Si estás enojado y lo sabes… Escrito por Dan Roselle —¡Nos

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Si estás enojado y lo sabes…
Escrito por Dan Roselle
—¡Nos vamos a chocar! —chilló mi mujer desde el asiento de copiloto de nuestra camioneta.
Fue el martes 5 de abril de este año. El recuerdo continúa fresco en mi memoria. Al cerrar los ojos, vuelvo
a revivir ese momento. Veo el rostro de mi mujer al decir esas palabras. Luego el impacto.
Mi esposa y yo viajábamos de Texas a Oklahoma para ayudar a mi madre a mudarse a su nueva casa.
Habíamos planeado ese viaje por varios meses. La primera semana de abril era el único momento en que
podíamos permitirnos hacer el viaje. Teníamos entre manos varios proyectos de remodelación, nuestra
declaración de la renta, y anhelábamos tomar unas muy esperadas vacaciones. Calculamos visitar a mi
madre por tres días y luego volver a casa.
En el momento del accidente íbamos por la autopista. Habíamos recorrido más de 600 kilómetros y nos
encontrábamos a poca distancia de nuestro destino, cuando un auto colisionó contra nuestra camioneta.
El accidente nos tomó por sorpresa. No vimos el auto del hombre hasta el momento del impacto.
Atravesábamos una zona en construcción a 100 kph, cuando un hombre de 30 años, que conducía a 130
kph, perdió el control de su vehículo, patinó un par de veces y se chocó contra nosotros. Nuestra
camioneta se salió de la vía y por poco pasamos a la calzada que avanzaba en sentido contrario. A sólo un
metro de entrar al otro carril, la camioneta milagrosamente volvió a la calzada intermedia. En el camino
derribamos 12 postes de metal. Las ruedas del vehículo se enredaron en fuertes cables de acero, y eso fue
lo que nos detuvo. El otro vehículo dio un par de vueltas, y se detuvo al golpear un poste de acero en la
separación, a unos 30 metros de nosotros.
Cuando nuestro auto finalmente se detuvo, mi esposa y yo intercambiamos una mirada y salimos de la
camioneta lo más rápido que pudimos. Desconocíamos si había un escape de gas o si el auto se había
incendiado. Sólo sabíamos que debíamos abandonar el vehículo de inmediato. La camioneta y el trailer
que arrastraba quedaron hechos una pila de chatarra. Con todo, nos encontrábamos muy agradecidos por
estar con vida. Corrí al otro auto para ver cómo estaba su conductor. A Dios gracias, se encontraba bien.
Sólo había sufrido unos rasguños.
Más tarde, cuando un testigo del accidente describió la manera descuidada de conducir del otro hombre,
empecé a sentir un poco de ira. Unas semanas después, luego de reclamar por teléfono el seguro y demás
legalidades del accidente, sentí que mi enojo hacia esa persona aumentaba. La verdad es que debíamos
hacer muchas llamadas y trámites, y él no nos estaba ayudando mucho a solucionar nuestra situación. No
obstante, reconocía que mi enojo no resolvería la situación. Es más, no afectaba en absoluto a la persona
con la que me sentía enojado. Yo era el único afectado, así como las personas que me rodeaban. Ellas sí
que lo notaron.
Mi esposa y yo nos tomamos un tiempo para orar y hablar de la situación. Como de costumbre, buscamos
en la Biblia soluciones y guía; alguna indicación de lo que debíamos hacer y la manera de ponernos la
mente de Cristo en ese momento. No quería estar enojado. ¿Pero cómo superar el intenso enfado que
sentía hacia alguien que me estaba causando tantos y tan injustificados inconvenientes? Desde mi punto
de vista, tenía todos los motivos para ello. Ahora bien, los lectores que han experimentado o que tienen el
hábito de acudir a Jesús para solucionar sus problemas seguramente conocen la sensación de alivio que
acompaña Sus respuestas. En el momento en que nos sentamos a orar sentimos ese alivio.
Jesús nos recordó Sus promesas en las Escrituras. Además nos trajo a la memoria relatos de la Biblia que
se aplicaban a nuestra situación y que me convencieron que a fin de cuentas enojarme no estaba bien. Me
gustaría compartir con todos un relato en particular que demuestra que, aunque una persona actué de
mala manera, o cometa un acto malo o poco amable, ello no es excusa para enojarse. Para colmo, con
exasperarse no se arregla nada. El relato trata sobre el rey David de antaño, antes que ascendiera al trono
de Israel. Si gustan, pueden leer el pasaje directamente de la Biblia, en el capítulo 25 de 1º de Samuel. Lo
relataré con mis propias palabras para que se hagan una idea.
