POESIA VOLUMEN XL

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'Popular
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POESIA
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CONTRA
Cu/lu;a
Colombiana
Jacob
EL
VIENTO
VOLUMEN
XL
Im"reso en la editorial
M;ner.a,
'PublicadoneJ
del Ministerio
de Educación
de Colombia.
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1944
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rPorfirio 9Jarha flacoh
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fiN TORCHAS
CONTRA EL VIENTO
$IBLlOTECA
'POPULAR
DE
CULTURA
COLOMBIANA
ADVERTENCIA
Este volumen corresponde al número 40 de la Biblioteca de
Cultura Popular, y es, por tanto, una reediCión, complementada y corregida de .EI Corazón Iluminado'. En él se recoge
la totalidad de la obra poética de t'orfirio Barba J acob, con
excepción de algunos poemas me,lores que andan dispersos en
periódicos y revistas de difícil hallazgo. Asimismo, no se ha
podido incluír sino un fragmento de «El Cincuentón.,
pues
el texto completo repos::! entre algunas páginas inéditas que
el poeta dejó al morir.
La presente edición se elaboró teniendo en cuenta todos los
libros anteriores publicados en Guatemala, Colombia y México, e~pecialmente .Poemas Intemporales., aparecido en e~te
último país hacia los principios de 1944, cuyas versiones estuvieron atentas a las originales del pacta y a sus últimas
correcciones. De igu'3l manera, nos fue particularmente útil la
serie de cartas dirigida por Barba Jacob a don Juan Bautista
Jaramillo Meza, en donde se anotan las supresiones, cambios,
etc., con que el gran lírico colombiano reformó y pulió, hasta
el último instante, la forma y el fondo de su poesía.
No obstante la vigilancia extrema que se mantuvo sobre
este libro y la seguridad de su escritura definitiva, hemos
querido complementarlo con un índice ele variantes para atender a una posible preferencia y a la comprobación de un proceso literario. El título escogido es el que Barba reservaba
para un breve número de cantos, «invulnerables -según sus
propias palabras- a la acción del tiempo.. Se extiende, ahora, a toda su obra, en consideración a su calidad general y
al sentido esclarecedor que le presta.
Esta edición fUe prologada y dirigida por Daniel Arango.
PORFIRIO
"
BARBA JACOB
PROLOGO
PO' R r I R I O BAR B A J A
e OB
Conozco hombres que han hecho,
sin estremecerse, el viaje del útero
al sepúlcro. Algunos son amigos
míos: están en La Sorbona, en La
Academia y en El Parlamento.
LEON BLOY
LA MUERTE
Y
LA OBRA
Nunca me dieron las sucesivas lecturas de Barba
el conocimiento
entrañable
que obtuve de su muerte.
Hay obras sometidas a este repentino vacío, y obras
que lo transitan
como prolongaci6n y prueba.
Las
unas, a la muerte de su creador, quedan desvinculadas de esta muerte, viven la ,sola vida de la ficci6n
literaria, y contra ellas la muerte lanza su «todo fué
inútil»,
las comprobaciones
desoladas de lo que ha
sido, tan s6lo, imaginaci6n,
inteligencia, vanidad de
la inteligencia. Estas obras pueden burlarla
muerte,
se perpetúan
contra ella también. Pero la muerte les
ha impuesto la limitaci6n de su calidad por haberla
olvidado, por haber nacido a sus espaldas y sin sU
(,ldvoéaci6n. Todos conocemos estas obras: las conocemos más cuando están solas, sin el respaldo material
que les daba apariencia de cosa viva. Les ha mermado, la muerte, su trascendencia. Las ha circunscrito
a la 6rbita de su propio orgullo. Ha revelado su carencia de fertilidad, su imposibilidad
de expresar la
12
PROLOGO
intima, la inaudita existencia de lo que se angustia
y agoniza. Las otras, en cambio, son corroboradas
por la muerte: al desaparecer el creador se hacen más
vivas sus presencias, sus verdades y su raíz. Quedan,
de cierto modo, inrrtunes a las insinuaciones fatales,
porque de ellas se deduce la muerte. Porque están
empapadas de su anticipaci6n. Porque han alzado, en
fin, su llama, sin. olvidar que la ceniza vendría luego.
Hé aquí c6mo la muerte de Barba Jacob me revelaba el sentido general de su obra: se aproximaban
más los acentos patéticos, adquirían la verdad de una
suprema confirmaci6n. Eran, pues, estos versos, huellas vivas, la fijaci6n de un tránsito mortal. Este
tránsito inducía a un compartir y era forzoso estremecerse con él a cada paso, a cada vaivén. Estaba
en ese tránsito nuestro tránsito: reconociéndose en sus
profundidades., en sus yacimientos perennes, en su
común denominador de fugacidad y de angustia. En
este reconocerse radicaba la universalidad de Barba
Jacob. Al bajar a sus propias profundidades, nosotros
baiábamos, con él, a las nuéstras. Esto era, sin duda,
pero también era otra cosa. El reconocimiento no se
operaba en una zona fría, de raz6n o experiencia.
No era éste un asentimiento comparativo y lúcido: no
estábamos leyendo a Montaigne.
Era sí el mismo
inarticulado acontecer de la criatura, pero encontrándose
baio un dominio confuso de deseos y de sueños. Encontrándose en lucha, en agonía. Preservaba la muerte
el sentido de estos cantos porque eran la agonía de
un hombre, su lucha bajo ella. Estaba allí la angustia de los momentos rescatados y huídos. El fin del
hombre nos traía, más sangrante, su certidumbre perecedera.
No podía, pues, la muerte, mermar la trascendencia
de estos cantos porque detrás de todos sonaba su cuer-
PROLOGO
13
no frío. Ella esperaba en la «Balada de la loca alegría» el fin de la danza, y esperaba, de Pié, al final
de la «Canción de la vida profunda», el deshojarse
de los días fugitivos,
sobre los que caían, bajo sus
ojos, las frutas y el luto del mundo. La muerte temblaba y volaba por las galerías de los versos, su capa
verde al viento de la melodía; temblaba y volaba
por las estrofas; y era lla.mada desde «Soberbia», y
rechazada desde «Futuro», y en todas las palabras
dejaba el temblor de su paso. Como en el verso de
Quevedo, no había ya cosa en qué poner los ojos que
no fuera recuerdo suyo. Aquel giro, aquella embriaguez
se realizaban bajo su espera; dentro de aquella orgía
ella iba vestida de máscara. Todos los raptos y los
coros y las altas noches curvadas sobre el amor la
llevaban, «como la fruta su hueso». Cuando siguiéramos la ardiente juventud,
ella lanzaría un grito
entre las guirnald:zs, «atristaT'ía su azul»:
«Bien sé que alucinándome con besos sin ternura
me embriagarán un punto la juventud y abril,
y que hay en las orgí,s un grito de pavura
tras la sensualidad del goce juvenil!»
