Màrius Sampere y el río de la vida

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Màrius Sampere y el río de la vida
Suplement «Culturas» de La Vanguardia, 8-1-2003
Vicenç Llorca
Màrius Sampere acaba de dar a conocer su último poemario, Les imminències, un libro que viene a confirmar tanto la maduración de un mundo poético propio, fuerte e inclasificable, como la consolidación de su nombre entre los poetas más destacados de la lírica catalana contemporánea.
Nacido en Barcelona en 1928, su biografía ha estado siempre ligada
al Barcelonès Nord, donde ha tenido una intensa relación profesional,
artística y humana con ciudades como Sant Adrià de Besòs, Badalona
y, muy especialmente, Santa Coloma de Gramenet. Autodidacta y dedicado a las labores fotográficas hasta los años 80, en 1963 obtuvo contra pronóstico el premio Carles Riba con L’hora i el límit, que no vería
la luz hasta cinco años más tarde en la editorial Proa. Esta obra provocaría que la crítica lo incluyera en el llamado realismo histórico, un
movimiento literario marcado por el compromiso político y social. En
1976, consiguió el premio Recull con Poemes de baixa freqüència, aparecido el mismo año en Edicions 62.
Tal y como sostenía en mi ensayo Màrius Sampere. Assaig de revisió
del realisme històric (Columna, 1989), entre 1963 y 1976 se define una
primera etapa del autor que, más que adscribirse al citado realismo
histórico, plantea un realismo existencial en el que destaca como tema
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central el dolor por una doble ausencia. Por un lado, la del sentido, lo
que lo conduce a la contradicción como mecanismo de funcionamiento
de lo real. El absurdo se muestra a menudo bajo la figuración del caos
que encuentra en la ciudad una magnífica metáfora y en el Besòs un
hilo que atraviesa toda su obra. Por otro, la ausencia del dios cristiano.
La búsqueda espiritual del poeta desemboca en un fracaso místico que
le lleva a la imprecación y a una relación tensa con la divinidad. Sampere adopta muchas veces el tono de un poeta maldito que gusta de la
desrealización de raíz expresionista como método poético. Estos rasgos
iniciales son el denominador común del resto de su obra.
Entre 1977 y 1982, el autor vive un momento incierto entre una
etapa que quiere cerrar y las bases de una obra futura que no acababa
de ser comprendida. Aparece en 1982 Samsara (premio Jordi de Sant
Jordi, editorial Prometeo), en el que el contrasentido es asumido y donde
el poeta plantea una relación panteísta de inspiración oriental. A partir
de entonces concentra su labor en una tercera fase que comienza con
Llibre de les inauguracions (Columna, 1986), que había obtenido el
premio Miquel de Palol dos años antes. Haciendo honor al título, asistimos a una poetización de una especie de inauguración personal en el
que encuentra sentido el contrasentido. La belleza irrumpe ahora con
fuerza y sus versos ganan confianza y serenidad. La contradicción comporta nuevas armonías y la muerte es vista como una forma de piedad.
El amor va creciendo en su poesía y el tono neoexpresionista de su
estética enlaza bien con el gusto de la década, en un momento en el
que profesionalmente se dedicará a la dirección de labores de dinamización lingüística en el Centre de Normalització Lingüistica de Santa
Coloma de Gramenet. Un año más tarde remataba este giro con Oniris
i el tret del caçador, desde mi perspectiva uno de los mejores libros de la
poesía catalana de los 80. En él sintetiza muchos rasgos de la poesía
visionaria contemporánea y del vitalismo que afirma la intuición como
medio de conocimiento. Una poesía metafísica que, libre ya de lastres
existencialistas y sociales de la primera etapa, descubre una trascendencia espiritual desde la misma condición de persona.
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A partir de aquí, la década de los 90 significa una intensa profundización en la expresión simbólica de esta metafísica a través de títulos
como L’ocell que udola (Columna, 1990), La taula i les estrelles (Columna, 1992), La cançó de la metamorfosi (Columna, 1995), Demiúrgia (Columna, 1996) y Thanatos suite (Seuba, 1997). En 1999, aparecía la antología Si no fos en secret (Proa) a cargo de Sam Abrams y
Jaume Subirana, y en el 2000 Subllum (Proa) obtenía el premio de la
crítica Serra d’Or. Dos años más tarde, vuelve a la carga lírica con unas
Imminències que invitan al diálogo y la reflexión.
