el arte de ser sencillo

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EL ARTE DE SER SENCILLO
DRUVA
Aquí en occidente, parece ser que la forma que tenemos de relacionarnos los
seres humanos, en general, es una relación a nivel emocional, a nivel
pasional; parece que nuestras únicas fuentes de goce son disfrutar de los
placeres de la comida o del sexo y esas cosas. Es un mundo en el que
parece que la vida externa, lo externo, se confunde con la vida interna.
Por otra parte, en la sociedad en la
que vivimos, desde hace más de
cincuenta años ha habido un progreso
científico
y
tecnológico
inusitado.
¿Quién iba a imaginar siquiera que un
satélite artificial fuera a posarse en la
luna del planeta Saturno? En nuestros
días
se
llega
a
estos
avances
tecnológicos. Es un mundo en el que se vive bastante bien, en el que hay un
grado de comodidad y bienestar, en general, también casi espectacular,
¿no?
Al lado de esto también sigue habiendo enfermedades, hasta pudiera
parecer que cada vez más. El otro día leí un artículo a propósito de esto,
sobre
un
libro
enfermedades
que
inventadas”
se
Es
llama
“Las
demasiado:
¿Ya sabéis que los laboratorios farmacéuticos
inventan enfermedades con sus síntomas y
luego lanzan la publicidad de sus productos
para
combatirlas?
Entonces
los
seres
humanos, que somos unos hipocondríacos,
pensamos que lo tenemos todo. Así que de
esa manera se incentiva el consumo de los fármacos que ellos fabrican. (Es
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conocido por todos que la industria farmacéutica y la de las armas son las
más florecientes del planeta éste en el que vivimos.)
Ya veis, la vida (hablo de occidente) es
cada vez más acelerada, más estresada;
nos parece que vivimos en un mundo
caótico y confuso. ¿No lo veis así? Esto es
el mundo de hoy; es lo que en Yoga se
conoce con el nombre de Kali-yuga.
Kali-yuga es una edad, una era que comenzó hace catorce mil quinientos
años, más o menos, cuya característica es ésa: la confusión. Se le llama
también la edad de hierro y, en el lenguaje del ocultismo, la era oscura. (Sin
embargo parece ser que es la edad en la que el ser humano puede
evolucionar con mayor rapidez.)
Bien, pues en este mundo que yo veo así, un poco caótico, acelerado y en
algunos aspectos desenfrenado; en este mundo, yo suelo decir que hablar
del Yoga es una obra de caridad.
Pero no lo es, porque yo me crea una monjita de la caridad, ni los
instructores de Yoga se lo crean, que no lo somos. Tampoco porque nos
creamos mejores que los demás, porque en realidad
todos somos lo mismo. (No iguales, sino lo mismo en
esencia, aunque no en apariencia). Y ¿por qué digo que,
como yo lo veo, hablar de Yoga es una obra de caridad?
Porque en el Yoga se habla de nosotros mismos, de lo
que da sentido profundo a la vida; se habla de la realidad
esencial de cada uno de nosotros, se habla de la Verdad.
Es verdad que llegar a comprobar si es o no es así esto que llamamos la
Realidad, la Verdad de uno mismo -el camino del Yoga-, es un camino largo,
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muy largo. Pero la verdad es que no tenemos prisa. Para hacer este camino
no hay que tener ninguna prisa.
Un poeta español, que a mí me gusta mucho, Juan Ramón Jiménez, lo
expresaba así:
No corras.
Ve despacio.
Que adonde tienes que ir es a ti mismo.
Este camino largo que es el sendero del Yoga, del
conocimiento de uno mismo, es un camino que se va
haciendo paso a paso, poco a poco. Cuando uno
comienza hacer Yoga los pasos que da son tan
pequeñitos, que no aprecia la mejora hasta que pasa
un tiempo determinado.