Ahora se comprendía mejor el ritmo particular de
estos poemas: habían sido creados frente a la muerte.
Pero la muerte no estaba allí como abstracción, como
conocimiento, como «lo que vendrá». La muerte circulaba por las venas de la poesía moviendo una sangre
awrada.
Esta presencia patética condicionaba
la intensidad de sus canciones. Porque la vida en presencia
, de la muerte se hace más vida: y de allí la embriaguez y los delirios y la pasión:
«La muerte sopla su huracán violento
y fulge más la antorcha de la vida.»
14
PROLOGO
Porque la vida en presencia de la mtierte reéonoce
su curso efímero: y de aUt el sentimiento de la vanidad de las cosas, de aUt la angustia del tiempo y el
ansia de eternidad. Porque la vida en presencia de
la muerte se estremece: y de allí el estrernecimiento
de estos versos, su aletazo pávido, el contenido temblor de lo que va a ser herido.
LOS TEMAS
La temática de Barba J acob expresa las inquietantes voces del sér, sus más hondos motivos. Esto no
lo aproxima, sinembargo, a los más grandes ltricos.
Los temas, como tales, son abstracciones, conceptos,
categorías; moldes, tan sólo, a los que hay que animar
desde dentro y cuya enunciación no es de por sí universal. José Asunción Silva en su «Respuesta de la
Tierra» formuló preguntas trascendentales: no logró,
sinembargo, comunicarnos con .gran fuerza . los tremendos interrogantes que proponía. Este mismo poeta
se detuvo, en cambio, bajo una noche desplegada,
mientras la luna de primavera fundía en una dos
sombras sobre la senda de una llanura, y entonces
un soplo de trasmundo cruza los altos cielos, y se
nos vuelve infinito el pequeño cuadro, y nos combate,
a rájagas, la infinita desesperanza. Se es o no se es
dentro de los temas. Barba Jacob no pregunta nada.
Tan s6lo, en «La estrella de la tarde», inquiere por
la causa de un vago rumor, por la ansiedad oculta,
por las influencias que mitigan su dueio y lo hacen
contemplar, ya sosegado, el lucero que asoma sobre
los campos. Y si Barba Jacob se pregunta, y si duda, -tan pocas veces dentro de sus poemas- sus dudas
y sus preguntas conservan la angustia humilde, sin
énJasis, de quien se sabe transitorio:
PROLOGO
15
«Morir .... ? Conque esta carne cerúlea, macerada
en los jugos del mar, suave y ardiente,
será por el dolor' acongojada?
y el ser bello en la tierra encantada,y el soñar en la noche i1uminada,y la i1usi6n, de soles diademada,y el vigor .... y el amor.. .. ¿ fué nada, nada?
. Los grandes temas que circundan la vida no están
expresados por Barba J acob como concepción intelectual, ni valorados en proporción a su sentido y trascendencia. De ser así, no sería un poeta. Barba Jacob
vive esos temas, esos motivos que lo mueven al canto.
Los vive, como el hombre de Unamuno, con el vientre
y la sangre. Les imprime el sello de su vida, sus
desnudeces y embriagueces, su lamento particular». Entre el dolor humano yo expreso otro dolor», decía.
Qué dolor podría expresar Barba que fuera otro, que
ya no fuera universal como los dolores, que fuera suyo tan sólo.' Ninguno sino el dolor de su propia vida. El dolor suyo, el que brotaba al golpe de los de..,
más dolores generales y que él solamente podía sentir.
Hé aquí cómo se enriquecían los motivos y se individualizaban los temas: una vida cantaba y luchaba en
ellos, y esto sí acerca a Barba J acob a los mayores
líricos universales, por encima o debajo de su creación
literaria. «Si la substancia de la lírica -escribió Rodóestá libre de la posibilidad de consumirse y agotarse
con el transcurso del tiempo, débese a la complejidad
y originalidad de todo sentimiento real. Porque aunque
cualquiera manifestación de la humana naturaleza haya de contenerse, hasta el fin de las generaciones,
dentro de cierto número de sentimientos fundamentales
y eternos; aunque el último poeta muera cantando lo
que el primero cantó en la edad florida del Mundo,
16
PROLOGO
siempre cada sentimiento tomará del alma individual
en que aparezca, no sólo el sello del tiempo y de la
raza sino también el sello de la personalidad, y siempre el poeta de genio, al convertir en imágenes la manera como se manifiesta un sentimiento
en su alma,
sabrá hacer sensible ese «principio
de individuación,
esa originalidad personal del sentimiento».
Barba Jacob recoge, pues, las voces antiguas
para
decirlas nuevamente. La flor fugaz del momento ya ha
sido cortada por Anacreonte y Omar Khayyam,
y él
se incorpora, tan solo, tras de siglos, a la concepción
hedonística. La vanidad de la vida y la inutilidad de
todo esfuerzo, gritos con que él golpea, reprochando,
las puertas del mundo, descienden con igual voz patética del Eclesiastés y retumban,
de época en época,
dentro de los grandes desolados. Aquel sabor amargo
que brota de todo deleite y que enturbia un momento
su juvenil vino, ya lo han sentido los labios de Lucrecio, de Leopardi, de Keats. El mi:sterio del mundo
ya ha soplado en todas las liras,
«las ha hecho cantar». La muerte se ha paseado, implacable, desde siempre, por entre las flores y las canciones. Y si nuestro
poeta siente que sus días no alcanzan el oculto cenit,
Job ya ha dicho: «Mi alma siente tedio de mi vida».
Qué hay, pues, en él de nuevo, si ya los días se han
ido por entre viejas manos, con angustia; si se ha
expresado ya el terror de «no saber nada»; si es la
misma ansiedad pretérita y son las mismas nubes de
antaño las que ahora oscurecen los sueños brillantes?
Nada de nuevo y mucho de nacimiento reciente. Para
el poeta todo es nuevo bajo el sol. Ningún sentimiento, ningún concepto universal está agotado mientras
viva un poeta. Los pensamientos
anteriores de Rodó
son profundos. Nosotros no repetimos la sangre que
nos entregan: siempre hay una mirada por descubrir
PROLOGO
17
y un gesto que se expresa de un único modo. Barba vive
su vida dentro de su poesía. Qué importa que los temas sean eternos! Su vida es efímera y es su vida.
