Amazonas Diálogos de Ayer

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AMAZONAS, DIÁLOGOS DE AYER
Ramón Iribertegui
INTRODUCCION
En mi libro anterior: “El Hombre y el Caucho” (1987) presenté el fondo histórico-social y el
encuadre económico de nuestro T.F.Amazonas en las décadas en las que el caucho, el balatá, el
pendare, el chiquichique, etc., produjeron un segundo Dorado con la atracción de empresarios,
aventureros, depredadores y gente humilde que buscaba fortuna en una región misteriosa y
lejana.
En este libro vemos el aspecto humano, popular, el pensamiento de las personas que
vivieron ese proceso o que recibieron por transmisión oral las experiencias de sus antepasados.
Son entrevistas realizadas por mí en aquellos años en diversos puntos del Estado Amazonas,
entrevistas que no quieren tener visos de cientificidad, siguiendo los cánones de los expertos en
Comunicación Social, sino que son encuentros casuales, familiares, sentados a veces al lado del
fogón, o tomando unas cervezas en una calurosa tarde atabapeña, por eso encontrarán preguntas
o temas que se desvían a veces del objetivo de la investigación. Estos personajes, muchos de ellos
fallecidos, son los auténticos autores de este libro.
Creo que no me extralimito al decir que en el Amazonas, en este período de explotación
cauchera, se generó y expandió una cultura o podríamos llamarla tal vez, una “sub-cultura de
explotación”. Partiendo de los relatos e informes de Codazzi y Grillet en los años 1838-40 y la
legislación oficial del siglo pasado relativas al Amazonas, y siguiendo con estos testimonios
recientes, vemos una proyección lineal de sistemas, lenguaje, métodos de organización
prolongados a través del tiempo, que conforman una sub-totalidad inmersa dentro de la totalidad
imperante en la Venezuela neo-colonial de la Post-Independencia, dependiente de la política
económica que Inglaterra y las otras naciones-Centro impusieron a las naciones latinoamericanas,
ricas en materias primas.
Aunque el sistema y las políticas capitalistas mutaron sus relaciones de ayer a hoy, en el
Amazonas, por conocidas razones, se perpetuó esa sub-cultura. Así leeremos en estos Testimonios
frases como estas: “...a los indios no los maltrataba; claro, los trataba como indios”; o como dice el
refrán local, propio de aquella época: “Ni el indio es gente, ni el casabe es pan”. Y en otro
testimonio, para corroborar “científicamente” la “inferioridad” del indígena dirá que “tiene la
materia gris pequeña”. En otro testimonio un indígena interiorizó de tal manera la ideología de
dominación, que habla de aquellos tiempos de S. Fernando en donde “no había casi indios, todos
eran PUROS” (blancos). Y en general, hoy como ayer, se habla por oposición o relación de
contraste entre “indio” y “civilizado” y se distingue el “indio civilizado, racional” del otro “indio-
indio no racional”, como en las leyes de Guzmán Blanco, se distinguía entre el “indio reducido” y el
“indio montero”.
Para la época cauchera, el proceso de transculturación había logrado serios avances en el
Sur del Territorio. Vemos en los Testimonios frecuentemente, que al referirse al “indio” se refieren
al Ye’kuana (maquiritare) o al Piaroa, pues a los Arawako (Kurripako, Baniva, Warekena, Baré, etc.)
los consideraban “civilizados”. La aculturación y el desastre cauchero vino preferentemente por el
suroeste por la gran autopista fluvial del Río Negro expandiéndose hacia el Noroeste, (veremos
casos de familias Baniva en el Meta, huyendo de la explotación cauchera); y por la otra gran vía del
Orinoco desde el estado Bolívar hacia el Norte.
El sistema de “Avance” tuvo vigencia hasta hace muy pocos años, y aún hoy se perpetúa en
las zonas fronterizas con la explotación y venta de la fibra del chiquichique a Colombia. Este
sistema de Avance que los testimonios indígenas definen claramente como esclavitud en su
primera época de explotación (hasta 1921) lo admiran y casi lo alaban en la segunda época
cauchera (años 40). El cambio fundamental que se produjo fue la mayor “circulación de moneda” y
la “No compulsión” al trabajo, aunque ambas características funcionaron irregularmente en el
Amazonas venezolano, dándose casos de perpetuación de aquellos métodos antiguos hasta bien
entrada la década de los 60.
En la perspectiva del Comerciante o empresario, el sistema de Avance le produjo
solamente pérdidas, por los enormes gastos de mercancía, fletes, comida y combustible y sobre
todo, por el engaño e incumplimiento de parte del indígena. Lo cual choca con el parecer de otros
testimonios cuando dicen que “la totalidad de las riquezas del Territorio proceden de la
explotación del Indígena y de los árboles”.
Las formas de resistencia posible y generalmente aquellas por las que optó mayormente el
indígena durante el proceso de explotación cauchera fueron dos: La huida o emigración y el
engaño. La primera consistía en una ruptura con todo el proceso, ya fuera comunitaria o
individual, era una decisión crucial, pues tenía el grave riesgo de la inseguridad, dado que toda la
geografía fronteriza del Suroeste era zona de explotación cauchera, sea en Brasil sea en Colombia.
Veremos cómo algunos optaron por erradicarse totalmente del hábitat nativo.
La segunda forma de resistencia fue mayormente usada, aunque con frecuencia producía
fricciones con los comerciantes, causa a veces de asesinatos y vejámenes aún muy recientes. El
“introducir madera” en el látex, el “mojar la fibra” o “cargarla de arena” para conseguir más peso,
fueron medios utilizados por el indígena para resarcirse de la presión del comerciante. Por otra
parte, el cálculo de la humedad del látex o de la fibra por parte del comerciante que reducía la
paga del indígena, tampoco era calculado “matemáticamente”. Me contaban que uno de estos
sub-empresarios hacía unas sumas y restas muy pintorescas delante del indígena diciendo: “...Cero
grande se come al cero chiquito, luego me debes Tanto....”
A su vez en algún Testimonio se perciben claramente los métodos y técnicas de engaño
que usaba el comerciante con el indígena “avanzado” y aún hoy el trueque que se hace con el oro
del indígena sigue los mismos pasos. Vemos pues una línea de perpetuación de sistemas y
métodos desde 1830 hasta hoy.
Otra característica que vemos a lo largo de los Testimonios expuestos, es cómo la
conciencia del opresor se introduce y cala en la del oprimido haciéndole pensar como él. Entre
otras cosas se destaca la diferencia que hace entre patrones “buenos” y patrones “malos”,
basándose esta distinción fundamentalmente en el trato personal, es decir, distingue la
explotación de “buenas maneras” y la explotación de “malos modos”, así como se hace la
diferencia entre el hacer del “caporal” y el hacer del “patrón”: el “caporal” de barraca trataba mal
a los peones, el patrón “desconocía” lo que hacía el caporal; “el caporal era malo, pero el patrón
era bueno”. Esto también se nota cuando se habla de Funes: distinguen algunos muy bien entre
Funes y sus secuaces (Luciano López, etc.) que eran sanguinarios y hacían los crímenes a
escondidas de éste...
Estas apreciaciones naturalmente varían según la experiencia que se vivió. Se hace una
distinción entre el trabajador de “personal” fijo, continuo, esclavizado y el trabajador
“independiente”, generalmente una familia extendida que trabajaba el caucho
independientemente para ser entregado a determinado patrón, por contrato de Avance al
terminar el “fábrico” o cosecha.
Otra cosa digna de tenerse en cuenta en el conjunto de testimonios es la contradicción
existente en relación a ciertos casos específicos que muestran una historia paralela, basada en la
transmisión oral más que en documentos y fechas, en donde lo fundamental es el “hecho” y no la
correlación de época y personas.
Se habla por ejemplo, de la “quema de los Libros de Cuentas” de los comerciantes como un
hecho liberador, significativo, como el inicio de una nueva era. Este “hecho” afirmado por unos,
negado por otros, no sabemos documentalmente si sucedió o no, o si es la transmisión de algún
hecho semejante realizado en otras épocas, (recuérdese a Michelena y Rojas que tuvo fuertes
choques con los comerciantes de Río Negro), pero sí es interesante ver cómo un cambio en la
política de relaciones de explotación, producido básicamente por la caída de los precios del
caucho a nivel mundial, es captado y transmitido como un hecho personal, casi mítico, del cual
nadie conoce detalles, ni fechas, ni nombres, pero que por lo general está en la base de los relatos.
En los testimonios Pro-Funes y Anti-Funes se repite indocumentadamente la idea de Funes
de escaparse hacia Brasil, envenenando, quemando y matando todo lo que encontrara a su paso.
Yo creo que muy bien puede encuadrarse en el marco de propaganda e interés ideológico de
Arévalo Cedeño y su gente, para confirmar ante el pueblo el atino y la necesidad de la ejecución
de Funes.
Así mismo se nota una doble vertiente de juicio de aquella época. Por un lado se
especifican las relaciones de trabajo esclavizador, brutal, de extorsión inmisericorde, y por otra
parte se habla casi con nostalgia de aquella época como “muy interesante”, porque “había
movimiento”, “todo era barato”, en comparación con la realidad actual del Amazonas que
perciben como muerta, cara y sin trabajo.
Los testimonios nos señalan también las zonas de mayor explotación tradicional de estos
productos y nombran también a un grupo de comerciantes que, aunque no son todos, son los que
ellos recuerdan.
El conjunto de testimonios es pequeño, y todavía hoy, se podría hacer un muestreo mayor
en las distintas localidades del Territorio, y sobre todo estudiar la incidencia del proceso cauchero,
ya no de forma general, sino específicamente en las diversas zonas o en cada una de las etnias
indígenas involucradas. Si se deja pasar algún tiempo más, los testimonios vivenciales irán
desapareciendo y será cada vez más difícil rastrear las huellas de este período importante de la
historia del Amazonas.
UNO
La explotación no es de ayer, ni de “antier”. Lo que aquí se narra no sucedió hace 20, 30, 50
ó 70 años, como podemos creer. Este régimen de opresión, manifestado en: “la oposición a la ley”,
“la despreocupación por el bienestar de la gente”, “la destrucción de las poblaciones”, son
herencia antigua en esta región amazonense.
Ya en el lejano 1838, el coronel y geógrafo A. CODAZZI se maravillaba de lo que estaba
sucediendo en el “Cantón de Río Negro”. Pero lo más triste de la situación, es ver reflejada en
algunos párrafos del Informe CODAZZI, la situación del presente, pareciera más bien un retrato de
lo que aún hoy acontece:
- “El Cantón de Río Negro se puede llamar una república distinta de la de Venezuela”....
- “…allí no impera la ley, sólo el capricho del jefe político”...
- “…la voz del político y sus determinaciones son las que rigen, y no las leyes”.
Lo que exponen estos testimonios-reliquia, lo que expresan en sus relatos, no son inventos,
no es novela, son gente sencilla, la mayor parte analfabetos, por lo tanto no pudo tener acceso a
esta literatura, narran lo que vivieron o escucharon en transmisión oral. Es sorprendente la
semejanza y coincidencia plenas de su versión y lo que expusieron Codazzi y Grillet hace más siglo
y medio.
SEÑOR GOBERNADOR DE LA PROVINCIA DE GUAYANA:
“Testigo ocular de los males que sufren los indios del Cantón Río Negro, y presenciadas las
quejas inútiles de aquellos infelices, he sido movido de un sentimiento de humanidad que me hace
elevar a V.S. este informe, no bastante detallado como merecen las circunstancias, pero bastante
para que V.S. quede plenamente impuesto de cuanto se hace allí, contrario a las leyes, en
oposición al bienestar de aquellos habitantes, en destrucción de sus poblaciones, y del todo
contrario al sistema que se propone este gobierno, para reducir a poblados numerosas tribus
escondidas en los bosques de esta dilatada provincia.
Prescindiendo de hechos parciales, como de dar látigos, multas, cárceles, destierros y otras
tropelías de los jueces, siempre dispuestos a venganzas personales, promovidas constantemente
por un mezquino interés, hablaré sólo de las cosas más generales y trascendentales.
El “Cantón de Río Negro” se puede llamar una República distinta de la de Venezuela; allí no
impera la ley, y sólo el capricho del jefe político y de sus subalternos alcaldes, que se dicen
racionales, criaturas suyas, y que son otros tantos satélites que fielmente cumplen sus
disparatadas órdenes, siempre ofensivas para la raza indígena, a fin de favorecer a tres personas,
tres personas que se creen ser las únicas que deben allí mandar, y que aquel territorio es su
patrimonio y los indios sus esclavos. Como el mando recae siempre entre uno de ellos, así van de
acuerdo y de concierto en un plan de opresión que no tiene ejemplo en ningún ángulo de la
República.
La voz del político y sus determinaciones son las que rigen, y no las leyes, y menos las
órdenes repetidas del Gobernador para aliviar los males de los indios. Estas órdenes se reciben y
se archivan, y no se les da cumplimiento, y menos publicación; de manera que cuantas medidas
saludables se han tomado por este Gobierno, todas, todas han quedado en el más culpable y
criminal silencio: tan sólo la última que llegó a S. Fernando a mi salida, tendrá publicación, porque
el actual jefe político me lo ofreció y parece inspirado de los mejores sentimientos a favor de los
indígenas, y animado de llevar a efecto cuantas órdenes reciba del gobierno de la Provincia; pero
dificulta que pueda llevar a debido efecto sus buenas y filantrópicas ideas, porque tiene que luchar
contra esas personas que hasta ahora han sido los déspotas y tiranos de una población, la más
dócil, laboriosa e industriosa que existe en Venezuela, en clase de indios.
No hay duda que una vez que los naturales conozcan a fondo sus derechos, no podrán tres
individuos hacérselos olvidar, pero sucederá que nombrándose el año que viene otro Jefe político
de aquel Club, inmediatamente llevará adelante sus inveteradas costumbres, sirviéndose del
nombre del Gobierno para forjar órdenes imaginarias y análogas a sus intereses.
Los indios, señor, no están seguros ni en sus casas, ni en sus labranzas, porque el día menos
pensado les llega un aviso del alcalde para que se presenten a su tribunal: allí reciben la orden de
marchar a la cabecera del Cantón a ponerse a la disposición del Jefe político.
Estos infelices tienen que tomar sus canoas y hacerse de víveres para 10 ó 15 días; y al
llegar delante de este sátrapa, son recibidos peor que esclavos y mandados de peones a la casa del
mismo político y demás criollos, los cuales los emplean, sean en la pesca, en la caza, en ir a la
manteca, a la sarrapia, a buscar zarza, a cortar maderas, a hacerles lanchas u otras embarcaciones
y no se les empieza a pagar sino del día que entran al trabajo. ¿Y de qué modo? En mercancías, a
precios tan exorbitantes, que al fin de mes el hombre ha ganado un peso o doce reales, graduados
por ellos a 4 ó 5 pesos. Inútiles son las quejas de aquellos desgraciados para volverse a sus casas a
cuidar de sus conucos y de la subsistencia de sus familias; se les responde que si no van al servicio
que se les manda, los despacharán por vagos a la capital para que sirvan en el ejército.
A estas amenazas se conforman en su penosa situación y van a servir por otros meses a
casas de otros racionales que los emplean en donde mejor les parece, y no se les pasa para su
manutención sino dos totumas de mañoco, que son dos libras de cazabe y nada más. Al cabo de 3
ó 4 meses vuelven a sus casas, si han venido a reemplazarlos, y tienen que gastar lo poco que han
ganado para proveerse de víveres para el viaje. Apenas están en el seno de sus familias para
disponerse a trabajar para sí mismos, cuando vienen otros empleados a su turno, y se los llevan;
de manera que no les queda tiempo para proveer a la subsistencia propia; y tienen las mujeres y
los hombres útiles que esforzarse a fatigas rigurosas para no perecer de hambre.
Muchos de ellos, aborrecidos de un trato tan infame como cruel, se huyen a los montes y
quedan los pueblos solos; prefiriendo vivir entre los salvajes, que en medio de los pretendidos
racionales. Ante tales escenas, ¿será posible que el indio montero abandone sus selvas para venir
a ser esclavos de unos pocos hombres inhumanos? No es posible y siempre preferirá su salvaje
independencia a las proposiciones que le podría brindar la civilización.
Tengo rubor, pero es preciso decirlo, que ha habido Juez político que hacía visitas a los
pueblos con el fin sólo de tener con ellos un comercio exclusivo y atraer cuantos peones podía, y
por colmo de vergüenza, exigía en cada uno de ellos la mejor y más joven india para su uso. No es
necesario más para dar una idea exacta de una primera autoridad: y se puede de allí deducir lo
que podrán ser los demás. Señor, son unos hombres que llegan allí procedentes de Apure y otros
puertos, y que llevan algunas mercancías fiadas del valor de 100 pesos cuando más. Se ponen de
acuerdo con el Jefe y él los manda de alcaldes al pueblo tal, para que allí hagan su comercio
exclusivo, y sean los agentes del político. La primera medida que toman al recibir el bastón, es la
de llamar a todos los indios útiles, hacerles abandonar sus conucos y casas, y llevarlos al Casiquiare
a cortar madera; otros a reunir chiquichique, y después a torcer cabuya, a construir lanchas;
mientras que las mujeres las emplean en tejer chinchorros, dándoles su pacotilla al 500 por ciento.