El relato se remonta a una época en la que David vivía escapando con su banda de seguidores del rey Saúl.
El rey había jurado matarlo. En aquel entonces, David y sus hombres acampaban cerca de un granjero
muy acaudalado llamado Nabal. David y sus hombres solían proteger a los granjeros de la zona de
ladrones y animales salvajes, por lo que la mayoría los aceptaban y apreciaban. Al parecer, los pastores de
Nabal solían reunirse con los hombres de David. Incluso dieron testimonio ante Nabal y su mujer de la
amabilidad de los hombres de David y de la manera en que los habían defendido. Nunca habían tomado
de los rebaños de Nabal. Los pastores dijeron que los hombres de David eran un muro de protección de
día y de noche1.
Pero en cierto punto, David precisó comida y provisiones para su grupo de 600 seguidores. Entonces
envió a algunos de sus hombres a solicitar a Nabal una donación de alimentos. Pero Nabal se negó a
brindarles ayuda. Es más, se refirió a David en términos muy groseros. Recordemos que David era el
elegido de Dios en aquel entonces. Nabal espetó de manera pomposa:
—¿Y quién es ese tal David? ¿Quién es el hijo de Isaí? Hoy día son muchos los esclavos que se escapan de
sus amos. ¿Por qué he de compartir mi pan y mi agua, y la carne que he reservado para mis esquiladores,
con gente que ni siquiera sé de dónde viene?2
Como imaginarán, los jóvenes mensajeros se sintieron bastante sorprendidos y ofendidos. Cuando
repitieron ante David las palabras de Nabal, David también se enfadó. Reunió a 400 hombres y les ordenó
armarse para la guerra. Juró acabar con Nabal y toda su familia al día siguiente. A David le pesaba haber
cuidado tan bien de los rebaños y los obreros de Nabal. Una traducción de la Biblia cita a David de la
siguiente manera: «Ciertamente en vano he cuidado todo lo que éste tiene en el desierto, sin que nada le
haya faltado de todo cuanto es suyo; y él me ha vuelto mal por bien» 3.
¿Alguna vez se han sentido tan molestos con alguien que realmente desean vengarse por la manera en que
los han tratado? Pues David —un hombre de Dios, a quien Él llamó un hombre conforme a Su corazón4—
también se enojaba de esa manera.
Pero mientras David reunía a sus tropas, algunos trabajadores de Nabal acudieron a la esposa de Nabal,
Abigail, para explicarle lo que sucedía. Le contaron que los hombres de David habían pedido a Nabal
comida y que éste se la había rehusado. Le relataron la amabilidad de los hombres de David y la manera
en que los habían protegido en el pasado. Me parece interesante que los peones, al dirigirse a Abigail
sobre Nabal, el esposo de ella y jefe de ellos, se refirieran a él como un hombre inútil, que no escuchaba a
nadie. Temían por sus vidas. No sentían temor de Nabal o de Abigail, pero sabían que David y su pequeño
ejército acabarían con todos ellos por la manera en que Nabal los había tratado. De modo que le rogaron
que hiciera algo.
Abigail actuó de inmediato. Ordenó a sus sirvientes cargar burros con cientos de barras de pan, toneles de
vino, varias ovejas, puñados de pasas, fanegas de trigo y canastos de higos, y se dirigió a toda prisa hacia
el campamento de David. La Biblia especifica que no le dijo a su esposo lo que estaba haciendo. Imagino
que en más de una ocasión había debido intervenir para salvar a Nabal, y que él trataba a muchas
personas de mala manera. Probablemente conocía lo suficiente a David y sus hombres como para saber
que lo que decían los peones era cierto: la vida de todos peligraba debido al mal trato de Nabal hacia
David.
Debió ser una escena dramática, de las que se ven en las películas. Abigail escala un desfiladero de
montaña sobre un burro, cuando de pronto se ve cara a cara con David y su ejército, que marchan hacia la
guerra por el mismo camino. Durante el camino Abigail debió preguntarse lo que iba a decir, porque al ver
a David y sus hombres, no lo pensó dos veces. Se bajó rápidamente de su montura y corrió hacia David.
Echándose a sus pies, se echó a sí misma la culpa. Le dice a David que la culpa es de ella.
