Ningún nombre tan a propósito como el de José Clará para abrir en nuestra revista esta sección de arte, no sólo porque Clará es hoy en día el escultor español más famoso, dentro y fuera de la Península, sino más bien porque la calidad extraordinaria de su obra y su vida misma enteramente dedicada al arte le hacen acreedor de este primer saludo como ejemplo vivo de fidelidad a la vocación y al propio temperamento. Recuerdo la primera vez que estuve en el taller de Clará: era una mañana lluviosa del pasado otoño; el viento debió soplar muy fuerte aquella noche pues había tumbado el esbelto ciprés que flanquea la entrada del estudio. Me presentó mi amiga M. A. L. y fuí allí San Esteban. sin otra intención que la de conocerle personalmente y admirar sus obras. Sin embargo puesto ahora a escribir me doy cuenta de que puedo rehacer fielmente gran parte de lo que hablamos el primer día. Atravesando el jardín encantador de su propia casa llegamos al estudio donde Clará nos recibió amablemente. En la sala de trabajo estaban listos para ser eiiviados a Madrid los desnudos que figuraron en la exposición de escultura al aire libre. Es ante estas figuras que, recordando que Clará había frecuentado en su juventud el taller de Rodin, se nos ha ocurrido preguntarle al maestro uué importancia concedía a la teoría aue uodríamos llamar del desfase con la que Rodin pensaba interpretar el movimiento en escultura. Clará comprende l a pregunta antes de que termine. E n el arte actual, nos dice Clará contestando a nuestra pregunta, no tiene ninguna importancia, y como esta separación entre el arte actual y el del pasado que tanto buscan muchos artistas de hoy, no cuenta para Clará, añade puntualizando: el arte actual es el de siempre, el de todos los tiempos, y surgen los nombres E ~ i ~ t Grecia. o Deseosos de confirmar opiniones propias le pedimos a Clará su opinión sobre el arte religioso desarrollado últimamente por Matisse en Vence v en Assv. Clará no le concede a esta obra la trascendencia e importancia artística que algunos han querido darle, no la encuentra consistente. Nos parece infantil preguntarle por el sarmentoso crucifijo de Richier. Clará conoció a Matisse siendo ambos miembros del jurado del Salón dYAutomne. El hilo de la conversación va ligando los temas. Hablando del Salón, Clará fué Sociétaire desde 1909, la anEcdota fluye aleccionadora: «Una vez en que yo era miembro del jurado, nos encontramos aue habían mandado cuarenta cezans: sí, cuarenta expositores veían el mundo como Cézanne, pintaban con la técnica y a la manera de Cézanne; ante aquella invasión, los miembros del iurado acordámos q i e sería mejor' dedicar una sal; a exposición retrospectiva del "pintor de Aix-en-Provence. Así se hizo. Fué una mala jugada: al lado de los auténticos cezans, todos los demás quedaron pálidos, sin vida». Es que la obra de arte debe brotar espontáneamente de nuestro mismo ser. Aleunos dicen: «Maillol ho feia rodó, i es pensen que fent-ho rodó faran maillols». N tiempo que habla, Clará aplica por un momento la mano al mármol que tenemos delante, y es tal la fuerza de sugestión, que a un ligero movimiento del pulgar veo aplastarse las bolitas de barro y la pierna lisa de la adolescente de mármol se transforma en Pomona. «Si esto bastara - continúa Clará -, iqué fácil sería hacer maillols!~Y concluye la idea con un verso de Alfred de Musset, que en los labios del maestro resulta una lección inolvidable: «El meu vas és petit, pero jo bec amb el meu vas». Del taller, a través del vestíbulo lleno de dibiiios pasamos a las salas de museo. Recorrer en compañía del artista estas dos salas en las que al correr las cortinas de los ventanales toma vida un mundo de esculturas, reconocer allí estatuas famosas al lado de otros bustos, figuras y relieves que son nuevos para nosotros, constituye un verdadero placer. Sin embargo, no vamos a intentar describir nuestras impresiones; nunca hemos creído que la emoción estética que produce la contemplación de las obras de arte se pueda explicar con palabras. La conversación versa sobre el momento actual del arte; comprobamos q,ue existe realmente una generación que en gran parte desconfía de la habilidad técnica, que odia el oficio acabado y cree ingenuamente L (7 1 1 ... " (7 Maternidad. U A ' en la espontaneidad del arte más amanerado. Clará, como todos los auténticos artistas, encuentra incomprensible esta falta de amor al oficio, este extraordinario temor de que la lección largamente aprendida ahogue la personalidad. «Quan existeix la personalitat, surt sempre», dice. Personalmente creo, como Clará, que la personalidad surge a través del oficio cuando se trata de un artista bien dotado, pero este odio instintivo que tantos jóvenes y otros que no lo son sienten por el oficio, tiene una razón de ser: la falta de verdadero temperamento artístico; pues, a mi entender, es perfectamente aplicable a las artes plásticas aquella finísima observación que Huarte señalaba ya en su Examen de los Ingenios, cuando decía que la lectura de las letras sabias ejercita el ingenio del hombre inteligente, pero entorpece todavía más al necio. Al pie de un bronce femenino, en que el arte ha alcanzado aquella difícil simplicidad helénica que no supone escasez de elementos sino que es el sello del arte más sabio y refinado, la conversación continúa sobre el arte actual. Clará no siente contra el arte moderno ningún prejuicio; admira lo mucho que en él hay de bueno, pero le indigna que su rápida evolución en los dtimos lustros haya dado lugar tantas veces a la especulación y al fraude. SU indignación, sin embargo, corre en nuestra charla por los cauces amables de la anécdota y del humor. «Cuando