Si en el ínterim se presenta algún comerciante para vender a precios más baratos, no puede hacer
comercio porque están empeñados para pagar al alcalde y al político; de manera que aquel año
bajan con sus lanchas, y cada alcalde hace un excelente negocio, y el político mejor; y por lo tanto
hay empeños para los cuales, antes de concluir su año, han salido con sus lanchas cargadas; y
muchos de ellos no vuelven, si no tienen esperanzas fundadas de ser otra vez alcaldes.
Es tal el monopolio en San Fernando de Atabapo, que un ciudadano que llega allí se muere
de hambre, si no lleva consigo qué comer; allí no hay mercado, no hay pulpería, no hay bodegas,
no hay tiendas: y cuando llega alguna embarcación con víveres, que suelen llegar de tiempo en
tiempo, al momento se presenta uno de los feudatarios, y con una altanería insoportable dice:
“que lleven todo a mi casa”. Y volviéndose a los concurrentes añade: “este indio me debe hace
muchos años un machete”, o una friolera cualquiera que se antojó decir en aquel momento.
Si son indios monteros, se lleva todo a casa del político, el cual lo reparte entre la cuadrilla,
y les dan a aquellos inocentes lo que les parece; de manera que no tienen estímulo ninguno para
abandonar sus montes y exponerse a largos y penosos viajes para llevar víveres, guapas, cascos,
pájaros, monos, cabuyas y chinchorros de moriche a unos señores que no les remuneran
justamente.
Bajo otro régimen o con otros hombres, estos monteros que habitan cn los ríos Sipapo,
Inírida, Guaviare, Guainía, Ventuari, Cunucunuma, Padamo y Mavaca, estarían hoy reducidos a
población, y sus brazos acostumbrados desde la infancia a la agricultura; harían florecen el
comercio de Río Negro no tan sólo con cables, chinchorros y lanchas, sino con el café, cacao, añil,
algodón; y la abundancia de brazos traería la de producciones naturales como la zarza, el pucherí,
yuvía, brea y la goma elástica tan estimada en el comercio.
Con muy pocos regalos, con algunos hombres emprendedores, con el sistema de Capitanes
pobladores, se podrían reducir sin dificultad 2 ó 3 mil indios; que después ellos mismos harían salir
a los demás internados en las selvas y desiertos, y en pocos años se vería florecer un Cantón que
en el día está en la más grave decadencia.
Concluiré Señor, con decir que ha llegado a tanto la imprudencia de esos hombres, que tan
luego muere un padre de familia, se les extraen los hijos menores bajo el especioso pretexto de
que son huérfanos y que la madre no es mujer honesta, o capaz de mantenerlos: si es ésta que
muere, sucede lo mismo, y entonces se tacha al padre de borracho, disoluto y vago; en fin, si
ambos mueren no vale ya tener hermanos, parientes próximos y honrados: son de exclusiva
propiedad del político el cual los reparte en donde él quiere: siempre sin descuidarse a sí mismo:
así que en cada casa de esos magnates hay 5 ó 6 indiecitas y otros tantos varones que no reciben
sino una mala comida, látigo y un miserable vestido.
Ojalá que este informe pueda influir en beneficio de 2.000 infelices que trabajan sin cesar
para enriquecer a 15 egoístas”.
El Coronel A. Codazzi
Caicara, marzo 14 de 1838
El informe del Gobernador de Guayana, FLORENTINO GRILLET, sobre la situación del
Cantón de Río Negro, data de 1842 y refleja los mismos problemas expuestos por Agustín Codazzi.
“...No debía esperarse que después de tantos vejámenes y tropelías, después del
escandaloso usufructo del trabajo de los indios y del hábito de hacer fortuna, a costa de la
verdadera esclavitud, con el nombre de “tandas” a que estaban estos infelices reducidos, después
de tantos y tan graves abusos, en que mediaba el interés personal, no debía esperarse, digo, que
los especuladores con la libertad y la vida de los indios se prestaran de buen grado a cooperar a su
reducción y civilización, disponiendo de repente las pretensiones que han tenido en su favor, unas
veces la tolerancia y frecuentemente el consentimiento y aún el mandato de muchas autoridades.
Disponer arbitrariamente del trabajo de los indios, apropiándoselo por lotes; no considerar
ni oír siquiera la manifestación que éstos hacían de las necesidades de sus casas cuando se
excusaban, aunque humildemente, para que no se les incluyera en el repartimiento, pagarles
cómo, cuándo, del modo y en la calidad de especies que querían los especuladores, compeler a las
mujeres e hijos al servicio doméstico sin paga y separadas de los esposos y padres, mientras que
éstos, encorvados sobre un machete o sobre una azada trabajaban en otro campo; disponer de
todas las pertenencias de los indios, sin consultar muchas veces su voluntad y no pocas sin
indemnizarles; disponer cada cual como bien le placía de tantos indios fuesen sus pescadores,
cuántos sus “cazadores”, éstos “sus peones”, otros “sus bogas”, todo esto ha sido común, pues
hasta el posesivo es connatural al lenguaje. Pagar al hábil artesano en un todo lo mismo que al
peón: donar por partidas los indios párvulos o adolescentes para que sirviesen en las sociedades y
pueblos, de donde los encargaban a manera de cualquier objeto de necesidad; castigarlos, más
que con sevicia, con bárbara crueldad, fundados en el sacrílego y vulgar principio de que los indios
son los hijos del rigor: abandonándoles en las dolencias que contraían en el servicio para eximirse
del deber de asistirles y aún despedirlos de la casa cuando enfermaban, de modo que morían
desamparados en los caminos; inspirarles la idea que el Gobierno hacía tanto caso de ellos como
de los animales e invocar sin embargo, ese mismo Gobierno para revestirse de la autoridad que da
siempre esa invocación para oprimir a los indios; degradarlos y embrutecerlos, suministrándoles
en toda hora de vacación licores fermentados para liquidar mejor las cuentas y para matar, si
posible fuera, el pensamiento sobre su triste suerte; tratarlos como animales insensibles, cuya
persuasión tienen muchos; librar el levantamiento de fortunas agrarias sobre esta manera de
proceder.
Tratar en fin, a los desgraciados indios lo mismo que los trataron los conquistadores y peor
de lo que se han tratado a los esclavos; esto es el bosquejo, aunque muy imperfecto de la suerte
de los indios en los veinticuatro años recorridos desde 1817 hasta hoy; suerte tanto más
insoportable y escandalosa, cuanto es la mejora, que ha experimentado la condición social de los
venezolanos y cuanto es de hermoso el título de ciudadanos que se daba a los indios...”
(en Tavera Acosta 1954:117)
No eran lamentos filantrópicos, ni inventos de viajeros, los desmanes denunciados por
Codazzi y Grillet, pues se ven corroborados con documentos del mismo Ministerio del Interior de
Venezuela en años sucesivos, lo que demuestra que los problemas existieron, y lo que es más
trágico, se perpetuaron. Doy a continuación unos ejemplos:
AÑO 1883:
“Ciudadano Gobernador del Territorio Alto Orinoco:
Ha tenido bien el Ejecutivo Federal desaprobar el decreto dictado por Ud. el 4 de febrero
último haciendo obligatorio para los capitanes pobladores de Atabapo y Yavita, presentarse en San
Fernando a día fijo, con todos los hombres útiles de sus capitanías para proceder a la limpieza de
S. Fernando de Atabapo, bajo penas que determinan para el caso de falta, y obligando además a
los vecinos de Atabapo y Yavita, a concurrir al expresado trabajo llevando su machete y azadones
de uso y el mañoco que se necesita para los trabajadores. Funda su desaprobación el poder
Ejecutivo, en que el expresado Decreto contraría el espíritu del Código Orgánico de los Territorios
que es absolutamente protector de las razas indígenas, sin imponerles obligaciones forzosas que
puedan dar lugar a que se esquiven su naciente inclinación a la vida civil.
Le participo a Ud., para que en lo sucesivo se abstenga de dictar disposiciones de tal
naturaleza.
Dios y Federación.
Vicente Amengual
(Armellada 1954:190)
AÑO 1897:
“Ciudadano Gobernador del T. Amazonas, S. Fernando de Atabapo.
Tiene informes el Gobierno Nacional de que los indígenas de ese Territorio no reciben de la
generalidad de las autoridades las garantías que la Constitución otorga a los venezolanos; y que
además son maltratados por los llamados criollos, residentes en esa localidad, de tal modo que
muchos huyen y se internan en los bosques o se refugian en el Brasil en solicitud de las garantías a
que tienen derecho y no encuentran en territorio venezolano.
El Gobierno se ha alarmado con estos documentos y espera que Ud. tomará las medidas
que sean necesarias a fin de que cesen los abusos que en tal sentido se vienen cometiendo, y que
procure por cuantos medios estén a su alcance, dispensar a los indígenas protección y amparo, a
fin de que reciban el influjo benefactor de la civilización, y se incorporen sin desconfianzas, por
desgracias injustificadas a la masa de pobladores intitulada criollos.
Dios y Federación.
Heriberto Gordon
(Armellada 1954:245)
AÑO 1907:
“Ciudadano Gobernador de T. Amazonas:
En virtud de que son muy frecuentes las quejas que contra algunos patronos de indígenas
se me han dado, respecto al maltratamiento que a estos se les inflige, empleando no pocas veces
para con ellos la crueldad de la flagelación, y no pudiendo el suscrito sin faltar a sus deberes, ver
con indiferencia semejante inconsiderada conducta ajena a toda ley y a todo derecho, puesto que
para la regularización de la vida civil ha creado la sociedad autoridades competentes encargadas
exclusivamente para administrar la justicia en nombre de los principios legales, excito a Ud., en
atención a lo anteriormente expuesto, a que procure corregir, dentro de los límites de sus
facultades, esos abusos que no pueden menos de aterrorizar a los indígenas y hacerles buscar
refugio donde quiera que se les presten garantías positivas a sus personas y a sus intereses...
También es de oportunidad observarle aquí para que Ud. se sirva vigilar sobre ellos, lo
ilegal que es, en mi concepto el que deudas que adquiera el individuo por cuenta de su trabajo
propio, hayan de pagarlas a su fallecimiento, las personas de su familia, que ninguna obligación
han adquirido al respecto.
Dios y Federación.
F. Reverón Ponte
(Armellada: 1954:263)
DOS
NELLY ARVELO JIMENEZ, científico social e investigadora del IVIC, nos da su visión sobre las
causas de los movimientos demográficos del pueblo Ye’kuana durante esta época. Los pueblos de
las cabeceras fueron obligados a introducirse en el vendaval cauchero y a asentarse en zonas
ribereñas de los grandes ríos. Muchos de estos grupos no regresaron ya a su región ancestral.
BARANDIARÁN y RENÉ BROS, grandes estudiosos y conocedores de estos pueblos
ye’kuanas nos exponen crudamente lo que los testimonios les transmitieron de su memoria.
Tampoco esto es literatura o historia novelada, pues los testimonios posteriores concuerdan casi
todos en afirmar que la etnia ye’kuana fue la que más sufrió en la época cauchera. Ellos dan
nombres, citan caños, pueblos, lugares de hechos precisos y no estamos en la condición de negar
lo expuesto, por crudo que parezca, por el sólo hecho que nos parezca horroroso e inverosímil.
Iniciamos los testimonios con una cita de la Dra. NELLY ARVELO, que nos resume así el
influjo de la época cauchera en territorio Ye’kuana:
“Los Ye’kuana, participaron del caucho y como consecuencia, bajaron los ríos que surcan su
territorio y fundaron pueblos dentro del área de explotación. Para ellos, este fue un período de
relativa riqueza que les permitió adquirir herramientas.
Los poblados fundados durante este lapso eran heterogéneos, tanto desde el punto de
vista político como social, puesto que sus individuos y grupos procedían de varias comunidades de
la cabecera o yujuru’ña. En estos pueblos caucheros los Ye’kuana estuvieron en contacto regular
con los criollos. Muchos murieron a consecuencia de las enfermedades transmitidas por éstos que
atribuían a una causa común: la brujería, cuya práctica se había intensificado enormemente.
Ninguno de estos pueblos sobrevivió a la era del caucho, pero los movimientos de
población que se llevaron a cabo, influyeron en la distribución de los pueblos: muchas familias no
regresaron a su región, sino que se establecieron fuera de yujuru’ña...
Las incursiones del caudillo Tomás Funes, en las primeras décadas de este siglo obligaron a
los ye’kuana a retirarse hacia la zona más inaccesible del Este y Noreste de su Territorio.
La explotación del caucho influyó en la migración ye’kuana hacia las zonas bajas de los ríos,
al igual que los viajes comerciales con Brasil a través del brazo Casiquiare”.
(NELLY ARVELO 1974:15-17).
DANIEL DE BARANDIARAN (1979:791) hace una descripción verdaderamente cruda de este
período cauchero en referencia a los pueblos ye’kuana.
“Poblados ye’kuana de sus seis cuencas fluviales ardieron con sus habitantes atados
espalda a espalda con fuertes alambres. Estas escenas dc incendio de poblados ye’kuana fueron
más graves en el Padamo, Cuntinamo y Alto Ventuari. Más de veinte pueblos ye’kuana todos ellos
recordados con sus propios nombres fueron enteramente arrasados.
Las mujeres ye’kuana fueron violadas y amputados sus pechos; las encinta fueron
desventradas. A los hombres se les cortaban los dedos de las manos o las muñecas a fin de que no
pudieran navegar con sus canaletes, se les desjarretaba cortándoles el nódulo sinovial, se les
abrían anchas heridas con el machete en todo el cuerpo y luego se las salaban; se les hundía la
bóveda craneana con clavos o púas de estacas; se les ataba a guisa de un cepo chino y se
convertían en blanco de los tiros de revólver, etc., junto con otras escenas del más absurdo
sadismo que nos es imposible citar.
Computando los pueblos arrasados (más de 20) y el número de asesinados (unos 50 de
promedio por cada poblado) pasan de 1.000 las víctimas ye’kuana que perecieron bajo la égida de
Funes.
Algunos de sus lugartenientes huyeron a la caída de Funes, por la vasta geografia
amazónica, quien al Brasil, quien a Colombia y alguno tuvo la osadía de atravesar, armado y
violentando todavía, todo el territorio makiritare hasta llegar al Bajo Caura y Ciudad Bolívar.
Algunos de esos asesinos vivían en la democracia de Ciudad Bolívar de los años 1960”.
(BARANDIARAN: 1979:791)
A continuación expongo una serie de testimonios recogidos para este trabajo (1984) por el
P. RENÉ BROS, entre los Ye’kuana del Alto Ventuari y Cunucunuma.
“El tirano Funes y sus tropas asaltaron nuestros pueblos cabeceños para capturar hombres
y obligarlos a trabajar para ellos. Se llevaban a la gente amarrada como perros. Muchos fueron
fusilados; otros que defendieron a sus mujeres y a sus hijas, fueron asesinados. A causa de esta
violencia se despoblaron las cabeceras y murieron muchos ye’kuana. Por eso no somos muchos en
la actualidad.
Nuestros abuelos vivían en el Caño Fewto. De ahí viajaban hasta el Caño Yerebe y hacia
Carmelitas, recolectando balatá y goma para el finado Chicho González. Otros se iban por el
Orinoco. Tenían que trabajar constantemente, porque le debían mercancía a los patronos criollos.
Así comenzaron los problemas. Los criollos maltrataban a los trabajadores indígenas
golpeándolos. Estos, a su vez, trataban de escapar huyendo a sus pueblos. Los dos caporales que
dirigían el trabajo durante la era del balatá se llamaban Funes y Chicho González.
Nosotros no hemos cambiado mucho desde entonces. Seguimos siendo un tanto incautos.
Ahora sabes leer y escribir, pero hay criollos establecidos en nuestras comunidades, tratando de
imponer su voluntad. ¿Por qué razón permitimos que extraños venidos de afuera nos dominen?
El tirano Funes, mandaba a sus oficiales, el Coronel Vázquez y Luciano a capturar indígenas.
Se llevaban preso a todo el mundo: traían a los hombres, a las mujeres y a las ancianas
encadenados, menos a los muchachos. Las muchachas fueron las que más sufrieron. Todas las
noches eran violadas por las tropas de Funes. Sufrieron especialmente en manos del Coronel
Vázquez, quien torturaba a las muchachas vírgenes antes de violarlas con su enorme miembro.
Muchas de nuestras mujeres murieron así, violadas y desangradas.
