EL POPULISMO LATINOAMERICANO EN EL SIGLO XX

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EL POPULISMO LATINOAMERICANO EN EL SIGLO XX. ALCANCES
Y CONFUSIONES CONCEPTUALES PASADOS Y PRESENTES
Dr. Arturo A. Fernández
CONICET/UNSAM/UBA
El objetivo del presente trabajo es aclarar conceptualmente un aspecto de la
realidad política latinoamericana, con la finalidad de abordar sin prejuicios un
tema sugestivo a partir de los primeros años del siglo XXI. El auge y la expansión
de movimientos y partidos de “izquierda” –más o menos críticos de la economía
de mercado- en la región, cuyos líderes triunfaron por la vía electoral,
conquistando la primera magistratura de diversos Estados, ha reintroducido el
concepto de populismo para descalificar a los partidos reformadores más
radicalizados, tal como se hizo a menudo en el siglo pasado. Ello obliga a revisar
el mencionado concepto “populismo” y el de “neo-populismo” y si ellos son
aplicables a la realidad actual.
El supuesto general que se trata de demostrar es el carácter heterogéneo y
novedoso de las realidades latinoamericanas a partir de su experiencia histórica y
de la cambiante coyuntura actual de los Partidos Políticos a nivel global y
regional.
El análisis comparado puede dar lugar a ciertos avances en el conocimiento social
y político, por lo cual se analizará la evolución de los partidos llamados
populistas en la región durante el período posterior a 1930, sus logros y su declive
ulterior, reconociendo sus caracteres paradigmáticos y sus trayectorias disímiles .
1. EL DEBATE SOBRE EL POPULISMO EN EL MUNDO Y EN LA
REGION
Cabe recordar que la bibliografía de los años sesenta planteaba la diversidad y la
complejidad de las prácticas populistas. Por ejemplo, un libro compilado por G.
IONESCU y E. GELLNER, 1970, es un conjunto de trabajos preparados por
expertos en diversos fenómenos políticos a los cuales se los calificó como
“populismos”, con la finalidad de encontrar una “definición” común. Se
analizaron diferentes realidades histórico-geográficas muy diversas, tales como el
populismo ruso y el norteamericano del siglo XIX, el “campesinismo” del este
europeo de los siglos XIX y XX y los movimientos populistas de África y de
América Latina del siglo XX, para identificar sus rasgos sociales, políticos e
ideológicos. El populismo ruso fue un movimiento de intelectuales que luchaba
contra el absolutismo zarista entre 1880 y 1890, intentando con poco éxito
movilizar al campesinado sometido a formas de servidumbre feudal; minorías
populistas desesperadas y aisladas optaron por la acción directa terrorista y fueron
desarticuladas por el autoritarismo estatal. Por su parte el populismo
norteamericano se constituyó como una organización de agricultores que luchaba
contra la concentración económica derivada del poder del gran capital urbano
entre 1890 y 1905; ello permitió crear un tercer partido con perspectivas
electorales pero, al no lograr apoyos urbanos, fracasó su proyecto de conformar un
bloque parlamentario y se fue diluyendo como estructura política. La sensibilidad
populista norteamericana reapareció después de la crisis de 1973-1980, pero
tampoco pudo consolidar una tercera fuerza partidaria.
En el Este europeo hubo tendencias populistas en partidos campesinos nacidos a
fines del siglo XIX pero, en general, no se transformaron en organizaciones
políticas centristas como en los países escandinavos o en Suiza. Algunos apoyaron
experiencias fascistas surgidas entre las dos guerras mundiales o, luego, al
comunismo, perdiendo identidad propia y asumiendo prácticas e ideologías
autoritarias.
Los populismos africanos, y en general del Tercer Mundo, fueron organizaciones
políticas que lucharon por la independencia de las colonias o por una mayor
autonomía de pueblos que sufrían la dominación económica occidental; a su vez
trataban de transformar los Estados respectivos en agentes de desarrollo. Ello se
reproduciría de forma peculiar en la región.
Sin embargo, desde los años cincuenta, el término populista ha sido
mayoritariamente utilizado en medios académicos y políticos latinoamericanos de
forma peyorativa, homologándolo a regímenes políticos demagógicos y
autoritarios que tendieron a degradar las instituciones de mediación política. Por
otra parte, hubo quienes reconocieron que esos proyectos políticos pugnaron por
ciertos grados de integración social y de ampliación de las funciones del Estado
con el fin de combatir el subdesarrollo latinoamericano. En realidad, “populismo”
pasó a ser un término que varía de acuerdo con quien lo utiliza pero con
predominantes connotaciones negativas.
Después de 1980 el término populismo siguió siendo usado para caracterizar
formas degradadas de acción política o identificar expresiones ideológicas
irracionales. En América Latina se llegó a identificarlo con el gobierno corrupto y
sanguinario de Fujimori en Perú o con el de Collor en Brasil, destituido en un
juicio político. Asimismo, se lo identificó con organizaciones políticas neofascistas que aparecen en Europa después de la crisis de 1973. Con ello se acentúa
su carácter de concepto “comodín” que sirve para descalificar comportamientos
políticos más o menos condenables.
En un sentido totalmente contrario, trabajos como el de ERNESTO LACLAU,
2005, asignan al populismo caracteres permanentes propios de las democracias
actuantes a fines del siglo XX y principios del actual. Ellos se basarían en algunos
pocos elementos comunes asignados a partidos, movimientos e ideologías tan
diferentes como los abarcados por la misma denominación “populista”, negándose
a considerarla un adjetivo peyorativo. Esos elementos serían: a) una crítica al
funcionamiento del capitalismo; y b) una amplia gama de demandas y
movimientos sociales que conforman una unidad discursiva integradora que
instituye al “pueblo”como actor social central.
El discurso y la práctica populistas ocuparían el espacio que produce la
ambigüedad esencial de la democracia; en ella coexisten los elementos
institucionales destinados a limitar el poder estatal, pero también a constituirlo y
hacerlo efectivo, y las prácticas que conforman la visión salvífica que la legitima.
