LA ESCUELA DE YOKOHAMA EN TORNO A FELICE BEATO: el mundo de la flor y el sauce JAPÓN: UNA SOCIEDAD FEUDAL EN EL SIGLO XIX A principios del siglo XVII se instauró una dictadura militar en Japón (Shogunato de la dinastía Tokugawa) que duró casi tres siglos, y que puso en práctica una política aislacionista que permitió la subsistencia del sistema feudal [Período Edo: 1603-1868] hasta la segunda mitad del siglo XIX. En dicho sistema el Shogun y los señores de la guerra, ostentaban todos los poderes, siendo el papel del Emperador casi exclusivamente ceremonial. El Shogunato condujo a una férrea división social en la que se distinguían: los soldados, los agricultores, los artesanos y los comerciantes. A finales de 1635 la capital fue trasladada a Edo (actual Tokyo), en torno a la cual comenzaron los primeros signos de una recuperación económica, tan necesaria después de un convulso período de guerras internas. Dicha recuperación haría tambalear la rígida estructura de esta sociedad medieval puesto que fue la clase más baja y menospreciada (la de los comerciantes) la que pasó a ser pieza clave tanto para el gobierno como para la nobleza, dado su creciente poder económico. El rígido código de comportamiento promovido por una recelosa casta militar, y al que debía ceñirse esta nueva burguesía, impedía que pudiera avanzar en su posición social. Esto determinó que los comerciantes decidieran destinar sus riquezas a gozar del presente en los Barrios del Placer (como el de Yoshiwara en Edo): un mundo bello, voluptuoso y efímero, en el que encontrar todo tipo de placeres sensoriales. El ambiente de cortesanas, casas de té, y geishas, junto con el de los actores del teatro kabuki, quedó plasmado en las ukiyo-e (imágenes de ese “mundo flotante”y transitorio). Estas estampas grabadas en madera, y exquisitamente coloreadas a mano, tuvieron un gran éxito, hasta que, coincidiendo con la apertura de Japón a Occidente, llegó la fotografía. YOKOHAMA: EN TORNO A FELICE BEATO En 1859 el puerto de Yokohama se abrió al comercio internacional, siendo en este pequeño pueblo de pescadores en el único lugar donde se permitió el asentamiento occidental. Esta apertura, posible gracias a la vuelta al poder del Emperador [Restauración Meiji: 1868-1912], marcó el comienzo de una época de grandes cambios en Japón. Atraídos por lo exótico de un mundo que había permanecido aislado del exterior durante casi tres siglos, no fueron pocos los fotógrafos extranjeros que desembarcaron en puertos comerciales como el de Yokohama. Entre todos ellos, cabe destacar a Felice Beato (c1825-c1908) fotógrafo veneciano nacionalizado británico que documentó la guerra de Crimea (1855), la revuelta de los Cipayos en la India (1857) en lo que serían las primeras imágenes de cadáveres de guerra. También cubrió la Segunda Guerra del Opio entre China y Francia-Gran Bretaña (1856-1860) donde conoció a Charles Wirgman un ilustrador corresponsal del “Illustrated London News”. Beato, alentado por Wirgman, se instaló en Yokohama en 1862 donde abrió un estudio fotográfico (Yokohama Foreign Settlement) en el que se dedicó a un tipo de fotografía de corte antropológico y costumbrista. La temática y puesta en escena de sus fotografías recuerdan a las de las estampas ukiyo-e con las que Beato estaba familiarizado. Con el tiempo decide empezar a dar pequeños toques de color a sus imágenes, para lo cual cuenta en un principio con la colaboración de su amigo Wirgman, muestra de ello fue el segundo de los dos volúmenes de vistas de Japón que editó Beato (I: Views of Japan, II: Native types). La gran popularidad que adquirieron estas imágenes coloreadas -tanto entre los extranjeros que las adquirían como souvenir de sus viajes, como entre los nativos que reconocen en ellas una nueva visión de su “mundo flotante”- llevó a Beato a contratar a numerosos artistas japoneses del ukiyo-e para colorear sus fotografías, llegando a establecer en su estudio auténticas cadenas de producción para hacer frente a la creciente demanda de estas imágenes. En 1871 el barón von Stillfried (1839-1911), un pintor nacido en Austria sin experiencia profesional previa como fotógrafo, abrió un nuevo estudio en Yokohama en competencia directa con el de Beato, hasta que en 1877 este último vende su estudio, equipo y negativos a Stillfried. Las imágenes del austriaco conjugan por un lado un componente más teatral importado desde Europa, y por otro, un mayor interés en el retrato individualizado frente a la fotografía de Beato, que buscaba la representación de los estereotipos presentes en la sociedad nipona. Junto a Beato y a Stillfried, se formaron un gran número de jóvenes fotógrafos japoneses, entre los que cabe destacar la figura de Kusakabe Kimbei. Kimbei es considerado como uno de los principales fotógrafos japoneses de finales del siglo XIX. Trabajó en el estudio de Beato coloreando sus fotografías, y posteriormente fue ayudante de Stillfried. Algunas fuentes sostienen que Stillfried vendió