LA ETICA Y LA ESTÉTICA COMO ORGANIZADORES DE LA PERSONALIDAD El punto de partida filogenético es el principio del placer y displacer que en los animales se manifiestan como respuestas reflejas y automáticas a estímulos saludables o nocivos. En la Naturaleza, los animales responden positivamente a los estímulos saludables con comportamientos de aproximación, recepción y placer y negativamente a los estímulos nocivos con comportamientos de rechazo, malestar y dolor. José Antonio Marina, en su libro “El Laberinto Sentimental” (Ed. Anagrama, 1995), al clasificar los afectos en tres grandes grupos, considera que el primer grupo de afectos está formado por los “afectos sensoriales” en los que quedan recogidos estas reacciones de placer, malestar, repugnancia, dolor, que directamente son provocadas por los estímulos físicos a través de los sentidos. El mismo José Antonio Marina, en su libro “Teoría de la Inteligencia Creadora” (Ed. Anagrama,1993) define la inteligencia humana como “la inteligencia animal transfigurada por la libertad” cuya característica inicial fue el desarrollo de la capacidad de liberarse de la esclavitud de los estímulos mediante la inhibición momentánea de las respuestas reflejas, la reflexión acerca de la gama de respuestas posibles y la elección libre de la que consideraba más adecuada a sus intereses. A partir del desarrollo de esta capacidad, el ser humano anticipa su comportamiento, piensa las diversas posibilidades, imagina las consecuencia y las metas, evalúa sentimentalmente los proyectos y elige libremente las actividades que considera más adecuadas. El desarrollo de la Estética: A partir de las nuevas capacidades de la inteligencia creadora humana, hemos transfigurado el principio del placer y del displacer animal convirtiendo la necesidad en arte. El placer y el dolor, que en los animales son recursos de refuerzo adictivo o reactivo al servicio del instinto de supervivencia, los humanos los convertimos en metas y fines de nuestros proyectos. Veamos como: Los animales comen por necesidad, inducidos por el hambre. Los humanos hemos convertido la necesidad de comer en el arte de la gastronomía, es decir, en comer por el placer que nos produce, aunque no tengamos hambre. A partir de esta creación, hemos desarrollado diversos inventos complementarios: No comemos los alimentos a dentelladas, en el suelo, sino que hemos inventado mesas, sillas, manteles, cubiertos específicos para cada tipo de alimento, incluso lugares específicos para comer (bien el comedor del hogar o el restaurante público). No comemos los alimentos crudos, sino que hemos inventado el arte culinario: Cocemos, asamos, freímos, los alimentos, sazonados con especias diferentes para obtener sabores distintos. Los animales beben agua por necesidad, inducidos por la sed. Los humanos hemos convertido el beber en el arte de la enología: Bebemos por el placer de hacerlo, no sólo agua, sino bebidas de diversos sabores, alcoholes de diferentes grados, zumos de frutas, extractos de diferentes plantas, y no lo hacemos a lametazos o sorbiendo el liquido, sino que hemos inventado recipientes diversos, a veces, específicos para cada tipo de bebida. Los animales soportan el frío o el calor, la lluvia o la nieve, gracias a su pelaje o plumaje que les cubre y resguarda o bien buscan el abrigo de cuevas o árboles. Responde a la necesidad de mantener su temperatura corporal a niveles de supervivencia. Los humanos, animales de piel desnuda, comenzamos a cubrirnos el cuerpo con pieles arrebatadas a otros animales o a refugiarnos en cuevas como ellos, pero hemos convertido la vestimenta en el arte de la moda: Nos vestimos por el placer de estar cómodos, para resultar más atractivos a los demás, para marcar el estatus social, usando la ropa como signo de distinción y prestigio. También hemos inventado las casas que, en principio, nos sirven de refugio, pero, a partir de ahí, hemos creado el arte de la arquitectura y construimos edificios con fines de belleza, armonía, prestigio o comodidad. El sexo animal responde a la necesidad de reproducirse y el placer que obtienen es un refuerzo de la conducta copulatoria. El ser humano ha inventado la sexualidad como comportamiento placentero que desarrolla de múltiples formas inventadas, la mayoría estériles (no responden al principio de la reproducción) y cuya única finalidad es el placer y la vinculación afectiva. Valgan estos ejemplos de conversión de las necesidades primarias en inventos artísticos guiados por el placer, para comprender la importancia de la Estética como vector organizador de la personalidad. Desde que nacemos, el desarrollo positivo de nuestra personalidad está orientado a cumplir el proyecto más importante de nuestra vida: Conseguir la felicidad, siendo uno de sus componentes más importante, el bienestar físico, psíquico y social, es decir, el placer de ser, de estar y de hacer. Podemos decir sin exagerar que todas las actividades humanas son artísticas si partimos de la definición de arte como cualquier actividad humana cuya finalidad es estimular la inteligencia sentimental, provocando el placer de los sentidos. La