el movimiento provo

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ERRANCIA
LITORALES
DICIEMBRE 2014
EL MOVIMIENTO PROVO
MANUEL PÉREZ LEDESMA
“Scelérats que nous sommes!, nous réclemons le pain pour tous, le travail pour
tous; pour tous aussí l´indépendance et la justice.”
Declaraciones de Kropotkin ante el Tribumal Correccional de Lyon, 19-1983.
“Somos ricos en las sociedades civilizadas. ¿Por qué hay pues esa miseria en torno
nuestro? ¿Por qué ese trabajo embrutecedor y penoso de las masas? ¿Por qué esa
inseguridad del mañana (hasta para el trabajador mejor retribuido) en medio de las
riquezas heredadas del ayer, y a pesar de los poderosos medios de producción que darían
a todos el bienestar,
a cambio de algunas horas de trabajo cotidiano?”
“Campos, fábricas y talleres”
¿Para qué sirven las utopías? Durante muchos años, el término fue utilizado con claro
matiz despectivo por todos los que creían en el triunfo del “Socialismo Científico” y
consideraban a los "Utópicos” como parte de una herencia ya periclitada, de interés
exclusivamente utópico. Pero en la mayoría de los países ese triunfo no se produjo y en
los casos en que se dio, apareció pronto cubierto de nubes espesas que se convirtieron en
"cosecha de sangre” tras el triunfo de los modelos estalinistas. Aunque al mismo tiempo,
los partidarios más decididos de los planteamientos utópicos habían ido desapareciendo
del mapa europeo, hasta quedar convertidos en pequeños grupúsculos de incidencia muy
reducida.
Ambos fracasos determinarían la sensación de vacío, de orfandad, de pérdida del sentido
de la orientación que dominó durante algunos años de la pasada década entre un amplio
sector de la juventud europea radical. Muertos los viejos símbolos, defenestradas las
viejas creencias ¿a quién se podía acudir? ¿Dónde encontrar una guía, un pensamiento

Este texto corresponde a la presentación del libro Mansaje de un provo de Roel van Duyn,
publicado por la editorial Fundamentos en Madrid España en el año de 1975, cuya lectura se hace
necesaria si deseamos aproximarnos, por la vía de sus escritos, a los alternativos y vigentes
planteamientos que caracterizaron al movimiento Provo. Agradecemos a Manuel Peréz Ledesma
su entusiasmo e implicación en la exposición de este tan importante acontecimiento cultural.
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fresco, una visión clara de la realidad y sus alternativas?. ¿Dónde, a no ser en la vuelta a
la utopía, en el regreso a la esperanza en un mundo posible, enfrentado la presantez, el
caos la desesperación del mundo real e irracional?
No es de extrañar, por ello, que los utópicos, antes denostados, se hayan convertido de
repente en “maitres á penser”, en fuentes de pensamiento y esperanza de quienes estaban
al borde de perder toda esperanza. Hasta el antes dogmático redactor de catecismos
materialistas, Henri Lefebvre, acabaría reconociendo el valor creativo de los
planteamientos: “Puesto que no ratifico las coacciones, las normas, los reglamentos y
reglas. Puesto que pongo el acento en la apropiación. Puesto que no acepto la “realidad”
y que lo posible, para mí, forma parte de lo real, soy utopista” Frente a la realidad
compacta, inalterable al menos en apariencia, frustrante y vacía, los utópicos –o los
utopistas al decir de Lefebvre- abrían perspectivas olvidadas de realización humana, de
plenitud y satisfacción, más vivas que las retóricas afirmaciones de las tres leyes de la
dialéctica y de la “evolución necesaria” de la sociedad. Por eso se redescubrió a Fourier,
negado hasta hace poco por los utópicos y las anécdotas; por eso se buscó nuevas fuentes
de inspiración en formas y movimientos sociales antes olvidados o despreciados (la
“majnosvschina”, o las colectividades españolas); por eso también se volvió la vista hacia
las exaltaciones del placer y el ocio, de los, panfletos de Paul Lafargue o se levantó la
pesada losa del desprecio y el olvido que había caído sobre Kropotkin.
