ELITES Y PODER EN LAS MONARQUIAS.indb

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ÉLITES Y PODER EN LAS MONARQUÍAS
IBÉRICAS
Del siglo XVII al primer liberalismo
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COLECCIÓN HISTORIA BIBLIOTECA NUEVA
Dirigida por
Juan Pablo Fusi
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MARÍA LÓPEZ DÍAZ [Ed.]
ÉLITES Y PODER
EN LAS MONARQUÍAS
IBÉRICAS
Del siglo XVII al primer liberalismo
BIBLIOTECA NUEVA
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grupo editorial
siglo veintiuno
siglo xxi editores, s. a. de c. v.
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ÉLITES Y PODER EN LAS MONARQUÍAS IBÉRICAS: del siglo XVII al primer
liberalismo / María López Díaz (Ed.). - Madrid : Biblioteca Nueva, 2013.
280 p. ; 24 cm (Colección Historia Biblioteca Nueva)
ISBN : 978-84-9940-513-1
1. Historia de España 2. Historia de Europa 3. Nobleza
946.0
1DSE
940
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929.7
HBTG
Este libro ha sido editado en el marco del Proyecto de I+D HAR2008-02026, financiado
por el Ministerio de Ciencia e Innovación
Cubierta: A. Imbert
© Los autores, 2013
© Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid, 2013
Almagro, 38
28010 Madrid (España)
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ISBN: 978-84-9940-513-1
Depósito Legal: M-1.766-2013
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Índice
PRESENTACIÓN, por María López Díaz ..............................................................................
9
PRIMERA PARTE
MODELOS INTERPRETATIVOS
CAPÍTULO PRIMERO.—LOS ESTUDIOS SOBRE ÉLITES DE PODER Y LA CORTE, por José Martínez
Millán ........................................................................................................................
17
SEGUNDA PARTE
ÉLITES Y DINÁMICAS DE PODER
CAPÍTULO SEGUNDO.—JOSÉ PATIÑO Y EL CONTROL DE LA HACIENDA. ¿UNA CULTURA ADMINISTRATIVA NUEVA?, por Anne Dubet ...............................................................................
CAPÍTULO TERCERO.—ÉLITES E DINAMICHE DEL POTERE NEL SETTECENTO ITALIANO, por Aurelio Musi .....................................................................................................................
CAPÍTULO CUARTO.—CORPORACIONES MUNICIPALES CASTELLANAS EN EL OCASO DEL ANTIGUO
RÉGIMEN: DE LA INANICIÓN DE UN SISTEMA AL ALUMBRAMIENTO LIBERAL, por Francisco
José Aranda Pérez .....................................................................................................
CAPÍTULO QUINTO.—ÉLITES LOCALES Y DINÁMICAS DE PODER EN LA GALICIA FILIPINA: CAMBIO
DINÁSTICO Y PRIMERAS TENTATIVAS REORGANIZADORAS (1700-1722), por María López
Díaz ...........................................................................................................................
CAPÍTULO SEXTO.—ÉLITES, PODER PROVINCIAL Y REFORMISMO BORBÓNICO EN EL PAÍS VASCO
DEL SIGLO XVIII, por María Rosario Porres Marijuán ...............................................
39
57
77
99
129
TERCERA PARTE
ÉLITES Y NOBLEZA
CAPÍTULO SÉPTIMO.—LA NUEVA NOBLEZA TITULADA EN EL REINADO DE FERNANDO VI. ENTRE
LA VIRTUD Y EL DINERO, por Francisco Andújar Castillo ..............................................
155
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CAPÍTULO OCTAVO.—VOCABULARIO SOCIAL, IDENTIDAD ESTAMENTAL Y ÉLITE HIDALGA EN GALICIA DURANTE EL SIGLO XVIII, por Antonio Presedo Garazo......................................
CAPÍTULO NOVENO.—LA HIDALGUÍA DE PAZO: SUS MODOS DE VIDA, SIGLOS XVII-XIX, por
Pegerto Saavedra ......................................................................................................
CAPÍTULO DÉCIMO.—LA ÉLITE MILITAR DEL REINO DE GALICIA DURANTE LA GUERRA DE SUCESIÓN, por María del Carmen Saavedra Vázquez ....................................................
179
203
223
CUARTA PARTE
LA MONARQUÍA PORTUGUESA Y SUS ÉLITES
CAPÍTULO UNDÉCIMO.—A CIRCULAÇÃO DAS ELITES NA MONARQUIA PORTUGUESA (16801820). BREVES NOTAS E REVISÃO BIBLIOGRÁFICA, por Nuno Monteiro .......................
CAPÍTULO DUODÉCIMO.—MOVILIDAD SOCIAL EN LA AMÉRICA PORTUGUESA: LA SANGRE, LOS
SERVICIOS Y EL DINERO, por Roberta Stumpf ...............................................................
249
259
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Presentación
Los estudios sobre las élites en general, y «élites de poder» en particular, cuentan con una larga tradición historiográfica desde el siglo pasado, a la que antes o
después se fueron sumando también los investigadores españoles. Varios son los
problemas planteados, los paradigmas o enfoques desde los que se han estudiado
y las metodologías empleadas para explicarlos, en aras de construir nuevo conocimiento sobre el tema o bien ampliar el ya existente. No viene al caso hacer aquí
un repaso, ni siquiera de la bibliografía referida a la monarquía española, porque
la producción es amplísima y en los últimos años, lejos de aminorar, incluso ha
resurgido con fuerza. Además, hay balances o puestas al día más o menos recientes1 y en términos materiales sobrepasaría con creces el espacio reservado para
una presentación, que entiendo que lo debe ser más de la idea y de los contenidos
concretos del libro y sus principales aportaciones que del tema global. Aun así, no
quiero dejar pasar la oportunidad para llamar la atención sobre el hecho de que esa
complejidad de enfoques, métodos y objetivos queda perfectamente reflejada en la
composición y en los contenidos del mismo. Unos contenidos que a través de una
serie de estudios individuales aportan «nuevos materiales», revisan estereotipos o
tópicos del pasado y, sobre todo, abren nuevos cauces de investigación y reflexión
para la comprensión de las élites y sistemas de las monarquías peninsulares durante
el siglo de la Ilustración y arranque del nuevo régimen constitucional.
