Homilia del Sr. Cardenal Arquebisbe de Barcelona, Dr. Lluís Martínez Sistach, en l’eucaristia amb motiu del cinquantenari de la revista “Phase”. Capella del Seminari Conciliar de Barcelona, 11 de febrer de 2011. Nos hemos reunido para conmemorar los 50 años de la revista “Phase”. Nuestra conmemoración empieza con la celebración más importante: la Eucaristía, muy conscientes que la liturgia es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza, como nos recuerda la constitución conciliar Sacrosanctum Concilium (cf. N. 10). Celebramos la Eucaristía para dar gracias a Dios por este acontecimiento, que lo es en realidad el hecho de mantener la existencia y actualidad y el buen servicio de una Revista durante cinco décadas. Hay que poner de relieve que el Centre de Pastoral Litúrgica y la revista “Phase” han realizado un trabajo muy serio y muy fecundo en la aplicación de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II en las diócesis y en las comunidades cristianas no solamente de nuestra archidiócesis de Barcelona, sino también de toda Catalunya, del resto de España, de América y de alguna manera del resto del mundo. El Señor suscitó a los iniciadores del Centre de Pastoral Litúrgica, entre ellos al querido Sr. Obispo Pere Tena, esta institución que ha prestado y continúa prestando un excelente servicio a la Iglesia en la pastoral litúrgica. Tendremos muy presentes en esta Eucaristía a todos los que han hecho posible este cincuentenario y que ya celebran la liturgia celestial. La misma Constitución sobre la liturgia pide que los que celebran la Eucaristía lo hagan con una participación consciente, piadosa y activa (cf. N. 48). Conmemoramos hoy la memoria de Nuestra Señora de Lourdes. El Evangelio que hemos escuchado nos habla de la presencia de María en las bodas de Caná. Se trata de una presencia con unas cualidades que pueden ayudarnos a participar, tal como nos pide la Constitución conciliar, en el banquete de la Nueva Alianza al que nos ha invitado el Señor. La presencia de María en aquel banquete nupcial fue una presencia amorosa. La llena de gracia, la concebida sin pecado original, amaba a aquellos esposos, a sus familiares y cuantos participaban en aquel banquete. Para celebrar debidamente la Cena del Señor se nos pide que amemos a Dios y a los hermanos y que estemos en paz con todos ellos. La Eucaristía es el sacramento del amor y alimenta y fortalece nuestro amor no solamente a cuantos celebramos la Eucaristía sino también a todos los hombres y mujeres de la humanidad, pero especialmente los que tenemos cerca de nosotros. La presencia de María fue una presencia atenta a cuanto sucedía a su alrededor. Ella no estaba encerrada en sí misma, interesada solamente por un grupo, sino que tenía un corazón abierto a todos para amarlos, interesarse por ellos y para ayudarles en sus necesidades, lo propio de una madre que por voluntad de Jesús es Madre de todos. Así, María se dio cuenta de que aquellos esposos tenían un problema, faltaba vino para terminar bien el banquete. María, atenta, se percató de esta dificultad. Para celebrar la Eucaristía debidamente se nos pide que nuestro amor esté atento a todas las necesidades y realidades de nuestros hermanos, de nuestra comunidad, de nuestra Iglesia diocesana, de la Iglesia una y única de Cristo. Porque conmemoramos la muerte y resurrección del Señor para la salvación del género humano. La presencia de María fue una presencia solidaria. Podía pensar que era sólo una invitada y que aquel problema no era su problema, sino el de aquellos esposos. Pero María, fruto de su amor, se sentía muy solidaria de aquellos nuevos esposos y consideró que aquella dificultad que tenían era también suya. La participación en la Eucaristía nos pide que nos sintamos solidarios de las dificultades, de las necesidades y de los problemas de nuestros hermanos. Si bien hemos de respetar la libertad de los demás, no por ello dejamos de ser sociables y por tanto solidarios mutuamente. Si esto es así por el sólo hecho de nuestra naturaleza humana creada por Dios, lo es también y mucho más por la redención que el Señor nos ha ofrecido, que es profundamente comunitaria. La Lumen gentium nos recuerda que Dios “quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera en verdad y le sirviera con una vida santa” (N. 9). Para participar en la Eucaristía se nos pide que seamos solidarios con las alegrías y las penas, con las dificultades y sufrimientos de nuestros hermanos, como expresión de nuestro amor hacia ellos. Y la presencia de María fue una presencia de fe. María creía que el Hijo de sus entrañas virginales era Dios y hombre y que ante aquella dificultad de aquellos esposos, Jesús podía ofrecer la solución milagrosa. Por ello, hemos escuchado en el evangelio que acudió a Jesús y le pidió este favor. No se trataba de un comentario exponiéndole que se acababa el vino. Se trataba de una auténtica petición, como se desprende la respuesta de Jesús: “Todavía no ha llegado mi hora”. Pero el amor y la fe de María fuerzan aquella hora y consigue que el Señor la avance. La participació en el banquet de l’Eucaristia ens demana que la nostra presència en el món, allà on estiguem, sigui una presència de fe, com la de la Mare de Déu. Creure que Déu estima la humanitat i que està interessat en què la seva creació arribi a terme i que intervé per tal que això s’assoleixi. Participant en l’Eucaristia, ens cal donar gràcies a Déu per la seva presència misericordiosa i provident en el món, en les nostres vides, però també ens cal presentar al Senyor les nostres peticions com ho va fer Maria. Peticions per les necessitats espirituals, evangelitzadores, pastorals, però també per les necessitats materials. El”no tenen vi” era una necessitat real i material que incidia en un moment molt important per a aquells esposos. I Jesús avança la seva hora i converteix l’aigua en el millor vi del banquet. Tanmateix, el “no tenen vi” és indicatiu de totes les necessitats, sofriments i dificultats nostres i dels nostres germans. + Lluís Martínez Sistach Cardenal Arquebisbe de Barcelona