El último lector, de Ricardo Piglia.

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TALLER DE LETRAS N° 37: 203-222, 2005
RICARDO PIGLIA
EL ÚLTIMO LECTOR
Barcelona: Anagrama, 2005. 190 pp.
La relación de Piglia con el lector tiene ya cierta trayectoria. En su
literatura éste debe constituirse muchas veces en un cómplice que decodifica
el mensaje en clave de sus novelas, que se opone a un poder político e
institucional, haciéndose partícipe de un contradiscurso, de una conspiración.
Piglia exige un trabajo de desciframiento en la lectura de sus textos, y éste
supone siempre un reconocimiento de discursos que son sociales. En su libro
de ensayos Crítica y ficción1 expone una visión de la literatura como un espacio
fragmentado en donde emergen voces y discursos con un componente ideológico, que circulan, se manifiestan y se esconden.
En El último lector (2005), aborda la reflexión acerca de la figura del
lector en distintas escenas de la práctica literaria. Rastrea su figura delineando
sus características, condicionamientos y las significaciones que puede aportar
a la teorización que el primer implicado en la lectura puede entregar acerca
de la literatura. El texto aglutina menciones a personajes, escritores y figuras
políticas en sus vínculos con la práctica lectora, que es siempre extrema,
alejada de cualquier tipo de normalización y naturalización de la misma. Piglia
singulariza la temática del lector de este modo: “En la literatura el que lee está
lejos de ser una figura normalizada y pacífica (de lo contrario no se narraría);
aparece más bien como un lector extremo, siempre apasionado y compulsivo”. (21) Hay una suerte de particularidad universal del lector mostrado en la
ficción, que siempre se relaciona con la lectura de formas que son exageradas,
desviadas, inscritas en tensiones que tienen como consecuencia variaciones de
lo leído. El lector en esta descripción se constituiría como un sujeto en
permanente conflicto con el texto, en contradicción con lo leído. Se puede,
entonces, aplicar aquella concepción de la lectura en la que el lector es
modificado por el texto, y el texto, a su vez, por el lector.
En sus novelas anteriores ya es posible rastrear diversas representaciones del lector, como es el caso de Marcelo Maggi en Respiración artificial,
quien se sumerge intensamente en la lectura y reconstrucción de un personaje
histórico del siglo XIX a través de sus escritos, los cuales pueden revelar y
ser la clave de la situación histórica que está viviendo Argentina en ese
1
Piglia, R: Crítica y ficción. Seix Barral: Buenos Aires, 2000.
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momento. Maggi es un lector clandestino, perseguido, y peligroso para el régimen dictatorial que es el contexto político en que está inmersa su búsqueda
(o su reconstrucción). Un lector que se desenvuelve dentro de los poderes de
los discursos, en su voluntad de dar voz a esta imagen del pasado para dar cuenta
de los peligros del presente, un lector que se sumerge en la historia. Por otro
lado, en la misma novela, el escritor Emilio Renzi escribe la historia de un
escándalo familiar, y por medio de la ficción puede comprenderla mejor. En
Respiración artificial es posible ver la escritura de una voz que lleva en sí su
silenciamiento, que se ubica en un contexto político autoritario y habla de esa
condición en una forma cifrada. Es por esto que allí la relación con el lector
se articula de una forma doble: un personaje lee y reconstruye los vestigios de
un discurso, y a su vez el lector de la novela en su proceso de lectura debe ir
hilando una trama cifrada. En otra de sus novelas, La ciudad ausente, un
periodista inglés recibe misteriosas grabaciones (una versión moderna y más
apropiada al género de la ciencia ficción) que debe descifrar; estas grabaciones
son producidas por una máquina construida por Macedonio Fernández.
En Crítica y ficción el autor ve en la lectura que hacen los escritores
un modo de desplazamiento de sus sentidos, afirma que en la lectura del
escritor siempre hay una práctica distorsionadora y a la vez renovadora: “Un
escritor es alguien que traiciona lo que lee, que desvía y ficcionaliza: hay como
un exceso en la lectura que hace Borges de Hernández […]” (Crítica y...12).
