NOBLEZA NAVARRA. LEYENDA HISTÓRICA

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NOBLEZA
LEYENDA
NAVARRA.
HISTÓRICA.
INTRODUCCION.
(1)
Roma, la ciudad eterna,
Roma, la ciudad sagrada,
Que de todas las edades
Sublimes recuerdos guardas;
Roma, Señora del Orbe
Cuando eras republicana,
Y despues al Orbe entero
Con tus Césares infausta;
Otra gloria más brillante
Que tu grandeza pagana,
Otra gloria más excelsa
El cielo te reservaba,
Eligiéndote por trono
De la religion cristiana,
Y cambiando el férreo cetro
Que tu mano ensangrentaba,
Por otro cetro de amor
Cuyo imperio son las almas.
Pero, de Dios los designios
Que al humano juicio escapan,
Fueron, quizá, no gozases,
Sin dolor, ventura tanta;
Ni te librases tampoco
De la universal batalla:
Hasta el victorioso instante
Que ha de fijar Su palabra;
Cuando ya el reló del tiempo
Marque la hora en que este acaba;
Y lo que es polvo en el inundo
Torne otra vez á la nada,
Y lo que es de Dios imágen
Vuele al mundo de las almas.
Por eso, Roma, sufriste
(1) El argumento de esta Leyenda no es de pura inventiva: el hecho á que se refiere consta
en los Anales de Navarra, escritos por el P. Aleson, continuador del P Moret.
Revista Euskara —I.
5
—34—
De aquellas hordas tiranas,
Que Alaríco y que Totila
Feroces
acaudillaban,
Los bárbaros atentados,
El saqueo y la matanza:
Por eso tambien un Carlos.
Quinto, y primero en España,
Cuya corona ceñia
Con la imperial alemana,
Te hizo, Roma, sucumbir
Al extrago de sus armas;
Cuando un duque de Borbon
Sobre tí el furor saciaba,
Y una soldadesca impía,
Codiciosa é inhumana,
Tus templos entraba á saco,
Tus Prelados degollaba,
Al Pontífice prendia,
Y, en la tumba profanada
De loa mártires sagrados,
Su rencor ejercitaba;
Y, desalmada y lasciva,
Hasta en las vírgenes santas
Del Señor, con vil torpeza,
Repugnante se ensañaba,
Sin respetar los fulgores
De su aureola pura y casta.
Y eran, Roma, ¡Qué dolor!
Aquellas armas ¡Cristianas!
¡Y en escudos y banderas,
Aquellas tropas llevaban,
(Y hasta en los petos) la cruz
De Jesucristo grabada!
Pero, tambien quiso el cielo,
En medio de angustia tanta,
Para eterna y limpia gloria
De la noble tierra euskara,
Que un capitan valeroso,
Navarro de antigua raza,
En momentos tan solemnes
Su hidalga sangre mostrara;
Como á relataros voy,
Si mi musa, ya cansada,
Quiere sacudr el sueño
Que ha muchos años la embarga,
Para ayudarme á cantar
Este timbre de Navarra.
I.
Estela.
Un palacio magestuoso,
De jardines rodeado,
—35—
Que el Tíber baña amoroso,
Guarda un tesoro precioso,
Poco ménos que ignorado:
Guarda un ángel escondido,
Guarda una flor delicada,
Que de él casi no ha salido;
Ave, que, en desierto nido,
Vive del mundo olvidada.
Llámase el ángel, Estela,
Nombre de dulce consuelo;
Pues la condicion revela
De un alma, que ardiente vuela
A las regiones del cielo;
Pero su padre, que mira
Las realidades terrenas,
Acongojado suspira,
Que su cariño le inspira
Cruel temor de amargas penas.
El tiempo no corre en vano;
Vé á Estela en el aislamiento,
Sabe que el mundo es villano,
Y sólo piensa el anciano
De su hija en el casamiento:
Mil veces Pietro intentó
Que su Estela se casara,
Pero nada consiguió:
Estela siempre rogó
Que de bodas no la hablara;
Y eso que, los pretendientes
Codiciosos de su mano,
Fueron, todos, excelentes,
Todos los más eminentes
Del patriciado romano;
Aunque ninguno llegaba
A la sublime ilusion
Que por su mente vagaba;
Ilusion con que soñaba,
Sin saberlo, el corazon.
Alma delicada y pura
Anónimo amor sentia;
Amor de la criatura,
Que busca amor en la altura
Donde el sol derrama el dia;
Amor guardaba en su seno
Pues todo lo noble amaba;
Amaba todo lo bueno,
Y, ni un átomo: de cieno
Mundano, la salpicaba.
En sublime aspiracion
Su ventura era infinita,
Soñando otro corazon
Digno de aquella pasion
Que en su corazon palpita.
Y han los años transcurrido,
Y sigue incasable Estela,
Y Pietro sigue afligido;
—36—
Porque nada ha conseguido
Y el tiempo corre que vuela.
