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JOSÉ DE SELGAS Y CARRASCO
POEMAS
2003 - Reservados todos los derechos
Permitido el uso sin fines comerciales
JOSÉ DE SELGAS Y CARRASCO
POEMAS
La niebla
En buen hora vayas tú,
Mansa niebla fugitiva,
Con los bellos tornasoles,
Que tu transparencia cría,
Con los tímidos reflejos
Con que la aurora matiza
La caprichosa inquietud
De tus formas infinitas.
En buen hora vayas, niebla,
Agitada y suspendida
Por los vuelos cariñosos
De la perfumada brisa;
Y trémula y afanosa,
Ya súbito desprendida,
Finjas sobre el ancho mar
Tenues bandas amarillas;
O ya en sueltos pabellones,
Vagando leve y tranquila,
De púrpura, nácar y oro
Lujosamente te vistas;
O ya en revuelto tropel,
Mal de tu grado indecisa,
Espiral incomprensible
Y maravillosa finjas;
O ya del viento acosada,
Y por el mismo tendida
Beses el cáliz pintado
De las tiernas florecillas;
O mansamente agitada
El vuelo del aura sigas,
Y del bosque gemidor
Los anchos contornos ciñas;
O ya alzándote orgullosa
Desde la pradera umbría,
Flotante penacho imites
Sobre la roca vecina.
En buen hora, mansa niebla,
Tu inquieto camino sigas,
Mis ojos te seguirán
Mientras te alcance la vista.
Que ese misterioso vuelo,
Que tu existencia fatiga,
Algo para el alma tiene,
Cuando logra seducirla.
Y tal vez, tal vez, oh niebla,
Eres del alma querida,
Porque nuestro corazón
A lo que cambia se inclina.
Y así te adora y te sigue,
Porque compara tu vida
Con la amorosa inquietud
De sus dulces alegrías.
Leve sombra de la aurora,
Espejo donde se miran
Del amor ardiente y puro
Las ilusiones tranquilas...
Vuela en paz; y en la alta cumbre
Repite, con voz sentida,
Lo que las aguas murmuran,
Lo que las flores suspiran.
EL LAUREL
Naciendo la mañana, alzábase pomposo
Con noble gentileza magnífico laurel;
Y dicen que la aurora al verlo tan hermoso,
Suspiró de contento y enamoróse de él.
Blandió el laurel sus tallos con arrogante brío,
Y cuando al cielo altiva la frente levantó,
Cayó sobre sus hojas tal lluvia de rocío
Que al ímpetu doblóse y de placer gimió.
La brisa en tal momento, meciéndose ligera
En los espesos ramos, le dijo al resbalar:
-«Soy de la reina aurora la esclava mensajera:
Oye lo que en su nombre te vengo a confiar.
»Tu majestad brillante, tu juventud preciada,
El lujo de tus hojas, tu espléndido verdor,
La tienen por tu dicha de amor enajenada;
Y traigo en mis suspiros las prendas de su amor.
»Y porque siempre viva y eterna en tu memoria
De su cariño tierno la gracia celestial,
Serás entre los hombres un símbolo de gloria,
La frente que tú ciñas también será inmortal.»
Dijo, y en vuelo fácil, inquieta y bullidora,
Hacia el rosado oriente sus alas dirigió:
Cayeron nuevas perlas del manto de la aurora;
Se alzó el laurel de nuevo y el sol lo iluminó.
EL ÁLAMO BLANCO
Mientras el aura del ardiente estío
Derramaba con vuelo fatigado
Sobre la mustia majestad del prado
De la alma aurora el virginal rocío;
Besando el agua del raudal umbrío,
A la sombra de un álamo apartado,
Oyó que así en murmullo sosegado
Decían el árbol y el sonoro río:
-Si el céfiro de abril huyó ligero,
¿Qué espíritu divino te alimenta
Y hace perpetuo tu verdor primero?
-Yo presto sombra cuando el sol calienta,
Rasgo del aire el torbellino fiero
Y el bien que hago mi verdor sustenta.
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