eucaristía y parusía el principio de interpretación de la presencia real

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FRANÇOIS-XAVIER DURRWELL, C.SS.R.
EUCARISTÍA Y PARUSÍA
EL PRINCIPIO DE INTERPRETACIÓN DE LA
PRESENCIA REAL
Hoy parece difícil creer en la presencia eucarística del Señor. Constataciones de orden
pastoral que reflejan esta dificultad, han provocado esta reflexión. El autor intenta
determinar el principio de toda interpretación de la eucaristía. Sin pretender un
análisis del relato de la institución, este estudio quiere ser de inspiración bíblica,
presupone la fe de la Iglesia en la presencia de Cristo en la eucaristía e intenta hacer
inteligible, a partir de la Escritura, la afirmación de esta presencia.
Eucharistie et Parousie. Le principe d’interprétation de la Présence réelle, Lumen
Vitae, 83 (1971) 89-128 (1)
Hay una tendencia actual en los medios católicos a vivir la eucaristía más como acción
y medio y como comida de la fraternidad cristiana que como presencia de alguien. De
esta práctica surge espontáneamente la cuestión teórica: ¿cómo se puede decir que
Cristo está presente sustancialmente en la eucaristía?, ¿en qué medida hay que hablar de
presencia real?
El hecho de que el concilio haya hablado de una múltiple presencia de Cristo en la
Iglesia lleva a algunos a interpretar la presencia eucarística según un realismo muy
relativo. La misma filosofía que está a la base de la doctrina de la transustanciación
presenta problemas, pues el significado de la palabra sustancia para el hombre moderno
es distinto al de épocas pasadas por estar ligado a una diferente comprensión filosófica.
La verdadera dificultad, sin embargo, continúa siendo al explicación adoptada desde
hace siglos por la teología y que contradice los datos de la experiencia: ¿deberá la fe
negar el dato de la experiencia de que la eucaristía es pan y vino?
Las teologías modernas intentan actualizar la explicación de la eucaristía fijándose en su
simbolismo y subrayando el papel de la fe en la celebración. Y en esto han visto algunos
una relativización de la presencia real.
Normalmente la eucaristía no debería suscitar dificultades a la fe, pues es el sacramento
que con más efic acia nos lleva al encuentro del misterio cristiano. Es la revelación de
Cristo lo que suscita la fe y la eucaristía es esta revelación permanente en la Iglesia.
Posiblemente, las dificultades se derivan de las pretensiones de ciertas teologías que
tratan de interpretar la eucaristía al nivel de la razón, y a este nivel la eucaristía no
admite explicación. Así, se pierde de vista que en la teología de la eucaristía el punto de
partida de la reflexión es de una importancia decisiva.
EN BUSCA DEL PUNTO DE PARTIDA
La teología escolástica partió para su reflexión sobre la eucaristía de los elementos
sacramentales. Se preguntó cómo el pan y el vino podían ser el cuerpo y sangre de
Cristo y se respondió que mediante el cambio de sustancia. Esto es correcto. Pero, por
su parte, la escolástica entendió este cambio según una determinada filosofía de la
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sustancia. Hoy se intentan otras explicaciones que sustituyan la interpretación
escolástica, pero se hace a partir del mismo punto inicial. Se piensa en la determinació n
de un sentido nuevo, de un cambio de significación. Para ello, se parte de la eucaristía
como sacramento natural de amistad y fraternidad, significación que, llevada a sus
últimas consecuencias, nos ha de conducir al encuentro de Cristo, fundamento de la
amistad y fraternidad humanas.
Este modo de proceder tiene el defecto de no tener en cuenta, desde el primer momento,
el carácter escatológico del misterio cristiano, pues, para ser fiel a su objeto, la reflexión
cristiana debe partir de la escatología; y la escatología no depende de las realidades de
este mundo, sino al revés: éstas dependen de aquélla y están contenidas en ella. Ni el
pan ni el vino ni la asamblea, sean comprendidos por una filosofía de la intencionalidad
o de la naturaleza, pueden dar razón de la presencia eucarística. El principio de
inteligibilidad del misterio cristiano hemos de buscarlo en el interior del mismo misterio
(cfr. Jn 6,61-63).
