Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015 ISSN 0719

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Revista Punto Género Nº 5. Noviembre de 2015
ISSN 0719-0417 /
Agradecimientos
Agradecemos en este número a todos y todas las y los integrantes del Núcleo que colaboraron activamente. Al Departamento de
Sociología cuyo aporte es crucial para esta publicación.
Editora:
Silvia Lamadrid
Subeditora:
Cecilia Loaiza
Comité Editorial
Claudia Acevedo
Lorena Armijo
Violeta Arvin
Andrea Baeza
Catalina Bustamante
Juan Manuel Cabrera
Claudio Duarte
Paulina Espinoza
Bárbara Martínez
Gabriela Rivas
Marcelo Robaldo
Denisse Sepúlveda
Rosario Undurraga
Patricia Zamora
Consejo Editorial
Catalina Arteaga, Universidad de Chile
Manuel Antonio Garretón, Universidad de Chile
Gabriel Guajardo, Flacso Chile
María Isabel Matamala, Fundación Henry Dunnant, Chile
Sonia Montecino, Universidad de Chile
Kemy Oyarzún, Universidad de Chile
Gabriel Salazar, Universidad de Chile
Dariela Sharim, Universidad Católica de Chile
María Emilia Tijoux, Universidad de Chile
Teresa Valdés, Observatorio Género y Equidad.
Ximena Valdés, CEDEM
Carla Braga, Eduardo Mondlane University, Mozambique
Jasmine Gideon, University of London, Inglaterra
Liuba Kogan, Universidad del Pacífico del Perú, Perú
Verónica Oxman, Australian National Universit, Australia María Luisa Tarrés, Colegio de México, México
María Candelaria Ochoa Ávalos, Universidad de Guadalajara, México
Evaluadores y evaluadoras Externos
Alejandra Ramm, Universidad Diego Portales, Chile
Javiera Correa, Universidad de Chile, Chile
Ana Cárdenas, Universidad Diego Portales, Chile
Juan Pablo Sutherland, Red de Estudios de Masculinidades
Anahí Farji, Universidad de Buenos Aires, Argentina
(FLACSO)
Andrea Pequeño, Universitat Autònoma de Barcelona,
Leandro Oliveira, Universidade Regional do Cariri, Brasil
España
Liliana Salazar, Universidad Academia de Humanismo
Angélica Benavides, Universidad de Concepción, Chile
Cristiano, Chile
Antonio Ramírez, Instituto de Estudios Integrales de California María Angélica Cruz , Universidad de Valparaíso, Chile
(CIIS), Estados Unidos
María Elena Acuña, Universidad de Chile, Chile
Ari Sartori, Universidade Federal da Fronteira Sul, Brasil
María José Cumplido, Universidad de Chile, Chile
Augusto Obando, Universidad de La Frontera, Chile
Mercedes Moglia, Universidad de Buenos Aires, Argentina
Carla Braga, Eduardo Mondlane University, Mozambique
Olga Grau, Universidad de Chile, Chile
Catherine Valenzuela, Universidad de Chile, Chile
Paloma Abett de la Torre Díaz, Universidad Academia de
Cecilia Anigstein, becaria CONICET-UNGS.
Humanismo Cristiano, Chile
Christian Matus, Universidad de Concepción, Chile
Patricia Rotger, Centro de Estudios Avanzados, UNC,
Claudia Dides, MILES, Chile
Argentina
Claudia Lagos, Universidad de Chile, Chile
Paula Palacios, DIBAM, Chile
Darío Ibarra, Centro de Estudios sobre Masculinidades y
Paulina Vidal, Universidad Academia de Humanismo
Género, Uruguay
Cristiano, Chile
Facundo Boccardi, CEA-UNC CONICET, Argentina
Raphael Bispo, Instituto Universitário do Estado do Rio de
Flávia Cristina Silveira Lemos - Universidade Federal do Pará.
Janeiro (IUPERJ/ UCAM), Brasil
Gabriel Guajardo, FLACSO-Chile
Renata Nagamine, Universidade de Sao Paulo, Brasil
Hillary Hiner, Universidad Diego Portales, Chile
Rubén Campero, Centro de Estudios de Género y
Iara Maria de Araújo, Universidade Regional do Cariri, Ceará,
Diversidad Sexual, Uruguay
Brasil
Tamara Vidaurrázaga, Universidad de Chile, Chile
Isabel Pemjean, Universidad de Chile, Chile
Teodora Hurtado, Universidad de Guanajuato
Diseño logo de la Revista Camilo Soto
PUNTO GÉNERO/1
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Índice
Presentación
A organização social do trabalho doméstico e de cuidado: considerações sobre gênero e
raça.
Cíntia Engel y Bruna C. J. Pereira
Las relaciones de género en la producción de software: los límites de la autonomía en el
trabajo.
Mariela Quiñones y Erika Van Rompaey
Madres narcotraficantes: Las motivaciones de ingreso al narcomundo en mujeres
internas en el Centro Penitenciario Femenino de Chillán, Chile.
Gustavo Riquelme Ortiz y Omar Barriga
Contextos de vulnerabilidad en la infancia/adolescencia e inicio prostitucional. Evidencias
para el caso uruguayo, período 2004 – 2014.
Pablo Guerra
El amor y las furias: Reflexiones en torno al amor, el maltrato y la violencia en el seno de
las relaciones de pareja lesbiana
Angelina Marín Rojas
Niños y niñas transgéneros: ¿nacidos en el cuerpo equivocado o en una sociedad
equivocada?
Ximena de Toro
3
4
24
42
59
85
109
PUNTO GÉNERO/2
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Presentación
En este quinto número de nuestra revista hemos continuado el proceso preparatorio
para el ingreso a nuevos índices y bases de datos. También, dejaremos de publicar la
versión impresa, y nos mantendremos como revista electrónica.
Los artículos de este número comienzan con la revisión conceptual sobre las categorías
que articulan la organización social del trabajo doméstico y de cuidado, enfatizando la
importancia de la raza y del género. Aunque referido a Brasil, no cabe duda de su validez
para toda Latinoamérica, considerando la extensión de las cadenas internacionales de
cuidado.
Continuando en la línea del análisis de los trabajos, el segundo artículo aborda el análisis
de las trayectorias diferenciales de las mujeres en el sector económico que produce
software en el Uruguay para reconstruir los núcleos conceptuales a partir del cual se
analizan las relaciones y desigualdades de género, enfatizando el concepto de
autonomía, y problematizando con información empírica la rearticulación de las
desigualdades en el mundo del trabajo remunerado.
Los dos artículos siguientes analizan también con datos empíricos los procesos de
cambio que están ocurriendo en la participación de las mujeres en las actividades en los
márgenes de la legalidad. En la primera investigación buscaron comprender las
situaciones y agencias para practicar el narcotráfico relatadas por mujeres encarceladas,
encontrando que la búsqueda de autonomía económica que las atrae se ve seriamente
limitada por la reformulación de las relaciones de opresión en un nuevo contexto. En la
segunda investigación analizan los cambios ocurrido en los últimos 10 años en Uruguay
en el trabajo sexual, en que se observa una tendencia a una incorporación tardía a este
actividad, sin que por ello deje de ser mayoritario el inicio prostitucional asociado a
situaciones de vulnerabilidad en la infancia.
Los últimos dos trabajos apuntan nuevamente a una discusión conceptual sobre los
nuevos (o viejos) problemas que empezamos a reconocer en la medida que validamos a
la diversidad sexual como expresión de la diversidad humana. La primera autora
profundiza y discute en torno al concepto de amor romántico como construcción
ideológica y en los mecanismos mediante los cuales viene aprendido, incorporado y
suscrito por las mujeres, en particular por las lesbianas, y como ello, articulado con la
lesbofobia social, la heteronormatividad y los modelos de amor hegemónicos,
conflictúan las parejas lésbicas. Finalmente, la última autora presenta una revisión de
teorías que nos pueden hacer comprender mejor el desarrollo de los niños
transgéneros, reflexionando sobre algunos elementos a considerar en el espacio
terapéutico con niños transgéneros en el contexto escolar, reconociendo las dificultades
que ellos y ellas tienen que enfrentar en las distintas etapas de su desarrollo.
PUNTO GÉNERO/3
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A organização social do trabalho doméstico e de cuidado: considerações
sobre gênero e raça
The social organization of care and domestic work: considerations on
gender and race
Cíntia Engel
Bruna C. J. Pereira
Resumo
Este artigo tem por intento observar como a raça, enquanto categoria social, constituise como eixo articulador da organização social do trabalho doméstico e de cuidado no
Brasil. Iniciamos o texto com a retomada de discussões sobre a Divisão Sexual do
Trabalho, tendo em conta a produção dos estudos feministas e de gênero que se
ocupam da temática. Dando prosseguimento, procuramos apreender a associação
simbólica das mulheres negras ao servir e ao cuidar em uma narrativa largamente aceita
sobre a identidade nacional. Adiante, fazemos uma apresentação de dados sobre a
associação das mulheres negras ao trabalho doméstico. Finalmente, nos debruçamos
sobre reflexões, conexões e caminhos interpretativos possíveis.
Abstract
This article aims to observe race – understood as a social category – as an axes along of
which domestic labor and the work of care are structured in Brazil. First, we resume the
recent debate on Sexual Division of Labor, taking into account feminist and gender
studies and propositions. Next, we seek to grasp the symbolic association of black
women to servitude and care work in a widely accepted narrative about national
identity. Following, we present data on the association of black women to domestic
labor. Finally, we present some considerations, connections and possible interpretive
paths.
Palavras-chave: cuidado; trabalho doméstico; gênero; raça; mulheres negras.
Keywords: care, domestic labor, gender, race, black women.

Mestra em Sociologia pela Universidade de Brasília (UnB), coordenadora de Pesquisa do Departamento de
Pesquisa, Análise da Informação e Desenvolvimento de Pessoal em Segurança Pública da Secretaria Nacional de
Segurança Pública do Ministério da Justiça.

Mestra em Sociologia pela Universidade de Brasília (UnB) e pesquisadora do Núcleo de Estudos e Pesquisas
sobre a Mulher (NEPeM/UnB).
PUNTO GÉNERO/4
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Introdução
O objetivo deste artigo é apresentar reflexões e elencar dados que permitam observar a
operação da raça, entendida como categoria social, como “princípio regulador da
provisão de care” (Sorj e Fontes, 2012:105) no contexto brasileiro. Para tanto, propomos
discussões de cunho teórico-conceitual entre determinada bibliografia sobre cuidados e
certa vertente dos estudos sobre relações raciais no Brasil, de maneira a jogar luz em
questões ainda pouco exploradas, porém estruturantes na organização social do care.
Resgatamos inicialmente conceitos e argumentos caros à bibliografia sobre cuidados,
aos quais contrapomos, em seguida, representações racializadas do trabalho doméstico
e de cuidados presentes no imaginário hegemônico sobre identidade nacional,
conforme codificadas em obras clássicos dos estudos sobre relações raciais. Com o
intuito de observar transformações e continuidades, elencamos então dados atualizados
sobre o desempenho dos cuidados no Brasil, seguidos de algumas propostas iniciais,
formuladas a partir do exercício proposto.
Como será visto no decorrer do texto, propomos que gênero e raça fazem parte de uma
lógica complementar de manutenção da divisão sexual do trabalho e constroem
hierarquias próprias de atribuições de funções e papéis de reprodução social. Para
construir nossa argumentação, ateremo-nos ao desempenho dos afazeres domésticos e
de cuidado, que serão abordados tanto pela promoção de uma discussão simbólica
sobre o lugar das mulheres negras na narrativa hegemônica de formação da identidade
nacional, quanto por meio de dados quantitativos que revelam a histórica concentração
de mulheres negras em tarefas de cuidado. Antes de adentrar a discussão central à qual
nos dedicamos, exporemos brevemente alguns dos temas e abordagens centrais para os
debates atuais sobre o care.
Divisão Sexual do Trabalho: definições e contextos
A bibliografia sobre cuidado utiliza, geralmente do termo care ou care work para definilo. O uso do termo em inglês é devido à influência anglo-saxã sobre tal produção, uma
vez que a consolidação dos cuidados como um objeto de estudos ocorreu
primeiramente nos países de língua inglesa. Ele deriva, ainda, da polissemia do termo,
que dificulta uma tradução exata: care pode significar cuidado, solicitude, preocupação
com o/a outro/a ou ainda atenção às necessidades do/a outro/a (Hirata, 2009: 42).
Contudo, não há consenso sobre a terminologia mais adequada, seja porque a
formulação dos conceitos não se mostra satisfatória a pesquisadores/as que partem de
perspectivas teóricas e interesses diversificados, seja devido à complexidade do
fenômeno, que comporta dimensões distintas (Carrasco; Borderías; Torns, 2011: 71).
Afinal,
o conceito de care engloba, com efeito, uma constelação de estados físicos ou
mentais e de atividades trabalhosas ligadas à gravidez, criação e educação das
crianças, aos cuidados com as pessoas, ao trabalho doméstico e, de forma mais
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abrangente, qualquer trabalho realizado a serviço das necessidades dos outros.
(Molinier, 2004: 227).
A dificuldade de captar todos esses estados em uma única definição e as ambiguidades
quanto aos termos empregados contribuem para a existência de divergências quanto
aos conteúdos considerados como pertinentes ao cuidado ou care, assim como sobre o
seu significado e natureza. Tendo em vista os intuitos deste artigo, aderimos a um
conceito ampliado dos cuidados – termo que será utilizado de maneira intercambiável
com “cuidado”, “trabalho reprodutivo”, “trabalhos de reprodução social”, “trabalhos de
cuidado” e “care”. Pretendemos com isso facilitar uma visão panorâmica da organização
social do cuidado e de como os sujeitos se envolvem nessas complexas relações, por
meio do diálogo com perspectivas teórico-conceituais e escolas diversas, que se utilizam
de termos específicos. O foco então é no cuidado ou care como prática, assim, são
consideradas como pertinentes ao care aquelas atividades, qualidades e disposições
relacionadas ao trabalho reprodutivo, desempenhadas de forma remunerada ou não,
que demandam ou não a interação face a face e o vínculo afetivo, que são direcionadas
a pessoas dependentes e autônomas, e que se voltam para a reprodução e para o bemestar de todos os indivíduos e sociedades.
Os trabalhos de cuidado envolvendo a casa e as pessoas são fundamentais para a
manutenção das lógicas de funcionamento dos lares. Trazer à tona o debate sobre a
divisão dos trabalhos de cuidado não é uma iniciativa nova: os estudos feministas têm
se ocupado bem em demonstrar, por meio de uma série de metodologias quantitativas
e qualitativas, além de propostas teórico-conceituais, como as divisões de tarefas entre
homens e mulheres representam uma das principais consequências cotidianas da
atribuição dos papéis e funções relativas às relações de gênero.
Historicamente, estudiosas francesas insistiram muito no termo “Divisão Sexual do
Trabalho”, utilizado como referência às atribuições de trabalho entre homens e
mulheres, estas responsáveis diretas pelo cuidado com a casa, com os filhos e com a
reprodução social de todos os membros da residência. Para Helena Hirata e Danièle
Kergoat, o termo pode ser resumido como:
A divisão sexual do trabalho é a forma de divisão do trabalho social decorrente
das relações sociais entre os sexos: mais do que isso, é um fator prioritário para a
sobrevivência da relação social entre os sexos. Essa forma é modulada histórica e
socialmente. Tem como características a designação prioritária dos homens à
esfera produtiva e das mulheres à esfera reprodutiva e, simultaneamente, a
apropriação pelos homens das funções com maior valor social adicionado
(políticos, religiosos, militares, etc.)(Hirata e Kergoat, 2007: 5).
Além dos estudos sobre divisão sexual do trabalho, o termo “reprodução social”
também é bastante conhecido dos estudos de gênero, indicando a função que
atividades de cuidado e manutenção da casa e das pessoas têm na reprodução das
lógicas sociais, afetivas e financeiras e pode ser descrito como “o conjunto de atividades
e relações envolvidas em manter as pessoas, tanto no plano do dia a dia quanto
intergeracionalmente” (Glenn, 1992: 1).
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Recentemente, os estudos sobre o trabalho de care têm retomado com peso o foco nas
discussões sobre as divisões de tarefas de cuidado e atentado para as novas
configurações de atendimento das necessidades dos indivíduos, inclusive investigando
soluções encontradas pelo mercado e pelo Estado para suprir tais serviços. Leva-se em
consideração a existência de uma crescente população envelhecida que demanda
cuidados específicos, aliada à prevalência de famílias menores, com mulheres ocupadas
de trabalhos no mercado e pouco disponíveis para o exercício das funções de atenção
ao outro. As reflexões sobre o cuidado retomam sua centralidade e chamam atenção
para as tensões, estratégias e dilemas em mantê-lo e em como fazer isso.
Na gama dos estudos recentes sobre o care, encontram-se diferentes trabalhos e
propostas de estudos (Hirata e Guimarães, 2012). Alguns deles continuam a se
aproximar da ideia de reprodução social e discutem com maior atenção as divisões
sexuais de trabalho envolvidas (Hirata e Kergoat, 2007; Melo, Considera e Di Sabbato,
2007) e também as implicações que as lógicas simbólicas e hierárquicas de gênero têm
no desenvolvimento desses trabalhos – como no caso dos estudos específicos sobre
usos do tempo(Fontoura, 2010; Aguiar, 1981; Bandeira, 2010). Em conjunto, existem
iniciativas dedicadas às análises dos discursos produzidos acerca do cuidado e de sua
relação direta com os símbolos envolvendo feminilidade e concepções de cuidado
(Molinier, 2004; Lagarde, 2003).
A discussão volta-se também para um novo campo das relações de trabalho. Nesse caso,
aborda-se o crescimento na área dos serviços destinados às pessoas e a consequente
diversificação dos trabalhos disponíveis. O afeto e cuidado ao outro tem representado
boa parte das demandas contemporâneas por serviços – essas envolvendo desde os
vários serviços de cuidado direto com as pessoas (Hochschild, 2003), até aqueles que
providenciam espaços de interação erótico-afetiva1. Essa linha de estudos desenvolve
análises específicas relativas ao trabalho de care e suas implicações nas relações de
trabalho e nas subjetividades envolvidas nesse labor afetivo.
Outros estudos investem maior fôlego nas políticas de cuidado desenvolvidas pelos
Estados, suas limitações e paradigmas principais. Nesse quesito, existem comparações
entre países que possuem políticas de cuidado já implementadas (Lisboa, 2007;
Glucksmann, 2012; Gutiérrez-Rodríguez, 2012) e, o que nos interessa de forma
particular, reflexões específicas sobre a resistência em estabelecer contextos
apropriados para o desenvolvimento igualitário das reproduções sociais e políticas de
cuidado. Estudos sobre Estados latino-americanos apontam para um histórico de
políticas intensificadoras do apoio da instituição familiar, entendida política e
simbolicamente como espaço nuclear ideal e responsável pela reprodução dos sujeitos
(Arriagada, 2005; Sunkel, 2006).
1
Parreñas (2012) observa o trabalho de mulheres que acompanham e participam de interações e flertes com
homens, dentro de clubes próprios para isso. As acompanhantes agem como se estivessem interessadas e
participam de um jogo inicial de conquista, o que por vezes leva à troca de telefonemas e flertes que perduram
por dias, embora não haja, na maioria dos casos, relações sexuais. Esse é considerado um trabalho de cuidado
pela disposição de tempo e atenção para com o bem-estar dos clientes.
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No Brasil, algumas estudiosas compartilham de uma visão que poderíamos definir como
paradigma brasileiro de cuidado (Camarano, 2007; 2012). Nosso país não possui
políticas específicas de cuidado; suas iniciativas – como creches e atendimentos
domiciliares a pessoas com idade avançada –, constituem-se de ações limitadas em
espaço, tempo e contingente. Além disso, funcionam como auxílios muito específicos e
não como uma política constante e extensiva de cuidado.
A principal saída vislumbrada pelas classes médias e altas tem sido, historicamente, a
contratação de empregadas domésticas e babás, mais recentemente, e cuidadoras de
idosos. As mulheres de classes baixas fornecem a principal mão de obra para esses
serviços (Sorj, 2010) e também estão ocupadas com outras atividades nas esferas do
mercado; ao mesmo tempo, são destituídas dos tempos de cuidado interno, ou contam
com troca de favores entre vizinhos e pessoas aparentadas fora do núcleo familiar
principal para suprir demandas de reprodução social. Dados sugerem que as classes
altas e médias são “as mais cuidadas” no Brasil. Bila Sorj e Adriana Fontes (2012)
divulgam, com base nos dados da POF 2008-2009, que as classes altas contam com
auxílio externo para a manutenção de atividades de cuidado com a casa e com as
pessoas em uma porcentagem alta dos casos: 51,7% dos lares de renda mais alta gastam
com a contratação de terceiros, número que aumenta para 73% no caso de famílias com
filhos menores de 6 anos. Em comparação, nos lares de menor renda essa opção é
quase inexistente: a porcentagem reduz-se para 2,2% e tem um aumento para 2,4% no
caso de famílias com filhos menores de 6 anos.
Essa configuração gera uma série de consequências para as famílias de classes baixas – e
principalmente para as mulheres. Se mulheres de todas as classes sociais são
sobrecarregadas pela responsabilidade de cuidado e das atividades básicas de
reprodução social, são as mulheres pobres que atendem a essa demanda do mercado
de trabalho, limitando suas possibilidades de escolha profissional e investindo-se em
repetidos turnos sob os mesmos afazeres para dar conta da casa onde recebem salário e
de suas próprias residências.
Em trabalho recente sobre a divisão de cuidados, Hirata e Kergoat (2007) sugerem que
as mudanças sociais relativas às mulheres e à ocupação de espaços públicos
revolucionaram os postos que elas podem ocupar nomercado de trabalho, promoveram
maior liberdade sexual e de relacionamento, dentre outras. Contudo, em termos
estatísticos, a divisão de tarefas de cuidado e reprodução social sofreu poucas
modificações – as mulheres continuam responsáveis principais por tais funções.
A inserção dos homens nas tarefas de reprodução social ainda é muito pouco
representativa em distintas realidades. O quantitativo de horas empregadas pelos
homens nas tarefas domésticas sugere a falta de uma divisão abrangente de trabalho
com os mesmos, principalmente no que se refere a pesquisas desenvolvidas com base
em núcleos familiares heterossexuais e com filhos2.
2
Segundo pesquisa da FDA (2001), no caso do Brasil, as mulheres mais ocupadas de tarefas domésticas eram
aquelas envolvidas em relações maritais. Essas gastavam, em média, 48 horas semanais com tais funções; seus
maridos 5 horas semanais. A média era menor para mulheres de maneira geral – com 39 horas gastas.
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Uma consequência da falta de modificações na estrutura de divisão de tarefas de
reprodução social entre homens e mulheres – aliada ao aumento do trabalho destas –
foi o acirramento das hierarquias funcionais entre as mulheres. Conforme observado
por Hirata e Kergoat, a possibilidade de que certo grupo de mulheres exerça funções
públicas e continue mantendo lares familiares com funções de reprodução está
diretamente conectada à delegação destas. Ao mesmo tempo em que cresce o número
de mulheres com formação acadêmica e bons empregos na esfera pública, aumenta a
quantidade de mulheres em empregos precarizados e diretamente relacionados com a
manutenção da esfera privada.
As autoras estão se referindo à realidade europeia, analisando ainda uma etnicização
das delegações de tarefas. Essas mulheres de países desenvolvidos, bem formadas e
com bons empregos, além de disporem do trabalho de mulheres francesas em situações
de baixa renda, importam outras mulheres (latinas, africanas, da Europa oriental, etc.)
para dar conta das tarefas domésticas. Essas imigrantes deixam de atender seus lares e
seus filhos para aumentar sua renda e suprir financeiramente suas famílias (Duffy, 2007;
Lisboa, 2007; Gutiérrez-Rodríguez, 2012; Parreñas, 2012).
O trabalho de outras mulheres é necessário para que europeias, brancas e de renda alta
consigam sustentar a lógica de funcionalidade reprodutiva de uma família
heteronormativa clássica, com existência de filhos; ou, mais recentemente, de idosos
que necessitam de cuidados. A lógica de funcionamento de uma família assim
configurada demanda atenção e tempo de cuidado que não podem ser supridos sem a
dedicação específica de uma ou várias pessoas e de seu(s) trabalho(s) repetido(s) nessas
funções. Nesse sentido, existe um crescimento de demanda por tais serviços. A lógica de
divisão de tarefas de reprodução social continua estruturando cotidianos e
intensificando relações de gênero; continua, além disso, a intensificar posições
hierárquicas entre mulheres.
No caso do Brasil, a delegação de tarefas entre mulheres remonta aos primórdios de
nossa constituição histórica. Mulheres negras e indígenas foram e têm sido demandadas
como mão de obra escrava ou precarizada na realização das funções domésticas. A
racialização dessas relações no Brasil apresenta sobreposições e também divergências
em relação à etnicização de cuidados presente no texto de Hirata e Kergoat e em muitos
outros aqui citados.
A discussão mencionada sobre o trabalho de cuidado aponta para uma divisão de
tarefas entre mulheres no que se refere à classe. O recorte racial, por sua vez, tem
suscitado pouco interesse no que se refere ao tema, talvez pelo pressuposto de que a
questão racial poderia ser esgotada na questão de classe, dado o processo histórico de
formação das subalternidades brasileiras. Sem deixar de reconhecer os avanços obtidos
pela tendência analítica que privilegia a classe como categoria, entendemos que existem
adicionalmente importantes lógicas raciais que regulam a distribuição social do trabalho
de care, entendido como trabalho doméstico e de cuidado ao outro. Afinal, o sequestro,
tráfico e escravização de africanos e a dominação genocida de populações indígenas deu
início, entre outros, à exploração de sua mão de obra, sobretudo pela sua alocação junto
às atividades de menor status social – no caso das mulheres, a limpeza e manutenção da
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casa e dos indivíduos. Cabe observar como aspectos dessa associação vêm
transformando-se ou mantendo-se na sociedade brasileira contemporânea.
Um episódio recente é bastante ilustrativo da fixação simbólica sobre o exercício de
funções domésticas. Uma jovem médica, branca, comentou de forma extremamente
pejorativa em uma rede social que médicas cubanas negras3pareciam-se com
empregadas domésticas. O racismo brasileiro constitui-se a partir da articulação de
subalternidades econômicas e funcionais, que se combinam à dimensão simbólica.
Atentamos então para o fato de que o processo histórico de formação da nação
brasileira orquestrou-se articulando as divisões de poder e de trabalho entre mulheres.
Como consequência, a constituição de identidades femininas comportaram – e
comportam -diferentes realidades e hierarquias. Existem, portanto, anunciadas
limitações em tratar de maneira indistinta as experiências subjetivas, sociais,
econômicas e simbólicas das mulheres brancas e negras (pretas e pardas). Sem negar a
existência de um status de gênero partilhado, sublinhamos a importância de que se
considere a multidimensionalidade da experiência das mulheres e, especificamente, da
observação de como distintas identidades raciais impactam a inserção social e as
vivências de mulheres de diferentes grupos raciais.
Adiante, daremos continuidade à discussão proposta abordando com maior atenção
como o trabalho doméstico e o cuidado, vinculados à raça, têm sido tratados no ideário
brasileiro acerca da identidade nacional.
Trabalho doméstico, cuidado e raça na formação da identidade nacional
Diversos autores que tiveram suas obras consagradas como estudos clássicos do campo
das Relações Raciais fazem menção a alguma forma de protagonismo das mulheres
negras. Gilberto Freyre (2003), Roger Bastide (Bastide e Fernandes, 1955), Florestan
Fernandes (1978) e Otávio Ianni (1972) atribuíram a esse grupo de mulheres algum tipo
de atuação social proeminente4, ainda que em setores e dimensões diversos. A despeito
da existência de múltiplas perspectivas nos cânones das Relações Raciais,
compreendemos que a apreensão da experiência social das mulheres negras como
veiculada em Casa Grande e Senzala(Freyre, 2003), constitui um exercício capaz de
alicerçar as reflexões a que nos propomos, tendo em vista o enfoque e a importância
conferidos pelo autor às relações travadas no âmbito doméstico.
Dessa maneira, nos voltamos a resgatar a maneira como as mulheres negras aparecem
representadas na obra em relação aos trabalhos de cuidado, com vistas a observar seu
papel quanto a tais funções naqueles contextos. Vale a ressalva de que, para os
propósitos desse artigo, não tomamos a obra como um relato etnográfico, mas sim
como codificadora de um imaginário hegemônico sobre a formação nacional.
Contemplaremos ainda as diferentes formas como são representadas mulheres negras e
3
A jovem estava referindo-se ao Programa de Governo Mais Médicos (2013), que tem como objetivo abrir vagas
para médicos/as brasileiros/as e estrangeiros/as para atuação na área de atenção básica no Norte e Nordeste,
periferias de grandes cidades e municípios do interior em todas as regiões do Brasil.
4
Sobre o tema, ver Maria Aparecida Silva Bento (1995), Sônia Giacomini (2006) e Laura Moutinho (2004).
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brancas, quanto às funções que desempenham, de maneira a descortinar nesta
narrativa sobre o que se entende ser um momento fundante da sociedade brasileira a
existência de uma divisão racial do trabalho reprodutivo. Com isso, esperamos embasar
a observação de como e em que medida tal imaginário foi e é encarnado na organização
social do cuidado. Por esse motivo, essa seção está diretamente vinculada com a
próxima, se aqui trazemos essa narrativa, no momento seguinte discutimos dados
concretos sobre a organização social do care no Brasil.
A obra em questão foi publicada pela primeira vez no ano de 1933 e figura ainda hoje
nas ciências sociais como leitura indispensável para a compreensão da construção de
uma identidade nacional e também para o entendimento das relações raciais brasileiras.
No livro, o autor expressa a sua preocupação em recuperar o que chama de “formação
da família brasileira”, detendo-se, com esta finalidade, nos parâmetros e configurações
assumidos pelas relações sociais peculiares ao cenário rural do sistema escravista.
Propondo-se a fornecer uma perspectiva culturalista (contraposta a vieses sociológicos
apoiados na biologia), Freyre buscou traçar uma genealogia de hábitos e formas
culturais que derivariam, em sua visão, do hibridismo das culturas indígena, africana e
portuguesa.
Essencialmente, Casa Grande e Senzala dedica-se a um olhar descritivo e explicativo das
relações interpessoais travadas no âmbito doméstico. A constelação familiar em foco é
formada pelo grupo branco e proprietário, em torno da qual orbitam, avulsos/avulsas,
os/as trabalhadores/as negros/as e indígenas. A abordagem da experiência social desses
sujeitos não se dá quanto aos seus próprios afetos e relações de parentescos, e sim
reduz-se ao seu contato com a família branca. Afinal, no entendimento do autor, a casagrande é completada pela senzala (Freyre, 2003: 36). A senzala, como espaço físico
ocupado exclusivamente pelos/as escravos/as e como espaço simbólico representativo
do conjunto de relações familiares dos/das negros/negras, está subordinada às
demandas e lógicas inerentes à família patriarcal branca.
As mulheres negras, cujas práticas sociais aparecem na obra como desvinculadas de
regras e padrões característicos da família patriarcal branca (Giacomini, 2006) figuram
como mediadoras, como “elo de ligação” entre a população branca e a população negra,
a “pedra fundamental da miscigenação” – que constitui, por sua vez, a base da
possibilidade de uma identidade nacional brasileira.
Na constelação da família patriarcal um segundo papel social é protagonizado pelas
mulheres negras, cabem a elas as tarefas de cuidado e afeto, bem como toda a execução
do trabalho doméstico necessário à manutenção do bem-estar da família patriarcal
branca na casa-grande. Destaca-se a relevância atribuída às atividades de cuidado
desempenhadas pelas amas negras, que, de acordo com Freyre, constituíram as bases
de uma efetiva miscigenação das culturas portuguesa e africana. Como responsáveis
pela socialização das crianças brancas, as amas negras teriam propiciado o seu contato
também com a cultura africana, disseminando assim entre a população branca
cosmovisões distintas da europeia.
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Contudo, não foram apenas as crianças as beneficiárias diretas das tarefas domésticas e
de cuidado desempenhadas pelas mulheres negras. Freyre descreve uma família
patriarcal branca que se acostumou a ser servida em suas mais singelas necessidades
cotidianas:
Escravos que se tornaram literalmente os pés dos senhores: andando por eles,
carregando-os de rede ou de palanquim. E as mãos - ou pelo menos as mãos
direitas; as dos senhores se vestirem, se calçarem, se abotoarem, se limparem, se
catarem, se lavarem, tirarem os bichos dos pés (Freyre, 2003: 385).
Como resultado, o trabalho das mulheres negras tinha como contrapartida para brancos
e brancas a predominância de vivências pautadas pelo ócio: “Os dias se sucediam iguais;
a mesma modorra; a mesma vida de rede, banzeira, sensual. E os homens e as mulheres,
amarelos, de tanto viverem deitados dentro de casa e de tanto andarem de rede ou de
palanquim.” (Freyre, 2003: 387). Percepção que se confirma no relato de viajantes
estrangeiros em suas visitas ao Brasil:
Todo o serviço doméstico é feito por pretos: um cocheiro preto quem nos conduz,
uma preta que nos serve, junto ao fogão, o cozinheiro é preto e a escrava
amamenta a criança branca; gostaria de saber o que fará essa gente quando for
decretada a completa emancipação dos escravos (Von Binzer apud Kofes, 2001:
134).
Não se pode dizer que o ócio a que se refere Freyre fosse suficiente para igualar o status
social e o conjunto de atividades atribuídas a homens e mulheres brancos. As diferentes
prerrogativas de sua inserção social podem ser também encontradas nos escritos de
Freyre. Especificamente sobre as mulheres brancas, diz o autor que as tarefas
domésticas mais leves eram desempenhadas por elas de forma opcional, como antídoto
ao tédio predominante para esse segmento numa sociedade em que todo o trabalho
braçal foi relegado aos/às negros/as cativos/as, e em que os valores patriarcais,
simultaneamente, restringiam as possibilidades de circulação das mulheres brancas fora
da casa-grande e o escopo das atividades a que poderiam dedicar-se naquele ambiente
rural e escravista:
[…] as brasileiras [brancas] envelheciam depressa; seu rosto tornava-se logo de
um amarelo doentio.
Resultado, decerto, dos muitos filhos que lhes davam os maridos; da vida
morosa, banzeira, moleirona, dentro de casa; do fato de só saírem de rede e
debaixo de pesados tapetes de cor […](Freyre, 2003: 428).
Casadas [as mulheres brancas], sucediam-se nelas os partos. Um filho atrás do
outro. Um doloroso e contínuo esforço de multiplicação [...], deixando as mães
uns mulambos de gente (Freyre, 2003: 445).
A reprodução social da família patriarcal branca, em sua dimensão biológica – isto é,
como produção de corpos –, emerge na narrativa de Freyre como a tarefa das mulheres
brancas por excelência. De fato, esta parece ser a única atividade social desempenhada
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exclusivamente por elas. O mesmo não se pode dizer quanto às mulheres negras, que,
além de relacionadas primordialmente à satisfação sexual dos senhores e aos trabalhos
domésticos e de cuidado, viam suas possibilidades de reprodução bastante restritas em
virtude das péssimas condições de alimentação e abrigo de que dispunham, bem como
do trabalho árduo a que estavam submetidas mesmo durante os períodos de gravidez
(Giacomini, 1988).
Ao recuperar dos escritos de Freyre os papéis sociais desempenhados por mulheres
brancas e negras, é possível vislumbrar que o seu status compartilhado de gênero está
atravessado de forma drástica pelos demarcadores raciais. Na sociedade que o autor
descreve, a diferença entre ser mulher branca ou negra é imensa, pois cada uma está
destinada a papéis muito distintos, e que reservam a cada um desses grupos tarefas
específicas.
Cabe ainda destacar que a atribuição de diferentes lugares e papéis sociais para brancas
e negras não se dá apenas como indicação de diferença, do vislumbre de identidades
sociais distintas, e sim como classificação hierárquica (Moreira, 2007). Na sociedade
escravista, o trabalho manual era visto como desqualificado e aviltante. Assim, não é
irrelevante que o trabalho doméstico e de cuidado da casa-grande tenha sido atribuído
exclusivamente às mulheres negras e vetado às mulheres brancas (Kofes, 2001). O
convívio diário e a divisão de tarefas entre mulheres obedeciam a lógicas de dominação
social, assentadas em relações de autoridade, dependência e hierarquia (Souza, 2012).
Simultaneamente, na obra de Freyre, os pressupostos que amparam o desempenho dos
mencionados papéis para negras e brancas não apenas são distintos, como divergem
também em sua natureza. Na perspectiva do autor, fica subentendido que o papel
reprodutor das mulheres brancas decorre, sobretudo, de configurações sociais, e que o
seu desempenho precoce e excessivo as prejudica em seu bem-estar físico (percepção
que não se descola de uma suposta fragilidade do corpo feminino branco, em relação ao
corpo feminino negro) e nas suas possibilidades de realização pessoal.
O mesmo não é observado quanto à abordagem da experiência social das mulheres
negras. Embora pontue ocasionalmente crueldades de sinhôs e sinhás contra as cativas
e perversidades inerentes ao regime escravista, o desgaste corporal e emocional
decorrente do desempenho das atividades domésticas e de cuidado não parece, para
Freyre, ter impactos negativos para as mulheres negras. Sua análise funda-se, portanto,
na compreensão de que a estrutura física e a subjetividade das mulheres negras foram
talhadas para o desempenho do trabalho doméstico e do cuidado.
A primazia da familiaridade e da proximidade entre brancos e negros – que caracterizam
a descrição freyriana das relações sociais brasileiras e que teriam sido forjadas na casagrande – emerge mediante a supressão da complexidade das relações pessoais entre os
sujeitos da família branca patriarcal e os escravos domésticos, sobretudo com as
escravas domésticas. Contrapondo-se a esta visão romântica, alguns estudos
historiográficos e sociológicos indicam que o cuidado desenvolveu-se e desenvolve-se
sob fortes tensões e conflitos, em cenários nos quais de misturam vínculos de afeto,
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exploração e violência (Bernardino-Costa, 2012; Machado, 2012; Souza, 2012), e com
desfechos quase sempre desfavoráveis às trabalhadoras.
O escrutínio das relações na casa-grande presta-se, tanto neste artigo como em Casa
Grande e Senzala, à análise de dinâmicas sociais mais amplas. Para além das relações
interpessoais, diretas e imediatas, o autor procura compreender o nascimento de uma
identidade nacional, que é representada na obra pelo microcosmo da casa-grande. O
que o instiga é a busca por uma genealogia de formações sociais que entende serem
peculiarmente brasileiras. Dessa forma, a nossa referência a marcadores raciais que
instituem clivagens nas identidades e papéis sociais dos sujeitos femininos tem a
intenção de tornar visível a posição de centralidade que elas ocupam no ideário
freyreano de nação brasileira. Para além do domínio da família e do domicílio, a forma
como o trabalho doméstico e de cuidado organiza-se e distribui-se socialmente embasa
o modelo privilegiado de reprodução social e também o que se entende por identidade
nacional brasileira.
Seria precipitado supor que as análises desse autor sobre o modelo patriarcal, agrário e
escravista de algumas famílias proprietárias, da elite, possam ser adotadas como
referência da formação de uma identidade nacional e mesmo como uma etnografia
representativa da sociedade brasileira da época. De fato, a escravidão doméstica
compreendeu uma das principais modalidades de trabalho dos cativos, e as escravas
tornaram-se figuras indispensáveis para a manutenção doméstica tanto dos lares
simples, como dos abastados, durante todo o período colonial (Souza, 2012).
Entretanto, as análises freyrianas são baseadas em um contexto social muito específico
e restrito.
A análise de suas considerações justifica-se pela importância atribuída a esse autor na
sistematização de um imaginário da nação e na sua influência simbólica inegável sobre a
mesma. Freyre representa um exemplo ideal de representações simbólicas sobre o
imaginário nacional das divisões do trabalho doméstico e de cuidado. Essas concepções
não podem ser transpostas de forma imediata à sociedade brasileira, principalmente a
atual. No hiato temporal que separa os dois períodos, fatos históricos como a abolição
da escravidão, a industrialização, a urbanização, a implementação de políticas públicas
eugênicas e de embranquecimento da população brasileira, bem como a mobilização
política de distintos segmentos sociais, produziram transformações significativas tanto
nas dinâmicas das relações raciais quanto na divisão social do trabalho. Especificamente
quanto ao trabalho doméstico e de cuidado, as mudanças mais significativas podem ser
observadas no perfil das trabalhadoras, nas modalidades de inserção no emprego e nos
rearranjos da organização doméstica (Motta, 1992). A seguir, procuramos delinear o
perfil da divisão racial do trabalho doméstico e de cuidados na sociedade brasileira
contemporânea, de forma a observar continuidades e rupturas.
