La relación entre la apropiación subjetiva y los derechos reproductivos y sexuales*. Marta Rivas Zivy** Los derechos reproductivos y sexuales han sido una plataforma social y política del feminismo y del movimiento de mujeres que se ha internacionalizado y unificado en torno a exigir mejores condiciones de vida para las mujeres. En estos derechos se expresa con gran intensidad la inequidad genérica, las exclusiones étnicas, las desigualdades de estratos sociales, así como la violencia familiar, social e institucional y su inaccesibilidad para que las mujeres puedan ejercerlos cotidianamente como parte de su salud y bienestar. Debemos recordar que la reproducción se ha centrado en la persona de las mujeres en tanto madres y la sexualidad ha sido, con frecuencia, un lugar de violencia y oprobio para las mismas. Aunque existía la demanda de ampliar las respuestas institucionales para dar respuesta a las exigencias de las mujeres en torno al derecho de decidir sobre la reproducción, es hasta 1994 en la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo de El Cairo que este campo de relaciones y prácticas estuvo consignado como parte de los Derechos Humanos y que se incorpora, de una u otra manera, a la normatividad mexicana. Sin embargo, el caso de la sexualidad ha tenido una suerte distinta porque a la fecha se debate su reconocimiento público entre sectores progresistas y la Iglesia que insiste en restringirla a la intimidad familiar. En este caso ha sido en el ámbito internacional en el que ha cobrado concreción en los documentos oficiales de la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer (Beijín, 1995). Los derechos sexuales y reproductivos ligados a los Derechos Fundamentales mantienen un sentido de aspiración y exigencia y son un espacio para inscribir nuevas necesidades detectadas por las mujeres en razón de los cambios y transformaciones que se suscitan y por las apreciaciones que hagan de sus condiciones a lo largo de su vida. Desde esta perspectiva, estos derechos plantean no sólo la defensa del ser humano en cuanto a sus necesidades explícitas o la coerción e indiferencia sobre las mismas, sino a su potencialidad de desarrollo. A través de su exigencia se ha podido insistir en el rezago social, cultural, político, de salud, educativo, económico, etc., en el que se encuentran una gran mayoría de mujeres en el mundo. La tarea de ejercerlos y satisfacerlos reclama de la organización colectiva que construya voces y prácticas alternativas para impulsarlos y ampliarlos. Pero simultáneo a la creación de demandas colectivas es necesario el trabajo individual que permita que cualquier mujer en México desarrolle un sentido de apropiación personal de los mismos, es decir, reconocerlos y autorizarse a ejercerlos, lo cual implica una transformación subjetiva de autoreconocimiento de su existencia (Rivas, Amuchástegui y Ortiz-Ortega, 1999: 345), la reflexión sobre su propia persona, así como un concepto de ciudadanía que pasa por la necesidad de construir el derecho a tener derechos. Para la cabal comprensión de la noción de apropiación se requiere de un cambio de mirada en la concepción del sujeto: el pasaje de la idea del individuo aislado librado a sus naturales capacidades frente al estado, o como entidad indivisible dueña de su conciencia y voluntad, siempre idéntica a sí misma y por tanto sin historia; a la perspectiva de un sujeto que se constituye dentro de los límites de la trama de relaciones sociales y de poder pero con potencial para la autonomía y cuya existencia se crea dentro de los vínculos intersubjetivos compartiendo los significados de la colectividad. * Artículo publicado en: Genérica; Número 5, marzo de 2004. Profesora. Investigadora del Departamento de Educación y Comunicación de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco. Consultora del Population Council. 1993-1995. Integrante del Programa de Salud Reproductiva y Sociedad de El Colegio de México. ** La apropiación de los derechos, como proceso de autorización individual, siempre está formulada con relación a la ubicación que la persona mantiene con los demás. El desprecio o indiferencia que las mujeres en México siguen padeciendo con relación a la procreación y la sexualidad por parte de cónyuges, padres, familiares, compañeros de trabajo y prestadores de servicio frenan y niegan consistentemente su potencial de autoreconocimiento y autonomía e invalidan, en muchos casos, los esfuerzos por resistir tales condiciones. La idea del sujeto que se recrea constantemente implica la presencia de los otros. En conjunto puede aspirar a la creación de valores éticos que promuevan la responsabilidad de sí mismo y desarrolle su capacidad de gestión y negociación frente a los otros. Este sujeto con potencial de exigibilidad de sus derechos que se apropie de sus condiciones y desee transformarlas, que se autorice una voz en el conjunto social, no sólo requiere de condiciones macro sociales que den cabida a sus demandas, sino transitar un proceso personal y colectivo en el que su sí mismo, condición última de la subjetividad, pueda desarrollarse y alentarse. De esta manera, el cuerpo, la razón, la cognición, la conciencia, la voluntad, la creación, las percepciones, sensaciones, afectos, los deseos, las fantasías, las destrezas, el placer, el gusto, etc., son parte de este sí mismo interior que puede parodiar la subjetividad y que requieren de desarrollo de expansión. Ahora bien, la subjetividad se expresa tanto en las formas singulares en que cada sujeto interpreta e incorpora estás condiciones y vínculos, como en las creaciones colectivas que hablan de la imaginación de un grupo, de la voluntad de un conjunto social, de los significados de las instituciones, de la pasión y subversión de algunos movimientos sociales, del despliegue del arte y hasta de la desesperanza y la anomia. La subjetividad no es un resultado fijo sino la expresión de éstas múltiples condiciones que se sintetizan en los sujetos individuales y colectivos. La subjetividad en su evidencia social puede pensarse como “procesos de creación de sentidos instituidos y sostenidos por formaciones colectivas” (Mier, 1998: 27 cfr. Baz, 1998).