La cuestión planteada en términos escolásticos es, por tanto, defectuosa; pues al
preguntarse cómo las sustancias de pan y vino pueden convertirse en las sustancias del
cuerpo y sangre de Cristo, se supone que el Cristo glorificado puede hacerse presente
entre nosotros a la manera de una realidad de este mundo. Preocupada únicamente por
las nociones filosóficas, la teoría escolástica de la transustanciación es indiferente al
carácter pascual de la eucaristía. La teología que razona a partir de la sustancia del pan y
del vino, puede olvidar que el Cristo glorificado sólo es de este mundo en la medida en
que es su realidad escatológica. Y reflexionando desde este olvido, tal teología llega a
un Cristo que puede no ser aquel que comulgamos: Cristo en su muerte y resurrección.
Si, por otro lado, la explicación se busca considerando la eucaristía como símbolo de las
relaciones humanas, parece imposible llegar al realismo que la Iglesia reconoce a la
presencia de Cristo. La presencia eucarística parece entonces quedar reservada al
momento de más fuerte densidad del símbolo de la celebración.
Si, en cambio, se pretende explicar la presencia eucarística a partir de la asamblea,
entonces se aplica indebidamente a la eucaristía Mt 18, 20 ("donde hay dos o tres
reunidos en mi nombre, allí estoy yo"). Se olvida, además, que la asamblea eucarística
se constituye gracias a la presencia eucarística y no al revés: "Porque no hay más que un
solo pan (que es el cuerpo de Cristo) nosotros formamos un solo cuerpo" (1Co 10,17).
El misterio pascual base de la reflexión teológica
El sentido de la eucaristía está, más allá de las realidades terrestres, en Cristo y su Reino
del cual el pan y el vino son el medio de inserción en este mundo. La predicación de
Jesús sobre el Reino encuentra su cima en la institución eucarística. El relato de la
institución se abre por el anuncio de la Pascua celebrada en el reino de Dios (Lc 22,15s)
y termina evocando el vino nuevo que Jesús beberá en su reino. Para san Pablo, toda la
institución eucarística está inmersa en el misterio pascual: la eucaristía es la "cena del
Kyrios" (1Co 11,20) que es el Cristo glorificado; el cuerpo entregado es el cuerpo del
Kyrios y la muerte proclamada es la del Kyrios (1Co 11,26.29). Para Pablo, la noción de
cuerpo eucarístico va unida a la de cuerpo resucitado. Según el cuarto evangelio, el pan
prometido es "la carne entregada por la vida del mundo" (Jn 6,51); y para disipar lo que
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esta promesa tiene de absurdo, Jesús apela a su subida al cielo (6,61s). Además, de un
conjunto de textos de la Escritura se deduce que la eucaristía ha sido considerada como
comida sacrificial (por ejemplo: 1Co 10,14-21), lo cual supone una víctima inmolada y
sacrificada ( = hecha sagrada, de sacrum facere); y en el caso de la eucaristía esta
víctima es Cristo glorificado y santificado por su muerte y resurrección.
La eucaristía, por tanto, no puede ser entendida como una sustancia de este mundo; su
principio de inteligibilidad se encuentra en aquello mismo que la constituye: el Cristo
pascual que viene en el ámbito de su Iglesia terrestre.
EL MISTERIO PASCUAL, MISTERIO DE PARUSÍA
Resurrección y parusía
Es tal la importancia que la Escritura concede a la parusía de Cristo, que (en contra de lo
que suele hacer la teología) no la reduce simplemente a ser un cierre espectacular de la
historia de la salvación. La parusía es el mismo misterio de salvación en cuanto se
realiza en Cristo, para nosotros y en nosotros al hacerse presente a su Iglesia el Cristo
pascual.