Esta obra y los textos que en ella se publican tienen su origen en los trabajos
presentados en el seminario que bajo el mismo título se celebró en la Facultad de
Historia, de la Universidad de Vigo, el 1-2 de diciembre de 2011. Dicha iniciativa
se inscribe en el marco de las actividades de un proyecto de investigación —«La
Galicia meridional en el siglo XVIII: poder, élites y estrategias familiares»— fi1
Dentro de la historiografía española, véase E. Soria Mesa; J. J. Bravo Caro y J. M. Delgado Barrado,
(eds.), Las élites en la época moderna: la Monarquía española, Córdoba, 2009, 4 vols. Y para la portuguesa, N. G. F. Monteiro; P. Cardim y M. Soares da Cunha (eds.), Optima Pars. Élites Ibero-americanas
do Antigo Regime, Lisboa, 2005.
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nanciado por el Ministerio de Ciencia e Innovación durante los años 2009-2011
(HAR2008-02026) en colaboración con la Universidad de Vigo (09VIB15), que da
continuidad a otro anterior de temática y cronología más extensas. Con él apostamos claramente por centrar nuestra atención en las dinámicas sociales, la cultura y
las principales acciones políticas emprendidas por el renovado Estado ilustrado en
un período que va desde fines de la crisis política y social del XVII hasta las primeras
fases del sistema liberal.
El objetivo perseguido en su caso era reunir a destacados especialistas nacionales y extranjeros que hubieran dedicado o dedicasen sus investigaciones al
estudio de las élites políticas y sociales de las monarquías ibéricas del Antiguo
Régimen, y fomentar con ello la perspectiva comparada que permitiera descubrir
similitudes pero también elementos diferenciadores según los contextos, problemáticas y espacios políticos analizados. Igualmente, impulsar desde la variedad
de enfoques propuestos y aspectos analizados una reflexión global sobre las dinámicas y los procesos protagonizados por esos actores sociales, que son las
élites, en el seno de sus respectivas monarquías. Todo ello, se entiende, con una
perspectiva trans-«nacional» en el sentido amplio del término. Y es que si bien
el concepto de élite tiene siempre un sentido de localidad —una élite lo es en
relación con un espacio más o menos amplio y más o menos cerrado, que puede
definirse como su área de dominio o influencia— esa área no es algo estático e
inmutable en el tiempo, pues existen procesos de movilidad social (ascendentes
pero también descendentes) y todo un complejo juego de intercambios, cuyo
árbitro es el monarca, que sigue activo durante el siglo XVIII2. Por otro lado, el
concepto de monarquías compuestas acuñado para aquellas enfatiza una visión
piramidal en la relación entre los diversos territorios y el soberano en torno a la
cual se articulan relaciones de poder, pero de igual modo también favorece las
relaciones entre las distintas élites y aristocracias regnícolas, el intercambio y las
transferencias culturales, así como el fenómeno de la «circulación» de élites que
atraviesa fronteras3. Lo que quiero decir, en suma, es que las escalas, las perspectivas y los elementos de análisis u observación pueden ser diversos, una realidad
plural que queda claramente reflejada en las páginas del libro.
Creo, no obstante, que esa pluralidad no le resta coherencia al conjunto sino
que lo enriquece. Es la muestra de un análisis actualizado del tema y una clara
evidencia de su capilaridad y complejidad, que se refleja a través de los diferentes
asuntos abordados y modos de hacerlo. Además, por encima de esa diversidad,
2
Hay numerosos ejemplos. Por ser uno de los que más esfuerzos dedicó al tema, véase F. Andújar
Castillo, El sonido del dinero. Monarquía, ejército y venalidad en la España del siglo XVIII, Madrid,
2004; Necesidad y venalidad. España e Indias, 1704-1711, Madrid, 2008. Y para otros autores, algunas
de las contribuciones recogidas en F. Andújar Castillo y M.ª M. Felices de la Fuente (eds.), El poder del
dinero. Ventas de cargos y honores en el Antiguo Régimen, Madrid, 2011.
3
Véase B. Yun Casalilla (dir.), Las redes del imperio: élites sociales en la articulación de la Monarquía Hispánica, 1492-1714, Madrid, 2009.
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hay dos ejes o puntos de referencia: el nuevo impulso político que la monarquía
y el Estado españoles experimentaron tras la Guerra de Sucesión y sobre todo del
ecuador de la centuria, y el papel que en ese proceso desempeñaron las élites, así
como los efectos que sobre ellas tuvo la cultura ilustrada; una evolución que antes
o después también se dio y encontró condiciones para su desarrollo en las otras
monarquías continentales, incluida la portuguesa que aquí más nos interesa por su
vecindad. De ahí que pudiéramos agrupar los trabajos en bloques ateniéndonos a
sus contenidos.
En el primero se llama la atención sobre la existencia de distintos modelos interpretativos. En concreto, el estudio de José Martínez Millán, hace un breve pero
interesante repaso sobre la evolución historiográfica de las élites de poder y la
Corte como prolegómeno a su análisis del paradigma que, según él, sustentaba la
organización política de dicho período histórico: una concepción o cultura «cortesana», con raíces en la filosofía práctica clásica, que empieza a ser cuestionada en
la segunda mitad del siglo XVII, aunque no será hasta Rousseau cuando se lleve a
cabo ese rechazo y sienten las bases para su quiebra definitiva, y el surgimiento de
una nueva organización político-social y cultural de espíritu nacional.
