EL RETABLO DE LANZAHÍTA El retablo es una obra característica de la escuela castellana del siglo XVI que se corresponde, por su monumental traza a base de ensamblajes compositivos de procedencia clásica, con las obras indispensables del Renacimiento. Responde a la globalidad del modelo monumental de la segunda mitad del siglo castellano y se relaciona con el retablo de El Barraco. En madera tallada alterna la pintura con la escultura con excelentes relieves de imágenes exentas. La obra fue presidida por la escultura de San Juan Bautista, destruida en 1963. En su diseño tiene tres calles, dos entrecalles y dos contrafuertes laterales y en la organización de los cuerpos tienen relieves en la primera y tablas en el resto. En el ático finaliza la estructuración, rematando la superposición de órdenes clásicos e introduciendo cariátides (mujeres-columna) y atlantes (hombrescolumna). La obra pertenece al genial Pedro de Salamanca y se inició en 1556, terminándose en 1559 para montarlo en 1582. Su programa está rodeando el tema de la Redención. El retablo está situado en la tercera etapa de Pedro Salamanca, reflejando la clara influencia de Alfonso de Berruguete y de la marca italianizante que expresa la estética canalizadora de las referencias tomadas del círculo toledano. Se inscriben los estilemas del autor entre el canon corto del primer momento, aunque estilizados por su contacto con Villoldo, con el estilo manierista de Berruguete, por lo que se configuran así las cabezas llenas de nervio y el dramatismo de unos cabellos dinámicamente alborotados por la agitación producida por el viento interno, un rasgo distintivo de la “terribilita rústica” que se puede ver en el movido y bellísimo grupo de la Anunciación o el magistral San Marcos, la figura de más fuerza del retablo que genera una fuerza centrífuga. Entre los escultores que trabajan en el retablo destaca Juan Frías, estrecho colaborador de Pedro de Salamanca. Eva desnuda- como imagen de Verdad-, Isaías o la Decapitación de San Juan responden a una canon diferente al de Salamanca, más propio de Frías. A su vez, se advierten antiguos y nuevos elementos de la obra del maestro, en Lanzahíta se descubre mayor agilidad en los pliegues y en el ritmo general e individual. Los relieves del banco representan a Jeremías, al Bautismo de Cristo, los cuatro Evangelistas, Adán y Eva, la Decapitación de San Juan e Isaías. En medio y en el eje central está el sagrario junto con las imágenes de Adán y Eva, sobre ellas la hornacina con la nueva imagen de San Juan Bautista. Los del primer cuerpo son la Anunciación y la Natividad. En el segundo cuerpo están las pinturas de la Epifanía y la Circuncisión. En el tercer cuerpo están los relieves de la Visitación y el Nacimiento de Santa Isabel con las pinturas de la Resurrección de Cristo y el Nacimiento de San Juan Bautista. Y en el siguiente están San Pedro y San Pablo con la bellísima Asunción, de idealizada belleza platónica y elegante movimiento; las pinturas que los escoltan son las de “San Antonio Penitente” y “La Virgen, Santa Ana y el Niño”. En el ático aparece la Crucifixión con María y San Juan, que son escoltados en las hornacinas por San Andrés y el desparecido Santiago. En el frontón final está el Padre Eterno, anciano Sabio con la bola del mundo, símbolo del principio y el fin. Las pinturas sobre tabla pertenecen al maestro Jerónimo de Ávila y a su colaborador Diego de Pedrosa. Las seis pinturas están enmarcadas en la estética italiana del círculo florentino-romano. Es importante señalar el trabajo ejecutado por Javier Aparicio como restaurador de la obra entre los años de 1991 y 1992. En la decoración del retablo participan finalmente, un conjunto de elementos que enriquecen la lectura iconográfica de la obra. En este entramado surgen casos, cuernos de la abundancia y corazas militares como emblemas guerreros de la epopeya, intercalados con carneros y tritones, por un lado; por otro, surgen las calaveras y las máscaras trágicas. Es el enfrentamiento entre la Virtud y el Vicio. Al tiempo, expresa dos formas de ver la belleza, una es la Virgen idealizada y platónica; y la otra, la de Eva que representa la verdad desnuda.