VII. LOS CAMINOS DE LA PERSUASIÓN Greimas establecía una distinción de partida entre “hacer informativo” y “hacer persuasivo”, donde la información quedaría definida en términos cercanos a la medida de la entropía, definición propuesta por Shannon y Weaver, como una equipotencialidad discursiva: “El hacer informativo (opuesto al hacer persuasivo / interpretativo que modaliza la comunicación del objeto-saber) concierne a la simple transferencia del objeto-saber” (Greimas-Courtés, 1979: 221). Mientras que el “hacer persuasivo” es definido como “una de las formas del hacer cognoscitivo … ligado a la instancia de la enunciación y consiste en la convocación por parte del enunciador, de todo tipo de modalidades para hacer aceptar al enunciatario, el contrato enunciativo propuesto y, de este modo, volver eficaz la comunicación, el análisis discursivo debería poder distinguir sin mayor dificultad diferentes formas de discursos persuasivos: tanto los que se dan como tales (discursos de convicción y de manipulación) como los que muestran otro enfoque (la búsqueda o la comunicación del saber, por ejemplo) que, sin embargo, implican —inscritos de manera más o menos explícita programas narrativos de persuasión, junto con los modelos de creer y actuar (discursos científicos o didácticos) o los que incluyen en forma de enunciaciones enunciadas, secuencias persuasivas más o menos autónomas” (Greimas-Courtés, 1979: 304). La “manipulación” es considerada como un tipo específico de persuasión, que trata de provocar el hacer del otro. Ese “otro” ha de ser considerado no una hoja en blanco sino un palimpsesto de pleno derecho. La consideración del tipo de mediaciones psicológicas que un receptor generador de sentido a título individual —con las 160 Teoría de la Comunicación Mediática limitaciones que todo psicologismo conlleva, puesto que el sentido generado a este título es solo una parte de la producción global de sentido por parte de un receptor dotado de ciertas competencias— puede introducir en el proceso de comunicación representaron la incursión de la psicología en el ámbito de la comunicación y la introducción así mismo del método experimental como instrumento de verificación y de descubrimiento. El concepto mismo de “persuasión” implica un trabajo sobre el destinatario, y por lo tanto la anulación de las “defensas” que se le suponen y que impedirían la total efectividad de la comunicación. Es decir, la persuasión es un concepto agónico, que introduce de forma tácita o explícita en la definición del proceso comunicativo toda una serie de resistencias que deben ser vencidas comunicativamente. Esta corriente teórica de la que vamos a ocuparnos se caracteriza por lo que podemos calificar de “desagregación de la instancia receptora”. Es decir, la audiencia homogénea conceptualizada como “masa” da paso a individuos receptores analizados en clave sociopsicológica. Lo cual es muy diferente a hablar en términos de “personalidad”, de inconmensurabilidad subjetiva, como factor definitivo de mediación. Los estudios acerca de como funciona el proceso persuasivo recuperan y actualizan la tradición aristotélica: “Puesto que todos se esfuerzan en descubrir y sostener un argumento e igualmente en defenderse y acusar. Ahora bien, la mayoría de los hombres hace esto, sea al azar, sea por una costumbre nacida de su modo de ser. Y como de ambas maneras es posible, resulta evidente que también en estas materias cabe señalar un camino1”. La definitiva inserción de la perspectiva psicológica en el terreno de la comunicación de masas tuvo en C.I. Hovland, a su principal representante. Sus análisis se encaminaron a aportar algunos datos sobre “los caminos de la persuasión”, caminos que se iban a revelar más tortuoso e impracticable en la era de la comunicación de masas de lo que las “claras y distintas” reglas aristotélicas dejaban suponer. 