Los cinco trabajos siguientes se ocupan de aspectos referidos a las élites y dinámicas de poder en distintos contextos y niveles del aparato de gobierno y administración de la monarquía hispana. Anne Dubet estudia la política adoptada por José
Patiño en los primeros años de su actividad al frente de la Secretaría del Despacho
de Hacienda en el gobierno de la Tesorería General, poniendo de manifiesto su peculiar forma de entender la «vía reservada» en materia financiera, que trasluce una
imagen de buen práctico, incluso de innovador, pero no reformista en el sentido
modernizador. Por su parte, Aurelino Musi hace un repaso de la relación dialéctica
que se establece entre el trinomio élites, Luces y reforma y su trayectoria secular
en diversos estados italianos como el Reino de Nápoles, el Reino de Sicilia, el
Ducado de Milán y el Gran Ducado de Toscana, llamando la atención, por un lado,
sobre las analogías y diferencias existentes entre ellos y, por otro, especialmente
para las últimas décadas, sobre la coexistencia y conflictividad que se genera entre
las nuevas estructuras administrativas y las tradicionales formas de representación
estamental que retardan el relevo de aquellas.
Los otros tres estudios de este grupo centran su atención en el poder y las «élites periféricas» peninsulares, uno con enfoque teórico y los otros dos orientados
al estudio de las prácticas que modelaron el funcionamiento de las instituciones
locales para reconstruir a partir de ahí las dinámicas políticas y lógicas generales
de la acción social. En concreto, Francisco José Pérez Aranda analiza con visión retrospectiva, desde la atalaya de la legislación y de los tratadistas ilustrados y sobre
todo del primer liberalismo, la decadencia y desaparición de las corporaciones municipales del Antiguo Régimen y el alumbramiento de los nuevos ayuntamientos
constitucionales. Descendiendo a un nivel de análisis y cronología más concretos,
María López Díaz nos ofrece una visión sobre la actuación de las élites locales
y dinámicas políticas desarrolladas en el Reino de Galicia durante la contienda
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dinástica de comienzos del XVIII, así como sobre algunas de las medidas allí desplegadas por el gobierno y los ministros filipinos durante esas primeras décadas de su
reinado, por más que el espacio político e instituciones locales no fuera todavía un
objeto prioritario per se. Completa este apartado el ensayo de M.ª Rosario Porres
Marijuán, quien examina con gran clarividencia el impacto que tuvo el reformismo
borbónico sobre las élites autóctonas y los gobiernos provinciales vascos, en un
largo recorrido que cubre todo el setecientos y primeros años del XIX. Un trayecto en el que evidencia como aquellas lograron sacar provecho del proceso reformista en lo económico y también en lo político, pues sus regímenes forales no solo no
desaparecieron sino que se consolidaron, aunque a costa de unos municipios que
resultaron damnificados.
Con el binomio élites-nobleza como hilo conductor, los cuatro trabajos del tercer bloque nos informan sobre distintos aspectos y niveles de esa relación. El de
Francisco Andújar Castillo, en primer término, versa sobre la política de concesión
de nuevos títulos nobiliarios desarrollada durante el corto reinado de Fernando VI,
que se revela restrictiva, y las vías o mecanismos empleadas, que priman la riqueza
sobre la virtud o el mérito. Esta circunstancia, en opinión del autor, no desestabiliza el sistema porque siguen operativas las categorías que estratifican el cuerpo
nobiliar y el acceso a la franja superior —la Grandeza o «élite de la élite»— es
muy restringido. En el polo opuesto y para un territorio concreto, Antonio Presedo
Garazo, centra su atención en los integrantes del sector inferior, los hidalgos gallegos a mediados del siglo XVIII, con el objetivo de conocer qué elementos y criterios
identificaban a esta minoría privilegiada y, lo que es más importante, cómo el vocabulario estamental se fue adaptando a los cambios derivados de los procesos de
movilidad social y a la pluralidad resultante dentro del grupo, pues esas diferencias
son operativas semánticamente. Por su parte, Pegerto Saavedra sitúa su trabajo
en la sociedad e «hidalguía de pazo» y sus modos de vida durante los siglos XVII
y XVIII. Como en el caso anterior, llama la atención sobre las diversidades existentes
dentro de la nobleza gallega, que tienen su reflejo a nivel patrimonial pero también
en la cultura material y condiciones de vida de las residencias donde habitaban. En
este sentido, nos ofrece una imagen a medio camino entre la civilidad cortesana y
la rudeza rural, que ponen en entredicho el perfil decadente y demás tópicos creados por la literatura gallega de la segunda mitad del XIX y primeras décadas del XX.
Por último, María del Carmen Saavedra Vázquez profundiza en la realidad social
de la oficialidad del ejército levantado en Galicia a comienzos del setecientos, en
particular del estrato superior de los mandos de los tercios del Reino que ofreció
grandes posibilidades de promoción para las élites autóctonas. Desde una realidad
tan distinta de la anterior, cuestiona no solo el estereotipo del abandono de las armas por parte de la nobleza gallega sino también su imagen paciega y rentista, falta
de interés por el servicio miliciano tanto del rey como del Reino.
El volumen se completa con dos aportaciones más relativas a la monarquía portuguesa y sus colonias, que ahondan en el estudio de sus élites desde perspectivas
diferentes. Así, Nuno Monteiro hace un balance de la producción historiográfica
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y de los nuevos cauces de investigación y de reflexión que ofrecen los procesos
de circulación de las élites sociales y políticas —entendido el término en sentido
amplio— entre los diversos territorios e instituciones de una monarquía que, como
la española, era pluricontinental. En cambio, Roberta Stumpf dirige su mirada a
las élites ultramarinas y los procesos de ascenso social desarrollados en la América
portuguesa. Después de analizar la historiografía existente sobre el tema, que evidencia carencias por lo menos para los oficios de la administración local y nivel intermedio, hace un estudio de caso que pone de manifiesto como allí también existió
intercambio de oficios (o «tenencias») por dinero, aunque no se trataba de cargos
destacados que les ennoblecieran, es decir, la monarquía portuguesa se mostró más
cautelosa a la hora de conceder mercedes y privilegios a aquellos súbditos cuyo
único capital o mérito era dinerario.