A divisão racial do trabalho doméstico remunerado
No Brasil, em 2009, 17% das mulheres que compunham a população economicamente
ativa o faziam na condição de trabalhadoras domésticas – setor de maior colocação
feminina no mercado de trabalho até então. Em oposição, apenas 1% dos homens
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desempenhavam trabalho doméstico. Para além das desigualdades de gênero, as
desigualdades raciais entre mulheres também eram marcantes. No mesmo ano, 21,8%
das mulheres negras ocupadas eram trabalhadoras domésticas, contra 12,6% das
mulheres brancas. Isso significa que mais de uma em cada cinco mulheres negras
ocupadas inseriam-se no mercado de trabalho como prestadora de serviços domésticos.
Cabe ainda observar que as diferenças raciais acentuam-se em determinadas regiões do
país: elas eram mais elevadas nas regiões Sudeste, Sul e Centro-Oeste, nas quais o
trabalho doméstico empregava respectivamente 25,1%, 24,5% e 23,7% da população
negra feminina (IPEA et al., 2011). Como resultado, as mulheres negras representavam,
em 2009, 61% da mão-de-obra feminina ocupada no trabalho doméstico (IPEA, 2011).
Entendida como herança da escravidão, a menor escolarização e maior inserção da
população negra em contextos de pobreza, em relação à população branca, são
frequentemente mencionadas como fatores explicativos exclusivos da acentuada
concentração das mulheres negras no trabalho doméstico e de cuidado. Tal
entendimento contraria os achados da vertente sociológica que, a partir de 1970,
identificou por meio de estudos quantitativos que a raça/cor – e não apenas a classe
social – é determinante na posição dos indivíduos na sociedade brasileira (Hasenbalg,
1979; Oliveira et al., 1985; Berquó, 1988; Silva e Hasenbalg, 1992). O preconceito e a
discriminação racial não são apenas um resquício do passado: raça, enquanto categoria
social, adquiriu no decorrer da história funções e significados específicos, que estão
entremeados ao funcionamento do capitalismo brasileiro.
Além disso, a progressiva elevação dos níveis de escolaridade das mulheres negras
possibilitou a este grupo populacional atingir níveis em média maiores do que aqueles
alcançados pelos homens negros. A transformação, sem dúvida significativa, não foi
capaz de reverter quadros de exclusão social que atingem ainda preferencialmente as
mulheres negras: este é o grupo que apresenta o menor rendimento e maior índice de
pobreza na sociedade brasileira, e também apresenta menores níveis salariais que
homens brancos, mulheres brancas e homens negros, mesmo quando considerada a
mesma faixa de escolaridade (Paixão et al., 2011). Tampouco a maior escolarização foi
capaz de reverter a concentração de mulheres negras no desempenho dos trabalhos
domésticos.
Há, portanto, a necessidade de se pensar a vinculação entre feminilidade negra e
trabalho doméstico a partir de uma perspectiva que considere também uma associação
simbólica entre a categoria social “mulheres negras” e as tarefas cotidianas de cuidado e
manutenção do lar, e que já foi constatada por autoras como Lélia González (1983) e bell
hooks (1995). Mais do que isso, é necessário procurar compreender como tais
associações construíram-se e modificaram-se historicamente e como se conjugam a
fatores econômicos e sociais na criação de hierarquias entre grupos sociais distintos.
Não fazê-lo significa adotar, ainda que de forma não intencional, o argumento de que a
inserção desigual da população negra (e feminina) no mercado de trabalho (e no
trabalho doméstico e de cuidado) deriva de problemáticas internas à população negra, e
não de dinâmicas e construtos simbólicos, políticos e econômicos que são
coletivamente articulados e partilhados (Bento, 1995; Pinto, 2012).
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O recurso a dados adicionais sobre a ocupação indicam alguns caminhos possíveis de
reflexão. Segundo o IPEA (2011), ao considerar a distribuição da população por setor de
atividade, é possível identificar que “as mulheres, especialmente as negras, estão mais
concentradas no setor de serviços sociais (cerca de 34% da mão de obra feminina),
grupo que abarca os serviços de cuidado em sentido amplo (educação, saúde, serviços
sociais e domésticos)” (IPEA, 2011: 27). Mesmo entre as mulheres negras que atingem o
ensino superior, a tendência mantém-se: elas estão mais concentradas em áreas como
enfermagem, fisioterapia e serviço social, que ocupam no mercado de trabalho posições
de menor prestígio social e remuneração, implicam em uma relativa subordinação e
ainda estão vinculadas ao cuidado e ao servir (Querino et al., 2011).
Também a exposição de dados de censos demográficos de períodos históricos anteriores
agrega novos elementos para se pensar o cenário do trabalho doméstico no Brasil atual.
O primeiro Recenseamento Geral do Brasil data de 1872 e, embora não apresente os
dados de ocupação da população residente desagregados por raça/cor, faz distinção
entre escravos/escravas e livres. Da população de mulheres escravas, 24,3% dedicavamse ao serviço doméstico, percentual superado apenas pelo número de cativas dedicadas
à lavoura (57,1%). Ausente nos Censos de 1900 e 1920, o quesito “cor” voltou a ser
incorporado ao Censo de 1940. Os dados de então classificam conjuntamente serviços
domésticos e atividades escolares, setor no qual se empregavam 11,7% das ocupadas
brancas e 24,8% das pretas, pardas e de cor não declarada (Paixão et al., 2011). Existem,
de fato, diferenças metodológicas significativas na coleta de dados em períodos
distintos. Contudo, não deixa de ser notável a semelhança do retrato apresentado pelos
censos de 1872/1940 e pelos dados atuais (21,8% das mulheres negras e 12,6% das
mulheres brancas ocupadas eram trabalhadoras domésticas).
Ademais, sublinha-se que mesmo entre mulheres de classes baixas, brancas e negras,
sediadas em empregos domésticos e de cuidado existem diferenças significativas. Dados
analisados pelo IPEA indicam que a remuneração média das trabalhadoras domésticas
negras era de R$ 364,84 em 2009; essa média para as brancas empregadas na mesma
função e no mesmo período era de R$ 421,58. Em 2009, a taxa de formalização de
mulheres empregadas com tarefas domésticas era sempre menor que 30%; contudo,
entre mulheres negras essa taxa era de 24,6%, comparado a 29,3% das mulheres
brancas (Pinheiro et al., 2011).
Para além das desigualdades de salário e condições de trabalho internas às funções de
trabalho reprodutivo, estudiosas do care têm encontrado pistas sobre distintas
elaborações simbólicas sobre mulheres brancas e negras alocadas nessas funções. Guita
Debert (2013) analisa a realidade das trabalhadoras importadas pela classe média
italiana. De acordo com contratantes de cuidadoras de idosos entrevistadas pela autora,
as mulheres africanas são as preferidas no desempenho de tarefas domésticas, com
base no entendimento de que “esses trabalhos requerem mais energia e força física”
(Debert, 2013: 17).
A despeito das diferenças contextuais, sobrepõem-se representações semelhantes sobre
mulheres africanas ou afrodescendentes em situações diaspóricas. Observa-se que
muito distantes do ideário de fragilidade física que os estudos de gênero identificam
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como associados às mulheres, as mulheres negras são retratadas como fisicamente
fortes, naturalmente talentosas para atividades braçais e agressivas. Trata-se, como já
assinalado por hooks (1995: 486), de uma imagem de “presença feminina ‘natural’,
orgânica, mais próxima da natureza, animalesca e primitiva”.
A perenidade com que as mulheres negras têm estado associadas ao trabalho
doméstico ampara-se em mecanismos sutis de perpetuação de representações e
dinâmicas que, sem precisar enunciar abertamente a vinculação da feminilidade negra
ao desempenho das tarefas de trabalho doméstico e cuidado, não deixam por isso de
moldar subjetividades e estruturar relações interpessoais e sociais.
Mediante os elementos elencados, faz-se necessário aprofundar as reflexões sobre o
entrecruzamento de gênero e raça, de modo a tornar visível como ele configura uma
divisão racial do trabalho com impactos na experiência social de distintos grupos de
mulheres. Sobretudo, é preciso fomentar análises sobre os cuidados que os
reconheçam, como ponto de partida, não apenas como trabalho genderizado, mas
também como trabalho racializado, o que permitirá flagrar as nuanças da operação do
atributo racial na organização social do cuidado.
Care e a divisão racial do trabalho
No decorrer deste artigo, apontamos que a associação entre emprego doméstico e raça
demanda compreensões que ultrapassam os argumentos exclusivamente econômicos
ou a instrução formal dos distintos grupos raciais. Existem associações simbólicas que,
em conjunto com fatores econômicos, sociais e culturais, seguem perpetrando
determinadas imagens acerca do trabalho doméstico, de sua característica intrínseca de
subserviência e de quais mulheres são ideal e “naturalmente” aptas para os mesmos.
Ao reconhecer a raça como uma categoria relevante para a compreensão dos
parâmetros conforme os quais se organiza socialmente o trabalho de cuidado, detemonos nessa estruturação triangular entre diversas atribuições de reprodução social
divididas entre homens e mulheres e entre mulheres brancas e mulheres negras,
procurando recuperar e também forjar chaves analíticas que evidenciem as
interconexões entre gênero e raça.
Em estudos sobre o care e acerca das atribuições de reprodução social entre homens e
mulheres, evidencia-se de pronto que existe uma divisão entre esses personagens que
pouco mudou no que se refere ao cuidado com a casa e com as pessoas, a despeito das
grandes transformações observadas quanto à inserção das mulheres no mercado de
trabalho. A categoria analítica de gênero, então, é citada em quase todos os trabalhos
de referência nessa área, sendo bem sublinhado que a reprodução social e as famílias
continuam sendo um lócus privilegiado das estruturações da experiência (e
desigualdades) de gênero. Por outra feita, existe uma conexão também aclamada sobre
o trabalho doméstico remunerado no Brasil ser desempenhado majoritariamente por
mulheres negras e ao fato de que essas têm suas subjetividades constituídas em meio a
uma série de produções simbólicas sobre relações de subserviência.
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Menos comum, no entanto, é uma reflexão que conecte uma realidade à outra. Como já
discutido, Hirata e Kergoat apontam para um acirramento hierárquico entre mulheres,
referindo-se a realidades de países desenvolvidos e a fluxos migratórios de trabalho
doméstico. Para essas autoras, a falta de mudanças significativas nas divisões de tarefas
de reprodução social fez com que o sucesso das mulheres casadas e com filhos nas suas
carreiras profissionais e de estudos dependesse da delegação de tarefas.
Em relação ao Brasil, a possibilidade de que as classes médias continuem mantendo-se
e, principalmente, mantendo suas famílias heteronormativas, com filhos bem atendidos
de cuidados, mulheres trabalhando fora e maridos pouco ativos na esfera doméstica, às
voltas com um Estado pouco afeito a políticas de cuidado, é a possibilidade de delegar
essas tarefas para outras mulheres – mulheres negras. Como indicado por Sandra
Azerêdo (1989), a divisão racial do trabalho doméstico constitui um lócus privilegiado
para a observação da separação – ou das diferenças – entre mulheres.
A aclamada hierarquia entre gêneros deve ser situada por meio de considerações acerca
das vivências distintas para mulheres brancas e negras. A oposição simples de gênero
invisibiliza o fato de que determinados aspectos da experiência cotidiana de trabalho
doméstico e de cuidado são minimizados para mulheres brancas e de classes médias e
altas, com base na possibilidade de transferir boa parte de suas responsabilidades com a
reprodução social para a figura das empregadas domésticas. A divisão sexual do
trabalho é mantida pela divisão racial do serviço doméstico e de cuidado.
Bastante comum, no Brasil, encontrar operadores de ensino, direito, justiça, saúde, etc.
citarem a “desestruturação familiar” como a causa principal dos problemas enfrentados
por adolescentes – principalmente quando envolvidos com drogas, violência urbana e
baixo desempenho escolar (Abramovay, Cunha e Calaf, 2009). Sem discutir a amplitude
e insistência com que se tem consagrado um determinado modelo normativo de família
como único espaço ideal de subjetivação e reprodução social, destacamos que o tempo
imaginado para que mães passem com seus filhos e os eduquem da forma modelar é
muito relativo. As mulheres brancas inseridas no mercado de trabalho não possuem
tempo para desempenhar essas tarefas sozinhas, poucas têm auxílio de seus maridos e
muitas trazem mulheres negras para suas casas – as quais possibilitam que uma
estrutura de cuidados determinada coexista com a busca de sucesso profissional e
desenvolvimento pessoal por parte das mulheres brancas. As famílias das mulheres
negras, em contrapartida, encontram-se despojadas em boa parte do tempo daquelas
que constituem muitas vezes a única figura parental e potencial cuidadora, bem como
permanecem alijadas de serviços públicos (escassos) ou privados (onerosos) que
poderiam suprir tal demanda.
As tarefas domésticas são estruturantes das relações desiguais entre homens e
mulheres e a família, assim, é um lócus privilegiado das estruturações de gênero. A
divisão hierárquica entre mulheres, com base na raça e na classe social, não está
dissociada dessa configuração de cuidados com a casa e com as pessoas. Pelo contrário,
as lógicas hierárquicas somam-se e ponderam-se, elaborando de forma bastante
complexa um esquema de assujeitamento de gênero envolvendo experiências sociais e
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subjetivas cortadas pela necessidade de dar conta da casa e das pessoas para que
famílias no modelo ideal possam existir para um determinado segmento social.
É importante apontar que a segmentação racial do trabalho é ilustrativa de como, para
além do status subalterno de gênero, as diferentes inserções sociais de brancas e
negras, articuladas em torno do atributo racial, formatam desigualdades. Muitas vezes,
os papéis sociais e tarefas associadas às feminilidades brancas e às feminilidades negras
operam de forma dialógica e complementar, naquilo que constitui o âmbito mais geral
do que se entende como feminino – o que não exclui, obviamente, a existência de
sobreposições e rearticulações. Essa lógica funda hierarquias que operam na
constituição de relações de exploração e que configuram subalternidades e também
privilégios.
Ao observar tais relações, tende-se em geral a notar apenas a distância da experiência
social entre distintos grupos de mulheres, como se o problema dissesse respeito apenas
a mulheres. Entretanto, cabe observar que seu alcance é muito mais extenso e formata
as relações entre todos os grupos sociais, resultando em impactos coletivos e difusos.
Como buscamos indicar, a delegação de tarefas domésticas e de cuidado às mulheres
negras, em nosso país, remonta à constituição da miscigenação física e cultural, que
emerge como fundamento identitário da nação brasileira. Assentada em tão sólida
referência, ela desempenha funções relevantes tanto na perpetuação da divisão sexual,
quanto na segregação racial do trabalho.
Por outro lado, não se pode deixar de indicar que a operação constante e vigorosa da
lógica a que nos referimos somente se torna possível dentro de um cenário em que são
escassas e insuficientes as iniciativas para a desprivatização dos trabalhos domésticos e
de cuidado e inexistentes aquelas que buscam redistribuir o trabalho de cuidado entre
homens e mulheres, de modo que o exercício de tais funções por grupos
subalternizados figura como condição indispensável para o desempenho do trabalho
tido como efetivamente produtivo – ao menos nos moldes com que ele se desenvolve
atualmente.
Com esse artigo procuramos estabelecer conexões entre subjetividades hierarquizadas,
inseridas em um contexto amplo de atribuições de papéis de reprodução social. Em
paralelo à abertura de espaço a uma discussão importante e ainda pouco esmiuçada por
pesquisadoras e pesquisadores atentas/os a refletir sobre cuidado, gênero e relações
raciais, procuramos chamar atenção para uma agenda de pesquisa. Sugerimos que tais
conexões demandam elaborações de diversos tipos, levando em conta as novas
propostas legislativas e de políticas públicas, como, por exemplo, as iniciativas de
regulamentação do trabalho doméstico; além de olhares empíricos diversificados.
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Las relaciones de género en la producción de software: los límites de la
autonomía en el trabajo.
Gender relations in the production of software: the limits of autonomy at
work.
Mariela Quiñones, Erika Van Rompaey
Resumen
Este artículo se centra en el análisis de las trayectorias diferenciales de las mujeres en el
sector económico que produce software en el Uruguay para reconstruir los núcleos
conceptuales a partir del cual se analizan las relaciones y desigualdades de género. Más
específicamente, se problematiza el concepto de autonomía el cual es concebido como
un aspecto central del trabajo en el sector a partir del cual se estudia la desigual y
desventajosa inserción laboral de las mujeres con respecto a los varones en el mismo.
Mediante una estrategia de investigación cualitativa basada en entrevistas semiestructuradas a trabajadoras-es en la industria de producción de software, se analizan
las vivencias y percepciones de mujeres que sortean o deciden lidiar con barreras tanto
objetivas y visibles, como subjetivas e invisibles ligadas al desempeño laboral en un
ámbito fuertemente masculinizado. El artículo se propone explicar desde el campo
específico de la sociología del trabajo, algunas dinámicas y mecanismos que profundizan
la reflexión en torno a la problemática del género y las desigualdades derivadas del
mismo en el mundo del trabajo desde la revisión de viejos conceptos mediante la
adopción de nuevas perspectivas conceptuales.
Palabras clave: autonomía, autogestión del trabajo, desigualdades de género,
producción de software
Summary
This article focuses on the analysis of differential trajectories of women in the economic
sector that produces software for reconstructing the Uruguay conceptual cores from
which relationships and gender inequalities are analyzed. More specifically, the concept
of autonomy which is designed as a central aspect of working in the sector from which
the unequal and disadvantageous employment of women is studied with regard to
males in the same becomes problematic. Through a strategy of qualitative research
based on semi-structured interviews workers-it is in the industry of software
production, the experiences and perceptions of women that bypass or decide to deal
with both objective and visible barriers, as subjective and invisible linked to analyzes job
performance in a strongly masculine domain. The article explains from the specific field
of the sociology of work, some dynamics and mechanisms that deepen the reflection on

Doctora en Sociología,
Profesora Agregada Departamento de Sociología (Uruguay),
[email protected]

Candidata a Doctora en Sociología, Universidad Autónoma de Barcelona, Asistente de investigación,
Departamento de Sociología (Uruguay), [email protected]
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gender issues and inequalities derived therefrom in the workplace from reviewing old
concepts by adopting new conceptual perspectives.
Keywords: autonomy, self-management of labor, gender inequalities, software
production
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Introducción
A medida que avanzamos en una sociedad centrada en los servicios, el paradigma del
trabajo se desplaza del trabajo físico propio del modelo industrial taylorista al basado en
la producción de conocimientos y servicios. En este contexto, si bien las condiciones
para la incorporación de las mujeres al mercado laboral han mejorado en muchos
sectores, su integración a la industria de producción de software se encuentra rezagada.
El artículo se centra en el análisis de las trayectorias diferenciales de las mujeres en el
sector de producción de software, para reconstruir los núcleos conceptuales que
permiten abordar el estudio de las relaciones de género, a partir de la reflexión y
problematización del concepto de autonomía, en tanto aspecto central para
comprender la desigual y desventajosa inserción laboral de las mujeres respecto a los
hombres.
Para ello se analizan las trayectorias laborales de mujeres, tanto en posiciones
gerenciales como subordinadas en la industria del software1.. A partir del análisis de un
conjunto de entrevistas se aborda el análisis del concepto de autonomía en el trabajo,
en torno al cual se estructura el trabajo en el área de la producción del software. Dicha
autonomía está vinculada a la necesidad de autogestión de los conocimiento requerida
para el desempeño laboral en el sector, así como del manejo de la propia carrera
profesional por parte de los/as trabajadores/as. Ambos aspectos condicionan la entrada,
permanencia y movilidad en el sector e, incluso, determinan los niveles de
remuneración. En este marco, el análisis de la autonomía es clave para comprender las
condiciones de trabajo de las mujeres y la desventajosa posición de éstas respecto a la
de los hombres a nivel de la producción de software. Más específicamente, la demanda
de permanente formación, la alta dedicación y amplia disponibilidad horaria requerida
por el sector, son aspectos difícilmente conciliables con los roles asociados a los
proyectos de maternidad y cuidado de personas en situación de dependencia
(entendiendo por tales a las personas que no pueden valerse por sí mismas, a raíz de un
proceso de envejecimiento, de alguna enfermedad o accidente), asociados tradicional e
históricamente a las mujeres, lo cual constriñe la construcción de proyectos
profesionales exitosos para éstas.
Antecedentes de investigación y enfoque teórico
Diversos autores y, en especial, los enfoques feministas, han abordado el fenómeno de
la segregación de las mujeres en el mercado laboral desarrollando teorías e hipótesis
orientadas a darle explicación.
El sector de la informática en general, así como el subsector de la producción del
1
Este artículo es resultado de una investigación llevada a cabo por el “Grupo de Sociología del Trabajo y de la
Gestión de los Recursos Humanos, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República, Uruguay", cuya
estrategia metodológica combina la recolección y el análisis de datos cuantitativos y cualitativos. Este artículo se
centra fundamentalmente en el análisis de la evidencia empírica recabada a partir de la realización de entrevistas
semi-estructurada a mujeres y varones en distintos puestos de trabajo en la industria de producción de software
en Uruguay.
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software en particular, al igual que las disciplinas académicas asociadas a proveer mano
de obra y conocimientos a este tipo de industria, muestran una fuerte
infrarrepresentación de las mujeres, no alcanzando a nivel mundial el veinte por ciento
de los y las trabajares-as ocupados-as en el mismo. Más concretamente, la presencia de
las mujeres en este sector se concentra (casi un 80%) en actividades relacionadas con la
comunicación, diseño, manejo de personal o tareas administrativas (Novick, Rojo y
Castillo, 2008). Ello refleja que la segregación vertical y horizontal de género en el
mercado laboral se produce también en esta industria (Ghosh et al, 2002; Gupta y
Houtz, 2000; Hapnes y Sorensen, 1995; Krieger, Nafus y Leach, 2006; Habtu, 2003 y
Miller y Jagger, 2001).
Como factores asociados a este fenómeno, la literatura mencionada refiere a que la baja
incorporación de las mujeres al mundo de la tecnología está relacionada con procesos
de socialización que se ven afectados por los roles y estereotipos de género, los cuales
condicionan y predisponen tanto a varones como a mujeres a establecer vínculos
diferenciados con los otros seres humanos así como con los objetos, entre los que se
encuentran la ciencia y la tecnología. Esto configura procesos bien conocidos en la
Sociología como profecías autocumplidas: en la medida en que los empresarios se
orientan por estas representaciones, las mujeres al enfrentarse a contextos
masculinizados, reprimen sus iniciativas de desempeño en estos campos. Así, diversas
investigadoras argumentan que en estadios tempranos del desarrollo de las personas,
los procesos de socialización se caracterizan por estar condicionados por tales roles y
estereotipos, a partir de los cuales se producen y reproducen relaciones con los otrosas, así como con los objetos, que son diferenciales entre niños y niñas. Por ello, varones
y mujeres construyen relaciones distintas con la tecnología, posicionándose de manera
diferencial respecto al mundo tecnológico. Un ejemplo de esto tiene que ver con el uso
de los video-juegos (Dumett, 1998) o los estereotipos en relación al pensamiento y
habilidades de niñas y varones para las matemáticas y sus aplicaciones (Terlon, 1996) –
tales como la microinformática a partir de la cual se origina la programación y su
transferencia a las computadoras– en base a lo cual se construyen social y culturalmente
mujeres desinteresadas y alejadas de estos terrenos. Al respecto, Wajcman (2009),
investigadora pionera en temas de tecnología y género, sostiene que el desafío inicial de
las feministas2fue demostrar la identificación entre tecnología y masculinidad como algo
no inherente a las diferencias biológicas entre los sexos, sino como el resultado de una
construcción histórica y cultural de las relaciones entre los géneros. Asimismo, en
términos generales, la literatura feminista comparte la idea de que las relaciones sociotecnológicas se manifiestan no sólo en los objetos e instituciones, sino también en los
símbolos, el lenguaje y las identidades, entre ellas las asociadas al género.
Adentrándonos en el terreno de la producción de software, de acuerdo con Yansen y
Zukerfeld (2013) existen barreras de acceso al mercado de trabajo de las mujeres
programadoras asociadas específicamente a las representaciones estereotípicas y
sesgadas por el género que los empleadores suelen tener. En este sentido, sostienen
que algunas de las creencias socialmente compartidas están ligadas a que las mujeres
no pueden o son menos capaces de realizar las tareas físicas necesarias para desarrollar
2
Entre las cuales cita a Cockburn (1985) y Mc Neil (1987).
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la actividad, ya que sus cuerpos resultan disruptivos o no acordes para ello, así como
también que los varones no tienen experiencia trabajando con mujeres y, por lo tanto,
su incorporación constituiría un riesgo para el sector al introducir un factor de
impredictibilidad. Por último, plantean que los empleadores suelen creer que en un
clima laboral fuertemente masculinizado, tal como es el caso del sector de tecnologías,
las mujeres no se sentirían cómodas en sus puestos de trabajo.
En síntesis, ha sido ampliamente estudiado que el género del trabajador/a marca
diferencias a nivel del acceso y permanencia a puestos de trabajo en el campo de la
tecnología, incidiendo en las relaciones de trabajo que se construyen en ámbitos
laborales fuertemente masculinizados. Así, el género y las construcciones sociales y
normativas vinculadas al mismo pautean vínculos y patrones diferenciales de varones y
mujeres en relación al uso de la tecnología desde la temprana edad, lo cual se refuerza y
reproduce durante la pubertad y la adolescencia, momento donde comienzan a
perfilarse las elecciones profesionales. Dichas elecciones se encuentran caracterizadas
por una menor tendencia de las mujeres hacia el uso instrumental y exploratorio de la
tecnología. Ello conlleva a que éstas se inclinen en menor medida que los varones a
optar por formaciones y carreras vinculadas a la producción de software (Courtoisie,
2013), así como que, cuando lo hacen, encuentran distintos tipos de barreras de acceso
a puestos de trabajo en ámbitos altamente masculinizados y así ven constreñida la
posibilidad de construir trayectorias profesionales exitosas.
Estos antecedentes teóricos y empíricos dan cuenta de que el análisis de la dimensión
de género en la construcción de trayectorias profesionales en el sector de la tecnología
amerita ser abordado. Existen barreras de género y romper su construcción social,
desarticular los mecanismos en base a los cuales operan, es una problemática sobre la
que reflexiona la Sociología. Sin embargo, las mencionadas investigaciones poco
profundizan acerca del mundo del trabajo que se construye en torno a las tecnologías y
la vivencia de las mujeres que, sorteando o decidiendo lidiar con estas barreras, tienen
que desempeñarse diariamente en un ámbito fuertemente masculinizado. Si a esto
agregamos que se trata de un sector que se vincula de forma horizontal con casi todas
las actividades productivas, el problema toma aún más relevancia. En este marco, el
artículo propone explicar desde el campo específico de la sociología del trabajo estas
dinámicas y contribuir a la reflexión en torno a la problemática del género y las
desigualdades derivadas del mismo desde nuevos conceptos y perspectivas.
Es a partir de esta problemática que en el Grupo de Investigación en Sociología del
Trabajo3, cuya línea de investigación se centra en los últimos años en el trabajo
inmaterial y la problematización de la gestión de recursos humanos, ha visto como
decisivo ampliar su mirada sobre estas realidades y cubrir la necesidad de incorporar la
perspectiva de género. En tal sentido este artículo es producto de la reflexión en el
marco de una investigación cuyo objetivo es interrogarse sobre la emergencia de un
nuevo paradigma del trabajo en relación a algunos trabajos que surgen en torno a la
producción de software, ligadas por su naturaleza muy íntimamente con la gestión de
3
El Grupo de investigación en Sociología del Trabajo funciona en el marco del Departamento de Sociología de la
Universidad de la República en articulación con la Comisión Sectorial de Investigación Científica (CSIC), siendo su
producción actual ligada a la producción en el marco del trabajo inmaterial.
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los conocimientos, tales como el trabajo de desarrollo de software.
Partimos de la hipótesis que si antaño el modelo de trabajo de la industria automotriz
sirvió como referencia para estudiar el trabajo de buena parte del pasado siglo, hoy
empieza a instalarse otro modelo, el de los servicios, y en particular de la industria de
las tecnologías de la información (TI). En este artículo retomamos un hallazgo de esta
investigación que refiere al fuerte componente de autonomía sobre el cual se construye
el trabajo y el trabajador en estos ámbitos, siendo un aspecto central de este último su
capacidad de autogestión, la que abarca tanto aspectos de su trayectoria, como de su
aprendizaje, y se traduce en una fuerte capacidad de autonomía en todas las
dimensiones de la gestión de los recursos humanos. En este sentido, esta función para
este tipo de actividades no queda solamente o básicamente centrada en la empresa,
como lo fue en el modelo industrial (en sus diferentes modalidades de gestión, desde la
patronal hasta las más especializadas que descansan en departamentos que dominan
esta función) incorporándose la voluntad del trabajador4.
En base al concepto de autonomía nos interrogamos acerca de qué consecuencias tiene
su irrupción en el mundo del trabajo bajo estas nuevas modalidades de expresión, en la
construcción social de las diferencias de género y en la persistencia de algunas
desigualdades en este terreno: ¿se configura un nuevo espacio de negociación donde
las mujeres encuentran vías de acceso y en condiciones más equitativas en el mundo del
trabajo?; ¿es posible que el trabajo inmaterial fije nuevas condiciones para el desarrollo
de un mundo del trabajo sin barreras de género?.
Para llevar a cabo esta reflexión nos sostenemos en el análisis minucioso de entrevistas
recogidas en un trabajo de campo dirigido por una estrategia de muestreo teórico, cuyas
principales interrogantes han sido orientadas por el relevamiento de las dimensiones
claves que desde el punto de vista de los actores aportan al mantenimiento de los
espacios de autonomía en el sector, centrando la atención en las trabajadoras ocupadas
en el sector, y buscando comparar analíticamente sus relatos, buscando que los mismos
abarquen el más amplio rango de posiciones en el grupo en cuanto a antigüedad,
jerarquía, estrategias de inserción, entre otras5.
Trabajo y autonomía en la industria del software
La industria uruguaya de las TI tuvo un rápido desarrollo en la década de los noventa,
con una clara orientación exportadora, convirtiéndose rápidamente en el tercer
exportador de América Latina en términos absolutos y el primer exportador per cápita.
4
Esto podemos verlo descrito con las palabras de un trabajador, cuando ante la pregunta por sus condiciones de
trabajo nos relata: “en muy poco tiempo cambian las tecnologías. Vos tenés que pensar que el software se
desarrolla usando un lenguaje y ese lenguaje varía constantemente y las herramientas para escribir ese lenguaje
van cambiando. Tanto de JAVA o de HTML, y hay varias versiones. Empieza a ser obsoleto lo anterior. Es lo que
pasa con los bancos que usan COVER que es un lenguaje que ya ni en la facultad lo aprendes. Es un lenguaje que
ves a los dinosaurios, que tienen 50 años en las empresas y ves que están desarrollando. Que es rarísimo porque
el desarrollo de software es para gente joven porque tenés que estar todo el tiempo viendo como lo solucionas.
Ya cuando llegas a los 30 y poco, querés gestionar el proyecto y no estar viendo eso”.
5Finalmente se llevaron a cabo un total de catorce entrevistas.
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Su crecimiento ha sido sostenido y se ha configurado buscando ser un líder tecnológico
como una plataforma basada en el reconocimiento de la excelencia de sus productos y
servicios, la flexibilidad en la comprensión de las necesidades de los clientes, el diseño y
adaptación de la mejor solución tecnológica existente a precios competitivos y la
diversidad de servicios que ofrece6. Entre 1999 y 2009 este fue uno de los sectores
productivos que gozó de beneficios fiscales con miras a potenciar su desarrollo. En dicho
lapso logró duplicar las exportaciones e incrementar en más del 50% el número de
empleados. Particularmente en el caso del sector software el 69% de su facturación fue
por exportación (IECON, 2011). A partir de los últimos datos disponibles en 2011 esta
industria se expandió 22%, el mayor ritmo en los últimos cuatro años (Encuesta Anual,
CUTI).
En Uruguay, la producción de TIC se ha centrado en el sector de software y servicios
informáticos, en particular en tres segmentos: desarrollo de software, consultoría y
servicios informáticos e Internet y transmisión de datos. Para estos segmentos existían
para el 2013, 320 empresas y 1600 unipersonales de profesionales, de las cuales un 48%
son desarrolladoras de software y un 43% se dedican a consultoría y servicios
informáticos. El 90% de las empresas están en Montevideo (Consejo Sectorial, TIC,
2013). El empleo generado en este sector se caracteriza por la alta concentración de
trabajadores hombres jóvenes (el 60 % no supera los 35 años y entre 70 y 80 % son
varones) y se estima que unas 12 mil personas se desempeñan en el sector, más los
varios miles de trabajadores indirectos. Entre el 2005 y el 2010 el incremento de
personas ocupadas en el sector fue del orden del 110%.
Se trata de un sector con pleno empleo, por lo que las empresas se ven obligadas a
competir por los trabajadores calificados. El sector presenta una formalidad del 80%, de
los cuales un poco más de la mitad son asalariados, seguidos de un 40 % de quienes
trabajan por cuenta propia sin local. En general la remuneración es superior a la media
nacional, y los trabajadores tienen un nivel educativo más bien alto (ingenieros,
analistas, programadores, técnicos informáticos y otros profesionales universitarios)
contando con 4 años más de escolarización que la media ocupada.
La situación y perspectiva de expansión del mercado laboral, limitado por la falta de
mano de obra calificada y la baja producción de tecnólogos del país, se ven agravadas
por la expatriación de talento local, estimulado por políticas migratorias de varios países
que enfrentan también una escasez de personal calificado en estas áreas. Por otra parte,
el ritmo desarrollo y la diversidad de servicios que caracteriza al sector TI en el mundo,
impone la permanente actualización y especialización de los conocimientos de los
profesionales del área. Actualmente, esta necesidad se resuelve de forma autodidacta y
con la formación en las propias empresas. Asimismo, el número de egresados de las
diversas propuestas de formación (pública y privadas) en áreas afines no están en línea
con las perspectivas de fuerte crecimiento del sector.
6
En términos productivos y económicos puede observarse el papel destacado que ocupa el sector en la trama
productiva del país si se considera su aporte al PBI el cual se ubica en un 2 % considerando los tres segmentos
vinculados al desarrollo de software, consultoría y servicios informáticos e Internet y transmisión de datos
juntamente
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Otro de los aspectos que caracteriza al sector de producción de software del Uruguay es
la ya mencionada masculinización. Según Courstoise (2013), las mujeres no llegan a
representar el 5% de las personas contratadas por la empresas productoras de software
en áreas relativas al Desarrollo (100% hombres) e Infraestructura/Operaciones (88%
hombres). En definitiva, el sector adolece de un problema de oferta de mano de obra,
no solo en cuanto a desarticulación con el sistema nacional de formación, sino también
en cuanto la persistencia de barreras para la incorporación de las mujeres al mercado de
trabajo, transformándose este último en un factor a revertir el problema de oferta
orientadas al desarrollo del mismo.
Todas estas características del mercado de trabajo, sirven de marco para acercarnos a la
realidad del trabajo y se conjugan con el mismo para comprender las dinámicas de
género en las organizaciones. A nivel de proceso de trabajo, una de las características
más significativas del trabajo de producción del software y que lo desliga de las lógicas
típicas del trabajo industrial es que su actividad es, en su núcleo central, relacional. La
actividad de trabajo deja de estar centrada en la relación del trabajador con la materia
para pasar a caracterizarse en la relación del trabajador con un “otro”, sea éste cliente,
usuario o público en general. En particular, producir un software significa trabajar en
base a un intercambio de información con el otro, fundamentalmente empresa, cliente
o usuario, generando confianza.
Esta postura del trabajador en el sector del software dota al trabajo en el sector de
características muy distintivas con respecto al trabajo industrial que tradicionalmente se
toma como referencia en los análisis del trabajo y las dinámicas atadas al mismo. En
primer lugar, las unidades de trabajo y las relaciones que establecen entre sí y con su
entorno cambian muchísimo en esta industria. Por ejemplo, el dominio de la producción
de bienes materiales en el mundo industrial genera la expectativa de la perdurabilidad
en el tiempo de las empresas, que incluso en su expectativa a largo plazo proyectan la
búsqueda de la monopolización de la producción de los bienes que produce para el
mercado. En la medida en que la demanda comienza a ser dominante, como es el caso
del software, la estabilidad de las empresas fluctúa en función de los cambios de la
misma y de su capacidad de adaptarse a ella, pero sobre todo de anticipar estos
cambios. En este contexto, aparece una fuerte necesidad de las empresas existentes hoy
en el mercado de seguir el movimiento provocado por la demanda, lo que hace de este
último algo sumamente dinámico: es posible que muchas empresas desaparezcan o que
el centro del conocimiento sobre el cual produce hoy una empresa de software cambie,
y también es posible que otras empresas finalmente nazcan para cubrir los nuevos
espacios de la demanda que van apareciendo. Esta gran labilidad de las empresas es
muy distintiva del sector y especifica fuertemente el escenario sobre el cual se mueve
el/la trabajador/a. Esto tiene distintas consecuencias.
En segundo lugar, las relaciones de trabajo tanto horizontales como verticales suelen no
ser estables. Suele experimentarse una alta rotatividad externa de los trabajadores en
función de los proyectos dominantes en la empresa (de la vida útil de un proyecto)7, o
7
A modo de ejemplo, una trabajadora de 38 años y programadora explica lo siguiente: “Lo que pasó es que
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bien, una alta rotatividad interna en la medida en que los/as trabajadores/as tengan que
ir ocupando distintas funciones para sostener su permanencia en la empresa. Pero por
otro lado, esta labilidad del entorno genera en muchos/as trabajadores/as una
disposición a ir cambiando de empresas en función de la existencia de proyectos que le
generen ocupación, mayores expectativas de estabilidad o en el sentirse “cómodos”,
"desafiados" en las mismas. Las trayectorias laborales de los/as trabajadores/as de la
informática en la producción de software muestran una extrema movilidad, en
consecuencia.
A su vez, en este contexto de alta volatilidad, el tipo de contrato, formal o no formal, de
estabilidad o a término, deja de ser una problemática crucial en la vida del/a
trabajador/a informático, máxime cuando de todas formas los salarios son muy altos y
aparentemente el mercado de trabajo no está saturado en el Uruguay de hoy en día8.
En concreto, en el trabajo clásico (industrial) el conocimiento del/a trabajador/a como
referencia de su estabilidad estaba ligado a su formación profesional o su aprendizaje o
experiencia adquirida, que fijaban al individuo a una posición laboral, ya sea en un
puesto o la empresa, construyendo así su carrera. Los fuertes cambios a los que se ve
enfrentada la industria del software, exigen del/a trabajador/a una permanente
actualización de conocimientos como condición necesaria para alcanzar la estabilidad,
aun cuando muchas veces, una constante actualización sea, incluso, insuficiente. En este
sentido, no sólo cambia su vínculo con el conocimiento, sino también cambia la
naturaleza del conocimiento de referencia, ya que éste se vuelve mucho más lábil, difícil
de probar a través de certificaciones o por medio de la experiencia o antigüedad en el
sector. Este tipo de experiencia genera una representación del trabajo desligada de una
posición fija. Por este motivo adquiere dominancia en el sector el mecanismo que hace
que la empresa deje de ser el marco comprensivo desde el cual el/la trabajador/a piensa
su trayectoria laboral, adquiriendo mucha más relevancia la movilidad individual
horizontal: cambiar de empresa o de posición dentro de un proyecto.
Todas estas circunstancias creemos son claves para entender la mayor autonomía de
los/as trabajadores/as del sector. Posicionarse respecto de esta realidad pasa a ser una
estrategia individual para mejorar su conocimiento, para crecer profesionalmente o
estabilizarse en su vida profesional. En base a ello decimos que la gestión del trabajo en
este sector suele tener un fuerte componente de autogestión por parte de los/las
después de esta experiencia con este proyecto, el área no fue rentable y redujeron. Hubo pila de gente que se fue
en realidad, de los consultores, distribuyeron algunos y con ella quisieron hacer un trato para transferirla a otro
sector y ella no aceptó y terminaron arreglando algo ahí y ella se desvinculó. A partir de ese momento hay una
única área de consultorías, no se separa por productos ni nada y básicamente todos los consultores
pertenecemos a esa área. Y se trata de que puedas mover las piezas a medida que las vas necesitando. Eso es
más fácil de hacer con la gente técnica porque de última te adaptás más fácil pero el equipo funcional que
trabajó históricamente con este producto, no es tan fácil adaptarlo. Estamos en ese período de transición. Y yo un
poco por eso fue que pedí la reducción de horario porque no estaba teniendo cosas ni desafiantes ni nada,
además tuve algunos temas personales”.