Por ello el populismo acompañaría a las sociedades democráticas como su
sombra.
En síntesis, Laclau considera al pueblo una categoría política, cuya construcción
como actor histórico es lo que denomina “la razón populista”; esta construcción
hace posible la emergencia de la identidad popular en el período histórico actual,
denominado “capitalismo global”, por lo cual se adjudica al término populismo un
valor explicativo de las profundas transformaciones sociales y políticas que
sucedieron a la crisis de 1973-80.
En Ciencias Sociales es habitual que los conceptos tengan diversas
significaciones, las cuales varían a través del tiempo. Sin embargo, es difícil
encontrar tanta diversidad y opacidad como en el caso del “populismo”. ¿Sirve
para mucho dar contenidos teóricos a un término que expresa realidades sociales y
políticas totalmente opuestas? ¿Es posible calificar a partidos políticos racistas
como una resultante necesaria de las contradicciones de las democracias de los
países desarrollados? ¿Podría la palabra “populismo”, tan ajetreada, superar la
creciente opacidad del concepto de clases sociales?
En los años sesenta una significativa corriente sociológica consideró al populismo
como un fenómeno ambiguo y transitorio, propio de la transición de la sociedad
tradicional a la moderna. Ella fue la aguda visión desarrollada, entre otros, por
Gino Germani. En la actualidad el uso contradictorio del mismo término corre el
peligro de convertirse en un abuso verbal y teórico, al extremo de proyectar
fenómenos propios de la etapa del Estado de Bienestar “keynesiano” y de la
Sociedad Industrial al período histórico posterior, derivado de la revolución
tecnológica y económica concretada hacia 1970-1980, actualmente en curso. Es
posible que la categoría “pueblo” ayude a comprender procesos sociales y
políticos actuales, pero ella no tiene relación con los movimientos nacionales y
populares que surgieron en países periféricos como Turquía, México, Brasil,
India, etc., durante el siglo XX.
Se coincide con Laclau en que el término populismo fue denigrado o desestimado
por las Ciencias Sociales y por el pensamiento político mayoritarios en un largo
período histórico; pero ¿es posible reivindicarlo sin caer en abusos de sentido? No
se pretende en pocas reflexiones desestimar, ni mucho menos, una obra filosóficopolítica tan significativa pero sólo se afirma que nuevas realidades merecen ser
denominadas con términos originales. Los conceptos antiguos deben deben ser
actualizados a través de investigaciones empíricas actuales. Por ello, parece más
prudente hasta ahora definir el populismo latinoamericano como un momento
socio-político histórico e irrepetible que recorre el período 1920/30 -1980/90.
2. UN CONCEPTO DE POPULISMO LATINOAMERICANO DEL SIGLO
XX
El populismo latinoamericano, diferente del ruso, del norteamericano y aun de los
existentes en África o Asia, es un conjunto de movilizaciones sociales que
derivaron, entre 1920 y 1980, en la formación de los primeros grandes partidos
políticos que representaron los intereses de diversos sectores sociales subalternos
en una docena de los Estados de la región; en casi todos los demás hubo intentos
fallidos de organizar la mediación integrando a dichos grupos desfavorecidos.
Aun así, la diversidad de dichos Estados generó realidades diferentes y difíciles de
definir bajo un único concepto. Más aún, no hubo una “internacional populista” de
la región, tal era el carácter heterogéneo de los partidos y/o movimientos que
integraron esta “familia política”.
El populismo se presentó como un fenómeno común a muchos países y en cada
uno de ellos adquirió caracteres particulares. Su difusión y extrema variedad
llevaron a la literatura socio-política que se ocupaba de problemas
latinoamericanos a una cierta imprecisión en el uso del término y a encontradas
interpretaciones.
Muchos países latinoamericanos vieron surgir movimientos políticos que, en cada
caso, fueron llamados populistas. Lo que aparece a primera vista en todos los
ejemplos históricos es el carácter autóctono del fenómeno populista; lo que se
debe profundizar son sus fundamentos sociales y políticos para entender su
verdadero alcance y contenido.
Es posible emitir la hipótesis que el populismo aparece en casi todos los países
latinoamericanos en un momento determinado de su evolución histórica, el cual se
caracterizó por una movilización social que rompía el equilibrio marcado por la
hegemonía de las oligarquías terratenientes o productoras de materias primas
exportables. A menudo la etapa marcada por dicha relación de poder se denominó
“Estado oligárquico”, organizado hacia 1880 y afectado por la crisis mundial
capitalista que se inicia hacia 1929.
Sin embargo, la crisis hegemónica de las oligarquías terratenientes sólo puede
comprenderse en toda su dimensión si se hace referencia al condicionamiento
económico que determinó la decadencia de los sectores sociales que se
beneficiaban con las estructuras agro-minero-exportadoras de los países
latinoamericanos. En efecto, en algunos casos el detonante de esa crisis fue la
recesión económica mundial de 1930; en otros la causa se puede encontrar en las
secuelas económicas de la Primera y/o de la Segunda Guerra Mundial. En fin, en
algunos países mono-productores incide un cambio en la política económica de la
potencia dominante (o sea Estados Unidos o Gran Bretaña). Como consecuencia
de ello es que los populismos, en todos los casos, trataron de transformar el
sistema mono-exportador de materias primas, buscando con más o menos éxito
atenuar la dependencia económica exterior a través de la industrialización..