El príncipe ruso Peter Alexandrovitch Kropotkin es, pese a todos los esfuerzos por
silenciarlo, un viejo conocido de la cultura española. Durante el primer tercio del siglo,
sus obras se leía en la inmensa mayoría de los grupos anarquistas y cenáculos obreros, y
hasta intelectuales como el después ultraconservador “Azorrín” dedicaban palabras de
elogio a sus escritos. Sólo en los diez primeros años del siglo el editor Sempere había
publicado cincuenta mil ejemplares de La Conquista del Pan, cifra realmente
impresionante dada la elevada tasa de analfabetismo del país y la existencia de otras
ediciones del mismo libro; y del resto de las obras principalmente existían una o varias
ediciones en castellano. La preocupación de los sectores conservadores ante la enorme
difusión de su pensamiento se reflejó entre muchos otros datos, en la publicación de un
libro dedicado exclusivamente a combatir su doctrina (el anarquismo expuesto por
Kropotkin de Edmundo González Blanco) en el que se le define como “un fanático”
totalmente ajeno a la ciencia, o como “un utopista decadente atacado de una anemia
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intelectual incurable”. Auque ésta no debía ser la opinión del sinnúmero de jornaleros,
campesinos, artesanos y proletarios urbanos que se entusiasmaron con la doctrina del
“comunismo anarquista” derivada directa o indirectamente del pensamiento de kropotkin.
Para ellos tendrían, sin duda, más valides las palabras de un reciente estudioso (Paul
Avrich), que ha definido al príncipe ruso como un “moralista” interesado en fundamentar
científicamente sus doctrinas sociales y dominado por “una gran visión ética, la visión de
un nuevo orden basado en el apoyo mutuo, en el que ningún hombre sea señor de su
hermano”
Nos encontramos, por tanto, ante una utopía y, además, ante una utopía moralizadora.
Dos términos que para la sensibilidad “científica” son especialmente decepcionantes.
Pero por debajo de estos dos términos descubrimos una obra que, a pesar del olvido en
que cayó tras la primera guerra mundial, aún resulta estimulante para numerosos
intelectuales críticos y activistas radicales. Uno de los primeros, Ahsley Montagu, tras
señalar el parentesco entre El Apoyo Mutuo y los estudios recientes de numerosos
ecólogos y antropólogos, han recordado que esta obra es “un clásico” “uno de los grandes
libros del mundo”, cuyo punto de vista “se ha abierto camino lenta pero firmemente, y,
en verdad, poco lejos estamos del momento en que se convierta en parte del canon
generalmente aceptado de la biología evolucionista”. Y uno de los segundos, un joven
inconformista holandés llamado Roel Van Duyn, ha ratificado estas afirmaciones y
rendido tributo de reconocimiento al príncipe anarquista con la escritura de su libro
“Mensaje de un enanito sabio” (De Boodschap van een wijze kabouter) traducido, para
el lector español, como “Mensaje de un Provo”.
Este libro, el Mensaje de un enanito sabio, uno de los textos más originales del
pensamiento europeo, no sólo es un intento de actualización de la utopía kropotkiniana,
sino que está ligado estrechamente a la vida y la evolución ideológica de su autor.
Roel Van Duyn, una de las figuras más significativas de la oposición de la juventud
europea al neocapitalismo dominante, es, pese a ello, o quizá por ello, casi un desconocido
en nuestro país. Hijo de una teósofa y de un contable que escribía novelas, nacido en la
Haya en 1943 y educado en un ambiente en el que se mezclaban las influencia místicas,
libertarias y pacifistas, fue expulsado en su adolescencia de la escuela por dirigir una
manifestación contra la bomba atómica. A su entrada en la Universidad se unió a un grupo
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de militantes anarquistas continuadores de la tradición iniciada por Ferdinand Domeia y
fue redactor de su prensa, aunque para acabar rompiendo con esa corriente, cuya
esclerotización ideológica e incapacidad para enfrentarse con los nuevos tiempos le
resultaron especialmente molestas. A los 20 años, en 1965, y coincidiendo con el
comienzo de la agitación “Provo” en Ámsterdam, de la que fue uno de los principales
animadores, publicó sin las licencias pertinentes el primer número de una revista con ese
mismo título, cuya declaración de principios serviría de texto definitorio del grupo. En
ella se afirmaba:
“Provo es una revista mensual para anarquistas, provos, beatknis, portaleros, afiladores,
pájaros de cuenta, tiradores de navaja, magos, pacifistas, patatafritívoros, grandes
maestros de la Corte de los Milagros, charlatanes, germeníferos, (happeners)
vegetarianos, sindicalistas, reyes magos, maestros y maestras de párvulos y guarderías,
pirómanos, asistentes de asistente, sabuesos y sifilíticos, policías secretas y otros sujetos
de rompe y rasga, balarrasas, ovejas negras y demás miembros marginales de la familia
y la sociedad.