II.
Horror y
nobleza.
Pero ..... ¿qué estruendo aterrador atruena
El tranquilo palacio,
Y con gemidos llena
De la noble mansion el ancho espacio?
¿Es que, de nuevo, las germanas hordas
A la clemencia sordas,
El averno vomita,
Y furioso, Luzbel, la precipita,
Para anegar en llanto, luto y pena
La capital sagrada
Reducida á despojo de su espada?
Los que hieren airados,
Del rey-emperador, de Carlos quinto,
Primero de Castilla, son soldados;
El duque de Borbon sus haces guia
Con destructor instinto,
A que, en su furia impía,
Ensangrienten ¡oh Roma! tu recinto.
En vano, Pietro, la cobarde gente
De italianos criados
Quiere oponer al bárbaro torrente
De feroces tudascos, que, irritados,
Ya penetran de Estela á la presencia,
Respirando la muerte y la violencia.
Al comprender tal peligro,
La desventurada Estela,
Antes que ser deshonrada
Prefiere mirarse muerta.
Arranca á Pietro el puñal
Que en su mano izquierda tiembla,
Miéntras que la espada blande
En su ya cansada diestra,
Intentando de su hija
Una imposible defensa;
Y la punta del puñal
A su blanco seno asesta,
Cuando ....., repartiendo tajos
A aquella turba tudesca,
Un capitan español
Arrogante se presenta?
Y á todos los acorrala,
—37—
Delante de si los lleva
Y ¡á todos! hace rodar
Del palacio la escalera.
Era el capitan Berrozpe,
Hijo digno de Tudela,
Capitan de infantería
Que en orden su tropa lleva,
Y á la sazon, desfilando
Ante el palacio de Estela.
Oyó, dentro, la algazara
De salvaje soldadesca;
Atravesó los umbrales,
Dejando su tropa fuera,
Al alférez previniendo
Quedaba con cargo de ella,
Y lanzóse, valeroso,
Él sólo, por la escalera,
Acudiendo tan á punto,
Que, si á tal punto no llega.
Irreparable era ya
Una catástrofe horrenda.
De hinojos, el noble Pietro,
Besar de Berrozpe intenta
La hidalga esforzada mano,
Que honor y vida de Estela
Defendíó con tal denuedo;
Pero Berrozpe no deja
Que el noble anciano le muestre
Gratitud de tal manera;
En sus brazos le levanta,
Y destoca la cabeza,
Ante la digna hermosura,
Transfigurada, de Estela.
Hubo, entónces, un momento
De ternura y de grandeza:
Estela á Berrozpe mira,
Berrozpe á Estela contempla,
Y, Pietro, creyendo hallar.
En ámbas miradas tiernas,
Algo que puede librarle
De sus paternales penas,
Aliviándole la guarda,
Difícil, de una doncella,
Sobre todo en tales tiempos
De tumultos y de guerra,
A la vez que impresionado
Por aquella hidalga escena,
Que muestra del capitan
La noble naturaleza;
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Súbito el silencio rompe,
Y de este modo se expresa:
—Señor, á pagar no alcanzo,
Con vida ni con hacienda,
Accion tan noble y bizarra,
Tan grande como la vuestra:
Salvasteis la honra y la vida
De mi idolatrada Estela,
Hija única á quien adoro
Con idolatría ciega.
Si vos.....
—Callad, buen anciano,
Interrumpe el de Tudela,
Lo que tanto ponderais
Es natural en mi tierra,
Y no acostumbra un navarro
A reclamar recompensa,
Cuando ha llenado el deber
Que le impone su nobleza:
Abajo, una compañía
A mi voz está dispuesta;
Si aceptais nuestra custodia
Haré trasponga la puerta
Y en el palacio se aloje
Proveyendo á su defensa:
Navarros y aragoneses
Son los soldados que cuenta,
De Aragon las fuertes barras
Os servirán de cancela,
Y si algun tudesco osára
Llegar de las barras cerca,
Del escudo de Navarra
Le amarrarán las cadenas:
Con Navarra y Aragon
Unidos, no hay quien se atreva,
Ni en Roma, ni en toda Italia,
Ni en los mares, ni en la tierra.
¡Mirad si estarán guardados
Honor y vida de Estela!
Esto respondió Berrozpe,
Pero, al pronunciar, Estela,
Desmayó el valor bizarro,
Tornóse su faz de cera,
En su rostro retratóse
El dolor y la flaqueza,
Y el buen capitan Berrozpe
Desplomado cayó á tierra.
Acude Pietro afligido,
Conmovida acude Estela,
En socorro de Berrozpe.
Que difícilmente alienta;
Y notan una ancha herida
Que recibió en la refriega,
Para defender su honor,
El buen hijo de Tudela.
—39—
III.
El
capitan
Berrozpe.