En definitiva, un variado repertorio de trabajos sobre las élites y dinámicas
de poder dieciochescas, donde tienen cabida algunas interpretaciones teóricas e
incluso conceptuales, aunque predominan claramente las aportaciones empíricas
que certifican un singular avance en tres o cuatro direcciones: diversa relevancia,
efectos y significado del reformismo borbónico según estados, ámbitos de poder
y territorios; pasos iniciales hacia esta política ya desde las primeras décadas del
gobierno filipino no solo en los órganos centrales sino también en la esfera local
y provincial; aumento numérico, renovación y heterogeneidad dentro las élites sociales, vinculado en gran medida a esa política (servicios y mercedes), que no es
incompatible con la estabilidad del sistema; y desde una perspectiva territorial amplia o escala imperial, «circulación» de élites, con implicaciones políticas, sociales y culturales diversas. Destaca la riqueza y complementariedad de los enfoques
utilizados y resultados alcanzados que, por un lado, amplían nuestro conocimiento
sobre el tema y, por otro, descubren o dejan abiertos nuevos interrogantes para la
futura investigación. Quizás el siguiente paso debería ser acotar el tema, definir
problemáticas y fijar prioridades en su estudio.
MARÍA LÓPEZ DÍAZ
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PRIMERA PARTE
MODELOS INTERPRETATIVOS
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CAPÍTULO PRIMERO
Los estudios sobre élites de poder
y la Corte
JOSÉ MARTÍNEZ MILLÁN
Instituto Universitario La Corte en Europa-IULCE
Universidad Autónoma de Madrid
Los estudios sobre «élites de poder» se desarrollaron durante la primera mitad
del siglo XX de la mano de sociólogos como Gaetano Mosca o Wilfredo Paretto (en
Europa) en un intento de racionalizar y entender el fenómeno de las masas humanas
(conjunto de individuos sin lazos de unión aparentes) que componían las sociedades
contemporáneas. Posteriormente, tales estudios fueron tomados por los regímenes
fascistas para justificar la organización de sus sistemas políticos, defendiendo que
la sociedad necesita de élites dirigentes como guías sociales y políticos a quienes la
multitud debe seguir1. Por su parte, el sociólogo R. Michels (1876-1936) realizaba
un impactante análisis sobre el partido conservador de Estados Unidos en el que demostraba la manera en que se reproducían y perpetuaban los miembros de las mismas
familias en la dirección de dicho partido2. Tan novedosos métodos fueron tomados
por el profesor Maravall (en España) para aplicarlos al estudio de las élites administrativas de la Monarquía hispana durante el siglo XVII, constatando la red de letrados
castellanos que se había formado en los Consejos de la Monarquía3, sucediéndose de
1
V. Pareto, Forma y equilibrio sociales, Madrid, 1967; F. Borkenau, Pareto, México, 1978; J. L.
Orozco, Pareto. Una lectura pragmática, México, 1996; E. Albertoni, Mosca and the Theory of Elitism,
Oxford, 1987.
2
R. Michels, Los partidos políticos. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la
democracia moderna, Buenos Aires, 2008, 2 vols. (1.ª edición de 1969).
3
J. A. Maravall, «Los hombres de saber o letrados y la formación de su conciencia estamental», en
Estudios de Historia del Pensamiento Español, Madrid, 1967, págs. 345-380.
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padres a hijos en los cargos, hasta formar un auténtica élite cortesana e, incluso, una
especie de casta («nobleza de segunda clase», la denominó).
A mediados del siglo XX se produjo la crisis del paradigma del Estado liberal, lo
que se manifestó en la aparición de los estudios sobre la historia social de la administración y sobre las relaciones no-institucionales que articulaban el poder, tales
como las relaciones de patronazgo, familiares y clientelares4. Sobrepasaría largamente el espacio del que dispongo si realizase aquí un estudio sobre la bibliografía
que suscitó el tema; no obstante, es preciso recordar que los promotores de tales
líneas de investigación fueron los grandes maestros de la historia de la segunda
mitad del siglo XX, quienes buscaban soluciones para explicar el problema de la
composición y características del Estado moderno o absoluto, ante las contradicciones que encontraban a la hora de definir la composición y características que
atribuían al Estado absoluto y la multiplicidad de relaciones no institucionales que
articulaban políticamente la sociedad de la Edad Moderna europea. Así, en Francia,
Roland Mousnier se centró en descifrar el elemento que mantuvo unida la organización política de las monarquías del Antiguo Régimen que, en su opinión no fue
otro que la «fidelidad», hasta el punto de afirmar que las relaciones clientelares se
basaban en la «mística de la fidelidad»5. Tal vez por ello, en Inglaterra, se defendía
que tales relaciones eran muy semejantes a las feudales, aunque no hubiera feudo
de por medio, por lo que se les denominó «feudalismo bastardo»6. Por su parte,
L. Stone proponía un método con el que llevar a cabo un análisis de la administración social del «Estado»; tal método se ha denominado «prosopográfico» y el propio Stone lo definió de la siguiente manera: «La prosopografía es la investigación
retrospectiva de las características comunes a un grupo de protagonistas históricos
mediante un estudio colectivo de sus vidas»7. El deseo de aplicar con facilidad tal
método a los análisis de clientelismo dentro de la sociedad llevó a W. Reinhard a
realizar unas complicadas estructuras (representadas en gráficos) y fórmulas algebraicas más propias para analizar la composición de las sociedades actuales que las
de la Edad Moderna8.
En los últimos años, este tipo de investigación lejos de disminuir, ha aumentado, valga recordar que la «Fundación Europea de la Ciencia» subven4
Un resumen de estos planteamientos en R. Kaufmann, «The Patron-Client concept and Macro-politics: Prospects and Problems», Comparative Studies in Society and History, 16, 1974, págs. 284-308. N. S.
Eisenstadt y L. Roniger, «Patron-Client Relations as a Model of Structuring Social Exchange», Comparative Studies in Society and History, 22, 1980, págs. 42-77; C. Roso, «Stato e clientele nella Francia della
prima età moderna», Studi Storici, 28, 1987, págs. 44 y sigs.
5
R. Mousnier, «Les fidélites et clienteles en France aux XVIe et XVIIe siècles», Social History, 15,
1982, págs. 35-46. Asimismo, su discípulo, Y. Durand, «Clientelisme et fidélités dans le temps et dans
l’espace», en Y. Durand (dir.), Hommage à Roland Mousnier, París, 1981, págs. 3-24.
