Los caminos de la persuasión

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VII. LOS CAMINOS DE LA
PERSUASIÓN
Greimas establecía una distinción de partida entre “hacer
informativo” y “hacer persuasivo”, donde la información quedaría definida en términos cercanos a la medida de la entropía, definición propuesta por Shannon y Weaver, como una
equipotencialidad discursiva: “El hacer informativo (opuesto
al hacer persuasivo / interpretativo que modaliza la comunicación del objeto-saber) concierne a la simple transferencia
del objeto-saber” (Greimas-Courtés, 1979: 221). Mientras que
el “hacer persuasivo” es definido como “una de las formas del
hacer cognoscitivo … ligado a la instancia de la enunciación
y consiste en la convocación por parte del enunciador, de todo tipo de modalidades para hacer aceptar al enunciatario, el
contrato enunciativo propuesto y, de este modo, volver eficaz
la comunicación, el análisis discursivo debería poder distinguir
sin mayor dificultad diferentes formas de discursos persuasivos: tanto los que se dan como tales (discursos de convicción
y de manipulación) como los que muestran otro enfoque (la
búsqueda o la comunicación del saber, por ejemplo) que, sin
embargo, implican —inscritos de manera más o menos explícita programas narrativos de persuasión, junto con los modelos
de creer y actuar (discursos científicos o didácticos) o los que
incluyen en forma de enunciaciones enunciadas, secuencias
persuasivas más o menos autónomas” (Greimas-Courtés, 1979:
304). La “manipulación” es considerada como un tipo específico de persuasión, que trata de provocar el hacer del otro. Ese
“otro” ha de ser considerado no una hoja en blanco sino un
palimpsesto de pleno derecho.
La consideración del tipo de mediaciones psicológicas que
un receptor generador de sentido a título individual —con las
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Teoría de la Comunicación Mediática
limitaciones que todo psicologismo conlleva, puesto que el sentido generado a este título es solo una parte de la producción
global de sentido por parte de un receptor dotado de ciertas
competencias— puede introducir en el proceso de comunicación
representaron la incursión de la psicología en el ámbito de la
comunicación y la introducción así mismo del método experimental como instrumento de verificación y de descubrimiento.
El concepto mismo de “persuasión” implica un trabajo sobre
el destinatario, y por lo tanto la anulación de las “defensas”
que se le suponen y que impedirían la total efectividad de la
comunicación. Es decir, la persuasión es un concepto agónico,
que introduce de forma tácita o explícita en la definición del
proceso comunicativo toda una serie de resistencias que deben
ser vencidas comunicativamente.
Esta corriente teórica de la que vamos a ocuparnos se caracteriza por lo que podemos calificar de “desagregación de la instancia
receptora”. Es decir, la audiencia homogénea conceptualizada
como “masa” da paso a individuos receptores analizados en clave
sociopsicológica. Lo cual es muy diferente a hablar en términos de
“personalidad”, de inconmensurabilidad subjetiva, como factor
definitivo de mediación. Los estudios acerca de como funciona el
proceso persuasivo recuperan y actualizan la tradición aristotélica:
“Puesto que todos se esfuerzan en descubrir y sostener un argumento e igualmente en defenderse y acusar. Ahora bien, la mayoría de los hombres hace esto, sea al azar, sea por una costumbre
nacida de su modo de ser. Y como de ambas maneras es posible,
resulta evidente que también en estas materias cabe señalar un
camino1”. La definitiva inserción de la perspectiva psicológica en
el terreno de la comunicación de masas tuvo en C.I. Hovland, a
su principal representante. Sus análisis se encaminaron a aportar algunos datos sobre “los caminos de la persuasión”, caminos
que se iban a revelar más tortuoso e impracticable en la era de la
comunicación de masas de lo que las “claras y distintas” reglas
aristotélicas dejaban suponer.
1
Aristóteles, Retórica, Madrid, Gredos, pág. 162.
