El legado Obama Por Federmán Rodríguez M. (*) Uno de los más consolidados rituales del sistema político estadounidense ha sido el Discurso del Estado de la Unión. Aunque en teoría constituye tan solo un reporte que ofrece el presidente de los Estados Unidos al Congreso, siguiendo por demás unos esquemas más o menos predecibles, los mandatarios estadounidenses lo han usado con distintos propósitos, ya sea para cumplir el principio democrático de la rendición de cuentas, presentar las futuras iniciativas legislativas que fundamentarán su agenda en el próximo año o para precisar lo que debería ser reconocido como su legado por las futuras generaciones. Al tratarse de su último discurso sobre el estado de la Unión, el pronunciado el pasado martes por el presidente Barack Obama puede constituir un buen indicador sobre todo de lo que será –o lo que pretende que sea– el legado histórico de su administración. No obstante, en un momento de profunda división política y doctrinaria, quizás observada solo durante los mandatos de Abraham Lincoln y Franklin D. Roosevelt, es difícil llegar a un consenso sobre lo que efectivamente será el alcance de su legado, en especial si nos atenemos a los términos planteados por el mismo presidente en la noche del 12 de enero. ¿División partidista? No faltarán quienes, en especial los políticos y periodistas republicanos más recalcitrantes, acusen al presidente de ocultar con este discurso el hecho de que sus iniciativas, defendidas con vehemencia y quizá con reticencia, son la principal causa de la división irreconciliable en la que se halla el Congreso y en la que se encuentra atrapado el pueblo estadounidense. Para ellos, la posición del presidente en temas sensibles como el control de armas, la reforma migratoria, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la ampliación de la seguridad social, la acogida a los refugiados que huyen de la violencia en Medio Oriente o la lucha frente al denominado Estado Islámico, constituye en efecto el presunto estancamiento del debate político en Washington. Al mismo tiempo, ellos no serán capaces de reconocer lo que el presidente sostuvo con tanto orgullo: que recibió al país en una de sus peores crisis económicas desde la Gran Recesión y que hoy lo entrega en la senda del crecimiento económico, luego de denunciar el capitalismo salvaje de Wall Street, de disminuir el déficit fiscal y de fortalecer la industria energética y automotriz. Mucho menos reconocerán que el acuerdo nuclear con Irán y el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba pueden valorarse como triunfos definitivos de su política exterior. Más importante aún, la derecha estadounidense dispone de más elementos, después del martes, para seguir acusando al presidente de no aceptar con verdadero talante sus funciones como Comandante en Jefe, por cuanto no se ha comprometido plenamente con la estabilización de distintos teatros de operaciones, sean en Medio Oriente, el Norte de África o en la frontera entre Rusia y Europa. Es decir, para ellos el legado del presidente Obama será un país dividido resultado de un mandatario demagógico, dramáticamente liberal, débil internacionalmente y obsesionado con un estado ineficiente y más centralizado. ¿Esperanza nacional? De otra parte, justo después del discurso del martes ya empiezan a manifestarse voces encaminadas a destacar el hecho de que Obama lega a los estadounidenses la impronta de la esperanza, tal como lo advirtió su lema de campaña yes, we can. En esa noche, Obama no se limitó a presentar su agenda para el año que le queda, ni mucho menos se detuvo a señalar los objetivos cumplidos de su gestión. Ante todo, le habló al pueblo estadounidense sobre su capacidad para enfrentar el cambio y aprovechar las oportunidades como nación, considerando por demás que los Estados Unidos se han convertido en una nación vibrante que constituye un ejemplo para el mundo. De hecho, para las voces más optimistas, Obama ya habría contestado con acciones contundentes, durante estos siete años, las cuatro preguntas que él mismo sugirió a los estadounidenses para continuar transitando la senda de la esperanza, a saber: ¿cómo puede cada estadounidense ser integrado justamente en la economía del país?; ¿cómo puede aprovecharse la tecnología para solucionar asuntos apremiantes como el cambio climático?; ¿cómo puede Estados Unidos sentirse seguro y liderar al mundo sin llegar a ser su policía?; y ¿cómo pueden las políticas nacional y exterior de los Estados Unidos reflejar lo mejor del pueblo estadounidense? Para ellos, el legado del presidente Obama sería el de un país que ha logrado salir de la crisis económica, que ha estado a la vanguardia de la agenda mundial en materia de derechos humanos y civiles, y que ha logrado ejercer el liderazgo internacional inteligentemente, combinando estrategias coercitivas con el buen ejemplo. Lo cierto es que quizás ambas posturas podrían estar parcialmente equivocadas. Ni Obama ha sido el causante de la división política, ni tampoco ha sido un absoluto visionario. Es en este punto equidistante desde el cual la historia juzgará el legado que le presentó al mundo la noche del 12 de enero. Si bien sus iniciativas en los ámbitos migratorio, sanitario, financiero, de los derechos civiles y de la seguridad internacional generaron muchísima controversia en el Congreso, la verdad es que la polarización del país se encuentra asociada más a la creciente autodestrucción del Partido Republicano, cuyos líderes en medio del odio y del racismo no cesan de señalar que Barack Hussein Obama no representa los valores más arraigados de su nación. Al mismo tiempo, antes que ser valorado por la historia como un pionero, el presidente Obama será recordado por su capacidad para entender las transformaciones recientes en los ámbitos demográfico, económico y social de su pueblo, de sortear una de las peores crisis económicas de su país y de entender las limitaciones del poder estadounidense. Sin embargo, estas destrezas no deberían ser celebradas, sino exigidas como condiciones mínimas para gobernar a los Estados Unidos, lo cual ha sido el legado de muchos de sus antecesores. (*) Profesor de las Facultades de Ciencia Política y Gobierno y de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario. [email protected].