“Provo” está en contra del capitalismo, del comunismo, del fascismo, de la burocracia,
del militarismo, del profesionalismo, del dogmatismo y del autoritarismo.
“Provo” se siente en la obligación de tener que elegir entre la resistencia desesperada y
la sumisa extinción.
“Provo” incita a la resistencia por doquier.
“Provo” se da cuenta de que abandonará al fin, pero no puede pasar por alto la
oportunidad de probar, al menos con una tentativa más cordial, el provocar a la sociedad.
“Provo” hace de la anarquía la fuente de inspiración de su resistencia.
“Provo” desea resucitar el anarquismo y lo enseña a los jóvenes.”
Pronto Van Duyn apareció como la cabeza visible y el ideólogo del movimiento. Durante
dos años, de cuarenta o sesenta jóvenes, que se habían agrupado bajo la bandera “provo”
y que arrastraban tras si a un amplio sector de la población joven de Ámsterdam y otras
ciudades holandesas, conseguiría mantener pendientes de sus actividades a la Policía
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holandesa y a la mayoría de los periódicos importantes del mundo occidental. Sus formas
de acción diferían del estilo habitual de las luchas de la izquierda, no se limitaban a las
manifestaciones, aunque también las hubo, incluso con enfrentamientos violentos con la
policía (en especial de marzo a julio de 1966), sino que las acompañaron con repartos de
panfletos, pintadas, happenings… y también con la presentación de candidatos a las
elecciones municipales. Partiendo de esta extraña combinación de actividades callejeras
y luchas electorales, consiguieron difundir su mensaje político y definirse como un grupo
juvenil con fuerza y atractivo reales entre diversos sectores de la población. Como ha
señalado Charles Bloomberg, sus múltiples actividades conseguían fines muy preciosos:
“Su táctica consistía en obligar a las autoridades a revelar el carácter esencialmente
opresivo oculto tras su máscara sonriente y tolerante. “Provo” utilizaba los juegos, la
sátira y la música para desenmascarar la personalidad autoritaria, manifestación no sólo
del comportamiento individual, sino de las organizaciones jerárquicas, estructuras
piramidales y burocráticas. Su objetivo final era la creación de individuos liberados,
autónomos, independientes, espontáneos, capaces de expresar sentimientos afectivos y de
considerar el trabajo como un juego.”
Pese al final violento de algunas manifestaciones, el movimiento tenía carácter pacífico
y en cierta medida constructivo. Por ello, algunos de sus militantes se dedicaron, en los
años de auge, a divulgar y definir propuestas concretas de cambio, que podían ser puestas
en práctica de inmediato:
Eran los famosos “Planes Blancos”: el plan de la bicicleta blanca proponía el cierre del
centro de Ámsterdam –la bella zona de los canales- al tráfico motorizado, que sería
sustituido por la utilización gratuita de bicicletas públicas; el plan de la chimenea
blanca, adelantado como el anterior de las actuales preocupaciones derivadas de la
contaminación urbana, pedía la prohibición o la restricción del uso de gases tóxicos o
peligrosos, para evitar el envenenamiento del aire; el plan de la mujer blanca defendía
la necesidad de desarrollar la información sexual, sobre todo la información de los
métodos anticonceptivos, para favorecer la liberación de la sexualidad femenina
tradicionalmente coartada por el miedo al embarazo. Aunque quizá el más famoso fue el
plan de la gallina blanca (gallina, mote con el que se denomina a la policía en el argot
popular de Ámsterdam), que preveía el desarme de la policía y la conversión de las
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agentes en servidores de las necesidades generales de la sociedad. “La Gallina Blanca –
se dice en un texto lleno de humor y de imaginación- es el asistente social del futuro. Será
el que se encargue de suministrar las medicinas y primeras curas en caso de accidente;
igualmente proveerá al provotariado en apuros desde cerillas a preservativos, una
naranja o una pata de pollo.”