«En realidad, el libro se titulaba Tots els qui no havíem d’haver nascut. Desde la editorial se me propuso que buscara otro más sugerente y
me vino a la mente la palabra “imminència”. Me gusta porque tiene el
apoyo de la verdad. Toda la realidad es inminente, el amor, la muerte»,
me afirma Sampere con ese gesto nervioso que le caracteriza, sus frases
de contundencia inexorable y su permanente sonrisa, más cerca de lo
trágico que de lo cómico. Sorprende y atrae a la vez esa mezcla única de
ternura y sarcasmo que baña el sentido de su conversación. Cuando sus
palabras penden ya en el abismo, aparece una última puerta abierta al
misterio, ligada al concepto de la poesía como revelación. «Todo lo que
decimos y creamos es la culminación de un esfuerzo, de un estímulo
que no sale plenamente de nosotros mismos. Estoy en silencio y, de
repente, me viene un chorro de palabras e ideas. Parece como si todo
me lo dijera alguien, como si yo fuera un médium.» La indeterminación es clave en el universo samperiano: el poeta como mediador entre
el silencio y la palabra, el demiurgo como puente entre dios y las cosas:
«Dios es la nada previa. El demiurgo, si es que existe, sería la misma
naturaleza, el intruso que se interpone entre la nada y el ser. Por tanto,
es también el portador del amor.» Sampere busca a través de la poesía
una vía de explicación de lo real y la pone al límite de toda interrogación: «Pido explicaciones porque hago preguntas. Y porque no puedes
contestarte a ti mismo, escribo poesía.»
Una poesía que emerge de ese pozo fascinante y abismal a la vez del
existencialismo, de la conciencia de una condición humana sometida
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por igual al espacio, al tiempo y a la historia. Esa historia de la que
formamos parte, y a veces un aparte, y con la que el poeta intercambia
versos como balas, convertido el poema en una especie de duelo a todo
a nada. «La libertad no existe. No podemos salir de nosotros mismos.
Somos lo que somos. El culpable es dios, ahora bién, si yo también soy
dios, también me inculpo a mi.» La interrogación acaba en el camino
de una única afirmación: «Todo queda en casa, con unas preguntas sin
respuesta. A no ser que llegáramos a la conclusión de Oriente: simplemente somos. ¿Por qué tendríamos que preguntarnos nada más?» Recordamos la vieja etiqueta de realista histórico, y el poeta se emplea con
contundencia: «Nunca he tenido la pretensión de hacer poesía social.
Un existencialista social, bueno, quizá sí.»
Avanza la conversación con este hombre de ojos azules, enormes,
como asombrados por la grandeza del mundo. Su americana, a menudo de pana aunque hoy no, sobre la que penden pañuelos elegantes de
diversos estampados, hoy también. Un hombre ávido de saber hasta el
límite de lo posible; un hombre que, tras su aparencia áspera y poco
dada a los protocolos, esconde un profundo sentimiento de humanidad. Su aspecto me recuerda a Wagner, así como su obra, la cual ha
sobresalido por un estilo cercano al universo de códigos establecidos
por el expresionismo. Quizás sea éste uno de los aspectos más destacados del poeta, pues tiende un puente entre los rasgos expresionistas
contenidos en las estéticas de los 60 y la figuración neoexpresionista
que se desarrolla en buena parte de la literatura y el arte de los 80.
«Todo el mundo pertenece a algún ismo determinado. Yo no sé cual es
mi lugar, pero veo que sí, que mi obra tiene mucho de expresionista.
Ahora bién, el mío sería un neoexpresionismo nihilista. Soy un optimista nihilista.» El poeta acepta, pues, la contradicción como método
de expresión: «El optimismo y el pesimismo encuentran en mí un campo de combate vivo. Y lo expreso en mi poesía.»
Sobre esta base, Sampere ha levantado una especie de mitología
personal que desde Oniris i el tret del caçador (1998) adquiere plena
madurez. En este bosque de mitos reales, inventados y semiinventados,
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surge la metafísica de una poesía no tanto de la interrogación como de
lo que me atrevería a denominar el «encrespamiento» cósmico. ¿Qué es
el dolor? ¿Qué sentido tiene la historia, el mundo, la realidad misma?
¿Si hay un dios, por qué no responde? ¿Y si no lo hay, qué hilo une todo
esto? Sampere concibe la poesía como un camino para abrir la mente a
todas las energías y fuentes del ser humano. Así lo irracional se convierte también en vía de conocimiento. «Me enfado, claro. Si me he
roto los bazos, ¿no me tengo que cabrear? No me identifico con el
paciente Job. Además, aquel hombre se equivocaba. Se tiene que poder
dialogar. Tengo derecho a discutir.» Sampere me explica el dolor que
acaba de pasar por la rotura de dos húmeros tras una desgraciada caída.