El complicaría el lamento universal con su propio
lamento.
«Hay que desentrañar mi poesía en la complejidad
de sus emociones y no de sus pensamientos.
Mi
poesía es para hechizados». Estas palabras de Barba
Jacob resumen lo ya dicho sobre su lírica. Esta complejidad de emociones es la fuente de donde surge
su propia manera, su fuerza original. Esta complejidad es la que nos hace considerar su poesía dentro de
la poesía y el hechizamiento nos hace descubrir sus
nuevos fulgores, sus relámpagos sucesivos. Porque cantó como hechizado, sus poemas son delirantes. De esta
ebriedad provienen los movimientos dionisíacos:
«Ah!
que la vHa es hermosa y es inmortal la llameante juventud! A danzar, a reír al soplo de Dionisos aunque
la muerte venga! Arden y tiemblan las estrofas como
«los campos en abril». Mi poesía es para hechizados!
Sólo el que esté hechizado entreverá las vagos cielos,
recibirá toda la miel del día, podrá sentir, entre el
viento de las espigas, la brisa helada que desciende
desde el misterio!
De estas dos fuentes que el mismo poeta señala,
-sus emociones y su hechizo- surge el acento. Esto
es lo propio de Barba J acob y lo que singulariza su
actitud ante los eternos motivos. El acento: confluencia inexpresable de modos verbales, de interiores músicas, de un ademán espiritual resuelto en soplos,
insinuaciones, indeterminados matices y brillos. Este
acento es lo intraducible. Lo que, siendo la forma, es
la esencia de la emoción, su poder conmovido y
melódico.
Relacionados can su traducción existen, a mi ver,
18
PROLOGO
dos clases de poemas: los que se apoyan, casi totalmente, en el pensamiento poético, en la idea poética,
en el sentimiento poético, y los que desenvuelven su
atmósfera de encanto en torno a su propia eufonía y
a ciertas características formales insustituíbles.
Estos
poemas últimos, a diferencia de los primeros, preservan su entrega total. No dudo de que su traducción
pueda conservar los motivos centrales e, inclusive, consiga trasladar a las circunstancias
similares
del otro
idioma su ambiente y su cadencia. No dudo de que
la poesía siga siendo poesía. Lo que si no podrá ser
más es la poesía del poeta traducido. Lo que llamaba
Unamuno «lo mío en mí». Y no podrá ser más la
poesía del poeta, porque esta índole de cantos se sostiene sobre el acento. Sobre cierto tono particular, de
donde escapan julgencias, que prolonga, enriquece y
hace única la expresión. En una célebre novela contomporánea, dos personajes hablan así:
-Por
qué siento este amor?
-Ah!
Esto es algo que se relaciona con tu vida,
con lo que has hecho y has deiado de hacer y has sido en tu vida.
De igual modo, el acento es algo que se relaciona
profundamente
con la vida del poeta. Y quién podría
vivir la vida de otro? Cómo podría traducirse el acen.,.
to si su expresión es él mismo, si sobre él ensaya la
.poesía, de esa manera y nunca más de otra, ese movimiento remoto, ese inédito giro sonámbulo que abre,
dentro de los mismos espacios, como un relámpago, un
instantáneo cielo?
Ejemplo de esta primera índole de poemas que hé
(:motado pueden ser las «Coplas» de }orgeManrique.
Ejemplo de la segunda, casi toda la obra de Rubén
Darto, en donde la música, el color y la gracia son
PROLOGO
19
intraducibles. Pero remitiéndome a Barba} acob, po~
dría nombrar la« Canción de la vida profunda» como
ilustrativa del primer caso, y «Lamentación de Octu-
bre», «Balada de la loca alegría», «La infanta de las
maravillas» como poemas representativos del segundl>.
La «Canción de la vida profunda» establece su calidad en los sucesivos pensamientos
poéticos. Con ser
admirable la forma, su poder máximo reside en ellos,
y ellos revelan, otra vez, en el lector, los dolorosos,
serenos y embriagados días de la vida. No sucede esto
mismo con «Lamentación de Octubre» : el sentimiento
está en este. poema muy ligado a su forma, a sus
palabras consonantes, y se enriquece, por ellas, de
melancolía, de desoladas irisaciones y de aspiraciones
rematas. En la «Balada de la loca alegría» se dan
las manás las palabras para jormar el corro danzante
y hacer más jubiloso
el giro. Y la «Infanta de las
maravillas» se tornasola de perdidos refleios, se ahonda de distancias
perdidas,
de recuerdos recónditos.
Ciertos dejos verbales y cierta música que va pautan~
do, meditativa, el poema, logran ejectos milagrosos. Su
traducción nos podría llevar a una pradera .en donde
brillaran las flores a un resplandor último. Podríamos
ver en ella a una soñada niña de ayer. Pero no serían ya esa pradera, ni esas flores, ni esa esbelta muchacha que aparecen en el poema de Barba, en medio
de un conjuso llanto.
LO DEMONIACO
En la indagación sicológica más brillante de toda
su obra literaria,
«La lucha contra el demonio»,
Stefan Zweig estudia la sobrésaltada parábola de tres
espíritus creadores: Holderlin, Kleist y Nietzche. Ninguna vida como la de estos tres grandes poetas se
20
PROLOGO
asemeja de igual manera, en su impulso febril y en
su inquietud ultrahumana,
a la de Porfirio Barba
} acob. Todas ellas están envueltas en el abrazo demoníaco, todas albergan su atormentado fermento y su
evasión al infinito. Quien es poseído por el demonio
vivirá bajo un viento siniestro, irresistible y trágico.
Vivirá sometido a su fuerza frenética. Lo demoníaco
anula en el hombre las fronteras y lo arrastra a lo
desconocido. Lo demoníaco
mueve a una furibunda
odisea sin término, a ese pertenecer sin escape a la
fatalidad que un día expresó Nietzche con estas palabras: «Ser devorados por el juego que no podemos
dominar».
Qué otra cosa s ino esta perpetua lucha
con el demonio fue la vida de Barba,
descentrada,
batida, perdida de sí misma,
instada siempre a un
exceso mayor, a una quimérica inmensidad?