6
K. B. Macfarlane, «Bastard Feudalism», en England in the Fifteenth Century: Colleted Essays of
K. B. Macfarlane, Londres, 1981, págs. 23-43; P. R. Coss, «Bastard Feudalism Revised», Past and Present, 125, 1989, págs. 27-64.
7
L. Stone, El pasado y el presente, México, 1986, págs. 61-94.
8
W. Reinhard , Freunde und Kreaturen, Munich, 1979.
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cionó un proyecto para explicar Los orígenes del Estado Moderno en Europa
(siglos XIII-XVIII), en el que se reconocían las «redes clientelares» como un
elemento básico de la organización política europea9. Según se afirmaba en
la «Introducción», escrita por W. Reinhard, bajo el título harto significativo
—Las élites de poder, los funcionarios del Estado. Las clases gobernantes
y el crecimiento del poder del Estado— era necesario tener en cuenta tales
relaciones no-institucionales para explicar y entender la organización de los
Estados de Occidente. En el otoño de 2006 se celebró un magno congreso en
la Universidad de Córdoba, bajo la dirección de los profesores E. Soria Mesa,
J. Bravo Caro y J. M. Delgado Barrado, cuyas actas (en cuatro volúmenes)
aparecieron en el 200910. Se trataba de un ambicioso proyecto, que buscaba
poner al día los estudios sobre el tema, que se habían realizado dentro de la
historiografía española.
Aunque se podrían citar muchos más estudios, considero que los mencionados
tienen suficiente entidad y representan una línea de investigación, que guardan entre sí algunas características comunes: a) Aunque no lo pretendan explícitamente,
todos ellos reducen el Estado a la administración o, al menos, las estructuras administrativas les resultan imprescindibles para realizar sus trabajos; b) todas estas
investigaciones se han proyectado desde el punto de vista sociológico (aun cuando
los autores no eran especialistas en esta materia o tenían muy reducidos conocimientos sobre ella), utilizando el análisis empírico y la cuantificación para obtener
unos resultados (casi siempre muy descriptivos) a partir de los cuales se establecen
una serie de conclusiones —con frecuencia, bastante evidentes— en torno a las
relaciones y redes clientelares; es decir, se realizan desde una perspectiva del concepto de individuo actual, sin detectar ninguna diferencia (aunque, evidentemente,
se sabe en teoría) entre la sociedad estamental de la Edad Moderna y la sociedad
burguesa contemporánea.
LA CORTE COMO ORGANIZACIÓN POLÍTICA
1.
Dentro de las preocupaciones por dar respuesta a la crisis del modelo estatal
y con el afán de encontrar un paradigma de organización política alternativa, durante las últimas décadas, ha aparecido una corriente de investigación que tiene
por objeto el estudio de la «Corte». La cantidad de publicaciones aparecidas en
todo el mundo, cuyos títulos contienen dicho término, es abrumador; no obstante,
resulta sorprendente que aún no exista un concepto consensuado e indiscutido, que
sirva de paradigma de investigación para todos los historiadores que investigan
sobre el tema. Cada una de las definiciones que se han ofrecido, al instante, han
9
W. Reinhard (coord.), Las élites de poder y la construcción del Estado, México, 1996, págs. 5-7.
E. Soria Mesa; J. J. Bravo Caro y J. M. Delgado Barrado (eds.), Las élites en la época moderna: la
Monarquía española, Córdoba, 2009, 4 vols.
10
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sido rebatidas o criticadas por otros estudiosos que las han juzgado incompletas o
imprecisas. Así, la «Corte» ha sido identificada con la «Casa real» (en las crónicas
germánicas), con un «espacio» (sin especificar qué tipo de espacio ni concretar su
extensión), con el «lugar donde está el rey» o con la sede de la «administración» de
la monarquía11. En este intento de comprensión, muchos historiadores han llegado
a confundir algunas de las funciones de la corte por la totalidad de la misma; así,
para un grupo de historiadores ingleses, la corte fue «el lugar de encuentro entre
gobernantes y gobernados», es decir, consideran que las relaciones de poder noinstitucionales resultan fundamentales para explicar la práctica política; para otros,
por el contrario, se caracterizó por una cultura específica, la de las «buenas costumbres» y la educación; otros piensan que fue el punto de arranque desde donde
se «disciplinó la sociedad» de los Estados modernos12. En mi opinión, estas contradicciones son fruto: a) de la aplicación de un mismo paradigma de organización
política para explicar y analizar todas las etapas históricas, sin percatarnos de la
diversidad político-social y la justificación ideológica sobre la que se ha articulado
el Estado en el mundo occidental; b) de la mala aplicación metodológica que hacen
determinados historiadores de la denominada «historia cultural», considerando que
la «cultura de la corte» es la que se desarrollaba exclusivamente en torno al rey.
En mi opinión, la «Corte» fue una organización político-social, cuyos fundamentos ideológicos emanaron de la filosofía política clásica. Aristóteles estaba
convencido de la formación natural de la sociedad y de la organización política. En
su libro, La Política, comenzaba afirmando que «El hombre es un animal social»,
de donde deducía que, de manera natural, el hombre se veía inclinado a formar la
familia y el conjunto de familias componían la «República»13. De esta concepción
antropológica se deriva que la sociedad se articulaba a través de redes de poder no
institucionales, sino personales. Ciertamente, durante la Baja Edad Media, surgió
una larga reelaboración de la configuración política como resultado necesario de
la tendencia del individuo a una sociabilidad que, desde la familia, se extendía
a las formas de convivencia política más complicadas, tales como la ciudad, el
principado o el reino. Estas nuevas formas políticas no solo se distinguieron de
las anteriores por el aumento de las necesidades, lo que dio origen a respuestas
institucionales, sino también por una precisa definición del saber político; pues,
en el gobierno del reino, la actividad política jurisdiccional fue lo que prevaleció.