Con esto ocurre igual que con los niños: cuando estás
todo el tiempo con ellos parece que no crecen
¿verdad? Sólo ves sus cambios cuando te alejas un
tiempo de ellos o cuando miras sus fotos de antes.
En el Yoga, este paso a paso tiene que ver con lo que yo llamo “hacerse
sencillo”. Pero, ¿qué es ser sencillo? ¿Sois sencillos? ¿Somos sencillos? ¿Ser
sencillo tiene que ver con ser una persona elemental, una persona
indiferenciada, ser un hombre masa? ¿Ser sencillo es tener una vida muy
austera, comer sólo una vez al día o ayunar? ¿Ser sencillo es vestirse con un
taparrabos y con poco más? ¿Es eso la sencillez?
Desde mi punto de vista, no. Ser sencillo tiene que ver con no estar
condicionado, con vivir sin condicionamientos. No estar condicionado ¿por
qué? Pues bien, en nosotros existe algo, lo que yo llamo un Yo, que es un
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Yo
fundamental,
esencial,
central.
Es
fundamental
porque es la base o el fundamento de todo lo demás. Es
un Yo esencial porque, como todo lo esencial, no es
evidente a simple vista. Y es un Yo central porque
siempre se dice que está en el centro de todos nosotros.
Los Maestros, los grandes Seres que ha habido a lo
largo de la historia siempre han dicho que hay que
buscar en uno mismo, en el corazón o en el centro de uno mismo.
Este Yo central, esencial y fundamental podemos visualizarlo como un
circulo en el centro de cada uno de nosotros. Ahí habita lo que se llama el
Yo, es decir, en este círculo central, nosotros sencillamente somos. Ahí
solamente somos. De ahí surge la conciencia que en nosotros dice: “Yo soy”,
“Tú eres” la que dice: “Todos somos”.
Lo que sucede a lo largo de la vida es que, alrededor de ese círculo central,
de Eso que llamamos el Yo donde simplemente
o sencillamente somos, van apareciendo otros
circulitos más pequeños que van recubriendo
ese Yo. Van apareciendo incluso antes de que
nazcamos; cuando estamos en el seno de
nuestra madre ya empezamos a tener apellidos
¿verdad? Los apellidos del padre, de la madre,
empezamos a tener nombre -nos ponen el
nombre incluso antes de nacer-. Son ese tipo de circulitos que van
superponiéndose en la periferia del Yo central. Y así, con la educación y a lo
largo de las experiencias de la vida, van añadiéndose más y más circulitos.
“Yo soy de tal familia, yo soy católico, yo soy alto, yo soy bajo, yo soy rico si naces en una familia pudiente-, yo soy pobre, yo soy listo, yo soy torpe o
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yo soy tonto, yo soy budista, yo soy ateo, yo soy del Athletic, yo soy de La
Real, yo soy nacionalista, yo soy constitucionalista…
De todos esos circulitos, hay algunos nos gustan ¿verdad? Fijaos que todos
esos circulitos con diferentes contenidos que vamos adquiriendo a lo largo
de nuestra vida son un adjetivo
calificativo.
Ya recordáis que en
Gramática las oraciones han de
tener un sujeto un verbo y un
predicado.
Pues,
curiosamente,
nosotros damos más importancia al
predicado que al sujeto. Cuando
decimos “Yo soy listo” ¿cuál es el
predicado o el adjetivo calificativo?
Listo ¿el verbo? Soy ¿y el sujeto?
Yo. ¿Os dais cuenta de que valoramos más la palabra que dice cómo somos
que el Yo? Es decir, no apreciamos, no valoramos lo que vale el Yo, el
sujeto, lo que somos; valoramos más el adjetivo calificativo, lo que nos
etiqueta, lo que está en la periferia, en la superficie. Pues bien, como decía,
algunos circulitos de esos que rodean a nuestro yo, son de nuestro gusto y
nos aferramos a ellos, los cultivamos, los alimentamos, los protegemos, los
mostramos y los defendemos ¿verdad? (¿A quién no le gusta ser listo, alto,
guapo, rico…?)