Lo demoníaco no es esa suerte de tufillo luciferino con que
han querido mostrar los anecdotistas
del poeta su
errancia ashaverica. Es algo más profundo y extenso:
algo que abarca la lucha patética del hombre y el
intenso sentido de su poesía. Porque el demonio no
da tregua y anula la voluntad,
(la voluntad ya no
rige: son esclavos, posesos, dice Zweig)
y en este
nudo inexorable radican la angustia y la tremenda
exaltación.
Bien sé que no hay nada más vano, más estéril,
que la abusiva disección espiritual
de un hombre.
Dispersa en cierto género literario de boletines clínicos, sicoanalíticos,
anda la vida de Federico Amiel,
tan poco parecida a su vida como la de un ser elemental a su forma ya disecada. La seductora existencia
de Leonardo está secá también, como un nervio extraído, en presuntuosos folletos ajenos a la variedad
y riqueza de un sér actuante. Dejo para esta clase de
cientificismo y para quienes se creen autorizados
a
relatar cierta índole de sub-biografía
la realización del
deplorablepropósitr5. La orientación de este seguimiento
que he intentado se refiere, tan sólo, a directrices, a
huellas muy patentes de la vida de Barba, de su
obra que la refleja, y que puede denominarse también
»La lucha contra el demonio». Es necesario, de antemano, prescindir
de cualquiera
interpretación
que
desvíe esta palabra -demonicdel significado con que
Zweig la dirige y que es éste: «el demonio es, en nosotros, lo peligroso, lo que empuja
hacia el éxtasis,
al exceso. Es una magnífica y convulsa levadura del
alma. Su dominio comienza cuando la tensión que
desarrolla se, convierte en una hipertensión,
en una
exaltación, es decir, cuando el alma se precipita dentro del torbellino volcánico».
No conozco detalles de la peregrinación material de
Barba ]acob. Su itinerario está confuso y apenas sé
que iba impulsado de un sitio a otro, como un eterno
inquieto. La naturaleza demoníaca es nómada, no la
detienen sino un momento el amor, los afectos, la
comodidad. En un relato melodioso, el mismo poeta
va marcando su hu ída , sin finalidad ni rumbo. Costa
Rica, La Habana, San Salvador, Honduras,
México,
son puntos de partida, de regreso. Este ir y volver de
una a otra parte es, realmente, un acoso, una carrera
arbitraria y loca:
4: Y errar, errar, errar a solas,
la luz de Saturno en mi sien,
roco mástil sobre las olas
en vaivén:..
El demonio
lo empuja a un vagabundaje perpetuo.
San Pablo, todos los nombres de
Centroamérica, de sus islas, han sido recordados por
el poeta bajo la embriaguez del recuerdo. Cualquiera
La Ceiba, /tuango,
;
P~ÓLÓGÓ
de estos sitios podría retenerlo; en todos sería posible
soñar y cantar. Pero el poeta se aleja y los lugares
se tornan, tan sólo, en puntos de tránsito, en esquinas de una misma vuelta inarticulada.
Hé aquí que
el viento sopla, que exige el demonio. Sopla el demonio su incitación trashumante y es necesario seguirla.
Los primeros versos de la «Canción de la vida profunda» no significan para Barba }acob algunos días:
significan la vida:
e Hay días en que somos tan móviles, tan móviles
como las leves briznas al viento y al azar.
Tal vez bajo otro cielo la Gloria nos sonríe ... , ~
La Gloria no sonríe en ninguna parte porque, llegado a ese cielo, ya otro se divisa y es necesario
partir. El viento y el azar mueven su frágil rumbo,
lo baten, acrecen sobre él su caracol tremendo y creciente. La vida espera, espera siempre más allá:
«Decid cuando yo muera -y el día esté lejano!:'"
soberbio y desdeñoso, pródigo y turbulento,
en el vital deliquio por siempre insaciado
era una llama al viento .... ~
\ «En el vital deliquio por siempre insaciado .... »,
escribe Barba. Lo insaciado es lo demoníaco. Pero nó
todo insaciado es demoníaco, pues el demonio sólo
aparece cuando la insaciedad rompe las esclusas del
sér. Lo demoníaco echa por tierra la contención y el
equilibrio y se lanza en un vértigo, con renovado furor, con angustia salvaje, como sobre el agua el hidrópico. Barba }acob revela, a todo lo largo de su
obra, este pasar desencadenado y esta naturaleza
diabólica:
PROLOGO
23
«El són del viento en la arcada
tiene la clave de mí mismo:
soy una fuerza exacerbada
y soy un clamor de abismo».
«Algo que sacie! Ráfagas lúgubres
baten el alma, ráen la carne;
tormentas sordas de mares lóbregos
rasgan las velas de mi razón».
Esta naturaleza demoníaca trae consigo una sensualidad
arrebatada, demoníaca
también. Esta sensualidad ha sido descrita por el poeta en un poema
simbólico titulado:
«La dama de cabellos ardientes», pleno de sensaciones y de dejos melódicos. Esta
sensualidad exagerada, este instinto sexual sobrecargado y difuso, extraviado y ardiente, que alcanza las
más desnudas formas de la pasión erótica, se advierte en varios pasajes de su obra, no en los mejores,
y llena de intenso sabor muchos de sus cantos. La
vida de Barba Jacob está teñida de este hervor pasional, y su excesiva fuerza, su desatado bullir, nos
distancia el amor de su obra:
«No tuve amor, y huían las hermosas
delante de mis furias monstruosas.
Lauros negros mi oprobio me ciñó".
Siempre el amor está tratado en Barba como lo que
no fue, como lo que no pudo ser, como lo que no
será nunca:
«Por ese anhelo, entre los acres pinos
y las rosas en llamas del ocaso,
al hablar dejo la palabra trunca.
El tiempo es breve y el vigor escaso,
y la Amada ideal no vino num,;a",
24
PROLOOO
La última estrofa de «Lamentación de octubre» está impregnada también de esta desolada comprobación.
y en la «Nueva canción de la vida profunda» le parece
al poeta que jue en Abril cuando tuvo una novia. En
Abril: esto es, cuando el demonio no había surgido
sobre su vida y el despertar de la sangre le iba mostrando a la mujer, a la sencilla muchacha que cantaba en el profundo campo, «en su paz melódica de
aldea». Barba J acob no volvería a ella. En «La dama
de cabellos ardientes» lo sueña, lo balbucea, para
luego entregarse al destino fatal, a su ley oscura:
«Yo volvería!
Luna en San Pablo, novia de siempre,
yo volvería, aún en abril
Mas la Dama, sortílega a mi lado,
besó m i boca ....
