Artesanías de paz

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 Textos para reflexión y debate. (Género y paz)
Módulo Paz y Conflictos
(Máster Internacional Paz, Conflictos y Desarrollo. Castellón 2008)
1778, Filadelfia: si él hubiera nacido mujer
“De los dieciséis hermanos de Benjamin Franklin, Jane es la que más se le parece en
talento y fuerza de voluntad.
Pero a esa edad en que Benjamín se marchó de casa para abrirse camino, Jane se casó
con un talabartero pobre, que la aceptó sin dote, y diez meses después dio a luz su
primer hijo. Desde entonces, durante un cuarto de siglo, Jane tuvo un hijo cada dos
años. Algunos niños murieron, y cada muerte le abrió un tajo en el pecho. Los que
vivieron exigieron comida, abrigo, instrucción y consuelo. Jane pasó noches en vela
acunando a los que lloraban, lavó montañas de ropa, bañó montoneras de niños, corrió
demarcado a la cocina, fregó torres de platos, enseñó abecedarios y oficios, trabajó codo
con codo con su marido en el taller y atendió a los huéspedes cuyo alquiler ayudaba a
llenar la olla. Jane fue esposa devota y viuda ejemplar; y cuando ya estuvieron crecidos
los hijos cargó de sus propios padres achacosos y de sus hijas solteronas y de sus nietos
sin amparo.
Jane jamás conoció el placer de dejarse flotar en un lago, llevada a la deriva por un hilo
de cometa, como suele hacer Benjamín a pesar de sus años. Jane nunca tuvo tiempo de
pensar, ni se permitió dudar. Benjamín sigue siendo un amante fervoroso, pero Jane
ignora que el sexo puede producir algo más que hijos.
Benjamín, fundador de una nación de inventores, es un gran hombre de todos los
tiempos. Jane es una mujer de su tiempo, igual a casi todas las mujeres de todos los
tiempos, que ha cumplido su deber en la tierra y ha expiado su parte de culpa en la
maldición bíblica. Ella ha hecho lo posible por no volverse loca y ha buscado , en vano,
un poco de silencio.
Su caso carecerá de interés para los historiadores”
GALEANO, EDUARDO (1995): Mujeres, Madrid, Alianza Cien (pp. 33-34)
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“Las nuevas formas de convivencia más allá de las asignaciones estamentales tienen
que encontrarlas y ponerlas a prueba los hombres y las mujeres por sí mismos [...] Tan
cerca y tan lejos como alcanza la mirada, hoy se trabaja duro en la cotidianidad de las
relaciones y de las vinculaciones dentro y fuera del matrimonio y de la familia bajo la
carga de formas de vida que ya no tienen futuro. En conjunto aquí se producen cambios
que hay que acostumbrarse a no considerar un fenómeno privado. Lo que la praxis va
acumulando en las comunidades de vida de todo tipo, en los intentos de renovar la
relación entre los sexos, en la nueva solidaridad sobre la base de la opresión compartida
y confesada, todo esto afecta a la sociedad de una manera diferente que las «estrategias
de transformación del sistema» que se han detenido a altura de su teoría. Los retrocesos
en los progresos son el resultado de muchas cosas. Pero seguramente también de la
carga de las condiciones institucionales contrapuestas. Mucho de lo que los hombres y
las mujeres todavía siguen reprochándose hoy no es responsabilidad personal suya. Si
esta idea se abriera camino habríamos ganado mucho, tal vez incluso las energías
políticas que hacen falta para el cambio»
BECK, ULRICH (2006): La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad,
Barcelona, Paidós (pp.206-207)
“Rainer María Rilke, manifestó ya en 1904 la siguiente esperanza:
Un día, la muchacha existirá[...] y también la mujer cuyo nombre ya no significará
sólo un contraste con lo masculino, sino algo por sí mismo, algo que ya no hará pensar
en complementos ni límites, sino sólo en vida y existencia: el ser humano femenino.
Este progreso transformará a fondo la vivencia del amor, que hasta ahora está llena de
extravíos (contra la voluntad de los hombres que han sido adelantados) y hará de ella
una relación que va de una persona a otra, ya no de un hombre a una mujer. Y este
amor más humano (que se consumará de una manera infinitamente respetuosa y suave,
y bien y claramente al enlazar y separar) se parecerá al amor que estamos preparando
con lucha y con esfuerzo, al amor que consiste en dos soledades que se protegen la una
a la otra, se acercan y se saludan”
MUSCHG, G (1976): «Bericht von einer falschen Front», en Piwitt, HP (comp):
Literaturmagazin, nº 5,( pp. 30). Fuente citada por BECK, ULRICH (2006): La sociedad
del riesgo. Hacia una nueva modernidad, Barcelona, Paidós
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“En el futuro (a medio plazo), las relaciones interpersonales ya no se basarán en el
dominio, ni en la sumisión, ni en la opresión, sino en la seducción entre humanos que
sientan interés por conocerse entre sí”
GASCH, OSCAR (2000): La crisis de la heterosexualidad, Barcelona, Laertes
La aristocracia del sexo
“Desde siempre la desigualdad se ha disfrazado de una división de funciones. A las
mujeres les ha tocado adornar y embellecer la vida, mientras el primer sexo se ha
ocupado en entenderla y ordenarla. Las actividades nobles, serias e importantes, las
realizan los hombres. Su ámbito es el de la política, el sacerdocio, la guerra, lo que se
entiende –quizá equivocadamente- como vida pública. El ámbito de la mujer, en
cambio, es privado: esposa o madre, su misión ha sido la de cuidar, gustar y complacer.
Como sentenció Kant, las mujeres no están hechas para legislar, que no es lo suyo, sino
para cultivar la belleza. Estas dos varas de medir, que pusieron a cada sexo en su lugar
sin posibilidad de elegir ni de mezclar formas de vida, han constituido el fundamento de
todas las vejaciones para la parte más despreciada. Vejaciones que no cesarán hasta que
una y otra parte entiendan que es la división de funciones lo que debe desaparecer. Tan
vital es la política como la belleza, tan necesario es el orden como el afecto. No
queremos sólo un mundo organizado, sino también hermoso, no queremos un mundo
donde gobierne la razón en exclusiva, sino donde haya también lugar para el
sentimiento. Un mundo donde las pasiones y las emociones convivan con la lógica y la
geometría, como nos lo hizo ver el filósofo Spinoza. El error no está en la dualidad, sino
en la separación de formas de vida, en un reparto de papeles injusto y absurdo porque
concibe a una de esas formas como muy superior a la otra.
Las miradas del hombre y de la mujer han de aprender a fusionarse, pues de la fusión ha
de salir una realidad más amable que la que tenemos. No conviene suprimir las
diferencias, pero sí conseguir que no sean exclusivas de un sexo o de otro”
CAMPS, VICTORIA (1999): «La aristocracia del sexo», en Aldecoa , Josefina y otras:
Mujeres al alba, Madrid, Alfaguara
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