Otros circulitos que rodean a este Yo central no nos gustan; entonces no los
aceptamos
y
los
rechazamos.
Hay,
además,
algunos
que
nos
son
indiferentes. Es decir, que nos valoramos a nosotros mismos de acuerdo con
el contenido de los circulitos periféricos y, en consecuencia, valoramos a los
demás de acuerdo también con estos circulitos periféricos que nosotros
vemos en ellos. ¿Para vosotros es así o no?
Bien ¿Qué es lo que sucede entonces? ¿Cómo se desarrolla la vida del Yo?
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Esto puede generarnos confusión, porque vemos que todos estos circulitos
de la periferia van cambiando en nosotros; a veces eres bueno y a veces no
eres tan bueno, ¿verdad? A veces te ves a ti mismo como listo, como que
expresas las cosas muy bien, sabiamente, y otras veces te ves muy torpe,
muy torpe. (Me pregunto: ¿no tiene algo de bondad aquel que reconoce en
sí mismo algo de maldad?)
El vernos así nos genera confusión, porque uno
piensa: "¿Cuál de estos “Yoes” soy? ¿Soy el bueno
o el malo, el listo o el torpe, el guapo o el horrible?
Esto nos genera, como hemos dicho, confusión,
pero sobre todo lo que más genera en nosotros es
descentramiento,
en
la
medida
en
que
nos
identificamos con las características de la periferia,
esas que hay que alimentar o negar. (Fijaos que
esto nos consume un montón de energía. Atender a
nuestros
adjetivos
calificativos,
a
nuestros
atributos, puede llevarse en la vida de todo hombre el setenta, ochenta o a
veces el cien por cien de toda su energía.) Pero lo más grave, el drama es
sin duda que, al identificarnos con el mundo de la periferia, nos
descentramos. Y nos equivocamos.
¿Qué significa identificarse? ¿Qué significa que
ese Yo central se identifique con lo de la
periferia?
Pues
lo
que
significa
es
que
construye una falsa identidad de lo que ES.
Es decir, vivimos enfocados hacia la periferia,
nos identificamos con ella, nos identificamos
con lo que tenemos… Si tengo mucho dinero soy rico, si tengo poco dinero
soy pobre, si estoy sano, soy sano, si estoy enfermo, soy enfermo.
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Nos identificamos también con lo que sentimos: si me siento bien soy feliz,
si me siento mal soy un desgraciado. Nos identificamos con lo que
pensamos, con lo que nos ocurre… Y el drama humano, el drama de todos
los seres humanos no es más que ese descentramiento.
En la medida que te identificas con el mundo de la superficie, te olvidas de
ti, de ese Yo central. Esa identificación es lo que
se llama ignorancia. Ignorancia no es más que
la identificación de tu Yo central, esencial y
fundamental con lo que tú no eres, que
solamente es algo que te califica, que solamente
es un atributo de ese Yo central. A eso se llama
ignorancia.
Por otro lado Sabiduría es darte cuenta y
reconocer ese Yo central.
Esa identificación crea lo que se llaman los apegos. Es decir, estamos
apegados a todo ese mundo de nuestra superficie, a todo ese mundo de
nuestra periferia, que no tiene nada que ver con nuestro Yo, aunque eso no
quita que sea importante.
¿Es importante ser guapo? Pues, puede serlo. No es lo más importante pero
tiene su importancia; a lo mejor ligas más. ¿Es importante ser torpe? Pues
también, porque ya sabéis que el hombre aprende más de sus torpezas que
de sus virtudes. ¿Es importante ser abogado? Muy importante, porque de
esa manera puedes defender a los indefensos. ¿Es importante ser
terapeuta?
Sí,
porque
de
esa
manera
puedes
curar
a los
demás.
¿Es importante ser barrendero? ¿Es importante ser alcalde?...