La base social de los movimientos populistas que surgieron como respuesta a la
situación económico-social descripta, fue compleja. En algunos países implicó la
alianza de campesinos y clases medias urbanas (ejemplo es el de México de 1930
con la constitución del Partido Revolucionario Institucional); en otros abarcó a las
clases medias, a una incipiente burguesía industrial y a la clase obrera
recientemente incrementada por el rápido desarrollo de la sustitución de
importaciones (tal es el caso del ascenso del peronismo en la Argentina de 1945),
y aún más, hay países en que el populismo se presentó como una interrelación de
intereses tan dispares como los de sectores de las viejas oligarquías rurales y los
de los nuevos grupos sociales urbanos en ascenso. El varguismo brasileño es el
más interesante ejemplo de una alianza vasta y, por lo tanto, muy compleja, puesta
en marcha gracias a un delicado equilibrio logrado por la astucia y la autoridad de
Getulio Vargas. Quizás el Movimiento Nacionalista Revolucionario boliviano fue
el movimiento más simple en su estructura social predominantemente popular
(obreros y campesinos dirigidos por sectores medios), pero ello pudo ser una
consecuencia de la realidad social boliviana sumamente polarizada hacia 1950. En
fin, el poli-clasismo que caracterizó al populismo se basaba en una alianza y un
equilibrio de clases que presentaban signos de inestabilidad y precariedad. Por
ello, hubo movimientos populistas que se transformaron en partidos de clase o que
desaparecieron. Pero también muchos sobrevivieron, sea con los componentes
sociales originales, sea con modificaciones en dicha composición.
Esto lleva a plantear otra característica de los partidos llamados populistas. En
mayor o menor grado ellos se presentaron con una tendencia al no alineamiento y
a la tentativa de romper los lazos de dependencia política que derivaban del
neocolonialismo económico ejercido por los imperios anglosajones en esta área
después de 1830, fecha en la que América Latina se separó de España y Portugal.
Luego cabe abordar la importancia que adquirió en el surgimiento del populismo
la figura del líder carismático, quien a menudo fue el verdadero mediador entre las
masas y el poder partidario. Además, él solía ser el inapelable árbitro de los
conflictos que planteaba el delicado equilibrio de intereses dispares de los sectores
sociales aliados que constituían la base del movimiento populista. Ello otorgó un
cierto cariz autoritario a la organización interna del partido populista y a la forma
de ejercitar el gobierno cuando el mismo ocupó el poder estatal; pero es ese líder
carismático quien tuvo la virtud de transformar el autoritarismo en algo
consentido por el pueblo, convirtiéndose en un símbolo justificativo del intento
de transformación social.
El líder carismático, por una necesidad biológica, debe dar paso a una
organización política, el Partido. Puede enunciarse así la hipótesis siguiente: si el
carisma del líder no se trasladaba al partido, la existencia del populismo no duraba
mucho más que la vida del mencionado caudillo. Sin embargo, la mayoría de los
populismos latinoamericanos se transformaron en Partidos duraderos o fugaces.
Resumiendo, los orígenes histórico-sociales del populismo determinaron ciertos
rasgos comunes a esas realidades políticas; respondiendo a la crisis socioeconómica de las oligarquías latinoamericanas, los movimientos populistas: a)
fueron un conglomerado social de sectores no oligárquicos-exportadores de
materias primas; b) tendieron a la superación de la dependencia económica por la
puesta en marcha de una industrialización acelerada; c) buscaron variadas formas
de no alineamiento frente a las potencias hegemónicas que desarrollaban el
neocolonialismo propio de la segunda parte del siglo veinte; d) conformaron una
estructura política donde predominaba el carisma del líder, al cual sucedió el de la
organización político-partidaria; e) trataron de crear un Estado regulador de la
economía, diferente a los precedentes “Estados oligárquicos”, el cual ensayó
adoptar políticas sociales más o menos redistributivas, imitando parcialmente a
los Estados de Bienestar que aparecen en las sociedades industriales después de
1930.
Hasta aquí se observan rasgos comunes que harían del populismo un fenómeno
monolítico. Sin embargo, sus expresiones fueron sumamente variadas y propias de
cada país en el que surgieron y, además, se presentaron como un hecho social
dinámico y cambiante. Ello derivó, en gran medida, de las ideologías nacionalistas
que estos movimientos desarrollaron. Estas ideologías, por una parte,
consolidaron los Estados nacionales pero, asimismo, diferenciaron a los diversos
partidos de tipo populista.
Por todo esto, sostengo que cada movimiento populista desarrolló una ideología
nacionalista con caracteres propios, adecuados al medio social, económico e
histórico del país en que nació. Quizás es más preciso referirse claramente a
diversas ideologías populistas, habida cuenta de los caracteres comunes de todas
ellas pero también de sus diferencias.
3. EVOLUCION DE LOS PARTIDOS/MOVIMIENTOS POPULISTAS DEL
SIGLO XX Y SITUACION ACTUAL
A partir de estos elementos se puede observar la evolución de los movimientos
populistas que esclarezca un fenómeno tan complejo, el cual abarcó buena parte
del siglo XX. Prácticamente en cada uno de los países del área (con excepción de
Uruguay) surgieron movimientos populistas entre 1920 y 1970 como reacción
social compleja a las crisis económicas y políticas del sistema capitalista que
fueron desarticulando el “modelo” agro-minero-exportador.
También ellos pueden ser denominados Partidos Nacionalistas Populares sin
inducir a error. Algunos de ellos inspirados en esa visión de la sociedad, pudieron
realizar un cierto desarrollo industrial por sustitución de importaciones, en gran
medida favorecido por la coyuntura económica mundial signada por la crisis de
1930 y por la Segunda Guerra Mundial. En otros países, los partidos nacionalistas
y populares llegarían al gobierno “tardíamente” (en 1960, 1970…o 1985), cuando
las condiciones para un desarrollo capitalista autónomo eran mucho menos
favorables que en la década de 1940. Más aun algunos no pudieron gobernar o
fueron expresiones políticas débiles e incapaces de introducir reformas en sus
sociedades.
A mi entender el fenómeno populista en América Latina esta limitado a la etapa
histórica que se inicia con la crisis del sistema capitalista mundial de 1930 y
concluye con la de 1973-1980. En ello coincido con el aporte de CARLOS
VILAS, 2004, y con su precisa crítica al confuso concepto de neo-populismo
latinoamericano aplicado a la realidad social y política de 1990-2000.