Las tropas de Funes arrasaron con los pueblos del Caura, del Ventuari, del Cunucunuma,
del Padamo y del Cuntinamo. Capturaron y torturaron a los hombres. Aquellos que se resistían en
defensa de sus esposas e hijas eran asesinados. De esta forma fuimos aniquilados, y nuestra tierra
quedó desierta. Esta historia nos enseña que debemos estar siempre alerta ante el peligro.
Con el tiempo, los indígenas que sobrevivieron la captura y el trabajo forzado aprendieron
el castellano y se acostumbraron a la vida criolla. Por esta razón no regresaron a su tierra. Después
de la muerte de Funes y de Chicho González algunos se fueron, pero nunca más regresaron a las
cabeceras. Hicieron pueblos nuevos más cerca de los criollos. Entonces comenzaron a trabajar
para Néstor González. Recogían pendare, balatá y chicle. El trabajo era duro, y junto con los
Piaroas, los Maco y los Yabarana, pasaron muchas penalidades. Los patronos recibían el pendare
barato en pago de la mercancía que le entregaban a los indígenas a precios muy altos. De esta
forma explotaban a la gente, quien siempre quedaba debiendo. “Deben mucho todavía” — decía
el patrón — traigan más marquetas de pendare”.
Y la gente volvía al monte sin protestar. Así sucedió en Ventuari, Cunucunuma, el Padamo y
el Cuntinamo. Los indígenas no entendían de precios, ni de pesas. Entregaban el balatá y el chicle
sin calcular su valor. Se conformaban con la mercancía que les entregaban a cambio. Así fueron
explotados vilmente.
Nuestros antepasados murieron así, explotados y sin dinero. El único que se enriqueció fue
el patrón criollo, porque él revendía el balatá con dinero. De esta forma se robaba a los indígenas.
Funes maltrataba mucho a la gente. Aún cuando no tenía órdenes del presidente de
Caracas, él sólo pensaba así, en maltratar a la gente, en llevarse la gente para matarla. Eran sus
tenientes Vázquez y “Adaajai”, hombres malos, que se iban a los pueblos de las cabeceras a buscar
gente; se iban por el Cuntinamo, por la cabecera de Casanama, llegando así al caño Majaane. De
allí se llevaban mucha gente, mucha a San Fernando.
Este mismo Vázquez se iba otras veces por el Ventuari y volvía por el Cunucunuma,
recorriendo los pueblos de esas cabeceras. Así era Funes, acabó con muchos de nuestros pueblos;
así quedamos poca gente ahora. Nosotros los hijos de los que huyeron.
La gente de Funes llegaba de madrugada a los pueblos, sin ruido, para sorprender a la
gente. Por eso todos andaban con miedo y huían de sus pueblos para refugiarse en los montes sin
dejar huellas para no ser perseguidos, pasando hambre. Así un hombre de Funes, Agustín, se
metía en los pueblos. En un pueblo de las cabeceras, en el caño Cudata, lo mataron con una lanza.
En el pueblo de Kawoodewaka había mucha gente.
Tenían miedo a Funes: huyeron todos. Así huyeron, murieron muchos, pasando sustos y
hambre. Algunos se salvaron y llegaron al Medewadi (Cabeceras del Caura). La gente de Funes
mataron a Ködaawai y a Awadaichö umö jodö, dos hombres del Ventuari, porque no querían
trabajar con ellos.
Después la gente de allá se vengó y mataron a dos hombres de Funes. Por el Kunukunuma,
cerca del cerro Paují, mataron a Miguel. A éste también los Ye’kuana le vengaron y mataron a
cuatro hombres de Funes. Vázquez, era malo, pegaba a la gente después de amarrarlos.
Cuando mataron a Funes en Atabapo, huyeron Wendehake y Noguera”.
“Yo voy a contar lo que nos pasó a nosotros.
Mi papá trabajaba con Noguera en Tamatama; todo el pueblo estaba establecido en
Tamatama trabajando para Noguera, sufriendo maltratos. Trabajaban de día recogiendo balatá.
Recogían balatá en el cerro Awwdiyaaca: Noguera se fue con ellos hasta allá y después regresó.
Cuando se fue Noguera decidieron huir, por todos los trabajos y maltratos que pasaban. Se
regresaron entonces y llegaron de noche a Tamatama para buscar a sus familiares que estaban allá
y huir a canalete hasta Manaos a llevar el balatá y regresar después a canalete también. Algunos
se quedaron y no quisieron huir.
Huyeron por un caño de Tamatama, caminaron tres días por el monte para llegar a un caño
del Kunukunuma. Allí nos quedamos un mes, buscando camino hacia el alto Kunukunuma, por el
monte, evitando los ríos por donde andaba la gente de Funes. Así andábamos, sin comida,
pasando hambre, comiendo corazón de cucurito. Llegamos al caño Samuwa, en donde quedamos
dos años. De allí buscaron camino para llegar a un pueblo de las cabeceras del Kunukunuma a
donde llegamos por fin. Allí conseguimos comida, hicimos nuestros conucos, dejando de pasar
hambre y maldades.
Hacia el fin de la época de Funes, el coronel Vázquez, llegó de Ciudad Bolívar por el Bajo
Caura. Con él andaban Dime, Celestino, Guillermo, León, Enrique, Marcos, Cumaná y Cumeiyre.
Iban por el Caura, Erebato, el paso del Ventuari, para llegar a S. Fernando. Iban buscando a los
Ye’kuana que habían huido del Alto Orinoco hacia el Caura y Erebato y que habían quedado
endeudados en la recolección del caucho y balatá.
En el Salto Para, había un campamento cauchero de criollos que recogían balatá; con ellos
trabajaban algunos Ye’kuana. Abajo del Salto Para, en el Caño Cuchara, Vázquez se llevó algunos
Ye’kuana y algunos otros a la boca del Yuruani, arriba del Salto Para, entre los cuales el padre de
Manresio Pérez y el mismo Manresio que tenía entonces 10 años.
Vázquez amarraba a la gente, les pegaba con bejucos preguntando por la gente que había
huido del Alto Orinoco. Llegaron a Cuchime. De allí se les escapó un Ye’kuana que se fue adelante
de Vázquez, avisando a los otros pueblos.
En caño Cacara, en Majiajösö, Vázquez encontró los pueblos vacíos pues todo el mundo
había huido al monte. En la boca del Mayawötö agarró a un Ye’kuana quien se peleó con él,
enseguida lo mató de un tiro en el pecho. Más arriba en unos raudales se escaparon unos
Ye’kuana, lo que ocasionó para los otros, golpes y maltratos.
En el camino que va del Erebato al Ventuari, dieron tantos golpes al padre de Manresio
Pérez, que lo dejaron cubierto de heridas, en las cuales pusieron sal y que éste no pudo más. Allí lo
abandonaron y allí murió.
En el Ventuari llegaron a un pueblo, pero allí no consiguieron curiaras para seguir el camino
aguas abajo; mandaron hacer dos curiaras. Mientras tanto se fue un Ye’kuana a avisar a un
hombre de Chicho González que estaba en el caño Yatötö, de nombre Pedro. Pedro se fue a hablar
con Vázquez y pidió que no maltrataran a la gente del Ventuari porque estaban trabajando para él.
Siguiendo el viaje, se escaparon varios Ye’kuana, mientras que un hombre de Vázquez se
perdió en el monte y allí murió. Cuando mataron a Funes, por el Ventuari, Erebato y Caura se
escapó Antonio Levanti con Luis Gómez y Ramón Balbuena. Antonio Levanti, se llevó el dinero y se
estableció en Ciudad Bolívar. Allí lo recibió la viuda de Funes.
Después de Funes, en el año 30, se recogía balatá y chicle en el Bajo Caura y el Erebaro.
Esta recolección la organizaba Justo Vicente Rodríguez Blanco, que venía de Amazonas y
posteriormente Rafael Lezama. Mandaban a los Ye’kuana a recoger balatá y chicle, pero sin
maltratarlos. Antonio Levanti tenía una lancha que viajaba de Ciudad Bolívar al Caura.
En la misma época, en el Kunukunuma se recogía también balatá.
Los Ye’kuana que habían huido de Tamatama en tiempos de Funes y se habían refugiado
en las cabeceras del Kunukunuma, bajaron otra vez a recoger el balatá y lo vendían a los criollos”.
TRES
Como es natural, cada quien tiene su lectura personal de la historia. El relato inicial de este
Piaroa nos da una visión que se sale bastante de la versión seguida por la mayoría de los
testimonios recogidos, aunque entre líneas se percibe bastante claro el sistema de explotación
vigente. Cuando una persona está vinculada a un proceso en el cual tiene o tuvo un rol directivo o
de responsabilidad, como en este caso, siempre se busca una posición contemporizadora y
comprensiva frente a ciertos hechos.
Es interesante la historia paralela que va trenzando a lo largo del relato sobre el imaginario
Funes. Se afirma “que cuando Funes, no se maltrataba a los indígenas, sólo después que lo
mataron, vinieron los maltratos. El era el defensor de los indígenas.
En el siguiente testimonio, de la anciana piaroa de 90 años, se hace una acusación grave
que nosotros no podemos probar y nuestra intención no pasa sino de exponer el hecho como fue
narrado.
Es interesante observar, cuando se nombran personajes de la época, el tipo de juicios
valorativos de cada testimonio; la persona que para unos “fue bueno”, para otros “fue malo”. Esta
dicotomía valorativa, de la cual nosotros no nos hacemos responsables, dependerá ciertamente
del tipo de experiencia vivida o de la transmisión oral de la que fue objeto.
“Yo, mi abuelo, vio todo sobre ese trabajo del caucho y balatá y hasta yo estuve allá; yo
considero que en esos tiempos no pagaban la plata, sino la comida, lo que se ganaba era la
comida. Lo que deseaba se lo daban, si quería ropa se lo daba, si uno quería escopeta se lo daban.
Algunos patronos trataban bien, pero otros no; los maltrataban. Antes los parientes no
conocían la plata, pero nosotros hoy en día nos damos cuenta de esos maltratos y la explotación
que nos hizo, pero en aquel tiempo era pagar la ropa, los anzuelos, machetes, lo que
necesitábamos, pero como no conocíamos la plata, nos cobraban lo que querían.
Mi abuelo fue el Jefe de los Piaroas durante la explotación del caucho y balatá. El era el
único que conocía los caños. Mi papá mandaba a Cuao, Paria, Sipapo, Autana, Mataven. El Patrón
mandaba a mi abuelo y él se lo decía a mis parientes.
El que trabajaba no lo maltrataban, pero en esos tiempos el precio era alto, pero el que
obedecía no tenía problemas.
Analizando el problema que hoy existe, es que hoy día venden las cosas directamente, los
productos; en aquel tiempo los que vendían eran los criollos, los patronos, a eso se le llamó
explotación. En aquel tiempo los Piaroas no sabían el precio, ni escribir sobre el precio que
vendían.
Actualmente a los jóvenes no voy a echar la culpa que fue así, pues no tienen idea de lo
que pasó. No saben. Con los jóvenes no se puede hablar sobre el caucho; los jóvenes dirán
cualquier cosa, pero mentira. Tienen que preguntarle a un viejo. Si usted estuviera presente en
ese trabajo, yo contaría todo, porque yo he visto con mis propios ojos que hay problemas sobre el
relato de esos trabajos.
La goma se explota en los tiempos de verano hasta cuando los pescados ponían huevos.
Este trabajo empezaba desde Septiembre hasta Mayo. En estos tiempos de Mayo se preparaban
para ir a la cabecera de los ríos para trabajar caucho y balatá por un año.
El que deseaba, tenía idea de trabajar duro para conseguir más cosas y trabajaba con más
ánimo. Se reunían todos para ir a trabajar, los que deseaban tener muchas cosas primero, los
demás después.
Sabiendo que yo tengo conuco en las cabeceras del río, yo iba primero porque me
favorecía y estaba seguro de la comida. En la casa quedaban los viejos, la mujer y los niños.
Los casados decían a su mujer: “Voy a sufrir mucho...” por el problema de la selva, del
ambiente...
Si la goma estaba cerca, bueno, porque iban con sus familias y con los hijos
acompañándoles y les gustaba. Se hacía un camino que iba hacia la goma y volvían por ese camino
hasta que terminaba la goma.
Ahora refiriéndose al balatá era más problemático, en cuanto a su trabajo, porque tenían
que caminar la selva, por cerros y montañas. Este trabajo fue más duro porque tenían que ir por
las montañas y la selva, por eso la gente se moría. En verdad eso fue más duro. Por esa razón
dejaban en la casa a las madres con los hijos.
Comían el producto de sus conucos, por eso no hubo hambre; allá tumbaban otro conuco y
sembraban cambur, yuca, para la comida; pues hoy día la gente dice: “yo voy a ir a comprar
mañoco, cambur”. En aquel tiempo tenían la comida de su conuco. La gente no necesitaba ir p’a
ninguna parte a buscar comida. Los Piaroas comíamos lo que producíamos, por eso no íbamos a
ninguna parte a comprar. Lo que sembraban nuestros padres, de eso comíamos.
Yo sé que en esos tiempos no sufríamos hambre, verdad digo, que no he sufrido hambre. Si
no había comida ya hubiera dicho que sufríamos de hambre. Eso no fue así.
La gente dice que esos tiempos eran malos. Hasta actualmente es igual que aquel período.
En cuanto a la enfermedad sufrimos como hoy día sucede. Eso sí lo creo. Me duele tanto el
cuerpo. La gente creíamos normalmente que causaba la muerte, muy poco en aquel tiempo. No
moríamos todos, sino uno por uno, no constantemente, sino por culebras, por accidentes y por
enfermedad. Hasta mi padre ha muerto lo mismo, mi familia se murieron uno por uno, poco a
poco. Yo nunca he escuchado que ninguno se ha muerto al lado de la mata de balatá, sino
normalmente, hasta los que trabajaban me decían que ninguno se había muerto, sino por
enfermedad.
El balatá tenía en aquel tiempo precio bueno. El que debía trabajando y se debilitaba su
cuerpo causando la enfermedad, cuando se recuperaba, se aumentaba el precio de la deuda que
él tenía. Hoy día también consigo las cosas fiadas, los precios aumentan cuando vuelvo a fiar y
aumentan las deudas.
Yo digo que en mi vida nunca he visto en mi mano la plata, y ahora menos tengo. Para mí la
plata no es nada.
Yo estoy en Ajota (Colombia) y he fiado porque no tengo plata y cuando tengo que cancelar
al otro día, necesito otra cosa, no tengo con qué comprar y vuelvo a fiar la cosa y sigo lo mismo
debiendo. Yo compro y gasto la plata, si necesito otra cosa la fío. Mi patrón no iba a la montaña
donde trabajábamos y no maltrataba, pero mi papá llegaba donde estaban trabajando y estaba
con ellos. Algunos capitanes no iban donde trabajaban, mi papá sí. Mi papá llegaba donde ellos no
para maltratar ni castigar, hoy día pueden ustedes preguntar a los viejos como testigos a ver,
preguntar si mi papá fue malo, pero la gente son testigos y dirán todos que mi papá no fue así. El
era bueno. ¿En qué lugar o en qué parte mi papá ha maltratado o amarrado?
Y todos responderán que no lo fue. Mi papá se llama Agustín. Ustedes pueden preguntar a
cualquier persona para aclarar todo eso.
Los trabajos eran buenos y los productos costaban, hasta actualmente cuestan. Con estos
productos se cambiaban lo que se necesitaba, faldas, machetes, anzuelos... Se medía por latas de
mañoco. Dos latas de mañoco para una tela para un vestido-, lo mismo para el hombre. Dos latas
por un pantalón; dos latas si era tela barata y tres si era cara.
Los Patronos, mi jefe y de mis abuelos, de los trabajadores, llegaban hasta los pueblos
grandes y traían las cosas desde su tierra, del primer pueblo iban subiendo a otro pueblo y de ahí a
otro.
Los ríos importantes fueron Orinoco y Sipapo; iban llevando las cosas para cada sector
hasta donde había más árboles de balatá y caucho. La tierra donde nosotros estábamos no era
propiamente sino durante el trabajo. Iban en verano e invierno y se colocaban en los sitios
apropiados. El verano se trabajaba en la parte más baja de los ríos y en invierno se subían a la
cabecera.
En los pueblos dejaban las cosas y cuidaban, de ahí íbamos a diferentes sectores para
explotar el caucho en la cabecera de los ríos. Las viviendas no las teníamos en las cabeceras de los
ríos, porque íbamos de un lugar a otro. En la orilla del río llegaban y hacían una chocita para aquel
tiempo, no había diferencias de razas.
Antiguamente los criollos vivían como nosotros en la selva. Enfrente del Sipapo estaban
ellos con sus cosas; de ahí venían a buscar y hasta nosotros íbamos a comprar y a cambiar cosas
porque es el primer río que es más grande de los de Amazonas y sus afluentes son: Cuao, Autana y
Guayapo.
