Análisis del cuento de H. Quiroga _la Gallina Degollada

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UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA
FACULTAD DE HUMANIDADES Y EDUCACIÓN
ESCUELA DE PSICOLOGÍA
CÁTEDRA: INTROD. A LA PSICOLOGÍA CLÍNICA DINÁMICA
PISELLI MAZZA, Boris
C.I: V-24314485
“La Gallina Degollada” como Construcción Fantasmática en Quiroga
Varios niveles de análisis pueden realizarse en torno al cuento “La gallina
degollada” de Horacio Quiroga a partir de los postulados psicoanalíticos generales,
empezando por el hecho mismo de que el cuento se halla inserto en el libro "Cuentos de
amor, locura y muerte" (conceptos extrapolables a las nociones freudianas de Eros, del
mundo inconsciente en general, y del Tánatos o pulsión de muerte, respectivamente). Sin
embargo, para efectos del presente ensayo podemos concentrarnos concretamente en dos
de esos niveles. Un primer análisis podría fundarse en la dinámica psíquica de los
personajes del cuento en sí mismos, vistos como sujetos singularmente entendidos; el
segundo podría efectuarse a partir de una lectura del cuento como fantasma inconsciente
de Horacio Quiroga, su autor. Es decir, en este último caso, si bien sublimado en la forma
de creación artística narrativa o literaria, el cuento puede ser abordado, siguiendo lo
propuesto en el artículo de Catherine Backès (1971) como se haría con un sueño o una
fantasía del autor, en procura de lograr la construcción histórica de su psiquismo a partir de
la continuidad mítica planteada en su narrativa. Como bien sostiene Backès (1971), la
desviación es la marca del pensamiento freudiano donde –por regla general– nada es lo
que a priori parece ser y es gracias a esa desviación (continuidad mítica) que es posible la
posterior des-construcción del fantasma de la historia personal (construcción histórica
equivalente a la verdad psíquica de quien es analizado).
Veamos entonces los dos niveles de análisis probables a los que hemos referido
arriba. En el primero, si analizamos la trama del cuento tomando a sus personajes como
sujetos singularmente entendidos, resulta relevante, por ejemplo, las conductas
determinadas como respuestas a construcciones fantasmáticas, muy especialmente la
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exposición que se hace en cuanto a la herida narcisista, sobre todo en el caso de Berta, la
esposa del matrimonio Mazzini. A la luz de los postulados psicoanalíticos resulta
comprensible su particular desprecio hacia los cuatro hijos idiotas, ya que, siendo mujer y
habiendo sufrido la inevitable decepción de la castración, el anhelo de recuperar el "falo"
perdido a través de la materialización de la maternidad de un hijo sano, se ve cuatro veces
cercenada con el mal que va afectando a cada nuevo niño nacido en el seno del
matrimonio Mazzini. Es decir, para ella la actualización del conflicto edípico y de castración
–junto con la correlativa angustia intrapsíquica– aparece representada en la figura de los
cuatro hijos imbéciles, mientras que el objeto narcisista (fálico) “recuperado” se encuentra
representado en la última y única hija sana, Bertita. Cada nueva convulsión –y sus
consecuencias– en cada uno de los cuatro primeros hijos puede ser interpretado como la
emergencia o resurgir de la decepción de castración infantil y el drama edípico de Berta
Mazzini, luego de creer, con cada parto, haber recuperado el objeto fálico nunca detentado.
Vale decir: el horror de la emergente angustia de castración se aprecia en cada una de las
afectaciones de los cuatro hijos (a los que la enfermedad inhabilita como “falo” narcisista
satisfactorio para la madre), pero resurge con particular dramatismo en la imagen final del
cuento en la que el marido impide la entrada de la esposa y ésta sofoca el grito de terror en
un “ronco suspiro” por el terrible degollamiento de Bertita, la única hija sana. Es interesante
entonces que, a la luz de los preceptos psicoanalíticos, el horror de esta última escena no
se debería tanto al hecho de la simple muerte de la hijita (y ni siquiera a la forma terrible en
que esa muerte es perpetrada por los hermanos mayores de la niña), como sí al hecho de
sus implicaciones psíquicas pues, al tratarse de la única hija no idiota del matrimonio y, por
ende, de la única representación simbólica satisfactoria de la “recuperación del falo” para
Berta Mazzini, se acrecenta el dolor de la pérdida (y de hecho, es ese el sinsabor que le
queda al lector y, probablemente, lo que quiso transmitir en última instancia, y sin saberlo,
el autor).
