SOFÍSTICA Movimiento cultural e intelectual de los siglos V y IV a. n. e. desarrollado en Atenas y preocupado primordialmente por la educación de los ciudadanos. Sócrates y Platón lo combatieron por sus conclusiones relativistas y escépticas. En un primer momento, la denominación “sofista” no tenía una connotación negativa (etimológicamente, “sofista” proviene del griego “sophisté”, que significa sabio o maestro, y que deriva, a su vez, de “sophía”, de donde, en español, “sabiduría”). Sin embargo, a partir de las críticas de Sócrates, Platón y Aristóteles, el término se ha entendido de forma despectiva. Todavía hoy, “sofista” hace referencia es quien está dotado de habilidad para los razonamientos falaces, capciosos. El movimiento sofístico responde a las nuevas necesidades educativas surgidas en el siglo V a. n. e. en Atenas como consecuencia de los cambios sociopolíticos impulsados por Pericles. El desarrollo de la democracia permitió la aparición de estos primeros “maestros de virtud” (areté). A medida que se fue reforzando la tradición democrática y que las decisiones que afectaban a la polis se tomaban colectivamente, fue adquiriendo cada vez más importancia el arte de hablar bien en público y de argumentar convincentemente, tanto en la asamblea como ante los tribunales. No es extraño, pues, que aparezca un grupo de maestros dedicado a enseñar esas habilidades a las nuevas elites económicas. Tales son los sofistas, muchos de ellos, extranjeros llegados a Atenas desde otras polis. Al principio, ofrecían a sus clientes una educación integral (paideia), pero pronto se especializaron en las técnicas retóricas necesarias para el triunfo social y político en el nuevo contexto democrático. Por otra parte, ese mismo contexto hacía conveniente investigar los fundamentos del comportamiento colectivo: la moral y las costumbres. Así, mientras que los filósofos anteriores a Sócrates (los “presocráticos”) tenían como objetivo la investigación de la physis, ahora, con los sofistas y Sócrates, la filosofía dirige su atención a temas más típicamente humanos: la reflexión ética y política y la indagación sobre las posibilidades del lenguaje y del conocimiento. A este cambio en los intereses de estudio se lo ha denominado “giro antropológico”. Podemos señalar varios rasgos comunes al movimiento sofístico: Un relativismo y convencionalismo moral y político: destaca Protágoras, con su máxima “el hombre es la medida de todas las cosas”. A diferencia de los fenómenos naturales (physis), la moral y las leyes son fruto de una mera convención (nomos). Un relativismo y escepticismo gnoseológico (referido al conocimiento): partiendo de una teoría sensualista, reducen el conocimiento a opinión: “La verdad no existe, si existiese no la podríamos conocer y si la conociésemos no podríamos comunicarla”, declarará Gorgias. Su principal ocupación es la enseñanza, que efectúan a cambio de una remuneración, ya que consideran que esta tarea es propiamente un trabajo y no sólo una obligación moral (como creía Sócrates). Platón los acusará de ser comerciantes del saber y no propiamente educadores, y de hacer de la razón una mera técnica para la victoria en la discusión, al margen del contenido de verdad y de la moralidad de las tesis defendidas. EPICUREÍSMO El epicureísmo es una escuela filosófica que nace en el siglo IV a. n. e., en Grecia, de la mano de Epicuro de Samos (341-270 a. n. e.) y que será desarrollada posteriormente por el romano Lucrecio (siglo I a. n. e.). El contexto histórico en el que se sitúa el epicureísmo es el período helenístico, marcado por la expansión del imperio de Alejandro Magno. Ésta dio lugar a la difusión de la cultura helénica, la asimilación de ciertas ideas y tradiciones orientales (entre las que destaca la creencia en el “destino”) y grandes transformaciones sociopolíticas que conllevaron el fin del ideal de la polis tal como había sido entendida hasta entonces, al perder éstas su autonomía y 1 quedar sumidas en la nueva estructura política imperial. Ahora, es el individuo quien ha de alcanzar la autarquía, ser su propio dueño y dominar sus pasiones, para lo que es necesario emplear la razón. En este ambiente, surgen diversas escuelas morales y un nuevo ideal del sabio. Una de estas escuelas es la epicúrea, fundada por Epicuro, quien, hacia el año 306 a. n. e., adquirió la finca llamada “El Jardín” a las afueras de Atenas, donde se retiró con un grupo de amigos para llevar una vida tranquila y alejada de las tensiones y decepciones de la política. En la filosofía de Epicuro, se llama "Canónica" a la lógica y la teoría del conocimiento, de corte sensualista. Por lo que se refiere a la Física, defendieron el atomismo de Demócrito, con la única novedad de su teoría del clinamen o desviación espontánea en la trayectoria de los