Un señor tenía su almacén y nosotros íbamos a comprar lo que necesitábamos y ese señor
se llamaba Aldana. El compraba goma, y más arriba al lado de Colombia estaba una doña Balbina
que compraba caucho y balatá. Ella en invierno no estaba y en verano sí. Ella mandaba a trabajar y
compraba comida para llevar a los trabajadores y los que no querían trabajar no estaban
obligados. Los que se conseguían las cosas con ella tenían que trabajar para pagar. Hoy día
también son las cosas fiadas.
En Munduapo estaba Funes. Mandaba a los trabajadores a trabajar desde Munduapo a
Grulla, hasta Caño Muite y en frente de San Pedro llamado Mariposo estaba un señor llamado
Pérez. En el sector Matavén trabajaban los Piaroas, y del lado de Venezuela también.
En invierno se iban a Mariposo y dejaban las casas abandonadas hacia las cabeceras de los
ríos con los trabajadores.
Los Patrones antes no maltrataban a los trabajadores, pero unos criollos mataron al patrón
y entonces sí empezaron maltratos y así lo decía mi papá. El Patrón hacía bien a la gente, pero a
los criollos los tenía enojados porque era bueno, pues los otros patronos maltrataban a los
indígenas mientras que él no los maltrataba. Funes mandó matar a aquellos capitanes criollos que
maltrataban a los indígenas, por éso mi papá me contó después que murió Funes: “Lo que hice es
una amenaza, por ser bueno con ustedes y por defenderlos. Yo en verdad vine para ayudar a los
Piaroas y traje las cosas para que trabajaran y con eso beneficiarlos a ustedes”.
Funes dijo a Agustín que dijera a los Piaroas que iba a morir porque había matado a esos
criollos. Después que mataron a Funes, todos los Piaroas tenían sus armas, escopetas; no para
hacer mal, sino para defensa propia. Todo el que trabajaba tenía su escopeta y hasta los capitanes
de los Piaroas andaban con carga de armamento. Cada Piaroa tenía su Capitán.
Yo no puedo decir mentiras, lo que en verdad sucedió en Autana; Funes no estaba presente
cuando mataron a un Piaroa, sino que era una Comisión que había mandado a explorar balatá, y
uno de esos criollos se metió con la mujer de un piaroa y mataron al piaroa. Un brujo les había
advertido que se fueran de ese sitio por un tiempo, pues sabía lo que iba a pasar pero la gente no
hizo caso. El sí se fue. Pelearon a machetazos y mataron al Piaroa y quemaron la casa. Había un
Piaroa que se había escapado de la compañía de balatá, vio un criollo que estaba preparando a
disparar a cualquier persona que huyera, pero él, se escapó. Y la gente criolla después de quemar
la casa se fueron.
La mujer piaroa iba a buscar comida, la vieron y la agarraron.
El trabajo fue duro y el Capitán (Funes) nos quería a los Piaroas, por cierto encontré otra
raza que sí la maltrataron. Pero esto no quiere decir que nos maltrató a nosotros también.
El Capitán Funes estaba contento con todos los Piaroas y la gente se moría de enfermedad,
no por maltratos.
Esto es todo el relato”.
En el Testimonio anterior tenemos una visión de la época cauchera y una lectura de la
historia muy interesante.
De una anciana de 90 años residente en Caño Grulla, se entresaca una visión distinta. Esta
documentación sobre el pueblo Piaroa se le agradece al P. HERNÁN FEDDEMA que me la recogió.
- ¿Dónde encontraron a los Piaroas para trabajar caucho y balatá?
Más que todo en Cuao y hasta en Autana, que fueron de nosotros mismos. El Capitán
Funes decía que no tenían que llevar a sus mujeres y a los niños, que tenían que andar por la selva.
En aquel tiempo era trabajoso, pero hoy en día ustedes están con mala gana para pagar lo que se
fían: antes estaban contentos para trabajar y pagar más rápido conseguir cosas.
- ¿Quién mandaba trabajar goma?
José Inés. Ese sí fue malo, castigó a los Piaroas y se escapaban. Durante el tiempo de balatá
era bueno el que mandaba. Al hermano de José Inés lo llamábamos Tokoro (perdiz) y también
maltrataba. En el raudal Pereza, por Autana, José Inés mató a una muchacha. El marido de ella
había salido en bongo y cuando llegó preguntó dónde estaba la muchacha y José Inés le dijo que
se había escapado. El mismo la mató y no quiso decirlo.
Otra vez, por Autana mismo, violaron una mujer que iba a cortar cambures. Agarraron a la
última y empezaron a disparar al aire y las compañeras creían que la habían matado y se corrieron.
Después la encontramos acostada en la churuata. Yo misma estaba allí.
Un señor llamado Roberto llevaba muchas cosas para Autana y la gente cambiaba por lo
que producían: cambur, mañoco, casabe; por ropa y collares.
- ¿Por qué dejaron el balatá?
Dejaron porque no había más. El segundo intento no lo encontraron como antes. Después
llegó la explotación del chicle.
-¿Qué diferencias hay entre aquel tiempo y éste?
Aquel tiempo no teníamos casa fija, era caminar de un lugar a otro, pero hoy en día me
encuentro aquí como descansando en casa. Yo tengo la idea profunda sobre mi vida, lo malo es
que no entiendo la pregunta que usted me hace, porque soy muy sorda”
La etnia JIWI (Guajibo) tuvo su vivencia cauchera más bien en la zona del Vichada
(Colombia), pues aún no se habían asentado en la margen derecha del Orinoco. El Guaviare y
Atabapo, también conoció a indígenas Guajibos trabajando la goma. Así nos lo explicó el Sr.
Cortés, shamán de Coromoto.
- Sr. Cortés, quisiera una opinión de Ud. sobre la época del trabajo de la goma.
“Bueno, yo trabajé en ese cerro, después de S. Fernando que se llama Yapacana. Yo tenía
16 años y trabajaba con mi padrino, pero entonces ya se trabajaba para una compañía que
compraba el caucho y la llevaba a Ciudad Bolívar.
- ¿Cómo recuerda Ud. esa época?
Bueno, era bueno, todo barato. Trabajábamos bueno.
- ¿Y la época anterior? ¿Qué le dijo su papá sobre la época anterior de la goma?
En aquella época los indios andábamos dispersos. Los empresarios trataban mal a los
indígenas. Obligaban a trabajar forzoso. Era época de Funes.
- ¿Qué recibían del empresario?
Yo entonces no sabía trabajar la goma. Entonces tú sacas sernambí en petaca, y sacas el
otro caucho. Tú el quintal de sernambí lo podías cambiar por ropa, vestido, bácula. . .lo demás, los
otros quintales les quedaban libres a ellos. A nosotros no nos pagaban eso. Era un robo. Esa vez no
conocíamos reales. No conocíamos a Simón Bolívar, ni la sombra.
- ¿La comida, la conseguían ustedes o se la daban?
No, la comida nos la daba el empresario, nos daba mañoco. Nosotros pescábamos en ratos
libres por nuestra cuenta. Sólo nos daban mañoco.
- ¿En qué tiempo iban a trabajar?
Vamos por ejemplo en septiembre y nos regresábamos en abril. Ya dejábamos todo.
- ¿En qué otros sitios trabajó el Guajibo?
Por todo eso, por el Vichada, en el Yapacana.
- ¿Eran empresarios colombianos o venezolanos?
Algunos eran colombianos y otros venezolanos.
- ¿Cuántas familias trabajaban con Ud. en el Yapacana?
Eramos 8 familias guajibo, de otros había Curripaco, de todos, Ud. sabe, cuando hay
trabajo vienen de todas partes. Así nosotros estábamos ahí.
- ¿A usted le contaron sus viejos algo sobre maltratos a los Guajibo?
Los papás nos contaban que ahí en el Vichada hubo un tal Barrera que tenía negocios y
comerciaba con Funes. El conseguía gente y la vendía a Funes. Hasta que todos los capitanes de
los Guajibos se reunieron y dijeron: “Este hombre nos hace daño. Nos está terminando”. Entonces
dijeron que lo mataban y lo mataron. Ese Barrera era muy malo, vendía a los Guajiro. Esa falca
llena p’a Funes. Y envenenó a los indígenas. A los indígenas los tiraba al agua y se los comían los
caribes. Entonces había mucha caribe. Sí fue terrible. Ahora vivimos tranquilos. Antes uno vivía
aislado, perseguido; por eso los parientes piaroa estaban en el monte, no salían. Los indígenas de
S. Fernando se fueron todos p’al Vichada, se largaron. Todos eran regados. Ahora, cuando llegó
Mons. De Ferrari los llamaba a los capitanes y por eso estamos aquí en Coromoto. Nos reunió y
dejamos de trabajar caucho”.
CUATRO
El presente testimonio es de un anciano matrimonio de la etnia baniba, residente en San
Fernando de Atabapo, Don Laureano Bueno y doña Anita de Bueno.
Una modalidad del trabajo que se dio en esa época, fue el del trabajo “independiente”
dentro del sistema. Era el trabajo sin patrón fijo, que desarrollaba por lo general una familia
extendida que recogía el caucho sin avanzar, o con avances temporales y luego lo vendía al mejor
postor; no pertenecían como personal fijo de un patrón, sino que explotaban el caucho con
relativa independencia.
Las enfermedades y muertes, sobre todo en el Casiquiare y en las montañas, debieron ser
frecuentes, por lo que dicen, debido al trabajo, la zona inhóspita y la carencia absoluta de
asistencia médica. El testimonio nos relata algo de esto. Muchas de estas enfermedades y muertes
se achacaban a efectos mágicos, de brujería.
También se nos relata un ejemplo de la separación familiar que se dio en ese tiempo, por
razones económicas, de migraciones, etc. La familia Bueno se escindió y fue a parar a Brasil.
Quedó sólo Don Laureano Bueno en Venezuela.
La visión de los personajes de la época es bastante novelada, versiones que serán
rechazadas por otros testimonios que, sin embargo, dan la versión general y popular sobre los
mismos.
Se nos dice algo sobre las técnicas de recolección y “esfumado” del caucho, y sobre todo
remarcan en el lenguaje la distinción entre el indígena “civilizado” y el indígena-indígena o
“montero”, distinción que subliminalmente permanece aún hoy.
Hacen distinción también entre la primera época cauchera y la segunda, con sus
características de explotación.
- ¿Cuántos años tiene Ud. don Lau?
Caramba, la verdad es que no recuerdo; en esa vez los padres de uno tampoco llevaban la
cuenta.
- ¿Cuándo Ud. nació, vivía Funes todavía?
Sí, como no. Yo tendría unos 10 años o algo más cuando murió él. Porque nosotros
vivíamos en el Casiquiare, en el caño llamado Curamoni. Yo nací en el Pamoni, en el mismo
Casiquiare. Nosotros teníamos un pueblito en la boca del caño. De ahí nos mudamos p’allá, p’a un
punto llamado “Pueblo viejo” y de ahí nos mudamos para otro lugar llamado Curamoni, otro caño,
por la plaga, éste era de aguas negras y no había plaga ahí. Estuvimos años ahí, mi padre, mi
familia.
Esa era la época de Funes y la época de Rodríguez Franco. Mi papá, como en ese tiempo
cada uno tenía su patrón, como se decía, pues sin patrón no podía hacer nada. Pero mi papá era
considerado y trabajaba nada más que para la cosecha del caucho en el Casiquiare; al terminar él
regresaba a su sitio.
- ¿Rodríguez Franco, dónde estaba?
Estaba en Capiwara. Esa era la residencia de él, vivía ahí. Y el administrador de él se podía
decir que era Mr. Paúl, el musiú alemán.
- ¿Cómo hacían ellos para el caucho, buscaban gente?
No, ahí cada quién tenía su personal. Un empresario tenía su personal, que se podía decir
que eran unos esclavos. Había comerciantes que tenían 20 ó 30 hombres, de acuerdo a la
capacidad de él, y algunos tenían 100 y 200. Y vivían ahí en el pueblo con él. Ellos hacían lo que les
mandaban hacer. Imagínese que se le moría uno, en una comparación, si tenía un hijo pequeño y
se le moría el padre, ese hijo estaba (la madre tenía que estar criándolo hasta que estuviera
grande) y a la edad de trabajar le pasaba la Cuenta del papá a él; mientras tanto, la Cuenta la
pagaba la madre por ahí, en el conuco, limpiando o sembrando o haciendo mañoco... pero
trabajando y pagando la Cuenta.
- ¿Y el hijo?
Don Lau: El hijo, una vez que ya podía trabajar, entonces se le pasaba la cuenta a él para
descontar.
Doña Anita: Entonces él quedaba ya esclavo en vez del papá.
Don Lau: Y si enviudaba una mujer, entonces, si había alguno que la pretendía, entonces tenía que
hacerse cargo de esa cuenta p’a poder sacar a esa mujer de ese lugar. Pagar la cuenta del patrón,
p’a llevársela.
Doña Anita: Así eran todos los comerciantes.
- Y el Coronel Franco, ¿cuánta gente tenía?
Don Lau: Ah, ese tenía más de 40 hombres.
Doña Anita: Era un hombre muy malo. Yo no lo conocí, pero era muy malo.
Don Lau: Era malo. El se fue, se huyó porque Funes lo quería matar.
Doña Anita: Sí, como al principio lo había ayudado, después a los que le habían ayudado, después
los iba pasando uno por uno. Entonces se picureó.
Don Lau: Se fue p’a Brasil. Entonces se quedó Mr. Paúl, con el personal de él. El era bueno, todo el
mundo lo quería. Y vivió todo el tiempo en Capiwara sólo, después se enfermó y lo sacaron, y fue a
morir, creo, a Ciudad Bolívar.
- Pero con él, ¿el sistema era el mismo o distinto?
Don Lau: Sí, era el mismo, pero con un poco más de facilidad, de consideración.
- ¿Con esos hombres trabajó su papá?
Don Lau: Sí, mi papá trabajaba, pero fuera, tenía su “Sitio”; únicamente salía para el fábrico 4 ó 5
meses p’al verano. Ahora, aquellos otros no; aquellos estaban permanentemente en el pueblo
trabajando lo que fuera, lo que le mandaban: moliendo caña, haciendo conuco, lo que fuera. Pero
todo el tiempo trabajando. Ahí, donde Rodríguez Franco, no sé si donde los demás sería así, le
daban su ración de mañoco, una tacita y tenían que conformarse.
- ¿Y no podían hacer sus conucos?
Don Lau: No les daba tiempo. Era una época también en donde uno estaba en la casa, así como
estamos ahorita, llegaban de repente a buscarlos a cualquier hora, y a esa hora se los llevaban, sea
que tuviera la familia enferma o nada. Con el balatá era peor. Llegaban, cuando iban a recoger el
personal, los que estaban dispersos por ahí y los llevaban por cinco o seis meses. Unos llegaban,
otros no llegaban, se morían por ahí. Algunos llegaban y no encontraban la familia. Yo me pongo a
contarle a Luis mi hijo, el único que se para a conversar y le cuento todo eso.
- Y además de Rodríguez Franco, ¿qué otros empresarios había por aquí? ¿Había también
brasileros?
Don Lau: No, no había brasileros. Bueno, empresarios había muchos. Ahí estaba... quien le puede
hablar de esto es el compadre Márquez. Porque por este lado, por acá, estaba el finado José Mª
Noguera, Wendehake, Chicho González...
Doña Anita: Ese Wendehake, era duro... Este (D. Lau) fue a trabajar sarrapia con él; mire, a las 4 de
la mañana, arriba, a trabajar.
Don Lau: ¿Quién más?... Otro era Antonio Díaz; a ése lo mataron, Lo mató la gente del Gobierno
por aquí, por el Ventuari. Ah, también estaba “Paraquete”, era un tullido, como una pelotica.
Bueno, cuando vino dicen que era normal y que después le dio una enfermedad y quedó así..
- ¿Qué posibilidades tenía alguien si se escapaba?
Don Lau: No, ¿p’a donde? Si se huía p’a otro empresario, este empresario le mandaba la cuenta a
aquél y seguía debiéndole al nuevo empresario. No tenía escape. Hacia Brasil era muy difícil. Lo
que eran Franco y otros que no recuerdo, sacaban a los maquiritares cabecereños, los sacaban
amarrados; a las indiecitas hacían con ellas lo que querían.
- ¿Había muchos indígenas trabajando en esa zona del Casiquiare y Río Negro?
Don Lau: La raza que más buscaban eran los Maquiritares, porque otras razas no se veían. Bueno,
en el Guainía sí había Curripacos y otros.
- ¿Y los Piaroas, de este lado?
Don Lau: No, no se aparecían por ahí, ni Guajaribos, ni nada.
- ¿Esa era la época cuando Ud. era muchacho?