El populismo así definido inició la participación de organizaciones políticas de
sectores subalternos en el destino de los Estados de esa región, tal como sucediera
en Europa con los Partidos Socialistas obreros. Ello dio lugar a la formación de
partidos políticos que, en algunos casos, perduran hasta nuestros días,
generalmente con programas diferentes a los planteados en el siglo pasado. Ellos
fueron de tres tipos: a) de estilo “social demócrata”, surgidos en las Universidades
como expresión de clases medias ascendentes y con liderazgos civiles; se trató del
Partido Acción Popular Revolucionaria Americana (APRA) en el Perú, el Partido
Acción Democrática en Venezuela, el Partido Liberación Nacional en Costa Rica,
el Partido Revolucionario Dominicano y el Partido Roldosista en Ecuador. b) de
origen militar, derivados de la misma movilización social canalizada por oficiales
de las Fuerzas Armadas; se trató del varguismo, luego Partido Traballista en
Brasil, del peronismo en la Argentina y gobiernos/partidos semejantes gestados en
cuarteles de Paraguay (febrerismo creado por el Coronel Franco), Chile (gobierno
del Gral. Ibáñez), Guatemala (gobiernos de los Coroneles Arévalo y Arbenz),
Perú (gobierno revolucionario del Gral. Velasco Alvarado), Colombia (Partido
Acción Nacional Popular creado por el Gral. Rojas Pinilla), Panamá (Partido
Revolucionario Panameño creado por el Comandante Torrijos), El Salvador y
Honduras (con gobiernos militares reformistas de corta duración). c) derivados de
revoluciones sociales como las de México (el citado PRI), Bolivia (el citado
MNR), Nicaragua (Frente Sandinista de Liberación Nacional) y Cuba (el
Movimiento 26 de Julio creado por Fidel Castro en su primera etapa y hasta su
transformación en un Partido Comunista. que gobierna la isla).
Actualmente están gobernando el justicialismo en ARGENTINA, el aprismo en el
Perú, el Partido Liberación Nacional en Costa Rica, el Partido Revolucionario
Democrático en Panamá (perdió las recientes elecciones y pasará a la oposición en
agosto), una escisión del Partido Revolucionario Dominicano (el Partido de la
Liberación Dominicana) en República Dominicana y el Frente Sandinista de de
Liberación Nacional en Nicaragua. A su vez, el Partido Revolucionario
Institucional mexicano es la principal fuerza de oposición y sigue siendo
influyente en el proceso político de su país. Se han debilitado, víctimas del
derrumbe de sus Sistemas de Partidos, Acción Democrática de Venezuela y el
Movimiento Nacionalista Revolucionario boliviano. Fueron extinguiéndose los
antiguos partidos o expresiones populistas de Colombia, Ecuador, Guatemala,
Paraguay, BRASIL y Chile. Asimismo no quedan rastros de las experiencias
fugaces de ese tipo en Honduras y El Salvador.
Los mencionados partidos y las más o menos fallidas experiencias nacionalistas
populares sentaron las bases del desarrollo político de la región, con las
limitaciones impuestas por el poder social imperante en cada país. Acusarlos de
anti-políticos no corresponde con la realidad histórica. En general, esos diversos
populismos latinoamericanos intentaron realizar las reformas que la socialdemocracia logró negociar en Europa Occidental después de 1930-1945. En
nuestra región los grupos económicos más poderosos faltaron a la cita y no hubo
pactos sociales viables que crearan Estados de Bienestar amplios y estables.
Uruguay –años anteriores a la crisis de 1930- pudo realizar un proceso de relativa
inclusión social negociada, lo cual explicaría la inexistencia de una experiencia
populista como las definidas en este trabajo.
Después de 1980 se inició una nueva era de acumulación del capital que debilitó a
los partidos obreros y de masas en todo el mundo; los populismos
latinoamericanos no podían ser la excepción y muchos de ellos aceptaron realizar
las “reformas de mercado”, ganándose el repudio de parte de sus antiguas bases
sociales. Otros populismos fueron extinguiéndose por la desaparición de las bases
económicas, sociales y culturales que le dieron origen.
Por ello afirmo que el populismo de América Latina es un hecho histórico que
intentó, en general sin éxito, encauzar la región hacia mejores niveles de vida
social y política; es inexacto o ideológico asociarlo de manera simplista a
dictaduras o a mal gobierno. Quienes mantuvieron y mantienen subdesarrollados a
los países latinoamericanos fueron y son los sectores sociales que gobernaron
mucho más tiempo, sea a través de partidos conservadores o, sobre todo, de las
Fuerzas Armadas transformadas en Partidos Militares.
No hay retorno posible al populismo que realmente existió en la región y cuya
evolución lo ha transformado en diversos partidos reformistas o lo ha llevado a su
desaparición.
4. LA PROBLEMÁTICA DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS Y DE LOS
SISTEMAS DE PARTIDOS LATINOAMERICANOS
La endeble democracia latinoamericana no puede consolidarse sobre la base de
partidos políticos cuya historia, tradiciones y vinculaciones entre sí y con la
sociedad presentan signos de esclerosis y de decadencia. Es obvio que dichos
signos son el producto de una larga evolución cuyo análisis excede los casos del
populismo latinoamericano y se refieren a caracteres antiguos y permanentes de la
estructura social de los países de la región.
Por otra parte, algunos rasgos de los partidos son relativamente universales y, en
los últimos años, existe una cierta crisis de credibilidad en sus funciones, aun en
los países desarrollados. Esta crisis se debe a los profundos cambios sociales que
se están operando en el mundo, al surgimiento de nuevas formas de comunicación
y de organizaciones sociales y a la permanente tensión entre las aspiraciones de
participación individual y grupal y las formas representativas de gobierno.