átomos, creencia que les permitió defender la existencia de la libertad y rechazar el determinismo atomista clásico, así como el fatalismo y determinismo estoicos. En su concepción ética, Epicuro defendió el hedonismo. El hedonismo es una teoría filosófica que afirma que existen dos principios básicos que gobiernan nuestra actividad: el dolor (que ha de ser rehuido) y el placer (que ha de ser perseguido). Esta postura, defendida en la Grecia clásica, en tiempos de Sócrates, por los cirenaicos (que llegaron a identificar la felicidad o eudaimonía con una vida de placer) fue matizada por Epicuro. Epicuro sostuvo que el fin de la vida humana es el placer, pero consideraba que, frente al placer puramente material, corpóreo (agitado y momentáneo), era preferible el placer espiritual y afectivo (tranquilo y duradero), ligado a la sabiduría y la amistad. Planteó que para alcanzar una vida buena y feliz (eudaimonía) había que lograr la ataraxia (imperturbabilidad de ánimo), que exigía el dominio pleno de uno mismo (autarquía). Para ello, además de perseguir la ausencia de dolor corporal (aponía), era necesaria la liberación de los miedos psicológicos, que nos atenazan y nos quitan libertad. Frente a estos, propuso un cuádruple remedio (tetrafármaco) o medicina del alma: 1) vencer el temor a los dioses («su existencia, si existen, no influye en los mortales»). 2) Superar el miedo a la muerte («porque cuando se está vivo la muerte no nos afecta y, cuando hemos muerto, tampoco, porque ya no somos: no hay “más allá”»). 3) Liberarse de la falsa idea del destino, que atenaza y amenaza al hombre: contra el fatalismo griego, los epicúreos eran defensores de la libertad humana. 4) Aprender a llevar, mediante el ejercicio de buenas costumbres, una vida con el mínimo dolor y el placer conveniente. Superados los miedos, que nos esclavizan y nos causan dolor, el sabio está en disposición de alcanzar la felicidad. Para ello, es imprescindible el ejercicio de la prudencia (phrónesis) o sabiduría práctica, sin la cual no es posible decidir adecuadamente entre los placeres y dolores que se nos ofrecen en cada caso. Epicuro establece una clasificación para ayudar a dirigir sabiamente la prudencia: a) Hay deseos naturales y necesarios, que han de satisfacerse. b) Hay deseos naturales pero no necesarios, que han de limitarse, para no depender de ellos y para evitar que el placer más próximo nos traiga un dolor mayor posterior. c) Hay deseos que no son ni naturales ni necesarios, que son fuente de dolor y que han de evitarse siempre. ESTOICISMO El estoicismo es una escuela, corriente o movimiento filosófico fundado por Zenón de Citio (333-262 a. n. e.) en Atenas hacia el año 300 a. n. e. El nombre “estoicismo” proviene del lugar en el que su fundador, Zenón, ubicó la sede original de la escuela, junto a uno de los pórticos de entrada a la ciudad o stoa. El estoicismo adquirió gran importancia y difusión durante el periodo helenístico y fue asimilado por el Imperio romano, gozando de enorme popularidad, tanto entre los esclavos y clases populares, como entre las elites. Suelen distinguirse tres periodos en su evolución histórica: 2 Estoicismo antiguo (stoa antigua): siglos III y II a. n. e. (Zenón de Citio, Cleantes y Crisipo). Estoicismo medio (stoa media): siglos II y I a. n. e. (Panecio y Posidonio). Estoicismo nuevo (stoa nueva): siglos I y II d. n. e. (Séneca, Epicteto y Marco Aurelio). El contexto histórico del primer estoicismo, al igual que el del epicureísmo, está marcado por la expansión del imperio de Alejandro Magno. Ésta dio lugar a la difusión de la cultura helénica, la asimilación de ciertas ideas y tradiciones orientales (entre las que destaca la creencia en el “destino”) y grandes transformaciones sociopolíticas que conllevaron el fin del ideal de la polis tal como había sido entendida hasta entonces, al perder éstas su autonomía y quedar sumidas en la nueva estructura política imperial. Ahora, es el individuo quien ha de alcanzar la autarquía, ser su propio dueño y dominar sus pasiones, para lo que es necesario emplear la razón. En este ambiente, surgen diversas escuelas morales y un nuevo ideal del sabio. Una de estas escuelas es la estoica. Desde Zenón, los estoicos dividían la filosofía en tres partes que comparaban con las partes de un huevo: Lógica (cáscara), Física (clara) y Ética (yema). Sus ideas físicas estuvieron influidas por Heráclito y algunas tesis de Aristóteles. Distinguen dos principios: la materia informe (hylé), que es principio pasivo, y el Logos (o Pneuma, simbolizado por el fuego), que es principio activo, divino. Los dos principios están trabados siempre y en todas partes, lo que fomenta una visión panteísta (la divinidad impregna la totalidad de la realidad). El Logos o Pneuma es el poder creador y principio