Don Lau: Sí a la edad de 10 ó 12 años. Cuando Funes, yo recuerdo que nosotros estábamos en el
caño Curamoni, y vino una comisión por allí, en donde iban Antonio Díaz, Rafael Pérez y varios
empresarios, para ir a invadir a San Fernando para sacar a Arévalo de aquí.
Doña Anita: Mal agradecidos, ¿ve? Y sabiendo que estábamos vivos por Arévalo.
Don Lau: Pero ellos no tenían manera ¿De dónde iban a recoger armas? En esos días estaba Funes
aquí ya rodeado, después cuando supieron que lo mataron, ahí sí no, ya no pudieron hacer más
nada, más bien se escaparon.
- ¿Y entonces se fueron ustedes?
Don Lau: Nosotros nos quedamos ahí mismo. No nos movieron de ahí. Pero no hicieron nada, se
regresaron los mismos y unos se fueron p’a Colombia.
- ¿Y Ud. en dónde estaba en ese tiempo doña María? Doña Anita: En Maroa. De Maroa a
Victorino.
- ¿Quién gobernaba, quién era el Jefe Civil en Maroa por ese tiempo?
Doña Anita: Franco era el jefe de todo eso. Cuando se alzó Funes, ahí cayó mi papá, lo mató Funes,
con otros hombres en Santa Rosa de Amanadona. Mi papá fue uno de ellos.
- ¿Y usted se fue a vivir a Maroa?
Doña Anita: Sí. Mamá era de Victorino y se la pasaba en Maroa, como es cerca de allí y es como
una familia…
- ¿Y Ud. Don Lau, del Casíquiare para dónde se fue?
Don Lau: Después de ahí nos vinimos p’al Orinoco. Ahí, otro empresario llamado Rafael Pérez, el
socio de Antonio Díaz, se casó con una muchacha sobrina de mi papá; se llamaba Camila.
Entonces, como mi papá, estábamos con Mr. Paúl, entonces por cosas de familia, nosotros
estábamos allá en el caño y a cada año se nos morían 2 ó 3 familiares, entonces decían que eran
cosas de los otros indios, los otros parientes de por ahí, que como existe la cosa del
envenenamiento, yo paso a creer que sí era, porque ¿cómo uno iba a morir tan seguidamente?
- ¿Morían muchos?
Don Lau: Uno tras otro. Les daba una especie de fiebre y vómito, y cuando moría la persona
quedaba toda morada. Ahí murieron dos hermanos míos, mi mamá, una tía, otra tía y así varios.
En el caño Curamoni. Entonces nos vinimos y entonces mi papá pidió cambio, un arreglo pues, y
nos vinimos p’al Orinoco. Se hizo cargo de la cuenta el finado Rafael Pérez, que también murió en
el Brasil. El se fue huyendo, porque también mató a uno por aquí en el Ventuari, un obrero.
Entonces el Gobierno lo perseguía y se fue p’al Brasil.
- ¿Quién era el Gobernador entonces?
Don Lau: Entonces, el Gobernador de aquí creo que era un tal Ardila. Eso fue después ya de
Arévalo. De ahí sacábamos balatá con mi papá, por ahí; nosotros éramos 6 hermanos, 7 con la
hembra. De ahí con el tiempo, como el Gobierno perseguía a Rafael Pérez inventó de huirse p’a
Brasil.
Yo estaba por aquí, que mi papá me había dejado, ya estaba hombrecito y me dejó ver y explorar
balatá con una gente por ahí, por el Ventuari; y ahí inventó de huirse p’al Brasil y llevó un familión;
como él era conocido de toda la familia, casi todos eran familia, se llevó como 30 personas;
pasaron por un caño por arriba de S. Carlos y pasaron unas montañas, hacia el Cauaburí, en Brasil
ya. Este Pancho Aguilera, que está en Ayacucho andaba con él. Se llevó a mi papá y a toda la
familia. El vivía con una familia de nosotros. Quedé yo solo porque estaba por aquí. Los demás se
fueron.
- ¿Y no los volvió a ver?
Don Lau: No los vi más. Sólo esta hermana que vino a última hora de Brasil. Se alevantó por allá, se
casó, tuvo su cría y entonces vino buscándome a mí. Ellos tenían una familia allá, por Chivarú,
donde está un primo de ellos que tenía una finca, una hacienda propia, p’allá se fueron ellos y
vivieron. Después murió el viejo y murieron todos allí y luego mi hermana se vino para acá,
enviudó también, se vino con los hijos. Y así quedé yo por aquí y empecé a trabajar por ahí;
primero andaba explorando balatá con unos compañeros, dos o tres meses metidos en la
montaña, veníamos hasta el pueblo a decir al patrón, a decir lo que habíamos encontrado.
- ¿Quién era el patrón ahora?
Don Lau: Después de Rafael Pérez, el que se fue p’a Brasil, después de la muerte del socio de él.,
Antonio Díaz, pasaron la sucesión a un musiú Mr. Ross, que era inglés, un comerciante que les
suministraba a ellos.
Doña Anita: Ahí vino un General de Gobernador y le quemó todas las cuentas a los comerciantes y
así se terminó eso.
Don Lau: El Gobernador se llamaba Azuaje.
- ¿Le cortó las cuentas a todos? ¿Liberó de las deudas a todos?
Don Lau: Sí; Mr. Ross, se fue a Ciudad Bolívar. Todos se fueron. Los comerciantes eran los que
llevaban todo. Porque Funes era un comerciante.
- ¿Que me dicen de Funes?
Don Lau: Era un comerciante de todo. De goma y balatá. Era el gobernador de aquí y Gómez lo
dejó para siempre.
- ¿La Gente quería a Funes?
Don Lau: Bueno, lo tenían que querer porque no había otro remedio. Aquí a las 6 de la tarde no se
veía un alma por todo el pueblo. Y todas las familias de su personal o la que fuera, esos estaban
vigilados. Siempre se veía a algún hombre dando vueltas por la calle. Y tenía como 3 ó 4
pescadores que tenían para repartir a las familias del personal cuando éste estaba trabajando.
Cuando vinieron y lo agarraron, toda la gente estaba trabajando, lo agarraron solo.
Doña Anita: Habían empezado a trabajar el balatá, que tenía el precio de oro, y entonces se
entusiasmó tanto y mandó toda la tropa por aquí mismo, por el Guaviare, por Paconao, por allá
lejísimo. Entonces él quedó solo con dos muchachos: Santana Tovar y el finado Nolasco.
Eso era obra de Dios mismo. Aquí donde estamos, no podríamos conversar, ni con vecinos ni con
nadie. Era terrible. Fíjese que cuando Arévalo vino se abrió el libro mayor y ahí estaban las mujeres
que iban a matar, estaba la finada comadre María Rondón, estaba la finada Clarisa Camico, que
era de Maroa. Ahí estaban todas las mujeres anotadas que iba a matar.
Don Lau: Según dicen, ése era el último año en que iba a trabajar, tenía la intención de irse p’al
Brasil.
Doña Anita: Ah, ahí tenía anotado eso también.
Don Lau: Y de envenenar a todo el personal de él con ron.
Doña Anita: El por un lado y González por otro lado, iban a ir quemando y matando.
- ¿González era el segundo de Funes?
Don Lau: No, el segundo era Luciano López.
Doña Anita: Y ése, cuando llegó Arévalo, se cogió el monte, entonces no quería entregarse;
entonces Funes pidió permiso para mandarle un mensaje. Le dijo: “Compadre, vente, a nosotros
no nos van a hacer nada. Venga a entregarse. Acuérdate compadre, cuando nosotros firmamos un
pacto, me juró que Usted moría donde yo moría”.
Mandaron el oficio y ahí mismo se entregó.
- Después de ese Gobernador que canceló las cuentas, ¿siguieron con el caucho?
Don Lau: No, ya no; ya perdió valor el caucho. Después siguió un poco el balatá. Porque el balatá
no es como el caucho, porque el caucho se puede trabajar todo el tiempo; el balatá no, porque el
caucho no se acaba. Se secarán algunas matas, pero pocas. En cambio el balatá era tumbao, o
calzado con espuelas. Se morían los palos. El caucho podía progresar, porque se puede ir
plantando matas. Porque aquí hubo una vez, no sé si era la gente de afuera, que querían hacer
caminos grandes; donde estaban los cauchales, y en donde había madera libre, ir sembrando
caucho. Pero como no tuvo valor, perdió valor, porque según los empresarios de aquí llevaron
semillas p’a fuera. Ahí vino la caída.
- ¿Había mucha gente de afuera por aquí?
Don Lau: Sí, yo recuerdo cuando el caucho, yo le cuento a mi hijo: a veces, que esa época era
divertida, porque cada empresario tenía 30 ó 40 personas, según su capacidad, hasta 100 y 200
hombres; esos eran pueblos donde estaba el personal, eran pueblos. Ese Paraquete el que digo yo,
ése tenía fábrica de melao, caña, coñuco, molían la caña y ahí sacaban melao, panela, guarapo,
etc. Y tenía un caney en donde hacían mucho barco, piraguas. Era de mucho movimiento. Y las
cosas eran baratas. Había unos regatones, embarcaciones grandes, de 30 ó 40 toneladas que iban
comprando caucho; iban p’arriba y p’abajo comprando caucho y vendiendo mercancía de todo,
prendas, de lo que usted buscara.
- ¿Y ustedes como hacían? ¿Le daban mercancía por el caucho?
Don Lau: Bueno, con los empresarios era lo mismo. Ahí había que vender la cosa oculto, que no lo
supiera el patrón. Nosotros ya sabíamos que como el caucho cuando se goagula, uno lo va
recogiendo en un balde, y lo que queda es puro caucho, eso se saca y se exprime, entonces eso lo
escondían allá en el monte, y se ponían de acuerdo con los regatones. Regatones se llamaban las
piraguas, las embarcaciones. Eso se sacaba, se esfumaba y cuando se iban a entregar los bolones
de caucho se entregaba ese también. Tenía el mismo precio. Y cuando terminaba la cosecha del
caucho, en abril, levantaban los trabajos.
Eso era un trabajón antiguamente. Para empezar, porque había que ir por esos morichales a sacar
moriche, caraná, sacar bojotones, rajarlo y después ir por ahí a los fibrales a sacar chiquichique y
sacar clavos de este grueso (dedo) y después de amarrar todo, había que limpiar los caminos de
los cauchales, esos caminos les llamaban “estradas”, donde había unos 200 ó 300 palos de caucho.
Después se iba llevando barro, unos pelotones de barro, su balde después, dando el primer pico.
El barro era para que no entrara el agua, porque a lo mejor venía un palo de agua y le botaba
todo, o a veces venía una manada de báquiros y le botaba todo.
Había que tumbar manaca, por ahí a la orilla del río, para sacar las petacas, chiquitas y grandes,
porque no todos los árboles daban mucho, unos llenaban, otros daban media petaca, otros
menos. Eso era divertido, porque teníamos dos estradas, y salíamos todos los días: hoy
revisábamos esta estrada, mañana la otra por ahí… y tres estradas era mejor, porque estaba mejor
descansada la madera, le daba tiempo de descansar tres días a la primera estrada, y así a las otras.
Y al “esfumar” hacíamos un “ollón” que nos mandaban hacer de lata; eso se pone así: una astilla
de palo se le mete la candela a esto, y encima se va haciendo el bolón. Se va secando con el puro
humo. Entonces amarra un palo acá y otro aquí. Era un trabajón. Después, últimamente era ya
más fácil. Uno llegaba por ahí a las 10; le echaba el ácido y coagulaba, pero eso fue a última hora,
cuando la Rubber. Eso sí ya era rapidito, teníamos tiempo de hacer cualquier cosa, el conuco, etc.
Antiguamente era duro, ahora no, porque sólo le tocaba abrir la estrada.
- ¿Y qué precio tenía el bolón?
Don Lau: Según el peso. Aquí llegó a valer una libra, el kilo más o menos, era una libra esterlina.
Libra por libra más o menos. Era un precio grandísimo. Bueno, después se fue bajando.
- ¿Y cómo sabían que les pagaban bien?
Don Lau: Ahí no había casi control, porque... uno iba al final de la cosecha y arreglaba cuentas. Ud.
hizo tanto, abona tanto y queda debiendo tanto; y más nada; y entonces le vuelven a “avanzar”, a
ver qué es lo que necesitan y los vuelven a despachar nuevamente.
- ¿Cada cuánto tiempo entregaban el caucho? ¿Lo venían a buscar o ustedes lo llevaban?
Don Lau: No, cada uno sabía la época. Cuando se estaba acercando la cosecha, ya uno se iba
preparando, iba sacando su moriche. Cuando llegaba el mes, y ya estaban secos los morichales,
entonces ya uno iba a trabajar. Los que estaban junto con el patrón, cada uno tenía ya sus
estradas, p’arriba y p’abajo. Ahora, los que estaban por fuera, corno estaba mi papá, esos ya
tenían su punto, su casa propia, esos hacían sus trabajos hasta que terminaba la fábrica de goma y
entonces bajaban y entregaban el producto. A la mitad de la fábrica iban a entregar el producto, lo
que habían hecho y después la otra parte. Los que estábamos fuera, porque los otros, los que eran
de personal, estos estaban allí todo el tiempo con el patrón.
Doña Anita: Esos pobrecitos trabajaban como burros y no veían plata. Le daban lo que ellos
querían.
- ¿Esa gente, la mayoría eran indígenas?
Doña Anita: Sí, pero ya civílizados casi.
Don Lau: Bueno, como estábamos ahorita. Porque el indio tapao, esos no se veían. Los únicos más
indígenas que habían eran los maquiritares que le dije: era la única raza que salía, de los más
tapaos.
- ¿Y a ellos, qué les pagaban?
Don Lau: Lo que quería, esos vivían como esclavos.
- ¿Y si se picureaban?
Don Lau: Si los maquiritares se picureaban, tendrían que ir a donde no los encontrarán más nunca,
porque los iban a buscar donde estuvieran.
Doña Anita: A plan, amarrados.
Don Lau: Amarrados. Los maquiritares esos eran los únicos que pasaron más trabajo. Estaban más
cerca, porque los demás, ahora es que salieron, salió el Guaica, el Piaroa, el Yabarana.
Antiguamente no.
- ¿Y quienes eran los empresarios que más trabajaron con los Maquiritares?
Don Lau: Con los maquiritares trabajaron Wendehake, Noguera y los González, Chicho. Los demás
eran ya de acá: los Fuentes que tenían bastante personal, el finado Angulo, el papá de esos
Angulo, que estaba en Maroa, Gaviní.
Doña Anita: Bueno, pero la gente más rica de San Carlos eran los Bustos, el hijo vive en Ayacucho.
Don Lau: El musiú Galetti... Bueno, después había comerciantes pequeños, de última hora, los
Sanguinetti. Pero los grandes eran estos. Los más ricos eran los Bustos. Los comerciantes más
antiguos eran Chicho González, Wendehake, Rodríguez Franco, Pérez Franco, Noguera, esos sí,
esos los conocí yo desde que nací, pues. Los Fuentes también.
- ¿Y en San Fernando qué había?
Don Lau: Bueno, aquí había los grandes proveedores; había también compradores. Estaba Mr.
Ross, estaba un tal Zulbarán y otros.
- ¿Y después decayó todo?
Don Lau: Se terminó todo cuando el Gobernador Gregorio, mudó tu gobernación.
Doña Anita: Había casas por montón, por Maracoa, por todo, menos por la carretera.
Don Lau: Más de 100 casas; pero casas buenas, había casas bien hechas, casas grandes. Todo se
acabó cuando mudaron la gobernación, esto quedó completamente solo. Quedaron como 5 ó 6
familias.
Doña Anita: Quedamos José Inés Sué, Pascual Betancourt, su hermano, el finado Piñate, que es el
papá de doña Rosa, Roque Piter y nosotros. Cinco familias quedaron aquí. Después fueron
viniendo de San Carlos y fueron llegando poco a poco hasta ahora.
Don Lau: Esos grandes tenían almacenes bonitos. Ya se fueron yendo, no hubo más movimiento.
Doña Anita: El gran fracaso de este pueblo fue cuando cambiaron la Gobernación p’a Puerto
Ayacucho.
- En los años 40, en la segunda guerra mundial ¿subió otra vez el caucho?
Doña Anita: Ahí fue cuando la Rubber y la Chicle. El Sr. Pacheco, el gerente de la Chicle dirigió dos
compañías, era mejicano, indio mejicano, manejaba la Chicle y la Rubber.
- ¿Allí subió otra vez la goma?
Don Lau: Dos años estuvo. Chicle y goma. El balatá ya había caído, pero ya uno trabajaba a su
gusto, y al trabajar la cosecha, cada uno pagaba y cada quien se iba p’a donde quería. En la otra
cosecha si querían lo buscaban, y si quería ir trabajaba y si no pues no iba.
Doña Anita: Eran libres ya.