Pilar Carrera
161
Con todas las precauciones heurísticas que el asunto exige,
puede definirse otra deriva, que analizaremos brevemente antes
de continuar con la corriente principal que nos ocupa, asociada a las “mediaciones”, que tácita o explícitamente presupone
un tipo de comunicación persuasiva y que ya no busca tanto
establecer estructuras psicológicas o psico-sociológicas, cuanto
hacer de todo individuo, en la mejor tradición romántica, un
interpretador infinito y exclusivo, que recrearía todo mensaje
a su imagen y semejanza. Deriva que ofrece una visión gozosa
del concepto de “obra abierta” aplicado a un supuesto de inconmensurabilidad personalísima, que llega a invalidar incluso el
concepto mismo de persuasión. S. Hall delimitaba de manera
clarividente el talón de Aquiles de este tipo de aproximaciones a
la comunicación: “La ‘percepción selectiva’ es la puerta a través
de la cual se reserva en las investigaciones recientes un hueco para un pluralismo residual en la esfera de una operación cultural
altamente estructurada y asimétrica. Por supuesto que siempre
habrá lugar para lecturas individuales, particulares, variadas.
Pero mi opinión personal es que la ‘percepción selectiva’ no
es casi nunca tan selectiva, casual o individualizada como el
propio concepto sugiere … Cualquier nueva aproximación a
los estudios del concepto de ‘descodificación’ debería hacerse
desde una crítica a la teoría de la percepción selectiva” (Hall,
1973: 232). El error de salud gozosa según el cual “interpretar”
es aplicar la “inconmensurabilidad” personal a lo percibido, al
mensaje recibido que en este encuentro perdería gran parte de
su poder dirigista por la mediación de peculiaridades subjetivas que aguarían la fiesta al Gran Hermano, al introducir su
particular disolvente caleidoscópico en el monolito del mensaje único, ha ocultado de manera no siempre honorable que
“interpretar” tiene poco que ver con aplicar la irreductibilidad
subjetiva sobre el objeto, y que se trata más bien de un trabajo
de intertextualidad, de una actualización del palimpsesto nunca
del todo autónomo, siempre en cierta medida impropio, que
nos configura.
162
Teoría de la Comunicación Mediática
El principio psicológico aplicado a la comunicación de masas
sólo cobra sentido si se trata de un abordaje estructural de las
formas de la percepción, o bien desde una perspectiva relacional, en la que los tres componentes de un proceso persuasivo
—fuente, mensaje y receptor— son vistos no como elementos
estancos y manipulables por separado con vistas a unos fines
sino manteniendo un equilibrio siempre delicado en todo “hacer
persuasivo”. Pero realmente poco se puede hacer con la entrada
salvífica de la subjetividad triunfal. Ninguna obra es completamente “abierta” en el sentido de permitir ser reconstruida al
nivel de la percepción exclusiva y particular, con nombres y apellidos. Es más, toda interpretación implica un núcleo ostrácico,
porque toda obra conlleva un núcleo de esa misma naturaleza.
El verdadero intérprete es el que es arrebatado, raptado por la
obra, y toda interpretación es más zozobra que conquista.
La interpretación institucional, peligrosamente naïf, que
quiere ver en la introducción de los elementos de mediación
personales un avance hacia la verdad del proceso comunicativo
y hacia la salvación —justicia para con— del receptor, es expresada por De Fleur: “Desde el momento en que existen diferencias
individuales en las características de la personalidad entre los
miembros del público es lógico deducir que en los efectos habrá
variantes correspondientes a dichas diferencias individuales”
(De Fleur, 1970: 122). Pero qué se entienda por “diferencias
individuales” relevantes o pertinentes desde el punto de vista
de la comunicación o del proceso persuasivo, es algo que desgraciadamente no se explicita.
En cualquier caso estas “diferencias individuales” ni son infinitas (instaurando una suerte de “democracia semiótica”) ni
tienen que ver con la inconmensurabilidad personal, sino que
deberían permitir ser sistematizadas en un número finito de
clases en relación con la eficacia persuasiva (comunicativa).
Hechas estas aclaraciones respecto a la cuestión de la recepción diferenciada o selectiva, que pasa a formar parte, como
componente de pleno derecho del proceso comunicativo, pasemos a ocuparnos ahora de la persuasión y de su marco teórico.
Pilar Carrera
163
La persuasión a diferencia de la fuerza implica siempre un cierto
“colaboracionismo” por parte del persuadido.