El escritor produce siempre interpretaciones y lecturas que son singulares,
extremas, que toman una perspectiva nueva y no tradicional. En el campo
literario la pugna se desenvuelve en las interpretaciones y las nuevas valorizaciones que traen consigo, en eso se juegan la legitimación y las valorizaciones de las obras. Es en este espacio de la lectura donde se combate por la
renovación de los clásicos, se redescubren y revalorizan obras olvidadas y se
desmontan las jerarquías literarias. Piglia habla, de hecho, de lecturas excéntricas y renovadoras. El propósito de la obra Piglia y su aproximación son
expuestos de esta manera:
“Buscamos entonces las figuraciones del lector en la
literatura; esto es, en las representaciones imaginarias
del arte de leer en la ficción. Intentamos una historia
imaginaria de los lectores y no una historia de la
lectura. No nos preguntaremos tanto qué es leer, sino
quién es el que lee (dónde está leyendo, para qué, en
qué condiciones, cuál es su historia)” (24)
La personalización e individualización del sujeto que lee ayuda a ubicar
a éste en las relaciones sociales y de sentido que se buscan plantear. Todo el
desarrollo del texto se da por medio de ese procedimiento.
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El último lector es un texto que formalmente podría considerarse como
ensayo, pero hay una evidente mixtura de géneros. Está compuesto de un
prólogo, seis capítulos y un epílogo. El prólogo es un relato que es una
metáfora de la lectura, y con un evidente tono borgeano. Se tratan las temáticas
de la verdad y la representación de una forma ficcional. Además, en todo lo
largo del libro existe una fusión entre la narración y la teoría. La contextualización o el posicionamiento que hace Piglia de sus lectores representados
tiene siempre un carácter novedoso, particular, extraño, estético. Así es posible
ver a un Kafka inmerso en su relación epistolar con Felice Bauer, a través de
la cual se desenvuelve una seducción donde la posición de Felice como lectora
es lo primordial, y cómo el rol que desempeña en la relación deviene en que
ésta se constituye como la lectora perfecta, es decir, la copista de sus escritos,
dando cuenta de un vínculo de sumisión entre ésta y Kafka. También es notable
cómo se muestra a Kafka como un sujeto que sólo a través de la lectura de
sus escritos puede comprender sus experiencias, y el carácter premonitorio de
algunos de sus escritos, como, por ejemplo, cuando en una de sus cartas hace
leer a Felice un poema chino que aborda la problemática de la lectura, que
es un reflejo del conflicto que vivirán ellos en su relación afectiva. En El último
lector no se desarrolla una teoría rígida, ni se estructura a través de un formato
de ensayo tradicional, sino que se compone, más bien, a través de comentarios,
análisis y ejemplos. Con la materia de la literatura, sus argumentos, personajes,
escritores, crea situaciones estructuradas en pequeñas tramas que involucran
a lectores, y allí surge el comentario con sus implicancias teóricas. La particularidad del lector-investigador en el género policial se muestra sumamente
atractiva, es una lectura grata que se desvía mucho de un trabajo teórico formal.
En ella se explica el estrecho vínculo que tiene la figura del lector con el
investigador en la novela policial, fundada por el relato de Poe “Los crímenes
de la calle Morgue”, en el cual Dupin se muestra como un gran lector formado
en las esferas de la “alta cultura”, pero que realiza su investigación y dilucidación del crimen en las lecturas que hace del periódico. Dentro de la serie
de prototipos de lectores que desfilan en sus páginas se puede encontrar al Che
Guevara escapando por la selva boliviana manteniendo hasta el último minuto
su carpeta con sus diarios personales y sus libros, cuando ya no mantenía
consigo ni sus armas, ni sus zapatos. Un militar argentino, el coronel Baigorría
(conocido como el cacique blanco) quien cruza la frontera para vivir junto a
los indios, lejos de la civilización, recibe un ejemplar de Facundo tomado
como botín después de un malón por los renqueles, y a través del cual revive
y comprende la experiencia de ese mundo dejado atrás.