importancia de la Estética como organizadora de la personalidad, nos viene demostrada por sus patologías, bien por las carencias de placer o por los excesos de placer. A parte de las carencias de placer producidas por factores objetivos, como las enfermedades, las catástrofes naturales, los cambios climáticos, las sequías y hambrunas, etc. , existen factores subjetivos como los intereses privados de colectivos humanos que han desarrollado modelos socializadores y educativos para el resto de la población basados en fomentar el malestar y el dolor y proscribir el placer. Así, los inventos sociales de la división de clases en trabajadores y capitalistas convirtiendo el trabajo alienante en el valor supremo, el esfuerzo y la productividad en las exigencias vitales, el lucro privado como máxima aspiración, reducen el placer de millones de personas y vuelven a restituir la necesidad de supervivencia como eje vital en perjuicio de la estética vital. El prejuicio transmitido y asumido como “natural” de la existencia de ricos y pobres plantea descaradamente y sin ningún asomo de culpa o vergüenza que la estética quede reducida a placeres privados de élites poderosas en eso que llaman la CULTURA con mayúsculas, mientras que millones de personas viven en la más horrorosa miseria y sufrimiento sin posibilidad de disfrutar de sus vidas. Las religiones también han inventado morales que prohíben o castigan cualquier atisbo de placer como pecados contra Dios, como una forma de justificar las penurias y sufrimientos de sus feligreses, pidiéndoles resignación a cambio de futuros e imaginados placeres en otra vida después de la muerte. Las religiones han sacrificado la estética a cambio de mantener su poder sobre las personas. Por otro lado, el invento del patriarcado y la cultura de los géneros ha significado para millones de mujeres y hombres una fuente de dolor y sufrimiento, mucho más acentuado en el caso de las mujeres que, durante miles de años han vivido sometidas y esclavizadas al poder de los varones. La importancia de la Estética también se ve corroborada por sus patologías por exceso. A partir de la creación de instituciones sociales discriminatorias, como las clases sociales o el género, muchas personas han pretendido encontrar la felicidad mediante el abuso de los placeres, sin importarles las víctimas que su comportamiento generaba. Fue el caso de las élites aristocráticas romanas, de los libertinos ilustrados, cuyo representante más literario es el Marqués de Sade, de los románticos decimonónicos o de la “gente guapa” actual. Como ya analizaron los filósofos griegos, el problema de los placeres no reside en su naturaleza, que es buena por definición (algo que la religión cristiana no quiso entender) sino en el uso que se hace de ellos. Los griegos consideraban que los placeres había que usarlos de manera racional y equilibrada, considerando que un inadecuado uso de los mismos, bien por exceso o por defecto, los convertía en insalubres y nocivos. El desarrollo de la Etica: A partir del filogenético principio del placer y el displacer, los primeros grupos humanos comenzaron a tomar conciencia de las cosas que les hacían bien y las que les hacían mal: El trueno les provocaba terror, el rayo mataba, la lluvia fertilizaba la tierra para darles comida, el cocodrilo les devoraba y el cerdo les alimentaba. Por otro lado, la convivencia pacífica dentro de los grupos y entre ellos, se veía alterada frecuentemente por riñas, peleas, envidias, odios, rivalidades, que hacían insufrible la vida en común. Como analiza Marvin Harris, en su “Introducción a la Antropología General” los grupos humanos enfrentan estos problemas inventando dos soluciones: Convertir en “sagrado” los fenómenos naturales que les beneficiaban o les perjudicaban como una forma de controlarlos y estableciendo las primeras normas sociales mediante tabúes y reglas que mejoraran la convivencia, estableciendo premios para los que cumplían con la normas y castigos para los que no las respetaban. Así surgen la morales colectivas que durante miles de años han interpretado el Bien y el Mal según las circunstancias peculiares de cada sociedad y cultura. La llegada de la burguesía al poder político y económico supone el reconocimiento del individuo como origen del poder. La Modernidad confiere al individuo humano la categoría de sujeto de derechos, a ser tratado con dignidad y organizar la convivencia social para favorecer la libertad, la igualdad y la justicia de todas y cada una de las personas, con el fin de facilitar la realización del principal proyecto vital que es el logro de la felicidad. Las nuevas condiciones creadas por la Modernidad, contribuyen al invento de la Etica laica y universal que según la definición de Fernando Savater, en su libro “El Contenido de la Felicidad” (Ed. El País, 1986) “consiste en decidir mediante razones lo que en cada momento es preferible hacer”, o también es “fundamentar racionalmente la acción que elegimos en la plenitud de sentido de nuestro querer”. Nos hace llegar la idea de la ética como el arte o el saber vivir que nos ayuda a elegir en parte nuestra