El poeta quiere volver. Hay un momento: de su
vida en que cesa la tempestad, en que se silencia el
viento nefasto, y un aura, una ráfaga montesina,
una brisa que trae azahar le recuerdan las lejanas
montañas y la simple vida pasada:
«Mis pies se hincaban en el suelo
cual pezuña de Lucifer,
y algo en mí tendía el vuelo,
por la niebla, hacia el rosicler .... ~
En todo demoníaco coexisten dos mundos, dos zonas de luz y sombra, dos cielos enfrentados: tempestuoso el uno, azul el otro. Dos extensiones. Como en
la caída de una parábola, el mundo claro se presenta
cuando el vértigo, llegado a su última altura, disminuye en tensión. Entonces el poeta retorna, míra su
injancia, su juventud. Al fondo hay un huerto: la
abuela se pasea, distraída,
por entre las brumas del
día, bajo las nubes que yerran, que cruzan la bóveda
trémula. Un agua suena, y el poeta recuerda que era
azulina, láctea, brillante, como contemplada a travfs
de las lágrimas. En la noche aroman jamiliarmente
las yerbas humildes: el saúco, el toronjil, el eneldo.
Las campanas se oyen. En dónde? Qué es el tiempo?
y la vida? El poeta no es más que sollozos, ángeles,
tiernos años. Las astromelias brotan flores: «brotaban
flores las astromelias de Sopetrán, escribe. Brotan:
nó crecen, no se abren pausadamente
con les días,
porque éste es un momento mágico, es ésto la niñez,
y las jlores son repentinas como en los cuentes. Ya
la niñez toda es un cuento. Al borde del sueño la
voz antigua,
la voz melodiosa, promete un viaje por
el Cauca, por el hondo río. Cuando tú crezcas ....
Cuando tú crezcas ....
El poeta cierra los ojos. Ha pasado la vida y le
azahar vuela en la brisa, por un pueblo cualquiera
entre las montañas, en Antioquia.
Ha reemplazado a
la abuela un balcón, y sobre él se asoma una muchacha: «Aún baña, como a lampos, mi recuerdo, su
cabellera rubia en el balcón ... » El mundo ofrece su
melodía incierta. El amor es esta vaga idea de er.cuentro, y esta paloma, y este río, y esta dorada tarde
del campo, y el beso que se presiente. «Todos teníamos novia ... » Todos: los compañeros: Ricardo,
Juan de Dios. " Este poema se titula «Canción de
un azul imposible». Azul. Abril. Estas palabras significan para el poeta lo diájano,
lo que jue puro y
no volverá. Estas palabras se aparecen cuando el demonio se aleja. De estos momentos son algunos poemas serenos, nostálgicos, en que se aspira a un mundo perdido, en que se desea vivir de acuerdo con una
norma universal de reverencia. de justeza, de paz. De
estos momentos son «El Despertar», «El corazón re~
bosante», «Parábola del retorno», «Canción de vn azul
imposible», «Acto de agrsdecimiento». Los tinos, escritos cuando el demonio no exigía, en la primera
época de la creación literaria; los otros, cuando el
demonio permitía, de pronto, la visión del paisaje
sencillo. Momentos nada más.
«Oh juventud, y el corazón y ella,
música en el silencio del palmar ... »
Momentos tan sólo. «Huella la flor azul pata' 1115civa» y ésto se 'va borrando. Sobre el palmar se desata
un oscuró viento y la melodía crece de vago són a
gemido, a inauditas sonoridades de borrasca. La parábola empiez~ su curso ascendente, volverá a empezar
y a empezar. El descanso total no llega sino cuando
la vida ha terminado.
Quien es poseído por el demonio no encontrará paz,
}acobno la encontró nunca. Cuantas veces
quiere eludir el abrazo siniestro, otras tántas volverá
a él, irresistiblemente. En vano pide descanso; en
vano quiere una vida simple, oscura, en la cual el
trabajo lo conforte, lo eleve, lo aqu iete:
y ~rba
«Busco una vida simple, y, a espaldas de la ml,.lerte,
no triunfar, no fulgir, oscuro trabajar,
pensamientos humildes y sencillas acciones
hasta el día en que, al fin, habré de reposar.
Vivir aquí, labrando las tierras de Sayula,
potqqe me diese un día, a cambio de sudor,
-ya extinta mi inquietud, calladas mis canciones¡paz! ¡paz en mis entrañas! ¡silencio en mi redor!
PROLOGO
27
Imaginaciones! Imaginaciones! dice el poeta al final
de estos versos. Se ha dado cuenta de que el demonio
es su destino y no puede escapar. La sangre demoníaca lo mueve. Entre la armonía del mundo, entre
las cosas inarticuladas o plenas, sometidas a 14na ley,
al reposo de un cauce justo, él no puede vivir. «Entre bs coros estelares~ ojgo algomÍt> disonar» escribe
en «La voz del vjento». Y .estos versos projundos,
tremendos, admirables hasta el mayor elogio, son la
verdad de su existencia triste y desorbitada. Entre los
coros estelares, entre la vasta armonía del cielo que
canta, silencioso, estrellado, el. poeta sentía disonar su
voz. Lo propio del demonio es pervertir esa armonía,
contradecirla, olvidarla. Pero ésto no es triste, no es
doloroso tan s610. El arrebato jebril también da una
suerte de alegría. Una índole de alegría que blasjema,
que ruge, que se precipita en raptos innumerables:
cCompensé mi dolor con mi locura
y nadie ha sido más feliz que yo!it
Pues aquel que es sujeto por el demonio conocerá
el mayor dolor y la más. agria alegría de la tierra.
LA ANGUSTIA
DEL DEMONIACO
Quiero completar esta mirada sobre lo demoníaco
en Barba, con una observaci6n en torno a la angustia que se desprende de este estado. La ·ángustia, como' 'tema general de su obra; abarcaría un campo más
extenso: estaría relacionada con la desaz6n de todo
hombre viviente, con su lucha entre la realidad y el
deseo, con su desesperado sentimiento ante el misterio, la muerte, la fuga del tiempo y la vanidad de
toda labor terrena. Esta angustia está implícita, ex-
28
pltúLOOO
presada, en los poemas de Barba }acob, y sólo su
lectura podría dar el tono de su intensidad.
Deseo
referirme solamente a otra índole de angustia, a la
que proviene de lo demoníaco, y que consiste en la
presencia del pecado, en una relación forzosa con el
bien.