En Crítica y ficción, Piglia se refiere al interés que le provocan las
capacidades narrativas de la crítica: “Por mi parte, me interesan mucho los
elementos narrativos que hay en la crítica: la crítica como forma de relato;
a menudo veo a la crítica como una variante del género policial. El crítico
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RESEÑAS
como detective que trata de descifrar un enigma aunque no haya enigma”
(Crítica y... 14). Con estas afirmaciones Piglia se instala en la reflexión acerca
de la relación entre ficción y realidad, que también aborda en El último lector,
pues ve en el lector un agente activo en su disposición a tomar por real o ficción
lo que se lee. Sus personajes (como el mismo Borges en Tlön, Uqbar, Orbis
Tertius) ven cómo la ficción se introduce en lo real, se filtra a través de un
intersticio que involucra la lectura. De esta forma el escritor argentino expone
esta tesis:
“Quizá la mayor enseñanza de Borges sea la certeza
de que la ficción no depende solo de quien la construye sino también de quien la lee. La ficción es
también una posición del intérprete. No todo es ficción (Borges no es Derrida, no es Paul de Man), pero
todo puede ser leído como ficción. Lo borgeano (si
eso existe) es la capacidad de leer todo como ficción
y de creer en su poder. La ficción es una teoría de
la lectura” (28)
Para Piglia el sentido del texto está en exponer las formas en que está
representada la figura del lector, al cual se le da un nombre, se le saca del
anonimato y se le sitúa en relaciones concretas, que en el fondo siempre son
materiales, no idealistas o abstractas. Aproximándose de esta manera al lector,
lo sitúa en la historia, en sus relaciones con los otros, en sus obsesiones y
pugnas. Es un catastro de experiencias lectoras, que involucran siempre una
dislocación del sentido común, que implican desplazamientos de sentido,
relecturas y posicionamientos. En todas las experiencias mostradas hay un
correlato que habla de las relaciones sociales implicadas en el proceso de
lectura. Es adecuado para esta esfera el nexo que mantiene el Che Guevara
con la lectura, pues constituye para éste un vicio y una debilidad que entra
en contradicción con sus ideales políticos, pues el acto de leer se realiza en
la soledad, en el distanciamiento con los otros, en una individualidad que se
manifiesta como extrema.
La lectura nunca es abstracta, siempre se sitúa en una determinada
escena, que habla de determinaciones, condicionamientos, reflejos y expresiones de ciertas situaciones que se relacionan con la materialidad de las condiciones de lectura. Se podría decir que Piglia es un Borges materialista y
político. Ahí donde Borges ve al lector como un sujeto instaurado en un mundo
ideal, racionalista (La biblioteca de Babel, Utopía de un hombre cansado, El
aleph, Tlön Uqbar, Orbis Tertius, y otros) que se pierde en la inmensidad
esencial e irreductible del conocimiento, desorientado en la especulación
abstracta, con ficciones construidas mediante procedimientos de cajas chinas,
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Piglia sitúa al lector en relaciones sociales con significado político, en una
constante pugna por desplazamientos de sentido y posibilidades nuevas de
lecturas, que logra tejer una red de asociaciones y contradicciones tan complejas como las de su antecesor. Se podría hacer un parangón entra las figuras
de Hegel, asociado a Borges, y Marx, asociado a Piglia; es decir, este último
es una lectura invertida, su contracara perfecta. La poética de Piglia se sustenta
en la inestable incertidumbre de una realidad que está construida por discursos,
que no son estáticos y los cuales se pueden leer de diversos modos.
Fernando Morales
Universidad Católica de Chile
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