su estudio a Kimbei en 1885, sin embargo, otras, que fue otro fotógrafo europeo -Adolfo Farsari- quien adquirió el taller del austriaco. Lo cierto es que Kimbei, influido por convenciones occidentales, produjo un gran número de imágenes en las que aparecían representados comerciantes, artesanos, prostitutas, geishas…, pero siempre dejando patente la individualidad y psicología del personaje retratado. Kimbei representa pues, una sutil transición en la forma en que la sociedad japonesa era retratada, encontrando en sus fotografías una mayor emotividad. Beato, Stillfried y Kimbei, son una muestra de lo que constituyó todo un fenómeno en el campo de la fotografía en un escenario tan sugerente como lo era el Japón de finales del siglo XIX. Las imágenes a las que dieron lugar, son, por un lado, testigo directo de la curiosidad que entre sí se despertaron dos culturas que hasta el momento habían permanecido ajenas, la una a la otra; y por otro, son la síntesis de dos visiones de una realidad radicalmente distinta a la vivida hasta entonces en Europa. Todo ello, a través de un medio de expresión de tan reciente creación como era el de la fotografía, en pleno desarrollo a finales del siglo XIX. LA EXPOSICIÓN: IMÁGENES DEL MUNDO DE LA FLOR Y EL SAUCE La exposición recoge imágenes en papel a la albúmina de 21x27 cm, coloreadas a mano, siguiendo el estilo que en su momento Felice Beato inició en su estudio de Yokohama, sin quizá sospechar que daría lugar a lo que hoy por hoy se conoce en la historia de la fotografía como la Escuela de Yokohama. La puesta en escena de estas fotografías exquisitamente compuestas y que, incluso, no pocas veces resultan teatrales, debe entenderse bajo dos puntos de vista. El primero, puramente técnico, referido al método utilizado por los fotógrafos de aquella época (negativos de colodión húmedo y copias en papel a la albúmina) que obligaba a un estudio riguroso de la escena a fotografiar, puesto que todo el proceso requería una gran rapidez y exactitud. Los negativos debían ser revelados en el momento, de esta forma, el artista veía el resultado in situ, y si éste no le satisfacía, seguía teniendo la escena frente a él para corregirla y volver a captar lo que hoy podríamos llamar una instantánea. El segundo punto de vista, sería puramente estético, puesto que la finalidad última de estas fotografías era su venta a un público principalmente extranjero deseoso de llevarse siquiera un fragmento del exotismo que aquel desconocido país desprendía. Las imágenes recogidas en esta exposición acaso podrían sugerir el mundo, muchas veces mal interpretado, de las geishas o -como también se le conoce- mundo de la flor y el sauce. Las geishas (palabra que viene a significar “persona que se dedica a las artes”), son relativamente modernas (c1750) pese a lo que pudiera pensarse hoy día, y su mundo aunque ligado a los Barrios de Placer como el de Yoshiwara, nada tenía que ver con el de las cortesanas. Las geishas son auténticas artistas: dominan la ceremonia del té, cantan, tocan el shamisen (instrumento tradicional japonés de tres cuerdas), recitan poemas, y poseen una conversación que puede abarcar con inteligencia todos los temas imaginables. Es lógico pensar que toda esta serie de dotes, no se adquirían así sin más y el proceso de aprendizaje requería mucho tiempo y esfuerzo. Este proceso de aprendizaje podía comenzar a una edad tan temprana como la de 5-6 años, con la que las niñas entraban en las okiya (casas de geishas). Si estas niñas demostraban tener algo especial, pasaban a ser maiko o aprendiz de geisha (literalmente “muchacha que baila”), pasando a estar bajo la tutela de una geisha ya experta. Tanto unas como otras, asistirán toda su vida a innumerables clases para dominar todas las artes que se le suponen a su profesión. En algunas de las fotografías se puede ver a adolescentes vestidas con ricos kimonos y peinados elaborados. Todo parece indicar que estamos ante niñas en pleno período de aprendizaje del oficio de geisha. Por un lado las escenas que forman: clases de baile, cenas con instrumentos musicales de fondo, preparación cuidadosa de los peinados y kimonos. Y por otro, pequeños y sutiles detalles que nos regala el retratista como son: el uso de la rígida almohada característica que usaban las maiko para no arruinar sus peinados (takamakura), el cuello rojo del kimono interior característico de las aprendices, frente al blanco de las geishas… Otras escenas captan un entorno más cotidiano (el momento de lavar la ropa, el juego de un grupo en el parque, el puesto de un vendedor de flores…) que a pesar de todo sigue conservando una magia, que la visión de estos fotógrafos supieron plasmar, como ya lo hicieran en su momento los artistas de las ukiyo-e. [Vendedor de flores II]. Fotografía. Papel a la albúmina. 27 x 21 cm aprox. A28 Evening Banquest. Yojio. Kioto. Fotografía. Papel a la albúmina. 27x21 cm aprox. A150 Dancing. Fotografía. Papel a la albúmina. 27x21 cm aprox.