Según la tradición sinóptica, el anuncio de la venida del Reino se confunde poco a poco
con el anuncio de la venida del Hijo del hombre. A partir del momento en que Jesús
predice su pasión, el tema de la resurrección se suma a los temas de la venida del Hijo
del hombre y de la venida del Reino. Después de Pascua el tema de la resurrección
prevalece, pero de modo que se identifican resurrección e irrupción escatológica. En los
Hechos, la resurrección es la buena nueva realizada, el cumplimiento total de la
promesa divina (Hch 13,32s). También en Juan el anuncio de la muerte y resurrección
es incorporado al tema de la parusía y epifanía de Jesús "me voy y vendré a vosotros"
(Jn 14,18.28). Y esta venida de que habla la escritura es la única que tiene lugar como
plena salvación al fin de los tiempos y que se cumple en la muerte de Cristo en la que es
glorificado. Pablo concibe la parusía, "el día del Señor", como una realidad futura; pero
no puede evitar el considerarlo también como una realidad actual. Podemos decir que el
misterio pascual es la acción por la que Dios glorifica a su Cristo y lo entrega a los
hombres, "resucitado por nosotros" (2Co 5,15), para que se cumpla que si "gustó la
muerte fue para bien de todos" (Hb 2,9). Llamamos resurrección a la glorificación de
Jesús considerada bajo su aspecto personal; considerada bajo el aspecto salvífico para
los hombres la podemos llamar parusía.
La parusía, misterio de salvación comunicada
La muerte glorificadora de Cristo en la que Dios realiza la salvación, no puede sernos
distribuida ni aplicada; ella se hace nuestra cuando Cristo se nos da en comunión. Jesús
dice ser el pan de vida; él es, también, el Cordero inmolado y santificado por el Espíritu
Santo para remisión de los pecados (Jn 1,2933 passim). Comiendo el pan se alcanza la
vida, y comiendo el Cordero pascual se alcanza la santificación. Por esto Jesús dice:
"Tomad y comed, esto es mi cuerpo entregado por vosotros".
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LA EUCARISTIA, SACRAMENTO DE LA PARUSÍA
Antes de ser medio de santificación, alimento de la vida eterna o vínculo de la
comunidad, la eucaristía es fundamentalmente la venida personal de Cristo, su parusía.
La fe en esta presencia del Señor es esencial a la fe de las comunidades primitivas. La
fórmula de la consagración subraya el carácter personal de la presencia del Señor, pues
"esto es mi cuerpo", según la mentalidad semita, se refiere a la presencia personal.
Presencia sacrificial
El Cristo presente en la eucaristía es el Cristo pascual, vivo para siempre por el misterio
de su muerte y glorificación. La acción de Dios que glorifica a Jesús no es "posterior" a
su muerte, sino que la muerte de Cristo es donación al Padre, y esta donación al ser
aceptada se convierte en glorificación. Muerte y glorificación se pueden entender como
dos caras de un mismo misterio. Juan le ve glorificado en la misma cruz (Jn 12,32ss ), y
como el cordero puesto en pie y degollado (Ap 5,6) ; junto a la sangre de la inmolación
mana el agua símbolo del Espíritu de gloria (Jn 19,34-37).
Podemos decir, pues, que la eucaristía, precisamente porque es presencia de Cristo, es
sacrificio. Cristo se hace presente a los suyos en el instante de su muerte y glorificación
para unirles a su sacrificio, siendo así redención y salvación, y el camino de acceso a
Dios (Hb 10,20).
Toda presencia de Cristo es, pues, presencia de su sacrificio. Y una teología de la
presencia que no implique el sacrificio (como ocurre con la doctrina de la
transustanciación, indiferente al carácter sacrificial de la eucaristía) debe reconocerse
fracasada.
Si la eucaristía es sacrificio por ser presencia, la presencia encuentra su entera
explicación en el carácter pascual de Cristo, es decir, en su sacrificio. La parusía de
Cristo, en cuanto es un aspecto del misterio de su muerte y resurrección, forma parte de
la plenitud de la encarnación: donación total a Dios y donación total a los hombres. La
venida de Cristo se lleva a cabo por el sacrificio y en él: es don de sí. La explicación de
la eucaristía, se halla, pues, en el misterio pascual.