No pienses, bella lectora,
Que es Berrozpe algun Don Juan
De esos que la gente adora,
Y con falso brillo dora
Acciones que grima dan.
No es el tipo desalmado
De ese cínico Tenório,
Por las musas disfrazado,
Con el ropage prestado,
De un esplendor ilusório.
Valeroso, nó maton,
Enamora, y no envilece;
Y es, siempre, su condicion,
Hablar con el corazon,
Cumplir todo lo que ofrece.
Más de una mujer amó,
(La verdad dígase aquí)
Pero á ninguna afrentó;
Y en todas portes dejó
Memoria grata de sí.
Esforzado en el combate,
Cuando la honra lo reclama
Sin que provocarle trate,
Su corazon tambien late
Y tambien su alma se inflama,
Por el tierno sentimiento
De dulcísima pasion;
Si ocupa su pensamiento
Un noble ser, alimento
Digno de su corazon:
Mil veces vió defraudado,
El buen Berrozpe, su amor
Sublime, puro, elevado;
Que mil veces ha encontrado,
En vez de oro, similor:
Cuando iluso imaginaba
Por su alma ardiente impelido,
Que otra alma igual adoraba,
Cuanto más él se elevaba
Ménos era comprendido:
Corriendo su vida, en tanto,
Como entre peñas un rio,
Entre error y desencanto;
Alternando en su quebranto
La indignacion y el hastío:
Este es Berrozpe, lectora,
Tú ya conoces á Estela;
¿Quién sabe si ámbos, ahora,
La ilusion encantadora
—40—
La ilusion que les desvela
Habrán de mirar cumplida?
¿Quién sabe si su ventura
A realizar les convida,
La aspiracion de su vida
Sublime, amorosa y pura?
En los mares del destino
Giramos con rumbo incierto,
Y algunas veces el sino,
Por rarísimo camino
Depara el ansiado puerto,
Donde place á Dios piadoso
Conceder á los mortales
Alguna trégua, un reposo,
Un oasis venturoso
Del mundo en los arenales.
IV.
Amor
callado.
Curóse pronto Berrozpe
Con el solícito esmero
De Pietro y la hermosa Estela;
Pero, en su amoroso pecho,
De otra herida más profunda
Sufrió golpe más certero:
Herida, que aunque no duele
Causa tal desasosiego,
Que es preferible la muerte
A sufrirle largo tiempo,
Sin tener algun vislumbre
De esperanza ó de remedio;
Pues, lo que hace del precito
Más horroroso el tormento
Es la memoria del bien,
Es el recuerdo de un cielo,
Que ya, por siempre, ha perdido
Sin ya esperar obtenerlo.
Berrozpe, por su fortuna,
Siente un instinto secreto,
Que le infunde confianza
Sin del todo comprenderlo;
Y para la dulce herida,
Que en su corazon se ha abierto,
Espera ha de hallarse bálsamo,
Sueña con algun consuelo,
Que ya, casi, experimenta
El navarro caballero,
Cuando los ojos de Estela,
En instantáneo momento,
Dejan llegar á los suyos
Una mirada de fuego,
Rápida, fugaz centella,
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Fulgor que ilumina un cielo;
Si bien de la hermosa Estela
El decoro es tan severo,
Que no deja adivinar
Del corazon el secreto;
El cariño que germina
De Estela en el casto seno,
Y responde al de Berrozpe
Delicado sentimiento,
Que empezó, sin saber cómo,
Y ha de mantenerse eterno,
Ya feliz, ya desgraciado,
Del buen Berrozpe en el pecho.
Así Estela, así Berrozpe
En el silencio siguieran,
Sin que jamás se atrevieran
A hacer comprender su amor;
Que Estela no ha de decirlo,
Es con evidencia claro;
Y de Berrozpe el reparo
Se funda en el pundonor:
Pues, habiéndola salvado
El bizarro caballero,
Con su sangre y con su acero
A gratitud la obligó;
Y no distingue, Berrozpe,
Si es mero agradecimiento
Algun tierno sentimiento,
Que en Estela sorprendió.
Pero Pietro, que á una y otro
Con ojos de padre observa,
El amoroso cariño
Pronto conoció en la bella,
Y la pasion que consume,
En silencio, al de Tudela:
El buen padre, alborozado,
Con delicada franqueza,
Entre una y otro medió
Y, de esta digna manera,
Al fin, Berrozpe su mano,
Por siempre, unió á la de Estela.
¡Feliz Berrozpe! ¡Estela afortunada!
¡Vuestra amante ilusion gozais cumplida!
¡Besa, Berrozpe, tu navarra espada
Que, sembrando la muerte, á tí dió vida!
Si en Roma quédas, de tu patria honrada
El sagrado recuerdo nunca olvida.
¡Que si el honor la dicha te ha logrado,
En Navarra ese honor has heredado!
SERAFIN OLAVE
Y
DIEZ.
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