Podemos tomar a Aristóteles como punto de partida: “Pues
solo las pruebas por persuasión son propias del arte y todo lo
demás sobra2”. La persuasión permite suplir el uso de la fuerza
con vistas a la consecución de determinados fines, entre los
que no son los menos importantes los de consenso y mantenimiento del orden público. En el “hacer persuasivo” el lenguaje
se encuentra del lado del poder: “Los que pretenden controlar
las opiniones y creencias de nuestra sociedad, recurren cada
vez menos a la fuerza física y cada vez más a la persuasión de
las masas … La preocupación que provoca el funcionamiento
de los medios de comunicación de masas se funda, en parte,
sobre la observación válida de que dichos medios han asumido
la tarea de conformar al público de masas con el status quo social y económico” (Lazarsfeld-Merton, 1948: 233). Aristóteles
definía la persuasión como “una especie de demostración” cuyo
objeto sería lo verosímil, lo plausible: “Estar en posición de
discernir sobre lo plausible es propio de quien está en la misma
disposición con respecto a la verdad3” y explicitaba que la tarea
de la retórica no es persuadir, sino “reconocer los medios de
convicción más pertinentes para cada caso”, esto es, la “facultad
de teorizar lo que es adecuado en cada caso para convencer”.
En cuanto a las “pruebas por persuasión”, Aristóteles cita las
“ajenas al arte” (“testigos, confesiones bajo suplicio, documentos
y otras semejantes”) y las “propias del arte”, es decir, las que
pueden obtenerse mediante el discurso, procediendo a la tripartición clásica de esas pruebas por persuasión: “Unas residen
en el talante del que habla, otras en predisponer al oyente de
alguna manera y, las últimas, en el discurso mismo, merced a
lo que este demuestra o parece demostrar”. Es decir, el crédito
de la fuente, la disposición de los oyentes y el discurso como
dispositio. En el proceso persuasivo, el receptor —su imagen
2
3
Aristóteles: Retórica, pág. 163.
Aristóteles: Retórica, pág. 169.
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Teoría de la Comunicación Mediática
o proyección— es incorporado por el emisor en la elaboración
del mensaje. Es decir, una evaluación del receptor con vistas a
construir un mensaje persuasivo es determinante.
A diferencia de la propaganda y como bien explicaba Merton,
la persuasión es, al menos, cosa de dos. En esta tríada Aristotélica
el elemento menos fuerte es el receptor que aparece únicamente
como susceptible de “predisposición”. Sin embargo será precisamente en esa instancia en la que se introducirán las mayores
novedades en los estudios científicos sobre la persuasión, desde
el momento en que dicha instancia ha dejado de ser “personal”,
en el sentido de una relación “cara a cara” con toda la implementación coactiva que esto conlleva, para ser masiva; pero al mismo
tiempo no reacciona de manera uniforme ni es uniformemente
sensible a los esfuerzos persuasivos: “Pues incluso si todas las
barreras físicas para la comunicación fuesen conocidas y eliminadas, permanecerían algunas barreras psicológicas al libre
flujo de ideas” (Hyman-Sheatsley, 1947: 412). Tales barreras
deberán ser tenidas en cuenta a la hora de elaborar campañas
de propaganda. A la misma conclusión había llegado Merton
en Persuasión de masas (1946) en su determinación de estudiar
casos concretos de propaganda, es decir, de no limitarse a generalizar globalmente sobre la propaganda, sino a estudiar “casos
específicos de persuasión de masas”, a examinar el “proceso
real”, históricamente determinado, de persuasión, sin limitarse
a elaborar especulativamente un recetario persuasivo intemporal. Es decir, se trataría de definir sociopsicológicamente la
persuasión, relativizando la omnipotencia del contenido en el
proceso, y prestando atención a los efectos, a fenómenos específicos de “persuasión de masas” sobre audiencias específicas.
Eso o el silencio, sostenía Merton, porque casi todo lo que podía
ser dicho especulativamente sobre la persuasión ya había sido
dicho por Aristóteles, Hobbes o Bentham.