Todo eso es importante, pero no es lo más importante. Todo ese mundo de
la periferia son matices, canales a través de los cuales nuestro Yo se
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expresa; son vehículos de expresión de lo que tú ERES en esencia, pero no
es lo más importante.
¿Y de qué manera podemos acceder a ese Yo? Para acceder a ese Yo que
decimos que es fundamental están los procedimientos del Yoga, las técnicas
del Yoga. Una manera de acercarnos a ese Yo central es reconocer lo que tú
no eres; eso se llama en el Yoga la técnica de Neti-Neti, que consiste en ir
reconociendo lo que tú no eres e ir diciendo: Esto no soy, esto otro tampoco
soy.
Es decir, lo que yo soy esencialmente no es Alfredo Iglesias, lo que yo soy
esencialmente no es este cuerpo. Lo que yo soy
esencialmente no tiene nada que ver con lo que yo
siento ahora, lo que yo soy esencialmente no tiene
nada que ver con lo que yo pienso o con lo que yo
hago o a lo que yo me dedico en la vida. En ese ir
quitando, descubriendo poco a poco y eliminando lo
que voy reconociendo que no soy, me llevará a un
momento en el que solamente me quedará lo que Yo
soy.
¿Qué obstáculos nos encontramos en este camino, en ese viaje hacia el Yo
central? Pues el primero de los obstáculos es el miedo. El miedo siempre es
el principal obstáculo en la vida.
Cada vez que en tu vida tienes que tomar una decisión, sobre todo si es una
decisión
importante
o
trascendente,
siempre aparece la emoción del miedo
¿verdad? Cada vez que tú tienes que
tomar una decisión siempre hay una
lucha entre dos posibilidades: lo que tú
quieres hacer, lo que tu voluntad ha decidido y el miedo a dar ese paso. ¿No
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os habéis encontrado nunca en esta situación? Muchas veces, ¿verdad?
Aparece el miedo como un obstáculo que hay que vencer si quieres seguir
adelante. (Si no, te quedas como estás, que a veces no está mal del todo.
Depende de cómo estés).
El miedo ¿a qué? Pues es el miedo a abandonar o a pensar que uno
abandona o desecha eso que hasta entonces creía ser. En realidad no es así
porque tú sigues siendo tú y teniendo tus
atributos, tus cualidades. Es decir, que a
medida que tú vas caminando hacia ese Yo
central que es profundo, que está en ti
mismo, ¿qué haces con todo eso que hasta
entonces creías ser? ¿Todo eso desaparece?
Ni hablar, no desaparece, sigue igual. No lo
dejas, mejor diría: está mejor que antes. La
única diferencia es que lo ves desde otro
punto de vista, desde otra perspectiva y
desde ahí lo relativizas, dándole menos importancia.
El miedo es el primero de los obstáculos que se plantea siempre en el Yoga a
un nivel determinado. Y el segundo de los obstáculos que yo veo en el
camino hacia este Yo central es nuestra mente, que no es nada sencilla. Y
¿por qué no es sencilla la mente? Nuestra mente es una especie de velo que
se interpone entre lo que Yo soy y el mundo externo. Es una especie de
velo que oscurece nuestra vista, impidiéndonos ver con claridad el mundo
que nos rodea.
¿Escucha nuestra mente? No, no escucha. Si os dais cuenta, cada vez que
creéis estar escuchando, en realidad no escucháis, (no escuchamos, yo no
me excluyo).
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No escuchamos lo que nos dice quien
nos
habla,
mente
sino
que
aceptando
o
a
nuestra
propia
continuamente
rechazando
esta
eso
que
escucha. Si lo que escuchas está de
acuerdo con tus esquemas mentales,
con
toda
la
información,
con
la
programación mental que tienes, lo
aceptas. Si no, lo rechazas, ¿a que sí? Entonces, ¿a quién estás escuchando?