Esta serie de proyectos no representaba, como puede verse, un ataque directo contra las
estructuras del poder económico o político capitalista, que podía haber asimilado
fácilmente algunas de las propuestas del grupo. Pero eran un ataque sistemático contra
las formas de vida habituales de la sociedad holandesa; por eso, fueron rechazados. Junto
a ellos, el plan más radical era el plan de la vivienda blanca, que defendía la necesidad
de “acabar con la especulación del Estado, de los municipios, de los industriales,
inversionistas o personas privadas en materia de construcción de casas, o al menos evitar
dicha especulación en todo lo posible”, y convertir los edificios desahuciados por los
nuevos planes de urbanización de Ámsterdam en viviendas provisionales gratuitas.
En conjunto, se trataba de un programa de acción municipal que los provos trataron de
llevar a la práctica presentándose a las elecciones para el Consejo Municipal de
Ámsterdam. Pero ninguno de sus proyectos fue aceptado por las fuerzas sociales y
políticas mayoritarias, por lo que la actividad provo no consiguió ningún resultado
positivo. A lo sumo sirvió, como reconocería Rudolf de Jong, como “revulsivo” frente a
la estancada democracia holandesa.
Mientras la actividad de los provos se orientaba fundamentalmente a la difusión de estos
proyectos y a las manifestaciones y happenings, Van Duyn había iniciado y estaba
llevando a cabo desde las páginas de su revista el proceso de definición ideológica que
conduciría a la elaboración de una primera teoría provo. Era una racionalización sobre
la marcha de las actividades del grupo: la provocación, en su opinión, tenía como objeto
despertar la conciencia del “provotariado”, nueva clase revolucionaria (formada por
los marginados, los estudiantes y jóvenes descontentos, el lumpen…) llamada ocupar
el vacío que la clase obrera había dejado al integrarse progresivamente en los mecanismos
del consumo forzado.
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El objetivo revolucionario sería la creación de una nueva cultura y un hombre nuevo que,
más que en sus textos, apareció definida con rasgos claramente utópicos en “La Nueva
Babilonia” de De Constant:
“Nueva Babilonia es el mundo de la abundancia, el mundo en que el hombre, en vez de
trabajar alienadamente, juega, se realiza y se divierte; en donde la poesía se hace un modo
de vivir de y para las masas. La poésía faite par tous et non par un (…) es…la concepción
de una cultura que lo abarque todo, concepción difícil de entender, es verdad, porque
hasta ahora no podía existir semejante cultura y sólo ahora por primera vez en la historia,
como consecuencia de la automatización del trabajo, se hace factible, aunque no sepamos
aún qué forma adoptará y todavía nos parezca un misterio. ¿Será el hombre del futuro
capaz de jugar su vida, de sobrellevar una vida sin la necesidad de ganarse el pan de cada
día con penas y sudores?...”
De todas formas, los “planes blancos”, la teoría del “provotariado” y la concepción del
“homo ludens”, de Nueva Babilonia, representaban una base teórica débil para un
movimiento radical. El mismo R. de Jong, anarcosindicalista de la escuela clásica
reconocería, pese a sus simpatías hacia el movimiento, la “pobreza teórica” de los provos,
cuyos proyectos “no tenían nada en común con la organización anarquista de la sociedad”,
de la que se habían declarado seguidores. Por ello, en los años siguientes, la disolución
del movimiento, decidida en un extraño happening celebrado en marzo de 1967, iría
acompañada de un esfuerzo teórico de mayor envergadura cuya manifestación más visible
son las dos obras de Van Duyn publicadas en 1969 y 1971: el Mensaje de un enanito
sabio y su Diario Paníco.
La raíz del primero de estos libros es fácil de detectar. Van Duyn, apartado
momentáneamente de la actividad política cotidiana tras la disolución del movimiento y
descontento ante el carácter violento que el grupo “Los Desesperados” pretendía dar a la
agitación juvenil, estaba en condición óptima para aceptar las tesis utópicas, pero
constructivas, de Kropotkin. Era el único pensador que podía ofrecer un proyecto de
“utopía realizable”, poco favorable a la violencia y orientado hacia la realización
personal, la creatividad y el amor. Desde la perspectiva kropotkiniana del “Apoyo
Mutuo” se podía orientar hacia fines positivos la agresividad desencadenada en los años
anteriores y sustituir la desesperación por una actitud optimista ante el futuro.