1 Aristóteles, Retórica, Madrid, Gredos, pág. 162. Pilar Carrera 161 Con todas las precauciones heurísticas que el asunto exige, puede definirse otra deriva, que analizaremos brevemente antes de continuar con la corriente principal que nos ocupa, asociada a las “mediaciones”, que tácita o explícitamente presupone un tipo de comunicación persuasiva y que ya no busca tanto establecer estructuras psicológicas o psico-sociológicas, cuanto hacer de todo individuo, en la mejor tradición romántica, un interpretador infinito y exclusivo, que recrearía todo mensaje a su imagen y semejanza. Deriva que ofrece una visión gozosa del concepto de “obra abierta” aplicado a un supuesto de inconmensurabilidad personalísima, que llega a invalidar incluso el concepto mismo de persuasión. S. Hall delimitaba de manera clarividente el talón de Aquiles de este tipo de aproximaciones a la comunicación: “La ‘percepción selectiva’ es la puerta a través de la cual se reserva en las investigaciones recientes un hueco para un pluralismo residual en la esfera de una operación cultural altamente estructurada y asimétrica. Por supuesto que siempre habrá lugar para lecturas individuales, particulares, variadas. Pero mi opinión personal es que la ‘percepción selectiva’ no es casi nunca tan selectiva, casual o individualizada como el propio concepto sugiere … Cualquier nueva aproximación a los estudios del concepto de ‘descodificación’ debería hacerse desde una crítica a la teoría de la percepción selectiva” (Hall, 1973: 232). El error de salud gozosa según el cual “interpretar” es aplicar la “inconmensurabilidad” personal a lo percibido, al mensaje recibido que en este encuentro perdería gran parte de su poder dirigista por la mediación de peculiaridades subjetivas que aguarían la fiesta al Gran Hermano, al introducir su particular disolvente caleidoscópico en el monolito del mensaje único, ha ocultado de manera no siempre honorable que “interpretar” tiene poco que ver con aplicar la irreductibilidad subjetiva sobre el objeto, y que se trata más bien de un trabajo de intertextualidad, de una actualización del palimpsesto nunca del todo autónomo, siempre en cierta medida impropio, que nos configura. 162 Teoría de la Comunicación Mediática El principio psicológico aplicado a la comunicación de masas sólo cobra sentido si se trata de un abordaje estructural de las formas de la percepción, o bien desde una perspectiva relacional, en la que los tres componentes de un proceso persuasivo —fuente, mensaje y receptor— son vistos no como elementos estancos y manipulables por separado con vistas a unos fines sino manteniendo un equilibrio siempre delicado en todo “hacer persuasivo”. Pero realmente poco se puede hacer con la entrada salvífica de la subjetividad triunfal. Ninguna obra es completamente “abierta” en el sentido de permitir ser reconstruida al nivel de la percepción exclusiva y particular, con nombres y apellidos. Es más, toda interpretación implica un núcleo ostrácico, porque toda obra conlleva un núcleo de esa misma naturaleza. El verdadero intérprete es el que es arrebatado, raptado por la obra, y toda interpretación es más zozobra que conquista. La interpretación institucional, peligrosamente naïf, que quiere ver en la introducción de los elementos de mediación personales un avance hacia la verdad del proceso comunicativo y hacia la salvación —justicia para con— del receptor, es expresada por De Fleur: “Desde el momento en que existen diferencias individuales en las características de la personalidad entre los miembros del público es lógico deducir que en los efectos habrá variantes correspondientes a dichas diferencias individuales” (De Fleur, 1970: 122). Pero qué se entienda por “diferencias individuales” relevantes o pertinentes desde el punto de vista de la comunicación o del proceso persuasivo, es algo que desgraciadamente no se explicita. En cualquier caso estas “diferencias individuales” ni son infinitas (instaurando una suerte de “democracia semiótica”) ni tienen que ver con la inconmensurabilidad personal, sino que deberían permitir ser sistematizadas en un número finito de clases en relación con la eficacia persuasiva (comunicativa). Hechas estas aclaraciones respecto a la cuestión de la recepción diferenciada o selectiva, que pasa a formar parte, como componente de pleno derecho del proceso comunicativo, pasemos a ocuparnos ahora de la persuasión y de su marco teórico. Pilar Carrera 163 La persuasión a diferencia de la fuerza implica siempre un cierto “colaboracionismo” por parte del persuadido. Podemos tomar a Aristóteles como punto de partida: “Pues solo las pruebas por persuasión son propias del arte y todo lo demás sobra2”. La persuasión permite suplir el uso de la fuerza con vistas a la consecución de determinados fines, entre los que no son los menos importantes los de consenso y mantenimiento del orden público. En el “hacer persuasivo” el