Antes de abordar los citados rasgos de los partidos y sus sistemas en América
Latina, relacionaremos su comportamiento con la competencia por alcanzar las
funciones de mando en el Estado. Implícitamente se está analizando la realidad
de Sistemas Políticos Pluralistas, es decir aquéllos en los que las organizaciones
partidarias se presentan libremente en los diversos tipos de elecciones locales o
generales y todos los ciudadanos tienen la facultad de escoger sus gobernantes
entre los candidatos presentados por dichos partidos, según las reglas fijadas por
los diversos sistemas electorales.
Cabe precisar que, durante gran parte de la historia de la humanidad, ínfimos
porcentajes de la población de un Estado participaban o se preocupaban de la vida
política. El resto de los gobernados eran controlados estrechamente, sea a través
de la coerción física, sea a través de ideologías religiosas o mágico-religiosas que
“distraían” a las masas y les impedían tomar conciencia de la injusticia de su
situación de subordinación.
Es a partir de las revoluciones burguesas de Holanda, Inglaterra y Francia y de la
lucha por la independencia norteamericana que la participación política va
creciendo y universalizándose, configurando la aparición de diversas fuerzas
políticas en los Estados citados y, gradualmente, en el conjunto de los países que
van incorporando formas de organización social capitalista.
La propia dinámica de la sociedad industrial y las luchas sociales que ella
desencadenó (“burguesía vs. nobleza”, luego “proletariado vs. burguesía) explican
la gradual pero rápida expansión de dichas Fuerzas Políticas mediadoras entre la
Sociedad y el Estado. Entre ellas los Partidos Políticos cumplen un rol central.
Por su parte, en sociedades muy poco industrializadas, el efecto de demostración y
el impacto causado por el contacto con los países industrializados fueron los
principales factores que impulsaron la organización de dichas instituciones
partidarias.
Diversas características políticas y sociales diferencian el funcionamiento de los
Sistemas Pluralistas que funcionan actualmente en los países desarrollados
(socialmente integrados) en relación a los subdesarrollados (socialmente
desintegrados); entre estos últimos se incluyen, en mayor o menor medida, todos
los regímenes políticos latinoamericanos, lo cual condiciona la realidad de sus
Partidos Políticos y de las relaciones entre ellos, es decir los Sistemas de Partidos.
Esas características provienen de prolongados procesos iniciados en el siglo XX,
los cuales se han diversificado en tantas sociedades y Estados como hay en
América Latina: Sin embargo, se afirma que los rasgos perduran y explican la
mencionada debilidad de las democracias de la región.
Analizaremos las características principales que forman el contexto social de
dichos sistemas políticos pluralistas. Ellas son inherentes al mismo subdesarrollo.
a) Una estructura económica desarticulada, cuya incorporación más o menos
compulsiva al mercado mundial capitalista, ocurrida a fines del siglo
diecinueve, implicó el predominio de la producción agraria y minera. Ellas
se acentuaron como consecuencia de la crisis de 1930 y no se resolvieron en
la medida en que los Estados mantuvieron sus lazos articulatorios intactos
con el correspondiente centro capitalista.
La industrialización ulterior–en algunos de los casos considerados- ha sido
importante pero todavía no ha podido integrar el total de la economía, y
parece no podrá hacerlo en un futuro previsible. Es por eso que aun los
países más dinámicos de América Latina muestran un dualismo en su perfil
económico: por un lado, un sector capitalista moderno con tendencia a la
trans-nacionalización, con niveles de producción y consumo similares a los
de los países desarrollados; y, por el otro, un sector tradicional basado en
otras actividades productivas con poco o inexistente dinamismo capitalista.
En este sector la gran mayoría de los trabajadores del campo viven en un
nivel de mera subsistencia; esta situación los obliga a emigrar a las grandes
ciudades en busca de mejores condiciones de vida y de trabajo, generando
desempleo o trabajo informal, conformando verdaderos cinturones de
miseria y empeorando las contradicciones socioeconómicas de los países.
b) Una burguesía nacional débil, a menudo carente de habilidades para
dirigir a la sociedad en su totalidad; lo cual puede verificarse fácilmente en
los países donde las relaciones capitalistas de producción en las zonas
rurales no pudieron fortalecerse. Esto también lo prueban el poco desarrollo
tecnológico auto-generado en las compañías autóctonas de los países
subdesarrollados y el opulento y “aristocrático estilo” practicado por
muchos de sus sectores burgueses. Las reformas estructurales posteriores a
1980 desarticularon aun más este grupo social, atomizando su composición.
Las limitaciones políticas de esta burguesía se reflejan en su dificultad para
formar partidos políticos que cuenten con apoyo popular masivo y, en
consecuencia, puedan alternar en el gobierno con los partidos
representativos de las clases medias y bajas.
c) Una poco numerosa clase obrera con un desarrollo organizacional
dependiente de la relación con el Estado en menor o mayor escala. Su
situación fue históricamente diferente de la de sus homólogos en países
desarrollados y, por lo tanto, las estructuras de sus sindicatos también son
distintas. La relación entre las actividades económicas en el campo y las de
las ciudades también fue distinta en un caso y el otro, lo cual contribuyó a
crear diversas clases de mercados laborales, con indudables consecuencias
sobre la vida de los sindicatos, en la medida en que dicho mercado fue
definido por el poder político.
En varios procesos de industrialización en los países subdesarrollados las
clases trabajadoras se organizaron en relación con el Estado y dieron lugar a
la aparición de sindicatos ligados a la burocracia estatal o a un partido
político nacionalista popular en un determinado período histórico. En los
países donde en efecto se estableció una relación cercana entre el Estado y
los sindicatos, aunque ello representó una limitación del movimiento obrero
organizado, ellos crecieron en número y en poder económico,
convirtiéndose en organizaciones masivas, a veces manipuladas por el
Estado. Gran parte de estas experiencias se desarticularon con las reformas
estructurales de los años noventa.
d) Un Estado social altamente conflictivo y complejo, el cual deriva de la
mencionada desarticulación de la economía y de la pobreza/indigencia de
amplios grupos rurales y urbanos marginales, y también de luchas
ideológicas y políticas que habitualmente tienen raíces históricas y adoptan
formas étnicas, ideológicas y lingüísticas.