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Por supuesto no se trataba de repetir sin más las afirmaciones del príncipe anarquista, de
hacer una obra de exégesis al estilo de los textos de los marxistas académicos; al contrario,
el proyecto de Van Duyn consistía, sobre todo, en una actualización de las tesis sobre
la cooperación, buscando para ello los apoyos científicos necesarios. De aquí deriva la
insistencia de la obra en los trabajos recientes de diversos biólogos, etnólogos y zoólogos
que confirman o corrigen las tesis kropotkinianas. Y también la introducción del “apoyo
mutuo” en un marco más amplio, en una perspectiva cibernética en la que la agresión y
la cooperación aparecen como “los dos extremos de la misma fuerza vital que surgen
simultáneamente en un momento determinado”. Ambos extremos resultan necesarios
y complementarios; son dos medios imprescindibles para la consecución de los objetivos
utópicos que el desarrollo de la tecnología pone ya al alcance de los hombres:
“Sólo un matrimonio real entre agresión y cooperación, receptividad y actividad,
creatividad y amor, pueden abrirnos un camino hacia delante, un camino hacia la
verdadera libertad, que no es sino la participación creativa de todos los hombres en
el amor y la solidaridad universales.”
En esta perspectiva tan ajena a los planteamientos revolucionarios clásicos, puede
insertarse su proyecto de una nueva cultura y una revolución “kabouter” (1). Aunque por
“revolución” no hay que entender, en este contexto, la simple nacionalización de los
medios de producción, sino un proceso de muy superior radicalidad, que incluye la
transformación de las estructuras socio-económicas del sistema político, de los
medios tecnológicos y de la forma de vida y la conducta humana. Es decir, se trata de
una revolución “total” creadora de un “hombre nuevo”, el kabouter, miembro de una
sociedad liberada y capaz de integrar en una síntesis superior, como su modelo
Kropotkin, los contrarios; de ser a la vez urbano y agrario, sedentario y nómada ,
práctico y teórico, intelectual y jardinero, altruista y egoísta, agitador y plácido,
científico y utópico”.
Tal es la conclusión de la utopía libertaria de Van Duyn, capaz de arrastrar a quienes
buscaban en Holanda, y fuera de ella, un motivo de esperanza. De aquí que pronto,
reagrupando los restos dispersos de los provos y atrayendo a nuevos militantes, se
construye un movimiento kabouter inspirado, al menos en parte, por las previsiones y
concepciones de Van Duyn.
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El problema que se plantea entonces, y que la nueva corriente nunca llegaría a resolver
por completo, fue el de la estrategia: ¿Cómo conseguir el triunfo de una utopía definida
de forma tan genérica? ¿Qué formas organizativas y qué táctica serían las más
apropiadas?
En los meses siguientes a la publicación del libro (que en menos de un año alcanzó cinco
ediciones), los kabouters decidieron abandonar la etapa de la provocación y pasar a una
fase de carácter constructivo.
Así surgió en 1970 el Orangevrijstaat, “Estado libre de Orange”, a la vez como
organización política del movimiento y como “alternativa” frente al régimen político y
social imperante en el país.
El Estado Libre no era, por supuesto, una organización política al modo clásico, sino una
contra-organización, flexible en sus estructuras y desprovista de los mecanismos de
coacción propios de los partidos políticos o los grupos ideológicos al uso. Era, además,
una alternativa frente al sistema estatal, un “”estado anti-estatista” o, en palabras de Van
Duyn:
“la primera y única alternativa en el mundo por crear una contra-sociedad desde dentro
de la misma sociedad capitalista”.
