fet grans. La
mare, però, encara en cull les flors i les posa en un pitxer. Penso que recorda.
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