lenguaje se encuentra del lado del poder: “Los que pretenden controlar las opiniones y creencias de nuestra sociedad, recurren cada vez menos a la fuerza física y cada vez más a la persuasión de las masas … La preocupación que provoca el funcionamiento de los medios de comunicación de masas se funda, en parte, sobre la observación válida de que dichos medios han asumido la tarea de conformar al público de masas con el status quo social y económico” (Lazarsfeld-Merton, 1948: 233). Aristóteles definía la persuasión como “una especie de demostración” cuyo objeto sería lo verosímil, lo plausible: “Estar en posición de discernir sobre lo plausible es propio de quien está en la misma disposición con respecto a la verdad3” y explicitaba que la tarea de la retórica no es persuadir, sino “reconocer los medios de convicción más pertinentes para cada caso”, esto es, la “facultad de teorizar lo que es adecuado en cada caso para convencer”. En cuanto a las “pruebas por persuasión”, Aristóteles cita las “ajenas al arte” (“testigos, confesiones bajo suplicio, documentos y otras semejantes”) y las “propias del arte”, es decir, las que pueden obtenerse mediante el discurso, procediendo a la tripartición clásica de esas pruebas por persuasión: “Unas residen en el talante del que habla, otras en predisponer al oyente de alguna manera y, las últimas, en el discurso mismo, merced a lo que este demuestra o parece demostrar”. Es decir, el crédito de la fuente, la disposición de los oyentes y el discurso como dispositio. En el proceso persuasivo, el receptor —su imagen 2 3 Aristóteles: Retórica, pág. 163. Aristóteles: Retórica, pág. 169. 164 Teoría de la Comunicación Mediática o proyección— es incorporado por el emisor en la elaboración del mensaje. Es decir, una evaluación del receptor con vistas a construir un mensaje persuasivo es determinante. A diferencia de la propaganda y como bien explicaba Merton, la persuasión es, al menos, cosa de dos. En esta tríada Aristotélica el elemento menos fuerte es el receptor que aparece únicamente como susceptible de “predisposición”. Sin embargo será precisamente en esa instancia en la que se introducirán las mayores novedades en los estudios científicos sobre la persuasión, desde el momento en que dicha instancia ha dejado de ser “personal”, en el sentido de una relación “cara a cara” con toda la implementación coactiva que esto conlleva, para ser masiva; pero al mismo tiempo no reacciona de manera uniforme ni es uniformemente sensible a los esfuerzos persuasivos: “Pues incluso si todas las barreras físicas para la comunicación fuesen conocidas y eliminadas, permanecerían algunas barreras psicológicas al libre flujo de ideas” (Hyman-Sheatsley, 1947: 412). Tales barreras deberán ser tenidas en cuenta a la hora de elaborar campañas de propaganda. A la misma conclusión había llegado Merton en Persuasión de masas (1946) en su determinación de estudiar casos concretos de propaganda, es decir, de no limitarse a generalizar globalmente sobre la propaganda, sino a estudiar “casos específicos de persuasión de masas”, a examinar el “proceso real”, históricamente determinado, de persuasión, sin limitarse a elaborar especulativamente un recetario persuasivo intemporal. Es decir, se trataría de definir sociopsicológicamente la persuasión, relativizando la omnipotencia del contenido en el proceso, y prestando atención a los efectos, a fenómenos específicos de “persuasión de masas” sobre audiencias específicas. Eso o el silencio, sostenía Merton, porque casi todo lo que podía ser dicho especulativamente sobre la persuasión ya había sido dicho por Aristóteles, Hobbes o Bentham. En Merton hay una clara conciencia de las implicaciones teóricas del cambio social, de la historicidad de los supuestos teóricos en el orden comunicativo; los pequeños grupos congregados in praesentia y movidos a la acción que plantea la Retórica Pilar Carrera 165 clásica no son equiparables a los vastísimos grupos, receptores de un mismo mensaje que constituyen el público de la comunicación de masas. La persuasión cambia de naturaleza por la interacción de los usos retóricos tradicionales con la ciencia y la tecnología, es decir con la introducción de los medios de comunicación de masas. No se puede hablar de persuasión de manera atemporal. No se trata tampoco de aplicar un reduccionismo tecnológico y derivar de él el principal factor