Dividido en doce departamentos paralelos a los Ministerios de Gobierno, cada uno de
ellos estaba en manos de un comité, no de un sólo individuo, y aceptaba todas las
iniciativas de interés, fuera cual fuera su procedencia. La labor de algunos departamentos
fue especialmente significativa, como testimonio de las orientaciones básicas del nuevo
movimiento. El Ministerio de Defensa fue sustituido por un “DEPARTAMENTO DE
SABOTAJE DE LAS REGLAS FIJAS Y DEL HÁBITO DE LA OBEDIENCIA”
destinado a crear un “EJERCITO DE RESPONSABLES EN DESACUERDO”. El de
agricultura organizó unas 30 o 40 granjas comunitarias, dedicadas a la producción de
alimentos “orgánicos” no contaminados. El de transportes defendió de nuevo la
prohibición de la circulación de automóviles por el centro de la ciudad, aunque sin llegar
a ningún resultado como consecuencia de la falta de apoyo del Consejo Municipal de
Ámsterdam. El Departamento de la Vivienda organizó la ocupación de casas
deshabitada para las familias que carecían de ellas. Y por fin, el de Asistencia Social,
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que consiguió mantener su actividad incluso después de la disolución del Estado Libre,
sostuvo un servició rotatorio de ayuda a los ancianos y personas imposibilitadas.
El éxito inicial de este planteamiento fue tan grande que, pocos meses después, los
kabouters consiguieron la elección de sus candidatos en las elecciones municipales en
cinco ciudades del país. Así comenzaba con brillantes la puesta en práctica de lo que Van
Duyn ha denominado “la teoría de las dos manos”: “realizar de inmediato nuestros
ideales con la mano izquierda (en el Orangevrjstaat) y con la derecha intervenir en el
sistema mismo que precisamente nos frustra estos nuestros ideales”.
Pero pronto el planteamiento del Estado Libre se vino abajo como consecuencia de la
falta de organización, y de las disidencias internas entre un sector abiertamente
antiparlamentario y el grupo defensor de la “lucha con las dos manos”. Los primeros se
opusieron a la participación en las elecciones municipales y de diputados y no se
mostraron de acuerdo con la creación y consolidación de una sociedad alternativa,
mientras los segundos defendían el mantenimiento y profundización de los
planteamientos del “utopismo reformado” ya descrito. En el fondo, estas diferencias
representaban una nueva versión del dilema clásico sobre la participación o el
enfrentamiento radical con las estructuras del poder. Mientras que los radicales ponían
toda su confianza en el estallido revolucionario, y por ello en la actividad crítica y
combativa que pudiera prepararlo, los “utópicos”, ante la escasa probabilidad de una
explosión revolucionaria a corto plazo, proponían la edificación progresiva, con todas las
dificultades y limitaciones que este proyecto trae consigo, de una contra-sociedad
destinada a servir de modelo y preparar las conciencias para una trasformación social en
fecha más o menos lejana.
Desde 1971 se hicieron patentes las diferencias entre ambos grupos. Como ha explicado
Van Duyn, en dos años se celebró sólo una reunión general de los kabouters, convocada
por Meter Hakkenberg, dirigente del grupo antiparlamentario, y destinada a conseguir la
desaprobación de la participación en el Consejo Municipal de Ámsterdam. Pese a ello, en
los primeros meses de 1973, Van Duyn confiaba todavía en la posibilidad de reorganizar
el movimiento; pero esta confianza acabaría por derrumbarse poco después.
La actividad de nuestro personaje en estos años estuvo dirigida fundamentalmente (aparte
de su participación en el Municipio) a potenciar las granjas comunales, y, en otro terreno,
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a fortalecer y desarrollar sus planteamientos ideológicos. Por ello, se observa en este
periodo la aparición de una inflexión teórica simplificativa, reflejada en su libro Diario
Pánico y en la nueva revista inspirada por Van Duyn De Paniiekzaaier (El Sembrador de
Pánico).
La preocupación ecológica, que ya se percibía en los comienzos del movimiento provo,
se convierte ahora en dominante, como respuesta a la creciente agudización de la crisis
ecológica que, en opinión de Van Duyn, representa “el síntoma más importante de las
contradicciones del Capitalismo Occidental”. De aquí la creación de una Universidad
Pánico, destinada a
extender, mediante la enseñanza de la “catastrofología”, la
conciencia de la proximidad del fin, derivado del agotamiento de las materias primas y el
envenenamiento del aire y el agua. Las previsiones de esta “ciencia”, tan opuesta en su
planteamiento y en sus conclusiones a la optimista “futurología” americana, incluyen,
entre otros datos, el cálculo de que en un plazo de cincuenta o sesenta años habrá
desaparecido en la zona el agua potable como resultado de la contaminación, y los países
del Centro de Europa se verán obligados a importarla al precio que los vendedores de este
bien de absoluta necesidad quieran imponer. Tal es el resultado inevitable de un sistema
económico de absoluta irracionalidad.