¿Estás escuchándome a mí o estás escuchando lo que tu mente dice de lo
que estoy diciendo?
Si os dais cuenta, veréis que la mayoría estáis escuchando a vuestra propia
mente. Pero mientras uno escucha a su propia
mente… no escucha.
Esto es importante. Es
decir, que para que la escucha sea realmente
escucha, tenemos que vaciar la mente. ¿Vaciarla
de qué? Pues de nuestros esquemas, de nuestras
programaciones, de los conocimientos previos que
tengamos… Para que entre algo, un conocimiento
nuevo o lo que sea, debe haber un vacío. Es decir,
pocas veces en la vida damos oportunidad de
florecer, o de dar fruto a aquello que escuchamos.
¿Por qué? Porque no escuchamos de verdad. Uno escucha el conocimiento
que ya tiene en sí mismo, y así no podrá florecer el nuevo. Para llenarse hay
que vaciarse previamente.
Lo mismo ocurre cuando vemos cosas; cuando tú ves algo, en realidad no
ves lo que tienes delante, sino lo que tu mente te dice de eso que estás
viendo. No vemos las cosas tal como son, y eso pasa porque nuestra mente
tiene el hábito de comparar, de juzgar, de encasillar constantemente.
Cuando alguien ve a una persona que no conoce enseguida le pregunta:
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¿Quien eres? ¿Cómo te llamas? Ahora ya no
se dice tanto pero antes ¿De qué familia
eres?
Para
encasillarlo
o
encasillarte.
Empezamos a juzgar automáticamente: es
alto,
es
bajo,
qué
agradable,
qué
desagradable, parece listo… etc.
Es decir, que no vemos la realidad; estamos
viendo a través de nuestra propia mente que es la que nos da la información
de lo que tenemos delante. Esto significa que, de esta manera, estamos
todo el tiempo escuchando a nuestra propia mente, y éste es el mayor de
los obstáculos en el camino del Yoga.
(Eso no supone que juzgar sea siempre malo. De hecho, sacar conclusiones
mentales nos ayuda en la vida en cantidad de ocasiones. Lo que quiere decir
es que no debemos fiar nuestra vida sólo al juicio de la mente).
Y es que de esa manera, decía, vivimos la vida sin ninguna novedad;
vivimos cada vez más del recuerdo, o sea, de lo que ya está grabado en tu
mente. Deberíamos vivir la vida como
algo siempre nuevo. Deberíamos vivir
la vida ¿sabéis cómo? Con la boca
abierta; no la boca abierta de idiota,
sino la boca abierta del asombro, del
no saber. No es lo mismo no saber
que ser ignorante. Cuando uno no
sabe
busca,
indaga,
-¿verdad?-
investiga y al final siempre encuentra.
Es decir, el que no sabe, cada vez que
dice “no sé”, se pone en disposición
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de buscar, de aprender y, finalmente, de encontrar. No saber hace descubrir
los misterios de la vida. La ignorancia, sin embargo oculta los misterios
de vida.
Y, ¿de qué forma nosotros podemos apartar, digamos así, ese velo de la
mente que se interpone entre lo que Yo soy y el
mundo externo? ¿Cómo podemos librarnos de ese
velo? Pues sencillamente, silenciando la mente,
haciendo el silencio en ella. Hacer el silencio de la
mente significa concentrarla. Cuando la mente se
concentra, (ya sabéis que concentrar la mente es
enfocarla en un solo objeto, en un solo asunto) la
mente se silencia, y de alguna manera “se descorre” el velo de la mente;
entonces vemos y escuchamos las cosas verdaderamente.
Lo que pasa es que la mente es algo muy apreciado en nuestra sociedad
¿verdad? y se resiste a apartarse. Por eso hay que desarrollar la observación
de la mente, la atención, vivir con atención, vivir observando, sin pensar… Y
es que observar no es lo mismo que pensar. Cada vez que piensas no
observas, cada vez que juzgas no estás observando, estás pensando y, por
lo tanto, la mente sigue ahí, interponiéndose entre lo que Tú eres y lo que
te rodea. ¿Cómo se desarrollan la atención y la observación? Observando
¿no? Y ¿qué es observar?