racional que ordena todas las cosas y las dirige hacia su mayor perfección conforme a un destino al que no pueden escapar. Estas ideas fomentaron el fatalismo y el determinismo entre los estoicos. En su ética, consideraron que el objetivo de la conducta humana es la felicidad. Su propuesta ética gira alrededor de la virtud y el deber. Anticipando el punto de vista kantiano, valoraron la virtud por sí misma y, a diferencia de Kant, creyeron que es suficiente para conseguir la felicidad. La vida virtuosa, feliz, se alcanza con la fidelidad a la naturaleza y a la razón. La ética estoica se funda, pues, en su determinismo cósmico. Ante la necesidad absoluta que gobierna el cosmos, la actitud del sabio solo puede ser la de aceptar el destino (“el destino arrastra a quien se le opone y conduce a quien lo acepta”), puesto que, si todo está sometido al Logos, todo es racional y justo. La libertad humana consiste en aceptar lo inevitable del destino (libertad como “conciencia de la necesidad”). La razón es el único camino para ser dueños de nosotros mismos y abrazar el destino sin ningún temor. Tan solo los necios tratan de enfrentarse a él, pagando un caro precio, su infelicidad. Las pasiones son las principales causantes de esta necia postura, porque nos arrastran y nos crean la falsa ilusión de que las satisfacemos a nuestro antojo. Por ello, la autarquía (autogobierno) se entiende como un estado de completa insensibilidad y neutralización de todas las pasiones, gracias a la superioridad de la razón. Es decir, se entiende como apatía: negación de los sentimientos y de las emociones. Negación, es decir, puesta entre paréntesis, que no erradicación, puesto que no es posible eliminar las pasiones, que siempre permanecerán ahí, amenazándonos. Otra gran propuesta política, y también moral, de esta escuela fue el cosmopolitismo: el hombre es ciudadano, pero no de una polis, sino del cosmos; los hombres deben unirse por lazos de fraternidad. Es innegable la influencia estoica en el filantropismo cristiano. ESCOLÁSTICA Corriente filosófica y teológica medieval que abarca desde el siglo X (o el IX, según otros) hasta el XIV d. n. e (cabe hablar también, sin embargo, de una escolástica barroca, aunque aquí no nos ocuparemos de ella). “Filosofía escolástica” significa literalmente filosofía de escuela. La expresión se aplica, en un primer momento, a las escuelas monacales, pero, después, y sobre todo, a las escuelas 3 catedralicias fundadas por diversas órdenes religiosas en las ciudades, con el resurgir de éstas, y que darán lugar a las universidades europeas. El producto escolástico característico es la “Summa”, que representa un compendio del conocimiento del momento. Sus temas fundamentales son los siguientes: La polémica en torno a los universales (realismo/nominalismo). Las demostraciones de la existencia de Dios: en este apartado destacan el argumento ontológico, de Anselmo de Canterbury, de filiación platónica, y las cinco vías, de Tomás de Aquino, de influencia aristotélica. La relación entre fe y razón: este es, probablemente, el tema más característico. No olvidemos que los autores escolásticos son monjes y frailes (rara vez seglares) que emplean la filosofía grecolatina clásica para intentar comprender mejor el mensaje de su fe cristiana. En la primera etapa de esta corriente, dominada por el agustinismo, prevalece la influencia platónica a través del pensamiento de Agustín de Hipona. Sobresale Anselmo de Canterbury (s. XI d. n. e.). En este periodo, la razón y la fe se entienden como complementarias: se ayudan mutuamente, sin que exista enfrentamiento alguno entre ambas; casi se identifican. En la segunda etapa, que coincide con el periodo de máximo esplendor, el descubrimiento de Aristóteles, transmitido por filósofos árabes como Avicena y Averroes, removió la concepción tradicional de las relaciones entre fe y razón, dando lugar a un movimiento, el averroísmo latino, que reclamó la autonomía de la razón frente a la fe y postuló la teoría de la “doble verdad”. Por su parte, Tomás de Aquino (siglo XIII d. n. e.), autor más importante de esta etapa, negó esta teoría, pero admitió que la razón y la fe son autónomas. Sin embargo, defendió la existencia de una “zona de intersección” entre ambas (preambula fidei). En caso de conflicto, la fe debía prevalecer, al tratarse de una verdad revelada por Dios. La tercera etapa es la crisis, provocada por la corriente nominalista, representada por Guillermo de Ockham (s. XIV d. n. e.), para la cual la fe no necesita en absoluto de la razón, que no ha hecho sino coartar la omnipotencia divina con sus estrechas teorías e interpretaciones. Por su parte, la razón ha de ocuparse de descubrir la naturaleza y sus leyes, creadas por ese Dios omnipotente, sin pretender trascender sus propios límites. 4