Capítulo 1«. Historia de la exploración botánica del Perú 19 Después de haber regresado a Sandia, comencé en seguida los preparativos para visitar las selvas del Inambari. Partí el 5 de junio, bajando a lo largo del río de Sandia; luego me dirigí al norte, tomando una senda fangosa, a través de una serranía deshabitada, cuyas cumbres están completamente cubiertas de monte, caracterizado por hojas duras y lleno de flores; finalmente, caminando a la sombra de las copas entrelazadas de los árboles, gané el rio Inambari. M e alojé en un solitario depósito de provisiones, establecido por la expedición del Tambopata. Este lugar, situado a 900 metros de altura, se llama Chunchusmayo, nombre de un riachuelo, que allí se une al Inambari. En la cercanía vivían dos caucheros bolivianos, explotando los árboles de Hevea, y al amanecer oía siempre los golpes de sus hachuelas. Por lo demás el valle tenía sólo pocas moradas: pequeños plantíos de coca, escondidos en el monte y cuyos dueños iban allá sólo para las pocas semanas de cosecha. Al norte del Inambari, la selva quedaba exenta de caminos y desconocida. Permanecí en Chunchusmayo unas cinco semanas. Lluvias fuertes y continuas y ríos siempre cargados impedían toda excursión mayor, ni era posible derribar árboles para estudiar la flora de la selva. No compensándose la alimentación insuficiente ni otras privaciones, dejé gustosamente la soledad sombría de la selva lluviosa y saludé con alegría las alturas luminosas y sus montes de follaje brillante y flores variadas. A fines de julio estuve de regreso en Sandia. Habiendo tenido algunos días de descanso, partí con rumbo a la Costa. Volví a pasar por Muñani, Azángaro y Pucará, permanecí tres días en Puno, para conocer las orillas del Titicaca y llegué a Arequipa hacia fines de agosto. Haciendo uso del ferrocarril, pude estudiar durante corto tiempo la flora de alturas muy diversas, desde la hacienda La Chorunga (1050 m.), situada en el valle de Vitor, hasta Vincocaya (4377 m . ) . E s verdad que mi colección no recibió mucho incremento en ese tiempo de sequía, pero los diversos pisos de vegetación, se distinguían perfectamente. Ascendiendo a la cumbre del volcán Misti, observé la desaparición paulatina de la vida vegetal. Noticias gratas recibí en Arequipa : se hablaba mucho de las lomas costaneras, contando que la humedad extraordinaria del invierno había producido una exuberancia admirable de esa vegetación, como no se había visto desde largo tiempo, talvez desde 10 años. Hacia fines de setiembre bajé al puerto de Moliendo, encontrando aire fresco, neblina espesa, campos verdes y abundancia de flores, allí donde había visto en febrero terrenos desnudos y quemados por un sol ardiente. Dos semanas bastaban para conocer bien las lomas de Moliendo y las del cercano valle de Tambo. Después me embarqué para el Callao. Alrededor de Lima hallé también un desarrollo magnífico de las lomas. Para el próximo viaje, escogí aquella parte de las vertientes andinas orientales que corresponde a la latitud de Lima. El 21 de noviembre me trasladé a La Oroya, viajando por ferrocarril, y después seguí cabalgando durante cuatro días, marchando por Tarma, Palca y Huacapistana a La Merced, situada