En Merton hay una clara conciencia de las implicaciones
teóricas del cambio social, de la historicidad de los supuestos
teóricos en el orden comunicativo; los pequeños grupos congregados in praesentia y movidos a la acción que plantea la Retórica
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clásica no son equiparables a los vastísimos grupos, receptores
de un mismo mensaje que constituyen el público de la comunicación de masas. La persuasión cambia de naturaleza por la
interacción de los usos retóricos tradicionales con la ciencia y la
tecnología, es decir con la introducción de los medios de comunicación de masas. No se puede hablar de persuasión de manera
atemporal. No se trata tampoco de aplicar un reduccionismo
tecnológico y derivar de él el principal factor explicativo de la
persuasión: “Los media por sí solos no explican el carácter de la
persuasión de masas. El aparato físico es condición necesaria,
pero nada más. El proceso y las técnicas de persuasión han de
ser examinadas por sí mismas“ (Merton, 1946: xii). Para Merton
se trata de revelarse contra el peso del recetario inamovible, de
la persuasión como mecánica atemporal. Si la persuasión se
considera algo atemporal, un conjunto de formas universales
y un recetario de aplicación de las mismas, poco habría que
añadir a lo ya dicho. Pero si la persuasión se ha convertido en
“persuasión de masas”, solo estudiando las instancias “reales”
de tal persuasión se podrá avanzar en este terreno y comprender
su funcionamiento histórico, al mismo tiempo que producir
“vacunas”, generar anticuerpos: “Sólo estudiando de cerca las
instancias actuales de persuasión de masas llegaremos a comprender como funcionan. Y quizá a través del estudio de casos,
podamos concebir defensas efectivas contra ser persuadidos a
nuestro pesar” (Merton, 1946: xii).
En consonancia con los principios establecidos, Merton se
propone estudiar casos de propaganda reales, no en condiciones de laboratorio, sino lo que Merton denomina condiciones
“normales”: “Nuestros sujetos no eran obligados a escuchar …
lo hacían por propia iniciativa” (Merton, 1946: 5). Merton decide analizar el maratón radiofónico de Mrs Smith, que buscaba
persuadir a la población de la necesidad de comprar bonos de
guerra: “Solo contra este background de escepticismo y desconfianza que tiene su origen en una sociedad eminentemente manipulativa somos capaces de interpretar el magnificado
“querer creer” de nuestros sujetos en una figura pública que se
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Teoría de la Comunicación Mediática
considera encarna las virtudes de sinceridad, integridad, compañerismo y altruismo“ (Merton, 1946: 10). Merton destacaba
así la importancia del contexto socio-cultural de la persuasión,
la importancia de tender un puente entre la concreción inabarcable de la vida cotidiana y la abstracción del experimento.
Lo que denominaba la “psicología social de la persuasión”,
solo puede ser captada si se analiza al mismo tiempo el contenido de la propaganda y la respuesta de las audiencias a este
contenido, para dar respuesta al problema central: ¿Por qué
algunos oyentes son persuadidos y actúan en consecuencia y
otros no? La metodología propuesta será el “análisis diferencial”
de contenido y respuesta. Merton pone en estrecha relación los
mecanismos de persuasión y su efectividad, con una cultura
concreta, y ciertos rasgos característicos de la misma, en este
caso la cultura americana, así como con la estratificación social
de la audiencia y con los particularismos grupales.
Merton enumera, respecto al programa radiofónico antes
citado, varios tópicos persuasivos utilizados por Mrs Smith a
lo largo del día, por ejemplo el tema del sacrificio, recordando
como ya Hitler en Mein Kampf había constatado que era mayor la fuerza persuasiva de los sacrificios pedidos que la de los
privilegios prometidos (Merton, 1946: 51); el tema de la participación, especialmente atractivo en situaciones de aislamiento
o soledad; el tema familiar; la convicción de la sinceridad del
emisor; el tema de la competición; el desinterés o altruismo y la
sinceridad supuestos en el emisor; el patriotismo; el compendio
de virtud y falta de glamour de Mrs Smith; el hecho de que el
emisor sea alguien “hecho a sí mismo” —Mrs Smith quedaría
definida como una triunfadora de origen humilde—. Analiza
finalmente el efecto diferencial del maratón radiofónico de Mrs.
Smith entre distintos grupos de oyentes (Merton, 1946: 109), por
ejemplo el público predispuesto y el no predispuesto, desagregando nuevamente los componentes del proceso de persuasión
que dejan de ser concebidos como un bloque monolítico. Merton
hace hincapié en una cuestión clave: que el público es consciente de ser concebido por el emisor mediático como masa, como
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receptáculo pasivo y obediente a las más variopintas finalidades
propagandísticas. Es decir, que el receptor pone en marcha la
imagen supuesta que de el se supone que tiene el emisor a la
hora de lanzarle sus invitaciones paulovianas. Esa imagen de
la masa no es solo patrimonio del emisor. Otro punto clave
que Merton constata: la gran fuerza persuasiva de los hechos.