Presente bajo otras especies
Cristo, pues, "muerto una vez por todas... y vivo para Dios" no puede ya ser visible a la
manera de las realidades de este mundo. Su presencia no puede ser más que una venida
sólo visible por las realidades terrestres que él ha hecho medio y signo de su venida. El
Cristo pascual tiene el poder de convertir una realidad terrestre en un medio de su
presencia en este mundo. Dios, al resucitarlo y hacerle participar de su soberanía, le ha
comunicado el Espíritu que es divino poder de creación, poder que es puesto por Cristo
resucitado al servicio de su Iglesia.
El papel que la fe de la Iglesia juega en la eucaristía no es el de crear, si no el de recibir
y aceptar la venida de Cristo resucitado obrada por el poder divino. En los relatos de las
apariciones se habla de que Cristo se ha aparecido a los discípulos, no de que éstos le
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hayan visto. La iniciativa está toda en Cris to. La fe es suscitada por la presencia y no a
la inversa. Sería por tanto contrario a los datos de la escritura atribuir a una realidad
terrestre, aunque sea la fe de la comunidad, una función directa en la constitución del
sacramento. El poder de convertir el pan en el cuerpo de Cristo es el poder de Cristo que
actúa en la Iglesia. La fe del ministro es necesaria sólo para unirle a Cristo y para
posibilitar que Cristo actúe en él. Pero la fe del ministro no produce la parusía
eucarística.
Presente como realidad final
Pablo encierra en una fórmula la afirmación de la inclusión de Cristo en la creación y su
trascendencia respecto de ella: "Él es el primogénito de toda creatura" (Col 1,15). Cristo
es principio de todas las cosas a la vez que plenitud final hacia la que todo progresa. Por
tanto, se ha de decir que cuando Cristo se vale de las realidades terrestres (el pan y el
vino, los apóstoles o una comunidad) para hacerlos sacramentos de su venida, no ejerce
violencia sobre las realidades de este mundo. La escatología no contradice a lo
penúltimo, sino que ella es la realidad profunda de las cosas, en la que éstas alcanzan su
plenitud. El ser del hombre se perfecciona al hacerse cristiano; el pan se hace en la
eucaristía "el Pan verdadero".
Por el poder de l Espíritu en la Iglesia
La venida de Cristo se realiza por el poder del Espíritu que obra en la predicación de los
apóstoles y en la conversión del pan y el vino en cuerpo y sangre del Señor. Por esta
razón la Iglesia consagra en el Espíritu Santo a los que han de ser mediadores de la
presencia de Cristo, e invoca al Espíritu en la eucaristía sabiendo que por él son
"santificados y transformados" el pan y el vino.
La Iglesia, por todos sus fieles que confiesan el nombre de Jesús, es el cuerpo de Cristo.
Fuera de la Iglesia no conoce la Escritura una presencia visible de la escatología en el
mundo. La presencia eucarística, por tanto, está estrictamente vinculada a la Iglesia y no
puede darse fuera de ella. De ahí la importancia de la fidelidad a la comunidad eclesial
para la constitución de la asamblea eucarística, la cual sólo lo será en toda su verdad, si
es también la Iglesia tal como Cristo la ha instituido: la Iglesia con su colegio
apostólico.
EL MODO DE PRESENCIA POR EL PAN Y EL VINO
Vimos que la exp licación que la filosofía escolástica da de la eucaristía no es ya una
ayuda para la fe. La Iglesia, sin embargo, cree que el pan y el vino se transforman en
cuerpo y sangre del Señor. Ahora bien, el misterio eucarístico no es un fenómeno
aislado sino que se integra en el ámbito más amplio del misterio cristiano. Del análisis
del misterio cristiano podemos deducir algunas leyes generales.