Ahora bien, en el segundo nivel de análisis, se trataría de tomar el cuento como
un sueño o una fantasía que nos permita reconstruir el fantasma presente en el psiquismo
de su autor, en procura de realizar la construcción histórica a partir de la continuidad mítica
planteada en la narrativa. En este caso, el esfuerzo de atención debe entonces estar
dirigido a leerlo, ya no como creación literaria (y por tanto sublimada), sino como mito
personal de Quiroga para intentar encontrar su significado de fondo, pues sólo así
aparecerá la "construcción histórica", psíquica y por tanto desveladora de la psicología del
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autor, por ser ésta una elaboración o una formación producida como discurso de su
inconsciente, de su fantasma. Recordemos que para Freud no hay más verdad que la
historia construida (y no hay más realidad que la psíquica, aunque aparezca deformada
para posteriormente ser desengañada a través del análisis) y que la tarea primordial del
psicoanálisis bien podría ser la de desengañar, con la condición, como dice Backès (1971),
de que ese desengaño sea hecho “históricamente”. En este sentido, el fantasma puede ser
entendido como escena virtual o representación abstracta y condensada en una tendencia
inconsciente (Backès, 1971). No se trataría de hermenéutica ya que la construcción no
tiene que ver con interpretar, sino con instalar un pedazo de la propia historia del analizado
–en este caso, del propio Quiroga– en un nivel que no pueden ofrecer sus biógrafos, que
es el nivel de sus ansiedades y conflictos de carácter inconsciente.
En este sentido, y según lo que hemos expresado arriba, la sirvienta María del
cuento bien podría ser vista como una representación del Yo de la estructura de la
personalidad de Quiroga que lidia con las tendencias pulsionales tanáticas del Ello
presentes desde el inicio de la historia –y representadas por la figura de los cuatro idiotas.
Es ella en su calidad de Yo quien se encarga de producir la satisfacción sustitutiva a través
de la escena del degollamiento de las gallinas, clara imagen de castración e incluso
delatora de las fantasías sádicas inconscientes en Quiroga, y quien denuncia a los
muchachos con Berta, quien como veremos no es más que una representación superyoica
y defensora de los valores estéticos del ideal del yo en el autor. Es interesante observar
que los hijos idiotas del matrimonio Mazzini son descuidados y abandonados y que se
pasaban el día sentados frente a la casa (es decir, como representaciones de lo pulsional
destructivo habían sido marginados, excluidos a las afueras de la casa, que bien podría
representar al inconsciente o periferia de la conciencia, aquello que no se quiere ver). De
igual manera, es particularmente significativa la escena en la que los hijos irrumpen en la
cocina y la criada María grita a la madre de éstos, advirtiéndole que han entrado siendo
que Berta “no quería que jamás pisaran allí”. Si se toma en consideración que la cocina es
el lugar donde se preparan los alimentos, lo que se come, digiere, integra… entonces los
cuatro hijos se convierten de nuevo en evidencia de la representación de una herida
narcisista y de todos los aspectos inconscientes imposibles de “digerir” y que, por tanto, se
reprimen.
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Así, y en la misma línea argumentativa, el matrimonio Mazzini cumple en parte la
función de Yo y en parte de Superyo. Es posible afirmar la naturaleza superyoica de estos
personajes cuando se observa que funcionan en base a la culpa proyectada
recíprocamente, la cual, como nos dice el cuento, comenzó con “el cambio de pronombres:
tus hijos” que cada miembro del matrimonio hacia con respecto al otro, y que
paralelamente desemboca en la exaltación del ideal del yo, representado en la concepción
y posterior dedicación de lisonjas privilegiadas a la última hijita sana, mientras se dedican a
“olvidar” –reprimir– a los hijos idiotas, llamados por ellos las “bestias”, los “monstruos”
(pulsiones destructivas y repudiadas), que no sólo no satisfacen al ideal sino que atentan
contra las valoraciones estéticas de éste (en el cuento Quiroga usa la expresión “no
satisfacían sus esperanzas”, lo cual puede ser una expresión que refiere tanto al ideal del
yo como a la defensa del narcisismo yoico).
Finalmente, en una trágica escena final que queda a la imaginación del lector –es
decir, que no se verifica como imagen descrita en detalle por el autor– se produce el triunfo
del Ello sobre el Superyo punitivo, o de la pulsión de muerte sobre el ideal del yo (el
degollamiento de la hermanita sana por parte de los hermanos idiotas), verificándose la
temida y a la vez deseada fantasía inconsciente de castración del autor.