Don Lau: Antes había que ir a juro, quisiera o no quisiera y por años. Ahora no. Ahora podían
trabajar, avanzaba lo que quería. Al cancelar se iba.
- Y los comerciantes modernos de ahora, ¿no trabajaron caucho?
Don Lau: Maniglia fue uno de los comerciantes antiguamente, de los que regateaban, de los
Regatones, era uno de los grandes comerciantes. D. Juan Maniglia, la Madama Saba, una árabe.
Doña Anita: Esta vivía en Puerto Carreño, más que por aquí.
Don Lau: Tenían aquí su casa de comercio, almacenes y de aquí se iban en sus piraguas, por ahí
p’arriba a vender y comprar. Maniglia era de los antiguos.
- ¿Y con la Rubber, en la segunda época?
Don Lau: No, Maniglia no se metió con el caucho, Fajardo sí. Ahora yo oí últimamente que quieren
trabajar la sarrapia de nuevo.
Doña Anita: Pero eso es muy peligroso. Y ahorita como está la cosa.. .Quién va a trabajar sarrapia?
Al saber que tienen sus pitancos de sarrapia, ahí van, matan y se cogen la sarrapia. Antes lo hacían.
¿Qué será ahorita?
- ¿La Sarrapia, cuándo la trabajaron? ¿Después del Chicle?
Don Lau: Después.
Doña Anita: No, antes, antes. Porque éste andaba con el finado José Inés, yendo a unos
sarrapieros.
Don Lau: Se trabajó antes y después. Luego cayó el precio y ya no se trabajó. Por la Urbana es por
donde más se trabajó, y aquí, por el Ventuari, por aquí hay poco. En Colombia no había. Sólo allí
en la boca del Vichada había unas maticas, unos sarrapialitos.
Doña Anita: Después de que mudaron la Gobernación esto quedó solo, solo. Cinco familias. Pero
uno vivía feliz. Y nunca uno había visto lo que hay ahora. Un Kg. de azúcar 6 Bs. (1980) ¡Nunca
jamás! ¡Ay, Ave María Purísima! Hoy día no sé como vivimos. Mire a veces me da tristeza, porque
tengo 5 Bs., y me falta uno pa’comprar el azúcar. ¡Adónde llegó este país tan rico!
- Yo les voy a enseñar ahora unas fotos de personajes que vivieron en ese tiempo, a ver si ustedes
oyeron hablar de ellos. Pedro Valera (Les muestro la foto).
Doña Anita: A ése lo mataron en Santa Rosa de Amanadona, a un hijo de él y a mi papá y otros
más.
- ¿Jacinto Gavini?
Don Lau: Ese es el papá de los Gaviní de S. Carlos.
- Aquí dice: “Comerciante que fue asesinado por Funes el día 2 de mayo de 1913”
Doña Anita: Eso está equivocado. Lo mató un brasilero por negocios.
Don Lau: Sí, lo mató un tal Higinio Albuquerque.
Doña Anita: Apenas me acuerdo de mi papá como en sueños. Vea que cuando se alzó Funes,
mamá estaba de 4 meses encinta de mí. Cuando ella, pobre, cuando llegaron allí esos, iban a
acabar con la familia de los Varela. Un hijo de él estaba enfermo y ahí lo agarraron y lo
descuartizaron; se llamaba Chucho y el otro se llamaba Enrique. ¡Ay, ese hombre mató mucha
gente!
Don Lau: Ese hombre acababa con aquel que podía hacerle daño a él.
Doña Anita: Cuando abrieron el libro de Funes, cuando Arévalo, este pueblo lo iban a encender,
todo, todo, perros, gallinas, todo. Se iba a ir por el Orinoco y por el Atabapo haciendo la misma
operación. Pero Dios es muy grande. Le debemos la vida a Arévalo.
- ¿Mataron a Funes ahí en la plaza?
Doña Anita: Sí, él invitó al pueblo para que fuesen a ver. Me dice la comadre María: “Ay comadre,
a pesar de que él estaba para matarme, no tuve coraje para ir a verlo”. Muchos no fueron.
- ¿Pero el pueblo no quería a Funes?
Doña Anita: ¿Cómo iba a quererlo? Ellos la iban a matar, más antes a la esposa de José Inés Sué, y
entonces Ud., no conoció a D. Pedro Loroima, quien era soldado de Funes; entonces él le dijo a
ella: “Caramba María, no vivas sola. El Coronel la tiene en lista para matarla, búsquese una casa de
familia y no ande sola, porque el Coronel la va a mandar a matar”. Entonces ella se mudó para
casa de una familia de Pedro Becerra, un muchacho de Ciudad Bolívar y la esposa se llamaba Julia
de Becerra. Entonces ella, cuando llegó Arévalo estaba con esta familia.
Había allí un muchachito, un huérfano, Ramón Quiaro, el papá de Ramón Quiaro. Entonces las
hermanas lo regañaban que no traía pescao, que no sé, que no pescaba; entonces cuando estaba
pescando por allá, vio que venía subiendo un piraguón que venía cargado de tropas. Entonces
cogió el rebalse y se metió allí.
Figúrese que estaría tan solo el pueblo, que atravesaron el Orinoco, se metieron por el Tití y nadie
los vió, tan sólo ese muchacho. Este llegó y estaba en la casa la comadre María limpiando y le dijo:
“María, mis hermanas me regañaron ayer porque no traje pescado”. “Venga, venga a comer”.
Entonces el muchacho le dice: “María, ¿tú dices una cosa, si yo te la digo?”. “No, ¿porqué lo voy a
decir?”. Entonces él le dijo que había visto llegar mucha gente en un barco. Y era verdad.
En esa casa donde vive García, ahí vivía una señora llamada Doña Calitra, y se le había muerto un
hijo y tenían un velorio. Por la noche vinieron cuatro soldados, tomaron café y se fueron. Tan sólo
la comadre María se dio cuenta de esos desconocidos, porque el muchacho se lo había dicho. Más
nadie. Por eso cuando tocaron la primera corneta, Funes creyó que era gente del pueblo, pero
cuando tocaron otra vez, Funes se dio cuenta que era gente de afuera. Bueno, así pagó tanto
muerto que había matado él. Yo conocí a Arévalo y al Coronel Méndez también.
- ¿El coronel Méndez venía con él?
Doña Anita: No, ése era enemigo de él. Era del Gobierno. Venía, lo sacaba, entraba otra vez, hasta
que se encontraron en la boca del Casiquiare y se echaron unos tiros.
- Entonces, después que vino Arévalo, ¿hubo más peleas?
Doña Anita: Sí, hubo malagradecidos. Hasta que pelearon en el Casiquiare y de ahí ya se fue.
Después mudaron la gobernación para Ayacucho. Ese De Gregorio, sinvergüenza.
- ¿Quién era?
Doña María: De Gregorio, el que mudó la Gobernación. Porque se fue a Caracas, él era de La
Victoria, y él vivía por aquí, entonces como ya no trabajaban el caucho, entonces él fue por allá y
Gómez le dio la Gobernación. Ya vino de allá mandando y así dejó este pueblo abandonao. ¿Y,
quién iba a reclamar? Todos calladitos, todos, los poquitos que quedaron.
- ¿Fue por la construcción de la carretera de Samariapo?
Don Lau: Ya la habían hecho.
Doña Anita: ¿Sabe usted quién había hecho eso? D. Melicio Pérez, él trabajó bastante aquí. ¿Sabe
cuánto ganaba un obrero en ese tiempo? 5 Bs. al día. Pico y pala por esos farallones.
- ¿De dónde era esa gente que trabajó en la carretera?
Don Lau: De aquí mismo, de San Carlos, de afuera también. Gómez dejó dos buenos recuerdos: la
Rotunda y la carretera.
Doña Anita: Sabe Dios en que infierno estará ese bicho. Ese era otro que estaba acabando con las
criaturas. Cuando murió o lo envenenaron, tenían este refrán: “Barra bien señorita, barra todos los
gomecistas”.
- ¿Después vino López Contreras?
Don Lau: Cuando vino López Contreras, fue cuando vino la Comisión de Límites, y le dieron todo
ese terreno a Colombia.
- ¿Ustedes recuerdan cuando esto era Venezuela?
Don Lau: Todo eso eran topochales. Todo esto, hasta S. Felipe, era de Venezuela.
Doña Anita: Y esos colombianos tan hambriaos, tan malos, aunque nosotros los venezolanos
seremos malos, pero adonde llegaron esos colombianos hambriaos, son gente mala. Mire el caño
Aquio de Maroa, estaba lleno de gente y ni siquiera les dejaron recoger la cosecha en medio de
año y acomodarse. Fuera, fuera, fuera.
Don Lau: El gobierno había decidido eso. De ahí vino la Comisión de Límites, yo por cierto trabajé
en esa Comisión, fuimos hasta el Meta y el Arauca.
Doña Anita: Fue un regalo que se le hizo a Colombia, y encima esos haraganes quieren coger más
tierra. ¿Qué más quieren? Caramba, yo digo, el Gobierno como que no piensa. Aquí le pasan
contrabando a la vista de ellos y nada. Lo que hacen es arrestar a los borrachitos, maltratarlos,
encerrarlos, eso sí lo hacen. Este pueblo se ha vuelto puros botíquines. Ud. busca una cosa p’a
comer o tomar café y no encuentra, pero sí botiquines.
- ¿Así que Ud. nació en Maroa?
Doña Anita: En Maroa, yo soy maroeña, mi mamá era de Victorino. Yo, soy india baniba. Mi papá
era de Ciudad Bolívar. Mi hermana la mayor, la mandó con mi abuelita, la niña tenía 7 años, la
mandó con un amigo de él, Sequera, él iba a trabajar esa cosecha nada más, hasta que llegaron
ellos y lo mataron.
- ¿Qué recuerdan de su vida de muchachos?
Don Lau: Uno tenía que empezar a trabajar de muchacho.
Doña Anita: Bueno, y ahora porque el Gobierno se ha dado cuenta del estudio.
- ¿Antes no había escuela?
Don Lau: Para estudiar había que pagar. Si no teníamos con qué pagar…
Doña Anita: Eran muy raros los que podían mandar a Ciudad Bolívar a estudiar a sus hijos. Tal vez
unos 5 ó 6.
Don Lau: Aquí había escuela, pero había que pagar.
- ¿Hacía dónde iba el caucho para la venta?
Don Lau: Hacia Manaos y hacia Ciudad Bolívar. Y en esa época todo era a palanca y a cabo; se
empleaban meses. En esos raudales había que caletear esa mercancía al hombro, esa cantidad de
caucho p’al otro lado de los raudales”…
CINCO
Otra panorámica sobre la época nos la hace un indígena políglota, el Sr. Jesús Horacio
Luzardo, papá de la Sra. Melania García, residente en San Fernando de Atabapo.
La imagen de Funes que nos presentan los entrevistados es controvertida. Por un
testimonio negativo a su persona, encontramos otro a favor. Se idealiza mucho el personaje y se
ponen palabras y pensamientos como si fuesen textuales, con un realismo impresionante, y sobre
todo se confirman ciertas versiones, nada comprobables, como la del envenenamiento general de
los caucheros y la subsiguiente huída de Funes a Brasil, que se repite con frecuencia.
Otro dato interesante es sobre el tipo de castigos que se infligía al indígena “picureado” o
escapado. Casi todos los castigos se atribuyen al caporal, mientras que los patronos “no sabían
nada”, no se les involucraba en esto. La opresión asumida como sistema les hace distinguir entre
el patrón “bueno” y el patrón “malo”, no por el sistema que era inmutable, sino por la diferencia
en el trato y los modales.
Esto también le hace decir que “antes no había casi indígenas” en Atabapo. “Esto era
puro”. Como si el elemento indígena (él mismo lo es), menguara la “pureza” de un pueblo. Estaba
tan introducida esta mentalidad que al indígena se le hacía creer y asumir esa inferioridad como
cosa normal.
Se repite como en otros testimonios la idea de la “fuga” de Funes y se habla de la maldición
del pueblo de parte del P. Funes, un cura de ese tiempo.
- Señor Luzardo, me contaron que Ud. era muchacho cuando Funes.
Señor Luzardo: Sí, bueno, yo era un muchacho, pues como murió mi padrino, que me crió a mí,
entonces yo no tenía p’a dónde agarrar, no tenía familia, entonces el señor me recogió.
- ¿Quién?
Señor Luzardo: Funes. Yo estaba pequeño. No recuerdo bien lo que pasaba ahí.
- ¿Ud. trabajo con él?
Señor Luzardo: No; nosotros éramos tres muchachos, no trabajábamos; cuidaba las maticas. Para
nosotros era muy bueno, nunca nos decía nada, nunca nos regañaba. Comíamos bien, vestíamos
bien. Yo me crié ahí. Cuando lo mataron yo tenía unos 12 años.
- ¿Ud. recuerda cuando llegaron los de Arévalo?
Señor Luzardo: Sí, a las 5 de la mañana. Llegaron el día de año nuevo. Recuerdo muy bien.
Nosotros estábamos ahí. Estuvieron echándose plomo hasta las 12 del día.
- ¿Le hicieron juicio después a Funes?
Señor Luzardo: Lo tuvieron 8 días en el calabozo. A los 8 días lo pasaron allí en la Plaza, más acá de
la cruz esa que está en la plaza, donde está la matica de mango.
- ¿Había gente en la plaza?
Señor Luzardo: Sólo la gente que había aquí. Los que estaban aquí se escaparon, unos p’a San
Carlos, Otros p’a Colombia. El único que quedó aquí fue el finado José Inés; pero no aquí, sino allá
abajo, enfrente a San Pedro. Aquí también estaba un hermano suyo llamado Pascual Betancourt,
pero apenas llegó la revolución se fue también p’a Maroa. Y nosotros como éramos muchachos de
la casa no teníamos dónde irnos y nos quedamos ahí.
A los 8 días lo sacaron p’a fusilar. Pero Funes no tenía nada de maluco. Lo único que no le gustaba
a Funes era gente chismosa, gente ladrón. Ese sí era enemigo, ya esos los mandaba sacar, por
chismosos o ladrones. Yo me crié con él.
- ¿Pero dicen que mató a mucha gente, muchos comerciantes?
Señor Luzardo: Cuando entró nuevo, sí. Cuando se alzó, mejor dicho, porque él era comerciante,
trabajaba balatá. Y como veía que los otros comercios hacían más que él, más que la gente de él,
pero como era pura gente de afuera, no sabía trabajar como la de aquí, entonces los mató para
quitarles la goma y la plata. Así, por último, ya había dejado de matar.
- ¿Ya estaba tranquilo?
Señor Luzardo: Sí, pero siempre controlaba a los chismosos y ladrones. Eso sí, no quería escuchar
nada. Esa era la única maluqueza de él. Pero malo, malo contra la gente, no era.
- ¿Después de muerto Funes, Arévalo se quedó mucho tiempo por aquí?
Señor Luzardo: Ellos quedaron aquí un mes, cuando fueron p’a Periquera, adonde se plomearon
otra vez. Al año volvieron otra vez, volvieron a agarrar la Gobernación. En octubre estuvieron y se
fueron a encontrar en la boca del Casiquiare donde se plomearon con el Coronel Méndez. Después
se fue y no volvió más.
- ¿Qué recuerda Ud. de esa época, del trabajo del caucho?
Señor Luzardo: No, yo no trabajé caucho, porque yo era pequeño. Vi trabajar pero yo no trabajé.
Después sí trabajé chicle y caucho, pero ya de otra manera, no como la trabajaban antes. Después
yo trabajé tres años.
- ¿Qué recuerdos tiene de cuando era muchacho?
Señor Luzardo: Yo le cuidaba los perros a Funes; tenía dos perros grandes, ese era el trabajo de
nosotros. Yo, Nolasco Chacín, otro llamado Solarte, éramos tres no más, ahí componíamos vainas,
bañeras y llevábamos los perros que estaban encadenados.
- ¿Funes estaba casado aquí?
Señor Luzardo: Tenía una mujercita, pero la señora estaba en su tierra, porque cada cosecha que
él hacía aquí, aquí no guardaba plata, toda la plata la mandaba p’a la tierra, solamente dejaba para
él comer aquí, más nada.
- Me dijeron que él pensaba irse pronto, ¿es verdad?
Señor Luzardo: La idea era al último ya, él iba a levantar dos barcos grandes, ya tenía las planchas;
que cuando estaban listos esos barcos, entonces ponía un banquete aquí p’a envenenar a todos, a
Chicho, a Zulbarán, a Puche, a Mr. Ross, iba a invitar a un banquete debajo del samán p’a matarlos
cuando llegó Arévalo. Eso sí lo tenía pensado.
- ¿Después de Méndez, qué gobernador recuerda?
Señor Luzardo: Juan de Dios el primero, después vino Méndez, después un tal Victorino Caldera,
después me retiré también, me fui por ahí a caminar. De Gregorio, ese fue el que llevó a la
Gobernación de aquí para Ayacucho, si no aún estaríamos tranquilos aquí.