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Dios transforma elevando
Dios salva transformando y transforma elevando. La salvación no destruye ni altera la
creación, sino que la enriquece. La nueva creación es, pues, cumplimiento y plenitud de
la primera creación. En esta obra salvífica, Cristo es el primogénito; él debió pasar por
la muerte pero no fue aniquilado, sino exaltado. Y toda acción salvífica se inscribe en el
Cristo glorificado primogénito de toda creación.
Además de la "conversión" eucarística, la Escritura conoce otra realidad terrestre
transformada en cuerpo de Cristo: la asamblea de los fieles que por la acción del
Espíritu viene a ser también el cue rpo de Cristo. Entre estas dos transformaciones de
una realidad terrestre en cuerpo del Señor, la del pan y la del fiel, hay una evidente
analogía, plenamente justificada, pues según Lc 22,20 y 1Co 11,25 Jesús ha unido
Iglesia y eucaristía en un mismo concepto declarando que la eucaristía es la Nueva
Institución anunciada por Jer 31,31, la Jerusalén de arriba que, según Pablo, es la Iglesia
en su misterio (Ga 4,24-26).
En el cristianismo, todo habla de una salvación que plenifica las cosas sin alterarlas,
llevándolas a su culminación. La Antigua Institución es "perfeccionada" sin ser
"abolida". La creación no ha de ser destruida sino que avanza hacia su plenitud
escatológica. Los sacramentos son medios de la acción de Dios precisamente porque no
pierden sus propiedades naturales, pues, precisamente por ellas, son signos eficaces de
la gracia: el bautismo que santifica es agua que lava. Sin duda que todo esto no son más
que analogías. Pero las verdades cristianas han de ser comprendidas en la analogía de la
fe, en su integración a la totalidad del misterio. De ahí que, llamando a la eucaristía el
verdadero Pan, se refleja mejor el misterio que diciendo: la eucaristía no es ya pan.
Una interpretación de la eucaristía desde una filosofía aristotélica lleva a la conclusión
de que el poder de Dios cambia el pan en cuerpo de Cristo porque puede cambiarlo en
cualquier otra sustancia. Se pierde de vista así que la realidad presente en el pan es el
"Cristo-espíritu éschaton del mundo". La transformación eucarística es única, pues el
Éschaton (la plenitud última) del mundo para imponerse a una realidad terrestre no
necesita despojarla de su ser primero. La realidad última no va a destruir las realidades
primeras, sino que va a "completarlas" santificándolas, como el mismo Cristo ha sido
"santificado" por el Padre (Jn 10,36).
La transformación del pan y del vino es, pues, una santificación por el Espíritu Santo, y
la acción del Espíritu es, precisamente, un vincular los hombres y las cosas a la
escatología abriéndolos a ella y modificando sus relaciones con la plenitud final. La
Iglesia queda relacionada con Cristo, éschaton del mundo, porque Dios lo entrega como
Cabeza a la Iglesia. Ella es Su cuerpo y presencia en la tierra de Aquel que es su
plenitud escatológica. Es verdad que Cristo es la realidad escatológica de toda la
humanidad, pero lo es como futuro. Mientras que para la Iglesia, en cambio, esta
realidad escatológica es ya una realidad presente. Se debe incluso decir, por el lugar
central que la eucaristía, como celebración escatológica, ocupa en la Iglesia, que ésta se
sitúa en el éschaton y subsiste en él. La eucaristía, como la Iglesia, debe ser explicada
por una relación única, inmediata y absoluta con la realidad escatológica. La
transformación del pan debe comp renderse como una modificación de su relación con
aquello que es la sustancia profunda de todas las cosas.
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Pan de la tierra y pan del cielo
Según Pablo, Cristo es el éschaton de toda la realidad terrestre. Sin embargo, la relación
del pan eucarístico con este término final es única; sólo él es santificado por el Espíritu
y asumido por la realidad escatológica que viene a ser su sub-stantia inmediata, la
realidad profunda en la que subsiste. La eucaristía es, pues, la anticipación en nuestro
mundo de las realidades del Reino donde Cristo es "todo en todos". El pan eucarístico
mantiene su apariencia de pan corriente cuando en realidad ha venido a ser medio de la
presencia inmediata del Cristo pascual en el mundo.