Mientras que la «política» se trasladó a la esfera de la justicia y del derecho estatutario, la «oeconomica» quedó en manos de los estratos inferiores de lo doméstico
11
A. G. Dickens (ed.), The Courts of Europe. Politics, Patronage and Royalty, 1400-1800, Londres,
1977, pág. 7; J. Adamson (ed.), The Princely Courts of Europe 1500-1750, Londres, 1999, pág. 7; J. Duindam, Le corti di due grandi dinastie rivali (1550-1780). Vienna e Versailles, Roma, 2004, pág. 9.
12
Sobre el tema, véase mi artículo: «La Corte en la Monarquía hispana», Studia Historica. Historia
Moderna, 28, 2006, págs. 13-20.
13
Tal planteamiento no solo fue asumido por los filósofos cristianos medievales, sino que también fue
copiado por Jean Bodin en su gran obra Los seis libros de la República (Madrid, 1992, t. I, pág. 3, edición
a cargo de J. L. Bermejo).
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y de la familia. Ello implicaba un reconocimiento de la prioridad de la disciplina
económica para lo doméstico, mientras se indicaba la superioridad moral de la vida
civil y política en cuanto ámbito del «bien común» y de la justicia14.
Pero, más allá de la división interna, la filosofía práctica tenía como fin la subordinación del trato humano a aquellos principios éticos y a aquellas virtudes que
el padre o el príncipe (cada uno en el ámbito que le era propio) estaban llamados
a encarnar. Los preceptos de la filosofía práctica ponían límites precisos a la actuación del padre y del príncipe. Al primero le estaban prohibidas numerosas actividades productivas y mercantiles en cuanto que eran externas a la casa; la acción
del soberano, a su vez, estaba limitada tanto en los objetivos que debía perseguir,
defensa del reino, conservación de la paz y administración de la justicia, como
en el proceder, enteramente por debajo de la regla de la scientia iure. Es preciso
señalar cómo a la reproducción de este modelo en la Edad Media, le siguió, en el
Renacimiento, la tentativa de articular esta tradición con relación a actores sociales
bien distintos: príncipe, ciudadano, gentilhombre, etc. La amplia producción de
tratados de comportamiento de estos siglos (XV-XVIII) muestra el esfuerzo teórico
por reproducir las conexiones de la filosofía práctica frente a las modificaciones y
articulaciones de una sociedad cada vez más compleja y estratificada. El carácter
de institutio de la filosofía práctica se tradujo después en una minuciosa literatura para establecer y resguardar las relaciones interpersonales. El surgimiento del
mercado, la centralización administrativa, la difusión de la moneda, los nuevos
imprevistos dinámicos que modificaron la estructura social europea durante los
siglos XVI al XVIII fueron elementos que alteraron el modelo, haciendo florecer determinadas contradicciones, pero que no consiguieron extinguirlo15.
La configuración político-social, que se deduce de esta definición, sin duda
ninguna, se rigió por reglas distintas de aquella organización política que emanó de la teoría de T. Hobbes y seguidores, que consideraban al hombre como un
animal antisocial (Homo homini lupus). Tal planteamiento, no solo contenía una
concepción antropológica distinta a la de Aristóteles, sino que también resultaba
contrario a la teoría política y a las reglas sociales que de ella emanaban. La sociedad no se formaba de «manera natural», sino por una decisión voluntaria de
los individuos («contrato social»), y la organización estatal no aparecía como una
14
Al respecto, G. Brazzini, Dall’economia aristotelica all’economia politica. Saggio sul Traité di
Montchrétien, Pisa 1988. Sobre el tema, O. Brunner, Vita nobiliare e cultura europea, Bolonia, 1972,
págs. 240-250; R. Lambertini, «Per una storia dell’oeconomica tra alto e basso Medioevo», Cheiron, 2,
1985, págs. 46 y sigs. y «L’arte del governo della casa. Note sul commento di Bartolomeo da Varignana
agli Oeconomica», Medioevo, 17, 1991, págs. 347-389.
15
A. M. Hespanha, «Representación dogmática y proyectos de poder», en A. M. Hespanha, La gracia
del Derecho. Economía de la cultura en la Edad Moderna, Madrid, 1993, págs. 61-87, especialmente, págs. 66-68; D. Frigo, Il Padre di Famiglia. Governo della casa e governo civile nella tradizione
dell’economica tra cinque e seicento, Roma 1985, págs. 31 y sigs., y «Amministrazione domestica e
prudenza oeconomica: alcune riflesioni sul sapere político d’ancien régime», Annali di Storia Moderna e
Contemporanea, 1, 1995, pág. 35.
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organización «natural» para gestionar las actividades de la sociedad, sino como
una institución neutral, en el sentido que el valor de sus leyes e independencia se
encontraba exenta «de todo contenido sustancial de justicia y de verdad, religiosa
o jurídica»16. En este sentido, la construcción a la que Hobbes quiso dar vida, tenía
ya los trazos del futuro Estado de derecho, en cuanto estructura racional unitaria,
fundada sobre un sistema de leyes «calculables». El Leviatán exigía a los súbditos
solo obediencia, no consenso interior; esto es, fe en las decisiones del soberano y
ofrecía, a cambio, paz social. El Estado de Hobbes no era, por tanto, un organismo,
sino exclusivamente una máquina, un cuerpo artificial, construido para tutelar la
seguridad interna y externa de todos los individuos a través del libre ejercicio de
una voluntad absoluta17.
En conclusión, considero que la filosofía práctica de los clásicos fue la que
justificó la organización política del «sistema cortesano», por lo que las relaciones
personales, los grupos de poder y el patronazgo fueron los elementos en los que se
fundamentó la organización política (como lógicamente se deriva de la «sociabilidad natural» del hombre) y resultan esenciales para entender la articulación social
(elementos que no son tenidos en cuenta —o son considerados temas accidentales— dentro de la organización estatal que dimana del «individualismo posesivo»
hobbesiano). De esta manera, la «Corte» no se puede identificar con un elemento
concreto de la organización política de dicho período histórico (como se ha venido
haciendo), sino que constituye un paradigma en sí misma; esto es, la propia organización política en la que se desarrollaron los acontecimientos durante este largo
período histórico (siglos XIII al XVIII inclusive), hasta el punto de que —se puede
afirmar— toda actividad que no se diera o influyera en la «Corte», no existió políticamente hablando. Es decir, la «Corte» se constituyó —utilizando la terminología
aristotélica— en la «forma» política del reino. Asimismo, los fundamentos antropológicos en los que se basaba la sociedad cortesana fueron distintos de los que se
deducen de la doctrina de Hobbes.