«Lo demoníaco es una relación forzosa con el
bien, es la angustia del bien», escribe Kierkegaard
en «El Concepto de la Angustia». Esta angustia
del bien se advierte en Barba }acob, tanto en su
existencia
como en su obra, y aleja la denominación de pagano con que han querido catalogarlo
algunos recordadores ocasionales. El pagano no se
angustia del bien, no cree estar contrariando
ninguna instancia normativa. El pagano, como tal, no puede ser demoníaco.
Lo propio del demoníaco es esta
angustia. «Oh carne! y tú destilas el pecado», escribe Barba }acob en «Acuarimántima».
En cambio,
el pagano no puede sentir que su carne es pecadora
pues dejaría
infiltrar la angustia del bien que suscita
el pecado; dejaría, simplemente, de ser pagano.
Ninguno
de los poemas de Barba
logran
esta
recreación
tranquila,
segura: lo que es llamado su
paganismo
me parece, tan sólo, la realización
de
una sensualidad arrebatada.
Esta realización era fatal, pugnaba con su yacimiento
religioso, y de ahí
que aparezca en st¡. poesía ese núcleo de angustia, de
angustia del bien, originada por la presencia del pecado. Se dirá que en la «Balada de la loca alegría»
no está esa angustia. Yo creo advertir, inclusive en
ella, un exceso de giro, un aturdimiento
consciente,
una sobreexcitación
dionisíaca,
propios de quien le
vuelve la espalda a su reclamo y de quien resuelve
en concepción literaria una forma vital. Le fue necesario además, al poeta, incluír a la muerte como fin
PROLOGO
29
de fines, como término último, para justificar la abigarrada congregación de cortesanas y donceles:
«Reíd, danzad en báquica alegría,
y haced brotar la ssngre que embriega al corazón.
la Muerte viene, todo será poI yo:
Polvo de Augusto, polvo de Lucrecio,
polvo de Numa, polvo de Nerón!»
. Barba lacob siente la angustia del bien. Porque
el demonio lo aleja de su realización y lo acerca también, de pronto, a su posibilidad de ejercicio. El pecado proviene de esta inútil posibilidad, así como la
angustia. Algunos pasajes intensos de su obra se deben, sin duda, a este trágico y súbito ser.timiento.
VALENCIA
Y BARBA
lACOB
A propósito de la sentencia de Coleridge, «se n8ce
aristotélico o plat6nico», Guillermo Díaz Plaja escribe
lo siguiente en su «Introducci6n al estudio del romanticismo español»: «Si partimos de los conceptcs
de poesía de Aristóteles y Platón, otservaremos que
caben en ellos todas las concepciones de la lírica posterior. Para Aristóteles la poesía es una Mímfsis,
una imitación; para Platón es una embriaguez que
arrebata al poeta. Con esto puede quedar deslindado
el campo de los que ven en .la poesía un ejercicio en
el que cuenta la habilidad, y el de los que la conceptúan como una enajenación en la que cuenta la inspiración. No es difícil seguir el rastro de ambas
tendencias a lo largo de nuestra literatura. En el siglo XV -siglo de encrucijadaoímos al marqués de
Santillana decir -aristotélicamentcque la poesía es
una «fermosa cobertura», mientras luan Aljonso de
Baena asever~ -platónicamenteque la poesta es una
30
PROLOGO
«gracia infusa del Señor Dios». Becquer había tratado ya los dos términos de esta cuestión en estas líneas:
«Hay una poesía magnífica
y sonora; una poesía
hija de la meditación y del arte que se engalana con
todas las pompas de la lengua, que se mueve con una
cadenciosa majestad, habla a la imaginación, completa
sus cuadros y la conduce a su antojo por un sendero
desconocido, seduciéndola con su armonía y hermosura.
Hay otra natural,
breve, seca, que brota del alma
como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento
con una palabra y huye, y desnuda de artificio, desembarazada dentro de una jorma libre, despierta, con
una que las toca, las mil ideas que duermen en el
océano sin fondo de la jantasía».
Pueden señalarse en nuestra historia literaria estas
dos vertientes para situar a Guillermo Valencia y a
Porfirio Barba Jacob. Hé ahí la obra de Valencia,
«magnífica y sonora, hija de la meditación y del arte, que se engalana con todas las pompas de la lengua,
que se mueve con una cadenciosa majestad». Está situada en la vertiente aristotélica en cuanto su actitud
ante la poesía. Situada
históricamente
en la proyección parnasiana. del modernismo
en cuanto a su localizaciónhistórica.
Hé ahí la otra, la de Barba Jacob,
«que hiere el sentimiento con una palabra», sintetizada por Platón en «Ion» y en «Fedro»: «Porque los
poetas, afiebrados, cantan muchas cosas estupendas,
las que después, cesado el furor, apenas ellos mismos
entienden, como si no las hubiera pronunciado sino
Dios por su boca. Así los preclaros poemas no son
invención de filósofos sino dones de Dios, y ninguno,
por diligentísimo y eruditísimo
sea, llega a ser poeta
si no está tocado del divino jurar».
Este furor, esta
suerte de fiebre lúcida, le presta a los poemas de Barba
~l zozobrante acento, la entonación embriagada. I3arba
PROLOGO
31
trasmite las ondas fatales con el sorprendido gesto de
quien lanza una cosa candente que le ha caído, de
pronto, a las manos. Pero este gesto es, además de
aterrado, inaudito y maravilloso.
Significa,
en resumen, lo espontáneo, su fuerza viva, Significa, precisamente, la ausencia de elaboración original, de cons·
trucción, de trabajo. Cosas éstas patentes, medulares,
de la primera corriente, en la que se encuentra la
obra de Guillermo Valencia.
El maestro payanés finca sus cualidades
en una
magnífica recreación de la línea, en un abuso experto
de la letra, y es su concepción la del artista que dirige su obra hacia la búsqueda de una satisfacción
hedonista. Cuantas veces se habla de ella hay que
fijar primordialmente
la atención sobre sus excelencias estéticas. Hay que mostrar como reflejo y símbolo
de una época su entraña,
aunque sus apariencias
formales se perpetúen por encima de ella. iCuáles son
los centros vitales de esta poesía? Cuál es su yacimiento humano? El proposito de este ensayo me impide juzgar la obra Valenciana con detenimiento, y
sólo puedo tomar de ella lo indispensable
para lograr
la comparación de dos opuestas actitudes espirituales.