8
Aun así el trabajador del software debe asumir las tensiones de grandes tensiones por los desafíos a que se ve
expuesto, sean estos existenciales, de convivencia en el trabajo o simplemente cognitivos, lo que produce que
las carreras en este sector sean relativamente cortas y que los trabajadores del mismo emigren a otros sectores
vecinos en donde las tensiones son menores y los proyectos de vida por lo tanto más estables.
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trabajadores/as. Autogestión construida en torno a sus conocimientos, al aprendizaje y
que se hace extensiva a las remuneraciones, carreras internas y externas, las que se
caracterizan por ser fuertemente individuadas (Quiñones et al, 2013). Las dinámicas y
representaciones del trabajo construidas en el sector dan cuenta de un nuevo modelo
de trabajador-a, altamente reflexivo en relación a su trabajo. Reflexividad aplicada no
sólo a la actividad de trabajo, sino que también se proyecta sobre toda su trayectoria
laboral, sobre su propia vida, su futuro, la de su entorno directo, su familia y,
eventualmente, su entorno más general, el mundo en que vive. Esto implica que el corte
o ruptura entre el mundo del trabajo y mundo del entorno del trabajo se vuelve
crecientemente artificial en la órbita de la producción de software.
Una vez caracterizado este proceso de creciente autonomía de los y las trabajadores en
el sector, ¿qué implicancias tiene en las desigualdades de género esta apuesta a una
mayor autonomía en el trabajo propia de la industria del software y en la trayectoria
profesional de sus trabajadoras/es?
La autonomía en el software como expresión de la adaptación cognitiva y simbólica y
substituto del modelo formalista de autoridad que en el modelo industrial se expresaba
mediante el control directo jerárquico y la presencia de reglamentos y prescripciones,
puede conllevar a superar o reforzar los mecanismos de sujeción del trabajador-a. En
este último caso, ¿es posible que se refuercen los mecanismos de invisibilización de las
barreras que enfrentan las mujeres en el mundo del trabajo?
Hace tiempo ya la sociología ha llamado la atención sobre la trampa de la mayor
autonomía y auto regulación en el ámbito del trabajo. En el siglo XIX los asalariados no
eran necesariamente los más condicionados por los reglamentos en el taller o por el
control de las jerarquías directas, ni tampoco eran los que soportaban los horarios más
extensos o las peores condiciones de trabajo, sino otros, como los trabajadores a
domicilio (sobre todo aquellos que disponían formalmente de una relativa autonomía
en la gestión de sus actividades)9: ¿ vuelve a pasar algo similar en la actualidad en
relación al poder de sujeción voluntaria cuando la intensificación del trabajo en el sector
de producción de software rivaliza con una mayor heteronomía en el trabajo?.
Por último, por autonomía entendemos, siguiendo a Reynaud (1993), como una forma
de regular el proceso de acción e interacción: en la medida que los individuos actúan
ejerciendo su autodeterminación, tanto para escaparse de la dependencia de un sistema
heterónomo de control como para intentar controlar el dispositivo normativo que se
instala y de afirmarse por sus juicios y sus decisiones, su pretensión es la de instalar las
reglas de funcionamiento que considera apropiadas. En base a esta definición Reynaud
distingue entre “reglas autónomas”, en oposición a las “reglas de control”. Las reglas
autónomas emergen de una racionalidad de afirmación de sí mismo y ello ligado más a
una lógica de eficacia en la acción por parte del-a trabajador-a en situaciones concretas.
Sostiene también que las direcciones o gerencias de las organizaciones buscan controlar
el comportamiento de los trabajadores subordinados, mientras que los últimos intentan
escaparse del mismo afirmando su autonomía. De ello, el autor deduce que existe una
9
Ver Prieto (2007).
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pluralidad de fuentes de legitimidad e intenta comprender cómo estas reglas se forman,
se oponen o se combinan e incluso se negocian. En esta línea, la regulación autónoma
expresa una voluntad de producir y de imponer reglas: ella designa una fuente de reglas
que se oponen a las reglas venidas de “arriba” o impuestas y que por ello se definen
como “reglas de control” (Quiñones et al, 2013).
Las trayectorias laborales de hombres y mujeres en la industria del software
Bajo el enfoque anteriormente desarrollado, la pregunta que orientó la investigación fue
la siguiente: ¿están las mujeres en posición de definir reglas autónomas? o dicho de otra
manera, ¿cuál es la capacidad que tienen hoy las mujeres de negociar sus propias
regulaciones de modo de contribuir a la orientación general que tiene hoy la industria
del software (donde los clientes inciden más que el empleador en la fijación de las
metas)? Asimismo, nos preguntamos cuáles son los límites de lo negociable en un
contexto de individualización del trabajo e individuación de los contratos a cada
trabajador. Por último, surge la interrogante respecto a cómo pensar la problemática de
la inserción de las mujeres en un marco de relativa autonomía en la industria del
software.
En relación a dichas preguntas, los hallazgos de la investigación llevada a cabo se
orientan en varias direcciones. En primer lugar, aparece como evidente que el retroceso
de la regulación heterónoma no se ha visto acompañado en el sector de producción de
software por un crecimiento de los espacios de regulación autónoma que complete los
vacíos dejados por la ausencia de regulación. En la medida en que dimensiones tales
como los tiempos de trabajo, de aprendizaje e incluso de movilidad espacial quedan
librados a la gestión del trabajador-a, su resolución depende de los márgenes que éste-a
disponga para destinarle a dichos aspectos y, por ende, la promoción de su carrera
laboral se construye en detrimento del tiempo dedicado a otros aspectos de su vida
personal.
En esta línea, una de las consecuencias de esta especificidad de la relación laboral es la
baja problematización que en el sector hay de las condiciones de trabajo. Bajo las
condiciones que impone el modelo dominante de cuidados –basado,
fundamentalmente, en el cuidado no remunerado familiar-, en que la gestión del
tiempo es un problema general en las familias y la carga y responsabilidad en relación al
mismo recae sobre todo en las mujeres. Ahora bien: ¿tienen hoy las mujeres y los
hombres del sector capacidad para conciliar sus proyectos de vida familiar o personal y
el proyecto profesional?
A título de ejemplo, una trabajadora de 36 años y programadora expresa lo siguiente:
“El cliente ofreció eso a la empresa (pagar más por más horas de trabajo). Pero no fue
algo que nos pareció serio, decir te cambio la tarifa, el tema es la vida…Aparte mi
compañero, pobre, ya está con problemas con la esposa porque tiene un bebé chico”. La
demanda de horas extras aparece como una declaración, ya sea espontanea o a partir
de una pregunta directa en todos los entrevistados a los cuales se les demandó una
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pregunta en la investigación marco, y en todas las entrevistadas, la mayoría
expresándolo espontáneamente como una restricción de su trabajo. El ejemplo en
particular vincula el problema de la disponibilidad a una demanda concreta por parte
del cliente y ejemplifica el lugar que el mismo está asumiendo en la relación laboral.
A modo de ejemplo otra trabajadora (programadora de 37 años) nos cuenta lo
siguiente: “El servicio informático es un costo fijo. Si ellos requieren algo es así, te
contratan. Mi empresa, no es que te obliga, es voluntario, vos decís que sí o decís que
no. Si el cliente pide una guardia, vos tenés la opción de decir que sí o que no. Pero
bueno, siempre es una situación que te deja en un compromiso. Igual que lo que pasó
ayer, estás en conferencia telefónica y los clientes te presionan para que sigas. Te ponen
en un compromiso complicado. Son los gajes del oficio”.
La disponibilidad como núcleo conceptual clave aparece en este contexto múltiples
veces. En este otro ejemplo, podemos apreciar que aparece interiorizado (como lo
indican múltiples indicadores en el marco de las entrevistas) como habitual que las
empresas operen bajo condiciones de incertidumbre en los tiempos de entrega,
conllevando esta exigencia traducida en demandas tales como “cubrir turnos de trabajo
las 24 horas del día” o la “capacidad de emprender viajes frecuentes al exterior”10.
Frente a estos requisitos, que normalmente aparecen ya en las instancias de selección
de personal, hemos constatado que normalmente son asumidos por mujeres jóvenes
que, o bien no poseen o bien postergan su proyecto familiar, pero que aún no generan
reflexividad en torno a la disfuncionalidad que plantea el modelo de trabajo en el sector
frente a estas cuestiones. Para las jóvenes priman los atractivos que ello puede conllevar
en el plano financiero y el crecimiento personal. En este sentido, sirva de ejemplo las
expresiones de otra entrevistada (programadora de 23 años), quien nos dice lo
siguiente:
el recorte del diario decía consultor para trabajar 6 meses en EEUU,
disponibilidad para salir en dos semanas. Cuando fui, la primera entrevista todo
bien, y cuando fui a la segunda entrevista me dijeron -bueno, entonces estás
dispuesta a viajar por la región. Y yo dije -por ahora a irme 6 meses a EEUU y
después veré, y ahí me dijeron que eso podía ser pero que también podría
ser…que se contrataría a un consultor internacional, alguien que fuera como un
consultor internacional, que ese era uno de los proyectos que tenían pero que
tenían otros en Perú, en Bolivia…(…) y me preguntaron si yo tenía algún
problemas con que fuera en otro país, y yo dije “no, el problema que yo tengo es
que no es a lo que vine”.
O bien, otra programadora de 29 señala: “No sé si soy muy joven porque tengo 29 años,
pero sí soy muy joven en el espíritu capaz y que sigo con eso de “ah, bueno si me
10
Sobre todo en aquellas caracterizadas por desarrollar productos o servicios que o bien por las exigencias
relativas a vencimiento de plazos de entrega del proyecto, dificultades no previstas a ser trabajadas, etc. o bien
porque implican coordinar el trabajo con clientes extranjeros y, por ende, con distinto uso horario, o bien porque
involucran la coordinación del trabajo en equipo conformado por trabajadores localizados en distintas zonas
geográficas
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interesa me voy, y después vengo”, y me parece que el mundo lo tengo como muy
abierto, hoy estoy acá, mañana estoy allá, o voy y vengo, y mi familia va a estar acá y
adoro mi familia, siempre es mi prioridad número uno pero no implica que tenga que
vivir acá todo el año…obviamente no tengo hijos, también por eso aprovecho, porque
después se me va a acabar.”
En relación a lo relatado por la anterior trabajadora es preciso resaltar el predominio
que están adquiriendo los recorridos externos a las organizaciones en las trayectorias
individuales de los/as trabajadores/as en el sector, así como la valoración también
individual de las competencias. Al adoptarse esta estrategia en relación a sí mismos-as y
al colectivo, este sector constituye uno de los sectores ocupacionales donde más ha
retrocedido la acción corporativa. Justamente porque su carácter externo e
individualizado no habilita las condiciones para que ésta se desarrolle; mucho menos si
se trata de la acción sindical, propia del modelo industrial, de la cual este sector ya se
encuentra bastante distanciado. Esto debe ser visto como un refuerzo que contribuye a
que la problemática de la desigualdad o las condiciones de trabajo en la industria del
software permanezcan invisibilizadas11.
En tercer lugar, la fuerte necesidad de autogestión de los conocimientos por parte de los
y las trabajadores-as del sector y los requerimientos de auto dirección del aprendizaje
que éste tipo de trabajo supone, conlleva que el ciclo de vida laboral del/a trabajador/a
devenga sumamente corto y tenga que reiniciarse frente a cada nueva demanda. En
estas condiciones, es frecuente que los/as trabajadores/as deban buscar en el tiempo
estrategias para reducir este ciclo laboral, buscando a cierta altura de su carrera nichos
en los cuales obtengan estabilidad laboral y una exigencia menor en materia de
actualización.
En efecto, hemos constatado que la mayor autonomía bajo estas condiciones no facilita
el desarrollo profesional de las trabajadoras, quienes a partir de ciertas edades
estimadas de madurez les significa emprender la búsqueda de estrategias que le
permitan desenmarcarse de la lógica dominante del sector. Es el caso de esta
trabajadora de 38 años y programadora que, reflexionando sobre su ciclo laboral y de
vida expresa lo siguiente: “Capaz que lo digo sin fundamentos porque no lo he
intentado, pero yo como me especialicé en ese producto que es bien específico, y no
hice tampoco MBA o algo más, más allá de esta certificación que te contaba, no tengo
mucho más académico. Y con este producto en otro lado, es complicado porque de
hecho acá en Uruguay hay un par de empresas más nomás y no lo están vendiendo
mucho. Por ahí para el exterior sí pero yo al exterior en esta época no es lo que preciso.
Por eso se me hace la idea de que sería complicado porque tendría que buscar un
cambio en otra cosa, a una edad ya medio avanzada y por ahí sin haberme formado
más. Es confiar en la experiencia que tengo y yo sé que no puedo tomar nuevas cosas y
responsabilidades”.
11
En otras investigaciones (Quiñones et al; 2015) hemos dado cuenta de la posición que no sólo parte del
trabajador sino también de la no capacidad de incidencia del actor sindical frente a estas lógicas laborales.
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En otros ejemplos, como el aportado por una trabajadora de 36 años y programadora,
que pospone la búsqueda de un puesto de trabajo más atractivo para poder conciliar su
vida laboral con la familia: “Bueno, ahora también estoy planeando maternidad de
nuevo y entonces no quiero hacer un cambio de trabajo en este período, si bien me
encantaría hacerlo ahora, por ahí no es el mejor momento. Aparte tuve dos experiencias
que no funcionaron, entonces quiero estar tranquila. Por ahora estoy en un plan así, me
sirve y lo disfruto porque comparto más cosas con mi hijo, lo llevo al colegio y demás
pero me preocupa más a futuro, yo ya tengo 38 y no es tan fácil hacer un cambio a esta
edad...”. O esta otra trabajadora de 39 años, programadora y actual socia de una
empresa productora de software que da cuenta de una trayectoria en la cual pudo
moverse y cambiar de rol, sin descuidar su preferencia por la programación: “Yo por lo
menos en mi experiencia, gestionaba y desarrollaba, porque como que va muy pegada
la parte técnica con la gestión, o sea, vos te ponés a ver cómo está trabajando una
persona que tenés que supervisar, pero tenés que saber qué es lo que está haciendo y
entonces te metés mucho en la parte técnica o quizás porque me gusta a mí eso y
entonces me metía. En definitiva, yo nunca me alejé de lo que es programar y conocer
la parte técnica, soy como muy técnica en ese sentido. Nunca me gustó alejarme, pero
la mayoría de la gente en mi profesión a medida en que van pasando los años, prefiere
zafar”.
Conclusiones
Una mayor autonomía como tendencia general en la organización del trabajo en las
actividades relativas al sector del software encuentra sus límites en la capacidad que
tienen trabajadores y, sobre todo, las trabajadoras del sector para gestionar algunas
condiciones de trabajo dominantes en el mismo: la necesidad de gestionar tiempos y
conocimientos, de aceptar los cambios frecuentes de tareas al interior de una empresa
pero sobre todo, entre empresas, incluso, de distintos países, a lo que se suma una alta
demanda de disponibilidad para sostener proyectos que son altamente demandantes en
términos de vinculación con el cliente. Esta autonomía encuentra aún condiciones más
restrictivas ante la ausencia de acciones colectivas orientadas a regular estas demandas
que se imponen en el sector. Pero además, este modelo parece no tener sustentabilidad
en la construcción subjetiva de los y las trabajadoras a mediano y largo plazo, siendo
que, alcanzados ciertos estadios de madurez y enfrentados-as a requerimientos y
desafíos no laborales, fundamentalmente, los provenientes del ciclo de vida familiar o
natural, aparece la necesidad de estabilizar las trayectorias o carreras, por definición
fuertemente ligadas a la incertidumbre y la capacidad de adaptación al cambio.
Esto plantea fuertes problemas para el/la trabajador/a pero también para las empresas,
en la medida en que estas aparecen cada vez más, tal como lo dijimos en la
presentación del sector, como dependientes de los requerimientos de la demanda. Una
demanda que se construye hoy sobre todo bajo el imperativo de confianza entre cliente
/usuario y los/as trabajadores. Siendo la confianza un dispositivo que se construye en el
tiempo y en cuya relación el trabajador/a cumple un rol central. Es por esto que, muy
por el contrario de lo que plantean estas nuevas lógicas laborales, los problemas de
retención, de estabilización, de motivación siguen siendo centrales en la gestión de
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recursos humanos. Es decir, aunque hayan cambiado sus referentes y la significación que
éstos tienen para el personal. Creemos entonces que en el marco de esta reflexión sobre
los lazos de confianza cabe la posibilidad que las empresas puedan sensibilizarse a las
desigualdades de género. Esto es importante además para poder enfrentar los
problemas de oferta de mano de obra que adolece hoy el sector, por lo menos en
Uruguay.
Pero además, la problemática de género tiene que ser introducida también en el campo
de reflexividad del/a trabajador/a. En la medida en que el sector imponga una imagen
naturalizada en torno a la construcción social de un trabajador flexible y las fronteras de
las empresas dependan cada vez más de las demandas externas de clientes y/o
usuarios, aparece como cada vez más imperativo discutir la necesidad de abrir espacios
de diálogo y repensar colectivamente cuales son los límites que los trabajadores y
trabajadoras del software necesitan construir para poder sostener esta actividad dentro
de los parámetros que exige una concepción digna o decente del trabajo, en los
términos que lo entienden los gobiernos y los organismos internacionales que trabajan
en la materia.
Por último, otro aspecto relevante en la construcción de una sociedad más igualitaria lo
percibimos a nivel más general: en el capitalismo cognitivo las empresas también
constriñen la autonomía de los y las trabajadores limitando la circulación de
conocimiento y a veces evitando la construcción colectiva de conocimiento común,
apoyándose en la regulación de la propiedad intelectual o en contratos que imponen el
secreto e impiden la movilidad de los empleados hacia empresas de la competencia por
cierto tiempo, así como también estableciendo incentivos como participación en las
acciones y otras formas atractivas para que el trabajador-a devenga en "emprendedor"
y se individualice más. Ello, nos lleva a cuestionar las instituciones de la propiedad
intelectual y a la necesidad de construir modelos de trabajo cooperativo y comunal,
donde las condiciones laborales permitan conciliar la vida familiar y laboral y de esta
forma, algunas de las barreras de acceso y permanencia de las mujeres al sector sean
más fácilmente sorteables.
Es justamente bajo las condiciones de una nueva reflexividad que debe instalarse, tanto
del lado de las empresas y/o empresarios, como del lado del trabajador/a, individual o
colectivamente organizados/as que parece aparecer la posibilidad de revertir la
situación que sobre la cual hoy funciona el sector.
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Fecha de recepción: 24 de julio de 2014
PUNTO GÉNERO/40
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Fecha de aprobación: 7 de octubre de 2015
PUNTO GÉNERO/41
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Madres narcotraficantes: Las motivaciones de ingreso al narcomundo en
mujeres internas en el Centro Penitenciario Femenino de Chillán, Chile
Drug-dealings mothers: Motivations on getting into the drug-dealing world
of imprisioned women in the Chillan’s Female Prison of Chile.
Gustavo Riquelme Ortiz y Omar Barriga**
Resumen
El objetivo de esta investigación es comprender las situaciones y agencias para practicar
el narcotráfico relatadas por las internas del Centro Penitenciario de Chillán. Los
principales hallazgos son relativos a los beneficios económicos asociados al tráfico de
drogas, pero además, a las distintas significaciones otorgadas por las mujeres a este
negocio; sobre todo en lo que compete a sus hijos y a la posibilidad de generar relativa
autonomía respecto a sus parejas. Además, se describió un tránsito desde un machismo
cultural hegemónico, que influye a las mujeres a ingresar al narcotráfico en busca de
generar recursos sin desligarse de los roles tradicionalmente femeninos, hasta un
machismo cultural delictivo, caracterizado por el estancamiento estructural al que el
narcotráfico condena a la mujeres, otorgándole status de mayor riesgo, menores
excedentes y menores cuotas de poder.
Palabras Clave: género, machismo, tráfico de drogas, metodología cualitativa, cárcel.
Abstract
The purpose of this research is to comprehend the situations and agencies in play during
the practice of dealing drugs described by the female inmates of the Chillán Correctional
Center. The principal findings deal with the economic benefits related to drug dealing,
but also the diverse meanings that these women ascribe to this activity; primarily, those
related to their children and the possibility of gaining relative autonomy from their
partners. Furthermore, we describe a transition from a hegemonic cultural machismo,
which influences women to enter drug dealing in search of new resources without
abandoning their traditional feminine roles, to a delinquent cultural machismo
characterized by the structural stagnation to which drug dealing relegates these women,
granting them greater risks, fewer profits and even less amounts of power.
Keywords: gender, machismo, drug-dealing, qualitative methods, jail.

Sociólogo, [email protected]
** PhD en Sociología, Profesor Asociado del Departamento de Sociología y Antropología de la Universidad de
Concepción, [email protected].
PUNTO GÉNERO/42
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El narcotráfico, consideraciones teóricas y empíricas
Chillán es una ciudad intermedia ubicada en la provincia de Ñuble, región del Biobío,
cuya población es alrededor de 175.000 habitantes. Este centro urbano es una urbe
emergente y tradicional, cuyo principal sustento económico es la agricultura y los
servicios. En este contexto se ubica el Centro Penitenciario Femenino (CPF) de Chillán,
recinto pequeño que al momento de la investigación contaba 85 internas en régimen
cerrado y semiabierto. Se caracteriza por ser una cárcel “folclórica” con buenas
relaciones entre internas y funcionarias, cuyo espacio está anexado al Centro de
Cumplimiento Penitenciario Masculino de la ciudad desde 2010.
Al revisar la literatura sobre el problema, se aprecia que la criminalidad en
Latinoamérica se ha configurado como un problema social que ha influenciado a los
Gobiernos y Organismos Supranacionales a desarrollar políticas y programas tendientes
a solucionar esta situación (Galindo y Catalán, 2007). De acuerdo a la descripción
estadística de Gendarmería de Chile (2013), hacia finales de 2013 la Institución atendía
una población total de 294.696 reclusos a lo largo del país en los distintos subsistemas
carcelarios (Subsistema cerrado, semiabierto, abierto y post-penitenciario), donde las
mujeres representan el 11,27% de la población penal. De ellas, 1755 mujeres están
privadas de libertad a raíz del tráfico y consumo de drogas, de acuerdo a las infracciones
a la Ley 20.000 y al Artículo 5 de Tráfico Ilícito de drogas, lo que representa el 37% del
total de las mujeres reclusas, destacando el microtráfico de drogas como la principal
causa en el ingreso de mujeres a Recintos Penitenciarios. A diferencia de los hombres
cuyo motivo de ingreso más común es el robo con intimidación (Gendarmería de Chile,
2013; Cárdenas y Undurraga, 2014). En las últimas décadas se ha desarrollado un
aumento exponencial en el ingreso de mujeres a recintos penitenciarios para cumplir
condenas privativas de libertad, superando la tasa de crecimiento de los hombres en el
mismo periodo (Gendarmería; 2013); observándose que cada vez más mujeres
participan de (y son detenidas por) el tráfico de drogas en Chile.
En general, se ha asociado la criminalidad con el uso y tráfico de drogas ilícitas,
donde se pueden distinguir tres hipótesis. La primera asegura que la droga es un factor
causal de la delincuencia, pues la necesidad de obtener drogas introduce a los sujetos al
mundo delictual con el fin de conseguir recursos para financiar su consumo; la segunda
hipótesis plantea que la delincuencia es un factor causal del consumo de drogas al
introducir a los sujetos a un mundo donde está presente la droga; sin embargo, la
tercera hipótesis es la más respaldada, es decir, no existiría vínculo causal entre estas
variables, describiendo una relación espuria, a pesar de la evidencia que afirma que la
drogodependencia contribuye a la criminalidad de forma indirecta (Rodríguez, Paíno,
Herrero y González, 1997).
Por otro lado, diversos autores (Arriagada y Hopenhayn, 2000; Hopenhayn, 2001;
Cooper, 2002; Galindo y Catalán, 2007) plantean que el tráfico de drogas es un
problema difícil de suprimir por el carácter lucrativo que ofrece a sus agentes, cuestión
complementada con la generación de “una cantidad importante de empleo directo en
actividades conexas e indirecto en el lavado de dinero” (Arriagada y Hopenhayn,
2000:17). Siguiendo este argumento se ha planteado que los sujetos participan del
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tráfico de drogas dependiendo de los sacrificios y ganancias potenciales, cuestión
modelada por la estructura de preferencia y los valores morales presentados por los
sujetos (Galindo y Catalán, 2007); es decir, el tráfico de drogas viene dado por un análisis
costo-beneficio en conjunción con el sistema de valores. Cárdenas y Undurraga (2014)
han planteado que las mujeres ingresan al narcotráfico en busca de un sustento para sus
familias, pues las actividades delictivas aparecen como una vía rápida para conseguir lo
que materialmente necesitan, a pesar de las consecuencias como la inseguridad o el
riesgo de encarcelamiento. “Es la inmediatez de las necesidades y su satisfacción
mediante el dinero rápido (ilegal) lo que ha solido orientar las acciones de estas mujeres
hacia el micro-tráfico” (Cárdenas y Undurraga, 2014:294). En un sentido menos
centrado en el sujeto, el contexto influye en las conductas delictivas – el tráfico de
drogas – donde la participación en estas actividades está influenciada por un historial
familiar delictivo – contextual –más que por un análisis personal costo/beneficio
(Ordóñez, 2006).
En un sentido económico, Doris Cooper afirma que en la economía informal alternativa
ilegal:
surgen oportunidades laborares ilegales asociadas a las clases sociales más bajas
del sistema y en consecuencia a la sobrevivencia, entre las que destacan la
contracultura del hampa (ladrones), la Mafia del tráfico de drogas,
particularmente en pequeña escala, prostitución infanto-juvenil, el trabajo
infantil y juvenil, y el Comercio Ambulante (2002:545).
Y sintetiza afirmando que “se trata de la economía de los pobres y extremadamente
pobres, constituida por roles que les permiten sobrevivir” (p.548).
En definitiva, todas estas visiones sobre las causas del narcotráfico aparecen como
complementarias y conflictivas a la vez. Por un lado la perspectiva de costo-beneficio
involucra la evaluación de las posibilidades reales de emprender una ocupación
remunerada, reconociendo la marginalización de algunos sujetos del mercado laboral y
productivo, donde las posibilidades de ingreso antes mencionadas se ven limitadas, por
lo que el narcotráfico se aprecia como una alternativa que permite sobrevivir a una
masa de marginados y marginalizados (Cooper, 2002). La tesis que la exclusión del
mercado impulsa a ciertos sectores al narcotráfico es apoyada por Arriagada y
Hopenhayn, pues “el narcotráfico se constituye fácilmente en una estrategia de
supervivencia adoptada por mujeres con jefatura de hogar e incluso por personas de
tercera edad de escasos recursos” (2000:18), donde resalta la dimensión contextual de
los traficantes por sobre la pura elección racional, es decir, aparecen como más
influyentes las condiciones de vida. Se puede identificar la familia y la pareja como los
principales agentes socializadores de los modos de vida y del aprendizaje de los oficios
ilegales, por lo que el sentido del microtráfico para las mujeres se encuentra
estructurado por las propias vivencias en el proceso de socialización en contextos
marginales, donde el acceso a dicha formación e información es más inmediato y
cotidiano (Cárdenas y Undurraga, 2014). Sin embargo, el sólo hecho de considerar el
ingreso al narcotráfico como beneficio no significa que el o los sujetos puedan
efectivamente entrar a estas redes, pues como han dicho Silva y Anaya (2004) en un
estudio del narcotráfico en Brasil, las redes de tráfico de drogas están compuestas en su
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mayoría por amigos y familiares que tienen vínculos de afecto. Estos sujetos
normalmente ocupan puestos importantes dentro de la jerarquía de la red, por lo que se
puede establecer una asociación diferencial (en el sentido de Sutherland) entre estos
sujetos, pues se van integrando y cohesionando en la medida que son cómplices del
narcotráfico. La articulación de estas redes se ven favorecidas, por la práctica de códigos
y valores morales y por “las dimensiones tecnológicas que generaron un incremento de
la circulación de capitales, información y personas a una escala mundial” (Silva y Anaya,
2004:142).
Tomando estos antecedentes en cuenta, parece precipitado buscar y hablar de “causas”
del narcotráfico, como ha planteado Goffman, en cuestiones delictuales como el
narcotráfico intervienen una multitud de variables, pues son comportamientos
pluriformes y complejos (en Galindo y Catalán, 2007). En tal sentido, parece más
adecuado hablar de influencias y motivaciones al tráfico de drogas, como se ha tratado
en el estudio recién citado.
El narcotráfico no debe ser entendido tan sólo como una conducta criminal o una
actividad económica ilícita, sino como una forma de vida que genera cambios en las
condiciones culturales, económicas y sociales de existencia, pues el tráfico de drogas en
muchas urbes latinoamericanas genera (o refuerza) una cultura de la ilegalidad basada
en la violencia, la cual termina por corroer las normas mínimas de sociabilidad
(Arriagada y Hopenhayn, 2000; Silva y Anaya, 2004; Ovalle y Giacomello, 2006). Esta
idea es reforzada en el estudio de Silva y Anaya del 2004, donde explican que los
habitantes de las favelas, los cuales se ven rodeados de una narcocultura, establecen
una división y oposición entre el morro – la favela – y el asfalto – Rio de Janeiro –, donde
cada entidad tiene sus propias reglas y códigos de conducta, que aunque tienen
elementos comunes, tienen también elementos notoriamente contradictorios. Doris
Cooper (2002) también ratifica esta idea, planteando que en la Economía contracultural
los marginados y marginadas encuentran un nicho de desarrollo personal que les
permite alcanzar prestigio alternativo y reconocimiento social en ese contexto. Sin
embargo, estas dos economías – y culturas – no están fracturadas una de la otra, no son
dicotómicas, más bien generan un “continuum” (Silva y Anaya, 2004:149) entre los
polos. En tal sentido, si bien Cooper habla de una Contracultura delictual (2002), parece
más acertado hablar de una subcultura del narcotráfico, en tanto existen convergencias
y divergencias en el contenido cultural de ambas, sin plantear necesariamente una
nueva alternativa al orden sociocultural. Valores como la solidaridad, amistad y lealtad,
entre otros, son apreciados en ambos polos (Ovalle y Giacomello, 2006). Así, el
narcotráfico se apodera de espacios que tienen un determinado ethos –entendiéndolo
como las actitudes que toma un grupo ante condiciones de existencia determinadas, es
decir, como el estilo de vida aprobado– ya existente, propicio para reproducir la
estructura del crimen organizado (Silva y Anaya, 2004). Contrario a esta propuesta,
Ovalle y Giacomello (2006) han planteado que el narcotráfico genera
una serie de cambios y trasfiguraciones sociales y culturales relacionadas
directamente con el establecimiento de nuevas pautas de interacción, cambio en
los valores, procesos de legitimación, entre otros. En este sentido, queda claro
que el narcotráfico establece pautas definidas de interacción social entre los
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diferentes actores; y es a partir de dichas manifestaciones que (…) plantean la
existencia de una cultura del narcotráfico o “narcocultura”” (Ovalle y Giacomello,
2006:300).
De esta manera, sería el narcotráfico quien genera un ethos y ocupa un espacio
determinado, modificando las relaciones sociales y las estructuras morales para generar
crimen organizado. Ambas posiciones tienen asidero empírico, por lo que se podría
considerar que el narcotráfico aporta en la creación de un espacio y una cultura, y a su
vez, dicho espacio ocupado debe tener características culturales y sociales relativas al
narcotráfico, por lo que hay un diálogo entre el ethos de la comunidad y el ethos del
narcotráfico.
El delito del tráfico de drogas se constituye como un ilícito característico de espacios
urbanos e industriales que rinde ganancias significativas e involucra diferentes estratos
socioeconómicos a nivel mundial (Cooper, 2002), pero sin embargo reviste otras
características al interior de los centros penitenciarios. En general, los reclusos –al
interior de una cárcel– son sujetos institucionalizados, es decir, sujetos donde la
institución carcelaria se ha entrometido forzosamente en su intimidad, controlando
todos los aspectos de su vida y su rutina, ejerciendo poder sobre su cuerpo (Ordoñez,
2006). Esta cuestión viene a ratificar la tesis de Foucault1 que ve en las prácticas penales
una consecuencia de la anatomía política más que de las teorías jurídicas (1975) y que
entiende por disciplina “métodos que permiten el control minucioso de las operaciones
del cuerpo, que garantizan la sujeción constante de sus fuerzas y les imponen una
relación de docilidad-utilidad” (1975:141). De esta forma, el encarcelamiento y
disciplinamiento carcelario que habla Foucault genera dos rupturas importantes en la
historia de vida de las reclusas (Ordoñez, 2006) –quienes fueron las entrevistadas en
este estudio–, la primera es la separación y pérdida de contacto con los hijos que genera
un sentimiento de culpa e impotencia, y la segunda ruptura es la infantilización de la
interna, es decir, la sumisión a un régimen tutelar que imposibilita a las reclusas tomar
decisiones adultas, tener autonomía y libertad, degradándola a un status infantil,
cuestiones favorecidas por la existencia de una vigilancia invisible en el sentido
foucaultiano. Sin embargo, también hay relaciones de poder entre reclusas que, en el
caso de las narcotraficantes, suelen ser utilizadas como asesoras domésticas de las
Ladronas – dependiendo del status de la traficante – y marginadas del resto de las
reclusas (Cooper, 2002).
Con todos estos antecedentes, se hace necesario analizar la criminalidad y el
narcotráfico en relación con las mujeres, los sujetos estudiados en esta investigación.
Cooper (2001) distingue dos nichos etiológicos fundamentales en la delincuencia
femenina, se habla de la pobreza y la extrema pobreza y el machismo cultural al interior
(y exterior) de la esfera del narcomundo (Cooper, 2001). Sin embargo, aunque en el libro
de Cooper aparecen al menos conceptualmente separados, en términos reales son dos
1
Aunque el concepto de Foucault es relativo a la prisión, también puede ser extendido a la narcocultura, pues
como se dijo, está basada en el uso de violencia, el cual justamente busca imponer una relación de poder y
docilidad con los sujetos de las redes de narcotráfico. Sin embargo, el uso disciplinario de la violencia también se
conjuga con compromisos mutuos de reciprocidad (Silva y Anaya, 2004)
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caras de una misma moneda. Diversos autores (Cánovas, 2001; Cooper, 2001; Kalinsky,
2003a, 2003b; Carrillo, 2012) sostienen que ante la inseguridad y dependencia
económica de la mujer en una sociedad claramente patriarcal, el narcotráfico representa
una alternativa laboral atractiva para esa masa de mujeres marginadas que, conscientes
de los riesgos que implica el narcotráfico, los menosprecian ante los beneficios
económicos. De hecho, se caracteriza el perfil de las traficantes de drogas como madres
solteras que son fuente de ingreso para su familia o como ancianas solas, sin cónyuge y
de escasos recursos (Cooper, 2001). Las mujeres, además, representan una ventaja para
la estructura del tráfico de drogas, pues se cree que despiertan menos sospechas ante
las autoridades, al punto que en momentos de crisis y desempleo, a las mujeres se les
ofrece más oportunidades laborales ilegales que a los hombres (Del Olmo, 1992). Esta
imagen de la mujer como un sujeto-objeto que presenta menos riesgos también se
demuestra en otras investigaciones. Por ejemplo, Héau (2007) muestra la posición
subordinada de la mujer ante la figura teatralizada del hombre en los narco-corridos
mexicanos, donde el varón es un sujeto valiente, bravío y violento frente a una mujerobjeto en términos sexuales y amorosos. Esta imagen subordinada se conjuga con la de
malas madres para aquellas traficantes y consumidoras de drogas, pues introducen a sus
hijos a vivir en medio de un mundo caracterizado por la ilegalidad. Al respecto, Cárdenas
y Undurraga (2014) han planteado que las mujeres involucradas en el tráfico y
microtráfico de drogas cuestionan el orden de género y la noción de trabajo.
Argumentan que esto se debe, en primera instancia, al no cumplir las expectativas
sociales de género respecto a sus roles domésticos y reproductivos, especialmente bajo
la etiqueta de “malas madres”; y en segunda instancia al evidenciar la segregación
laboral que sitúa a las mujeres en status de menor poder y subordinación, tanto en el
mercado laboral legal como ilegal.
Actualmente se sabe que las mujeres que trabajan en el narcotráfico lo hacen al
menudeo, ventas al por menor, como una suerte de economía de subsistencia,
ubicándose en los últimos eslabones de la larga cadena de intermediarios de la droga
(Cooper, 2001; Kalinsky, 2003a), pues el rol de la mujer es secundario y aunque algunas
logren integrar espacios jerárquicos en la estructura del narcotráfico, es por un reflejo
de los cambios en el mercado laboral legal donde, a pesar del aumento de la
participación femenina en la esfera del trabajo, éstas ocupan puestos subordinados, no
estratégicos y de alto riesgo (Carrillo, 2012).
Enfoque metodológico
El objeto de estudio son los factores que influyeron a las mujeres de la cárcel femenina
de Chillán para practicar el narcotráfico. Por una cuestión estratégica, el campo de
estudio para la temática de investigación es la cárcel de Chillán, pues en ella se cuenta
con la seguridad necesaria para no exponer al investigador a situaciones peligrosas.
La población estudiada son las mujeres internas por narcotráfico en la cárcel de Chillán,
población que alcanza un total de 27 mujeres cumpliendo condena por causas
relacionadas al tráfico de drogas, bajo los delitos de infracción a la Ley 20.000 de control
de microtráfico de drogas. La información oficial para determinar los criterios de
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muestreo fueron limitadas (edad, tipo de infracción, tipo de sustancia y condena); sin
embargo las informantes claves desarrollaron un rol trascendental para caracterizar la
población y encontrar variedad en la muestra. Las Informantes fueron mujeres que
tuvieron buenas relaciones con las internas, además de un conocimiento acabado de la
situación de cada una de ellas y con los contactos necesarios para conseguir entrevistas
y facilitar los procesos administrativos para entrar al Centro Penitenciario. Las
informantes claves fueron una voluntaria de la Pastoral Penitenciaria y una de las
trabajadoras sociales del CPF de Chillán.
Para la selección de entrevistadas se utilizaron algunos criterios considerados
importantes en investigaciones similares, como los hijos (Ordoñez, 2006), el consumo de
drogas y la experiencia laboral (SENDA, 2010), junto a otros criterios tendientes a
encontrar variedad en la muestra seleccionada, los que fueron controlados a través de
las mismas entrevistas y de las informantes claves, pues muchos de ellos no podían ser
controlados de otra manera por falta de información disponible. De esta forma, los
criterios utilizados fueron: Etapa en la vida de la mujer, hijos, tipo de droga que
traficaba, tipo de tráfico, consumo de drogas, antecedentes familiares de tráfico y/o
consumo de drogas, educación, nivel socioeconómico y reincidencia.
Las entrevistas fueron voluntarias siguiendo los criterios anteriores. Por cuestiones
estratégicas, se comenzó entrevistando a la interna de mayor edad, por ser una mujer
querida y respetada por las internas, considerada la “madre” en el encierro, facilitando
el trabajo de campo al socializar la experiencia de “ser entrevistada”. Es importante
señalar que las entrevistas se realizaron en la escuela de la penitenciaria sin supervisión
de gendarmería. De esta forma, 10 mujeres fueron seleccionadas de acuerdo a los
criterios anteriores, de las cuales dos negaron su participación en las entrevistas y sólo
se logró reemplazar a una de ellas bajo los mismos criterios, por lo que se constituyó
una muestra de 9 mujeres entrevistadas en una o dos sesiones, generando alrededor de
once horas de grabación durante las primeras dos semanas de diciembre de 2012.
Debido a la imposibilidad de continuas visitas a las internas de la cárcel y con el objetivo
de conocer los relatos y experiencias que tienen dichas mujeres, se utilizó como técnica
de recolección de datos la entrevista semi-estructurada, desarrollada en base a
preguntas abiertas que guiaron la conversación con las entrevistadas.
Las entrevistas, luego de ser transcritas, fueron analizadas según la técnica de análisis de
contenido, pues es un “técnica de investigación destinada a formular, a partir de ciertos
datos, inferencias reproducibles y válidas que puedan aplicarse a su contexto”
(Krippendorf, 1990:28). La ventaja que plantea esta técnica es que permite un análisis
lingüístico de las estructuras formales del lenguaje y comparar los sentidos de los
discursos para identificar componentes y experiencias revelados a través del lenguaje
(Blanchet y Gottman, 1992 en Baeza, 2002). De esta forma se permite, en base a
unidades de análisis (frases y oraciones), formar síntesis temáticas y sub-temáticas
(Flick, 2007; Baeza, 2002) ad-hoc a la entrevista semi-estructurada. En tal sentido, se
utilizaron los criterios de categorización propuestos por Ruiz Olabuénaga (2007),
construyéndose un sistema de codificación abierta en un comienzo para
progresivamente delimitar las categorías hasta finalizar con un sistema de codificación
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cerrado.