explicativo de la persuasión: “Los media por sí solos no explican el carácter de la persuasión de masas. El aparato físico es condición necesaria, pero nada más. El proceso y las técnicas de persuasión han de ser examinadas por sí mismas“ (Merton, 1946: xii). Para Merton se trata de revelarse contra el peso del recetario inamovible, de la persuasión como mecánica atemporal. Si la persuasión se considera algo atemporal, un conjunto de formas universales y un recetario de aplicación de las mismas, poco habría que añadir a lo ya dicho. Pero si la persuasión se ha convertido en “persuasión de masas”, solo estudiando las instancias “reales” de tal persuasión se podrá avanzar en este terreno y comprender su funcionamiento histórico, al mismo tiempo que producir “vacunas”, generar anticuerpos: “Sólo estudiando de cerca las instancias actuales de persuasión de masas llegaremos a comprender como funcionan. Y quizá a través del estudio de casos, podamos concebir defensas efectivas contra ser persuadidos a nuestro pesar” (Merton, 1946: xii). En consonancia con los principios establecidos, Merton se propone estudiar casos de propaganda reales, no en condiciones de laboratorio, sino lo que Merton denomina condiciones “normales”: “Nuestros sujetos no eran obligados a escuchar … lo hacían por propia iniciativa” (Merton, 1946: 5). Merton decide analizar el maratón radiofónico de Mrs Smith, que buscaba persuadir a la población de la necesidad de comprar bonos de guerra: “Solo contra este background de escepticismo y desconfianza que tiene su origen en una sociedad eminentemente manipulativa somos capaces de interpretar el magnificado “querer creer” de nuestros sujetos en una figura pública que se 166 Teoría de la Comunicación Mediática considera encarna las virtudes de sinceridad, integridad, compañerismo y altruismo“ (Merton, 1946: 10). Merton destacaba así la importancia del contexto socio-cultural de la persuasión, la importancia de tender un puente entre la concreción inabarcable de la vida cotidiana y la abstracción del experimento. Lo que denominaba la “psicología social de la persuasión”, solo puede ser captada si se analiza al mismo tiempo el contenido de la propaganda y la respuesta de las audiencias a este contenido, para dar respuesta al problema central: ¿Por qué algunos oyentes son persuadidos y actúan en consecuencia y otros no? La metodología propuesta será el “análisis diferencial” de contenido y respuesta. Merton pone en estrecha relación los mecanismos de persuasión y su efectividad, con una cultura concreta, y ciertos rasgos característicos de la misma, en este caso la cultura americana, así como con la estratificación social de la audiencia y con los particularismos grupales. Merton enumera, respecto al programa radiofónico antes citado, varios tópicos persuasivos utilizados por Mrs Smith a lo largo del día, por ejemplo el tema del sacrificio, recordando como ya Hitler en Mein Kampf había constatado que era mayor la fuerza persuasiva de los sacrificios pedidos que la de los privilegios prometidos (Merton, 1946: 51); el tema de la participación, especialmente atractivo en situaciones de aislamiento o soledad; el tema familiar; la convicción de la sinceridad del emisor; el tema de la competición; el desinterés o altruismo y la sinceridad supuestos en el emisor; el patriotismo; el compendio de virtud y falta de glamour de Mrs Smith; el hecho de que el emisor sea alguien “hecho a sí mismo” —Mrs Smith quedaría definida como una triunfadora de origen humilde—. Analiza finalmente el efecto diferencial del maratón radiofónico de Mrs. Smith entre distintos grupos de oyentes (Merton, 1946: 109), por ejemplo el público predispuesto y el no predispuesto, desagregando nuevamente los componentes del proceso de persuasión que dejan de ser concebidos como un bloque monolítico. Merton hace hincapié en una cuestión clave: que el público es consciente de ser concebido por el emisor mediático como masa, como Pilar Carrera 167 receptáculo pasivo y obediente a las más variopintas finalidades propagandísticas. Es decir, que el receptor pone en marcha la imagen supuesta que de el se supone que tiene el emisor a la hora de lanzarle sus invitaciones paulovianas. Esa imagen de la masa no es solo patrimonio del emisor. Otro punto clave que Merton constata: la gran fuerza persuasiva de los hechos. Persuadir con el ejemplo. En la misma línea que