En algunos países que practican una democracia pluralista, se observa que el
conflicto económico-social característico de una sociedad capitalista se
superpone con el de los grupos étnicos discriminados por la colonización y
confrontados con sus dominantes. Estos conflictos ideológico-políticos –que
también existen en países subdesarrollados- empeoran en un contexto de
pobreza o desigualdad social, siendo mucho más difíciles –o imposibles- de
negociar y resolver pacíficamente.
e) Predominio de ideologías y valores tradicionales que coexisten con los
peculiares en una sociedad moderna, y los condicionan o los deforman. El
desarrollo capitalista dio origen a principios liberales sobre el poder y el
Estado que animan la democracia política; esos principios se universalizaron
y hoy prevalecen en los países desarrollados que en cierta medida practican
un pluralismo democrático. Sin embargo, cuanto mayor es el subdesarrollo
en los países, más frecuente es la supervivencia de ideologías políticas (o
de las que afectan la vida política) que se oponen a esos principios liberales.
Por ejemplo, la tolerancia religiosa (o libertad) y consecuentemente la
separación de la esfera de acción del Estado en relación con las iglesias es
un elemento básico en el pluralismo democrático. Sin embargo, varias
naciones latinoamericanas donde esta clase de sistema político se ha
probado, han sufrido de la exorbitante influencia de la Iglesia católica en
asuntos temporales, afectando con frecuencia su desarrollo democrático. Las
ideologías tradicionales en vigor en los países subdesarrollados están
basadas por lo general en estructuras sociales y organizaciones que
compiten en la lucha por el poder y a menudo predominan sobre los partidos
políticos y las instituciones modernas que podrían mediar en conflictos y
encontrar una forma de solucionarlos a través de la negociación. Las
corporaciones eclesiásticas, militares u oligárquicas, en las cuales se
desarrollan y aún subsisten los valores anti-pluralistas, son ejemplos de esas
estructuras.
f) Inestabilidad política. El resultado de esos rasgos del contexto social de los
sistemas políticos en los países subdesarrollados es la existencia de grados
variables de inestabilidad política. Primero, es necesario diferenciar
inestabilidad de cambio. Por supuesto, todos los países evolucionan o se
transforman social y políticamente de manera gradual, sobre todo cuando
hablamos sobre el siglo veinte, pero aquí estamos tratando acerca de la
inestabilidad como equivalente a cambio abrupto en la estructura del
sistema político por falta de legitimidad, eficiencia y efectividad [1].
En Sudamérica, la inestabilidad política ha sido históricamente constante,
fortalecida desde la crisis de 1930 en la mayoría de los Estados a causa de la
falta de una hegemonía social consistente.
El Estado jugó un rol central en la consolidación de la industrialización o en
su relativo estancamiento, dependiendo de quiénes fueran sus líderes; en
algunos casos condujeron esos Estados sectores industriales; en otros,
grupos representativos de los intereses agrícola-minero-exportadores. Los
sectores económicos más poderosos no tuvieron una fuerza política capaz de
ganar las elecciones y por ello tuvieron que recurrir periódicamente a las
fuerzas armadas con el fin de imponer los objetivos buscados, en especial
después de 1950. Este hecho desvirtuó la vida democrática institucional,
debilitó a los partidos políticos y de manera gradual militarizó la acción
política.
Las características políticas, sociales y económicas que hemos delineado
hasta ahora constituyeron hábitos, regulaciones y automatismo de un patrón
de desarrollo basado en la sustitución de importaciones. Ese patrón, que
ofreció agudas contradicciones, estuvo en vigor hasta alrededor de 1980. En
[1]
Definimos el cambio abrupto como el que se hace fuera de los canales y caminos previstos en el
derecho político de un país. No todos los cambios abruptos son violentos, pero hay una relación
frecuente entre esta clase de cambio y la violencia.
ese momento histórico la crisis general del capitalismo tuvo repercusiones
brutales sobre la Sociedad y el Estado. Luego comenzó un largo período de
modificación de esos hábitos y regulaciones que habían manejado nuestra
vida social. Como había ocurrido desde fines de 1973 con el capitalismo
“central”, en América Latina los cimientos de la industrialización de
posguerra estaban también agotados y los mecanismos que permitieran
posponer la explosión de la crisis dejaron de funcionar.
Una de las peculiaridades de la crisis de 1975-1980 fue el marcado déficit
fiscal generado por el Estado intervencionista en el área socioeconómica,
financiado en casi todos los países de la región con impagables deudas
externas. En materia socioeconómica este factor llevó poco a poco a la
conformación de la nueva derecha, cuya teoría central y “remedios” para la
crisis consistieron en “reducir” el Estado y su acción económica en favor de
las leyes de mercado, restringiendo el gasto social a cambio de un
desarrollo hipotético espontáneo de la solidaridad privada.
Por otro lado, la acción ideológica de la elite neoconservadora, a través de
los medios de comunicación, pudo modificar, al menos parcialmente, la
imagen popular que el Estado había adquirido durante el período de la
sustitución de importaciones. Así fue que latinoamericanos de
diversa extracción social desconfiaron del Estado y lo demostraron por
medio de su apoyo directo a diferentes grupos y líderes inclinados a una
privatización generalizada de los roles del Estado, funcional con la nueva
configuración sociopolítica del capitalismo mundial. Esta realidad se
expresó en la aplicación de las recetas neoliberales del Consenso de
Washington, realizada por gobiernos electos de todos los países de la región.