La glosas y juicios que han escrito en torno a ella
algunos poetas colombianos, tienen para mí fuerza de
verdad crítica. Todos ellos aceptan que «los conflictos
propiamente vitales no hallan eco en la inspiración
de este artista» y que «la vida, bella y cruel, no desgarra la túnica del esteta, que proclama que la existencia de los dioses es matemática, y pone por encima
del poeta que traduce los valores afectivos, al hombre
de ciencia que juega con valores abstractos. (1)
Don Baldomero
(1) Rafael Maya.
Sanín
Cano, en ensayo que no ten-
32
PROLOGO
go a la mano pero que creo interpretar exactamente,
creyó encontrar en la obra de Valencia «todo el cansancio, toda la fiébre, toda el hambre» del espíritu.
Ah, nó! No es suficiente consignar los grandes vocablos. El poeta puede hablar de los sueños y de la
muerte, de la alegría y de la áspera realidad; más no
ha expresado estos motivos mientras no comunique,
con fuerza nunca disminuída, su propio cansancio, y
sus sueños y su alegría; mientras no perpetúe en el
lector su transporte y el encontrar que el mundo es
inferior a su deseo. Valencia es el tíPico escritor-espectador, que un agudo ensayista contemporáneo oponía al escritor-agonista, que para este caso es Barba
Jacob. El primero contempla, relata; el otro vive. Al
primero le falta un sostén de existencia, ese denso
respaldo. El otro incorpora su vida en su obra, la
refleja, la compromete a ser como ella. Valencia nos
relata, por ejemplo, el triunfo del cristianismo
sobre
el paganismo en un poema de imágenes sorprendentes. Por la vida de Barba Jacob, por su poesía,
huye también, de pronto, el centauro, como cuando
exclama:
«Oh carne! Es hora ya del dón eucarístico!l>
Entre las riquezas que el solo empeño artístico consiguió, y el conturbado preguntar del misterio, es fácil escoger en ciertas noches, en ciertas horas de la vida, cuando la poesía nos reclama. La mano se tiende con frecuen·
cia mayor hacia los libros ardientes, y en ellos encontramos la misma amargura, el mismo desasosiego y la
misma tremenda alegría con que gime por dentro el
sér. Nos encontramos en esos libros con nuestra alma,
y en ese encuentro reside su significación universal, su
permanente juventud. Muchas veces oímos en el grito
de Barba el nuéstro propio. Muchas veces es nuéstra
PROLOGO
33
su esperanza, y muchas veces, como si fuera espejo de
nuestras horas, contemplamos en él los su~ños perdidos, el caminar de los años que avanzan,. entre flores,
entre sonrisas, entre zl dolor de la vida y el amor,
hacia la muerte.
INFLUENCIAS,
CRONOLOGIA, CREACION
Aunque desconoc idas las fechas de algunos poemas,
podría asegurarse que lo fundamental
en la obra de
Barba está realizado entre los años que van de 1906
a 192): los versos escritos posteriormente no añaden
nada vital a su poesía y antes bien la prolongan con
tibieza. Es muy breve esta obra: 80 poemas, más o
menos, -sin
incluír los pocos que andan dispersosentre los cuales no pasarían de 2) los que aspiran a
un sitio antológico. Barba Jacob se enreda con frecuencia en un estilo literario que participa
de ·un doble
influjo vulnerable: la expresión de un romanticismo
descaecido y la pompa externa del modernismo.
En
los primeros versos se observa el influjo de esta forma
romántica desvirtuada, y ella produce una serie de
poemas desiguales,
cuyo arquetipo es «Acuarimántima». En muchos otros la pompa modernista seduce
al poeta, y entonces se deslumbra de innecesarios centelleos. El jantasma de «lo literario» planea sobre la
expresión, presidiendo el vano cabrilleo de la forma:
«Sobre el cristal undívago que al sol reverberaba
Bajo el turquí lumínico que el ámbito envolvía
»
»
Diademas,
soles- profusos,
recargan la perspectiva
interior del verso. Esta poesía, «fastuosa de tesoros»,
trémula de riquezas sensuales, es típica del modernismo. Barba Jacob creció vecino al gran caudal y a él
afluyeron innumerables venas, inescapables corrientes te-
34
PROLOGO
m6ticas, vocabulares, métricas. Sus mejores versos están
colocados fuera del exceso de estas dos influencias: en
ellos conquista el poeta un lenguaje estético perdurable, pleno de sencillez y transparencia bajo sus tornasoles verbales.
En toda esta época, en este largo transcurso de años
-1906 a 1925.:... en que la poesía se renueva, se pierde, se reencuentra bajo otra forma, la obra de Barba
} acob no sufre otro cambio que el del natural aquilatamiento de su expresi6n y profundidad.
Este grupo
de reacciones y direcciones m6s o menos intelectuales;
estos procedimientos de síntesis, de analogías de alquitaraci6n; este requerimiento a la esencia poética,
en una búsqueda que va de lo exterior a lo interno,
del objeto al sujeto, en cierta especie de reencuentro
al revés; estos den;minadores
comunes de la estética
nueva, desde un punto de vista técnico, no alteran ni
conmueven la obra de Barba, no la desvían de su propia manera expresiva ni de sus motivos fundamentales. Quien lleva déntro una voz poderosa que lo dirige,
estará siempre sordo a los cánticos de las sirenas.
Guerra, postguerra, estridencias y pirotecnias del creacionismo, del dadaísmo, de todos los ismos y sub-ismos,
toda esa suerte de nuevos reclamos, fecundos y transitorios a la vez, no logran impedir un solo momento
la direcci6n de esta fuerza poética desatada. Nunca
busc6 Barba} acob «hacer poesía»; nunca se preocup6
por el concepto de poesía pura ni por cercar su esencia con cierto rigor intelectual, con esa suerte de talento literario a que se han aplicado un sinnúmero de
poetas contempor6neos. Barba } acob era un poeta elemental, torrentoso, y su batalla sobre la forma se libr6
en consecuencia con ese pedido profundo.
Su obra es
est6tica, como es estática la obra de Antonio
Machado, de González Martínez. Esto es: está quieta en su
PROLOGO
35
concepción técnica, no trae nada, no aporta nada, no
parten de ella corrientes compartibles,
innovaciones
de escuela, sugestiones creadoras que süsciten
imitación. La obra de Juan Ramón }iménez, por ejemplo,
inaugura un estilo, un intento fértil, y tras de-él se
uniforma un grupo de poetas españoles y americanos.