el sacrificio como argumento persuasivo más poderoso que la promesa de recompensa, señalaba Merton la situación paradójica de que aquellos que más habían contribuido ya al esfuerzo de la guerra, con hijos o hermanos en el frente, y habiendo previamente adquirido bonos, eran los más predispuestos a seguir dando más (Merton, 1946: 129). Merton concluye “Si este estudio aporta algo la comprensión de la persuasión de masas, esta aportación consiste en el reconocimiento de la íntima interrelación entre técnica y moralidad” (Merton, 1946: 189). Hyman y Sheatsley (1947) argumentaban la existencia de factores psicológicos que explicarían por qué distintos sectores de la audiencia reaccionaban de manera distinta a un mismo mensaje propagandístico, masivamente difundido. Todo ello con la voluntad de “formular algunos principios y guías que deben ser tomados en consideración en las campañas de información masiva” (Hyman y Sheatsley, 1947: 412), más allá de la tendencia intuitiva a incrementar el número de mensajes —medida inútil si no se garantiza la exposición a los mismos. Es necesario por tanto tomar en consideración las características psicológicas de los seres humanos, habida cuenta de que resulta inviable la pretensión de conseguir una total identidad entre mensaje emitido y mensaje recibido, —pretensión que califican de naive view— pues “la verdadera naturaleza y el grado de exposición del público al material está determinada en gran medida por ciertas características psicológicas de la gente” (Hyman y Sheatsley 1947: 413), entre las cuales se citan: • El “crónico no saber nada” en relación con las campañas de información”: “Hay algo en los no informados que les 168 Teoría de la Comunicación Mediática hace difíciles de alcanzar, independientemente del grado o la naturaleza de la información” (Hyman y Sheatsley, 1974: 418) • El papel del interés por adquirir información a la hora de incrementar la exposición • La exposición selectiva producida por actitudes previas, el hecho de que la gente se exponga preferentemente a informaciones concordantes con sus actitudes —con lo cual nos encontraríamos ante la paradoja de que los que se exponen a determinadas informaciones persuasivas ya están persuadidos d’avance: “El hecho de que la gente tiende a leer los periódicos acordes con sus propias actitudes y creencias” (Hyman y Sheatsley, 1974: 419). • Interpretación selectiva tras la exposición, el hecho de que la gente interprete la misma información de manera diferente. • El cambio diferencial en las actitudes tras la exposición, según los individuos y la constatación de que la información no necesariamente deba provocar un cambio actitudinal o de conducta; puede provocar meramente un cambio de opinión que no tiene por qué encontrar un correlato actitudinal, o simplemente no provocar ningún cambio. Digno representante de esta tendencia desde el punto de vista psicológico, y devoto partidario del experimento, frente a los que defendían las ventajas de cierta “naturalización” de la investigación (caso de Merton y Lazarsfeld) y uno de los cuatro founding fathers de Whright fue C. Hovland. Para Hovland, al contrario de la opinión de Lazarsfeld, no hay por qué poner reparos a la aplicación del método experimental, ni su artificialidad representa un obstáculo insalvable. La obra de Hovland se compone esencialmente de la recensión o repertorio de numerosos experimentos de laboratorio sobre comunicación y persuasión, y en la constatación de que no existen formulas mágicas en el campo de la persuasión. Por lo tanto tenderá a presentar sus descubrimientos bajo el signo de lo relativo. Pilar Carrera 169 Véanse algunos ejemplos: “Un efecto fundamental de la comunicación persuasiva consiste en estimular al individuo a pensar al mismo tiempo en su opinión inicial y en la nueva opinión recomendada en la comunicación” (Hovland-Janis-Kelley 1953: 11). “Lo que es tan importante para la memorización de material verbal en un contexto educativo, no es suficiente para conseguir la “aceptación” de una nueva opinión. Asumimos que la aceptación depende de los “incentivos” para adoptar la nueva respuesta y que en orden a cambiar una opinión es necesario crear un incentivo mayor para adoptar la nueva respuesta que para mantener la antigua” (Hovland-Janis-Kelley 1953). A diferencia de Merton en el estudio citado, o de Lazarsfeld, Hovland no se ocupaba