El mismo pan cotidiano está en relación con el upan verdadero" que aporta la salvación
escatológica, pero esta relación lejana se hace identidad en el pan eucarístico. Frente a
él, el fiel no se halla ante dos realidades, el pan y el cuerpo del Señor, como la Iglesia no
está constituida de hombres y del cuerpo de Cristo, sino que los fieles son el mismo
cuerpo de Cristo. La realidad escatológica hecha presente no es una realidad
sobreañadida a otra realidad preexistente. La presencia de Cristo no queda pues
mediatizada por el pan; éste no es un obstáculo para el encuentro y la comunión, sino
que, siendo su sacramento, la realiza.
¿Transustanciación?
Se puede continuar hablando de transustanciación si por ello se entiende lo que los
Padres griegos, sin emplear la palabra, dejan entender en su formulació n. Para ellos, la
transformación eucarística es la asimilación por Cristo de los elementos sacramentales,
los cuales pierden su autonomía de sustancias fundadas sobre ellas mismas. Según los
Padres griegos, por tanto, la acción de Cristo que hace de los elementos naturales la
exteriorización de su presencia vivificante, constituye ciertamente un cambio
substancial.
¿Transfinalización?
El término transfinalización puede ser un enriquecimiento del vocabulario tradicional si
no se le entiende como una nueva finalidad dada a la realidad del pan y del vino al
atribuirles el carácter simbólico de la comida de la eucaristía. La intención de Cristo es
realmente creadora y si da una nueva finalidad al pan y al vino es precisamente porque
los transforma, haciendo de ellos el don que Dios ofrece a los hombres.
¿Transignificación?
A partir de la significación que el intercambio de regalos tiene en las relaciones
humanas, se puede considerar que Cristo está presente en la eucaristía por la intención
que tiene de hacer don de sí mismo a la Iglesia en el don del pan. Pero esta
interpretación cae en el defecto de partir de las relaciones humanas como principio,
olvidando que sólo la escatología puede aportar inteligibilidad a la presencia eucarística.
Los símbolos que el hombre crea como mediaciones de la relación personal realizan el
encuentro entre los hombres a un nivel de imperfección que no se puede superar. De ahí
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que, sin olvidar la analogía que hay entre el símbolo y el sacramento, haya que decir que
la función del pan y del vino es distinta de la del símbolo en las relaciones humanas. La
donación de sí que Cristo hace en la eucaristía es según una totalidad propia de la
escatología y esto debe ser tenido en cuenta como punto de partida de la búsqueda de
inteligibilidad. No puede ser, meramente, punto de llegada a partir del simbolismo de
las realidades terrestres.
Si la explicación aristotélica corre el peligro de no dar razón del carácter de sacrificio
propio del misterio, la explicación como transignificación puede caer en el extremo de
fijarse sólo en la presencia durante la significación eucarística, momento que expresa la
significación, descuidando la permanencia de la presencia afirmada por la tradición de
la Iglesia. Pues, según ésta, no es el símbolo de la comida lo que realiza la presencia,
sino que es la parusía lo que determina el simbolismo del pan y del vino.
EL MODO DE PRESENCIA EN LA IGLESIA
Si nos preguntamos cómo se da en la eucaristía la reciprocidad que comporta toda
presencia, hemos de responder que la presencia de Cristo, aunque localizada por razón
del pan y del vino, es una presencia salvífica. La reciprocidad sólo se realiza, por tanto,
en la libre acogida de la salvación.
Una presencia que viene a nosotros
Cristo se hace presente en su venida desde su inaccesibilidad escatológica hasta los que
son atraídos por la fe y pertenecen ya al Reino. Se trata, pues, de la presencia de algo
que propiamente no es de este mundo. La presencia eucarística, por tanto, es
esencialmente una presencia que viene, pues es el brotar de la realidad escatológica en
el seno de la realidad presente.
