Jeison, el hombre que rompió las barreras de la parálisis cerebral La vida no es de años, ni de meses, ni siquiera de días. Se trata de segundos. Para darle un ejemplo, yo iba a nacer normalmente, como cualquiera de ustedes, pero me demoré unos segundos más y me faltó oxígeno. Resultado: tengo parálisis cerebral, una condición por la que no puedo hacer bien tres cosas que para los demás son muy sencillas: caminar, hablar y mover los brazos. Si tenemos claro eso nos damos cuenta de que debemos valorar cada momento y dejar de amargarnos por cosas que no valen la pena. Quien habla es Jeison Aristizábal, un hombre que arranca cualquier conversación con una sonrisa y que no duda en declararse inmensamente feliz. Para comenzar esta historia por el final hay que contar que este caleño de 32 años llegó a esta entrevista manejando su carro, que está en octavo semestre de derecho en la Universidad Santiago de Cali, que recibió la Cruz de Caballero por parte del Congreso de Colombia y que tiene una fundación para niños discapacitados en la que atiende a 480 personas de Aguablanca, dándoles terapia, educación y alimentación. Secreto 1: Agradecer ¿Por qué mi niño no puede caminar ni gatear teniendo año y medio? Con esa pregunta en el bolsillo doña María Emilia, la madre de Jeison, empieza a tocar todas las puertas que puede. La respuesta le llegó acompañada de un latigazo. -El neurólogo le dice a mi mamá: es parálisis cerebral, una discapacidad severa. Cómprele a su hijo una cajita de embetunar zapatos, siéntelo en la puerta de la casa y póngalo a practicar. Eso es para lo que va a servir. Ella, como buena mamá, empieza a luchar contra el diagnóstico. La vida se le complicó. Durante esa lucha matan a mi papá y ella queda sola, con cuatro hijos. Nos cuenta mucho la historia de las Ferias de Cali, a las que se iba con los cuatro peladitos y una carpa para ponerlos a dormir mientras vendía licor. Años después la vida le da un nuevo esposo, un hombre excepcional, que permite que ella se dedique a mi salud. Obstinada, como es, contra todos los consejos, la mujer metió al muchacho a estudiar a una escuela “común y corriente”. -Y preciso, el primer día de clase, mamadera de gallo fija: “¡Jeison está borracho!”, me decían. Y me tenía que aguantar a 20 niños detrás de mí preguntándome por qué hablaba así, por qué caminaba así. La historia de la montadera terminó en que me convertí en el personero del colegio, creé la banda marcial y la emisora. Cuenta Jeison que la vida se le enreda otra vez cuando empieza un calvario de operaciones para ponerle platinas en los pies, porque su condición estaba empeorando, lo que implicaba mucho dolor y estar un mes en cama sin poderse mover, más dos meses en silla de ruedas y tres de terapia. Esto se repetía cada año. -Allí me di cuenta de lo maravilloso que era poder levantarse uno mismo de la cama. Hoy, cada mañana que puedo hacerlo se lo agradezco a Dios, porque es un regalo. Moverse y solo, se volvió un reto. Por eso, teniendo 12 años, le dedicaba todas las tardes a aprender a montar bicicleta, haciendo oídos sordos a quienes le decían que él qué iba poder, si ni equilibrio tenía. Con doble saco y doble pantalón para amortiguar las caídas y llevando honroso el remoquete de ‘cholado’ (porque mantenía raspado), aprendió. Entonces, el mundo y las calles de Aguablanca fueron suyas. Andándolas fue que se topó con la historia que le cambiaría la vida. Secreto 2: Dar -Vaya a aquella casa que allí hay un niño como usted, me dijeron. Por esa época andaba yo con ‘crisis existencial’ porque mis hermanos tenían novia y yo no, las muchachas me huían. Me fui a buscar al pelado. Encuentro a un niño que creció en una cama, al que nunca sacaban ni a ver la luz del día y eso me marcó. ¡Yo tenía lo mismo y sí podía salir! En esa época yo había entrado a estudiar locución (sí, algo también contra todos los pronósticos, hablo feo y soy feo), pero lo hice y era muy bueno en redacción. Narraba partidos y todo. Entonces, le pido a Carolina Bohórquez, una compañera con la que estudiaba, que me deje sacar en el periódico en