Persuadir con el ejemplo. En la misma línea que el sacrificio
como argumento persuasivo más poderoso que la promesa de
recompensa, señalaba Merton la situación paradójica de que
aquellos que más habían contribuido ya al esfuerzo de la guerra, con hijos o hermanos en el frente, y habiendo previamente
adquirido bonos, eran los más predispuestos a seguir dando
más (Merton, 1946: 129).
Merton concluye “Si este estudio aporta algo la comprensión
de la persuasión de masas, esta aportación consiste en el reconocimiento de la íntima interrelación entre técnica y moralidad”
(Merton, 1946: 189).
Hyman y Sheatsley (1947) argumentaban la existencia de
factores psicológicos que explicarían por qué distintos sectores
de la audiencia reaccionaban de manera distinta a un mismo
mensaje propagandístico, masivamente difundido. Todo ello
con la voluntad de “formular algunos principios y guías que
deben ser tomados en consideración en las campañas de información masiva” (Hyman y Sheatsley, 1947: 412), más allá
de la tendencia intuitiva a incrementar el número de mensajes
—medida inútil si no se garantiza la exposición a los mismos.
Es necesario por tanto tomar en consideración las características psicológicas de los seres humanos, habida cuenta de que
resulta inviable la pretensión de conseguir una total identidad
entre mensaje emitido y mensaje recibido, —pretensión que
califican de naive view— pues “la verdadera naturaleza y el
grado de exposición del público al material está determinada en
gran medida por ciertas características psicológicas de la gente”
(Hyman y Sheatsley 1947: 413), entre las cuales se citan:
• El “crónico no saber nada” en relación con las campañas
de información”: “Hay algo en los no informados que les
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Teoría de la Comunicación Mediática
hace difíciles de alcanzar, independientemente del grado
o la naturaleza de la información” (Hyman y Sheatsley,
1974: 418)
• El papel del interés por adquirir información a la hora de
incrementar la exposición
• La exposición selectiva producida por actitudes previas,
el hecho de que la gente se exponga preferentemente a
informaciones concordantes con sus actitudes —con lo
cual nos encontraríamos ante la paradoja de que los que
se exponen a determinadas informaciones persuasivas
ya están persuadidos d’avance: “El hecho de que la gente
tiende a leer los periódicos acordes con sus propias actitudes y creencias” (Hyman y Sheatsley, 1974: 419).
• Interpretación selectiva tras la exposición, el hecho de que
la gente interprete la misma información de manera diferente.
• El cambio diferencial en las actitudes tras la exposición, según los individuos y la constatación de que la información
no necesariamente deba provocar un cambio actitudinal
o de conducta; puede provocar meramente un cambio
de opinión que no tiene por qué encontrar un correlato
actitudinal, o simplemente no provocar ningún cambio.
Digno representante de esta tendencia desde el punto de
vista psicológico, y devoto partidario del experimento, frente a
los que defendían las ventajas de cierta “naturalización” de la
investigación (caso de Merton y Lazarsfeld) y uno de los cuatro
founding fathers de Whright fue C. Hovland. Para Hovland, al
contrario de la opinión de Lazarsfeld, no hay por qué poner reparos a la aplicación del método experimental, ni su artificialidad
representa un obstáculo insalvable. La obra de Hovland se compone esencialmente de la recensión o repertorio de numerosos
experimentos de laboratorio sobre comunicación y persuasión,
y en la constatación de que no existen formulas mágicas en el
campo de la persuasión. Por lo tanto tenderá a presentar sus
descubrimientos bajo el signo de lo relativo.
Pilar Carrera
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Véanse algunos ejemplos:
“Un efecto fundamental de la comunicación persuasiva consiste en estimular al individuo a pensar al mismo tiempo en
su opinión inicial y en la nueva opinión recomendada en la
comunicación” (Hovland-Janis-Kelley 1953: 11).
“Lo que es tan importante para la memorización de material
verbal en un contexto educativo, no es suficiente para conseguir la “aceptación” de una nueva opinión. Asumimos que la
aceptación depende de los “incentivos” para adoptar la nueva
respuesta y que en orden a cambiar una opinión es necesario
crear un incentivo mayor para adoptar la nueva respuesta que
para mantener la antigua” (Hovland-Janis-Kelley 1953).