Se acerco una vez un discípulo a su
maestro y le dijo: Maestro, ¿cómo puedo
yo
desarrollar
mi
capacidad
de
observación, mi capacidad de darme
cuenta? Y el Maestro le respondió: Ve
todos los días a la orilla del mar y
observa
cómo
el
sol
se
pone
al
atardecer; simplemente, haz este trabajo de observación.
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El discípulo empezó a ir todos los días a la orilla del mar al atardecer. Iba
viendo un día tras otro, un día tras otro, cómo el sol iba cayendo lentamente
sobre el horizonte del mar. Todos los
días, todos los días igual. Observaba
cuando el mar estaba en calma y se daba
cuenta de que el sol descendía y las
aguas no lo mojaban. Cuando el mar
estaba agitado, con grandes olas, cuando
había tormenta, el sol descendía y las
aguas no lo alcanzaban. Todos los días
igual, todos los días igual, hasta que desarrolló una forma especial de
percibir, hasta que desarrolló el poder de silenciar su mente, de hacerla
“desaparecer” de la conciencia.
Entonces, fue donde su Maestro agradecido y le dijo: Maestro, con la
disciplina que me has dado he llegado a transformar mi mente y adquirir la
capacidad de la observación. Y ¿por qué? le dice el Maestro. Porque me he
dado cuenta de que el sol siempre es igual, cuando desciende en el
horizonte, las aguas del mar no le mojan ni las olas le alcanzan. Es el mismo
sol cuando el mar está en calma o cuando hay tormenta. Ese sol, Soy Yo.
La forma de transformar la
mente es
observando, observando; pero claro cuando
uno observa va dándose cuenta de todo lo
que tiene, ¿verdad? Y muchas de esas cosas
que encontramos no nos gustan, no somos
capaces
entonces
de
nos
verlas
ni
de
revelamos
aceptarlas;
¿verdad?
sufrimos.
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Y
Ya sabéis que el sufrimiento es algo bueno ¿verdad? Cada vez que rehúyes
las cosas que debes vivir y no aprendes, te quedas estancado en esa
situación que te hace sufrir. En cambio, cuando aceptas y afrontas lo que te
ocurre a pecho descubierto, sufres, pero ese sufrimiento lleva en sí el poder
de transformación. Es decir, que para acercarnos a ese Yo central hay que ir
haciendo
desaparecer
o
relativizar
o
no
darle
la
importancia
que
habitualmente le damos a todo eso que rodea a nuestro Yo verdadero.
Ese Yo verdadero es algo que no se perturba por nada, que siempre es igual
a Sí mismo y por lo tanto no tiene nacimiento y tampoco tiene muerte.
Cuando uno se acerca a ese Yo central y es capaz de percibirlo, siquiera por
un instante, se da cuenta que en realidad la muerte no existe, que la muerte
sólo es la desaparición de lo que rodea a ese Yo central.
Quizás ya hayáis oído hablar de Krishnamurti, un
yogui moderno, de quién se dice que, cuando
alcanzó la percepción de ese Yo del que tanto
hablamos, (lo que se llama el estado meditativo o
el estado de Iluminación), se acercó a algunos de
sus discípulos más cercanos y les comunicó la
noticia diciéndoles: “He sido hecho sencillo”.
Fijaos qué simplicidad a la hora de comunicar ese
estado que se llama de Iluminación o estado de Yoga. Y fijaos también en
que la vida espiritual realmente da comienzo en ese momento. Hasta
entonces lo único que podemos hacer es como dice nuestro Maestro:
“Allanar los caminos del Señor”, preparar el terreno.