Los temas, subtemas y categorías generadas a partir de los datos y desde el marco
referencial (Ruiz Olabuénaga, 2007; Baeza, 2002) fueron procesados con el programa
Atlas.ti, para manejar de forma más eficiente las entrevistas.
Análisis y principales resultados
Para contextualizar el análisis, se debe tener en cuenta que las entrevistadas son de
distintas ciudades, pero fueron detenidas y formalizadas en Chillán, ciudad intermedia
que no se caracteriza por rasgos cosmopolitas; más bien es una ciudad emergente y
tradicional. En tal sentido, el Centro Penitenciario Femenino tiene características
distintas como manifestó la informante clave “Esta es una cárcel bastante… em…
folclórica como puedes ver” (I.C.1)2, lo que ha influenciado en evaluar la permanencia
en la cárcel por sobre el traslado a la ciudad de origen “pero tampoco me quiero ir
porque acá hay buenos beneficios. Cárcel más chica, allá es grande [Santiago], hubiese
ido mal allá” (C-E6, 25). Tomando esto en cuenta, se pueden establecer algunas
relaciones basadas en los datos, las cuales serán expuestas a continuación.
La principal motivación para ingresar al mundo del narcotráfico fueron los beneficios
económicos percibidos, pues en la mayoría de los casos la venta de drogas se hace en el
mismo sector de residencia, por lo que no implica movilidad continua por la ciudad. Sin
embargo, afirmar lo anterior no es nada nuevo, es sólo la confirmación de hipótesis que
ya han sido validadas: que el narcotráfico es un negocio altamente lucrativo (Córdova,
2007; Galindo y Catalán, 2007; Ovalle y Giacomello, 2006; Silva de Sousa y Anaya, 2004;
Cooper, 2002; Arriagada y Hopenhayn, 2000), aunque no a todo nivel, sino
principalmente para traficantes con mayores cuotas de poder. A pesar de lo anterior, se
puede realizar un análisis más exhaustivo de esta categoría que devela una densa red de
relaciones, sobre todo cuando se analiza el género y los hijos. A saber, los beneficios
económicos de la venta de drogas actúan como motivación y como consecuencia del
ingreso al mundo del narcotráfico. La distinción en la forma en que actúan los beneficios
económicos (motivación o consecuencia), es sólo una distinción analítica, pues en el
campo actúan conjuntamente, con mayor o menor importancia cada una, de acuerdo a
los datos obtenidos. Cuando actúan como motivación es porque las mujeres ya conocen
el mundo del narco de antemano, ya sea por el consumo de sustancias ilícitas, porque
en el lugar donde vive es conocido cómo funciona dicho mundo, es decir, es parte de su
contexto diario de desenvolvimiento, y de cierta forma, ha sido naturalizado: “En la
población donde vivo yo, casi toda la gente hace eso, casi todos vendían po. No era
drama” (A-E2, 52). El conocimiento sobre las drogas, entonces, proviene del consumo,
de la presencia de droga en el lugar de residencia y/o de la relación que sostengan
familiares con el mundo de la droga (es decir, que los familiares consuman o sean
2
Este tipo de paréntesis posterior a las citas textuales de las entrevistas corresponde al rotulado de las
entrevistadas para no señalar su nombre. Para este caso, corresponde a la Informante Clave 1 (I.C.1). El resto de
los rotulados corresponde a la inicial del nombre de la entrevistadas, luego el número de su entrevista y su edad,
por ejemplo “(C-E6, 25)”.
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traficantes), por lo que el conocimiento previo que se tenga sobre el mundo de la droga
es una puerta de entrada al narcotráfico, pues las mujeres nunca entran sin saber los
riesgos, siempre hay una información que media la decisión de entrada al negocio.
Como relata una entrevistada:
“Ya, me dieron la mano pa comprar coca y ya po, me puse a vender coca sin
saber. ¡O sea! Una a sabiendas igual… si yo no voy a decir que a mí me pusieron
una pistola en la boca y que tení que vender, no. Pero a mí me iba a bien y ¡todos
vendían po!” (S-E1, 63).
El conocimiento sobre las drogas permite a las mujeres realizar una evaluación previa
antes de ingresar al mundo del narcotráfico, donde se comprenden los riesgos pero se
desestiman, primero, por la importancia de las motivaciones, y luego, por el
cumplimiento de las expectativas económicas y las consecuencias positivas asociadas,
pues se sabe que en cualquier momento “iba a llegar la mano que aprieta” (Y-E5, 32).
Sin embargo, para el caso de las reincidentes, la mano que aprieta, es decir, todo el
proceso judicial posterior al allanamiento o la detención por tráfico de drogas, es sólo
un costo que están dispuestas a pagar por recibir los beneficios asociados al
narcotráfico, “… pa qué te voy a mentirte que no voy a seguir viviendo del tráfico… seria
mentirosa. Esto que he estado aquí igual me ha servido para pensar hartas cosas, pa
recapacitar… pero no sé po, igual me gusta” (J-E7, 22).
Además de los beneficios económicos, existen al menos tres agencias que actúan como
motivación para el ingreso y permanencia en el mundo del narco. Primero están los
hijos, donde se hace una evaluación personal que incluye la forma en que las mujeres
vivieron su infancia y como quieren que sus hijos vivan la suya, donde siempre hay
mayores aspiraciones, no tan solo económicas, sino también educacionales y relativas al
nivel de vida, como relata una de las entrevistadas:
Si po. Si igual cuando yo estudiaba mi papi era de los que llegaba fin de año,
pedíamos ropa nosotros y él decía “ya, les compro ropa pa navidad o les pago las
cuotas del curso”, entonces nos daba a elegir, era una sola cosa, entonces yo no
quería eso pa mis hijos. Ojalá comprarle ropa todos los meses, pagarle en el
colegio para que vaya a una fiesta a fin de año. Yo lo hago. Entonces no quiero
que mis hijos pasen por eso, ¿cachai?” (A-E3, 29).
También el deseo de tener la casa propia es una motivación para el ingreso al
narcotráfico. Todas las entrevistadas manifestaron ese anhelo, que con los excedentes
de la venta de drogas se trasforma en meta, y para algunas, en realidad. La casa propia
entrega independencia, status y estabilidad en la vida, transformándose en un punto de
inflexión de la vida de las mujeres, permitiéndoles proyectarse en la vida de manera
independiente, rompiendo la lógica machista que domina el narcotráfico: “…yo me lo
pasaba en la casa, porque igual no me dejaba trabajar, no me dejaba tener mis cosas,
nada” (Y-E5, 32). En tal sentido, ante la dependencia económica de las mujeres para
alcanzar sus deseos, el narcotráfico aparece como una forma de generar dinero sin
romper con la lógica tradicional de los roles de la mujer, pues les permite estar en casa,
seguir criando a los hijos y esperar al marido cuando este llegue del trabajo. La lógica
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machista, sin embargo, no es solamente impuesta; sino reproducida por las mismas
mujeres, ya que abalan dicha situación y sólo se dedican a “ayudar” al marido cuando el
negocio del narcotráfico es una empresa familiar; y lo hacen a escondidas de él cuando
es un emprendimiento personal, pues es mal visto que una mujer sea vendedora de
droga.
Así, el ingreso al narcotráfico permite trasformar en realidad el sueño de la casa propia,
sobretodo en contextos de vulnerabilidad donde vivían como allegadas, arrendatarias o
en tomas de terreno. La casa propia es una agencia que actúa como motivación para el
ingreso al mundo del narco, pero sin romper con la lógica machista que establece los
roles tradicionales de género a las mujeres:
Él igual trabajaba en las dos cuestiones [obrero y traficante] pero no me daba, no
me daba y yo quería igual vestirme de otra forma, tener más cosas… no sé po, yo
dije este va a ser mi hombre y con él me voy a quedar el resto de mi vida. Yo así
pensaba, pensé que iba a tener mi casa, mis cosas… güeá que nunca logré
porque siempre tuve mi pieza no más, la pura pieza. Me entendí. Nada más que
eso (J-E7, 22).
Por otro lado, los beneficios económicos del narcotráfico también actúan como
consecuencia, de una manera obvia, como se dijo anteriormente. Sin embargo, estos
beneficios no son significados de la misma forma por las entrevistadas, pues se
distingue una diferenciación, dependiendo del lugar que ocupan en la jerarquía del
mundo del narco, pues para quienes sólo actuaron como palo blanco, las ganancias
económicas sólo servían para darse vuelta3, es decir, para satisfacer necesidades
básicas, cubrir deudas o mejorar la calidad de vida, como relata una entrevistada “…
porque el tráfico pa lo que me dió fue pa darme vuelta, pa comer bien, pa tener
exquisiteces, pero yo no te puedo decirte que con el tráfico yo me compré un tele, un
refri, no.” (M-E5, 32). Por otro lado, las pica´s a ñoña, es decir, las mujeres que
alcanzaron alto status en el narcotráfico, lo hicieron por ser pareja de varones con altos
status –una mujer difícilmente podrá alcanzar altos espacios de poder sin ser cobijada
por un varón– y describieron otra forma de valorar el dinero, pues al superar las
expectativas de ganancias no desarrollaron ánimos de acumulación, por el contrario,
comienzan a repartir los excedentes entre familiares y vecinos, vendiéndoles a precio de
costo y buscando nuevas formas de encontrar emoción delinquiendo, como el robo
hormiga o la mecha4. Dentro de la muestra, la única mujer que alcanzó un status mayor
por ser pareja de un ñoño5, relata:
3
La lógica de darse vuelta es la siguiente. Cuando las mujeres utilizan el narcotráfico como segundo ingreso, no
como ingreso principal, el dinero recaudado es destinado a dos objetivos: cubrir gastos que antes no podían
como deudas, mejorar la alimentación, tapizarse (vestir ropa de marca), etc. Y también a comprar nuevamente la
misma cantidadde droga para comercializar.Esto último resulta interesante, pues sólo los palos blancos no
desarrollan el afán de reinvertir capital (de hecho, ni siquiera utilizan la palabra capital), cuestión que sí hacen los
y las narcotraficantes que venden o trasportan drogas al por mayor, quienes incluso utilizan jerga económica
como capital, capitalizar, invertir, reinvertir, riesgos de inversión, etc.; además de términos provenientes del coa
como darse vuelta.
4
Robo de artefactos tecnológicos, ropa y accesorios al interior de multitiendas.
5
Los ñoños son los narcotraficantes conocido y respetados, que no solo vende drogas al por mayor; sino también
tiene personas trabajando para él como guardias, empaquetadores, trasportadores, etc., alcanzando ciertas
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Por ejemplo, ya, yo siempre tenía dos palos [blancos], en uno tenía más, tenía
todo el ballaco, todos los gramos, y en otro manejaba 50 gramos en la casa y ese
poco se lo pasaba siempre a la machucá, entonces de repente pa’ no andar todo
el día vendiendo, le decía después ya, cuando no tenía pa’ qué ver tanta plata,
hacia como sesenta pitos y vendía esos sesenta y me entraba. ¡Era! (…) me
empecé a aburrir y a mí me gustaba la mecha a mí, me pitiaba los aros en
Falabella, ropa, poleras, zapatillas, botas, todas esas cuestiones pa mí, porque
después ya no me interesaba estar todo el día traficando, ¿cachai? (J-E7, 22).
Los beneficios económicos, al ser consecuencia del narcotráfico, están asociados a
beneficios emocionales de dos tipos: (a) con ellas mismas, pues la generación de dinero
les demuestra que son capaces de ser autónomas y no depender de nadie, les aumenta
la autoestima y la confianza y (b) la posibilidad de darle lujos a sus hijos que ellas no
tuvieron en su infancia, fruto de las expectativas que tienen para los suyos.
Por supuesto, las entrevistadas también relatan consecuencias negativas asociadas al
tráfico de drogas. La estadía en la cárcel es la principal consecuencia negativa, tanto
para primerizas como reincidentes, aunque las últimas tienen una valoración menos
negativa que las primeras, pues saben que haciendo conducta6 pueden acortar su pena.
Estar en la cárcel para las internas significa dos cuestiones fundamentales, (a) perder
calle que se refiere a perder la libertad de transitar por la ciudad, pero también perder
la autonomía al ser constantemente vigiladas:
Aquí no se sufre nada de pan, porque hay demás comida, pero el hecho de estar
encerrada, a las 5 de la tarde estar en dormitorio, a las 8 tomando desayuno,
esas cosas uno en su casa… toma cuando quiere, se levanta a la hora que quiere.
En el dormitorio hay 3-4 teles, como 5 radios y uno no sabe qué pasa y eso a uno
hace que se arrepiente (E-E8, 47)
Por otro lado, también significa (b) perder relación con las familias, principalmente los
hijos, donde la culpa se relaciona con el tiempo, ya que la infancia de los hijos no volverá
y es un tiempo que no se puede recuperar con nada; además del contacto físico limitado
que tienen con ellos, lo que deriva en desapego o en tristeza de parte de los mismo
niños y niñas. El testimonio más significativo al respecto es el de C25, santiaguina, quien
relata que su hijo comenzó a decirle tía y a reconocer como madre a su abuela,
producto del poco contacto físico que mantenían:
No, no, no… yo tuve que aclarárselo que era la mamá (dice con vergüenza)
¿Y TE DOLIÓ?
Mucho (toma aire), mucho po. Más encima yo llevaba como un año acá, como
que se había olvidao de mí (C-E4, 25).
cuotas de poder. Del mismo modo, ser pica’s a ñoña es un intento por ser ñoña y sólo eso, pues no podrán seguir
escalando en la jerarquía al ser mujer.
6
Cumplir con ciertas condiciones para rebajar la pena como asistir a cursos de perfeccionamiento laboral, no
causar problemas, buena convivencia, etc
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A pesar de ello, y para subsanar la lejanía con sus seres queridos, las mujeres mantienen
plásticos escondidos al interior de la cárcel, es decir, teléfonos celulares para
permanecer en contacto con sus familias al exterior de la cárcel. Situación que es
conocida por gendarmería, pero es parte de una cierta negociación de las normas para
mantener calmadas a las internas, pues, como se dijo ser astuta está permitido, por lo
que existen espacios de libertad donde las internas pueden romper las normas, pero de
manera menos evidente.
Las internas también relatan consecuencias morales de la venta de droga, sin embargo
de maneras diferenciadas según el tipo de drogas y la etapa de sus vidas,
estableciéndose un vínculo con el conocimiento sobre las drogas, ya sea previo al
ingreso al narcotráfico o desarrollado durante el ejercicio de éste. En tal sentido, las
vendedoras de marihuana no sienten culpabilidad, pues existe una valoración para cada
droga traficada, a saber, la marihuana no es vista como una sustancia mala, pues sus
consecuencias no son devastadoras y sus consumidores son de toda índole, desde
vecinos hasta empresarios y universitarios. Una de las internas no consumidoras relata
sobre su hija:
El pito no me complicaba porque se fumaba un pito y en la taaaaarde se fumaba
otro y era, pero la pasta base… a lo más las ollas pasaban susto…pero ya con la
pasta no, no comía, no dormía, no le importaba nada, podía estar dos tres días
con la misma ropa y no se complicaba (E-E8, 47).
Del mismo modo, la pasta base es una droga perversa, mata-choros7, pues los
consumidores son los mismos vecinos, jóvenes que en muchos casos comienzan a
vender su ropa y parte de los artefactos de sus hogares para conseguir el dinero para el
vicio, afectando directamente a sus vecinos, a gente como ellas. Respecto al
comportamiento de los consumidores de pasta base, A52 dice:
…si salió de un buzo de marca, un buzo bonito y por ahí llegó con un pantalón
rasca, una chalequita que se la lleva el señor… ¿dónde está la ropa? …¡la cambió
por vicio! ¡¡Y esas miradas!! Esas miradas como… así como… como andan los
looocos, una mirada como asustada (A-E2, 52).
Por otro lado, la cocaína es una droga de elite, el daño que podría provocar sobre las
personas es sólo sobre personas con dinero, lejanas a su realidad, pues los pobres no
pueden comprar cocaína. De esta forma, la culpa o las consecuencias morales son más
fuertes en las traficantes de pasta base, y sobre todo, hacia las traficantes que tienen
más familia (hijos y nietos), pues cuando se les pregunta por la evaluación del periodo
en que se dedicaban al narcotráfico, reflejaban en sus clientes a su propia familia.
“Entonces yo por eso me he arrepentido y no quiero hacerlo más, porque yo no quiero
que el día menos pensado vea a un muchacho que yo le he vendido intoxicado, en silla
de rueda, yo culpable me voy a sentir” (S-E1, 63), relata una traficante de pasta base no
consumidora de 63 años.
7
Referido a que los consumidores de pasta base son ladrones o choros de esquina (Cooper, 2002) que una vez
adictos dejan sus actividades legales e ilegales, se mueren, como relatan las internas
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Las consecuencias anteriormente desarrolladas fueron relatadas por las entrevistadas
cuando se conversaba sobre el presente, es decir, sus apreciaciones eran desde la cárcel
hacia la dinámica del narcotráfico; sin embargo, una consecuencia percibida por ellas
durante el ejercicio de la venta de drogas es dormir a saltitos, es decir, perder la
tranquilidad al interior del hogar, ya que ellas saben que están desarrollando una
actividad ilícita –como se dijo anteriormente, existe un conocimiento de la actividad, de
los beneficios y los costos–, desarrollando conductas de prevención para pasar piola, es
decir, para que sean conocidas en el entorno inmediato y por los consumidores como
vendedoras de drogas, pero desconocidas en las fronteras de sus poblaciones, pues
representa un peligro al ser identificadas por las autoridades:
Siempre tuve miedo, nunca dormí tranquila, siempre dormía a saltos, por el miedo
de que vinieran a reventarme [allanarme] en la noche, pero yo no te vendía en la
noche, te vendía durante el día no más, en la noche me estaba en mi casa, (…) yo
hacía como que iba a comprar y me descargaba en la misma calle y yo en la
mañanita después tempranito iba a dejar a mi hijo a la escuela y rescataba mis
weas; nunca menos mal la perdí (Y-E5, 32).
Reflexiones finales
A modo de conclusión, y en vista de los hallazgos y propuestas teóricas realizadas por
distintos autores, se puede señalar que las motivaciones para ingresar al narcotráfico de
las mujeres recluidas en el Centro Penitenciario Femenino de Chillán son variadas y
actúan conjuntamente, describiendo las mismas características señaladas por muchos
los autores referidos, aunque con relativas particularidades. Estas motivaciones, aunque
íntimamente relacionadas, pueden separarse analíticamente de la siguiente forma. Por
un lado existe una motivación de índole contextual, específicamente, el conocimiento
sobre el mundo del narcotráfico asociado a consecuencias positivas –que más tarde se
desarrollarán– por sobre las negativas. Este conocimiento se debe entender como una
compleja red de relaciones y flujos de información que se encuentran y circulan entre
los habitantes de un sector específico –barrio, población, ciudad– y sobre los
consumidores de drogas caracterizados en su nivel socioeconómico pues, como ha dicho
Hopenhayn (2001), las drogas también llegan diferenciadas a las clases sociales, drogas
finas para barrios exitosos y veneno para barrios en crisis. Las mujeres comienzan a
vender drogas motivadas por las expectativas de ganancia que pueden o no
corresponderse una vez integradas en el narcotráfico y que en general son permeadas
por el sistema de valores y la significación de cada droga traficada, por lo que se puede
apoyar y complementar la tesis que la entrada al narcotráfico está dada por una
evaluación costo-beneficio en conjunción con un sistema da valores (Arriagada y
Hopenhayn, 2000; Galindo y Catalán, 2007) propios de los actores, por un lado, y
códigos éticos delictuales, por otro; y no necesariamente por un historial familiar
(Ordoñez, 2006). Esto último, sin embargo, debe ser especificado, pues sí afecta en el
ingreso al narcotráfico los lazos afectivos de las mujeres con otros actores, familiares o
no, involucrados en actividades delictivas (Carrillo, 2012).
Otra gran motivación relatada por las entrevistadas, y que guarda relación con la
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literatura especializada, es el efecto de dependencia producido por el machismo cultural
sobre las mujeres marginadas, pues al ser económicamente dependiente de sus parejas,
el tráfico de drogas ofrece la posibilidad de generar ingresos sin dejar de lado los roles
tradicionalmente femeninos. Esta tesis no es nueva, es apoyada por variados autores
(Cooper, 2001; Kalinsky, 2003a, 2003b; Ovalle y Giacomello, 2006; Carrillo, 2012;
Cárdenas y Undurraga, 2014), pero se puede complementar al analizar la doble
influencia del machismo cultural sobre las mujeres narcotraficantes, pues por un lado es
un factor de ingreso –como se dijo anteriormente– y por otro es una sentencia de
estancamiento estructural, porque no pueden alcanzar grandes cuotas de poder en la
jerarquía del narcotráfico, integrando eslabones menores en el tráfico de drogas como
palos blancos o vendedoras al menudeo (Cooper, 2001; Kalinsky, 2003b; Ovalle y
Giacomello, 2006; Carrillo, 2012) esto les significa, en definitiva, un ingreso menor al de
los hombres, desarrollándose una suerte de economía narcotraficante de subsistencia
donde la mujer transita del machismo cultural hegemónico al machismo delictual,
siendo la única excepción las mujeres pareja de varones de alto status en la jerarquía del
narcotráfico. Resulta especialmente gráfico el término “pica’s a ñoñas” (J-E7, 22) que
utilizó una de las entrevistadas para figurar esta idea de que las mujeres, por su género,
no pueden ser-ñoñas; sino únicamente ser picadas-a-ñoñas, es decir, querer serlo, sin
serlo.
Los beneficios económicos del narcotráfico ya son conocidos (Córdova, 2007; Galindo y
Catalán, 2007; Ovalle y Giacomello, 2006; Silva de Sousa y Anaya, 2004; Cooper, 2002;
Arriagada y Hopenhayn, 2000). En el caso estudiado, no actúan como estrategia única
de supervivencia, más bien como complementos de actividades legales en las mujeres
que son parte de la base de la jerarquía dentro del mundo del narco, ya sea como
actividades económicas que apoyan el aporte del hombre al hogar – mediado por el
machismo que rodea este mundo – o las pensiones de vejez. Sin embargo, esta situación
es distinta para las pica’s a ñoñas, pues en ese punto el tráfico es el sustento de vida, no
es el complemento de otras ocupaciones, por el contrario; si se realizan actividades son
vistas como entretención y no como forma de ganarse la vida, por ejemplo, siendo
peluqueras ocasionales para vecinas y amigas sin recibir pago de por medio.
Respecto a los conocimientos antes mencionados, estos vienen asociados a valores que
son socialmente compartidos. Cooper (2001) escribe quince valores para el mundo del
hampa, pero en el caso de la presente investigación no encontraron sustento. Sin
embargo, su modelo teórico enriquece la posibilidad de afirmar que efectivamente
existen valores y códigos de conducta en la subcultura del narcotráfico, donde destacan
los valores de la responsabilidad ante los compromisos hechos, ser fuerte de mente, es
decir, no dejarse amedrentar y estar preparado para los avatares de la vida delictual o,
como se maneja en el coa, no ser perkin8 de nadie. Este valor está muy asociado al
respeto, más que hacia las autoridades, hacerse respetar en los contextos delictuales
demostrando la choreza9y ser de una línea, es decir, no torcer la conducta regular que
los caracteriza, lo que se dice se cumple, implica además de ser choro, ser correcto.
8
El perkin es un sujeto sometido, casi un sirviente de otro actor que tiene influencia o mayor cuota de poder en
un sistema determinado.
9
En el coa, la choreza es la cualidad de ser agresivo, matón, no-sumiso, etc.
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Para terminar, se está en propiedad de afirmar y corroborar la existencia de
conocimientos, valores, conductas y cosmovisiones asociadas al narcotráfico, pero sin
establecer la existencia de una narcocultura; sino más bien una cultura de la ilegalidad
que rebasa la especificidad del narcotráfico, coincidiendo con lo dicho por Cooper
“intentamos seriamente con ahínco encontrar en las mujeres condenadas chilenas de
clase baja algún indicio de contracultura mafiosa, y sinceramente, nos fue imposible”
(2001:343), ratificándose la hipótesis que plantean Silva y Anaya (2004) de la existencia
de una continuación entre la cultura hegemónica y la delictual. Los mismos autores
plantean que las redes del narcotráfico se caracterizan por estar compuestas por grupos
primarios, que es corroborado por los hallazgos de esta investigación, pero dista del
carácter positivo que tiene la tecnología al interior del mundo del narcotráfico de
acuerdo a los mismos. En el caso de una ciudad intermedia como Chillán, las mujeres
prefieren la vinculación cara a cara, pues los aparatos tecnológicos son fácilmente
intervenidos por la policía. Este rasgo del narcotráfico puede ser influenciado por el
pensamiento provinciano de la ciudad, porque en general se desestima la utilización de
tecnologías para la comunicación entre traficantes, materializada en el miedo a los
cubos (celulares), valoración que cambia una vez interna en la cárcel, ya que al interior,
cualquier medio de comunicación tecnológico es valorado y utilizado para informarse de
lo que ocurre al exterior de la cárcel, sobre todo para la comunicación con los hijos. Esto
supone un cambio o una ruptura importante en el curso de la vida de las internas
(Foucault, 1975), destacando las dos consecuencias encontradas por Ordoñez (2006) y
que se reafirman en esta investigación, la infantilización de las internas en un régimen
tutelar dentro de la cárcel y la pérdida de contacto físico con la familia, principalmente
los hijos.
Los hallazgos y conclusiones de este estudio son relativos al espacio donde se trabajó y
al muestreo que se realizó, presentando algunas limitaciones que deben ser explicitadas
para sugerir nuevas cuestiones que puedan ser utilizadas en otras investigaciones. No se
tuvo acceso a la única interna que tenía un nivel socioeconómico más alto, pues se
encontraba en labores de cocina como beneficio por su conducta; además, todas las
entrevistas fueron realizadas al interior de la cárcel, por lo que resultaría interesante
poder acceder al mundo del narcotráfico en los espacios de libertad como poblaciones,
villas, ciudades, etc., pues es muy probable que algunas evaluaciones y valoraciones
cambien al no tener la experiencia del encarcelamiento.
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Fecha de Recepción: 24-07-2014
Fecha de Aprobación: 14 de octubre 2015
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Contextos de vulnerabilidad en la infancia/adolescencia e inicio
prostitucional. Evidencias para el caso uruguayo, período 2004 – 2014.
Vulnerability contexts on infancy/adolescence and onset of prostitution.
Evidences for the Uruguayan’s case in the period of 2004 – 2014.
Pablo Guerra
Resumen
En este artículo analizaremos los vínculos entre contextos de vulnerabilidad infantil e
inicio prostitucional, contando para ello con la evidencia empírica de un estudio basado
en entrevistas a 188 trabajadoras sexuales del Uruguay en 2014. Partiremos de un
esfuerzo de comparación respecto a un estudio similar desarrollado en 2004. Entre las
conclusiones que exponemos, destacamos un tipo específico de prostitución que ha
aumentado en Uruguay en los últimos diez años, a saber, lo que hemos denominado
prostitución tardía (inicio con 25 años o más), con un perfil diferente a la prostitución
infantil o juvenil en el sentido que existe una menor asociación de situaciones de
vulnerabilidad vividas en la infancia con los hechos que desencadenan su ingreso a la
prostitución. Por lo demás, el estudio muestra una alta proporción mantenida en el
tiempo de estudio (2004 – 2014) de la prostitución infantil (inicio con menos de 18 años
de edad).
Palabras claves: prostitución, trabajo sexual, explotación infantil, género, Uruguay.
Abstract
In this article I explore the links between contexts of child vulnerability and onset of
prostitution, with empirical evidence from a study based on interviews with188sex
workers in Uruguay in 2014. I start from an effort of comparison to a similar study
conducted in2004Among the conclusions that we present, we highlight a specific type
of prostitution that Uruguay has increased in the past decade, that we called “late
prostitution”(beginning with 25 years or more), with a different profile to child or young
prostitution in the sense that there is less association vulnerabilities experienced in
childhood with the events that trigger their entry into prostitution. Moreover, the study
shows a high proportion held in the time of study (2004 - 2014)of child prostitution(less
than 18years old).
Keywords: prostitution, sex work, child abuse, gender, Uruguay.

Doctor en Ciencias Humanas. Profesor e Investigador en la Universidad de la República (Montevideo –
Uruguay). Licenciado en Sociología, Magíster en Ciencias del Trabajo. Investigador Activo del Sistema Nacional
de Investigadores. Autor de numerosos libros y artículos publicados en revistas especializadas.
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Introducción
En la investigación de Guerra sobre las condiciones de trabajo de la prostitución en
Uruguay se partía de una hipótesis que aludía al vínculo entre una infancia problemática
y cierto recorrido hacia una prematura actividad sexual mercantilizada (2004). Se partía
de una hipótesis que aludía al vínculo entre una infancia problemática y cierto recorrido
hacia una prematura actividad sexual mercantilizada. Se desprende de ese trabajo que
una mayoría relativamente importante de quienes respondieron sobre su infancia
(69,4%) vivieron esta etapa de su vida de manera “Problemática” o “Muy
Problemática”. Un porcentaje similar (65.1%) comenzó a prostituirse antes de los 20
años, en tanto el 31,4% lo hizo como menor de edad (Guerra, 2004: 34).
Entendemos que la vulnerabilidad social en la etapa de la niñez y adolescencia puede
ser vista como un factor predisponerte (De León, s/f: 9) con capacidad explicativa para
comprender el contexto del recorrido prostitucional. Un estudio clásico en este sentido
es el de Silbert y Pines (1981), quienes encuentran en una muestra de prostitutas de la
calle en California altos índices de explotación sexual en sus etapas de
niñez/adolescencia. También es de destacar el estudio de Siegel y Williams (2003)
buscando conectores entre abuso sexual infantil y posteriores inclinaciones hacia la
prostitución o el delito: “Child sexual abuse was a statistically significant predictor of
certain types of offenses, but other indicators of familial neglect and abuse were
significant factors as well” 1 (Siegel y Williams ,2003).
La hipótesis que seguiremos en este trabajo, en consonancia con cierta evidencia
internacional, es que existen conexiones entre el ejercicio prostitucional y el contexto
de vulnerabilidad en las etapas de niñez/adolescencia de las mujeres que ejercen la
prostitución en Uruguay2. Lo haremos sin ánimo determinista, así como a sabiendas que
un número importante de casos no responde a circunstancias de vulnerabilidad
específica en tiempos de infancia/adolescencia, así como a sabiendas de la existencia de
circunstancias que en ningún caso responden a vulnerabilidades visibles en el discurso
de las entrevistadas. Dicho de otra manera, nuestra mirada y los resultados de nuestras
investigaciones confirman que no podemos apegarnos ni a la prostitución como
opresión absoluta (feminismo radical) ni a la prostitución como empoderamiento
absoluto (feminismo liberal). Nuestra postura, que no podemos desarrollar en este
texto, expresa una suerte de “tercera vía” entre la posición clásica del abolicionismo
1
El abuso sexual infantil es un predictor estadísticamente significativo de determinados tipos de delitos, pero
otros indicadores de abandono familiar y abuso fueron factores igualmente importantes. Traducción nuestra.
2
Para un análisis del contexto uruguayo Cfr. María Elena Laurnaga (1995), Mariana González y Sandra Romano
(2000), UNICEF (2003), RUDA-UNICEF (2008), González y Tuana (2009), Martinez et alt (2010), Purtscher y Prego
(2013) y Purtscher et alt (2014).
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(más vinculada al feminismo radical) y la posición reglamentarista (más vinculada al
feminismo liberal), sugiriendo tender puentes entre ambas posturas 3.
Respecto al concepto de vulnerabilidad, no nos afiliamos ni a los modelos meramente
“naturalistas” centrados en los procesos físicos, ni a los modelos puramente
constructivistas que ponen su acento en las dimensiones simbólicos, prefiriendo un
enfoque mixto que incluya las amenazas físicas así como la percepción de esas
amenazas (Ruiz Rivera, 2011: 12). En tal sentido, entenderemos que una persona ha
vivido una infancia/adolescencia en situación de vulnerabilidad, ya sea si se dieron en
ese momento de sus biografías determinadas amenazas concretas, ya sea si se
valorizaron de esa manera por parte de los sujetos.
Nuestro propósito en primer lugar es comparar las cifras vinculadas a las hipótesis sobre
el efecto de la infancia en el inicio de la actividad prostitucional respecto a la
investigación llevada adelante por Guerra en 2004. En segundo lugar intentaremos
mostrar evidencia acerca de cómo ocurre ese tránsito entre la infancia y el inicio en la
prostitución.
Los vínculos entre cierto contexto de violencia física o simbólica, así como otras formas
de vulnerabilidades ocurridas en los primeros años de vida con el origen prostitucional
tienen evidentemente ciertos antecedentes de estudios y literatura especializada en la
materia (Matthews, 2008; Bagley y Young, 1987; Farley, 1998; Gorkoof y Runner, 2003;
NCMEC, 1992; Phoenix, 1999. Para el caso latinoamericano: Silvestre, Rijo y Bogaert,
1992; UNICEF: 2010; OIT, 2002; Treguear y Carro, 1997) y remiten a los primeros
estudios sobre la prostitución moderna en la sociedad victoriana (Walkowitz, 1980). Por
ejemplo, en sintonía con las evidencias que mostraremos en este artículo, el NCMEC de
Estados Unidos de América establecía lo siguiente respecto a un estudio realizado en
1992:
“The following case histories support the fact that entry into prostitution may begin in
the teens or earlier. These histories reveal that the majority have been sexually abused
as children—usually by fathers, stepfathers, or other trusted adults. Many also suffered
physical abuse and neglect. For most of these young women the only way to stop the
violence was to run away from home. Young, frightened, with limited skills, and unable
to find shelter, teenagers are easy prey for pimps who promise them friendship,
romance, and riches. Once involved in prostitution both pimps and customers replicate
the abuse these teenagers endured in their families” (NCMEC, 1992: 12)4.
3
Para una lectura de las diferentes posiciones feministas sobre la prostitución Cfr. Justa Montera (2006),
Lasheras Díez (2010). Una posición cercana a la nuestra puede verse en Gimeno (2013).
4
Las siguientes historias de caso apoyan el hecho de que la entrada en la prostitución puede comenzar en la
adolescencia o antes. Estas historias revelan que la mayoría ha sido abusado sexualmente cuando niñas -por lo
general por los padres, padrastros, u otros adultos de confianza. Muchos de ellos también sufrieron abuso físico
y negligencia. Para la mayoría de estas mujeres jóvenes la única forma de detener la violencia era huir de casa.
Joven, asustada, con habilidades limitadas, e incapaz de encontrar un refugio, las adolescentes son presa fácil
para los proxenetas que les prometen amistad, romance y riquezas. Una vez involucrados en la prostitución
tanto los proxenetas como los clientes replican el abuso que estas adolescentes sufrieron en sus familias.
Traducción nuestra.
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Si bien en este artículo no nos detendremos en la presencia de la figura del proxeneta
(“pimps”), sí expondremos sobre cómo las historias de vida muestran en un número
significativo, la necesidad de escapar de sus hogares como mecanismo para evitar la
violencia.
La siguiente definición sobre prostitución dada por Luis Garrido Guzmán en su estudio
jurídico y criminológico, también pone el acento en la importancia que se le asigna al
período de la infancia y adolescencia:
"Un sistema en el cual las mujeres se dejan atrapar como consecuencia de su miseria
económica, de su falta de instrucción cultural, de su ausencia de formación profesional,
de las carencias afectivas y educativas de su infancia y su adolescencia, y de los
conflictos psicológicos y sexuales padecidos en su juventud" (Garrido Guzmán, 1992)
(subrayado nuestro).
Si bien es ésta una definición arcaica, expone claramente aquella visión que encuentra
las causas de la prostitución en las carencias y conflictos padecidos en los años de
infancia y adolescencia. En otros términos, nos aproximamos a Barriga y Trujillo cuando
señalan que:
“Se considera que existe una población de alto riesgo particularmente apta para caer en
la prostitución: aquella que carece de mecanismos de afirmación social como
consecuencia, muchas veces, de carencias afectivas o de violencia física o sexual
(incesto) en la infancia” (Barriga y Trujillo, 2003: 103).
En esta línea, los estudios para el caso uruguayo sobre prostitución revisados por
Musto, señalan también un vínculo entre la familia de origen y el inicio en la
prostitución mediante dos vías: la existencia de familiares ya involucrados en los
circuitos de prostitución, y los contextos de desintegración familiar, violencia y abusos
perpetrados en la niñez (Musto, 2011: 17).
El propósito de este artículo no es buscar evidencia sobre las causas de la prostitución.
En ese sentido, cualquier estudio que pretenda indagar sobre las causas de la
prostitución debería incorporar una mirada también desde la demanda, hoy
fundamentalmente masculina por el contexto de poder simbólico, social y mercantil del
que parten los demandantes en el mercado del sexo, esto es, por una relación de
género inequitativa5. En nuestro caso, se trata más bien de indagar sobre las
experiencias particulares de las mujeres que se dedican a la prostitución y cómo cierto
contexto de vulnerabilidad en una etapa fundamental de sus vidas termina influyendo
en la decisión de prostituirse, coadyuvando en este proceso los tres factores ya
señalados por Benjamin & Masters, a saber: factores predisponentes (de acuerdo a
nuestro estudio refieren a los ejes de relacionamiento en el hogar y contexto
5
Los vínculos entre masculinidad tradicional y prostitución han sido detectados por investigaciones que
justamente analizan el fenómeno desde el consumo. Al respeto Cfr. Ranea (2014). Para el caso nacional Cfr.
Rostagnol (2011)
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socioeconómico); factores atrayentes (refieren a lo que hemos denominado atractivos
del consumo y la posibilidad de acceder a ellos por medio de ingresos rápidos y mayores
a la media); y factores precipitantes (que como veremos más adelante difieren según el
momento de inicio prostitucional).
Metodología y recorte operacional
En los meses de Junio y Julio de 2014 se realizaron 188 entrevistas en profundidad
semiestructuradas, aplicadas a trabajadoras sexuales6. La muestra es estadísticamente
representativa con un margen de confianza del 95% y límite aceptable de error muestral
de 7.0%
Para el cálculo del tamaño de la muestra se utilizó la siguiente fórmula:
Donde:
n = el tamaño de la muestra.
N = tamaño de la población.
Desviación estándar de la población (valor 0,5).
Z = Tomado en relación al 95% de confianza equivalente a 1,96.
e = Límite aceptable de error muestral del 7.0%
Se partió de un N tentativo de 10.000 casos. Ese número responde a un estimativo
máximo teniendo en cuenta que los registros sin depurar por parte del Ministerio del
Interior, elevaban a 11.157 el número de mujeres inscriptas en el Registro Nacional de
Trabajo Sexual. Obviamente ese número no contempla las bajas que naturalmente se
dan con el paso del tiempo. Un estimativo más preciso del número de personas que
ejercen la prostitución en Uruguay nos lo pueden dar las estadísticas depuradas del ex
Departamento de Orden Público de la Jefatura de Policía de Montevideo. Es así que
para 2014 eran 2600 las trabajadoras sexuales inscriptas en Montevideo, a lo que
debían sumarse unas 530 trabajadoras transexuales. Estos números depurados
coinciden más o menos con los que maneja el Ministerio de Salud Pública: unas 3700
mujeres han pasado en el período anual Junio 2013 – Junio 2014 por las Policlínicas de
Profilaxis de todo el país. Si bien la mayoría de las personas que trabajan en locales
están comprendidas en estas estadísticas, también es importante señalar que la
prostitución callejera y prostitución ocasional no está correctamente representada en
estas cifras, lo que nos lleva a pensar que el número de personas que se prostituyen en
el país oscila entre las 6 mil y 10 mil personas.
La pauta de entrevista fue elaborada a los efectos de conocer las condiciones de trabajo
de quienes ejercen la prostitución, así como la opinión sobre diversos tópicos.
6
Esta investigación se detiene en la prostitución femenina. No reporta evidencia de las denominadas prostitución
masculina y prostitución trans, las que serán incorporadas en próximas líneas de investigación.
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Las entrevistas fueron realizadas mayormente en Montevideo a una muestra de
carácter aleatoria de trabajadoras sexuales mediante estrategia de dispersión para
establecer contactos en variadas fuentes prostitucionales previamente establecidas. A
los efectos de esta investigación se entenderá como trabajadora sexual a toda mujer
que tenga como principal ingreso económico las retribuciones monetarias obtenidas a
cambio de realizar cualquier tipo de servicio sexual directo. Quedaron excluidas de la
muestra aquellas personas que ocasionalmente se prostituyen.
A fin de obtener información sobre los distintos tipos de prostitución, se procuró
indagar sobre los siguientes campos específicos: prostitución de la calle, prostitución en
locales específicos (burdeles, casas de masajes, whiskerías) y otras vías de prostitución
(catálogo, Internet, avisos clasificados, call girls, etc.).