Esta venida de la realidad escatológica a nosotros se convierte, por la esperanza, en una
marcha de la comunidad hacia ella. La escatología viene a nosotros haciéndonos ir hacia
ella, lográndose así la reciprocidad del encuentro. La naturaleza de este encuentro, sin
embargo, será siempre para la Iglesia terrestre algo imperfecto e inacabado.
Una presencia de donación
Cristo está presente en la eucaristía para quien le acepta y en la medida en que se le
acepta, pues la parusía es la donación de Dios en su muerte, "la carne entregada por la
vida del mundo". La presencia, por tanto, está destinada a la comunión con el fiel y se
consuma en ella. Y esta comunión no se lleva a cabo sólo comiendo, sino creyendo.
Porque la oración es una comunión, se puede decir que la eucaristía es, de modo
permanente, el gran sacramento de la oración eclesial.
FRANÇOIS-XAVIER DURRWELL, C.SS.R.
Presencia de inmolación
La presencia de Cristo en alimentos que son consumidos es proclamación de su muerte.
La eucaristía es presencia para los que aceptan morir y en la medida en que aceptan
morir con Cristo. Ella es la comunión pascual, el viático de la muerte cristiana a través
de la vida terrestre.
Presencia personal
Se debe hablar de presencia personal, pues la eucaristía se cumple en el sacrificio que es
don de sí y entrada en comunión con los demás, y éste es el estado normal de la
persona. No hay que confundir la presencia personal y la presencia local, pues Cristo,
"ausente" de nuestro espacio y de nuestro tiempo, es para nosotros presencia personal,
fuente de vida y de santificación. El cuerpo terrestre es un órgano deficiente de
relaciones personales; pero el Cristo glorificado, que no sólo vive sino que es "espíritu
vivificante", es totalmente para nosotros. Toda la gracia eucarística consiste en esta
relación personal que es amistad, y ésta se realiza en la presencia mutua y posesión
recíproca del sacramento. De ahí que despersonalizar la eucaristía sería privarla de su
eficacia.
CONCLUSIÓN
Hemos visto que la parusía como venida de Cristo es síntesis y explicación de la
eucaristía. Es síntesis, porque la eucaristía, por ser venida de Cristo, es plenitud del
misterio de la salvación. Es también explicación, en la medida en que el misterio se deja
explicar, porque, como parusía, la eucaristía es entendida a partir de la escatología por
la que se ha de explicar todo el misterio cristiano. Partiendo así del misterio pascual
podemos decir que Cristo viene a nosotros en su sacrificio. Cristo se presenta a nosotros
por la transustanciación del pan y del vino, lo cual no impide que estos elementos sean
pan y vino, subsistiendo ahora de manera única en el Cristo glorioso "en quien todo
subsiste" (Col 1,17).
Este intento de explicación de la eucaristía a partir del misterio pascual rechaza de
antemano la posibilidad de una explicación racional, pero resulta más convincente que
ésta. Lo dicho en este trabajo ha pretendido ser, simplemente, una coordinación de datos
revelados. La teología especulativa deberá tratar a continuación el tema de la relación de
la realidad terrestre con la escatología.
La preparación catequética a la comprensión de este misterio ha de contar con las
realidades de este mundo que realizan la comunión y la fraternidad entre los hombres.
Pero deberá empezar por la afirmación del Señor: "Tomad y comed, esto es mi cuerpo",
y no habrá de perder de vista que trata de explicitar algo de lo que la inteligencia
humana no puede dar razón, a saber, "el misterio de la fe", la presencia de la escatología
en el mundo.
FRANÇOIS-XAVIER DURRWELL, C.SS.R.
Notas:
1
Este artículo ha aparecido posteriormente, ampliado y con algunos retoques, en forma
de pequeño libro bajo el título L'eucharistie, présence du Christ, en Les Editions
Ouvrieres, Pans 1971. Dada la inevitable densidad de nuestra condensación y la riqueza
de matices del original, remitimos al lector interesado a esta publicación (N. de la R.).
Tradujo y condensó: JOSÉ M. MILLÁS
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