Allanar los caminos es hacer que nuestro cuerpo desaparezca de la
conciencia, y lo conseguimos relajándolo, (también durmiendo ¿no? Cuando
dormimos no tenemos conciencia del cuerpo). Es también hacer que
desaparezcan las emociones de nuestra conciencia; es lo que se llama hacer
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la paz emocional, y, por último, hacer que desaparezca de nuestra
conciencia la mente, concentrándola.
Cuando estos tres pasos se producen, se da un salto especial en la
conciencia y en ese salto, la conciencia se queda percibiéndose sólo a sí
misma, a ese Yo central.
Como vamos viendo, sencillez significa no
vivir condicionado por todo eso que nos rodea.
Es decir, no depender psicológicamente de eso
que nos rodea; porque tenerlo está bien,
usarlo está bien; pero nuestro sufrimiento, la
causa del sufrimiento deriva de depender
psicológicamente de todo eso, depender del
contenido de esos circulitos, de la periferia de nuestro propio Yo.
Ése es el drama humano y, si siempre lo ha sido, lo es más en esta época de
caos y de confusión en la que vivimos. La única tabla de salvación es ir
acercándonos al Centro. Por eso hablar de Yoga es una obra de caridad,
porque nos habla de Eso, de nuestro Yo verdadero, de la Verdad de nosotros
mismos.
¿Qué os sugiere esto que he dicho? (si me
habéis
escuchado)
¿Somos
sencillos
o
complicados? Fijaos que en realidad ya somos
sencillos, Es lo que somos. Darte cuenta de
Eso que eres es quitar toda la complicación
que
te
rodea;
la
sencillez
se
alcanza
quitando lo complicado. ¿Se puede ser sencillo y tener mucho dinero? Sí,
si no vives condicionado por tu dinero.
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¿Se puede ser complicado y ser pobre? Si, hay gente que es pobre y no es
nada sencilla porque vive condicionado por su pobreza. ¿Se puede ser
sencillo y estar sano? Sí ¿Se puede ser sencillo y estar enfermo? También.
La sencillez sólo depende de no vivir condicionado psicológicamente por todo
lo que te ocurre, por todo lo que pasa, por todo lo que sientes o por todo lo
que piensas.
Sencillez es no-condicionamiento psicológico, noapego. Lo que pasa que a veces parece que
tenemos que estar apegados ¿verdad? A veces
decimos: ¿Cómo no voy a estar apegado a mis
hijos, a mi dinero, a mi coche, a mi familia?
Incluso, a veces, consideramos como un deber el
estar apegado. ¿Puedes tratar bien a tú familia y no
estar nada apegado a ella? ¿Qué creéis? ¿Se puede
no estar apegado y cumplir con tu deber?
No nos hacemos ni idea de lo que es eso, fijaos que
el desapego es una de las cualidades más importantes que deben alcanzarse
en el Yoga. Vivir cumpliendo tu deber lo mejor que puedas, tratando bien a
todo el mundo y sin estar apegado a nada ni a nadie. ¿Nos hacemos idea de
esto? No estar apegado significa que si está lo disfrutas; si no está, sigues
disfrutando igual, a pesar de todo.
“Pues a mí me cuesta ver lo del desapego, porque estar despegado del
coche ¡aún! Si te rayan el coche, dices: ¡bah! es un coche ¿no? Si te
arruinas, dices: yo sigo siendo yo ¿no? Tengo capacidad de trabajar, por lo
tanto, de volver a ganar dinero. De la pareja… uno puede desapegarse con
bastante facilidad de la pareja, pero estar desapegado de los hijos cuesta
más”. Sí. Y estar desapegado de ti mismo, mucho más todavía. Estos son los
apegos más duros que al final hay que vencer.
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Entonces, uno va dándose cuenta de que, en la medida que esto va
produciéndose, empieza a disfrutar realmente de la vida sin apegos, sin
ataduras y sin dependencias.
OM SHANTI
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