«¿Así se han roto tus “homeros”?», bromeo con una pizca de maldad.
«Sí –me responde–, ya he pasado la Odisea.» El poeta está contento al
constatar el interés creciente que despierta su poesía, especialmente entre
las generaciones más jóvenes: «Creo que la poesía actual está en un
momento muy bueno. Se está creando una gran poesía y acabará de
madurar.»
No entenderíamos nada de Sampere sin apreciar la construcción
para la poesía catalana de un registro estético urbano. Ahora bien, que
nadie incurra en el error de pensar en un manifiesto de poesía ciudadana. Lo verdaderamente fuerte en Sampere es que las metáforas nacidas
de las formas de la ciudad responden a un reconocimiento de su propia
experiencia. Biográficamente, se trata de una persona que se ha movido siempre entre Sant Adrià, Badalona y, sobre todo, Santa Coloma.
Barcelonès Nord, pues, con el Besòs como gran arteria de una realidad
donde la generación parte de la degeneración de una realidad densificada hasta límites extremos. «Cuando escribo, no me impongo ningún
propósito. Porque soy un ciudadano, me sirvo de la ciudad, sea Santa
Coloma, Badalona, etcétera. Ahora bién, no se trata de poesía de la
experiencia. Mi poesía está llena de otras consideraciones, sobre todo
de mi manera de contrarrestar y vencer el mal. Y, sin embargo, al mal
no se le puede vencer. Lo único que puedes hacer es burlarte de él.»
Con burla o sin ella, si estamos con Manrique en aquello de que nues104
tras vidas son los ríos, el Besòs se convierte en una especie de espejo de
la verdad del poeta. Toda su obra està llena de Besòs, hasta el punto
de que no creo que otro poeta contemporáneo haya obtenido tantas
metáforas de un río. «El Besòs es mi arco de la victoria. Tiene cuarenta
años de mi vida. Tiene mis tres perros enterrados. La humedad, el frío,
el dolor de mi madre.» Brevemente, Sampere me explica el olor de la
noche que le ha acompañado desde que saliera a observar los ataques
áereos a Barcelona durante la guerra. En el prólogo de Les imminències el
lector observará que el autor se refiere a la casa de la calle Igualtat –ahora
Cartagena–, número 363, donde nació en 1928 y en la que habitó
hasta los trece años.
Un poeta metropolitano
En 1941, se traslada a Sant Adrià, donde acaba trabajando en el
estudio fotográfico de su tío y viviendo hasta los 39 años. Allí establece
una gran amistad con Pere Cabacés, de Santa Coloma, con quien compartirá estudio en esta ciudad a partir de 1968, tras dirigir uno en Badalona durante diez años. Sant Adrià es, pues, la cantera tanto de sus
imágenes del Besòs como de la constante presencia de sus padres; Badalona significa el inicio de su actividad literaria pública; y Santa Coloma la ciudad donde encontrará el arraigo más definitivo tanto de su
actividad profesional y literaria, como de participación colectiva y de
relación humana.
Sampere es sobre todo un poeta metropolitano. Y cuando afirmo
esto soy consciente de que estoy reclamando un debate sobre lo que
significa forjar una obra literaria en catalán en la Catalunya metropolitana contemporánea. La poesía de Sampere responde a una representación profundamente psicológica y perfectamente artística de lo que
significó para la Catalunya del desarrollismo el nacimiento traumático
de sus ciudades metropolitanas. Sin duda, la lúcida y emocionada respuesta poética de Sampere a todo este mundo y a todo este momento
de nuestra historia rezuma una realidad que se relaciona con una épica
no tipificada en nuestra visión como cultura y literatura. Ahí está la
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revista Grama como escuela de una buena nómina de periodistas y
fotógrafos de nuestro país. Ahí está la incidencia del pensamiento cristiano en la praxis política, clave en la primera etapa de la vertebración
democrática del primer cinturón. Ahí está la poesía de Sampere, tan
ácida y tierna, tan amorosa y cercana a la muerte a la vez.
No sé por qué, cuando pienso en el inicio de mi relación con Sampere recuerdo una mañana fría de invierno de finales de los 70 sobre el
puente del Besòs. Por unos momentos, sin conocernos en persona,
nuestras miradas se cruzaron, él en coche hacia Santa Coloma, yo a pie
hacia Barcelona. Y, en medio de la densidad de tanta gente en tránsito,
sobre el olor infame del Besòs, pensé que la poesía une misteriosamente
a las almas. Años más tarde, he comprendido el significado de esta
unión: los ríos son los arcos de triunfo de nuestras vidas.
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