- ¿Ud. recuerda cuando tocó eso de enfrente era Venezuela?
Señor Luzardo: Toda esa vaina era Venezuela. Se lo regalaron todo, de vaina no agarraron esto.
- ¿Dónde nació usted?
Señor Luzardo: Yo nací allá abajo donde llaman Castillito, por allí abajo y me crié aquí.
- ¿Los papás suyos, qué eran?
Señor Luzardo: Mi papá era un indígena puinabe, mi mamá era piapoca, y la mamá de mi papá era
curripaca, así que estoy ligado.
- ¿Se vino para acá cuando murieron sus papás?
Señor Luzardo: No, a mi papá yo no lo conocí; ahora, a mi mamá apenitas, como en un sueño. Mi
mamá murió por el Orinoco, por el Yapacana; mi papá murió por aquí, cuando esto era Venezuela
trabajando con equipo, a ése si ya no lo conocí.
- ¿Y después?
Señor Luzardo: Después que mataron a Funes, yo ya estaba grandecito y agarré de aquí p’abajo,
de marinero, de Caicara p’acá.
- ¿Cómo pasaban los raudales?
Señor Luzardo: Eso era a puro cabo. Tres semanas jalando cabo y la mercancía había que
caletearla; el barco pasaba puro vacío; ése era un trabajón… ahí se pasaban dos semanas pasando
mercancía y otra semana jalando cabo del bongo.
- ¿De quién era el barco? ¿Para quién trabajaba?
Señor Luzardo: El primer barco para quien yo me metí fue ese musiú Mr. Ross, estuve un año
trabajando; después me salí de él y me metí con una piragua de otro musiú que estaba aquí, un tal
José Saba (?). Había varios comerciantes musiú. Aquí no había indios como ahora, esto era puro,
bastante gente de afuera, negocios. Aquí donde vive Yépez, eso era un tronco de negocio, ahí
donde está Hassán, otro negoción, donde está la policía otro negoción.
- ¿Cuánta gente había aquí cuando Ud. era muchacho?
Señor Luzardo: No había mucha gente, aquí había negocios y trabajo. La gente trabajaba goma y
en invierno balatá. Las cosas estaban baratísimas. Se conseguía provisión barato, no pasaba
trabajo como ahora estamos pasando, carajo, ahora sí no…
Después seguí trabajando y me fui p’a Colombia, p’a ahí, p’a Villao, San Martín; después vuelvo a
venir y me vuelvo agarrar con otro andino llamado Barreto León. Trabajamos dos años, viajando
p’a San Carlos; cuando él se fue, quedé yo libre y entonces sí ya no trabajaba más con nadie y me
fui a trabajar la agricultura sembrando plátanos por ahí, se daban mucho, cañaverales, maizales,
etc. Estuve como 15 años, de ahí me vine a fundar ahí abajo, pero ahí no se daba casi nada, sólo lo
de la comida. Sembré unos 360 troncos de café, se me dieron como 25 y ahí recojo aún algo de
grano p’a café. Pero ya yo no sirvo p’a trabajar.
- ¿A los indígenas, los recogían para trabajar el caucho?
Señor Luzardo: Ah sí, eso sí, que los patrones de antes los maltrataban. Eran como esclavos. El que
debía, y que agarraba un pantaloncito, una camisita de esos, un sombrero, unos zapatos, ése tenía
que estar ahí, carajo, hasta que no pagaba aquel poquito cosas; trabajaban por tiempo de gratis. Y
cuando se cansaba se pasaba a otro comercio y le decían: “yo le vendo un hombre”. “Me debe
tanto, Ud. va p’a allá”. Y tenía que ir p’a allá, sin saber por qué se vendía a la persona como se
vendía cualquier gato. Así se vendía a la gente antes. Aunque Ud. no debiera nada, pero para
agarrar plata, bueno “este me debe tanto, aquí lo mando”. Y tenía que ir p’allá. Ahí tenía que
coger otro pantaloncito, otra camisita, p’a otra cuenta y así vivía la gente entonces.
- ¿Cómo traían a la gente?
Señor Luzardo: Iban en comisión a buscarlos.
- ¿Y la gente que no quería venir?
Señor Luzardo: La gente que no quería venir se picureaba, se iban p’al centro de la montaña, ¿y
quién los agarraba? Pero siempre traían 100 y 200 personas por aquí, por el Guaviare, por aquí por
el Atabapo y Guainía.
- ¿Y esos se los llevaban a los comerciantes?
Señor Luzardo: Sí a los comerciantes, tantos p’a fulano, tantos p’a ti, tantos p’al otro, ahí se los
repartían como se reparte cualquier cosa ahí. Así los repartían, y tenían que ir p’a donde los
llevaran, esa era la vida de antes aquí. Eso sí recuerdo yo bien. Los indígenas sufrieron mucho, los
que no hacían nada de caucho… plan, a esos los planeaban, que tenían que llevar una arroba de
líquido, los que traían un galoncito, a ése le daban plan. Un potecito de esos de leche condensada
de mañoco p’a tres días. Trabajaban con hambre.
- ¿Cómo estaban organizados?
Señor Luzardo: Cada barracón tenía su caporal. Esos eran los que maltrataban, pues los jefes de
ellos no se enteraban; estaban aquí tranquilos y no sabían lo que pasaba. Por aquí había uno
llamado Carlos Wendehake, que era un hombre malísimo, malo, malo.
- ¿Tenía el negocio aquí?
Señor Luzardo: Sí, aquí en el Orinoco, en San Antonio. Ese era malísimo. A los maquiritares los
traían presos y hasta los guindaban. Aquí conocí a dos hombres guindaos con la cabeza p’abajo,
porque se habían picureado, los agarraron y de una mata de aguacate que estaba ahí los
guindaron por los pies, no sé cuanto tiempo los tuvieron ahí.
- ¿Qué otros comerciantes había?
Señor Luzardo: Chicho González, era otro de los más ricos aquí; otro llamado “Paraquete” que
tenía el negocio donde vive Martínez, él tenía también un sitio en el Orinoco, por donde llaman
Quiratare, ahí tenía un negocio. Chicho González, tenía negocio en las Carmelitas y aquí. Ese era
un hombre bueno. El trataba bien a la gente y tenía de todo, no maltrataba, trataba a todos como
hombres. Tenía otro hermano, ese sí era malo, Pedro González; a ese lo pasaron, lo mataron los
maquiritares, ese era malísimo, le gustaba planear a la gente y le mandaba a trabajar de 6 a 6 sin
comer. Ese era malo. Mr. Ross, ese era un hombre bueno, ese tenía también bastante gente y
también Zulbarán.
- ¿De Rodríguez Franco oyó hablar?
Señor Luzardo: Sí, ese estaba en Capiwara en el Casiquiare.
- ¿De dónde venían más indígenas a trabajar?
Señor Luzardo: Del Inírida, del Guaviare, del Atabapo.
- ¿La otra etapa del caucho, fue diferente?
Señor Luzardo: Sí, después de la Dictadura ya fue diferente. Caldera no era mal Gobernador, no
maltrataba a la gente, Juan de Dios tampoco, el que era un poco apretadito era el coronel
Méndez.
- ¿En ese tiempo, había escuela en Atabapo?
Señor Luzardo: Sí, había allá frente a la policía, donde está el hospital, era del gobierno. Había que
pagar 100 Bs. para estudiar, por eso nos criamos brutos.
- ¿Y el maestro o maestra de dónde era?
Señor Luzardo: Del centro.
- ¿Ud. recuerda en ese tiempo algún Padre o Sacerdote?
Señor Luzardo: Sí, había uno que se llamaba P. Funes.
- ¿Era pariente de Funes?
Señor Luzardo: Yo no sé si era pariente. Después recuerdo otro muy bueno, pero no recuerdo el
nombre; después vino el P. Bonvecchio, cuando vino con el Hermano “Chiva”. No recuerdo bien,
pero a un Padre lo mataron, no a propósito, sino que iban persiguiendo a un hombre y se fue hacia
el Padre y lo abrazó y le dispararon y mataron al Padre, ahí cayeron los dos, entonces fue cuando
llegó el P. Funes, que “maldició” a este pueblo por la muerte de ese Padre.
- A los famosos “Picure” y “Avispa”, ¿Ud. los conoció?
Señor Luzardo: Sí, esos vivían por la Punta, pero eso fue después. Uh... después que se aplacó toda
la vaina. Esos los tenía Funes ahí para ir pasando a los chismosos y a los ladrones. P’a eso que los
tenía.
- ¿Y después que mataron a Funes que hicieron ellos?
Señor Luzardo: “Picure” se picureó. Eran tres: Picure, Acure y Avispa, el más criminal era Avispa,
los otros se fueron porque no querían seguir matando gente. Cuando Funes quería matar a alguien
le decía: “Te mandé llamar p’a que me lleves a Fulano a cortar leña por allá”. Esa era la seña, lo
llevaban y no volvía más. Eso era lo último, después que había pasado toda la vaina.
- ¿Funes no dejó familia aquí?
Señor Luzardo: El dejó aquí una hija que se casó con Pascual Betancourt, el papá de los
Betancourt. Esa señora está en Caracas, es comadre mía, vive en Caracas.
SEIS -
Don Juan, es un indígena Baré-Curripaco de la zona del Guainía, emigrado al Atabapo y uno
de los fundadores de Guarinuma. El relato de su vida nos da una idea de las penalidades y trabajos
sufridos por el indígena.
Es interesante el dato que aporta sobre la migración del indígena hacia otras regiones
tratando de evitar la explotación. Se nos habla de un grupo de banibas que fueron a vivir a una
zona tan alejada de su hábitat natural y tan distinta como es la región del Meta.
La debacle y fin de la explotación cauchera se atribuye con mucha frecuencia a personajes,
“gobernadores-mesías” que clausuraban la injusticia con un acto de mando. Otros testimonios
discreparán en cuanto al personaje, y alguno rechazará totalmente la existencia real de estos actos
liberadores. Lo que sí se nota de todos ellos es una especie de ansia o búsqueda de liberación de
ese sistema.
- ¿Dónde nació Ud. don Juan?
Don Juan: Yo nací en Maroa, pero no me acuerdo cuándo. Mi papá era curripaco, mi mamá era
baré, yo tengo el apellido de mi mamá.
- ¿Habla Baré usted?
Don Juan: No, yo no hablo Baré, pero sí curripaco y baniba, yo hablo más baniba que curripaco.
- ¿Y de Maroa a dónde se fue?
Don Juan: Yo estuve en Maroa con el finado Pascual Betancourt, el papá de Tomás. Estuvimos mi
hermano y yo trabajando el Balatá p’a las fuentes del Orinoco, p’al Padamo.
- ¿Cuánta gente había?
Don Juan: Como 16 hombres trabajamos en Padamo y Caño Guachaquén que llaman, y hasta
Esmeralda.
- ¿Iban solos los hombres o también iban mujeres?
Don Juan: Bueno, el que quiere llevar mujeres las lleva, el que no tiene… bueno.
- ¿Cuánto tiempo pasaron ahí?
Don Juan: Estuvimos aquí unos tres meses, después íbamos p’a Maroa otra vez y luego se llevaba
p’a Ciudad Bolívar o p’al Brasil.
- ¿Ustedes eran personal de él?
Don Juan: Sí.
- ¿Y la comida quién se la daba?
Don Juan: Nosotros mismos. Hacíamos cacería: paují, báquiro. . .y nos daban mañoco y ropa.
- ¿Y cómo les pagaban?
Don Juan: Nos pagaban el kilo a 4 Bs.
- ¿Se lo pagaban “chin-chin”?
Don Juan: No, a cambio. Por eso se vino a terminar esa esclavitud, se vino a terminar con el
gobernador Canelón. Sí, porque anteriormente, yo venía a sacar contigo cualquier cosa, y no
joda… ahí mismo Ud. no me deja ir a ver más la familia; siempre p’a trabajar, veníamos del monte,
p’a ir a Ciudad Bolívar, p’a exploración otra vez, salíamos de explorar y íbamos a sacar mañoco
otra vez p’a ir a trabajar otra vez…
- ¿No le dejaban ir a ver la familia?
Don Juan: Más nada, pura esclavitud.
- ¿Y siempre quedaban debiendo?
Don Juan: Sí y por más que uno trabaja, no joda, cuando uno arregla cuentas, no joda… “Ud. me
debe tanto”.
- ¿Y después de trabajar con Pascual?
Don Juan: Después trabajé con D. José Inés Sué. Allí fue donde yo terminé. D. José Inés vivía allí en
Mariposa, del lado de Colombia, frente a San Pedro. Ahí fue donde nosotros nos criamos con
Marcelo y Eustacio, ahí fue donde terminé de criar. De ahí yo me quedé con D. José Inés hasta que
me casé, después se murió la mujer y me fui a vivir con la mujer que tengo ahora.
- ¿Y cuándo llegó usted a Guarinuma?
Don Juan: Uh… tengo añísimos en Guarinuma. Nosotros empezamos a tumbar Guarinuma.
- ¿Estaba también el viejo Largo?
Don Juan: Sí, el finado Largo, que era mi suegro. Nosotros empezamos en Guarinuma, el finado mi
suegro, Juan Campos y Pedro Campos.
- Cuándo fundaron Guarinuma, ¿estaba Funes por aquí?
Don Juan: No, ya no estaba más, estaba el coronel Méndez, cuando fueron a pelear a la boca del
Casiquiare. Cuando estábamos rozando Guarinuma, ahí fueron a pelear a la boca del Casiquiare.
- ¿Quiénes eran los grandes empresarios de esa época?
Don Juan: Por el Guainía, Pedro Manuel Fuentes; mi padrino Lino Fuentes, Bustos, el papá de
Manuel Bustos, Gaviní, el finado Clemente Caldera, Arvelo...
En Guarinuma hay balatá, de aquellos árboles que dejaron Chicho González pequeños, ahora están
grandes.
- ¿Chicho González trabajó también por aquí?
Don Juan: Sí, la gente de él.
- ¿Y dónde vivían?
Don Juan: En el monte, construíamos unas barracas.
- ¿Ustedes no trabajaron por ahí?
Don Juan: No, nosotros trabajamos p’a Padamo y al terminar ahí trabajamos p’al Sipapo. Yo
trabajé dos años por allá, trabajé como cinco años balatá. El balatá lo pagaban a Bs. 5 el kilo.
- ¿Pero por el Sipapo no estaban los Piaroa?
Don Juan: Sí estaban. El piaroa quedaba en el monte, él no salía. Cuando él escucha que uno tiene
catarro, no joda, se van. Ahora es que están saliendo.
- ¿Y de la zona del Guainia, los Curripaco, Baré, Baniba, Guarekena, venían muchos a
trabajar?
Don Juan: Sí, vinieron, los traían en barcos. En esa vez, en esa época, no joda, hasta las mujeres
jalaban canalete. Yo me acuerdo todavía cuando se hacía todo a canalete. Después que salí de
este trabajo, se acabó el chicle, me vinieron a buscar a Carreño; como yo pasaba por el raudal, yo
estuve como cuatro años trabajando en Colombia de Correo, de allá de Carreño hasta Amanavén.
De esa vez conocí a Felix Devia, conmigo vino Devia esa vez. Y Nepo Patiño estaba de guardia por
aquí.
- ¿Cómo hacían los empresarios para conseguir gente?
Don Juan: Tenían que salir a “avanzar” la gente, con mercancías, con los artículos de tela a
cambio....
- ¿Pero después no los dejaban volver?
Don Juan: Sí. Yo estuve trabajando aquí en San Fernando como seis años con el finado Pascual. Del
finado José Inés no me puedo quejar, porque era un viejo bueno, él fue el que me terminó de
criar. Aquí se quemó el negocio de Zulbarán y Doña Madama Saba, yo los conocí a todos. Mr. Ross
tenía un negocio grande. Después vino este carajo, Pacheco, ya empezaron a comprar chicle; él
compraba el chicle, el masarandú; ya yo me salí de Colombia y me puse a trabajar chicle y fui a
trabajar al Caño Cagón, abajito de Coco.
- ¿Cómo hacían para recoger el Chicle?
Don Juan: Nosotros trabajábamos el chicle con espuelas. Así como estaba en este tiempo, en
invierno uno trabajaba con la curiara, uno se arrima a la pata, no joda, pone la guaya y va
subiendo y picando de abajo arriba. Uno se volteaba p’abajo y veía, no joda, bocones, pavones,
todo tipo de pescado. En esa vez comenzamos a trabajar con plata. Ahí fue cuando yo me caí con
la escopeta y me pegó el tiro aquí, en el brazo. Ya no teníamos esclavitud, ya nos pagaban con
plata. Estaba de gobernador el finado Caldera, la casa de él era donde está el panadero. El estaba
en Ayacucho cuando me pegué el tiro, y me preguntó: “¿Cuántos años lleva trabajando para ese
señor?” Yo le dije: “Tengo ya unos seis años”. Siempre en el monte, salíamos y p’al monte, y
volvíamos a salir y otra vez p’al monte. “¿Hasta cuando?”, le dije. Y él me dijo: “Eso se terminó ya”.