De la breve revisión de las relaciones entre la sociedad y el Estado
latinoamericanos contemporáneos derivamos algunos temas sobre los cuales
reflexionar, que explican las raíces de la crisis de representatividad en la
región.
a. En el caso más generalizado de la región, el rol eminente jugado por cada
Estado en la inserción de su país en el mercado mundial, en su integración
social, en sus procesos de industrialización y en los intentos de desindustrializar la economía, nos conduce a reafirmar que ese Estado es un
actor central en los procesos sociales presentes y futuros. Las deformaciones
que nuestros Estados han acumulado no son extrañas a las de la sociedad y
posiblemente no se rectificarán sino en una interrelación creativa recíproca
entre los actores sociales y políticos, entre la economía y la política, entre el
Estado y el contexto social.
b. El análisis político comparado demuestra que ninguna sociedad se ha
desarrollado en forma exitosa sin generar un Estado sólido y eficiente; aún
más, los Estados sólidos y eficientes han podido, en algunos casos,
fortalecer a la sociedad civil, en particular a sus grupos gobernantes. Parte
de la aguda crisis en América Latina se explica por las deficiencias de un
Estado débil y deformado que expresa una igualmente desintegrada
sociedad, incapaz de proyectar un Estado modelo, el cual pueda facilitar las
tareas de desarrollo. El actual desafío es, para la sociedad y el Estado,
fortalecer en forma genuina el binomio Estado-sociedad civil.
c. Con respecto a las circunstancias de lo años noventa, debemos subrayar que
el recorte del Estado, el cual en realidad nunca incluyó un Estado de
Bienestar integral, puso en riesgo la misma subsistencia de millones de seres
humanos en países periféricos. Si no puede darse una mínima respuesta a
esta trágica situación, el escenario político-social previsible es el de
“sociedad caos, donde una de las principales características es el conflicto
de desintegración extrema y des-estructuración del Estado”. [2]
Por supuesto algunos países de la región están en una posición más caótica en
relación con los otros, pero las islas de prosperidad serán asediadas por la
turbulencia de las zonas más conflictivas y descontroladas.
La consecuencia de este contexto fue una creciente crisis de credibilidad en los
políticos y en los Partidos que ocuparon las funciones directivas en los Estados
sudamericanos durante la década de los noventa.
Se puede constatar fácilmente que en siete de diez países de América del Sur (no
incluimos a Surinam ni Guyana) hubo un marcado deterioro de la
representatividad del Sistema de Partidos Políticos entre 1990 y 2008, lo cual
proviene de antiguas causas estructurales y del citado debilitamiento de los
Estados, agudizado por la aplicación de las políticas derivadas del citado
Consenso de Washington. Tomando alguno de los casos tratados, encuestas
fiables demuestran que la mayoría de los votantes no confían en los partidos
políticos después de más de dos década de vivir con libertades públicas, situación
desconocida hasta entonces en muchos Estados del área. Esta falta de legitimidad
de los políticos no puede ser extraña al antiguo fenómeno del subdesarrollo,
empeorado por las consecuencias del proceso de globalización.
Algunos problemas de la década pasada generaron dos niveles de conflicto en los
regímenes políticos con agudas crisis de los Partidos, es decir Perú, Bolivia,
Ecuador, Colombia, Venezuela, Paraguay (pese al avance que significa el triunfo
de la oposición al Partido Colorado hegemónico durante más de 50 años) y
Argentina. Ellos son:
 Por un lado, las clases altas han sido cuestionadas por amplios sectores
subordinados, porque no son capaces de dirigir un proceso de crecimiento
de la economía que sostenga un desarrollo integral de la región. Ese
cuestionamiento es y será en orden inversamente proporcional a la mayor o
menor capacidad de negociación que demuestren dichos grupos
privilegiados. Sólo entonces dejarán de ser minorías dominantes y
comenzarán a jugar un rol integrador de burguesía dinámica.
 En segundo lugar, el tipo de representación política democrática implica un
acuerdo moral entre los electores y sus representantes, a través del cual los
últimos se comprometen a mantener sus promesas electorales. En la medida
en que este acuerdo no fue honrado y la voluntad de los votantes no se
respetó, la acción partidaria y los Sistemas de Partidos se deterioraron en
los países citados.
5. EMERGENCIA DE GOBIERNOS Y PARTIDOS REFORMADORES.
SUS DIFERENCIAS CON LOS POPULISMOS DEL SIGLO XX
Desde principios del siglo XXI, uno de los temas de análisis más sugestivos y
recurrentes en las producciones académicas de nuestra disciplina ha sido el auge y
[2]
Éste fue uno de los escenarios desarrollados por Fernando Calderón y Marcelo Dos Santos en el
documento “Hacia un nuevo orden estatal en América Latina”, como Conclusiones al Proyecto
Regional PNUD-UNESCO-CLACSO-RLA 86/001, que hizo una aproximación al tema de la crisis
y requerimiento de nuevos paradigmas en la relación Estado, sociedad y economía.
expansión de movimientos y partidos de izquierda en América Latina, emergidos
como una alternativa renovadora y viable a la cosmovisión neoliberal. En la
mayoría de las investigaciones se distinguen básicamente dos modelos, a los
cuales se identifica hipotéticamente: el ‘rupturista’ (ejemplificado en Venezuela,
Bolivia y Ecuador) y el ‘institucionalista’ (simbolizado en Chile, Uruguay y
Brasil), considerando a Argentina y Paraguay como casos intermedios y
ambivalentes. En América Central también hay situaciones difíciles de clasificar
en Nicaragua, Honduras y próximamente El Salvador.
La pauta diferenciadora de los diversos modelos deriva de las características
genéticas y organizacionales de los partidos políticos que viabilizaron el cambio,
distinguiendo aquellos pertenecientes al patrón rupturista y aquellos provenientes
del esquema institucionalista.
Es muy distinto el funcionamiento interno de los partidos de uno y otro tipo,
tomando como ejemplo el Partido Socialista de Venezuela, el Movimiento
Alianza País de Ecuador y el Partido Movimiento Acción para el Socialismo de
Bolivia, dentro del rupturista; la Coalición Concertación de Chile, el Partido de
los Trabajadores de Brasil y el Frente Amplio de Uruguay, dentro del
institucionalista; y el Partido Justicialista-Frente para la Victoria de Argentina y la
Alianza Patriótica para el Cambio de Paraguay como los casos ambivalentes.