De acuerdo a los objetivos establecidos en la investigación, se ordenó el trabajo de
recolección de información en torno a 26 variables de estudio.
En este artículo haremos referencia a los resultados en torno a dos variables iniciales,
esto es, “contexto de la infancia” y “edad de inicio prostitucional”.
Para el análisis cuantitativo de las entrevistas se utilizó el SPSS luego de las tareas de
crítico - codificación. El análisis cualitativo mientras tanto, es utilizada en apoyo a la
primera, en el marco de los denominados métodos mixtos (Hernández, 2014) tomando
como referencia algunos de los principios de la Teoría Fundamentada (Grounded
Theory).
Notas metodológicas:
1. la letra E seguida de un número entre paréntesis al final de una frase, refiere al número
de entrevista.
2. Las frases de las entrevistadas se reproducen tal como fueron generadas en el trabajo
de campo
Limitaciones metodológicas:
Las limitaciones del tipo de muestreo generan cierto sesgo hacia aquellas personas más
dispuestas a aceptar ser entrevistadas. En tal sentido, probablemente la información
referida a aspectos más controvertidos, por ejemplo, asociados a prácticas ilegales (caso
de trata de personas, proxenetismo) esté minusvalorada habida cuenta que la
probabilidad para que una persona en estas situaciones quiera o pueda responder las
entrevistas, es baja. Corresponde señalar que hubo varios rechazos, sobre todo en
prostitución callejera, lo que puede estar asociado a este fenómeno. También hubo una
importante tasa de rechazos en el sistema tipo call girls, particularidad que explicamos
por el hecho que el contacto primario se establece telefónicamente o por medio de emails, lo que permite un rechazo a la entrevista más sencillo y directo.
Procedimientos éticos:
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Para el trabajo de establecieron criterios persiguiendo fundamentalmente un
“consentimiento informado”: cuando se establecía contacto con las personas
seleccionadas se les informaba sobre las características de la investigación y se les
consultaba si podían ser grabadas. Se garantizó la libertad de expresión y sentimientos.
No se utiliza información dada en off. Se aplicó una política de reserva de la identidad
garantizando el anonimato: por ejemplo, fueron cambiados todos los nombres de las
entrevistadas así como otros nombres particulares. No se realizaron entrevistas a
menores de 18 años de edad.
La construcción de los indicadores.
Construiremos categorías típicas ideales7 para representarnos numéricamente y
estadísticamente, a un nivel general los “tipos de infancia” que vivieron las
entrevistadas.
Las categorías (C) que siguen están basadas a los efectos comparativos en el trabajo de
Guerra (Guerra, 2004):
C1. Una entrevistada integra la categoría “Infancia Muy Problemática” cuando:
-exprese directamente que vivió situaciones “muy problemáticas” o “muy difíciles” en
su infancia.
-aluda a elementos que pueden hacernos pensar que vivió situaciones “muy
problemáticas” en su infancia
Consideramos que la infancia de una entrevistada fue (pudo ser) “muy problemática” si:
-vivió situaciones de violencia (violaciones, abusos sexuales, acoso, maltratos físicos o
psicológicos).
-se crió o pasó al menos parte de su infancia en instituciones o ámbitos no familiares
(en un sentido amplio), caso de hogares públicos, instituciones de encierro, etc.
C2. Una entrevistada integra la categoría “Infancia Problemática” cuando:
-exprese directamente que vivió situaciones “problemáticas” o “difíciles” en su infancia.
-aluda a elementos que pueden hacernos pensar vivió situaciones “problemáticas” en
su infancia
Consideramos que la infancia de una entrevistada fue (pudo ser) problemática si:
-vivió la separación de sus padres y / o se crió en una familia recompuesta (con uno de
sus padres y un padrastro o madrastra), en un hogar monoparental (madre o padre
solamente), con sus abuelos, etc.; salvo que expresamente se refiera a estos casos de
manera positiva o neutral.
-fue adoptada y no pudo integrarse en el nuevo hogar.
-se crió en una “familia numerosa” (hogar con más de 7 hermanos) en condiciones de
gran precariedad material (pobreza, carencias etc.)
- desertó del sistema educativo y/o empezó a trabajar muy joven (con menos de 15
años).
-tuvo graves problemas afectivos o de salud.
7
Noción weberiana de tipo-ideal.
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C3. Una entrevistada integra la categoría “Falta de Elementos Decisivos” cuando:
-no expresa directamente que vivió situaciones “problemáticas” o “muy problemáticas”
(según los criterios que definimos en 1. y 2.) en la infancia.
-no aluda a elementos que pueden hacernos pensar que vivió situaciones
“problemáticas” o “muy problemáticas” (según los criterios que definimos en 1. y 2.) en
la infancia.
C4. Una entrevistada integra la categoría “Falta de Elementos” cuando:
-no se cuente con ningún elemento sobre su infancia.
Debemos precisar que la pertenencia a una categoría excluye (o engloba) la pertenencia
a otra simultáneamente.
Quisiéramos reiterar además, que estas situaciones de infancia/adolescencia pueden
conducir a la vulnerabilidad de las personas, sin que ello signifique que luego
experimentarán el recorrido prostitucional. Notoriamente solo una porción de las
personas que pasan por momentos traumáticos terminan ejerciendo la prostitución,
esto es, más allá de ciertas condiciones del ambiente, cada persona cuenta con
diferentes capacidades, posibilidades, recursos y resiliencias que ponen en juego dadas
las circunstancias.
Los resultados
Tomando como base de cálculo las entrevistas donde hay respuestas sobre la infancia,
tenemos que una mayoría de las entrevistadas presenta relatos que nos aproximan a
una infancia muy problemática o problemática (58,2%).
Cuadro 1 Los contextos de la infancia.
Categorías tipo
Infancia muy
problemática
Frecuencia
40
Porcentaje
21.3%
Fuente: elaboración propia
Infancia
Problemática
67
35.6%
Falta de
elementos
decisivos
77
41.0%
Falta de
elementos
4
2,1%
Como se dijo antes, estas categorías refieren a relatos que evidencian varios problemas
vividos en carne propia por parte de las involucradas. La mayoría de las veces, estos
relatos hacen referencia a dos ejes que son percibidos negativamente por las
entrevistadas. El primer eje (eje de las relaciones de convivencia en el hogar) incluye
relatos de violación, violencia reiterada entre integrantes del hogar; presencia de
alcoholismo o drogas entre integrantes del hogar; dificultades de relación entre
integrantes, etc. El segundo eje (eje de las dificultades de corte socioeconómico) refiere
a la escasez de ingresos monetarios, dificultades para satisfacer necesidades básicas,
deserción temprana del sistema escolar, estrategias de calle, etc. Es de destacar que
esos ejes generalmente aparecen unidos:
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“Mi infancia no fue muy feliz por cosas que vi, como le pegaban a mi madre, y también
ella tenía relaciones con su pareja, después cuando tenía doce años, fui acosada por la
pareja de mi madre. No fue una infancia como me hubiera gustado tener”. (E1)
“(Silencio).Y muy feliz no fue, me crié con mis hermanos, a mi madre no la conocí, vivía
con mi padre que era alcohólico, con mis hermanos me llevaba bien, ahora ya no me
llevo. Fue una infancia triste, no muy fue linda”. (E26)
“Horrible, mi infancia fue horrible, muy fea. Viví con mi padre hasta los 9 años, casi
cerca de los 9, falleció y me fui a vivir con mi madre, lo peor. Mi madre me pegaba y mi
padrastro también”. (E29)
“Mirá, mi padre y mi tío me violaban de niña y bueno, creo que ahora busco revancha
sacándole plata a los tipos como ellos. (E54)”
“Me acuerdo poca cosa, pero lo que nunca se me borró y nunca se me va a borrar que
fue a partir de los nueve años más o menos, pasé por mucha cosa cuando chica,
empezando que veía el “hijo de puta” de mi padre pegarle casi siempre a mi madre /.../
Pero lo que nunca me voy a olvidar es cuando veníamos llegando a casa y estaba
rodeado de policías y mi abuela llorando discutiendo con mis tíos, llegamos y mi abuela
nos abrazó fuerte me acuerdo (lagrimeando estaba la mujer), me agarro en la upa y mis
tíos agarraron mis hermanos y nos llevaron para su casa, no entendía nada, me acuerdo
que preguntábamos por mamá y por qué habían tantos “milicos” en las casa. Mis tíos no
querían que mi abuela nos contara pero me dijo a mí y a mis hermanos que mi padre se
había emborrachado y que había matado a mi madre y que después se había matado él,
me acuerdo que lloré mucho esa tarde, mis hermanos pobres no entendían nada (E69)
“Fue difícil, con un padre preso muchas veces y una madre alcohólica... hermanos
drogadictos... jodida. Por más que uno quisiera ir por el buen camino la corriente te
arrastraba. No tengo muchos recuerdos felices de cuando era niña” (E80)
“La mía realmente no fue una infancia. Tengo recuerdos hasta los cinco, seis años y
después no. Después de golpe cambió todo /…/ Mi primer cliente fue otro vecino.
Cuando llegaba a mi casa mi madre me pegaba con el cordón de la plancha, así que no
quedaba otra que arrancar a trabajar. Me cuesta decir “a trabajar” cuando hablo de
prostitución, porque en ningún trabajo te desnudan, te penetran, te humillan, para mí
no es un trabajo” (E103).
Por fuera de los dos ejes señalados antes, corresponde señalar que las biografías
respecto a las infancias problemáticas o muy problemáticas no encuentran
necesariamente siempre su epicentro en la vida familiar. Puede darse el caso de una
vida familiar que las entrevistadas describan más o menos “feliz” o “normal”, pero que
luego se vea interrumpida por un acontecimiento que les termina marcando a fuego.
Eso puede suceder con algunos casos de trata de personas. A continuación un relato
donde se puede observar cómo la adolescencia de una persona se ve interrumpida
violentamente mediante el engaño y posterior explotación:
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“- Mi infancia fue normal, tuve educación, me iba bien en el colegio, tuve amigos.
Pasaba bien. Mira, creo que la “cagada”, aunque no lo creas, fue que mama me crió sola,
era hija única, me dio todo, vivía entre “nubes de algodones”. Mama siempre fue
trabajadora, siempre la “luchó” digamos. La cosa es que ta, a los 15 años me mandó a
trabajar, ahora no se ve tanto que jóvenes trabajen. Yo cuidaba niños. Un muchacho de
unos 25 años y su novia vinieron a visitar a su prima, la mama de los niños que yo
cuidaba en ese momento. Venían de Italia, me hice muy amiga de esos chicos porque
me parecían buena gente, y como te digo yo era muy inocente en todos los sentidos.
Ahí fue que ellos me comentaron que tenían un varoncito, que allá en Italia pagaban
mucho más que acá, que fuera y que mientras trabajaba con ellos podía vivir ahí, y
también ir juntando para un alquiler e ir buscando otro empleo si quería. Vos imaginate,
estuvieron acá en Uruguay mucho tiempo, yo los conocía, mama también y eran amigos,
confiaba en ellos, la cosa es que le pedí a mama que me autorizara y firmara los papeles
para poder salir del país, ella se negó muchas veces, pero al final cedió, porque quería
que yo saliera adelante, y ella me veía como alguien que podía tomar sus decisiones
propias. Bueno, así fue que me fui a Italia, al llegar fue horrible, porque no entendía
nada, me cortaron todo tipo de comunicación, me hicieron una tinta en el pelo, me
pusieron tacos y me vistieron como una puta, yo no entendía nada. Hasta que bueno,
pasó….
-¿Qué fue lo que pasó?
- El trabajo no fue lo que me habían dicho, me tuvieron encerrada un mes al oscuro, en
una pieza chica, venían una vez por día a darme de comer, me drogaban. Me violaron y
golpearon reiteradas veces. Me dijeron que mi vida podía cambiar y que podía ganar
dinero y me sacarían del cuarto solo si yo aceptaba prostituirme. Era lo mismo que me
hacían, solo que ganaría dinero. Bueno, ta, ya sabes, me comencé a prostituir, a
drogarme” (E81).
Las drogas están presentes en varios relatos sobre la infancia y observamos que en caso
de adicción puede transformarse en uno de los principales motivos para comenzar con
el ejercicio de la prostitución:
“Comencé hace como 5 años. Empecé a fumar pasta base y no tenía otra forma de
pagar, por eso empecé a parar acá” (E167).
El 41.8% de la muestra, sin embargo, no arroja elementos decisivos para incluir los
relatos en las categorías de infancia problemática o muy problemática. En este
porcentaje, se incluyen varios casos donde explícitamente se hace referencia a una
infancia “feliz” o al menos “normal”:
“Mi infancia creo que fue bastante normal supongo no sé, eehh.. Madre, padre, hija
única, nieta única… capaz que sí, en la relación con mis padres no fue la mejor, pero cero
abuso. Y maltrato y eso no hubo, capaz que falto comunicación eso sí. Y ta”. (E2)
Incluso, surgen de entre las entrevistas, algunos perfiles que definitivamente desligan
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cualquier vínculo o conexión posible entre la infancia y el posterior ejercicio de la
prostitución:
“Bueno, mi infancia fue en el interior, por lo tanto en el interior las cosas son más sanas,
nos divertíamos con cualquier juego simple, esa fue mi infancia y fue feliz o sea no tengo
nada que reprocharles a mis padres de que haya tenido pena o no haya podido vivir mi
infancia, fue bien” (E75).
Edad de iniciación prostitucional
A partir de la Convención de los Derechos del Niño (1989) que exige a los Estados
proteger a los niños frente a la explotación y los abusos sexuales, se suceden encuentros
internacionales que van posicionando el tema de la explotación sexual infantil en la
agenda pública. El de mayor notoriedad es sin duda el Primer Congreso Mundial contra
la Explotación Sexual de los Niños (Estocolmo, 1996) que coloca en el debate público el
concepto de Explotación Sexual Comercial de Niños, Niñas y Adolescentes (ESCNNA) y
aprueba un Plan de Acción que continuaría en posteriores Congresos (Yokohama en
2001 y Río de Janeiro en 2008):
“La explotación sexual comercial infantil es una violación fundamental de los derechos
del niño. Comprende el abuso sexual por adultos y la remuneración en efectivo o en
especie para el niño o una tercera persona o personas. El niño es tratado como un
objeto sexual y como un objeto comercial. La explotación sexual comercial de niños
constituye una forma de coerción y violencia contra los niños, y equivale a trabajo
forzoso y una forma contemporánea de esclavitud” (Estocolmo, 1996).
Aunque la mayoría de los países del mundo cuentan con legislaciones que prohíben el
comercio sexual con menores de 18 años, lamentablemente es un hecho recurrente en
nuestros países. Esta flagrante violación a los derechos humanos, comienza operando
8
dentro de contextos de alta vulnerabilidad en las familias de origen desatando luego los
procesos de iniciación prostitucional a edades muy tempranas. En Chile, por ejemplo, un
estudio de 2003 señala que la mayoría de las víctimas de la explotación sexual infantil
fueron iniciadas en el comercio sexual a las 12 años de edad (SENAME, 2014), aunque
otro estudio focalizado en trabajadoras sexuales señala que 11% de la muestra comenzó
como menor de edad (Fasic, 2007: 3); un estudio para el caso de Costa Rica ubica entre
los 14 y 16 años la edad de comienzo prostitucional para la mayoría de las víctimas niñas
y adolescentes (Claramunt, 2002: 112); un estudio de 2001 para el caso de República
Dominicana indica que 60% de sus trabajadoras sexuales se iniciaron con menos de 18
años de edad (UNICEF s/f: 6). Fuera de la región, en España, un estudio publicado en
2003 informa que 8.8% de quienes ejercen prostitución callejera comenzaron siendo
menores de edad (Meneses Falcón, 2003: 65) aunque otro estudio para el caso de
Andalucía señala los 16 años como edad media de ingreso (Defensor del Pueblo
Andaluz, 2002: 19). En los Estados Unidos hubo hace algunos años una intensa polémica
8
Un estudio en Costa Rica, por ejemplo, señala que más del 50% de las niñas y adolescentes abusadas fueron
víctimas en sus hogares antes de cumplir los 12 años de edad (Claramunt, 2002: 93).
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9
a partir de datos que afirmaban en 13 años la edad de inicio en el comercio sexual , lo
que evidencia la dificultad de generar estadísticas fiables en estas materias. Un estudio
de 1998, por ejemplo, señala en 14 años la edad promedio de ingreso al comercio
sexual en los EUA (Farley et alt. 1998), en tanto otro estudio de 2010 refiere a un rango
que va desde los 13 a los 18 años de edad, según la fuente (Chandrika, 2010: 19).
Tomando como base las respuestas donde hay evidencia sobre la edad de inicio,
tenemos de acuerdo al Cuadro 2, que el 31,7% de nuestra muestra comenzó siendo
menor de edad, 23,1% comenzó apenas con mayoría de edad (18 y 19 años), en tanto el
restante 45,2% lo hizo con más de 20 años de edad.
Cuadro 2: Tramo de inicio prostitucional
C.E.I.P.
Menos
[14-18]
de
14 años.
años.
Frecuencia 8
51
[18- 20]
Años.
[20-25]
años.
[25-35]
años.
Más de NS/NC
35 años.
43
42
34
8
2
Porcentaje
22.9%
22.3%
18.1%
4.3%
1.1%
4.3%
27.1%
Fuente: elaboración propia
En el siguiente capítulo observaremos las conexiones entre una infancia problemática y
el inicio en el ejercicio de la prostitución. Sin embargo, por fuera de estas conexiones,
también operan en edades jóvenes, inicios que obedecen a otras peripecias de la vida.
Por ejemplo, la maternidad luego de la mayoría de edad, pero sin acompañamiento de
la familia y en situaciones de vulnerabilidad económica también tienen un peso
significativo. A continuación, se expone el relato de un caso donde no se evidencian
problemas en la infancia y adolescencia. El activante es un embarazo no deseado
próximo a la mayoría de edad (18 años) que deriva en un aborto y en ruptura con la
familia de origen. Luego, de una nueva relación con otro joven queda embarazada y se
hace cargo de una niña. Con un empleo apenas suficiente para lo mínimo, bastó una
enfermedad de su hija para que necesitara ingresos extras que solo pudo conseguir por
medio de la prostitución:
“Entonces me ennovio de nuevo y caigo embarazada. Tuve a la bebe, otro aborto no
podía hacer, y tampoco tenía nadie que supiera donde hacerlo /…/ empecé a buscar
trabajo, pero no conseguía nada, ni siquiera de limpiadora, y al decir que estabas sola
con un bebe menos. Ahí en la pensión había un señor que me llevaba la carga, parecía
amable y me consiguió trabajo en una empresa de limpieza. Él era guardia, yo trabajaba
8 horas, y me arriesgaba a dejar a la bebe en la pensión sola con una nena de 12 años
que la cuidaba… Pero un día la bebe se enferma, no tenía plata ni para llevarla a
emergencias del Pereyra, tenía muuucha fiebre y no paraba de llorar, ni nada, mucho
escándalo en la pensión, mucho ruido, despertamos a todos, y el señor que me
consiguió el trabajo me dio plata para que fuera al Pereyra, al otro día, me pidió la plata
9
Véase por ejemplo Mc Keel (2010)
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porque dice que era lo único que tenía, pedí un vale en el trabajo pero me lo negaron
porque ya había cerrado la fecha de vales, así que cuando volví le dije que le iba a pagar
pero cuando consiguiera. A todo esto y por los reiteradas veces de llantos y ruidos
molestos me piden que me busque otro lugar porque ahí no se admitían más niños,
además de que subían los precios de los cuartos, ¿a dónde iba a ir??? Sin plata, faltaba
para cobrar, así que el buen señor de mi vecino, me dijo que él me podía ayudar, pero a
cambio de algún favor. Yo no entendí enseguida, pero al minuto me di cuenta, solo
pensaba en irme de ahí, y no verles más la cara, así que cerré los ojos y lo hice, lo hice.
Yo aún era joven y no soy fea, así que con casi 21 años ésa fue la primera vez que me
prostituí. Me pareció horrible, horrible pero fue un alivio irme y me pagó muy bien,
entonces pensé ¿por qué no? (E86)
Dado que la explotación sexual infantil es perseguida, muchas veces, la edad se
“maquilla” para poder entrar en algunos circuitos de forma clandestina:
“Al no tener educación y mucho dinero se me hacía muy difícil conseguir trabajo.
Arranque en una whiskería muy conocida. Tenía 17 años, tuvimos que maquillar un poco
mi edad para trabajar allí” (E98)
Otro caso en el mismo sentido:
“- Trabaje en una casa de una vecina haciendo limpieza y tendría más o menos ella
trabajaba en una whiskería y veía que ganaba bien. Andaba siempre bien empilchada,
que se había comprado una moto nueva y todo! Y ahí lo pensé. Un día le pregunte que
tal era el trabajo, y me dijo que no, porque era muy chica.
- ¿Entonces no arrancaste a esa edad a trabajar?
- No, mas adelante ya tendría los 17 años
- ¿Pero en esos lugares no tenés que ser mayor de edad para trabajar allí?
- Jeje (se ríe irónicamente), sí pero ahí era media clandestina, estaba media tapada”
(E123).
Esta práctica ilegal se confirma por varios testimonios de entrevistadas que aseguran la
existencia de menores en locales 10,
“Siiii, en las whiskerías y cuando venia orden público, lugar donde yo trabajaba sin
libreta, las escondían en los cuartos debajo de la cama, atrás de la barra como que eran,
sobrinas y ya se iban” (E130).
En otros casos y de forma más generalizada, el comienzo como menores de edad se da
en la calle, o bien con conocidos, o bien mediante redes clandestinas.
A continuación un ejemplo de comienzo infantil vinculado a ámbitos vecinales:
10
Esta práctica incluso ha sido confirmada a nivel judicial. En 2012, por ejemplo, se procesó con prisión a un
policía por proxenetismo al comprobarse que varias menores se prostituían en una whiskería que éste
regenteaba en la Ruta 102 y Melilla (Subrayado, 2012).
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“Como a los quince años tuve que salir a trabajar para ayudar a mi madre, porque si no,
no comíamos, viste. Empezamos a salir con unas vecinas del barrio y ahí algo de plata
conseguíamos. Íbamos pa´ las casas de unos vecinos, más grandes que nosotras y ellos
nos pedían que hagamos cosas y nos daban plata. Poca, no mucha pero ta” (E161).
En el siguiente relato se muestra también un comienzo temprano en redes vecinales,
aunque con móviles diferentes al caso anterior:
“Comencé allá por la zona donde vivía. Yo quería conseguir plata para mí como sea y
había muchos gurises que todavía eran unos pichones a esa edad, por más que hasta
eran mayores que yo. Además, como estaba casi todo el tiempo sola podía hacer lo que
quería que ni se enteraban /…/ “Tendría 15. Pero yo no lo veía como prostitución. Va,
creo que ni siquiera sabía que significaba prostituirse. Lo hacía con conocidos para
agarrar algo de plata y hasta a veces sin cuidarme. Era bastante inconsciente todavía
(E169)”
En algunos casos, las redes se originan en el mismo contexto familiar. En el siguiente
testimonio la explotación sexual se origina con el marido de una de nuestras
entrevistadas:
“Yo me case de muy joven, tenía 15 años y mi marido tenía 35 años. Me fui de mi casa a
vivir con él y ta, al principio fue todo muy lindo. Él me trataba bien de bien y bueno,
como te dije, yo era muy chica, es más: él fue mi primer hombre y yo estaba contenta,
porque sentía que me había independizado y mis padres apoyaban mi relación. Los
primeros meses pasamos bien de bien, después yo quedé embarazada y tuve a mi
primera hija, Antonella y ta, ahí empezó toda el tema. Él empezó a tomar y me pegaba,
igual no era muy seguido pero ta, después empezó a presentarme amigos de él y hacia
que me acostara con ellos (risa irónica). Sí, sí, así como lo escuchas, así empezó todo”
(E139).
En otros casos, las redes de explotación infantil se van tejiendo desde estructuras
profesionales:
“Me fui de la casa de mi madre cuando tenía 16 y una amiga me presento a un tipo en la
Ciudad Vieja que nos dio trabajo en su bar, ahí me dijo lo que tenía que hacer para ganar
buena plata y no lo pensé 2 veces” (E179).
Aún así, existe un tipo ideal de comienzo tardío en la prostitución, que, por lo que
pudimos observar, se encuentra más ligado a la necesidad de muchas mujeres por lograr
sustento económico autónomo luego de generarse la separación con la pareja, divorcio
de sus maridos o incluso viudez.
A continuación ejemplos en esta materia:
“Bueno yo me case siendo muy joven, las cosas en el interior no marcharon para mi
esposo, viajamos a Montevideo con mis dos hijos que eran pequeños, este… acá
pensamos que Montevideo nos abría las puertas, para la gente del interior y no
PUNTO GÉNERO/72
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funciono el matrimonio acá y él me deja con mis dos pequeños hijos y bueno, lo que
comprende los gastos de la casa yo no sabía, este…que hacer ni como desempeñarme.
Fui a una empresa de limpieza y me pagaban muy poco en realidad y mis hijos
necesitaban calzarse, alimentarse y ya no era la misma vida que afuera y comentando
con una vecina mis tristezas y mis cosas ella me invita a ir a la prostitución y de esta
manera me involucre en eso /…/ Y… tendría treinta y pocos años” (E75).
“Después de 10 años de casada me separé de mi marido y empecé a trabajar porque no
consigo trabajo y tengo que mantener a mis 3 hijos” (E84).
“Hace tres años que me quede sola, yo estaba casada, estuve casada 22 años, este…mi
marido estaba trabajando y entraron a robar en el supermercado y lo mataron. Y yo me
quede con mis hijas, tengo una nena de 18 y una nena de 9. Me quede sola con ellas y
ta el dueño del supermercado me ayudo pero ta no daba para nada y ta no conseguía
trabajo, nada” (E96).
En esta tipología de iniciación (iniciación tardía por recomposición familiar) incluso hay
casos que refieren a cortes económicos medios donde se aprecia una abrupta caída de
ingresos que asociada a importantes gastos típicos de clases medidas terminan por
desencadenar la decisión de obtener ingresos por medio de la prostitución:
“Me separé y quedé con un montón de agujeros que, de préstamos y cosas que me
quedaron de mi pareja, y él se fue para Argentina, entonces toda la plata que entraba en
el almacén, no podía comprar mercadería, entonces, me fui fundiendo, fundiendo
fundiendo. Como tengo una nena que va al colegio, va a natación, va a inglés, va a esto y
lo otro, busque por todos lados, y los sueldos son muy bajos y no me cubrían nada, y
bueno no me quedó otra que ésta /…/ Empecé hace dos semanas a mis 38 años de
edad” (E174).
Una variante en este tipo de comportamiento, en parte presente en este último relato,
tiene que ver con el vínculo entre la maternidad responsable y el ejercicio de la
prostitución. Este fenómeno contribuye a legitimar entre las implicadas su opción por
este oficio. Eso significa, que la prostitución termina viéndose como una suerte de
sacrificio para que los hijos nopasen necesidades, o como dice nuestra siguiente
entrevistada, para que no pasen las necesidades que muchas de estas mujeres tuvieron
que vivenciar en sus infancias:
“Fue hace dos años. El tema fue que me separé. Yo lo quería a mi ex marido y fue un
golpe muy duro volver a quedarme sola, mi hijo se había encariñado con él y fue difícil
volver a estar sola. Además él me ayudaba con los gastos, bueno, éramos un
matrimonio donde nos ayudábamos pero tá, él un día encontró algo mejor y se fue y ahí
fue cuando empezó. El sueldo donde yo trabajaba era $10.000: ¿qué hago con diez mil
pesos? Nada. Empezamos a comer arroz y todo eso, pero ya no aguantaba más y dije
no! mi hijo no puede pasar lo mismo que pase yo! no, negativo, lo que yo sufrí no quiero
que lo sufra él y ahí fue cuando agarre el diario y dije ya está” (E149).
“Bueno, comencé a través de una conocida que me comentó de lo que trabajaba y
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cuanto ganaba, y bueno fui y probé, no era lo que más me gustaba pero bueno, todo sea
por mis hijos” (E156).
En algunos casos, cuando la decisión de prostituirse está asociada a una imperiosa
necesidad de obtener ingresos económicos, se registran relatos traumáticos como el
que sigue:
“(llorando) a veces me pregunto ¿qué hago yo con un tipo acá adentro, si mi madre no
me crió así?, ¿entendes?, no me crió así como para estar trabajando acá… ¿a quién le
gusta? ¡A nadieee!, no me gusta que vengan diez tipos y te toquen ¡nooo! No es para
mí. (E87)
Hay sin embargo relatos que se alejan del tipo ideal de quien llega a la prostitución
como última estrategia de sobrevivencia. En las antípodas con esta tipología se
encuentran aquellos relatos donde la propia entrevistada no muestra evidencia de
infancia problemática y se refiere a su ocupación como la más aconsejable cuando se
aprecia el dinero fácil:
“Yo comencé en esto porque necesitaba una cierta cantidad de plata, que no la puedo
conseguir con un laburo normal, aparte yo nunca termine mis estudios, entonces la
ganancia de dinero que gano por día en esto no es lo mismo que con un trabajo normal
/…/ el trabajo éste es plata fácil y bastante” (E131).
En el mismo sentido se expresan otras entrevistadas, por ejemplo:
“La mayoría de las mujeres siempre asocian que hay que tener una infancia complicada
para entrar. En mi familia tengo asistente social, tengo policías, tengo maestra, son de
entorno bien, nunca nadie estuvo preso, nunca nadie tuvo problemas con nadie. Yo
empecé a los 26, porque me gustaba la calle… cuando empecé la plata, era otra época,
se trabajaba distinto, se trabaja bien, era buena plata” (E132).
“Yo tengo otra profesión, soy esteticista y nada, para cumplir ciertas metas y ciertas
aspiraciones económicas no llegas, es así, ¡no llegas! Acá es más complicado pero llegas
mucho antes. ¿Entendés? Yo a los 23 años me fui a vivir sola y equipé toda mi casa. Otra
chica en mi otro laburo, otra chica en otro laburo normal, por más de que hagas 12
horas, y estudies y tengas toda una carrera no lo logras; ¡mentira! No logras las metas
económicas que acá es un poco más complicado pero las logras mucho antes” (E178).
Los vínculos entre infancia e inicio en la prostitución
A los efectos de visualizar los posibles vasos comunicantes entre el contexto de
vulnerabilidad que podría generarse en los momentos de la infancia y el comienzo en la
prostitución, hemos creado las siguientes categorías:
Indicio de conexiones directas (ICD).
Se considera que existe indicio de conexiones directas cuando las narraciones marcan
una salida directa del ámbito de la infancia al ejercicio de la prostitución.
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Indicio de conexiones indirectas (ICI)
Se considera que existe indicio de conexiones indirectas cuando las narraciones exponen
otros hechos sociales entre la infancia y el inicio en el ejercicio de la prostitución, siendo
que esos hechos podrían estar asociados a vulnerabilidades surgidas en tiempos de
infancia. Son considerados hechos que contribuyen al ICI:
Inicio temprano de vida en pareja con posterior crisis y necesidad de generar ingresos
rápidos
Maternidad temprana y necesidad de generar ingresos rápidos
Problemas con drogas
Falta o inexistencia de indicios en las conexiones (FIC)
Se considera existe falta de indicios en las conexiones, cuando no se observan ni ICD ni
ICI. Aplica, por ejemplo, cuando el inicio en el ejercicio de la prostitución se desplaza un
tiempo respecto a la infancia y adolescencia. También aplica cuando en la entrevista no
existen suficientes elementos de vinculación.
Estas categorías de análisis tienen antecedente en una rica discusión de teoría e
investigación sociológica que analiza las conexiones entre las situaciones vividas en la
infancia/adolescencia con el inicio en la prostitución y ciertas relaciones directas o
indirectas. Es así que Musto y Trajtenberg, cuando analizan en la literatura comparada
los factores asociados al inicio en la prostitución, se refieren a algunas explicaciones que
ponen el acento en las edades tempranas, a saber: la pertenencia a arreglos familiares
problemáticos o disfuncionales, el abuso físico, sexual o emocional, tipos de
experiencias sexuales vividas en la juventud (precocidad, mayor cantidad de parejas,
etc.), situación de calle o estrategias de huída del hogar, y consumo problemático de
drogas (Musto y Trajtenberg, 2011: 9-10)
Una vez cruzadas estas categorías con las de IMP e IP, obtenemos 25 relatos de IMP con
ICD, 12 relatos con ICI y 4 co FIC. Mientras tanto, las entrevistadas con IP presentan 20
casos con ICD, 19 casos con ICI y 27 con FIC. De acuerdo a esta información, y como era
de esperar, las conexiones directas operan de forma muy contundente entre las
personas entrevistadas que narraron episodios de infancia muy problemáticas
(doblando su presencia respecto a los ICI), en tanto las conexiones indirectas tienen un
aporte similar a los ICD entre población con IP.
A continuación expondremos algunos pasajes que describen cómo se vivencian las
conexiones entre infancia y comienzo en el ejercicio de la prostitución.
Ejemplos de Infancia Problemática o Muy Problemática y conexiones directas:
“Al ver que mi madre venía con plata y yo quería vestirme, salir, pasear, igual que mis
amigas, tomé la decisión de trabajar de lo mismo que ella hacía.
No sabía bien qué era al principio, pero tuve la oportunidad de acompañarla una noche
a una parada de ómnibus dónde ella me enseñó cómo se hacía y qué se hacía (E5)
En este pasaje se observa cómo en una situación de extrema vulnerabilidad, la
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prostitución es transmitida de una generación a otra mediante un activante, que es el
deseo de “vestir” y “salir”. La prostitución aquí es vista como una salida normal para
hacer frente a las necesidades de la sociedad de consumo.
“A los 15, creo, mi padre me regalaba por unas copas a sus amigos… y yo me quedaba
con algo para la merienda del liceo (E54)”
Este pasaje corresponde a las vivencias en un contexto de alta vulnerabilidad social y
económica. Nuevamente el contexto familiar es el que activa la prostitución de forma
directa, aunque a diferencia del caso anterior, la entrevistada es víctima de las
decisiones del padre.
A continuación, otro relato de iniciación intergeneracional, generado en un contexto de
vulnerabilidad familiar:
“Me acuerdo poco, éramos 3 hermanos, yo la menor. Mi vieja iba y venía, todo el
tiempo entraba y salía gente. Mi hermana, la mayor, era la que me cascaba a mi pero la
que me despertaba y me mandaba a la escuela. Ahí era donde aplacaba el hambre,
teníamos una vecina que era hincha pero, a veces nos arrimaba algo, pero solo cuando
mi vieja no estaba. Al final, uno de los tipos que venía, se fue quedando, un día lo vi que
manoseaba a mi hermana, y aunque apretaba los dientes, me hizo seña de que me
callara. Yo estaba acostumbrada a ver a mi vieja, pero no me gustó verla a mi hermana
así, después supe que la había iniciado mi vieja, creo que no llego a dos años más, que
me tocó a mí. Ahí, mi vieja se quedaba con la guita, pero por lo menos había de comer
todos los días. Al año me fui a la mierda con una amiga que tenía un año más que yo y
ya tenía algunos clientes, ahí la plata era solo para mí” (E77).
En otros casos no se aprecia transmisión intergeneracional, pero sí una conexión directa
entre infancia problemáticas o muy problemáticas e inicio en la prostitución en edades
muy tempranas:
“Comencé en unos de esos días que salía a pedir en la calle desde monedas, hasta algo
de comer. Un hombre bastante mayor me ofreció dinero a cambio de que pasara la
noche con él. Tenía 15 años” (E67).
En este pasaje se observa con nitidez la conexión entre pobreza extrema y prostitución
infantil. Si bien el hogar “expulsa” a la niña en búsqueda de dinero, la prostitución no
fue una estrategia del hogar, sino una oferta ajena.
Otros ejemplos parecidos al anterior:
“Ehh… si tuve una infancia complicada. Mi madre es alcohólica, somos cinco hermanos.
Tuve que salir a trabajar desde chica. Estábamos de intrusos. Tenía que hacer algo por
mis hermanos, y la verdad no sabía hacer nada. Al tener a mi madre alcohólica, no me
enseñó nada /…/ Ta. Y lo único que supe hacer fue acercarme a hombres, y bueno fue lo
que hice. Tenía 14 años… Al principio tenía miedo, pero me largué sola…” (E91)
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“Empecé a los diecisiete años y empecé por… por rebeldía más que nada, bueno porque
no me llevaba bien con mi madrastra, como entenderás porque tampoco debe haber
sido, debe haber sido fácil para ella criar una hija que el marido tuvo con otra mujer,
entonces no…no nos llevábamos muy bien desde la niñez /…/ como que ella se vio
obligada a criarme, entonces nunca me trato demasiado cariñosamente como se trata
realmente a un hijo. Bueno ta, y entonces nunca nos llevábamos bien y eso se presentó
en la adolescencia, bueno… un día me echó y no tenía yo donde vivir, donde comer, que
comer no tenía nada y bueno ta empecé (E24).
Aquí se observa cómo en situaciones de vulnerabilidad familiar, la rebeldía, el afán de
libertad, de desprendimiento de un contexto que oprime, se elevan como motivos que
empujan a este tipo de salidas. La prostitución pasa a ser un mecanismo de ingresos
económicos rápidos que permiten cortar con un vínculo familiar ya descompuesto y que
es visto como opresor por parte de la entrevistada. Esta “huida del hogar” ha sido ya
expuesta y estudiada en los clásicos trabajos de Silbert: “What the results of the study
do suggest is that some victims of juvenile sexual abuse run away from home because
they have no other way of avoiding the various abuses inflicted on them”11 (Silbert y
Pines, 1981: 3).
Otro relato en el mismo sentido:
“Lo peor de mi vida esos años. Yo nací en Paysandú y vivía con mi madre y el novio, que
no estaban casi nunca en casa y ninguno de los dos tenía un peso, imagínate...y lo poco
que tenían se lo gastaban en cigarros y vivían chupando cada vez que podían. Mi
padrastro se puede decir que era alcohólico de verdad y se ponía bastante violento a
veces. Era inaguantable para mi estar en mi casa porque no tenía nada para hacer
cuando estaba sola y era un embole, pero era peor todavía cuando llegaban mi vieja y el
novio que vivían discutiendo, Yo prefería estar en la escuela que es lo mejor que
recuerdo de cuando era niña. Apenas cumplí 16 años me vine para acá…” (E169).
En el siguiente relato también se manifiesta una conexión entre contexto familiar
vulnerable e inicio prostitucional:
“Con 15 años pasaba todo el día en la calle. Un día paró un hombre y me invito a que
subiera a su auto, y me ofreció plata para acostarse conmigo. Y como no tenía nada que
perder me fui con él, así comencé; él iba cada vez que tenía ganas o me mandaba
amigos como clientes.
Yo y mis amigas vimos que era un buen negocio, solo por sexo que es algo fácil teníamos
plata para lo que quisiéramos” (E173).
En todos estos casos, la salida hacia la prostitución es vista por las entrevistadas como
una estrategia para cambiar hacia una mejor vida en relación con un contexto familiar
que ya no soportan. Nótese cómo este último pasaje se refiere a cómo se consigue
11
Los resultados del estudio sugieren que algunas de las víctimas de abuso sexual de menores huyen de casa
porque no tienen otra forma de evitar los diversos abusos infligidos a ellos. Traducción nuestra.
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dinero de manera “fácil” que podían gastar en lo que quisieran, en obvia referencia a
ganar en libertad, al menos en el plano del consumo.
El siguiente ejemplo muestra también la necesidad de dejar un contexto familiar que en
este caso por su situación económica, resultaba asfixiante para la entrevistada. Con 18
años, y debido a los deseos de tener un mejor nivel de vida decide prostituirse
mirándose en el espejo de la hermana de una amiga:
“Y tenía… 18 años. Estaba harta de no tener nada, no podía salir a bailar porque no
podía pedir plata para eso. Mi madre se había puesto a coser para gente del barrio, pero
no daba para mucho. Un día me pudrí después de haber discutido con ella, no me
acuerdo bien por qué, pero nos habíamos peleado mal. Y yo conocía una muchacha del
barrio que sabía que se prostituía y siempre la veía súper arreglada y con la mejor ropa;
y era hermana de una compañera del liceo. Fui a la casa de esa compañera, así como
que la iba a ver a ella y la hermana estaba ahí; en un momento cuando me iba ella salió
a abrirme el portón y junté coraje y le dije que yo sabía lo que ella hacía y que yo quería
hacer lo mismo, me miró se rió y me dijo: “¿vos estás segura de que querés trabajar en
lo que hago yo?” y le dije que sí. Después que me fui a mi casa me puse a pensar y dije
como esta mina no me pegó una piña (risas). Y ta, como a la semana me llevó a la casa
de masajes donde trabajaba, habló con un tipo que estaba ahí, que supongo que le dijo
que yo iba a ver cómo era el trabajo, se ve que le dijo que si y ta, al otro día empecé a
trabajar ahí” (E117).