A diferencia de Merton en el estudio citado, o de Lazarsfeld,
Hovland no se ocupaba específicamente de la persuasión de masas, ni de la especificidad del proceso persuasivo mediático.
Los elementos a tener en cuenta en orden a establecer un
proceso persuasivo explicitados por Hovland estaban en la línea
de los mencionados por Aristóteles:
– El comunicador (o fuente)
– El contenido de la comunicación
– Las predisposiciones de la audiencia
Hovland interpreta la efectividad de la comunicación persuasiva como una cuestión de aprendizaje, aprendizaje que en
el caso de dicha comunicación se diferencia de otros contextos
o situaciones de aprendizaje. La efectividad de este tipo de comunicación no reside en inducir un cambio momentáneo de
opinión, sino en la capacidad para hacer resistente esa nueva
opinión y contrarrestar las posibles opiniones contrarias. Una
especie de proceso de inmunización.
Hovland desarrolla, entre otros, los siguientes factores potencialmente persuasivos:
La credibilidad del comunicador: La importancia de personas, grupos o medios que pueden ser subsumidos bajo la categoría general de “fuentes”. Es decir, factores que se refieren
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Teoría de la Comunicación Mediática
a la credibilidad de la fuente, y como los factores asociados a
esa categoría afectan tanto a la manera en que contenidos y
presentación son percibidos y evaluados como al grado en el
que actitudes y creencias son modificados. Hovland distingue
dos components de la credibilidad: Establece una distinción
entre expertness: la medida en que un comunicador es percibido
como fuente de aserciones válidas, como experto en un tema
determinado y trustworthiness: el grado de confianza en la intención del comunicador para comunicar las aserciones que el
considera más validas. La mayor eficacia persuasiva de aquellas
comunicaciones que son consideradas no intencionales (“non
purposive conversations”), había sido puesta de manifiesto por
Lazarsfeld y estaba en la base de sus consideraciones acerca
del líder de opinión.
Hovland constata que la credibilidad de la fuente como factor persuasivo, que puede resultar fundamental en un primer
momento, disminuye, decrece con el tiempo. Es decir, con el
tiempo la diferencia entre fuentes de alta y baja credibilidad en
orden a la persuasión tiende a desaparecer. El efecto persuasivo
de la fuente es máximo en el momento de la comunicación pero
decrece con el paso del tiempo más rápidamente que el efecto del
contenido. Es lo que Hovland denomina sleeper effect: “Los datos
de cambios post-comunicación en la opinión (el “efecto latente”)
pueden ser explicados asumiendo igual aprendizaje del contenido
presentado por una fuente fiable y por una fuente no fiable, pese
a la resistencia inicial a aceptar el material presentado por una
fuente poco fiable. Si la resistencia a la aceptación disminuye con
el tiempo mientras el contenido que proporciona la base para la
opinión se olvida más lentamente, habrá un incremento después
de la comunicación en el grado de acuerdo con una fuente poco
fiable” (Hovland-Janis-Kelley 1953: 650).
La exposición selectiva se interpreta desde la el horizonte de
la disonancia cognitiva —de su reducción—: “La gente tiende
a no exponerse a comunicaciones de fuentes hacia las que tienen una actitud negativa” (Hovland-Weiss, 1951:637). Esa “no
exposición” puede significar o bien que no presten atención, o
Pilar Carrera
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que no acepten o crean las conclusions del comunicador. La
aceptación o rechazo dependen en parte de la actitud hacia
la fuente. Si la credibilidad de la fuente es muy elevada y la
tendencia a rechazar el contenido del mensaje emitido por esa
fuente también es muy fuerte, se tiende a disociar la fuente y
el contenido, disposición a negar que la fuente sea realmente
responsable de la comunicación y reinterpretar el sentido real
del mensaje.
Otras cuestiones como el orden de los argumentos con fines
persuasivos —efecto primacy y efecto recency— la decisión sobre
si plantear los dos aspectos de un problema o tema controvertido o uno solo, la explicitación o no de las conclusiones en una
comunicación con fines persuasivos, la memorización selectiva
… son planteadas y analizadas experimentalmente por Hovland
y sus colaboradores.
Las “conclusiones” a las que llegan se determinan como parciales, se adelanta la imposibilidad de concederles validez absoluta, precisamente a causa de la variabilidad y el principio de
incertidumbre introducidos por los elementos de mediación.
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