También es diversa su actuación en diversas esferas, que expresarían el grado de
satisfacción que el partido presenta en su rol de eje de la relación representativa.
Los citados modelos de Alianzas, Coaliciones y Partidos Políticos procedentes de
cada uno de los arquetipos estudiados difieren mucho entre sí y, sobre todo, con el
de las organizaciones políticas llamadas populistas en el siglo XX. En la era del
capitalismo globalizado pretenden, por diversas vías, desarrollar e integrar sus
sociedades. Podría plantearse la hipótesis que las fuerzas políticas provenientes
del modelo rupturista, dada cierta radicalidad de sus posiciones, parecen
simbolizar con mayor eficiencia el clivaje social que ha sumido en el
subdesarrollo a la región; a su vez las posturas del modelo institucionalista; es
decir de las fuerzas partidarias pertenecientes a este último esquema, exhiben
mayor capacidad para cumplir sus funciones sociales e institucionales y presentan
una organización interna más estructurada y permanente. El caso intermedio del
PJ/ FPV ha mostrado una notable capacidad de supervivencia, en tanto ha logrado
conjugar un cierto de representatividad política con una retórica fundacional, que
se pudieron mantener sobre todo gracias al apoyo de una organización sindical
mayoritaria.
No obstante las claras discrepancias entre los modelos descriptos, todos
emergieron como una alternativa renovadora y viable a la cosmovisión neoliberal
de los 90´ y como reacción a la crisis integral de la política, que puso en
entredicho la capacidad de los partidos políticos para desempeñarse como agentes
representativos y para afrontar las transformaciones orgánicas y funcionales que
afectaron a las democracias de la región. Esta coyuntura histórico-social nada
tiene que ver con aquella que dio lugar a los populismos del siglo precedente.
Por lo tanto, seguir usando las denominaciones “populismo” o “neo-populismo”
desgastadas, y a menudo descalificadoras, pareciera a priori una confusión teórica.
En algunos casos se trata de criticar, tal como en el pasado, cualquier intento que
se genere en América Latina para revertir un orden económico, social y político
que genera extrema desigualdad y opresión. Quizás se desee el fracaso de estos
nuevos caminos, tal como en el siglo XX, con el fin de mantener el orden
establecido a nivel interno e internacional.
Será preciso analizar los diversos modelos político- partidarios, sus características
genéticas y organizacionales, distinguiendo aquellos pertenecientes al patrón
rupturista, surgidos de la fragmentación partidista y del desprestigio de los
partidos tradicionales y exhibiendo condiciones deficitarias como órganos
representativos; y aquellos provenientes del esquema institucionalista que
despliegan programas que fijan su ideología y proyecto político, con una
organización fornida y un funcionamiento interno que se ajusta más a los criterios
de una democracia representativa moderna. Cabe realizar esta indagación sin la
contaminación de categorías nacidas en una realidad mundial y local totalmente
distinta al pasado.
Cabe hacer referencia a todo el proceso de cambios estructurales de las décadas de
los años ochenta y noventa, lo cual suscitó un debilitamiento de la denominada
‘democracia de partidos’, provocando una alteración significativa en la
representatividad partidaria. (Offe, 1982) Además en América Latina, a partir de
los años ochenta, la matriz estado céntrica -es decir, el patrón de comportamiento
político en el cual la política se organizaba preponderantemente en torno a las
acciones del Estado- se agotó y fue reemplazada por otra matriz, vertebrada en el
mercado y fundada en la doctrina neoliberal (Cavarozzi, 2002). Así, se
erosionaron las viejas lealtades y se rompieron los lazos que los partidos políticos
-otrora, organizados y consistentes- habían tendido con los actores sociales
durante el siglo XX (Roberts, 2002); de este modo perdieron relevancia los grupos
colectivos típicos de la era industrial, y se terminó con el encapsulamiento
monopólico de la representación política por los Partidos.
CONCLUSIONES
De anteriores investigaciones propias y de la bibliografía consultada, derivamos
algunas observaciones significativas.
a) En Sudamérica los sistemas de partidos existentes al comienzo de las
transiciones democráticas (años ochenta) se deterioraron en siete de los diez
países. Las tres “excepciones” relativas son Chile, Uruguay y Brasil. En el
caso brasileño se pusieron las bases de un inexistente sistema de partidos
antes de 1990. En México, América Central y el Caribe se mantienen o se
han reforzado los Sistemas de Partidos, salvo en el caso de Guatemala y
Haití.
b) Los modelos de partido “institucionalista”, “rupturista” y/o equidistante,
aparecidos en América del Sur, son el producto de la diversa intensidad del
mencionado deterioro de diversos Sistemas de Partidos. Ninguno de esos
modelos son equivalentes a los populismos latinoamericanos del período
1920-1980 ni reproducirán sus comportamientos intra o inter-partidarios. En
todo caso merecen un cuidadoso estudio a partir de categorías novedosas.
c) Finalmente, el concepto de populismo ha sido utilizado en los medios y en
las Ciencias Sociales, ideológica y teóricamente, para desprestigiar y/o
combatir los fallidos cambios sociales intentados en el siglo pasado. Una
mayoría de autores pretende actualmente repetir dicho discurso con esa misma
finalidad, usando nuevamente el término de populismo o, a veces, el de neopopulismo para pre-juzgar y combatir regímenes políticos reformadores en
América del Sur y en América Central. La obra de Laclau y sus seguidores es
una excepción valiosa que debería verificar la extrema generalización de su
concepto acerca de la razón populista. El presente aporte pretende criticar el uso
conceptual que confunde populismo y mal gobierno en el pasado y el presente
latinoamericanos; y, por lo tanto, exhortar(me) a estudiar con rigor el viraje antineoliberal que se vive en la región a partir de fines de los años noventa.
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