Die Zauberflöte en París Ópera en Francia por Suzanne Daumann Abril 30. A pesar de su libreto un tanto confuso, La flauta mágica de Mozart es una de las óperas favoritas del público. Y es que su mensaje universal está en su hermosa música. Para esta coproducción de 2014 con el Festspielhaus Baden-Baden, Robert Carsen va más allá del simbolismo masónico y usa símbolos de la psicología moderna. Las escenografías imaginadas por Michael Levine son más simples, sobrias y efectivas: sobre el telón de fondo se proyecta un bosque de abedules a través de las estaciones, que nos recuerda que la ópera tiene que ver con la naturaleza, particularmente con la naturaleza humana. Sobre el escenario aparecen tres tumbas abiertas. De una de ellas emerge Tamino. No necesitamos traducción: comprendemos que el personaje está naciendo a la vida desde la muerte, que son la misma cosa. Por eso, en las pruebas del acto II, una tumba representa al templo, alrededor del cual hay varios féretros. Los vestuarios de Petra Reinhardt enfatizan la claridad de la escena: Tamino viste un sencillo traje blanco, y Pamina un sencillo vestido blanco. Ambos están descalzos: es la inocencia que aspira a la iluminación. Charles Rice (Onegin) y Gelena Gaskarova (Tatiana) Foto: Jef Rabillon Eugene Onegin en Angers-Nantes Mayo 21. Para su puesta en escena de 1997 que la Ópera AngersNantes afortunadamente ha resucitado en esta temporada, Alain Garichot hizo suyas las palabras del propio Piotr Ilich Chaikovski en una carta de 1877: “Quiero una escenografía sin lujos pero que se atenga estrictamente a la época, y los vestuarios absolutamente tienen que ser de la época en que transcurre la acción (la década de 1820).” La escenografía de Elsa Pavanel, en efecto, carece de lujos. Está salpicada con troncos desnudos de árboles, como a la deriva, que simbolizan la naturaleza y la campiña de los actos I y II, pero también la implacabilidad del tiempo que pasa y del drama que viene. Un trasfondo azul, iluminación hábil, unos cuantos muebles, y eso es todo. Los hermosos vestuarios de Claude Masson identifican a los personajes: Eugene Onegin se ve muy elegante en su casaca, botas y pantalones de montar: todo un caballero rural, arrogante y displicente. El barítono Charles Rice lo encarnó con convicción. Junto a él, el poeta Lensky se ve simplemente correcto, en su traje negro ligeramente arrugado, y el tenor Suren Maksutov lo abordó con profundidad y sensibilidad. En cuanto las mujeres, la nodriza Filipievna, interpretada por la excelente mezzosoprano Stefania Toczyska, se distingue de las señoras de la casa por su boneta y discreto vestido, en varias tonalidades de beige. Las damas Larina aparecen primero en sencillos vestidos de campo, y después en elegantes vestidos de gala. Gelena Gaskarova, soprano, encarnó a Tatiana con una voz generosa e incandescente. La notable contralto Claudia Huckle le dio vida y voz a Olga. La mezzosoprano Diana Montague también estuvo muy bien en el rol de Madame Larina. El acto III se lleva a cabo sobre un escenario vacío, frente a una enorme proyección de la Luna. Aquí nos encontramos con el príncipe Gremin, marido de Tatiana, interpretado por Oleg Tsibulko con una fina voz de bajo, de terciopelo oscuro. Igualmente sencillos son los vestuarios de los sacerdotes y la Reina de la noche: sólo que negros. Papageno y Papagena, en cambio, visten distinto: no con las tradicionales plumas de estos personajes-pájaro, sino que están vestidos como de campamento, con sus mochilas y sacos de dormir, que simbolizan el amor a la libertad, el rechazo al conformismo, una vida cerca de los elementos. Me pareció genial que los tres niños —cuales “mini-me”— aparecen vestidos igual. Representan los diferentes aspectos del alma humana: Tamino y Pamina, nuestro lado espiritual; Papageno y Papagena, nuestro lado carnal: nuestra necesidad de alimento, sexo y procreación. Sarastro y la Reina de la noche representan las fuerzas externas que nos guían: los conceptos del Bien y el Mal están entrelazados, como el Ying y Yang. El mensaje de Carsen, su interpretación del libreto de Emmanuel Schikaneder, pues, es claro: simboliza nuestros miedos, fantasmas y demonios, que deben ser vencidos para que podamos ser libres. Musicalmente, sin embargo, la función tuvo algunos problemas. Aunque Constantin Trinks dirigió a la orquesta impecablemente y con atención, faltó por así decirlo el fuego sagrado, faltó la magia que hace que la música de Mozart cobre vida y trascienda. La Pamina de Jacquelyn Wagner fue adorable en su inocencia, y su voz es rica y generosa. Mauro Peter, con una cálida y natural voz tenoril, fue un Tamino un tanto naïf, especialmente junto al Papageno de Edwin Crossley-Mercer, un sinvergüenza encantador, y cuando descubre a su Papagena (Elisabeth Schwarz), la pareja se vuelve ingeniosa y ocurrente. La interpretación de la Reina de la noche, en voz de Jane Archibald, fue de manual, y el Sarastro de Ante Jerkunica, con su bajo aterciopelado, fue amable y digno. o Mauro Peter (Tamino) y Jacquelyn Wagner (Pamina) Foto: Elisa Haberer La música agridulce de Chaikovski fue interpretada con discreción y sutileza por el concertador Łukasz Borovicz al frente de la orquesta y coro de la casa. julio-agosto 2015 pro ópera