específicamente de la persuasión de masas, ni de la especificidad del proceso persuasivo mediático. Los elementos a tener en cuenta en orden a establecer un proceso persuasivo explicitados por Hovland estaban en la línea de los mencionados por Aristóteles: – El comunicador (o fuente) – El contenido de la comunicación – Las predisposiciones de la audiencia Hovland interpreta la efectividad de la comunicación persuasiva como una cuestión de aprendizaje, aprendizaje que en el caso de dicha comunicación se diferencia de otros contextos o situaciones de aprendizaje. La efectividad de este tipo de comunicación no reside en inducir un cambio momentáneo de opinión, sino en la capacidad para hacer resistente esa nueva opinión y contrarrestar las posibles opiniones contrarias. Una especie de proceso de inmunización. Hovland desarrolla, entre otros, los siguientes factores potencialmente persuasivos: La credibilidad del comunicador: La importancia de personas, grupos o medios que pueden ser subsumidos bajo la categoría general de “fuentes”. Es decir, factores que se refieren 170 Teoría de la Comunicación Mediática a la credibilidad de la fuente, y como los factores asociados a esa categoría afectan tanto a la manera en que contenidos y presentación son percibidos y evaluados como al grado en el que actitudes y creencias son modificados. Hovland distingue dos components de la credibilidad: Establece una distinción entre expertness: la medida en que un comunicador es percibido como fuente de aserciones válidas, como experto en un tema determinado y trustworthiness: el grado de confianza en la intención del comunicador para comunicar las aserciones que el considera más validas. La mayor eficacia persuasiva de aquellas comunicaciones que son consideradas no intencionales (“non purposive conversations”), había sido puesta de manifiesto por Lazarsfeld y estaba en la base de sus consideraciones acerca del líder de opinión. Hovland constata que la credibilidad de la fuente como factor persuasivo, que puede resultar fundamental en un primer momento, disminuye, decrece con el tiempo. Es decir, con el tiempo la diferencia entre fuentes de alta y baja credibilidad en orden a la persuasión tiende a desaparecer. El efecto persuasivo de la fuente es máximo en el momento de la comunicación pero decrece con el paso del tiempo más rápidamente que el efecto del contenido. Es lo que Hovland denomina sleeper effect: “Los datos de cambios post-comunicación en la opinión (el “efecto latente”) pueden ser explicados asumiendo igual aprendizaje del contenido presentado por una fuente fiable y por una fuente no fiable, pese a la resistencia inicial a aceptar el material presentado por una fuente poco fiable. Si la resistencia a la aceptación disminuye con el tiempo mientras el contenido que proporciona la base para la opinión se olvida más lentamente, habrá un incremento después de la comunicación en el grado de acuerdo con una fuente poco fiable” (Hovland-Janis-Kelley 1953: 650). La exposición selectiva se interpreta desde la el horizonte de la disonancia cognitiva —de su reducción—: “La gente tiende a no exponerse a comunicaciones de fuentes hacia las que tienen una actitud negativa” (Hovland-Weiss, 1951:637). Esa “no exposición” puede significar o bien que no presten atención, o Pilar Carrera 171 que no acepten o crean las conclusions del comunicador. La aceptación o rechazo dependen en parte de la actitud hacia la fuente. Si la credibilidad de la fuente es muy elevada y la tendencia a rechazar el contenido del mensaje emitido por esa fuente también es muy fuerte, se tiende a disociar la fuente y el contenido, disposición a negar que la fuente sea realmente responsable de la comunicación y reinterpretar el sentido real del mensaje. Otras cuestiones como el orden de los argumentos con fines persuasivos —efecto primacy y efecto recency— la decisión sobre si plantear los dos aspectos de un problema o tema controvertido o uno solo, la explicitación o no de las conclusiones en una comunicación con fines persuasivos, la memorización selectiva … son planteadas y analizadas experimentalmente por Hovland y sus colaboradores. Las “conclusiones” a las que llegan se determinan como parciales, se adelanta la imposibilidad de concederles validez absoluta, precisamente a causa de la variabilidad y el principio de incertidumbre introducidos por los elementos de mediación.