Se deduce así que la organización política basada en el «sistema cortesano»,
no solo se justificaba en principios distintos de la sociedad liberal burguesa, sino
que también se articulaba en relaciones distintas, derivadas de los principios antropológicos de la filosofía clásica; es decir, se articulaba por relaciones personales:
patronazgo, clientelismo, familiares, de costumbre, etc. Las instituciones de las
monarquías de la Edad Moderna tuvieron un carácter más de gestión y administración del poder que de instituciones depositarias del poder soberano. De esta
16
T. Hobbes, Leviatán o la materia, forma y poder de una República eclesiástica y civil, México,
1996, págs. 305 y sigs.
17
C. Schmitt, «Il Leviatán nella doctrina dello Statu di Thomas Hobbes. Senso e fallimento di un
símbolo político», en C. Schmitt, Scritti su Thomas Hobbes, Milán, 1986, pág. 186; I. Hampsher-Monk,
Historia del pensamiento político moderno. Los principales pensadores de Hobbes a Marx, Barcelona,
1996, págs. 17-18; N. Bobbio, Thomas Hobbes, Barcelona, 1991; Q. Skinner, Reason and rhetoric in the
philosophy of Hobbes, Cambridge, 2004, passim.
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manera, la corte no fue una parte específica del Estado, ni tampoco la antítesis del
mismo, sino una organización política propia con sus características18. Tal forma
de organización conllevó un comportamiento y una cultura específica que ha sido
denominada «cultura cortesana». Esta conducta cortesana se explica a partir de una
cosmovisión que surgía de la filosofía clásica, en torno a conceptos como gracia
y merced, amistad y prudencia, disimulación, etc. Los humanistas fueron letrados,
cuya cultura nació fuera de los monasterios, de la enseñanza clerical (escolástica),
y estuvo en relación con la aparición de las cortes europeas. En 1534, Boscán traducía al castellano el conocido libro de Castiglione, Il Cortegiano, cuyos valores y
comportamientos se constituyeron en paradigma19. Castiglione se había amparado
en el molde clásico de una idea de perfecto rey y de perfecto orador como punto
de partida de su instrucción del cortesano perfecto. Durante las primeras décadas
del siglo XVI, el arquetipo de cortesano fue desplazando al ideal de caballero como
referente primordial de la nobleza, tratándose de adecuar al modelo de Castiglione, que defendía las cualidades cultas que el cortesano debía tener y mostrar ante
los demás. El perfecto cortesano, junto a otros atributos, debía distinguirse por su
bondad virtuosa, por el servicio honesto al príncipe y por educar a su señor en la
virtud, ya que, el verdadero humanismo —como señala Rico20— consistía «no solo
en una cultura, sino además en una forma de civilización, en una conducta pública
y privada tan atenta al pulimento individual como al bienestar de la comunidad».
Pero si el Humanismo era una cultura completa que implicaba un estilo de vida,
resulta lógico que los cambios no solo afectaron a los saberes, sino también a los
modos de comportamiento que debían adaptarse en los nuevos tiempos y en las
nuevas circunstancias políticas21.
2. LA CRISIS DEL SISTEMA CORTESANO
Durante el siglo XVIII el término «civilización» estuvo estrechamente unido al de
progreso22. Ambos términos («progreso» y «civilización») reflejaban la concien18
C. Mozzarelli, «Principe, corte e governo tra ‘500 e ‘700», en Culture et ideologie dans la génese
de l’Etat Moderne, Roma, 1985, págs. 372-373.
19
Sobre Castiglione y su libro resultan fundamentales —en primer lugar— A. Quondam, Questo povero Cortegiano. Castiglione, il Libro, la Storia, Roma, 2000; también, A. Prosperi (comp.), La corte e il
Cortesano. II: un modelo europeo, Roma, 1980; R. W. Hanning y D. Rosand (eds.), Castiglione: The Ideal
and the Real in Renaissance Culture, Yale (Connecticut), 1983. Desde el punto de vista de la literatura, M.
Morreale, Castiglione y Boscán: El ideal cortesano en el renacimiento español, Madrid, 1959, vol. 1; I.
Navarrete, Los huérfanos de Petrarca, Madrid, 1997, págs. 60-66; P. Burke, Los avatares del Cortesano,
Barcelona, 1998, especialmente, págs. 36-57.
20
F. Rico, El sueño del Humanismo. De Petrarca a Erasmo, Madrid, 1993, págs. 19 y 44-57.
21
A. Quondam, «Elogio del gentilhuomo», en G. Patrizi y A. Quondam (coords.), Educare il corpo
educare la parola nella trattadistica del Rinascimento, Roma, 1998, págs. 11-18.
22
«Los tres soportes más fuertes sobre los que se apoyó eran: la fe en la razón, esto es, en una estructura lógicamente conectada de leyes y generalizaciones susceptibles de demostración o verificación;
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cia de un cometido particular de Europa en la evolución de la humanidad, al que
habría llegado gracias a los adelantos del comercio, la industria, la imprenta y, en
definitiva, al avance de las ciencias y de las artes23. Este progreso aún se pensaba
dentro de un modelo cortesano de monarquía en el que la filosofía práctica clásica
todavía tenía clara influencia24. En la Enciclopedia, Diderot aún defendía que el
orden político tiende «al mayor bien del cuerpo social»25. El honnête homme, que
había sustituido al «cortesano» y al «discreto» italiano como modelo, aún vivía en
un mundo cortesano. Paul Hazard afirma que este personaje:
Enseñaba la cortesía, virtud difícil, que consiste en agradar a los demás para
agradarse a sí mismo; decía que había que evitar los excesos, incluso en el bien, y
no blasonar de nada, salvo del honor. Se formaba por una continua disciplina, por
una voluntad vigilante; es una empresa difícil impedir al Yo que se desborde, obligarlo a no valer más que como componente de un valor común —tal obligación
requiere un heroísmo discreto; el honnête homme solo parece todo gracia porque
regula su fuerza interior y la gasta en armonías26.