forma de vida de la manera más conveniente para nosotros, aunque a veces podamos equivocarnos. “Ser ético es justamente asumir con total explicitud las últimas consecuencias racionales y prácticas del egoísmo”. Otra definición nos la ofrece José Antonio Marina en su libro “Etica para Naufragos” (Ed. Anagrama, 1995) “la ética universal constituyente es la invención de un proyecto vital universalmente válido, en que la sentimentalidad inteligente que nos define reconozca su plenitud: Una llama lejana que encandile nuestra pretensión de ser felices”. “El ser humano tiene que elegir su nivel de vida que va a decidir el nivel de evidencia en el que va a habitar. La ética implica un salto desde la moral que sitúa los valores creídos en valores justificados a una órbita nueva que utiliza los criterios de corroboración”. La importancia de la Etica como organizadora de la personalidad es más que evidente. Durante miles de años, los individuos de cada cultura han estado socializados según la moral colectiva vigente en su sociedad. Desde que nacemos, los adultos encargados de nuestra educación nos han transmitido los valores de la moral colectiva imperante, conformando nuestra personalidad en función de las virtudes y vicios dictados por la misma. Un cristiano cree saber lo que está bien o lo que está mal según la escala de valores aprendida desde pequeño y adopta en cada momento el comportamiento dictado por su moral. También las personas socializadas en la cultura de los géneros han aprendido los valores y antivalores masculinos y femeninos según la moral de género creada por el patriarcado. Que los hombres han de ser fuertes y expresar sus sentimientos a través de la ira y que las mujeres son débiles y expresan sus sentimientos a través de la ternura y el cuidado, son el frontispicio que modela sus respectivas personalidades y condicionan su forma de ser y de relacionarse. La Etica de la Modernidad, tal como la proponen, entre otros, Fernando Savater y José Antonio Marina, plantea la superación de las morales colectivas a favor de la centralidad del sujeto humano y su proyecto vital de felicidad. Es una creación de la inteligencia humana que se concibe como un proceso constituyente inacabado que tiene como característica principal su carácter de universal. Lo que es bueno para una persona, para ser ético, tiene que ser bueno para todas y lo que es malo para una persona, para ser ético, tiene que ser malo para todas. Los valores que no son universales pertenecen a la ética privada, de la que forman parte las morales colectivas tradicionales. El ámbito de la ética pública establece que el valor de la justicia es universal y no puede haber una justicia para unas personas diferente que para otras. Así ocurre con el valor de la libertad, la igualdad, etc. La superación de la moral de género sobre la base del reconocimiento de que todas las personas somos iguales en derechos, implica el compromiso con una ética pública universal. El primer paso constituyente de esta Etica laica y universal se produjo en 1948 con la Declaración de los Derechos Humanos, ampliados por los posteriores desarrollos en forma de Convenios (los de la Infancia, de la Mujer, los Derechos Sexuales, etc) La Ética y la Estética como moduladores del mundo emocional masculino Cuando hablamos de Etica y de Estética no debemos perder de vista que ambas son constructos racionales inventados por la inteligencia creadora humana para responder a necesidades afectivas. En la estética proyectamos nuestro placer convirtiéndole en la meta principal de nuestro quehacer: Convertimos la acción en proyectos deseados, sentidos y disfrutados desde nuestra inteligencia sentimental. En la ética, como dice Fernando Savater, fundamos racionalmente la acción para darle plenitud de sentido a nuestro querer. La bondad o maldad de las cosas o personas responden a nuestros deseos y temores. Son los afectos: deseos, emociones y sentimientos, transfigurados por la razón inteligente, los que constituyen los valores éticos que permiten ordenar la vida personal y colectiva en función del proyecto vital del logro de la felicidad pública y privada. Es evidente que la moral privada del género en la medida que constituye una escala de valores específicamente masculinos (lo mismo que hace con lo femenino) fomentando unos afectos y reprimiendo otros según el ideal de la masculinidad, condiciona la personalidad de los hombres para su desgracia, como han demostrado los estudios de género. Liberarse de esas ataduras morales de género y aprender a sentir y expresar toda la enorme gama de afectos que los humanos hemos creado, justificados por la racionalidad de la ética universal, sin otro criterio que servir a la expansión y desarrollo de nuestra personalidad y a la bondad de las relaciones positivas con las demás personas, sobre la base de la libertad, la igualdad y la fraternidad, es la única forma de superar el género y convertirnos en sujetos dignos de derechos y protagonistas de nuestro proyecto vital de felicidad, consistente en vivir nuestro ser, nuestro estar y nuestro hacer, como fuente de placer personal y colectivo.