estaba en París - nos cuenta -, al entrar un día en la tienda de Cheron, me crucé con un hombre muy alto al que el marchand sacaba a cajas destempladas: «de la meme fapon que je vous ai fait» le gritaba, « j e puis vous défahe». Una vez dentro, me explicó quién era aquel desconocido: nada menos que el famoso Boyer, xmarchand de fritesn. Así firmaba los cuadros, y con este título la habilidad del marchand había hecho cotizables las obras de un pobre diablo, vendedor ambulante sin arte ni oficio. Surgirían seguramente discrepancias sobre lo que debía percibir el autor de las telas, que llegó quizá a creerse pintor de valía, y entonces el marchand Cheron hubo de cantarle claramente la verdad respecto a aquel arte: como te hice, t e puedo deshacer. En un rincón de la sala está el San Benito sedente de Montserrat, del que con ligera variante existe otra versión en un monasterio benedictino de Estados Unidos. «La escultura religiosa - nos dice - es otra cosa: hay que buscar la vida interior, el misticismo en la expresión.» El artista ha realizado varias figuras religiosas en estos últimos años, todas dentro de la tónica de simplicidad y contención tan propia de su arte; es decir, sin el menor barroquismo en el gesto ni en el vuelo de los ropajes. Entre estas figuras se encuentra el San Esteban de su ciudad natal, que reproducimos, y que por su colocación resulta difícil de apreciar en la iglesia de Olot. Clará es un trabajador infatigable; él mismo dice que es un monje del arte. Cada vez que he estado en su taller, he visto empezada una nueva obra, y sus obras, a los setenta años, tienen el frescor y la madurez que sólo pueden darles los grandes maestros. Ahora mismo están próximos a inaugurarse el monumento a España en el Uruguay, con tres grandes figuras, y el monumento a Francisco Viñas, cuyos relieves en mármol nos enseñan cómo se puede realizar una emocionante obra de arte con el tema más sencillo, tratado, al menos aparentemente, con la máxima simplicidad. En el saloncito de su estudio. el álbum de recortes de periódicos y revistas nos hace revivir la historia de sus triunfos v nos recuerda la consideración extraordinaria de que goza en todo el mundo culto el artista que con tan sencilla amabilidad departe con nosotros. Autorrekata a los 19 &S, J ' '"';',' ,. .d. k. ' i ' . E n distintas visitas, la conversación ha recaído sobre mil temas de arte y de la ciudad; su memoria es extraordinaria cuando recuerda sus años de París, desde los primeros, cuando por encargo del director artístico de Figuro dibujaba los retratos de los artistas de la Comédie. Muy pronto el escultor Barrias, profesor de Beaux- Arts, ofreció al joven Clará la pensión a Roma; para ello debía nacionalizarse francés. Clará rechazó, como rechazaría más tarde una pensión en Norteamérica para quedarse a trabajar allí. Dentro del movimiento artístico de su época, Barrias pertenece, con Chapii y Paul Dubois, al grupo de los neo-renacentistas que vino en cierto modo a suceder al neoclasicismo. No puede decirse que Barrias ejerciera ninguna influencia sobre el arte de nuestro escultor, quien, por otra parte, recibía de Rodin orienta~ionesbien distintas. Clará nunca llegó a habituarse al taller de Rodin, a quien fu6 presentado a principios de siglo; el arte mismo del genial francés era de inspiración bien distinta al de nuestro escultor, que dice: «Jo em sentia cliissic i mecliterriinj y así mismo hubo de decírselo al maestro a propósito de cierto encargo. Los domingos, frecuentemente los pasaba con Maillol, con quien le unía una mayor afinidad artística. En aquellos años, José Clará trató a los me.iores escultores de la época: Rodin, Maillol, Despiau, Bourdelle Hablando de Bourdelle, me parece adivinar que la admiración de Clará por este escultor es limitada. Bourdelle, sin embargo, celebró con un artículo muy elogioso Ia presentación de una de las primeras obras de Clará en el Salón de París; si no recuerdo mal se titulaba «Tormento». E n cuanto al hombre. «Batirdelle - nos dice Clará - tenía un altísimo concepto de sí mismo; pienso que se creía superior al mismo Rodin». De su relación con los escultores que conoció en París, el mismo Clará nos cuenta: «Iba al taller de ... Rodin, trabajaba con Barrias, hablaba con Maillol, les oía a todos ... y hacía mi obra a mi manera». Clará, que conoció el mundo agitado del arte en los días de Rouault y Vollard, siguió siempre sil propio camino, sin que pueda decirse que los escultores que hemos citado influyeran en su trayectoria. Acaso lo único que le inculcaron, y sobre ello insistía frecuentemente Rodin, fué el amor a la verdad, que no quiere decir amor al detalle naturalista, y el amor honrado y humilde al oficio. En el homenaje que se le tributó en 1911 al regresar de Francia, Maragall saludó a nuestro escultor con un brindis en que evocó las figuras de Clará con estos versos: «i elles aparegueren somnioses, amb el somrís que, arreu on naixent van, tenen, les coses, de senti's formoses...», y cantó su afinidad con el arte de Grecia: «Són germanes d'aquelles immortals filles del nostre mar a l'altra banda; mes d'aquell temps no oiren els senyals i perderen llavors la dolqa tanda. 1 ara, a la veu del nostre evocador, s'han alqat a la lliim, i se les troba amb aquella mateixa serenor del geni antic, pro amb una tendror nova...». Versos que nos parece oportuno recordar porque parecen escritos para la figura de mármol en la que hace nocos días le hemos visto trabaiar en su taller. 1 Fiel a la trayectoria que le marcara su temperamento, hoy, como ayer con la belleza serena de sus escu1tiii.a~.nos devuelve al mundo de la medida v de la armonía helknicas. 1. M. S. G., Arqto.