Ejemplos de infancias problemáticas o muy problemáticas con conexiones indirectas.
“Faa… Mi infancia fue brava, mi infancia fue muy sufrida. Yo fui abusada de niña, por mi
padre, no abusada con penetración pero viste que a veces el abuso va por otro lado y
marca más secuelas. Y bueno, después quede embarazada a los 14 años y tuve mi hijo a
los 15 y de ahí disparé de mi casa. Si bien rogaba en el embarazo que mi hijo naciera
varón para que no pasara lo que yo había pasado, disparé y me fui. Salí a rodar, salí a
buscar trabajo, pero claro ‘la gurisa’ tenía 15 años y en ningún lugar me daban trabajo.
Me metí con cama, trabajé con cama durante un tiempo, me re basureaban, era la
primera en levantarme y la última en acostarme. Me aislaban, me ponían en un cuartito
chico a comer sola, aparte como un perro. Después salí a vender libros. Y después
conocí a un loco, que me puso a trabajar… “(E35)
En este relato se observa un periplo de penurias que terminan activando la búsqueda de
ingresos mediante prostitución. Nuevamente el contexto familiar es visto como
opresivo, pero a diferencia de los casos anteriores, hay otros hechos biográficos que se
suceden en el medio, caso típico de un embarazo adolescente y la necesidad de contar
con un trabajo para constituir un nuevo hogar.
“Yo perdí la virginidad con 13 anos, me quede embarazada y ahí fue cuando comencé a
necesitar plata. Primero conocí a un señor mayor que me ayudaba siempre, después
este señor falleció y no me quedó otra que ir a una esquina, después a una parada. Al
principio tenía miedo pero después me fui acostumbrando” (E61)
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Casos como éstos, reflejan cómo el embarazo adolescente en determinados contextos
de alta vulnerabilidad, activa la necesidad de encontrar búsqueda inmediata de
ingresos. La entrevistada explica que sentía miedo al hacerlo, aunque luego se
acostumbra.
“A los catorce años quedé embarazada de mi hija. Me fui de mi casa y viví dos años con
el padre de mi hija, pero no era fácil. Empecé a trabajar como moza en un boliche
nocturno y ahí se dio porque tenía otras compañeras en mi trabajo que lo hacían. Y no
me quedó otra, no me quedó otra… yo me separé del papá de mi hija y estaba sola. Fue
como lo más fácil que encontré. No pude estudiar, que me hubiera gustado. Fue la
opción que tenía. Era eso o la calle. Yo tenía que sacar a mi hija adelante, darle de
comer, donde vivir” (E79).
En este ejemplo podemos ver una serie de conexiones: hogar fracturado, embarazo
adolescente, constitución de nuevo hogar, necesidad de empleo, concreción de ingresos
mediante empleo. Luego de la separación, sin embargo, los ingresos del empleo no son
suficientes y como trabajaba en el “ambiente” se decide por la vía del trabajo sexual. La
entrevistada en la encrucijada afirma que no tenía opción, reconociendo que la falta de
estudios y la responsabilidad como madre le conducen directamente a esa dirección.
CONCLUSIONES
Comparando los resultados de las investigaciones en los años 2004 y 2014, encontramos
un leve retroceso en el porcentaje de entrevistadas que afirman haber tenido una
infancia problemática o muy problemática. Mientras que en 2004 respondieron de esa
manera el 69,4% de la muestra, diez años después el porcentaje desciende al 58,2 %.
¿Esta caída podría interpretarse como una tendencia hacia un tipo de trabajadora sexual
que no explica su situación por contextos de vulnerabilidad? ¿Podría ello favorecer una
lectura del tipo feminista liberal? Creemos que aún no tenemos suficiente evidencia
para dar una respuesta categórica en estas materias. Ciertamente que, al menos para el
caso uruguayo, el cambio de valores que ciertas encuestas de opinión pública muestran
hacia una mayor tolerancia en general (Raffaniello et alt, 2010), así como una mayor
visibilidad social del fenómeno de la prostitución, puede llevar a que aumenten los
casos de ingresos a esta actividad por decisión fundada y sin que medien ciertos
factores de riesgo como los analizados en este artículo. Sin embargo, aún no
disponemos de los elementos necesarios para dar una respuesta categórica. Por otra
parte, las cifras siguen mostrando una mayoría absoluta de trabajadoras sexuales que
han nacido y crecido en contextos de vulnerabilidad socioeconómica y ese contexto
directa o indirectamente está condicionando el inicio prostitucional, lo que nos lleva a
pensar que el mundo de la prostitución se sigue nutriendo fundamentalmente de
mujeres en situación de vulnerabilidad, además de un fuerte componente de niñas y
adolescentes que en sí mismas se encuentran en situación de explotación.
En cuanto a la segunda variable analizada, tenemos que las edades de inicio en la
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prostitución descienden levemente en el corte que va hasta los 20 años (65,1% en 2004
y 55,4% en 2014), aunque se mantienen casi en los mismos niveles cuando el corte es la
mayoría de edad: quienes comenzaron como menores representaban el 31,4% de la
muestra diez años atrás y representan 31,7% en la actualidad: una de cada tres personas
que ejercen la prostitución comenzaron siendo menores de edad, lo que obviamente
nos lleva al campo más explícito de la explotación sexual comercial.
Donde sí se observan mayores distancias es en el corte de iniciación tardía. Mientras
que en 2004 el 15,4% de la muestra respondió haber comenzado luego de los 25 años,
ese porcentaje aumenta al 22,6% en 2014. Por lo tanto tenemos aquí una relación
bastante interesante entre la caída en el porcentaje de entrevistadas con infancias
problemáticas y el aumento en el número de casos de prostitución tardía. Esta
asociación podría estar mostrando la mayor presencia de un tipo prostitucional
específico, a saber, el de mujeres que entran en la prostitución a edades tardías,
activadas fundamentalmente para obtener ingresos económicos luego de algunos de los
quiebres analizados antes (separación, divorcios, urgencias para atender necesidades de
los hijos, etc.). En estos casos, como es lógico, hay una mayor disociación con los
elementos de la infancia o directamente no hay presencia significativa de elementos
traumáticos en los relatos de la infancia entre quienes se prostituyen tardíamente.
Respecto a nuestros resultados, solo un caso de los ocho analizados entre mujeres que
se prostituyeron con más de 35 años, presenta elementos problemáticos en los relatos
de su infancia.
Este indicio se apoya además en el hecho que mientras el 31,7% de la muestra comenzó
a prostituirse siendo menores de edad, ese porcentaje asciende al 58% cuando nos
detenemos en los relatos de infancia muy problemática.
En resumen, estos datos parecen confirmar que el contexto de vulnerabilidad en la
infancia impacta mayormente para el inicio prostitucional temprano (menores de edad)
y conforme se aplaza en la línea de tiempo el inicio prostitucional, la asociación con un
contexto de infancia problemática o muy problemática se va desvaneciendo.
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Fecha de aprobación: 8 de octubre de 2015
PUNTO GÉNERO/84
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El amor y las furias: Reflexiones en torno al amor, el maltrato y la
violencia en el seno de las relaciones de pareja lesbiana
Love and the Furies: Reflections about love, mistreatment and violence
inside of lesbian relationships
Angelina Marín Rojas
Resumen
El presente trabajo corresponde a una síntesis de parte del tercer capítulo de mi tesina
de máster titulada El amor y las furias, segunda etapa de la investigación de continuidad
en torno al maltrato y la violencia en el seno de las relaciones de pareja lesbiana, cuya
primera fase culminó el año 2009.
Retomando la conclusión de la intersección de diversos sistemas de opresión que se
articulan y actúan en el espacio relacional construido por la pareja, fortalecidos y
catalizados por la actuación de la lesbofobia social e internalizada, la
heteronormatividad y los modelos de amor hegemónicos, estableciéndose como un
continuo de discriminación, maltrato y violencia, se profundiza y discute en torno al
amor romántico como construcción ideológica y en los mecanismos a través de los
cuales viene aprendido, incorporado y suscrito por las mujeres, en particular por las
lesbianas.
Palabras clave: Lesbianismo – violencia – feminismo – amor romántico.
Abstract
This article it is a synthesis of the third chapter of my master thesis entitled “Love and
the Furies”: the second stage of a research about abuses and violence inside lesbian’s
relationships, whose first phase was completed in 2009.
In the paper, I retake the thesis’ conclusion about the intersection of various systems of
oppression that articulate and act on the relational space created by the couple. This
mechanism isreinforced and catalysed by the action of the social and the internalized
lesbophobia, heteronormativity and hegemonic love models, establishing like a
continuum of discrimination, abuse and violence.
Finally I discuss in depth romantic love like an ideological construction and the
mechanisms through which is learned, incorporated and signed by women, particularly
by lesbians.
This work corresponds to a synthesis of the third chapter of my master's thesis titled

Socióloga, Universidad de Chile. Máster Erasmus Mundus en Estudios de las Mujeres y de Género,
Universidad de Granada- Università di Bologna.
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Love and the Furies, the second stage of the investigation of continuity around the
abuse and violence within relationships of lesbian couple, whose first phase ended in
2009.
Returning to the conclusion of the intersection of various systems of oppression that
articulate and act on the relational space built by the couple, strengthened and
catalyzed by the action of social and internalized lesbophobia , heteronormativity and
love hegemonic models , establishing itself as a continuum of discrimination , abuse and
violence , and discusses deepens around romantic love as ideological construction and
the mechanisms through which is learned , built and signed by women , particularly
lesbians.
Key words: lesbianism – violence – feminism – romantic love
Introducción
A principios del año 2009 presenté en la Universidad de Chile mi tesis de grado:
Violencia y maltrato al interior de las relaciones de pareja lesbiana: El segundo closet
(2009), dando cuenta de un fenómeno complejo e invisibilizado, enmarcado en el
continuo estructural de violencia contra las mujeres. Los resultados de dicha
investigación evidencian que la comprensión del fenómeno requiere atender a la
intersección de diversos sistemas de opresión, que se articulan y actúan en el espacio
relacional construido por la pareja, fortalecidos y catalizados por la actuación de la
lesbofobia social e internalizada, la heteronormatividad y los modelos de amor, en
particular aquel basado en el amor romántico de carácter parejil-familista1.
El año 2013 presenté en la Universidad de Granada y la Università di Bologna, una
segunda investigación titulada El amor y las furias: Amor romántico en el cine lésbico y
su relación con el maltrato y violencia en relaciones de pareja lesbiana a fin de dar, en
primer lugar, continuidad a la temática de investigación, profundizando a su vez en
algunos conceptos claves; en segundo lugar, abordar y profundizar teóricamente en las
nociones de amor, en particular en el amor romántico de carácter parejil-familista,
enfatizando en los aspectos ideológicos de dicha conceptualización y en su implicancia
en las relaciones de pareja lesbiana; y, finalmente, una discusión y reflexión crítica de las
representaciones del amor romántico de pareja y familiar en fuentes cinematográficas
con temática lésbica, referenciales en el seno de la llamada cultura lésbica y que
conforman lo que podría denominarse un cine lésbico mainstream2. El presente artículo
1
Según conceptualización de modelo amatorio parejilfamilista desarrollada por Margarita Pisano.
No profundizo aquí sobre las categorías temática lésbica ni cine lésbico mainstream. Para referencia véase:Marín
Rojas, 2013.
2
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constituye una síntesis de parte del tercer capítulo de esta investigación, presentando
algunas de las conclusiones de la primera investigación y una profundización en torno al
amor romántico como construcción ideológica.
Quisiera señalar, antes de comenzar, que para abordar el maltrato y violencia en las
relaciones de pareja lesbiana es ante todo necesario desmontar, desde una mirada
lesbofeminista, una serie de presupuestos y estereotipos en torno al lesbianismo,
fundamentados en una interpretación del mundo enmarcada en el pensamiento
heterosexual (Wittig, 1980/1981)y que, o sugieren la imposibilidad de relaciones de
poder entre dos mujeres dadas las características de su género o bien, que las relaciones
de poder, en caso de existir, se producen por la adhesión a roles heterosexuales por
parte de cada una de las integrantes de la pareja, de modo que una lesbiana
masculinizada será activa y violenta per se, como pasiva y no violenta será una lesbiana
feminizada, lo cual niega cualquier posibilidad fuera de los roles heteronormados. Estos
dos presupuestos han contribuido a la negación e invisibilización de la existencia de
relaciones de maltrato en las relaciones lésbicas que alcanzan inclusive al movimiento
feminista como a los movimientos LGBTIQ.
Teniendo en cuenta lo anterior, este trabajo pretende ser una aportación para pensar las
relaciones amorosas entre lesbianas, las dinámicas de maltrato y violencia que ocurren
en su seno y las posibilidades de crear otros paradigmas amatorios, en donde los afectos
no compitan entre sí, donde las subjetividades sean libres y autónomas y no sea la
aniquilación el único destino.
1. Ideología Amorosa y Heteronorma
La heteronormatividad es un entramado complejo que estructura las relaciones sociales
que, a fin de mantener la cohesión y estabilidad, requieren de la organización de las
emociones, los afectos, los cuidados, a la vez que de las prácticas eróticas y sexuales. Así
pues, no sólo hablamos de una práctica sexual buena y una mala o de la jerarquía de
valor de las mismas, hablamos también de una pauta, una guía de afectividades,
emociones, consecuentes comportamientos y relaciones interpersonales que serán
también definidos como correctos y deseables.
Los movimientos feministas, lésbicos feministas y desde hace ya algunos años el queer,
han dado cuenta y denunciado el vínculo de las instituciones del matrimonio y la familia
patriarcal como parte fundamental del sistema de opresión hacia las mujeres,
denunciando a su vez la existencia de una construcción ideológica de los afectos - el
amor- que promueve la sumisión de las mujeres a la autoridad masculina (Estado,
padre, hermano, esposo, hijo). Dicha posición de sumisión se sostiene mediante la
acción de una retórica que “adormece” la capacidad crítica de las mujeres y las
convierte no sólo en dóciles súbditas inconscientes de su cautiverio, sino que también
en posibles cómplices y colaboradoras del poder heteropatriarcal. La teórica feminista
Marcela Lagarde ve, ya en la literatura feminista del siglo XVIII, un profundo análisis
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crítico del amor, siendo el primer aporte revolucionario del feminismo el de “ubicar el
amor en la historia” (2001: 19), rechazando de este modo la naturalización del amor y
revelando el carácter socialmente aprendido del mismo. El aporte del feminismo viene
a desestabilizar la idea de que existe El Amor o,en palabras de Lagarde, implica una
crítica a la visión de que “el amor es universal y ahistórico, es eterno, tiene valores
universales idénticos y se rige por una moral universal” (Ibíd.).
1.1. El amor en Occidente: Mito, cortesía y romanticismo3
El amor es una construcción ideológica a la cual se atribuyen una amplia gama de
emociones, conductas, prácticas, discursos, símbolos, etc. y que como tales forman
parte del aprendizaje social. Implica la reproducción arquetípica de los elementos que
incorpora, a modo de un sistema que se retroalimenta y recrea a sí mismo. La
construcción ideológica del amor no es única ni universal, está dotada de historicidad,
por lo que refleja en sus muchas y diversas expresiones la realidad sociohistórica y
geopolítica, tanto como las diversas doctrinas y tradiciones filosóficas con las que
convive; así también el amor no es eterno, en tanto que los ideales y valores de los
pueblos tampoco lo son.
Denis de Rougemont ve en el amor un fenómeno histórico con un marcado referente en
la construcción ideológica del amor cortés, cuyo carácter es fundamentalmente
religioso. A modo de ejemplo, en el popular mito de Tristán e Isolda, señala, se oculta la
doctrina de los Cátaros quienes veían en la renuncia a la materia una vía de purificación,
conocimiento y acceso a la salvación. Es en los valores de dicha doctrina que se
construye la retórica del amor cortés, donde el objeto y relación de adoración deben
permanecer sin mácula que les corrompa, estableciendo un vínculo entre amor y
pasión, relacionada esta última ineludiblemente con el sufrimiento, con la desgracia
asociada al abandono a la materialidad y al cuerpo, es decir, la corrupción de lo sacro. El
amor pasión es el amor mortal, “amenazado y condenado por la propia vida”
(Rougemont, 2010:16), del cual emergen los ideales del amor cortés donde el
obstáculo, la desgracia y el sufrimiento significan una ascesis4 que encuentra su mayor
expresión en la muerte, superación radical del obstáculo de la materia y la posibilidad
del encuentro en la Unidad.
La poesía, el “lenguaje del amor”, género que en Europa encuentra algunos de sus
exponentes fundamentales en los trovadores, para Rougemont no es otra cosa que “la
exaltación del amor desgraciado” (ibíd.: 77). La poesía de los trovadores cuenta con una
retórica y un sistema fijo de leyes - las leysd’amors- con las que se construye el relato
del “amor perpetuamente insatisfecho” (ibíd.). Este amor no apela al matrimonio, sino
3
Tomaré como principal referente en este punto el trabajo de Denis de Rougemont (2010; 1939), quien dedicó
gran parte de su vida a escribir y revisar su obra El amor y occidente, en la que realiza una exhaustiva revisión de
mitos Europeos y en particular del popular mito de Tristán e Isolda.
4
El concepto de ascesis refiere al seguimiento metódico de reglas, prácticas y desprendimientos necesarios para
alcanzar la virtud y la liberación del espíritu de las trabas de la materia y el cuerpo.
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más bien lo cuestiona en su limitación meramente funcional y material, siendo la unión
deseada aquella que está más allá de los límites mundanos de la vida. Ahora bien, tal
como con un objeto de adoración sacro, la ritualidad es relevante, apunta el autor,
siendo fundamental el “domnei o donnoi5, vasallaje amoroso” (ibíd.: 78), mediante el
cual se accede a la gracia a través del homenaje y la ofrenda de servidumbre.
Las raíces místicas y paganas del Roman comienzan a desaparecer a partir del siglo XIV;
sin embargo, su retórica permanece, volviendo material a la mujer y dirigiendo el amor
a una versión idealizada de ella, que la mantiene “inaccesible en su jardín escarchado de
alegorías *…+ El obstáculo6 a la unión amorosa está representado por la exigencia moral,
y ya en modo alguno religiosa: ya no es una ascesis mística, sino un refinamiento del
espíritu, que debe llevar al amante a merecer el don” (ibid:78).
El romanticismo es para Rougemont la vulgarización y democratización del mito, en
donde la pasión se ha convertido en un derecho que no es más que “vaga obsesión de
lujo y de aventuras exóticas” (ibíd.: 238) totalmente ajena a una ascesis. Numerosos
cuentos infantiles famosos hasta nuestros días ponen en evidencia la existencia de dos
fuerzas en conflicto, por una parte la burguesa y por otra la romántica, respondiendo a
lo que Rougemont llama “influencia anarquizante de la pasión” (ibíd.: 239). Por una
parte, la inclusión de la lógica del mérito transforma la relación romántica en una
relación de carácter económico, a la cual todos pueden acceder en virtud de su
esfuerzo, coincidiendo con el advenimiento de doctrinas filosóficas que promueven la
lógica del trabajo y los bienes materiales como un camino de salvación en la Tierra. La
mujer es un premio concreto que se traduce en alianzas y estatus, donde por supuesto
la idea de consentimiento no tiene ninguna importancia.
Pero el burgués moderno ya no desea la muerte, dice Rougemont, sino que requiere
conciliar “*el+ deseo de que nada se arregle y *el+ deseo de que todo se arregle; deseo
romántico y deseo burgués” (ibid:.240-241), para lo cual se ha valido - sobre todo en el
cine- de la figura estilística del happyend, el cual constituye una acción radical que
resuelve rápida y eficazmente el conflicto de deseos mediante la supresión oportuna del
obstáculo y la cancelación estratégica de la imaginación hacia el futuro: manos unidas,
un beso, una imagen “que compense la decepción del romántico ante el alivio del
burgués” (ibid:241).
El amor romántico no sólo instala y reproduce una lógica de meritocracia de los afectos,
conectada con los valores -y deseos- de la burguesía y el capitalismo, sino que también
se convierte en un exitoso producto del sistema económico, a la vez que en relevante
promotor de sus valores, en tanto que exalta la propiedad privada, la división social y
sexual del trabajo, la entrega gratuita del trabajo reproductivo y de cuidados, la idea de
movilidad social a través de la acumulación y el mérito. Como “producto especializado
del capital” (Esteban, 2011: 106), el amor romántico vende su pasión a través de los
diversos medios culturales y de comunicación, a través de la publicidad, de bienes
materiales, rituales, cenas, viajes, etc., todos catalogados como “románticos”.
5
6
Cursiva en el original.
Cursiva en el original.
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¿Cuáles serían las transformaciones, adaptaciones o correcciones ideológicas necesarias
para la subsistencia del amor romántico en el capitalismo neoliberal? Si el modelo
capitalista exalta la propiedad privada, la competencia y la meritocracia, éstas debieran
adaptarse y volverse superlativas en un modelo de carácter neoliberal, lo que implica
abrir los mercados a la participación de todos los agentes que actúan, buscando
alcanzar el mayor beneficio - en virtud de su audacia y mérito-, y desde la gestión
privada crear un universo de oportunidades que, aunque impliquen grandes sacrificios
como el endeudamiento, den la posibilidad al audaz de alcanzar la gloria. ¿Significa esto
que la construcción ideológica del amor romántico se abre a la participación de nuevos
sujetos, por ejemplo las lesbianas? ¿Qué pruebas deben pasar estos nuevos sujetos?
¿Cuál es la gloria?
1.2. Un amor conducente a la aniquilación
La noción de amor para Rougemont está en principio asociada a la búsqueda de
sufrimiento, relacionada a su vez con la noción de mujer contenida dentro del popular
mito de Tristán e Isolda, la idea de “sufrimiento fecundo7 que halaga o legitima
oscuramente, en lo más secreto de la conciencia occidental, el gusto por la guerra”
(ibid:247); esto queda en evidencia tanto por el lenguaje guerrero del amor como por el
uso de metáforas bélicas que reproducen las ideas de conquista, estrategias de
combate, tácticas militares y triunfo sobre la mujer. Si el lenguaje del amor es privado de
su relación mística, se convierte en un relato de fuerza cuya ascesis es totalmente
material, aquella de los derechos adquiridos por las leyes de la guerra y la conquista, y
por lo tanto, con una concepción androcéntrica de la sociedad en la que prevalece el
derecho del mejor guerrero, más allá de las voluntades y de la verdad8.
El mito de Tristán e Isolda narra una épica donde los amantes se ven involucrados
involuntariamente y les envuelve la fuerza arrolladora de la pasión. El encuentro de los
amantes sucede por la acción de un encantamiento, un filtro de amor - por error
bebido- que permite “describir una pasión cuya violencia no puede ser aceptada sin
escrúpulo” (p.49). El encantamiento después de tres años desaparece y la cordura
retorna, de modo que cada quién se verá enfrentado a tomar el camino que se le ha
señalado de acuerdo a su género y rango. El arrepentimiento opera como una
posibilidad de redención, pero si la añoranza de la pasión lleva a buscar formas de
revivirla, el destino será el sufrimiento, una vida de penitencia para alcanzar la
redención. Pero el objetivo del mito es la ascesis, señalar el camino de la virtud y
liberación del espíritu, que, en su versión original, debe redimir tanto la falta como el
hecho de haber nacido en el mundo de las tinieblas, el mundo de lo material: el cuerpo
y la vida en este mundo son el más grande obstáculo y la muerte el mayor triunfo.
La acción del filtro de amor, convertida románticamente en fatalidad amorosa, introduce
7
Cursiva en el original
Ej.: los duelos de honor.
8
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desde mi visión, en primer lugar, la idea de finitud de la pasión amorosa: tres años, que
corresponden a la duración del filtro; en segundo lugar, la legitimidad de una búsqueda
permanente de la emoción de la pasión, un deseo de sufrimiento sin unidad en la
muerte; y, en tercer lugar, la idea de intercambiabilidad del objeto de amor, es decir, la
idea de una mujer intercambiable (Rougemont, 2010:30; Guiducci, 1977: 27) y que en su
reemplazo deviene inmutable. Una búsqueda eterna de Isoldas, una búsqueda que se
rebela a la idea monógama de fidelidad masculina donde no es posible la traición, pues
Isolda es una idea, que sólo toma forma una vez tocada por el caballero (Sánchez
Espinoza, 2006). La pasión es un camino hacia la gloria, pero una de la cual Isolda(s) no
participa(n) salvo mediante la fortuna de haber sido alcanzada por la pasión del
caballero.
En la ópera Tristan und Isolde de Wagner, basada en el homónimo mito medieval, se
representa, en gran parte del Acto II, la tragedia de los amantes incapaces de trascender
al obstáculo del cuerpo mediante un encuentro nocturno furtivo donde se lamentan de
la existencia de la conjunción “und” (“y”) que separa sus nombres. Pero la desaparición
del “und” vinculante es insuficiente para alcanzar la “verdadera felicidad” pues,
mientras permanezca el nombre, la individualidad, no será posible el encuentro en la
Unidad, por lo que es necesario renunciar inclusive a la individualidad, renunciar
inclusive a aquello que se respeta y admira: “*…+ ¡Es necesario que el otro deje de ser el
otro, y por tanto que ya no sea, para que deje de hacerme sufrir y que sólo haya “Yo-elmundo”9!” (Rougemont, 2010: 313.). Esta ansiedad fuera del sentido místico no es más
que una búsqueda de asimilación de la subjetividad del otro u otra, a la subjetividad del
uno o una, en definitiva: la aniquilación.
La construcción ideológica amorosa cortés y romántica revelan en su retórica una
interpretación del mundo en un eterno binario: una separación original radical que
enfrenta en polos opuestos toda la realidad, pero que en su conflicto pareciera recordar
a un estado unitario perdido; una interpretación polar del mundo en eterno conflicto de
absolutos10, donde la fuerza del deseo de cada una de las partes, es lo que mantiene el
equilibrio del universo. En él se enfrentan la noche y el día, el sol y la luna, que
representan principios irreconciliables cuya única posibilidad de encuentro pareciera ser
siempre la aniquilación simbólica de uno (como en el caso de los eclipses de luna y sol) o
ambos. El obstáculo, cumple en la retórica romántica la función de señalar la separación
(“und”, “/”), por lo tanto, mientras más grande e insalvable el obstáculo, mayor la
pasión. Si el más grande obstáculo es la muerte, su transgresión es el motivo de mayor
gloria pues “el hombre creado, que pertenece a la Noche, no puede encontrar la
salvación más que dejando de ser y “perdiéndose” en el seno de la divinidad”
(ibid:69).La tragedia de la pasión, en un sentido místico, permite la superación
momentánea de lo que divide y la participación fugaz en una Unidad divina, por lo que
los amantes “se sienten arrebatados “más allá del bien y del mal” en una especie de
trascendencia de nuestras comunes condiciones, en un absoluto indecible, incompatible
con las leyes del mundo, pero que experimentan como más real que este mundo”
(ibid:40).
9
Cursiva en el original.
Bien/Mal, Masculino/Femenino, Guerra/Paz, Sacro/Profano, Vida/Muerte, etc.
10
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El romanticismo alemán, señala Rougemont, expresa el mito dando cuenta de una
relación dialéctica entre los principios que componen, en su forma más elemental, lo
que he llamado eterno binario. Esta dialéctica, de origen maniqueo, viene a significar
que: “El mismo impulso que llevaba el alma hacia la luz y la unidad divina, considerado
desde el punto de vista de este mundo no es más que el impulso hacia la muerte, una
separación esencial” (p. 226).
¿Y si es el camino de la razón ilustrada la nueva ascesis? ¿Y si el burgués ilustrado no
desea renunciar ni al deseo ni a la pasión? Es pues la guerra lo que resta en la retórica
amorosa, la fuerza, la apropiación violenta de la subjetividad del otro que en su otredad
encadena; por medio de la violencia de la conquista se reedita la pasión que lleva a la
liberación, que no es más que amor a sí mismo y deseo asimilación de la otredad, que
en caso de resistirse deberá ser conquistada por la leyes de la guerra: La violación a
manos de Don Juan o la muerte a manos de Sade (ibid:215-219), imperio o guerra
(ibid:265-269).
1.3. La construcción ideológica del amor romántico
El análisis del mito amoroso evidencia un ideal construido sobre base negativa, donde
confluyen la tragedia, la pasión y la muerte, porque “*e+l amor feliz no tiene historia.
Sólo el amor mortal es novelesco” (Rougemont, 2010:16). La retórica amorosa repite
una y otra vez la fórmula “iniciación, pasión, cumplimiento mortal” (p.234) ocultando
mediante la idealización amorosa el gran misterio de su complicidad con la muerte, un
misterio que no queremos admitir. Esta gran contradicción amorosa es posible por el
carácter ideológico de la construcción del amor: “*…+ El amor como lo sublime y el amor
como engaño, no se afectan, no se invalidan entre sí, sino que se entienden como
perfectamente compatibles” (Esteban, 2011: 53).
Así, como dice Margarita Pisano “el amor viene mal nacido” (2004b: 93-95), está basado
en un modelo de sufrimiento: la eterna carencia; un incompleto esencial que, en el ideal
de amor enseñado actualmente, sólo es posible de resolver mediante la acción de otro
u otra que se posee o nos posee. Un amor que no es más que exaltación de un yoindividual que no ama al otro - ama la idea de amor- sino que además desea su
aniquilación en sí mismo; un amor que ha transformado en retórica a los sujetos de
amor y les ha simplificado en el “caballero” y la “princesa”. En estas condiciones:
“¿Cómo concebir un afecto humano entre dos tipos simplificados de esta manera?”
(Rougemont, 2010: 41).
La simplificación de los sujetos, la contradicción entre lo sublime y el engaño, la alegría y
la muerte segura, insisto, sólo son posibles de concebir dado el carácter ideológico del
amor romántico. El amor romántico no es un mito, es un constructo ideológico
específico que exalta la negatividad como camino a la trascendencia, valiéndose para
ello de una retórica y un espectro de representaciones que cumplen una fórmula
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narrativa11 específica donde el obstáculo y la superación del mismo, cobran centralidad.
La clave negativa del amor romántico se basa en la pasión que no es otra cosa que
desgracia, un suicidio, una clave ideológica que instala y exalta ”la escasez, no la
abundancia. El encarcelamiento y no la libertad. Una muere siempre de alguno de estos
males: duelen lo mismo, matan lo mismo” (Pisano, 2004a: 66-67).
Conceptualizar el amor romántico como un mito o como un conjunto de mitos, ubica al
amor en un espacio de irrealidad fabulosa, mágica e irracional, omitiendo las
implicancias políticas, materiales y simbólicas del amor, a la vez que se irracionalizan e
irresponsabilizan los discursos y prácticas de quienes en su nombre cometen
atrocidades y vejaciones de todo tipo.
Si bien las construcciones ideológicas cortés y romántica comparten la clave negativa de
su retórica, no comparten sus ideas de trascendencia; mientras una observa la
trascendencia en la unidad divina por medio de la moderación y la castidad, la
construcción romántica trasciende en vida material y alcanza la gloria en una forma
equivalente a la victoria militar. Por supuesto, en ambas construcciones la mujer tendrá
un rol diverso; en la primera representa la divinidad, la pureza y debe ser adorada,
mientras que en la segunda debe ser conquistada. Coincido con Mari Luz Esteban
cuando describe al amor romántico como:
*U+n tipo de ideología cultural *…+ que incita a la búsqueda de la trascendencia,
incluso de la felicidad, a través del amor, y se convierte así en la modernidad en
un sustituto de la religión; que vincula la pasión a la tragedia y la muerte, y
otorga el máximo valor a cualquier proceso amoroso que implique superar
dificultades; que idealiza la relación e hipertrofia la parafernalia amorosa(2011:
44)
El amor romántico expresa una determinada ideología de género en la cual los roles son
diferenciados, respondiendo a un binario que ubica “hombre/mujer” en posiciones no
sólo antagónicas, sino que también en total desequilibrio. Mientras el amante transita
“de puerto en puerto”, ella se mantiene fija en su espera, porque la representación de la
mujer, aunque vinculada a la divinidad, carece de movilidad, salvo de la mano de un
interventor masculino: el padre o el héroe. Mientras la retórica romántica enseña a los
hombres la guerra, la conquista, la aventura, el valor del mérito y la competencia, a las
mujeres les enseña la necesidad de prepararse para convertirse en un objeto deseable
de ser conquistado, pues el único modo de sobrevivir en sociedad -de acuerdo a los
ideales sujetos “simplificados” del romántico- es que las mujeres dediquen su vida a
“enseñar a sus hijas los trucos para sobrevivir dentro del patriarcado, haciéndose gratas
y uniéndose a hombres poderosos o económicamente solventes”12 (Rich, 1973: 136).
Mujeres de merecer, hombres merecedores.
La mujer es construida como “el otro” cuya diferencia inquietante es suprimida,
permitiendo así el mantenimiento del orden y la exorcización de los miedos más
11
Obstáculo>Encantamiento>Pasión>Fin del encantamiento>Superación total y/o cancelación del obstáculo.
Véase Marín Rojas, 2013.
12
AdrianneRich analiza aquí el libro Women and Madness de Phyllis Chesler.
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profundos - la pérdida y la muerte- y, dando cuenta a su vez del deseo humano de
reincorporación tanto a la unidad como al universo (Monticelli 2007: 67-82). Sin
embargo, en el amor romántico no basta la construcción de la mujer como “el otro”
para la subsistencia del “yo-el-mundo”, es necesario, tal cual lo ha hecho el Dios, el
control sobre la otredad radical, su asimilación en la propia y única subjetividad.
El amor romántico y su modelación amatoria es “masculinista en esencia” (Pisano,
2004a: 66) y, en consecuencia, su realización en la construcción de pareja “está
patriarcalizada en el dominio” (ibíd.: 66). Así también su retórica, sus representaciones,
su visión del mundo, son los de la dominación masculina (Bourdieu, 2012) que
“convierte a las mujeres en objetos simbólicos” (ibíd.: 86). Este no-ser autónomo se
encuentra ubicado por efecto de la dominación en un “estado permanente de
inseguridad corporal o, mejor dicho, de dependencia simbólica” (ibíd.:86). El amor
romántico se pretende a su vez como una “configuración emocional e identitaria, la
romántica, que jerarquiza las distintas interacciones amorosas”, de modo que “su
pasión” ”entra en tensión con otros tipos de amores, lo que posibilita a su vez la
consolidación de un determinado orden social, desigual” (Esteban, 2011: 44). Pero ante
todo es heterosexual, siendo la plenitud sólo posible por la acción del otro
heterosexualmente normado pues, ideológicamente requiere de la conformación
binaria de las relaciones; en consecuencia, “implica no sólo privilegiar una forma de
deseo frente a otras posibles, sino una forma de entender las relaciones entre lo
masculino y lo femenino absolutamente dicotómica y complementarista” (ibid:48).
Así pues, las narrativas y discursos del amor romántico dan por sentada la
heterosexualidad y reproducen la idea de que la tensión heterosexual es fundamental
para la existencia y reproducción de la sociedad (Rich, 1980; Wittig, 1980).
2. Pensamiento Amoroso y Modelos Amatorios
El amor romántico como construcción ideológica forma parte de una particular
concepción del mundo, de la vida, de las relaciones sociales e interpersonales, que
exalta la idea del mérito y la acumulación para alcanzar la gloria, lo que no sólo hace
referencia a los afectos sino que a todos los aspectos de la vida, instalando una lógica de
competencia permanente. Sin embargo, en tanto que el romántico exalta la pasión de
carácter más bien anómica, el amor requiere articularse con otras construcciones
ideológicas que “canalicen su comportamiento”, entre las cuales se encuentran otras
ideologías y modelos amorosos que tienen por fin estructurar no sólo la sexualidad, sino
también los afectos, los cuidados y los vínculos entre las personas, de acuerdo a la
norma social, es decir, patriarcal y heteronormada, androcéntrica y adultocéntrica,
sexista, clasista, racista, misógina y homo/lesbo/trans fóbica.
El pensamiento amoroso13(Esteban, 2011) como articulación alcanza e influencia todos
los espacios sociales e institucionales y, en consecuencia directa, las prácticas de la
13
Conjunto articulado de símbolos, nociones y teorías en torno al amor.
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gente, “estructurando unas relaciones desiguales de género, clase y etnia, y un modo
concreto y heterosexual de entender el deseo, la identidad y, en definitiva, el sujeto”
(ibíd.: 23). Según Esteban, el pensamiento amoroso, como ideología cultural, comparte
con el amor romántico la pretensión de prevalencia por sobre otras emociones, afectos,
valores o facetas humanas; por ejemplo el amor familiar14 puede prevalecer sobre la
justicia o la alegría; oel amor de pareja sobre la verdad. El pensamiento amoroso implica
también “una representación y una organización concreta del parentesco, de la familia,
del matrimonio, construcciones que van todas a la vez” (ibíd.: 48). Por lo tanto, el
pensamiento amoroso es histórico, cultural e ideológico y, señala Esteban, serán unas
determinadas coordenadas las que lo producen y consolidan.
De la articulación en el pensamiento amoroso emergen modelos y sistemas amatorios
(Pisano, 2004b) que estructuran la orientación y la práctica amatoria dirigiéndola a
ciertos sujetos y/u objetos en vez de a otros. Estos modelos son aprendidos ya no sólo a
partir de una retórica, narrativa y representaciones particulares, sino también a través
de una ritualización, cuyo ejercicio dura toda la vida (Esteban, 2011: 50), promovida por
un amplio y extenso aparataje cultural de relatos, imágenes, juegos, canciones, fiestas,
etc. La ritualidad corresponde a la práctica de una determinada performatividad
amorosa (ibíd.: 51) que imita las referencias y representaciones del aparataje cultural
mencionado, a la vez que lo articula con las referencias provenientes de espacios de
socialización como la familia y la escuela. La performance amorosa y los rituales son
fundamentales para la consolidación y reproducción de los modelos amatorios,
configurándose como mecanismos de integración y participación social en tanto que
forman parte de una concepción de mundo “compartida” en el mejor de los casos; por
fuerza, hegemónica, en la mayoría.
Las construcciones ideológicas que se articulan en el pensamiento amoroso se
aplican diferenciadamente para hombres y para mujeres, se aplican según la
heteronorma; del mismo modo sucede con el amor romántico y su performance
amorosa, en la que se simplifica diferenciadamente a los sujetos, correspondiendo a la
mujer la representación de la eterna espera y al hombre la eterna conquista: “la
princesa” y “el caballero”. Si pensamos en afectividades no heterosexuales cabe retomar
y replantear la pregunta de Rougemont15: ¿Cómo se puede concebir un afecto humano
entre dos mujeres o dos hombres simplificados de esa manera? ¿Cómo se puede
concebir un afecto no heteronormado entre sujetos que han nacido, crecido y
aprendido el amor de esta manera? ¿Cómo se puede concebir un afecto entre dos
mujeres formadas en la espera y la desolación?
2.1. La idealización romántica
Uno de los elementos que conforma la retórica del amor romántico es la
idealización del mismo, de sus dinámicas relacionales - el momento del encuentro, el
14
Que ya implica en la mayoría de los casos definiciones heteronormadas y burguesas de familia.
¿Cómo se puede concebir un afecto humano entre dos sujetos simplificados de esa manera?
15
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enamoramiento o la pasión y la muerte (o en su defecto el happyend)- y de los sujetos
de amor.
La primera y principal de todas las idealizaciones es aquella de El Amor en sí mismo, que
convierte al amor en un “sentimiento y experiencia sublime” (Esteban, 2011: 52-53), de
modo que aunque sea vivido de forma dolorosa y terrible, es mágicamente asociado a
felicidad, se tiene “el deber” de ser feliz16. La idea del amor como “el mayor de los
sublimes” es lo que hace que tenga centralidad y prevalencia frente a otros aspectos de
la vida de las personas, pues le otorga el carácter de “lo más genuino del ser humano, el
motor por excelencia” (ibíd.: 53).
La segunda idealización está relacionada con la carencia, con el miedo, el miedo a los
otros y el miedo a la soledad, y corresponde a la idea de que el amor es un refugio
donde las personas se encuentran a salvo de la orfandad permitiendo una “verdadera”
realización del sí mismo (Esteban, 2011; Lagarde, 2012, acceso online: 10/08/2013). La
idea de refugio es construida diferenciadamente para hombres y para mujeres,
constituyéndose el hombre en el “protector” de la mujer que ha sido a su vez educada
en el miedo, la dependencia y la creencia de que nunca está completa, plena por sí
misma (Pisano, 2004b; Lagarde, 2012). Si para las mujeres los hombres son el sosiego,
para los hombres las mujeres deben ser el “descanso del guerrero” a la vez que
amantes complacientes de los deseos del caballero-soldado. La idea del amor como
refugio por una parte exalta una idea androcéntrica de virilidad que impone a los
hombres un “deber ser” patriarcal, que les obliga a ser “fuertes y valerosos caballeros”
a la vez que un “eficientes proveedores”; mientras que a las mujeres exige una extraña pero por siglos entrenada- mezcla entre madresposas, virgen-monja, putas, hijas y
esclavas17 (Lagarde, 2011).