el que ella trabajaba dos líneas solicitando una silla de ruedas regalada. Y así fue. Una vez conseguimos la silla para ese muchacho se riega el cuento en el barrio de que “Jeison consigue sillas de ruedas”. Cuando menos pensé tenía 20 casos y empiezo a conocer la realidad y era que a los niños discapacitados de barrios como el mío los dejaban toda la vida en una cama. Eso fue un golpe al alma. Con ese grupo un día armamos un paseo, eran muchachos que a duras penas habían salido de sus casas, así que ver la ciudad fue todo un descubrimiento. Los llevé al estadio, a ver ganar al América (cuando se podía...), al Parque de las Banderas, a la estatua de Sebastián de Belalcázar. Un día, una mamá me dice que quiere que su niño camine, como yo lo hice, que por qué no les conseguíamos terapias. Y sí señor, les pedí a mis papás el garaje de la casa, conseguí una pelota, una colchoneta y una estudiante de fisioterapia. Así comenzamos y en una semana ya eran 50 niños. Luego conocimos las historias de los papás de los chicos, que decían que un niño con discapacidad era un castigo de Dios, por lo que teníamos que conseguir un sicólogo para que les quitara esa idea absurda de la cabeza. Me tocó pedir un cuarto más para el consultorio de sicología, arrinconé a mis papás, nos tomamos casi toda la casa, pues ya eran 150 niños. Secreto 3: Soñar Tan apretados como estaban, el anhelo de una casa se convirtió en una obsesión para Jeison. Entonces, como mandada a hacer resultó una convocatoria del Canal Caracol con el programa ‘Tengo una ilusión’. -La carta con la que me postulé se llamaba ‘Cadena de sueños’ y contaba cómo todo empezó con una silla de ruedas, luego otra, luego otra. Nunca paramos de soñar y ahora nuestro sueño era una casa. Fue un deseo cumplido, pues le dieron la casa y allí empezó a acomodar “como Dios manda” a su fundación Asodisvalle (Asociación de Discapacitados del Valle). Hoy tiene cinco viviendas que ha ido uniendo y construyendo (tienen cuatro pisos). Donaciones, rifas, venta de libros y la generosidad de muchos amigos han llevado su obra hasta este punto. Como los sueños no tienen límites, Jeison ha seguido deseando y haciendo: muchos de sus niños están en clases de equinoterapia (lo que también consiguió como un voluntariado con el Club Hípico de Colombia) y ahora está trabajando con sus muchachos en proyectos productivos. En una casa cercana a la fundación está montando una panadería donde los jóvenes aprenden un oficio, se sienten valiosos y producen unos deliciosos buñuelos para las tardes del barrio. Tiene equipo de fútbol, de natación, niños equitadores, chicos con grupo de baile, otros que cantan y hasta banda musical. Son niños que ya no están creciendo en sus camas, encerrados en sus casas. Soñar, sentencia, ha valido la pena. El nuevo episodio de esta historia consiste, justamente, en contarla. Desde hace un año, Jeison recorre el país con distintas empresas que lo invitan para dictar la charla ‘Tres secretos para ser feliz’. Además de compartir sus experiencias, eso le permite recaudar fondos para sostener la fundación. -¿Qué le hace falta a usted para ser feliz? Con esa pregunta arranco la charla siempre y la respuesta es muy sencilla: usted lo tiene todo, con seguridad tiene mucho más de lo que le falta. Mire, la gente no es feliz porque todo el tiempo está pensando en lo que no hay, en lo que tiene el otro. Muchos dicen ¿Jeison será feliz así como es? Hombre, claro que sí, soy un tipo feliz. Según un médico yo iba a embolar zapatos y míreme. El día que me pusieron la medalla de la Cruz de Caballero en el Congreso estaba muy nervioso, pero ese día entendí algo: no tenía que preguntarme por qué yo era así sino para qué era así. Dios me estaba dando la oportunidad de contarle a la gente que la vida es bonita, que hay que ayudar. Y así, el futuro abogado resume en tres palabras los secretos de la felicidad: Agradecer, dar y soñar. -Claro, recetas mágicas no hay. Lo único que puedo decirle es que, por lo menos a mí, esa fórmula sí me ha funcionado. Diario El País, 20 de Septiembre de 2015. Página A16