Al fin de cuentas, dice Van Duyn en su Diario Pánico, todos sabemos que vivimos en un
caos altamente industrializado, muy capaz de suministrar a millones de personas autos, y
televisores, pero no de satisfacer, en cambio, las más elementales necesidades humanas
de espacio habitable, aire limpio, agua potable, alimentos sanos y enseñanza suficiente:
“Sólo querría que cesarais ya de disfrazar este caos altamente industrializado y convertido
en sistema mantenido y dirigido por las autoridades”.
De todas formas, esta nueva vertiente del pensamiento de Van Duyn no supone una
rectificación, sino una reafirmación de sus actividades ideológicas precedentes, y una
confirmación de las soluciones propuestas por él durante años:
“Superando la simplificación bolchevique o socialdemócrata, que se limita a defender la
nacionalización de los medios de producción, creo que la revolución debe abarcar todos
los campos de la vida social. Hay que transformar el sistema de producción, sustituyendo
la propiedad privada por la autogestión de las colectividades productivas; pero también
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hay que revolucionar la tecnología y sustituir la tecnología surgida de la revolución
industrial por otra nueva, menos cara y menos peligrosa. El problema fundamental es el
de la energía: frente a la energía nuclear, productora de radioactividad, es necesario volver
a usar la energía natural, la energía solar:
“Para ello habría que llevar a cabo investigaciones que actualmente son casi imposibles
porque el Gobierno no nos da dinero. Hay que trasformar el sistema de transportes,
desarrollando los trasportes colectivos, haciéndolos baratos, confortables y rápidos, de
acuerdo con los planes provos, que en este terreno siguen siendo la única solución
posible”
Quizá la novedad teórica más significativa de este nuevo planteamiento sea la conciencia
de la urgencia, de la necesidad de enfrentarse con la máxima rapidez con los problemas
ecológicos.
En relación con está conciencia parece encontrarse el último cambio de actitud de Roel
Van Duyn hasta el momento: su paso al P.P.R. (Partido Político de Radicales), una
organización formada inicialmente por los jóvenes inconformistas de los partidos
confesionales holandeses y que ha ido evolucionando progresivamente hacia posiciones
contra-culturales. En esta agrupación política, de carácter minoritario, pero muy activa en
la base, se han integrado los últimos restos del movimiento kabouter, ante la imposibilidad
de reorganizar su propio grupo, abandonando así las posiciones apolíticas o antipolíticas
que, como herencia anarquista, aún conservaban de forma parcial y acentuando el carácter
reformador de su “utopismo”. Una de las razones fundamentales de esta transformación
final puede encontrarse precisamente en esa conciencia de la agudeza de la crisis que
exige la acción inmediata y organizada:
“No podemos –había dicho antes Van Duyn- cruzarnos de brazos hasta que la mayoría de
la población esté dispuesta a actuar”.
Es necesario luchar por la “utopía ahora”, porque frente a ella la única alternativa es la
desaparición de una sociedad cuyas contradicciones internas están a punto de conducirla
a la asfixia.
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Es indudable que la experiencia vivida por Van Duyn y sus seguidores representa un
nuevo modelo de oposición en las sociedades desarrolladas, cuya originalidad y
sinceridad es innegable, y cuyas repercusiones, que podemos deducir del análisis de la
situación actual del mundo desarrollado, pueden alcanzar una enorme intensidad.
Si la crisis energética se acentúa, si los problemas ecológicos siguen agravándose y el
desarrollo económico irracional se encuentra enfrentado con nuevas y crecientes
dificultades, sólo las propuestas contra-culturales podrán servir de respuesta al desafío de
la crisis capitalista.
Entonces es posible que la utopía, tan denigrada durante mucho tiempo, vuelva a
reinsertar con fuerza en el pensamiento radical y a recuperar su condición de “alternativa
posible” frente a la irracionalidad y el caos de nuestro tiempo.
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