Quién podría imitar a Barba J acob, en cambio? Podrían copiársele palabras, formas verbales, naderías en
total. Su impulso demoníaco, su actitud ante el mundo y sus correspondencias
vitales permanecerían
inatacables, porque lo fundamental
no puede imitarse sin
que se nos mu"estre vacío. Barba }acob es un poeta sin
fronteras, sin localización determinada
de escuela ni
de corrientes. Desde luego, su situación cronol6gica es
constatable porque también la poesía se adelanta en un
ritmo de progreso y de superación, y porque su ascendencia modernista y su movimiento por territorios estéticos ya conquistados es visible. Pero su voz es ya
de todos los tiempos: como el corazón, como la sangre,
como los dolores humanos.
Se ha señalado la influencia de Rubén Daría sobre
la obra del poeta antioqueño. Esto es exacto, y se
prolonga más allá de la solas analogías mel6dicas fijadas. Barba }acob toma de Darío el paisaje cambiante
del verso, el oriente de la inflexi6n, los perdidos esmaltes y la aleaci6n rara y secreta. Y no tan solo
ésto, que se refiere de modo directo a la métrica y el
estilo: semejanzas profusas en les temas y las ideas
atestiguan en la obra del gran colombiano una vecindad más completa. Son sí los temas y los movimientos eternos que rodean a todo poeta y nacen de él,
pero ya no en sus inmutables perspectivas
ni en la
verdad de una fuente común y participante.
Particulares similitudes y direcciones acercan ambos vuelos,
relacionándolos. Sólo que, ya en la altura decisiva, el
36
PROLOGO
de D:uio se resuelve en gracia y el de Barba en lamento. Por el verso del uno asoma, aún en las hondas exp resion"es, el rostro de Banville. Sostienen la
dimensión sangrante, en el otro, las desgarradas veces
del «Eclesiastés».
Un verso, un solo verso, un idéntico sentimiento expresado por ambos, entre muchos versos y sentimien. tes que no quiero reunir comparativamente,
pedrá
ilustrar lo anotado: «Vamos al reino d~ la muertepor el camino del amor!» escribe Dario en el «Poema
del Otoño». «Oh, noche del camino vasta y ~ola - en
medio de la muerte y del amor!» exclama Barba. He
tomado este verso de Dario como arquetipo de una
cJnst:lnte pcética que cruza su obra y nó como revehdor de su actitud ante la muerte. Bien sé que también expresó el terror en «Lo fatal» y en muchos otros
poemas. Pero este verso, esta posición que expresa
ante la vida, viene a ser más suya que el sacudimiento aterrado y la ciega desesperanza. A la inversa, en
Barba Jacob también se perciben las huellas del «Poema de Otoño» ; t:lmbién se va por el camino del amor
a la mue. te, y la muerte ñd importa si existe este camino bajo las mieles'" del dia. Pero lo suyo, su nota
sobrecogida, es esta neche sola, esta neche vastísima,
este camino entre las rosas y la sombra. Entre las
rosas que se iluminan del resplandor oscuro que les
lanza la muerte, y la muerte, impasible, a la que
apen'J.s llega, sin vencer, el aroma embriagado.
Las reflexiones vertidas en este ensayo representan,
tan sólo, el hallazgo de una fisonomía literaria. No
he podido sino trazar linderos a esta obra, y al fin
de estas páginas me asalta el temor de haber paralizado un ímpetu, de haber reducido el significado de estos
PROLOGO
37
poemas.- Barba}acob es un poeta de complejo esclarecimiento interior, y en lengua española no he leído versos tan intensos como los suyos, tan angustiados, de
un acento tan particular y delirante. No hay duda de
que hay líricos, en nuestro idioma, más ambiciosos y
terminados, más importantes para un momento literario cualquiera o para la perspectiva total de la poesía. Dudo en cambio de que alguno nos comunique
con fuerza igual y con iguales iluminaciones
ciertos
abismes del corazón y del hombre.
El valor de Barba }aeob dentro de los temas universales reside -ya lo he dieho- en la manera individual y úniea con que nos lleva por ellQs. Valga recordar, entre todos, ciertos momentos de la niñez, de
la juventud, de la desesperanza JI la rebeldía, a los
que retornamos mejor baja sus versos. Hay muchos
sities y luces y sensaciones a los que sólo volveremos
guiados por esta mano melódica, así como al chocar
de los árboles recordaremos siempre el rumor que llenaba, de tristeza y felicidad, en las inmensas noches
rusas, el corazón infinito de Sacha Pogodín. El poeta
concentra nuestras experiencias en un solo instante.
Sobre todas las lluvias, sobre las lluvias que hemos
visto tras los cristales, y las que hemos soñado y
nos han recogido a la melancolía, oiremos, cayendo
para siempre, la que repicaba sobre el techo de Verlaine.
Esto se escapa a cualquier fijación crítica. Si precisamos sus temas; si, vueltos luego a su resonancia,
comprendemos el poder milagroso, fatal, de comunicarnos su emoción con igual fuerza repetida; si descubrimos su entraña americana
dentro de su órbita
universal y contemplamos
la aparición
de nuestras
flores y montañas y, entre el estupor nocturno, la
rájaga de los maizales; si lo relacionamos con nues-
38
PROLOGO
tra historia literaria desde su ins6lito sitio, y vueltos
luego a la lectura de los mayores poetas de nuestra
lengua no encontramos en ninguno su transcurso pávido y su infinito delirar; si entregados,
tan s610, al
estudio de su creaci6n ret6rica nos deslumbramos con
la calidad de las expresiones,
con los infusos visos
que recrean la palabra, con las cesuras musicales y
el ritmo extraño que le conceden a su verso la perennidad artística; si en el momento de reclamar nuestra participaci6n
en la más alta lírica lo hacemos en
nombre de este americano de Santa Rosa de Osos,
desmesurado y bfblico; si, en fin, ordenamos las anteriores reflexiones, hemos de confesar q~e no representan sino un lindero, una enumeraci6n
de fronteras. Barba ]acob reside en todo ello, pero en sí mismo.
Como al poeta con la poesía,
también al crítico le
queda el trueno entre las manos, tras la visi6n del
relámpago.
Muchas veces, más que otra cualquiera, yo he leído
esta poesía sin posibilidad de agotarla. Cuantas veces
he querido pensar en ella, he tenido que volver a ella.
Nada me ha sido más venturoso que esta tremenda
compañía, con sus aullidos y sus «puertos de gracia
y amor». Las anteriores páginas aluden, solamente, a
esa temperatura sin medida.
Yo no he hecho más
que aludirla. Así como se alude, según palabras insignes, «enigmáticamente,
en las poblaciones, al paso
señorial y remoto de unas alas extrañas».
DANIEL
Bogotá, abril de 1944.
ARANGO
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