Otra idealización amorosa ubica la experiencia y la simbólica del amor dentro del
ámbito de lo irracional (Rougemont, 2010: 49, Pisano, 2004b: 94; Esteban, 2011: 53), de
modo que las decisiones y los actos cometidos en su nombre están desprovistos de
razón y como consecuencia, desprovistos de conciencia y responsabilidad. La
irracionalidad es central en la ideología romántico amorosa, “perder la cabeza”18 es una
de las condiciones del romántico, una medida del amor. Así, en tanto que se “recupera
la cabeza”, se “sienta cabeza”, se termina la acción del filtro, se pierde el amor. Bajo el
amparo de esta idea se han cometido - y se seguirán cometiendo- miles de crímenes
“de amor”.
De la articulación de estas tres principales idealizaciones amorosas románticas -sublime,
refugio, irracional- derivan un sin número de idealizaciones que tanto tienen que ver
con la experiencia concreta del amor, como con la percepción de la realidad del vínculo
y la sanidad del mismo. También derivarán idealizaciones y distorsiones asociadas a
cada uno de los sujetos que participan de la relación amorosa romántica y, que les
16
Es la dialéctica de base negativa que se ha expuesto con antelación.
Categorías que desarrolla Lagarde en Los cautiverios de las mujeres.
18
… y el cuerpo, agregará Pisano. Perderse entera precisaría yo, para no mantener en el lenguaje la estructura
del eterno binario.
17
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comprometen a determinados comportamientos y
parafernalia amorosa hipertrofiada” (Esteban, 2011: 44).
performatividades:
“una
Las nociones de propiedad, territorio, celos, dolor, angustia, miedo, ahogo, muerte,
cobran en la construcción romántica un sentido positivo, puesto que son la “prueba” de
que se está efectivamente “enamorado”. Estas nociones se encuentran asociadas en el
significado al deseo de asimilación de la subjetividad alterna como un modo de asegurar
su control y al deseo de fusión aniquilante en el “Yo-el-mundo”, porque “las
proyecciones de propiedad sobre otra persona son las formas de buscar finalmente
nuestras seguridades” (Pisano, 2004b: 185), un modo de resolver el miedo de orfandad
(Lagarde, 2012). En la misma línea se encuentra la idea de fidelidad amorosa, siendo el
reconocimiento explícito, la ruptura del tabú, de que el amor romántico está basado en
el dominio, en la relación amo/siervo.
El dolor, la angustia, el miedo, el ahogo, la muerte son positivas en la dialéctica de la
negatividad, que sugiere que aquello más deseado es, precisamente lo que lleva a la
perdición. Todas estas emociones, sensaciones y símbolos, están relacionadas con el
miedo: a no encontrar, no reconocer, a que no dure, a que se vaya, que no retorne, que
se pierda, que se apague, que escasee, que se acabe… El Amor. Porque, como faceta
humana ideológicamente prevalente, El Amor se pretende cómo único y eterno, lo cual
nos lleva a la idea romántica del “amor de la vida”, el “verdadero amor”, único e
irrepetible, que aunque fracasado permanece como huella indeleble y reconocible para
las próximas experiencias que deberán “conformarse con lo que ha quedado”.
2.2. El modelo amatorio romántico parejil-familista
De la articulación en el pensamiento amoroso (Esteban, 2011) de diversas
construcciones ideológicas, símbolos, nociones y teorías en torno al amor emergen
modelos amatorios (Pisano, 2004a/b), que estructuran y orientan la práctica amatoria,
estableciendo marcos y pautas de comportamiento en relación con las diversas
dimensiones y espacios de la vida social. Los modelos amatorios son a su vez socio-geohistóricos y por lo tanto se encuentran relacionados con la particular sociedad, cultura y
tiempo en el que se desarrollan y, valga la redundancia, responderán a las ideologías
hegemónicas del contexto.
En consecuencia, los modelos amatorios serán diversos y diversamente entenderán,
agruparán, clasificarán, regularán y jerarquizarán, por una parte (al menos),
idealización, erotismo, intimidad y durabilidad; por otra, la interacción entre los
individuos y el parentesco (Esteban, 2011). Así, en una sociedad basada en la
supremacía de algunos sobre otros, los modelos amatorios serán en consecuencia
jerárquicos: heteronormados, clasistas y racistas. Y, puesto que responden a una base
ideológica fundamentada en un eterno binario, serán también modelos pares, es decir,
en pareja.
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Margarita Pisano (2004a) plantea que las mujeres nos encontramos atrapadas en un
modelo amatorio que además de romántico es parejil y familista19, cuya profundidad y
asentamiento en el simbólico es de tal modo hegemónica, que tiene la capacidad de
recuperar para sí las experiencias afectivas que intentan subvertir la heteronorma.
Según este modelo, la experiencia amatoria tiene sólo un camino: la pasión amorosa, la
pareja y la familia, y todas las relaciones debieran conducirse del mismo modo. En esta
“religión amorosa” la unidad divina se alcanza en la pareja, en el matrimonio, y la
trascendencia, en la familia. Es el triunfo final de una particular visión de la
trascendencia, posible sólo a través de la comunión Sujeto/Religión/Estado: la trinidad.
El modelo parejil-familista está a su vez idealizado, atribuyéndosele características que
de per se no posee: “no es comprensivo, honesto, fiel ni tampoco un lugar de derechos
humanos. Todas estas condiciones las tienen o no las personas por sus valores y
creencias culturales” (Pisano, 2004b: 93-94), porque si nuestra socialización “mujeres”
es en la dominación, en un no ser que se materializa a través del ser masculino, no es
posible una relación de horizontalidad, porque la base es el dominio.
Este modelo impulsa a las mujeres a la pareja, la convivencia, el matrimonio, y bajo
este mismo se sostienen los imperativos relacionados con la maternidad y la familia. La
articulación del romántico, la pareja, el matrimonio, la maternidad y la familia es posible
mediante el espacio vacío del happyend que le sitúa “*…+ en el mundo del matrimoniofamilia-consanguinidad con su proyección de fidelidad para toda la vida” (Pisano,
2004b: 94). Es el definitivo alivio del burgués frente a la incertidumbre romántica.
Así como el amor implica una felicidad obligada, no ser parte del modelo implica el
supuesto de infelicidad, carencia, in-completitud20 e imposibilidad de trascender. Por
ello, indica Pisano, “ante esta perspectiva la gente se queda aferrada a una pareja por el
miedo de transitar por estas soledades, que expresan - para lo establecido - el sin
sentido del vivir *…+ un ser solo, sin pareja establecida, empieza a ser un apartado”
(2004b: 94).
Pero el modelo amoroso romántico parejil-familista fracasa siempre o casi siempre
(Bosch et al. 2004-2007), porque “viene mal nacido y en estas condiciones es el lugar de
la violencia, física, intelectual y psicológica. *…+ es el gran espacio de las decepciones y
las ilusiones nunca alcanzadas” (Pisano, 2004b: 95). Pero no es sólo una desgracia, es
también tremendamente peligroso para las mujeres, porque han sido socializadas en la
dominación masculina, que les lleva a creer que sólo por la intervención del amor
proveniente de un otro-pareja-masculino, con quien se constituye pareja y familia (y se
vive feliz para siempre…), cobra sentido la vida (Bosch et al. 2004-2007). Así, el amor
deviene un elemento estructural de la feminidad (Esteban, 2011: 107) que convierte a
las mujeres en una identidad trágica: “alguien que espera” (Ibíd.). Y, “aunque todas las
mujeres no aspiren a encontrar un hombre rico o ni siquiera se sientan atraídas por
hombres, y/o estén satisfechas con sus propios proyectos, sí siguen fantaseando
(muchas) con alguien que está en algún lugar esperándolas. O más bien ellas esperan”
19
Conceptualizaciones acuñadas y desarrolladas por Margarita Pisano.
La palabra incompletitud no existe en el diccionario RAE sin embargo si existe completitud referido a la
cualidad de completo, por este motivo se ha separado con un guión del prefijo negativo in.
20
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(Ibíd.).
Uno de los mayores riesgos de este modelo amatorio es su valoración distorsionada de
la dificultad y el riesgo, pues ve en ellos las pruebas del amor. El amor redime al
pecador, al maltratador; el amor salva al perdido y al condenado; porque el amor es
devoción y pertenencia; porque el amor resiste a todas las dificultades; porque “contigo
a pan y cebolla”; porque “con sangre de mis venas te marcaré la frente, para que te
respeten y sepan que tú eres mi propiedad privada”21. Este amor no es más que “el
deseo de tener-poseer para completarse” (Pisano, 2004b: 95), puro deseo egótico, puro
deseo capitalista, pura violencia; y, la presencia permanente y continua de su retórica en
los diversos medios culturales - literatura, música, cine, publicidad - no hace más que
reproducir y recrear el modelo, extendiéndolo y eternizándolo al infinito (Bosch et al.
2004-2007).
3. El Segundo Closet
Hace años que el movimiento lésbico feminista denuncia y busca problematizar desde
una perspectiva política el maltrato y la violencia en las relaciones de pareja lesbiana.
Sin embargo, el fenómeno continúa siendo invisibilizado y silenciado pues, en primer
lugar, en torno a él se articula un complejo entramado de prejuicios que niegan su
existencia basándose en los roles y estereotipos que derivan de la construcción de
género heteronormada (Tron, 2004; Marín Rojas, 2009); en segundo lugar, por la
invisibilización y aislamiento de las parejas lésbicas, consecuencia de la discriminación y
la lesbofobia, social e internalizada, (Sardá, 1996; Viñuales, 2002; Falquet, 2006; Marín
Rojas, 2009); y, por último, por las dificultades “estratégicas” que implica para ciertos
sectores del movimiento LGBTI centrados en la lucha por el matrimonio y la adopción,
pues enturbia las posibilidades de aceptación al relacionar a la pareja no heterosexual
con comportamientos violentos socialmente indeseables (Marín Rojas, 2009).
El programa argentino Desalambrando aborda el maltrato y la violencia entre lesbianas
desde el año 2002, un tema que en Latinoamérica, dadas las condiciones de
discriminación y exclusión hacia las personas no heterosexuales, fortalecidas entre otros
factores por el imperio de las dictaduras y su herencia, ha sido relegado y visto
dificultades para su debate y reflexión. Pese a lo anterior, gracias a Desalambrando y a la
insistencia y compromiso de diversas activistas se ha logrado generar e iniciar la
sistematización del conocimiento y reflexiones en torno al fenómeno, comenzando a
hablarse del Segundo Closet (Eiven, 2006; Marín Rojas, 2009) dada su similitud con la
situación de ocultamiento, encierro, invisibilización, negación y angustia (como falta de
aire) que viven las personas no heterosexuales al verse forzadas, por temor o seguridad,
a no revelar su orientación diversa, siendo este el primer closet.
Salir del closet22 implica una serie de riesgos para las lesbianas: el rechazo del entorno
21
22
Del vals peruano “Propiedad Privada”, de Modesto López Otero.
Salir del armario, coming out.
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social significativo, la violencia, la marginación, la ridiculización y la discriminación, son
algunos de ellos. Sin embargo, salir del segundo closet implica, primero, una ruptura con
las expectativas de refugio, salvación y paz, creadas en torno a la pareja y que se
sustentan en los ideales del amor romántico y el modelo amatorio hegemónico de tipo
parejil-familista; segundo, implica asumir los problemas con la pareja y entrar en tensión
con una compartida comunidad lésbica constituida como espacio de acogida,
aceptación y seguridad que tiende (por los motivos ya expuestos) a negar, silenciar o
invisibilizar la existencia de maltrato y violencia; tercero, pone en riesgo la seguridad del
secreto de una lesbianidad no reconocida en los espacios de interrelación social y; por
último, el mayor riesgo: la incredulidad, fundamentada en los estereotipos y roles de
género que asignan a lo femenino la suavidad y la pasividad (Marín Rojas, 2009).
La investigación que presenté el año 2009 habla de las características que constituyen el
contexto social, político y personal de quienes conforman pareja, donde se promueven y
articulan la lesbofobia, la heterosexualidad obligatoria, los modelos de poder basados
en el género, el modelo de amor basado en la perpetuidad de la pareja y la familia y que
constituyen un marco continuo de discriminación, maltrato y violencia, enmarcado a su
vez en el continuo estructural de violencia contra las mujeres. Afirmar que la violencia y
el maltrato se enmarcan en un continuum23 de violencia hacia las mujeres señala tanto
el carácter estructural de la misma como enfatiza en que los hechos de violencia,
maltrato y discriminación no están aislados entre sí, sino que se encuentran articulados
e intersectan con otros sistemas de opresión. Una salida real del segundo closet
requiere ir a la base del mismo, es decir cuestionar y deconstruir la realidad que
sostiene los mencionados continuos.
Cuando hablamos de violencia y maltrato al interno de una pareja lesbiana no estamos
necesariamente y/o exclusivamente hablando de aquella ejercida por parte de una de
las componentes hacia la otra o viceversa24, hablamos de un sistema particular donde el
continuo queda en evidencia mediante la articulación de la discriminación, lesbofobia,
misoginia, invisibilización y otras formas de privilegio y poder que construyen la
opresión y la subordinación25. No se trata sólo de un contexto o una historia de
violencia, sino de una estructura basada en la desigualdad y en la sanción de cualquier
intento de subversión, mediante mecanismos de culpabilización, marginación y
exclusión, de los cuales el maltrato y la violencia forman parte. Esta estructura se
sostiene a partir de constructos ideológicos que dan origen a modelos de afectividad,
sexualidad, familia y comunidad.
No pretendo con esto victimizar a las lesbianas ni exculpar a quienes ejercen violencia
por el hecho de ser parte de un colectivo discriminado. Mi intención es señalar que, si la
violencia es un continuo estructural, son necesarias ciertas claves que la legitimen como
forma de ejercicio y perpetuación del poder, que legitimen a su vez los sistemas
jerárquicos de poder y, mecanismos de culpabilización que lleven a quienes la padecen a
23
La noción de la violencia como un continuum fue desarrollada por Liz Kelly en 1988. Utilizo durante todo el
texto la palabra castellana continuo.
24
En la primera investigación se rechaza la idea de la existencia de un maltrato y violencia mutua y equivalente.
Véase Marín Rojas 2009.
25
Racismo, clasismo, privilegios coloniales, territoriales y otros.
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aceptarla como legitima sanción a sus transgresiones. Esas claves encuentran su lugar
en la construcción ideológica del amor.
Como se ha dicho, abordar el maltrato y la violencia en relaciones lésbicas significa ir a
la base que estructura las desigualdades, cuestionarla y deconstruirla, afrontando a su
vez las particularidades que implica el pertenecer a un colectivo excluido como lo es el
de las lesbianas, sin perder de vista la articulación de los diversos sistemas de opresión
con la construcción ideológica hegemónica del amor. Según mi investigación del año
2009 dicha articulación está presente en distintos niveles y ámbitos de la biografía de las
lesbianas, sea en un nivel estrictamente individual, de pareja y/o colectivo, como
opresiones, reconocidas o no, que se vivencian como provenientes de un externo, pero
también como prácticas y discursos que se reproducen hacia sí mismas, a modo de un
continuo de discriminación, maltrato y violencia. Éste es, en sí mismo, un elemento de
conflicto en la medida que la relación y experiencia individual con él puede establecer
jerarquías de poder diversas basadas, por ejemplo, en la visibilidad, redes, aceptación
familiar y otras.
Para ilustrar lo anterior, operacionalizo tres ámbitos de la experiencia biográfica
personal de las lesbianas -individual identitario, social contextual y relacional (Marín
Rojas, 2009)- interrelacionados circularmente entre sí, en cada uno de los cuales el
continuo es confrontado e internalizado como modelo de sufrimiento proyectable tanto
hacia otras lesbianas como hacia sí mismas y que, en tanto experiencia vital, está
presente en la construcción de pareja lésbica, cerniéndose como una amenaza al
amparo de la construcción ideológica romántico amorosa parejil-familista. En cada uno
de estos ámbitos son fundamentales los procesos de asumirse26 lesbiana y de salir del
closet27, pues implican una puesta en tensión de la heteronorma y un enfrentamiento
material y simbólico de las sanciones asociadas a su transgresión. Asumirse y salir del
closet no son procesos con principio y fin, sino que se retorna permanentemente a ellos,
en tanto que las experiencias personales y los espacios social-simbólicos se modifican.
Al ser procesos continuos y en constante revisión, son relevantes en la construcción de
relaciones amorosas lésbicas, pues en ellas es necesario acordar la gestión de los
procesos individuales en relación con los espacios sociales significativos, sean estos
familiares, de amistad, formación, trabajo u otros, donde la norma heterosexual se
manifiesta explícitamente y sanciona. El enfrentamiento permanente de la
heteronormatividad atraviesa todos los espacios de la vida como un imperativo
particularmente coercitivo sobre las mujeres y por tanto sobre las lesbianas, debido a
que su autonomía y autodeterminación es más ampliamente negada y su vida, pública y
privada, su afectividad, cuerpo y sexualidad son objeto de mayor control.
Así, el continuo se manifiesta de formas diversas, desde el exterior y también desde el
interior, articulándose de múltiples modos con la ideología amorosa, tensionando a la
26
Proceso que implica el reconocimiento personal e íntimo de atracción, orientación o preferencia sexual hacia
personas del mismo sexo, a la vez que el proceso de reconocimiento de las consecuencias personales, sociales y
políticas de no adherir totalmente a la heteronorma (Véase Marín Rojas, 2009).
27
Proceso de tránsito del ámbito privado al ámbito público donde se explicita la orientación o preferencia sexual
hacia las personas del mismo sexo. Puede hacer diferenciación de espacios sociales, separando aquellos donde la
salida es efectiva de otros en los que en muchas ocasiones se observa un comportamiento que no “levante
sospechas”.
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pareja al tiempo que actúa como el obstáculo de la narrativa romántica, dotando a la
relación de la necesaria épica dolorosa propia del modelo.
En el ámbito individual identitario28, relacionado con el proceso autorreflexivo e
individual de asumirse, la pareja enfrenta tensiones necesarias de gestionar, tales como
la proyección de la culpa lesbofóbica29, la introyección de la lesbofobia, el “grado” de
asumida30, la asociación de valor del ser lesbiana y la dificultad para nombrarse.
A estas tensiones sobre la pareja, propias de la acción e internalización del continuo, se
suman aquellas que emergen del dar a conocer la orientación sexual o preferencia al
entorno emocional y socialmente significativo: ámbito de la experiencia social
contextual; relacionado con el proceso de salir del closet, lo que se produce en diversos
niveles de relación, intensidad y publicidad. En este ámbito el continuo toma múltiples
formas, entre las cuales se encuentran: la obligación al “ghetto” para manifestar afecto;
la doble vida; la necesidad de dinero para asistir a lugares “gayfriendly”, miedo a las
agresiones lesbofóbicas; miedo a la pérdida de la fuente de ingresos por motivos
lesbofóbicos y la reducción de las redes de apoyo31, son algunas.
En un tercer nivel, el del ámbito de la experiencia relacional, relacionado con los
procesos de conformación de relaciones afectivas, eróticas y sexuales con personas del
mismo sexo - no necesariamente relaciones de pareja ni duraderas-, “realizando” el
deseo y confrontándolo al de un/a otro/a diverso, se acumulan nuevas tensiones que
interactúan sinérgicamente con las otras, convirtiendo a la pareja en un espacio de
riesgo, un espacio romántico. Entre estas tensiones encontramos: soledad y
dependencia de la pareja; precipitación de la convivencia32; miedo a no representar el
mismo atractivo sexual que un hombre; adecuación de la relación a modelos
tradicionales con el fin de obtener aceptación; amistades en común; negación y
ocultamiento de la relación; entre otras.
Como se ha dicho, las tensiones son expresiones del continuo de discriminación,
maltrato y violencia que afecta a las lesbianas y, por lo tanto, operan a modo de
controles heteronormativos. Los controles heteronormativos comprenden desde la
omisión en el lenguaje de las alternativas sexuales distintas a la heterosexual, a la
discriminación y la amenaza social, limitando de este modo no sólo los espacios de
relación sino que las posibilidades de supervivencia, sea en términos económicos
(trabajo) y de acceso a derechos (salud, educación, etc.), como en la reducción de las
redes de apoyo, solidaridad y cuidados.
La misoginia, la discriminación y la lesbofobia son formas de violencia social que no sólo
se experimentan individualmente, sino que afectan y tensionan la construcción de
28
Los ámbitos y sus tensiones se encuentran ilustrados gráficamente a modo de mapas de tensiones acumuladas.
Véase: Marín Rojas, 2009; 2013.
29
Si la otra no existiese no se sería lesbiana.
30
Jerarquía que algunas lesbianas establecen sobre el cuánto se reconoce y se “es” lesbiana.
31
El ocultamiento de ciertos aspectos de la vida a personas que conforman la red de apoyo es uno de los efectos
críticos de la lesbofobia social e internalizada en tanto que genera y profundiza el aislamiento, el encierro de a
dosy por tanto las relaciones de dependencia afectiva, emocional y económica en la pareja.
32
Se agudiza en casos en los que la lesbofobia social obliga a la huida de alguna de las partes.
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relaciones afectivas, inclusive las de amistad. En el caso de las relaciones de pareja
lésbica la violencia estructural las hace más proclives al aislamiento social, al encierro de
a dos (Falquet, 2006) y a la dependencia, en tanto que la pareja constituye la única red
de apoyo (Marín Rojas, 2009). Del mismo modo los modelos de afectividad de carácter
romántico promueven idearios en torno a la pareja en los que, sin aparente
contradicción, confluyen tanto la salvación, la contención y el refugio frente a la
hostilidad lesbofóbica, como los celos y la propiedad sobre la otra persona (Marín Rojas,
2009).
Los modelos de afectividad son heteronormados y regulados en sus posibilidades de
ejercicio. En el caso de las relaciones afectivas en las cuales la sexualidad esté
involucrada, ésta sólo es aceptada en el caso de que se ajuste a lo promovido como
bueno y sano: heterosexual, en pareja, intramatrimonial, con fines reproductivos,
intrageneracional, etc. (Rubin, 1989). Quienes cumplen con todos o la mayoría de los
requerimientos y prácticas sexuales heteronormativas gozan de ciertos privilegios,
siendo el más importante de todos, la legitimidad social de sus prácticas. El imperativo
heterosexual, el modelo amatorio hegemónico y su pulsión hacia el establecimiento de
la pareja única y para toda la vida, forman parte de la estructura dentro de la cual se
conforman las relaciones amorosas lésbicas y que, con el fin de obtener parte de la
esquiva aceptación, reconocimiento y legitimidad social, adscriben a valores
heteronormados, heterosexualizados, binarios y jerarquizados.
Cabe preguntarse: si el modelo es heteronormado y heterosexual, si está basado en las
jerarquías y el dominio, si es un modelo que se sostiene en el miedo, el maltrato y la
violencia ¿cómo y por qué las lesbianas suscribimos a él?, ¿es acaso una suscripción
instrumental basada en la búsqueda de legitimidad y garantías de derechos?, ¿o es más
bien que este modelo penetra particularmente en las lesbianas en tanto que
socializadas como mujeres y viene luego adaptado a la propia realidad?
4. Reflexiones finales
El capítulo de la investigación que da origen a este artículo parte de la premisa de que el
sistema heteronormado, que es heterosexista, misógino, racista y clasista, se vale de
distintos mecanismos para sostener su hegemonía, en la cual las mujeres carecen de
una subjetividad propia más allá del deseo masculino. A partir de éste, sostengo como
una de las principales conclusiones el carácter ideológico del amor romántico, el cual se
modifica continuamente según los contextos sociales, geográficos, históricos y políticos
en los que se desarrolla. Siendo así, en una sociedad capitalista neoliberal, por lo tanto
heteronormada, los valores que encarna el amor romántico son los del capitalismo
neoliberal: la propiedad privada y la meritocracia.
Vinculado a lo anterior, sostengo que el modelo amatorio promovido en dicho sistema
es parejil y familista, mediante el cual se estructuran heteronormativamente las
relaciones de afecto, solidaridad y cuidados tanto como el erotismo y las prácticas
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sexuales, estableciendo una jerarquía de vínculos que privilegia, simbólica, material y
legalmente, un cierto tipo de relaciones por sobre otras, como podrían ser por ejemplo
las relaciones de amistad. En este contexto, la desobediencia y la disidencia vienen
normalizadas y adecuadas a los intereses de un sistema que reproduce su lógica binaria
de jerarquía y poder no sólo sobre las lesbianas, las mujeres y otras desobedientes, sino
también sobre todos los seres humanos y la naturaleza en su conjunto.
En efecto, la representación de la afectividad lésbica en el cine33 y la literatura, está
basada en la construcción ideológica del amor romántico, la cual es en esencia de
carácter heteronormativa, generando pautas relacionales e imaginarios afectivos que
exaltan la negatividad, el sufrimiento, la muerte y la aniquilación como parte
fundamental y necesaria del amor. En dichas representaciones no sólo “se representa”
sino que también se difunde, promueve y perpetúa el amor romántico parejil-familista
como un modelo de afectividad deseable para las lesbianas. En el caso del cine, las
películas de temática lésbica se valen de la estructura narrativa romántica, cuya retórica
de dialéctica negativa es resuelta mediante la suscripción al modelo amatorio
hegemónico. A partir de esto, afirmo que esta estrategia tiene por fin servir a la
heteronormalización y recuperación por parte del sistema neoliberal de las lesbianas,
como sujetos desobedientes o disidentes frente al imperativo heterosexual,
convirtiéndolas en agentes cómplices del mantenimiento y reproducción del sistema.
Sin embargo, pese a la oferta de legitimidad social que significa la suscripción al modelo
amatorio parejil-familista, esta no resuelve el continuo de discriminación, maltrato y
violencia que afecta a las lesbianas, por el contrario lo refuerza, pues les orienta a un
tipo de relación permanentemente amenazada por la lesbofobia social e internalizada.
Lo anterior, asociado a la pulsión hacia el deseo de establecer pareja según la
idealización romántica de refugio, el deseo de terminar con la marginalización, el deseo
de propiedad y el miedo a la pérdida, tensionan el espacio relacional convirtiéndolo en
un escenario fértil para la emergencia de dinámicas de maltrato y violencia en su seno.
La narrativa romántica lésbica culmina siempre en la conformación de la pareja,
omitiendo, cancelando, la omnipresencia terrorista de la heteronorma, al tiempo
reforzando los contenidos ideológicos de la construcción del amor romántico parejilfamilista.
La promesa de felicidad eterna del amor romántico parejil-familista es no sólo una
falacia, sino también un peligro para las mujeres y las lesbianas. Sin embargo y pese a
todo, las lesbianas adherimos, pues la heteronorma constituye un obstáculo tan
omnipresente como la materialidad del cuerpo, de modo que la promesa romántica de
superación de aquello que separa y margina constituye en muchos casos un anhelo real,
porque el continuo es real. Pero como el amor (tramposamente) feliz es romántico,
parejil y familista, no sólo tendemos a adherir a él, sino que además permanecemos,
aunque nos haga profundamente infelices, porque como lesbianas “debemos ser
felices” dentro de este modelo, porque es el que otorga el acceso, aunque sea mínima y
efímeramente, al tan ansiado mundo de los privilegios del sistema heteronormado.
El continuo de discriminación, maltrato y violencia está en el centro de la construcción
33
Véase Marín Rojas, 2013
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ideológica romántica parejil-familista. Luchar contra él implica cuestionar y avanzar en la
desconstrucción de la base ideológica que sostiene y perpetúa al amor romántico, su
modelación amatoria neoliberal y el conjunto de imaginarios, expectativas,
dependencias y realidades que de ella derivan.
La investigación que da origen a este artículo tiene como uno de sus resultados
relevantes el desarrollo y profundización de un marco para la reflexión en torno al amor
romántico, el maltrato y la violencia en el seno de las relaciones de pareja lesbiana. Este
artículo da cuenta de dicho marco, en un contexto de casi total ausencia de literatura e
investigación en torno al tema, debido a la invisibilización de la existencia lesbiana, la
negación de la existencia del maltrato, la idealización del amor lesbiano y, por supuesto,
a los énfasis que el financiamiento da al desarrollo de investigación. El presente es, por
lo tanto, una invitación y una provocación al desarrollo de investigación y estudios
lésbicos, al debate, la reflexión y la acción tendientes al cuestionamiento y
deconstrucción de los modelos hegemónicos de afectividad, a la vez que un desafío a la
necesidad de profundizar y perseverar en la lucha política radical contra toda forma de
discriminación, maltrato y violencia.
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Fecha de Recepción: 30 de julio del 2014
Fecha de Aceptación: 11 de julio del 2015
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Niños y niñas transgéneros: ¿nacidos en el cuerpo equivocado o en una
sociedad equivocada?
Transgender children: born in the wrong body or in the wrong society?
Ximena de Toro
Resumen
Algunos niños/as tienen una identidad de género que difiere de su sexo biológico. Ellos
y ellas, los niños/as transgéneros, son a menudo vistos como problemáticos dado que
amenazan la construcción de género binaria predominante en la sociedad. Sin embargo,
en vez de ser una amenaza, los niños/as transgéneros son parte de la diversidad
humana y nos hace comprender la identidad de género como un conjunto de
posibilidades. El objetivo de este ensayo fue explorar en el desarrollo de los niños
transgéneros a la luz de influyentes teorías, enfatizando sus limitaciones y fortalezas,
junto con reflexionar sobre algunos elementos a considerar en el espacio terapéutico
con niños transgéneros en el contexto escolar. Para ello se examinó qué es lo que se
conoce actualmente acerca de los niños/as transgéneros y las dificultades que ellos y
ellas tienen que enfrentar en las distintas etapas de su desarrollo.
Palabras claves: niños transgéneros, identidad de género, diversidad humana, terapia,
escuela
Abstract
Some children have a gender identity that does not match their anatomical sex.
Trangender children are often seen as problematic because they threaten the binary
construction of gender embedded in the society. However, rather than a threat,
transgender children are part of the human diversity, and make us understand that
gender identity is a fluid continuum. The aim of this essay was to explore in the
transgender child’s development in light of relevant theories, emphasizing their
limitations and assertiveness, in addition to some elements to consider when
counselling transgender children in a school setting. This essay examined what is
currently known about transgender children and the difficulties that they have to cope
with in the different stages of their development.
Key words: transgender children, gender identity, human diversity, counselling, school

Trabajadora Social de la Pontificia Universidad Católica de Chile; Magíster en Estudios de Infancia de la
Universidad de Edimburgo; Diplomada en Niñez y Políticas Públicas; Diplomada en Intervención en Abuso Sexual
Infantil; Diplomada en Género, familia y políticas públicas. Actualmente es parte del equipo nacional de Chile
Crece Contigo del Ministerio de Desarrollo Social. Ha ejercido como docente y ha colaborado en investigaciones
vinculadas a familia e infancia.
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Una vida es todo lo que tenemos y vivimos según como creemos que
hay que vivirla. Pero, sacrificar lo que eres y vivir sin creer, es un
destino más terrible que la muerte.
Juana de Arco (n.d)
Introducción
El propósito de este ensayo es examinar el desarrollo psicosocial de los niños y niñas
transgéneros, brindando ciertas orientaciones a los terapeutas que trabajan con ellos
en el contexto educacional. El argumento basal es que las teorías propias de la
psicología del desarrollo, tales como la teoría de Erik Erikson, son insuficientes y
limitantes para comprender y trabajar con la diversidad de niños, niñas y adolescentes.
Por lo tanto, otras corrientes teóricas, junto con un rol más amplio del terapeuta
involucrado en el sistema de salud o en el contexto educacional se requiere para
trabajar con ellos y ellas. Los especialistas concuerdan en que muy poco es conocido
acerca de cómo ayudar a los niños transgéneros (Brill y Pepper, 2008; Kennedy y Hellen,
2010; Wester, McDonough, Maureen, Vogel, y Taylor, 2010), aunque existen mayores
probabilidades que ellos se vean envueltos en conductas que amenacen su vida
(Grossman y D’Augelli, 2007).
Este ensayo es altamente relevante en la discusión generada hoy sobre cómo abordar la
equidad de género en el contexto educacional, tema que cobra importancia a partir del
auge de movimientos sociales apuntando a un mayor respeto de la diversidad sexual y
de géneros, y la inclusión de dichos elementos en la agenda pública. Desde la
experiencia profesional de quien escribe este artículo, llama la atención como la
realidad de los niños transgéneros ha surgido como una nueva temática dentro del
SENAME e instituciones educacionales, sin tener necesariamente los profesionales de
dichas instituciones las herramientas para abordar esta realidad, teniendo como foco el
respeto intrínseco a los derechos de niños y niñas. Cabe destacar cómo los medios de
comunicación han levantado distintas historias de niños transgéneros y sobre cómo sus
padres y colegios han reaccionado, debiendo los primeros lidiar con la discriminación
del sistema escolar. Junto a ello un conjunto de películas han aportado a la discusión y a
la comprensión de la realidad de los niños, niñas y adolescentes transgéneros1,
levantando la reflexión sobre la temática.
Sin embargo, la inexistencia de un cuerpo de investigación relevante sobre la temática
en español o que no se conozcan muchos niños transgéneros en Chile, no significa que
no existan, sino que da cuenta de cómo el tema se invisibiliza, esconde, desconoce y
niega. Nos encontramos con padres que no saben cómo enfrentar las demandas de sus
hijos de desarrollarse acorde a su propia identidad de género y no de acuerdo a la
identidad asignada al nacer, con el riesgo de caer en dinámicas de malos tratos; colegios
que obligan a los niños a vestirse de una manera distinta a cómo los niños se sienten; y
1
Algunas películas son: Mi vida en rosa (Francia, 1997); Los chicos no lloran (Estados Unidos, 1999); Tomboy
(Francia, 2011)
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niños y niñas que desconocen qué les está pasando por no contar necesariamente con
el apoyo de adultos con conocimiento de que su proceso es normal y responde a la
diversidad humana. En definitiva, la existencia de niños y niñas que viven una infancia
de negación, malos tratos y rechazo simplemente por comportarse como ellos y ellas se
sienten es, sin duda, un tema que debe ser considerado por la agenda pública.
Primero, este ensayo proveerá antecedentes generales del tema, ilustrando el análisis
con un caso real vinculado a la experiencia profesional de la autora, caso que, de
acuerdo a la revisión bibliográfica, no difiere de las experiencias que los niños
transgéneros enfrentan en otros contextos (Brill y Pepper, 2008; Mallon y DeCrescenzo,
2006; Malpas, 2011). Asimismo, este caso permite reflexionar sobre las consecuencias
de no garantizar dentro del sistema público un trato y una atención psicológica
pertinente y oportuna a todos los niños y niñas transgéneros, independiente de sus
ingresos. Esta atención debiese ser un derecho frente a las dificultades que han de
enfrentar en comparación a otros niños que se sienten cómodos con el género asignado
al nacer.
Posteriormente este ensayo explorará los aspectos significativos del desarrollo de los
niños transgéneros, junto con las barreras que deben enfrentar en el proceso de
formación de su identidad. Este análisis se hará mirando críticamente la teoría de Erick
Erikson. Siguiendo este análisis crítico, se presentarán algunos elementos del enfoque
centrado en la persona, cuyo principal referente es el psicólogo Carl Rogers, destacando
la pertinencia de dicho enfoque para el trabajo con niños transgéneros en un contexto
terapéutico, específicamente en el medio escolar. Finalmente, en la última parte de este
ensayo se darán a conocer algunas reflexiones.
Género, infancia y diversidad
En diversas sociedades, y por muchos años, se ha concebido como normal una
clasificación binaria de las identidades de género, comprendida como una extensión de
los genitales con los que una persona nace. Asimismo, y siguiendo a Brill y Pepper
(2008), para muchas personas los términos “género” y “sexo” son lo mismo. Esta idea se
ha vuelto tan común en las sociedades occidentales y raramente es cuestionada. Sin
embargo, sexo y género son diferentes, y el género no necesariamente está conectado
con nuestra anatomía. El sexo es algo biológico e incluye aspectos relativos a nuestras
hormonas, cromosomas, aparato reproductivo y los genitales, aspectos que son
utilizados al nacimiento para identificar a una persona como hombre o mujer. Para
estos autores, el género es más complicado y refiere a la compleja interrelación entre
los rasgos físicos y nuestro sentido interno como hombre, mujer, ambos o ninguno, así
como a las conductas asociadas a ese sentido interno. Nuestra identidad de género
puede entonces ser la misma o diferente de nuestro sexo.
El género es entendido como un principio básico de organización de la vida social y para
la asignación de deberes, derechos y poderes (Acker, 2004) a partir de su vinculación
con significados, representaciones sociales y funciones asociadas a las diferencias físicas,
las cuales influyen directamente en las maneras de comportarnos y en nuestras
subjetividades. Su importancia radica en que se nos enseña sobre el género desde el
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momento de nacer. Expectativas y mensajes sobre cómo ser y comportarse de acuerdo
al género nos bombardean constantemente. Nuestra crianza, la cultura, los pares, la
comunidad y los medios de comunicación son algunas de las múltiples influencias que
forman nuestra comprensión de qué es el género, aspecto central de nuestra identidad.
Siguiendo a Brill y Pepper (2008) las interacciones entre los padres y sus hijos/as que
hacen alusión al género comienzan tan pronto cuando el sexo del bebé es conocido.
Finalmente, cómo aprendemos e interactuamos con el género desde la primera infancia
influye directamente en la forma de ver el mundo de hoy.
Sin embargo, y contrario a algo natural, el género es un concepto construido
socialmente. Lo que entendemos por ser hombre o mujer varía a través de las culturas y
periodos históricos, como así también varían los atributos considerados “femeninos” o
“masculinos”. Al igual que otras construcciones sociales, el género es monitoreado de
cerca por la sociedad. Prácticamente a todo en la sociedad se le asigna un género. Los
juguetes, los colores, la ropa y los comportamientos son algunos de los ejemplos más
evidentes. Sin embargo, es importante comprender que la típica vinculación entre el
rosado y las niñas, así como entre el azul y los niños, son nociones relativamente nuevas
en nuestra historia (Brill y Pepper, 2008).
Distintos movimientos a lo largo del mundo, como el movimiento queer, han
cuestionado esta visión binaria, luchando por una concepción más amplia del género, y
han dado la batalla por una progresiva integración de las personas que no se ajustan a
los estereotipos de género y a las expectativas que la sociedad tiene sobre los hombres
y mujeres (Martínez-Guzmán y Montenegro, 2010; Waites, 2010). Estos movimientos
han sido claves en levantar la discusión y normalizar el que algunaspersonas tengan una
identidad de género que no coincide con su sexo anatómico.
Si bien las personas transgéneros han logrado salir a la luz pública, la existencia de niños
y niñas transgéneros, esto es, niñas que sienten, piensan, hablan y se comportan como
niños, y niños que sienten, piensan hablan y comportan como niñas, sigue siendo un
tema tabú. Para muchos, puede ser incluso inconcebible, como si el ser transgénero
fuera una transformación decidida en la vida adulta, aunque la literatura señala que las
personas transgéneros se dan cuenta que su identidad de género no coincide con su
sexo biológico generalmente en la primera infancia (Brill y Pepper, 2008; Kennedy y
Hellen, 2010; Mallon y DeCrescenzo, 2006).
Niños y niñas transgéneros son a menudo vistos como problemáticos (Kennedy y
Hellen, 2010), dado que amenazan una construcción de género tan enraizada en
nuestras sociedades que asimila una identidad de género con una genitalidad indicada,
así como también amenazan una visión de la infancia entendida como una etapa de la
vida desvinculada de la sexualidad. En definitiva, son vistos como problemáticos porque
cuestionan una imagen que entiende a los niños como seres moldeables por los adultos,
no cómo sujetos que pueden cuestionar también los parámetros sociales.
Esto sugiere que existe una invisibilización y negación de la diversidad de género en la
primera infancia. Sin embargo, contrario a una amenaza, los niños transgéneros son
parte de la diversidad humana, y evidencian cómo la identidad de género, más que una
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construcción estática y binaria, es un abanico de posibilidades (Malpas, 2011).
¿Atrapados en el cuerpo incorrecto?: Niños transgéneros y la adversidad del contexto.