Para mí, ese es un punto muy interesante. Para empezar, Abigail, la mujer de un hombre muy adinerado,
era una señora respetable. La culpa de todo ello era de su marido, y sin embargo actúa con humildad y se
responsabiliza del comportamiento de él. Intentaba a todas luces mantener la calma y tranquilizar la
situación. Se refiere a su marido como un hombre de Belial, que en ocasiones se traduce como malvado,
perverso e impío. Luego se disculpa por no estar presente cuando acudieron a su marido los hombres de
David. En otras palabras, les hubiera ayudado encantada. Termina su discurso diciendo que cuando David
ascienda al trono de Israel, seguramente no querrá recordar con tristeza que asesinó a personas inocentes
producto de su ira y deseos de venganza.
Entonces fue el turno de David. Él agradece a Dios por enviar a Abigail a detenerle y la felicita por su buen
juicio. Acepta su ofrenda de paz y dice a Abigail que vuelva a casa sin temor, pues le ha concedido su
petición y hará lo que le ha pedido. Recuerden que David se encontraba al frente de 400 hombres, por lo
que debió tomarle agallas aceptar las explicaciones de aquella mujer y amainar su ira al frente de sus
tropas.
El resto de la historia es muy interesante. Si desean saber lo que le ocurre a Nabal, Abigail y David,
pueden leerlo en la Biblia, en el capítulo 25 de 1º de Samuel, empezando por el versículo 35.
David menciona después que enojarse y procurar derramar la sangre de Nabal equivalía a buscar
venganza por sus propios medios, en vez de confiar en que Dios solucionaría la situación de la mejor
manera5. Así es cuando nos enojamos. Buscamos solucionar los agravios a nuestra manera y en el
momento que queremos. Ese es uno de los motivos por el que hay tanto odio en el mundo. Buena parte
del dolor y sufrimiento es causado por quienes se sienten agraviados y con derecho a castigar a otros por
hacerles mal a ellos o a sus seres queridos. Pero la verdad es que Jesús nos enseñó algo muy distinto.
Algunos lectores recordarán el capítulo 9 de Lucas, en el versículo 51 comienza el pasaje en el que Jesús se
dirigía a Jerusalén y envió a Sus discípulos a una aldea a encontrar un lugar donde alojarse. Pero los
aldeanos se negaron a recibirlos. Los discípulos de Jesús habían caminado todo el día. Santiago y Juan —
que seguramente tenían mucha hambre y cansancio— se enojaron mucho con las personas de la aldea.
Dijeron a Jesús: «Señor, ¿deseas que invoquemos fuego del cielo y destruyamos a esta gente?» Luego,
comparándolo con uno de los milagros de Elías, añadieron: «¿Así como hizo Elías?» Madre mía. Estaban
muy exasperados. Es un ejemplo un poco drástico, ¿pero alguna vez han estado tan enojados que
desearon que algo malo le sucediera a quienes los habían lastimado o dirigido palabras poco amables?
En el caso de Santiago y Juan, Jesús los reprende. Les dice: «No sabéis de qué espíritu sois, porque el Hijo
del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas»6. Intentaba
explicarles que sólo porque algo no sale bien, sin importar lo buenas o grandes que parezcan nuestras
intenciones, o cuán mala sea la otra persona, lo correcto es amar, en vez de destruir. El mensaje de Jesús
fue el amor, no el odio y el enojo. Él no se valió de Su poder para lastimar a quienes no lo querían ni creían
en Él.
El único mensaje de Jesús fue el amor. El estudio de Sus enseñanzas revela un amor puro y sencillo. Esa
fue la base de Sus buenas nuevas. Y ello es lo que debemos recordar todos los días. Cuando tenemos
problemas con alguien que no nos trata con cariño ni nos muestra respeto, incluso si hace algo realmente
malo, ¿cómo deberíamos reaccionar? ¿Qué harían si alguien, producto de su descuido, destroza su auto y
les causa una multitud de inconvenientes y dolor? ¿Cuál sería su reacción? ¿Qué debería hacer yo?
Me vienen a la mente las palabras de Jesús cuando agonizaba en la cruz:
—Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen 7.
Traducción: Sam de la Vega y Antonia López.
© La Familia Internacional, 2010.
Categorías: enojo, amar a los demás, el perdón
Notas a pie de página
1
1º de Samuel 25:16
2
3
4
5
6
7
1º de Samuel 25:10-11 (NVI).
1º de Samuel 25:21.
1º de Samuel 13:14.
1º de Samuel 25:33.
Lucas 9:55-56.
Lucas 23:34 (NVI).
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