Creación de la pedagogía nacional Capítulo IX: La raza

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Franz Tamayo
Creación de la pedagogía nacional
Capítulo IX: La raza
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Franz Tamayo
Creación de la pedagogía nacional
Capítulo IX: La raza
Hemos necesitado comenzar por destruir para edificar. No hemos llegado a un campo vacío
y fácil. La ciencia a medias y toda suerte de intereses inferiores usufructuaban ya de él.
Había que denunciar el parasitismo científico y pedagógico que sólo vive de dos cosas: de
difamar la raza y de despojar la ciencia europea. Para él no hay más que dos cosas: o
nuestros vicios, o fórmulas secas y muertas de una ciencia ajena y lejana. Y esta es la
primera grande orientación de la futura ciencia boliviana: Tratándose del conocimiento de
nosotros mismos, no hay ciencia europea que valga; somos un algo vivo: descubrir nuestra
ley de vida, que seguramente no es francesa ni otra sino boliviana. Ocuparse solamente de
vicios propios y de fórmulas ajenas es procedimiento estéril y negativo. De él no brotará
jamás ni la vida ni nada. Orientarse al revés: buscar nuestras energías latentes, y descubrir
nuestras fuerzas vivas para hacerlas servir a una obra sólida y real. Este es el camino de los
fuertes que no confían más que en la naturaleza y en la vida, fuente de toda ciencia y de
toda energía: Ya lo hemos dicho: de vicios no vive ni se engrandece una raza, y sobre
simples vicios no se funda pedagogía ni nada. ¿De qué estamos viviendo pues?
Seguramente de algo que es una fuerza y una ley de vida. Es esto que debemos buscar y
descubrir. Llegados a este punto, lo primero que se nos presenta es la cuestión de raza.
Comencemos a ver lo que es.
Se habla de conglomerados étnicos, de que en orden de razas somos un conjunto de
elementos heteróclitos, sin unidad histórica ni de sangre, que nuestro fondo étnico es un
crisol donde se han fundido diversas humanidades, y se saca de esto la consecuencia —no
sabemos con qué fundamento— de que no existe o no puede existir un carácter nacional,
una ley biológica especial, lo que se llamaría un patrón, una medida y un molde raciales
que sirviesen de base y de guía en estas especulaciones y exploraciones. Que, por
consiguiente, son criterios europeos, procedimientos y conclusiones europeas las que hay
que emplear, cuando se trata de nuestra raza y su evolución.
Aquí lo absurdo de cierta dialéctica salta a la vista. De la creencia en la necesidad de
asimilar culturas europeas se ha deducido de hecho la asimilación de nuestras razas
hispanoamericanas a las europeas.
Volvemos sobre este punto en artículo especial.
¿Por qué se afirma a priori y sin ulterior razón que por el solo hecho de que un grupo étnico
es el producto de diferentes elementos étnicos no puede tener un carácter nacional y una ley
biológica propia? Aquí viene bien decir que la incapacidad de ver una cosa es la única
razón para negarla.
Comencemos por establecer que es ya lugar común y vulgar de estas ciencias, el aceptar
que, históricamente, no existe sobre el globo raza absolutamente pura y sin mezcla; que los
grupos humanos que mayor unidad acusan en su morfología total, no sólo son combinados
y complejos, sino que son tal vez los que mayores y más numerosas influencias y cambios
étnicos han sufrido. Y aquí el lado puramente racial del problema, pierde grandemente de
importancia. La cuestión es: seguramente el hombre hace historia; pero ¿quién hace al
hombre? El instante histórico y el medio ambiente. Bien está. Resultaría entonces que en el
estudio de la cuestión, la parte estrictamente racial no representaría sino la tercera parte de
los factores que componen el problema; y que por consiguiente el postulado de que por el
hecho de que una raza no es históricamente pura, no tiene carácter nacional ni una ley
biológica propia, es una simple petición de principio.
¿Ni cómo puede ser de otra manera? ¿Qué se entiende por carácter nacional? ¿Hay acaso
un criterio fijo y definitivo que aplicar a las diferente manifestaciones biológicas de un
grupo étnico, y en virtud del cual se pueda decir: esto es carácter nacional, esto no?
Bien está hablar de carácter nacional; pero antes habría que entenderse para atribuirlo o
rehusarlo a una raza, sin mayor control.
Lo cierto es que tratándose de conceptos generales y genéricos como el de la raza, ellos no
resisten un análisis severo y estricto. Los conceptos generales las más de las veces no son
sino como fachadas de papel tras de la cuales no existe una entidad físicamente real o
lógicamente verdadera. En este punto, permítase al que esto escribe proponer una idea
radical y trascendente. Allí donde existen un padre y una madre que generan, allí existe ya
una raza, es decir allí podéis buscar y comprobar ya una ley biológica que como tal, estáis
en el derecho de esperar que se repita y permanezca, tantas veces cuantas las condiciones
que la han manifestado vuelvan a presentarse las mismas.
Antes de continuar, insistimos en el peligro que hay de jugar con los conceptos generales,
casi siempre incompatibles con una disciplina mental rigurosa. Se acepta en conjunto una
idea que las más veces no es más que un ente de razón; se discute, se polemiza, y sólo al fin
se cae en cuenta de que no se estaba de acuerdo sobre el valor y los límites reales del
concepto.
El Diario, 23 de julio de 1910 (en libro: Creación de la pedagogía nacional, 1910).
FACILITADO POR ANTOLOGÍA DEL ENSAYO
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