María tenía 12 años cuando fue derivada a un centro de diagnóstico debido a serios
problemas de conducta que gatillaron un episodio de violencia bidireccional entre ella y
su madre. La primera impresión al ver a María era que se estaba frente a un niño. Nadie
podía dudarlo. Al preguntarle su nombre, María se refería a sí misma como Mario2. De
acuerdo a los antecedentes recopilados, desde que tenía tres años de edad, Mario había
empezado a mostrar “non-conforming gender mannerisms”, o comportamientos y
modos de ser que daban cuenta de una disconformidad con el género asignado al nacer
y/o comportamientos y modos de ser que no se ajustaban a lo que la sociedad espera
para el género femenino. Desde que tenía tres años, él había empezado a sentirse y
comportarse como Mario. Contrario a las creencias existentes, Mario, al tratar de
expresarse conforme a como él se sentía, no estaba desafiando la autoridad de sus
padres, ni tampoco requería mayor disciplina para comportarse como una niña o estaba
pasando por una etapa. Él quería ser un niño y se sentía así.
La prevalencia de niños que presenta diversidad de género, incluyendo los niños
transgéneros, se estima es 1 en 500 niños (Brill y Pepper, 2008). Se entiende por
diversidad de género aquellas conductas o intereses que trascienden el límite de lo
considerado como normal para un determinado sexo biológico asignado a una persona
(Brill y Pepper, 2008). No todos los niños que despliegan una diversidad de género llegan
a ser adultos transgéneros (Rosin, 2008), o desarrollan una sensibilidad, concientización
y un sentir con respecto a su género que es incongruente con su sexo biológico (Wester
et al., 2010).
La transgeneridad es una realidad que cruza cultura, razas, religiones y periodos
históricos. Contrario a lo que se piensa, esto no es causado por una crisis familiar, por un
abuso sexual, por un estilo parental de tipo estricto o liberal. La gente tiende a pensar
que es una fase (Rosin, 2008), una elección o incluso una enfermedad. Sin embargo,
para algunos niños que expresan una diversidad de género constante en el tiempo, no
es una fase ni una elección racional, sino una expresión de la diversidad humana, y si
bien no hay claridad con respecto a sus causas, es posible que la transgeneridad pueda
ser explicada por razones biológicas más que por componentes sociales o por la historia
de vida de una persona (Brill y Pepper, 2008). Sin embargo, a pesar de varios progresos
en cuanto a equidad de género, la hostilidad de la sociedad que culpa a los niños y sus
padres por no adaptarse a las tradicionales normas de género continúa (Mallon y
DeCrescenzo, 2006).
Junto con la distinción entre sexo y género, cabe añadir una segunda distinción entre
género y orientación sexual. Esa última se encuentra “determinada por el deseo natural,
tanto sexual, como amoroso y erótico; hacia otras personas” (Movilh, 2010, p.7). Esta
distinción cobra relevancia dado que el ser transgénero no tiene ninguna relación con la
2
Para hacer referencia al caso expuesto se hará uso del nombre Mario, acorde a la identidad de
género del niño. Cabe añadir que los nombres fueron modificados para proteger su identidad.
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orientación sexual: “en otras palabras, el hecho de ser y sentirse hombre o mujer no se
vincula con el gusto por personas de igual o distinto sexo” (Movilh, 2010, p.10).Así
entonces, nos podemos encontrar hombres transgéneros (personas que nacieron con
genitales del sexo femenino y que tienen una identidad de género masculina) y que
tienen una orientación homosexual (siente atracción hacia los hombres) y otros que
pueden tener una orientación heterosexual (siente atracción hacia las mujeres).
Como la homosexualidad en el pasado, ser transgénero continúa teniendo tintes de
patologización. Hasta el año 2013, ser transgénero se vinculaba a la categoría de los
trastornos sexuales y de la identidad sexual de acuerdo al Manual Estadístico de los
Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría (DSM-IV). Esta
categorización es bastante controversial, pues si bien algunos especialistas distinguen
las variaciones en el género como una enfermedad mental, para otros, los síntomas que
presentan los niños transgéneros, tales como baja autoestima, automutilación, pobre
imagen de sí mismo, abuso de drogas e intentos suicidas (Chen-Hayes, 2001; Grossman
& D’Augelli, 2007) son el resultado de las restricciones que viven, el rechazo de terceros
y las estigmatizaciones por parte de sus familias y la sociedad (Conroy, 2010) en vez de
características propias de la naturaleza de las personas transgéneros (Mallon &
DeCrescenzo, 2006). La desventaja de dicha clasificación reside además en la negación
de la existencia de personas transgéneros sanas y funcionales (Lev, 2005), así como en el
negativo impacto que tiene en las formas de comprender la diversidad de género y por
ende en las políticas y programas que apuntan a una mayor equidad de género.
Tales controversias son profundizadas por las autoras Martínez-Guzmán y Montenegro
(2010) para quienes el debate entre el modelo psiquiátrico y las teorías queers (teorías
que han surgido para visibilizar el carácter de construcción social de las identidades de
género concebidas como naturales), ha dado pie a un complejo mapa de tensiones,
conflictos y acuerdos entre las distintas posiciones, discusión que se encuentra
vinculada a un conjunto de “intereses políticos, estrategias de supervivencia y
adaptación social, negociaciones y reconfiguraciones” (p.28). De esta manera, para
ambas autoras, el transtorno de la identidad sexual, visto desde los lentes de los transconocimientos o de una aproximación alternativa a la cuestión transgénero que se
escinde del modelo patológico y que enfatiza las múltiples y complejas posiciones sobre
las identidades trans, es:
despojado de su aura esencialista-estigmatizante, para quedar abierto a
múltiples cuestionamientos y transfiguraciones pero incorporando las
perspectivas, los intereses y las vidas de quienes se relacionan con él en carne
propia (Martínez-Guzmán y Montenegro, 2010, p.35).
En la última versión de dicho Manual (DSM-V) se desestima la aparición del llamado
trastorno de identidad sexual que asimilaba el ser transgénero con un desorden mental,
y pasa a ser una categoría en sí misma, bajo el nombre de disforia de género, para
referirse a un descontento cognitivo y afectivo con el género asignado al nacer, siendo
definido más específicamente cuando es usado como una categoría diagnóstica (APA,
2013). Lo anterior, pues disforia de género se refiere al estado de angustia o estrés que
viene acompañado con la incongruencia del género que la persona manifiesta y el
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género asignado al nacer. Aunque no todos los individuos expresan tal nivel de estrés
como resultado de dicha incongruencia, de acuerdo al DSM-V muchos llegan a estarlo si
la posibilidad de una intervención física ya sea por hormonas o por cirugía no está
disponible (APA, 2013). Según el manual, este término es más descriptivo que el término
previo usado en el DSM-IV, pues enfoca el problema clínico en la disforia y no en la
identidad (APA, 2013). Sin embargo no deja de ser un término y clasificación
controversial. Cobra entonces sentido la postura inclusiva de Martínez-Guzmán y
Montenegro (2010, p. 34):
no son las identidades las que deben circunscribirse a los lineamientos teóricos o
a los paradigmas de turno, sino la producción de conocimiento la que debe
mutar para generar espacios materiales y simbólicos más habitables; es la ciencia
la que puede aprender de las rupturas y las excursiones extra-normativas y extraacadémicas que llevan a cabo identidades y prácticas no normativas.
Niños y niñas transgéneros a la luz de las teorías del desarrollo
El desarrollo es el proceso por el cual un organismo, humano o animal, crece y cambia a
lo largo del transcurso de la vida (Smith, Cowie, y Blades, 2003), varía entre un niño y
otro, así como también varía el sentido del sí mismo, lo que en inglés se denomina el
sense of self. El sentido del sí mismo ha sido ampliamente analizado por diferentes
escuelas de pensamiento en la medida que los individuos traen tal sentido del sí mismo
a terapia (Brinich y Shelley, 2002).
Para efectos de este ensayo, y con el fin de comprender el desarrollo de los niños y niñas
transgéneros, dos conceptualizaciones del sentido del sí mismo serán consideradas y
puestas a discusión. La primera, una perspectiva psicoanalítica a la mano de Erik Erikson
quien en su teoría propone un sentido del sí mismo maleable (Brinich y Shelley, 2002),
enfatizando el proceso de formación de la identidad y el puente entre lo intrapsíquico y
lo intersubjetivo (Bohleber, 2010). Segundo, una perspectiva humanista sostenida por
Carl Rogers quien sostiene una perspectiva relacional del ser (McMillan, 2004; Hawkins,
2008).

La infancia: la concientización de la diferencia.
Mario tenía tres años cuando empezó a sentir una fuerte identificación con niños,
prefiriendo estereotipos masculinos de juguetes y actividades. Como todos los niños,
Mario trataba de encontrarse y definirse a sí mismo por medio de la identificación con
objetos y clamando ciertas características como propias (Bohleber, 2010). Su madre
inicialmente lo animaba y trataba de que adquiriera costumbres femeninas, pero sus
intentos fueron infructuosos. Al mismo tiempo, ella era criticada por no forzar a su hijo a
usar ropa y peinado característicos de las niñas. La familia extensa se sumó a las críticas,
rehusando invitar al niño a las fiestas familiares hasta que aceptara usar ropas
femeninas. La madre de Mario, confundida sobre cómo criar a su hijo, intentó buscar
apoyo psicológico. Fue así como se encontró con un conjunto de profesionales que la
llenaron de diferentes consejos pero que no fueron capaces de explicarle qué realmente
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le pasaba a su hijo.
Diversas teorías vinculadas a la psicología del desarrollo han surgido para comprender a
los niños y niñas, teniendo dichas teorías una fuerte influencia en nuestras
concepciones sobre la infancia, siendo varias de ellas criticadas por tratar a la infancia
como una etapa de preparación para la adultez, aminorando el valor que la infancia
tiene por sí misma. No obstante lo anterior, la influencia de dichas teorías sigue siendo
preponderante, de allí la pertinencia de mirarlas críticamente a la luz de las experiencias
de los niños transgéneros.
Una de estas teorías más influyentes ha sido la teoría psicosocial de las ocho etapas de
desarrollo humano de Erik Erikson3. Cada una de estas etapas o estadios psicosociales se
caracteriza por contar con una crisis o un conflicto que deben enfrentar los individuos.
Con respecto a la primera etapa, que abarca desde el nacimiento hasta los dos años,
Erikson sugiere que si el afecto y los cuidados no son suficientes, el niño crece
desconfiando de sí mismo y de las otras personas. Esta etapa depende principalmente
del cuidado y el afecto entregado por los cuidadores (Hopper, 2007).
La siguiente etapa, desde los dos a los tres años de edad, trata sobre el desarrollo de la
autonomía o por el contrario, de la vergüenza y dudas acerca del sí mismo (Hopper,
2007). Analizando esta etapa a partir de la literatura sobre los niños transgéneros, es
posible añadir que en este periodo los niños empiezan a desarrollar las habilidades del
lenguaje e identificarse con un género, centrando su atención en aquellos estereotipos y
modelos del mismo género que los guían cómo actuar (Brill y Pepper, 2008). De acuerdo
a Brill y Pepper, la mayoría de las personas tiene una comprensión de su identidad de
género entre los dos y tres años de edad, pero incluso antes los bebés pueden distinguir
a las personas por su presentación y voz, y rápidamente aprenden de sus pares y los
adultos acerca del género de los colores, juguetes, ropas.
Una vez que los niños van adquiriendo conciencia de su identidad de género, van
buscando activamente actuar de acuerdo a los modelos por género. A partir de una
combinación de los condicionamientos sociales y las preferencias personales, a los tres
años la mayoría de los niños prefieren actividades y exhiben comportamientos
típicamente asociados con su género. Para la mayoría, esta conciencia de su género
permanece estable en el tiempo, y tiende a refinarse aún más con el inicio de la
pubertad.
Lo mismo sucede entonces con los niños transgéneros, quienes luchan activamente por
actuar y socializar acorde al género con el que se identifican, tal como Mario, quien,
según informa su madre, empezó a demostrar sus preferencias vinculadas al género en
cuanto empezó a comunicarse. Según lo reportado, Mario tenía las mismas pataletas
que Erikson sugiere que los niños despliegan cuando no se les permite seguir adelante
con sus planes (Hopper, 2007). Estos sentimientos de frustración son probablemente
más experimentados por los niños transgéneros en la medida que los padres o
3
Para efectos del presente ensayo, el análisis se centrará en las etapas relativas a la infancia.
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cuidadores tienden a desaprobar y rechazar preferencias incompatibles a su sexo
biológico, profundizándose de esta forma fuertes conflictos con el niño que no actúa
acorde a los estereotipos, generando angustia en los cuidadores y posibles problemas
en la pareja. Sin embargo, y siguiendo a Erikson, si los deseos de un niño o niña son
continuamente restringidos y los niños tienen que renunciar constantemente a sus
deseos para complacer a los padres, es posible suponer que un sentimiento de
vergüenza puede surgir de dichas discrepancias.
La siguiente etapa, de los tres a los cinco años, es aquella en donde de acuerdo a Erikson
el niño o niña desarrolla la iniciativa o la culpa. Según Erikson (1963, citado en Franz y
White, 1985, p.29), en esta etapa las diferencias de género tienden a polarizarse a partir
de una socialización de los roles asignados para cada sexo biológico: “boys and girls are
differentiated not only by differences in organs, capacities and roles, but by a unique
quality of experience"4.
Adicionalmente, en esta etapa los niños y niñas empiezan a adquirir mayor conciencia
de sus diferencias anatómicas y a incorporar estereotipos de género en sus conductas y
juegos, haciendo uso de los códigos establecidos por género (Brill y Pepper, 2008). A esa
edad, los roles de género se empiezan a refinar a partir de la interacción con otros y de
lo que aprenden de sus familias, medios de comunicación y valores sociales. Siguiendo a
estos mismos autores, los niños a esta edad, aunque vean a personas que actúan en
roles que comúnmente se vinculan con el sexo opuesto, todavía tienden a dividir las
conductas por género. Sin embargo, investigaciones sugieren que cuando a los niños de
este tramo de edad se les entregan ejemplos distintos a través de cuentos o exposición a
situaciones reales, ellos pueden adaptar sus constructos (Brill y Pepper, 2008; Gender
Spectrum, 2014). Con suficiente información, niños de cualquier edad son capaces de
comprender que hay más de dos categorías de género reconocidas por la sociedad, y
cuando se les explica de una manera sencilla y apropiada a su edad, la diversidad de
género es un concepto fácil de comprender (Gender Spectrum, 2014). De allí la
importancia que tiene el sistema educativo en la promoción de la tolerancia hacia las
diferencias de género desde la primera infancia.
En esta etapa, los padres o cuidadores probablemente se van a preocupar si su hijo
prefiere jugar con muñecas y maquillaje que con camiones, o si una niña prefiere
realizar actividades más rudas que estar jugando con barbies y usando un vestido
rosado. Al igual que en los estadios anteriores, dado que es más probable que los niños
transgéneros reciban presión para ajustarse a las normativas sociales, serían más
propensos a sentir culpa de sus propios deseos y necesidades. Ellos todavía no
comprenden que los problemas de género son malentendidos como problemas sociales
(Ettner, 1999).
Posteriormente, de acuerdo a la teoría de Erikson, de los seis a los nueve años de edad
los niños tienen que lidiar con nuevas demandas sociales y académicas, y pueden
desarrollar un sentimiento de competencia si logran desarrollar ciertas habilidades y
4
Niños y niñas se diferencian no solo por sus diferentes órganos, capacidades y roles, sino que también por la
calidad de las experiencias propias (traducción propia)
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responder de manera efectiva a las tareas. Si un niño o niña recibe una
retroalimentación positiva, él o ella se motivará y animará para continuar con nuevas
tareas. Por el contrario, si reciben criticas constantemente, ellos pueden desarrollar un
sentimiento de decepción e inferioridad, situación posible de experimentar por los niños
transgéneros que de cierta forma no estarían cumpliendo con ciertas expectativas
sociales.
Complementando las características de este estadio psicosocial con la literatura relativa
a los niños transgéneros, cabe mencionar que en general a los siete años los niños que
han mostrado una identidad de género cruzada por varios años, estarían dando a
conocer que pueden ser transgéneros, aunque algunos niños deciden no desplegar su
verdadera identidad de género hasta años posteriores (Kennedy & Hellen, 2010).
Siguiendo a Erikson, el consiguiente impacto de una continua desaprobación y rechazo
sobre la autoestima y los sentimientos de competencia de un niño en caso de no
alcanzar una resolución adecuada de cada uno de los conflictos de las etapas
mencionadas (Confianza básica Versus Desconfianza básica; Autonomía Versus
Vergüenza y Duda; Iniciativa versus Culpa; Industria Versus Inferioridad) es comparable
con aquellos efectos descritos por Brill y Pepper (2008) para aquellos niños cuya
identidad de género ha sido reprimida y restringida por terceros, tales como un pobre
sentido del sí mismo, depresión, ansiedad, miedo y rabia. Por ejemplo, en el caso de
Mario, al ir creciendo empezó a exponerse a actividades de riesgo, bajar sus notas, y
desarrollar actitudes desafiantes tanto en el colegio como en su casa. Esto coincide con
las experiencias recopiladas en la escasa literatura en el tema, donde se señala que los
niños transgéneros empiezan a desplegar conductas problemáticas para proteger el sí
mismo, intentando en algunos casos desplazar sus sentimientos de inferioridad al
convertirse en personas que quieren agradar o entretener constantemente a otros, o al
desplegar conductas agresivas y hacer bullying a sus compañeros (Hopper, 2007), como
Mario, quien al mismo tiempo que era víctima de rechazo, reaccionaba agresivamente
contra terceros.
Mario también tenía serios problemas con los profesores, quienes juegan un papel
crucial en la infancia, pero lejos de respetar su identidad de género lo exponían a
situaciones sumamente vergonzosas, tales como preguntarle si usaba ropa de interior
femenina o masculina. Dichos episodios humillantes no son extraños para los niños y
niñas transgéneros (Gender Spectrum, 2014), situaciones ejemplificadas en la películas
mencionadas en la primera parte de este ensayo, en historias de niños transgéneros
descritas por medios de comunicación (Rosin, 2008) o en relatos de familiares (Mansilla,
2014). Otro problema surge cuando las conductas de riesgo son a menudo consideradas
como evidencia de que algo malo sucede con el niño, como parte de la naturaleza de los
niños transgéneros, en vez de comprender dichas conductas como una respuesta
normal en el intento de acomodarse a un ambiente hostil (Mallon & DeCrescenzo,
2006). De la misma manera, los profesionales fallan al desconocer la influencia de otros
sistemas en dichas actitudes, tales como el colegio o el sistema de protección, culpando
al niño o a la familia de estas acciones, (Oaklander, 2006). Finalmente, y es aún más
preocupante, las descripciones negativas que se hacen en relación a las conductas
disruptivas de los niños transgéneros o sobre sí mismos pasan a ser parte de la
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identidad del niño. Por ejemplo, Mario solía describirse a sí mismo como raro e inútil, lo
que no es extraño, toda vez que sus profesores lo culpaban del desorden de la sala, y su
padrastro de los conflictos maritales, al tiempo de referirse hacia él como un monstruo y
la vergüenza de la familia, haciendo uso del castigo físico en caso de un comportamiento
disruptivo. Sin embargo, el uso de la violencia para “curar” a Mario no alivió la crisis
familiar, por el contrario, terminó agravándola.

Adolescencia: enfrentando los cambios corporales.
Después de la niñez temprana y la pre pubertad, la adolescencia es la tercera época más
común en que un niño o niña se da cuenta que es transgénero (Brill y Pepper, 2008),
aunque no necesariamente se definan a sí mismos como tal, ya que en general hay un
desconocimiento que pueden existir niños y niñas transgéneros. Esto se puede vincular
al escaso número de especialistas y la falta de información que hace más difícil para los
niños transgéneros y sus padres enfrentar estos cambios (Ettner, 1999). Este
desconocimiento y falta de información queda en evidencia con los hallazgos de
un estudio realizado con adultos transgéneros en el Reino Unido, que señalan que en
promedio las personas no aprendieron las palabras que los describían hasta los
15,4 años. Una diferencia de 7,5 años desde que fueron conscientes de su identidad
transgénero. Este descubrimiento fue significado por los participantes del estudio como
un alivio (Kennedy y Hellen, 2010).
Siguiendo la teoría de los estadios del desarrollo psicosocial de Erikson, el desarrollo de
la identidad personal caracteriza la etapa de la adolescencia, así como las luchas con las
interacciones sociales y las cuestiones morales. Si un adolescente no es capaz de
aceptarse a sí mismo, de encontrar un satisfactorio sentido del sí mismo, él o ella se verá
confundido (Hopper, 2007), como Mario, quien entrando a la adolescencia empezó a
golpear a su madre. Incluso la policía estaba interviniendo cuando los problemas se
volvieron inmanejables.
Esta exacerbación de la confusión y la crisis familiar puede ser vinculada a la emergencia
de los caracteres sexuales secundarios, un aspecto significativo de esta etapa. Mientras
la mayoría de los niños tienden a aceptar dichos cambios superando ciertos
inconvenientes, los niños transgéneros tienden a enfrentar dichos cambios con estrés,
angustia, vergüenza y aversión (Brill y Pepper, 2008). Así como el caso de otros niños
transgéneros, estos cambios gatillaron conductas autodestructivas en el caso de Mario.
El solía esconder sus senos con desesperación por medio de una faja. A ello cabe añadir
que la exploración sexual es también vivida por los niños transgéneros con mayor
ansiedad, sobre todo cuando interactúan sexualmente con terceros que desconocen su
sexo biológico.
Las limitaciones de la teoría de Erikson para comprender la diversidad humana.
Esta teoría, ampliamente abordada en el campo de la psicología del desarrollo, tiene
varias limitaciones para comprender la realidad de los niños transgéneros. En primer
lugar, no considera la existencia de conflictos de género en la infancia. En contraste a la
teoría de Erikson, quien supone que los principales conflictos y crisis en torno a la
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identidad surgen en la adolescencia (Smith et al., 2003), las luchas que deben enfrentar
los niños transgéneros nos llevan a entender que las crisis de identidad pueden aparecer
en la primera infancia, cuando los niños y niñas aprenden acerca de su cuerpo, del sexo
biológico y las expectativas y roles basados en el género (Grossman y D'Augelli, 2007), al
tiempo que se dan cuenta que las percepciones que tienen de ellos mismos no
coinciden con la percepción de los demás.
En segundo lugar, si bien Erikson tomó en cuenta la influencia del contexto en el
desarrollo infantil, él explica las diferencias entre hombres y mujeres principalmente por
aspectos biológicos en vez de aspectos sociales, construyendo su teoría en una
concepción dualista del género y entendido éste como una extensión del cuerpo
biológico: “one way in which sex permeates personality, as conceived by Erikson, is in his
notion that a woman is never-not-a-woman, a man is never-not-a-man”5 (Franz y
White, 1985, p. 227). Este concepto binario no logra dar cuenta de un abanico de
posibilidades de ser hombre o mujer. En lugar del modelo estático y binario producido a
través de una comprensión exclusivamente física del género, nuestra biología, nuestra
expresión de género y nuestra identidad de género pueden cruzarse de maneras
múltiples (Brill y Pepper, 2008). La diversidad de género es un término que reconoce que
las preferencias de muchas personas y sus expresiones de género no pertenecen a lo
que comúnmente hemos comprendido dentro de las normas de género, siendo parte de
las expresiones humanas documentadas a lo largo de todas las culturas y la historia.
En tercer lugar, de acuerdo a Geldard y Geldard (2008), una integración estable del
individuo de acuerdo a la teoría de Erikson está orientada a la identidad heterosexual,
fallando en reconocer un amplio espectro de orientaciones sexuales.
En cuarto lugar, y siguiendo a Rose (1990), otra crítica posible a la teoría de Erikson,
crítica que se puede hacer extensiva a la psicología del desarrollo, es que en general
muestra un retrato de la normalidad para los niños a una edad. Esto permite a distintos
profesionales evaluar la normalidad de un niño en comparación con esta norma (citado
en Jenks, 2009), en detrimento de los niños que están fuera de esas normas construidas
socialmente, como lo son las del género.
En quinto lugar, y como fue explicado anteriormente, para Erikson un sentido de
competencia surge si un estadio es adecuadamente enfrentado, comparado a un
sentimiento de incompetencia que surge si este es manejado pobremente (Hopper,
2007). Sin embargo, debido a la intolerancia en las sociedades frente a la diversidad de
géneros, las trayectorias del desarrollo de los niños transgéneros para convertirse en
adultos tienen más barreras y son más complicadas. Estas luchas nos llevan a suponer
que el objetivo de una identidad estable no necesariamente se alcanza al final de la
adolescencia, más aún si se asocia una identidad estable con una visión
heteronormativa. Además, los adolescentes transgéneros se enfrentan a incertidumbres
futuras que no les animan a alcanzar la adultez: ¿Es el comercio sexual el único lugar
donde puedo trabajar? ¿Puede la persona que ame aceptarme cómo soy? Teniendo esto
5
Una forma mediante la cual el sexo permea la personalidad, tal como lo concibe Erikson, es su noción de que
una mujer no es nunca una no-mujer y un hombre nunca un no-hombre (traducción propia dela autora)
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en cuenta, se podría dar por sentado, y es la visión criticada en este ensayo, que los
niños transgéneros son menos capaces de desarrollar una personalidad sana e
interacciones sociales adecuadas, incluso cuando estos conflictos se pueden resolver
con éxito más tarde.
Un enfoque teórico más amplio capaz de incorporar la diversidad de género parece ser
entonces más pertinente. Esto es, un enfoque que comprenda el sentido de
competencia como la integración de una identidad de género diversa en el sentido de sí
mismo, un logro alcanzado por las personas transgéneros a menudo en la adultez más
que en la adolescencia (Kennedy y Hellen, 2010). Por ejemplo, el enfoque psicoanalítico
de Carlo Strenger (1997, 2000) quien defiende las múltiples construcciones de la
individualidad, etapas de la vida, roles de género, clase de las familias y sexualidades
(citado en Bohleber, 2010). A partir de dicho enfoque, otras alternativas de
individualización para alcanzar la autorealización y la autenticidad son posibles
(Bohleber, 2010), visión que puede ser considerada como negativa para algunos
cientistas, es sin duda una oportunidad para la integración social de los niños
transgéneros.
El aporte del enfoque humanista para abordar la transgeneridad.
Mario había visitado varios especialistas en materia de salud mental que trataron sus
problemas de conducta, sin ayudarlo a comprender qué estaba pasando con él, incluso
un profesional de la salud le ofreció realizar una prueba genética para confirmar si
era hombre o mujer, lo que aumentó su angustia frente a la posibilidad que dicho
examen corroborara que biológicamente era una mujer. Sin embargo, los
comportamientos desplegados por Mario fueron definitivamente un grito no verbal de
ayuda después de un largo tiempo de lucha con su identidad, sus relaciones sociales y
su autoestima, que son algunas de las razones por las que los niños van a la terapia
(Oaklander, 2006).
Si bien Mario no tuvo acceso a una terapia de calidad en su consultorio, debido a lo
corto de ésta y a la rotación de profesionales, el tener acceso a un sistema de salud
mental no es garantía suficiente. Los terapeutas deben estar preparados para hacer
frente a esta realidad.
Aunque algunos elementos de la psicología del desarrollo son relevantes para ayudar a
los niños transgéneros para consolidar el sí mismo a través de la resolución exitosa de
las crisis de desarrollo (Geldard & Geldard, 2008, p. 32), una perspectiva humanista
centrada en ayudar a los niños a desarrollarse de acuerdo a su propia naturaleza, a
aceptar sus diferencias y a conciliarse con el sí mismo, ha demostrado ser una
perspectiva más adecuada que tratamientos de corte psicoanalítico (Ettner, 1999).
Aquí cabe destacar la perspectiva centrada en la persona de Carl Rogers fundada en la
creencia de que los seres humanos tienen una tendencia inherente hacia el crecimiento,
el desarrollo y el funcionamiento óptimo (Nash, 2008). A través de una relación
terapéutica que no juzga y es cálida, es posible sugerir que los niños transgéneros
pueden alcanzar una verdadera aceptación del sí mismo y desarrollar su potencial. Acá
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el papel del terapeuta es facilitar un espacio seguro donde esta tendencia se puede
trabajar de forma constructiva (Bryant-Jefferies, 2004) y evitar que sea distorsionada
por las condiciones desfavorables (McMillan, 2004).
El apoyo a los niños y niñas transgéneros en el contexto escolar.
Es posible señalar que hay un alta probabilidad que los niños transgéneros sean
derivados a espacios terapéuticos o consejerías dentro de sus establecimientos
escolares (en los que los hay) ya que ellos son más susceptibles de ser juzgados y de ser
víctimas de bullying (Brill y Pepper, 2008). Ser transgénero en una sociedad que
discrimina la diversidad de géneros puede gatillar sentimientos de vergüenza,
aislamiento, desconfianza y un sentido negativo del sí mismo que requieren un apoyo
adicional.
Vale la pena destacar un debate en relación al objetivo del tratamiento que puede
recibir un niño o niña transgénero. Persuadir a los niños para ocultar sus propios deseos,
a fin de cumplir con las expectativas sociales, puede llegar a ser una alternativa
sumamente destructiva que puede aumentar la confusión de los niños. Del mismo
modo, esta práctica no es considerada ética en países anglosajones (BACP, 2010; COSCA,
2011;WPATH, 2012), y ha demostrado su ineficacia, a diferencia de las estrategias
encaminadas a apoyar a los niños transgéneros a desarrollar la confianza en sí mismos y
su integración social, ofreciendo una plataforma de reflexión sobre las múltiples
opciones relacionadas con la expresión del género y la identidad (Malpas, 2011).
Asimismo, se considera relevante apoyar a los niños a comprender que el ser
transgénero es parte de la diversidad humana, normalizando sus experiencias. En este
segundo enfoque, el cambio viene por medio de la liberación de lo que ya existe en el
sujeto (McMillan, 2004). Para ello es recomendable que los terapeutas manifiesten una
disponibilidad a comprender y aceptar las distintas experiencias de los seres humanos
(Bohleber, 2010) y sean capaces de reconocer los costos sociales, culturales y políticos
de ser transgénero para evitar una patologización de los síntomas. Se trata de apoyar su
empoderamiento (Lev, 2000), la realización de su máximo potencial y la búsqueda de
encontrar la comodidad con su identidad de género y su cuerpo (Ettner, 1999), para
fortalecer y mejorar sus relaciones sociales. Los terapeutas deben examinar sus propios
prejuicios para evitar una doble victimización y un contratransferencia negativa (Hopper,
2007), junto con ser sensibles, empáticos y respetuosos frente a las múltiples
configuraciones del sí mismo.
Los terapeutas también deben tener en cuenta que los niños transgéneros no son un
grupo homogéneo, y ser transgénero masculino o femenino tiene diferentes
implicaciones sociales y culturales. Además, una condición previa es respetar las
preferencias de los niños transgéneros asociadas a su propia identidad de género, tales
como sus elecciones en cuanto a ropa, corte de pelo y nombre (Brill y Pepper, 2008). Por
otra parte, los terapeutas tienen que respetar los tiempos de cada proceso, ya que
empujar a un niño a aceptar una identidad transgénero y asumir una transición podría
ser aún más perjudicial. Una transición se refiere al período que el niño revela, se
apropia y asume una identidad de género cruzada frente a otros, debiendo estar
preparado para todo tipo de reacciones (Brill y Pepper, 2008; Lev, 2000). En este
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contexto los terapeutas tienen que desarrollar las competencias para más tarde
orientarlos si deciden someterse a tratamientos de hormonas o una cirugía de
reasignación de sexo, con el fin de hacer frente a estos cambios (Malpas, 2011).
Barwick (2002) describe cómo las terapias en las escuelas a menudo pueden ser un
refugio en la última parada antes de la exclusión (citado en Hawkins, 2008) y convertirse
en un espacio donde los niños pueden confiar sus aflicciones, encontrar significado a sus
experiencias (Lev, 2000), aliviar la culpa de la tensión que sus expresiones de género han
provocado en su familia (Brill y Pepper 2008), fortalecer su autoestima y desarrollar sus
capacidades resilientes para hacer frente a la discriminación.
Junto a ello, algunos autores (Chen-Hayes, 2001; Lev, 2000; Malpas, 2011) recomiendan
un rol más amplio de los terapeutas que trabajan con los niños transgéneros en los
colegios, debido a la falta de capacitación de padres y profesores para atender los temas
vinculados a la diversidad de género. A pesar de que el canon más apreciado en
psicoterapia es que el terapeuta permita al cliente encontrar sus propias soluciones
frente a los problemas, el trabajo con los niños transgéneros a menudo requiere violar
este principio (Ettner, 1999). Brill y Pepper (2008) sugieren que los terapeutas deben
involucrar a profesores y padres con el fin de ampliar una red de aceptación, con tal de
impedir nuevos abusos y conductas de riesgo, y al mismo tiempo que se respete la
privacidad y confidencialidad de la terapia. Cualquier revelación debe incorporar el
permiso del niño o niña. Además, el terapeuta debe ser consciente de que algunas
dificultades pueden aparecer en la interacción con otros profesionales (Mabey y
Sorensen, 1995), como las presiones para obligar al niño o niña a cumplir las
expectativas de género.
Dada la influencia de los profesores sobre los niños transgéneros y sus compañeros, es
recomendable proporcionarles herramientas para atender temas relativos a la
diversidad de las expresiones de género en el aula (Brill y Pepper 2008), defendiendo
una política de tolerancia cero a la discriminación a través de la promoción de una
cultura organizacional de apoyo escolar. Teniendo en cuenta que las escuelas suelen
tener reglas rígidas por género, es importante promover una mayor flexibilidad para
garantizar que todas las identidades de género sean tratados con dignidad (Chen-Hayes,
2001).
De la misma manera, dado que los niños transgéneros tienden a “perturbar” a quienes
normalizan la polaridad de las expresiones de género, especialmente a los padres
(Mallon y DeCrescenzo, 2006), es importante que los terapeutas puedan guiar a los
padres a una verdadera aceptación de sus hijos, quienes sin excepción necesitan sentir
que sus padres creen y confían en ellos. Además, algunos padres podrían necesitar
ayuda para manejar las conductas del niño a través estrategias que no avergüencen a
sus hijos y terminen erosionando su autoestima (Ettner, 1999). Del mismo modo, los
terapeutas deben ser sensibles al impacto en la familia de tener un integrante
transgénero y el impacto que pueden generar la transición del niño (Lev, 2000). En vista
de los temores de los padres respecto al bienestar futuro de sus hijos, el miedo a la
condena, la pena, la auto-culpa y sentimientos de pérdida y vergüenza (Brill y Pepper,
2008), pueden necesitar ser derivados a otro apoyo psicológico.
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Sin lugar a dudas, atender a niños que han tenido que traicionar al sí mismo para
complacer a los demás, ser objeto de rechazo y vivir con la vergüenza (Ettner, 1999) es
una tarea difícil. Aún más teniendo en cuenta que la vergüenza interfiere con otras
actividades y en la formación del carácter. Por lo tanto ayudar a los niños a comprender
la incongruencia de su ser interno y externo (Ettner, 1999) y pasar de una experiencia
del rechazo al respeto del sí mismo (Lev, 2000) puede llegar a ser una experiencia de
liberación transcendental de los niños transgéneros. Ellos y ellas no nacieron en el
cuerpo equivocado. Una mayor apertura a la diversidad nos permite comprender que no
hay una correlación exacta entre nuestro sexo y el género, lo que es vital de trasmitir a
los niños transgéneros. Su cuerpo es igual de valioso que los otros cuerpos, es la
sociedad la que se ha equivocado en discriminarlos.
La importancia de las intervenciones tempranas.
Después del diagnóstico y debido a la falta de recursos económicos, Mario volvió a ser
derivado al sistema público de salud mental. Al año siguiente, Mario falleció al estar
practicando una actividad ilegal de alto riesgo. Es entonces cuando surgen las siguientes
preguntas ¿si Mario hubiera recibido el apoyo que necesitaba de manera oportuna, se
hubiera involucrado en actividades de alto riesgo? ¿Si el sistema de protección le
hubiera brindado el apoyo que requería él y su familia, podría haber vivido?
Conclusiones y reflexiones finales
Los roles y expectativas sociales de género están tan arraigados en nuestra cultura que
la mayoría de la gente no puede imaginar ninguna otra manera de concebir el género.
Como resultado, la mayor parte de los individuos encajan en estas expectativas y rara
vez cuestionan qué significa realmente el género, porque el sistema generalmente ha
funcionado para ellos, sin embargo para algunas personas es distinto
Si bien la mayoría de las personas desarrollan una identidad de género que coincide con
su sexo biológico, para algunos niños y niñas su identidad de género es diferente a su
sexo. Algunos niños pueden tener un sentimiento intuitivo que su identidad de género
no coincide con el género asignado al nacer. Como padres, verse en esta situación puede
ser uno de los mayores desafíos a enfrentar. Nadie espera que su hijo o hija no actúe de
acuerdo al género asignado al nacer. Sin embargo, en la realidad algunos niños no están
conformes con dicha asignación, y esa disconformidad de género puede mantenerse en
el tiempo. Si bien para algunos esa disconformidad puede ser una fase, para otros niños
no lo es. La respuesta se va a clarificar en el tiempo. Independientemente del resultado
final, la autoestima, el bienestar y la salud en general de un niño o niña que no está
conforme con el género asignado al nacer se basará en gran medida en el amor, apoyo y
aceptación incondicional de sus padres.
Las personas transgéneros han demostrado que núcleos centrales del sí mismo, como el
sexo biológico y la identidad de género, son diferentes. Sin embargo, al romper la
construcción binaria y hegemónica del género, ellos y ellas se han convertido en parte
de los grupos más excluidos, muchos de ellos prácticamente limitados a desarrollarse
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laboralmente sólo en el comercio sexual.
Ahora, si ser transgénero es particularmente difícil, ser un niño transgénero lo es aún
más dada la existencia de un gran desconocimiento de esta realidad. Sin embargo, se ha
prestado poca atención a cómo las familias, los profesores y terapeutas pueden apoyar
las distintas expresiones de género. Una tendencia a la patologización no ayuda a
cambiar esta situación.
Es importante comprender que la diversidad de género no es una enfermedad o un
resultado de la mala crianza. No es el resultado de un divorcio o un indicador de abuso
sexual. La diversidad de género no es causada por la crianza liberal, o permisiva, o por
un padre que secretamente deseaba que su hijo fuera el sexo "opuesto". Es normal. La
investigación actual apoya que hay explicaciones biológicas que permitirían comprender
por qué esto sucede (Brill y Papper, 2008). Por lo tanto, los padres no pueden provocar
que su hijo no actúe conforme a su sexo ni tampoco puede intervenir para que un niño
cambie su identidad de género y actúe conforme a su sexo; pero, y es vital, sí pueden
tener un profundo impacto en el bienestar de sus hijos y en cuanto a cómo ellos se
sienten en relación a sí mismos en la medida que los acepten tal y como ellos se
expresan.
Las teorías del desarrollo que se sustentan en una heteronormatividad pueden
profundizar la estigmatización sufrida por los niños transgéneros, quienes tienden a
desplegar varios síntomas y comportamientos que deben ser entendidos como
estrategias para afrontar el dolor de ser objeto de discriminación, en lugar de una parte
de su naturaleza transgénero. Por el contrario, el enfoque humanista centrado en la
persona ofrece una oportunidad para que los niños transgéneros puedan transformar la
percepción acerca del sí mismo a través de una relación terapéutica basada en la
aceptación y la confianza (Hawkins, 2008). Un auténtico reconocimiento de la amplia
gama de expresiones humanas y la singularidad de los niños son elementos
primordiales. Por el contrario, cualquier intento de obligar a los niños a suprimir su
identidad de género con el fin de cumplir con las expectativas sociales más aceptadas ha
demostrado ser infructuoso y poco ético.
La propuesta de trabajo con niños transgéneros acá planteada propone un rol más
amplio del terapeuta frente al posible estado de confusión en que los padres podrían
estar inmersos, a la probabilidad que los niños transgéneros puedan involucrarse en
conductas de riesgo para ellos o para terceros y de ser víctimas de bullying en los
colegios. Independientemente de las capacidades de los padres y los profesores, la
mayoría de ellos no están preparados para hacer frente a la diversidad de género y
necesitan orientación para avanzar hacia una mayor integración y aceptación de los
niños transgéneros en los colegios y en sus familias. Las políticas públicas orientadas a
fomentar la equidad de género dentro de los establecimientos escolares tienen bastante
que decir al respecto.
Por último, se requiere más investigación para apoyar la formación de profesionales de
distinta índole en el trabajo con niños transgéneros, siendo importante difundir estos
conocimientos a los países donde las prácticas y estructuras discriminatorias hacen
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considerablemente más difícil la integración de las personas transgéneros. Del mismo
modo, los terapeutas deben abogar por el reconocimiento social de los niños
transgéneros, que han sido inmensamente valientes por defender su verdadero ser en
un ambiente hostil. El reconocimiento podría haber cambiado la trayectoria de vida que
tuvo Mario.
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Fecha de aprobación: 7 de octubre de 2015
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