No obstante, paralelamente, se había desatado una crítica contra el sistema
político y cultural que lo justificaba. De acuerdo con las ideas de la Ilustración
se impuso un nuevo modo de gobierno, el despotismo o absolutismo ilustrado27,
lo que también suscita serios interrogantes sobre en qué consistió dicha novedad.
Los que emplean el concepto de despotismo ilustrado tienden a dar a entender
con este término una etapa determinada del absolutismo en la que los soberanos
reaccionaron a las condiciones sociales cambiantes del poder y la filosofía congruente de la Ilustración convirtiendo el gobierno en un instrumento eficaz y sin
precedente de autoridad, y tomando interés deliberado por los derechos civiles y
la identificación de la naturaleza humana a través de los tiempos —y la posibilidad de fines humanos
universales— y, finalmente, la posibilidad de acceder a lo segundo por medio de lo primero, de asegurar
la armonía física y espiritual y el progreso gracias al poder de la inteligencia crítica guiada lógica o empíricamente». I. Berlin, El Mago del Norte. J. G. Hamann y el origen del irracionalismo moderno, Madrid,
2008, págs. 85-86.
23
H. J. Lüsebrink, «Civilización», en V. Ferrone y D. Roche (eds.), Diccionario histórico de la Ilustración, Madrid, 1998, págs. 150-151. J. F. Faure-Soulet, Economía política y progreso en el Siglo de las
Luces, Madrid, 1974, págs. 16-22.
24
L. Kriegel, Kings and Philosophers, 1689-1789, Nueva York-Londres, 1970, págs. 3-12. F. Venturi,
Utopia e riforma nell’illuminismo, Turín, 1970, passim.
25
F. Díaz, «Discorso sulle lumières. Programmi politici e idea-forza della libertà», en L’età dei lumi.
Studi storici sul settecento europeo in onore di Franco Venturi, Nápoles, 1985, t. I, págs. 140-141.
26
P. Hazard, La crisis de la conciencia europea, Madrid, 1952, pág. 295.
27
I. Berlin, Las raíces del romanticismo, Madrid, 2000, pág. 25; C. B. A. Behrens, «Enlightened
Despotism», Historical Journal, 18, 1975, págs. 401-108 y Society, Government and the Enlightenment.
The Experiencies of Eighteenth-Century France and Prussia, Londres, 1985, passim; L. Kriegel, An Essay on the Theory of Enlightened Despotism, Chicago, 1975, passim; R. Vierhaus, Germany in the Age of
Absolutism, Cambridge, 1988, caps. 1 y 2; F. Venturi, «La prima crisi dell’Antico Regime (1768-1776)»,
Settecento Riformatore, Turín, 1969, t. III, págs. 144-166.
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bienestar de todos los ciudadanos, de modo que iniciaron una ampliación categórica de los medios y de los fines del gobierno monárquico. Sin embargo, otros
rechazan esta denominación precisamente porque la consideran una deformación
histórica, inferencia de un estilo nuevo de gobierno autocrático. Se ha argumentado que lo que se ha llamado el «despotismo ilustrado» no fue ni despotismo ni
ilustrado y que realmente fue absolutismo tal como había sido en época anterior,
esencialmente continuo en formas y metas, pero en este momento ajustado al
tono particular de los últimos años del siglo XVIII. Estos críticos concluyen que
las declaraciones de principios, políticas o propósitos que se proponen como
pruebas de una forma de absolutismo diferente e ilustrado resultan ajenos respecto a la política o retórica: los monarcas emplearon los términos de moda de la
Ilustración para racionalizar su autoritarismo o para expresar intereses culturales
como si fueran políticos; en ambos casos, tales términos ni tuvieron ni fueron
pensados para influir en la realidad del gobierno28.
En este sentido, el pensamiento de I. Kant constituye —en mi opinión— el
último exponente de esta visión optimista y racional que aún tuvo lugar dentro
del sistema cortesano, como se observa en las ideas que aportó en su ensayo Ideas
para una historia universal en clave cosmopolita (1784), respecto a la idea del
progreso y la educación humana. Consideraba la Historia como la realización de
un plan racional de la Naturaleza, todavía desconocido, que se plasmaba en «este
absurdo decurso de las cosas humanas»29. El hombre, pues, no se dejaba llevar por
un plan preconcebido por él mismo, sino que era conducido por un plan oculto de la
Naturaleza. Kant, sin embargo, tenía su propia explicación del progreso. La razón,
sostenía, tenía que evolucionar hacia un fin. No lo hacía en cada humano individualmente, pero llegaría un momento en que la especie humana en su totalidad,
después de generaciones de aprendizaje, experimentaría la realización de la razón.
Hasta entonces, la Ilustración tenía que empujar a la humanidad hacia el progreso. La Ilustración era para Kant un proceso que surgía desde el pueblo, hasta
que alcanzaba las regiones superiores del gobierno, puesto que no cabía esperar
mucho de la instrucción pública por falta de recursos económicos. La vía opuesta,
por tanto, de la extensión de la civilización desde la corte. La historia filosófica
podía cumplir un papel fundamental en el proceso de la Ilustración, puesto que
señalaba el objetivo final. Esta historia filosófica tendría que tener el carácter de la
evolución de la constitución civil, y las relaciones interestatales, desde los griegos
hasta nuestros tiempos. Con esto, la historia del Estado se convirtió en un vehículo
para la educación de la ciudadanía. El ensayo de Kant tomó una posición crítica
frente a los soberanos, y constituyó una propuesta de cambiar radicalmente de
política30.
28
L. Kriegel, Kings and Philosophers, Nueva York, 1977, cap. 1.
I. Kant, Filosofía de la Historia, Buenos Aires, 1964, págs. 41-42.
30
E. Menéndez Ureña, La crítica kantiana de la sociedad y de la religión, Madrid, 1979, págs. 31-37;
I. Álvarez Domínguez, La filosofía kantiana de la Historia, Madrid, 1985, págs. 75 y sigs.
29
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