Este último nivel de análisis sería consistente con algunos de los datos biográficos
objetivos que acerca del autor son presentados por Cardona (2007) en el estudio preliminar
de la edición compendiada de “Cuentos de amor, locura y muerte” y “Cuentos de la selva”
de la editorial Brontes, cuando dice que Quiroga estuvo “marcado por un siniestro sino”,
desesperado y azotado por un desencanto permanente por la vida, obsesionado por lo
macabro y terrible que reflejó ya desde sus primeros poemas cargados de erotismo e
incontenida morbosidad con títulos como “Sadismo-Masoquismo”, “Cuento Fetichista” y
“Fantasía Nerviosa”; y con el que cualquier estímulo fue insuficiente para que recobrara sus
ansias de vida y libertad, haciendo que el asedio de la culpa y la infelicidad le condujeran al
suicidio en 1937. Es decir, el tema de la muerte –pulsión tanática– la cual aparece como
hilo conductor y como alteridad, como lo “Otro” o lo reprimido inconsciente, y que se
evidencia en “La gallina degollada”, estuvo presente en la obra del autor desde temprano, y
podría afirmarse sin miedo a equivocarse que toda su obra se resume en un marcado
conflicto entre el Ello y el Superyo.
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Adicionalmente, algunas ideas que también podrían revisarse en este último nivel
de análisis serían:
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El lugar simbólico que, como síntoma, tienen las convulsiones que dan lugar al
deterioro de los primeros cuatro hijos del matrimonio Mazzini, que tiene
implicaciones transgeneracionales –y por tanto edípicas– en Quiroga, y que se
evidencian cuando se refiere con respecto al primer hijo afectado que “el
pequeño idiota (…) pagaba los excesos del abuelo”. Recordemos que Freud
sostiene en sus Tres ensayos para una teoría sexual (1905), que el síntoma es
la forma en que el neurótico vive su sexualidad. Es decir, pudiera estar
delatando, por un lado la dinámica sexual que cada uno de los integrantes del
matrimonio Mazzini enfrenta ante cada nueva posibilidad de llegada de un hijo
como significante amenazador del resurgimiento y actualización de todas las
antiguas angustias edípicas y de castración de cada uno de ellos; pero por el
otro, la severidad superyoica de Quiroga con respecto a sus impulsos
destructivos –y por tanto inaceptables– que lo aquejaban de culpa. Así, algunas
preguntas que cabría formularse a la luz del cuento de “La gallina degollada” in
comento y de otros de los escritos de Quiroga, en busca de comprender el
atribulado mundo de angustias inconscientes del autor serían, por ejemplo: ¿Las
traumáticas pérdidas, tanto de su padre como del padrastro –por accidente y
suicidio, respectivamente– que constituyeron un enorme “impacto moral” para
Quiroga, son acaso los factores que justificaban la formación de un superyó
severo y en exceso punitivo que lo atormentaba con una perpetua sensación de
culpa? ¿Acaso el deseo infantil de librarse de la figura del padre –o del padrastro
que lo reemplazó– para dar rienda suelta a fantasías edípicas incestuosas con la
figura materna podría ser lo que se refleja en sus cuentos como representación
de un Ello pulsional tan tremendamente destructivo (el mismo que al final de su
vida ganó la batalla haciendo que recurriera al suicidio)?... y también ¿acaso el
martirio en el que se veían inmersos sus matrimonios con mujeres más jóvenes
que él podrían interpretarse como saboteos en respuesta a una secreta lealtad a
la figura irremplazable de la madre y el Edipo irresuelto hacia ella, como la
necesidad frustrada de retorno al sentimiento oceánico de ella como objeto de
primer amor, o simplemente como una venganza transferencial por el hecho de
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haberse encargado ella de volver a ocupar con la figura de un padrastro el lugar
del padre –contrincante edípico– muerto en un accidente de caza?... Son
preguntas cuyas respuestas podrían ser “construidas” a partir de la ocasión de
análisis más extensos que el que hemos propuesto en este ensayo.
•
Finalmente, el tema de fondo en cuanto al manejo de la pulsión que, dentro de la
continuidad mítica del relato, evidencia el famoso “Más allá del principio de
placer” freudiano: esto en el sentido de que la atracción de los cuatro hijos
idiotas por la sangre, que los excita vivamente por su color, produciendo en ellos
placer (verificación de Eros, lo erótico), es lo que les conduce a un formidable
acto de destrucción (verificación del Tánatos), pudiéndose evidenciar el placer
encontrado en el sufrimiento y, una vez más, que estos cuatro personajes, de los
que dice Quiroga en el cuento que no se les podía “arrancar del limbo de la más
honda animalidad no ya sus almas, sino el instinto mismo, abolido”, no son otra
cosa que la representación simbólica de las pulsiones destructivas presentes en
el Ello del autor.
Referencias bibliográficas
Backès, C. (1971). Continuidad mítica y construcción histórica. España: Paidós.
Freud, S. Los textos fundamentales del psicoanálisis. España: Altaya.
Quiroga, H. (2007). Cuentos de amor, locura y muerte; Cuentos de la selva. España: Ediciones Brontes.
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