Entonces vino y aquí mismo vinieron toditos esos comerciantes de San Carlos, de todo, y les pidió
que trajeran los libros. No joda, hizo un montón de libros en la mesa, le echó querosén y los
quemó toditos.
- ¿Ese era el Gobernador Caldera?
Don Juan: No, ese era Canelón, los quemó todos. Bueno, cada uno fue para su casa y terminó la
esclavitud. Después, cuando vino ya Pacheco, ya se trabajó con plata. Yo trabajé con Pacheco, con
Devia. Entonces todo era baratísimo. Una ponchera así costaba 2 ó 3 bolívares.
- ¿Usted no trabajó la goma?
Don Juan: No, yo no la trabajé, pero la vi trabajar, porque yo andaba con el finado mi hermano,
que trabajaba goma.
- ¿Para quién trabajaba la goma su hermano?
Don Juan: P’al mismo, con Pascual. De Maroa p’acá. Ellos eran de aquí, él estaba casado con
Gumersinda, la hija de Funes.
- ¿Qué era más difícil, trabajar balatá o goma?
Don Juan: Igualito. La goma yo creo que es más trabajoso.
- ¿Ustedes tumbaban el árbol de balatá?
Don Juan: Sí, tumbao; ahora el chicle, no. Trabajábamos con puro espuelas. Hay otros que
trabajaban a “junta pie”, puro guaya, subiendo a pie, más peligroso. Yo trabajé con espuelas, más
tranquilo.
- ¿Entonces, Ud. estuvo en Ciudad Bolívar?
Don Juan: Sí, estuve en Ciudad Bolívar como un año con el finado Antonio Levanti, yo me quedé
allí con él, el finado José Inés me dejó allí con la hermana. Después D. José Inés, bajó otra vez a
llevar balatá y me vine con él.
- ¿Y pasaban por el raudal descargando la carga?
Don Juan: No, había el bueyo (buey) y con él se llevaba la carga. Pasaban por la parte de Colombia,
de Maipures hasta la boca del Tuparro, de ahí Salvajito, p’Ayacucho. El barco cuando estaba vacío,
se zumbaba p’abajo. Cuando se subía, sí con cabos y palancas. Yo jalé mucha palanca.
- ¿Cuándo se tardaba de Ciudad Bolívar hasta aquí San Fernando?
Don Juan: Dos meses remontando.
- ¿Y a Brasil Ud. no fue?
Don Juan: No, a Brasil no. Yo solo llegué a San Gabriel. Yo estuve trabajando fibra de chiquichique
con el finado mi tío, p’a Río Preto; ahí fue que conoció la mujer de Antonio Sánchez, Adelicia, ella
nació allá, p’a Brasil, Río Preto, allí trabajamos fibra.
- ¿Para quién trabajó fibra usted?
Don Juan: En Brasil, p’a ese carajo, ¿cómo se llama?.. .Rafael Dugarte, por San Gabriel. Después
trabajé con Patiño. Ahora no, ahora estamos trabajando con un hombre que viene a hacer cursos
de comunidad, y que va a comprar fibra con pura plata. Por eso nosotros queremos ir p’allá, p’a
Caname todos.
- ¿Todavía queda fibra por Guarinuma?
Don Juan: No joda, p’a Caname está eso lleno. Porque el Comisario, mi hijo, lo cuida, no deja
agarrar a nadie. Ahora p’al Caño Pichaqueni, eso ya lo sacaron todo. Ahora, en Caname no, porque
el Comisario lo cuidó. El único Comisario que salió bueno. No deja entrar a los colombianos.
- ¿A cuánto le pagaban la fibra?
Don Juan: No, nada; a real y medio el kilo. La tonelada no me acuerdo.
- ¿Y el sistema era el mismo que el de la goma? ¿Les avanzaban mercancía?
Don Juan: Igual. Y nos robaban mucho, los que no saben. Compraban la fibra para hacer cabos.
- ¿Cuándo se salieron de Patiño?
Don Juan: Uh… tenemos ya más de cuatro años. Se hizo una reunión y la gente no quiso ya que
viniera más. Ahora hicieron una reunión la comunidad y dijeron de cortar fibra, que van a pagar en
plata y la van a pagar a Bs. 4 el kilo. También bejuco, 100 bejucos a 20 Bs. de 2 a 4 metros de largo.
Ya son pocos los que somos de Guarinuma.
- ¿De dónde vienen los nuevos?
Don Juan: Vienen de Isana, de Brasil, de Gomá. Ya no somos aquellos. Queda Yuriyuri, Carlos
Bergman… esos no más.
- ¿Usted conoció a Rodríguez Franco?
Don Juan: Sí, yo lo conocí. Vino con Alfredo Franco, cuando murió Gómez, entonces vino con ese
tocayo mismo. Yo fui con ellos p’a Maroa. Traía regalías al gobernador, estaba viejo. El era el jefe
de todo esto, Casiquiare, Maroa. Después estuvo el Sr. Paúl, un viejito muy bueno, en cambio
Rodríguez Franco era muy malo. El fue quien sacó a Canelón. Cuando vine de Colombia, estaba
Canelón en Ayacucho. No lo querían y no quería dejar Ayacucho. Toda esa gente estaba en
Colombia; Maniglia con la familia estaba en Carreño. No joda, el Gobernador Franco no tenía
armas, entonces el comisario de Carreño le dio parque y vino Félix Devia, Nepo Patiño, el viejo
Antonio López, Andrade, D. Pancho y otra gente, y por el lado de Colombia llegaron a Corocito y
esa noche entraron en Ayacucho y ahí lo sacaron. Después con Franco fuimos hasta Maroa con él,
llevando regalías. El iba con la lancha “el Caimán” por el Casiquiare. Nosotros fuimos por Yavita.
- ¿Usted recuerda cuando todo esto era Venezuela?
Don Juan: Sí, todo esto era Venezuela. Después llegaron y lo dieron a Colombia. Primero la línea
pasaba por el Meta, Trapichote, por ahí pasaba primero la línea. Yo conozco el Meta, desde la
cabecera del Orinoco.
Cuando estaba en Carreño, me dijeron que fuera a cooocer al Presidente de Colombia, que quería
conocer a indígenas de aquí. Me fui, llegué hasta Barranquilla, estuvimos como una semana.
Estaba de Presidente el Dr. Pinilla, su hermano era el que nos cargaba a nosotros.
- ¿Y qué más recuerda de esa época?
Don Juan: Todo era baratísimo aquí y en Colombia. El cigarro valía esa vez a real la caja, la
escopeta a 50 Bs.
- ¿Cuándo aparecen los primeros motores?
Don Juan: Cuando llegó Pacheco y el finado Montuit, que se ahogó por los raudales del Inírida. Los
motores eran los “Archimer”.
- Cuándo iban a trabajar al monte ¿iban en grupos?
Don Juan: Ibamos juntos todos, primero íbamos a explorar, dejando marca en cada palo y después
ibamos a sacar.
- ¿A cuánto le pagaban el Chicle?
Don Juan: A 5 Bs. el kilo.
- ¿Igual que el balatá? Pero el balatá era más caro.
Don Juan: Y más trabajoso. Había que meterse en el monte. Cuando uno sale del monte vuelve
catire, sin llevar sol, no le da el sol, como cuatro meses sin llevar sol.
- ¿Había mucha enfermedad?
Don Juan: Uh. . .todo. Paludismo p’a Padamo.
- ¿Ud. vió algunos castigos en ese tiempo?
Don Juan: No joda, los traían aquí y los metían en calabozo. Me dijeron que antes los guindaban,
cuando le decían a Funes: “Yo quiero ver a mi familia”.“¿Ah, sí?, ¿quieres ver a tu familia? Lleve a
este señor”. Y lo llevaban y lo mataban, eso no lo vi, pero me lo contó el finado mi suegro que era
pescador aquí. Al mismo Antonio Levanti, su compadre, Funes lo mandó y le dijo: “Compadre, vaya
a Maipures a ver qué novedad hay”. Entonces se fue en la lancha y encontró a Arévalo y lo
pararon. Como Antonio Levanti tenía la caja de los reales y quería cogerse la caja, entonces volvió
y Funes le preguntó: “Compadre, qué novedades hay?” “Nada compadre, todo normal”… El sabía
que venía Arévalo, pero no dijo nada...Y entonces mandó la gente a trabajar al Guaviare y
quedaron sólo dos en el cuartel. Cuando de madrugada llegaron todos los de Arévalo, gritaron:
“Viva Tomás Funes”. ¿Quién es? El comandante era Piñate, el papá de doña Rosa. “¿Qué fue
compadre? - Serán los Sancarleños”. Cuando de pronto escuchó corneta. “Coño, nos jodimos,
porque estos son gente de afuera”. No joda, mandó una comisión a buscar gente. Pero ya lo
agarraron a él.
- ¿Qué otra anécdota recuerda?
Don Juan: Cuando estábamos en Maroa, Rodríguez Franco le pidió agua al hijo: “Alfonso, tráeme
agua y jabón de olor”, y el hijo, nada. “Alfonso, tráeme agua”, y otra vez nada. Entonces dijo él:
“Carajo, cuando uno está viejo ya nadie le hace caso, hasta muchachos cagan en uno, pero cuando
uno era joven, apenas que cae la saliva, todo el mundo se paraba”. Ya era muy viejo…
- ¿Ud. conoció un pueblo que se llamaba Baltazar?
Don Juan: Sí, yo lo conocí, ya terminándose.
¿Y por qué se terminó?
Don Juan: Terminó cuando la vaina de Funes, y se regó la gente, y como la gente tenía miedo, se
picurearon, otros fueron p’a lejos; hasta en el Meta fui a encontrar un viejo cuando fui a Bogotá.
Era baniba, su hijo era Alfredo Morillo y me dijo: “Mi papá habla baniba, mira nosotros somos de
allá, vino de allá mi papá”. Me enseñó al papá, ya viejito y estuvo conversando conmigo en baniba.
Me preguntó por Baltazar, por Yavita, Chamuchina. Yo le dije que lo único que quedaba era Yavita.
Había otro que vivía en la frontera del Meta. Era viejito también.
- ¿Esa gente trabajaba para Funes?
Don Juan: Sí, ahí en Baltasar había cafetales, ahí hay todavía. Cuando las fiestas a mí me contaba el
finado mi suegro, cómo ellos tenían también las fiestas de San Antonio mismo. Había dos casas de
fiesta, dos plazas, había dos negocios.
Ahí en Colombia ahora es muy caro, muy caro venden. ¿Tú sabes a cómo venden aquí un paisano
que está frente a Guarinuma? A 10 Bs. el kilo de azúcar (año 1982), cigarro “Piel Roja” a 5 Bs., el
“Imperial” con filtro a 8 Bs., pero tenemos que comprarlo. Hace falta. En Guarinuma...ahora los
muchachos ya no quieren guarapo. Antes nosotros nos criamos con yucuta caliente de almidón, de
mañoco. Ya se cambiaron todos, mis hijos ya se cambiaron, le dan refrescos con la madre, y ya no
se acuerdan de la yucuta. Esa vaina se cambió...
SIETE
El presente testimonio es un diálogo-discusión sobre dos visiones distintas del personaje
histórico Funes. Don Gilberto Mendoza y Doña Rosa Piñate, marido y mujer, disienten claramente
y exponen sus razones. A su vez, nos va redondeando el panorama de la época y sus personajes
más célebres; sus recuerdos se entremezclan con datos y semblanzas del Atabapo que fue.
Aquí tenemos un ejemplo de la bipolaridad de sentimientos que despierta el personaje de
Funes. Se rechazan de plano versiones asumidas plenamente por otros testimonios, pero en
general la visión que se describe es la misma llegándose a la afirmación contundente de que en
esta región “las riquezas proceden de la explotación de los árboles y del indígena”.
También aquí aflora la mentalidad de tipo racista con relación al indígena, al señalarse que
Funes “no maltrataba a los indígenas; claro, los trataba como indios…”.
Muy interesante las observaciones que hacen sobre el proceder del indígena y sus
acotaciones sicológicas a la manera de pensar, diferentes a la del criollo.
- Doña Rosa, yo escuché una versión de Funes, de don Gilberto, ahora quisiera escuchar la
de usted. Aunque no haya vivido aquella época, quisiera saber lo que le transmitieron a usted.
Doña Rosa: Yo le digo a Alberto, que Funes no era malo, por lo siguiente: Papá decía que una
persona que se ocupaba de un pueblo, de las familias de un pueblo, no podía tener un mal
corazón, y yo digo lo mismo. A Funes lo hicieron malo. Así me decía mi papá: los chismosos, los
“lleva y trae” que vivían hablando de otros, y a Funes eso lo volvía como un tigre. Pero éste (D.
Gilberto) dice que no, que Funes era malo de nacimiento.
Don Gilberto: Hablando directamente. Cuando vino Arévalo...
Doña Rosa: Sí, porque mató a Funes.
Don Gilberto: Precisamente porque oyó al pueblo, oyó la vindicta pública, a esos que
gemían bajo esa bota insolente, y entonces culpó y acusó a los dos culpables, porque al Secretario
lo perdonó, fue benévolo (al papá de los Henríquez). Eso se llama ser magno, matar a esas dos
personas que estaban segando vidas, matando a diestra y a siniestra.
- Ahora, yo noto que no hay uniformidad de pareceres. ¿Hubo reacción por parte del
pueblo cuando llegó Arévalo? ¿Quería el pueblo que mataran a Funes o no quería? ¿Qué reacción
hubo? ¿Asistió a la plaza la gente? unos dicen que sí, otros dicen que no, que los encerraron en la
casa a todos.
Don Gilberto: Eso es mentira. Mi papá fue. Inclusive, mi papá trabajaba con Funes, él le
daba créditos. A papá le invitaron con un piquetede soldados para que fuera a la plaza, de parte
de Arévalo. Y así todas las personas honorables; eso se llenó, la plaza se llenó. Y no sólo se levantó
el Acta, sino que interrogó al pueblo “¿Qué pide el pueblo para estos dos delincuentes?”— “Que
los maten”. Ya estaba contemplado, pero oyó al pueblo. Lo que pasa que ella (Doña Rosa), le oyó
al papá que Funes no era malo, era un inocente que se alimentaba con miel de abeja...etc.
Doña Rosa: Mira, yo digo a veces, que aquí en San Fernando ahorita debería nacer un
Tomás Funes, para limpiar el pueblo. Eso es lo que hay que hacer. Gente que en realidad hay que
matarlos.
Don Gilberto: Lo más preciado que tiene uno en la vida es la vida misma. ¿Por qué se debe
matar sin forma de juicio, sin nada? Aquí no existe la pena de muerte.
-¿A doña Rosa como que le quedó algo de Funes?
Don Gilberto: ¡Cómo no! Lo que pasa es que nuestros pueblos aún no se han civilizado.
Todavía cuando se acaba la esclavitud y le quitan las cadenas, viene el esclavo y le dice: “Amito,
vuélvamelas a poner”. Eso es lo que pasa. Que queremos ser esclavos. Porque yo soy incapaz de
decir que resucite una bestia de ese tipo. ¡Ni quiera Dios!
- Oí decir por ahí de un Gobernador que quemó los libros de los comerciantes: Unos dicen
que fue un tal Caldera, otros que Canelón.
Don Gilberto: No. Inclusive, ese Caldera que nombran, no fue Gobernador, fue sólo
Administrador de Aduanas, por cierto padrino de ésta (Doña Rosa), tenía como dos metros de alto,
pero era como los mangos de San Carlos, no floreaba. Lo que pasa es lo siguiente: Nórteamérica
no compró más caucho; los caucheros cometieron la inocencia de mandar caucho, semillas y en
lugar de pasarlas por agua caliente para que no germinaran, escogían las mejores y se las
mandaban. Y ellos sembraron sus hermosos cauchales allá y ya no compraron más caucho, como
no compraron más sarrapia. Eso no fue ningún gobernador. Eso es mentira.
Doña Rosa: Lo que sí quemaron fueron los libros de la Prefectura, los Archivos.
Don Gilberto: Después que se fue Arévalo Cedeño, el pueblo quedó solo. Y usted sabe, ahí
se quemaron los libros, pero no fue Arévalo. Todas las partidas de nacimiento, lo que queda es de
1930 ó 40. Lo que pasa es que hay dos historias: la imparcial, y la de los esbirros que quedan, los
secuaces de Funes que quedan por aquí. Don José Inés defendía a capa y espada a Funes, se ponía
bravísimo.
Doña Rosa: Y Funes es familia de estos muchachos nuestros, de Rodolfo, del Catire, era su
abuelito. Funes era padrastro de su abuelita de ellos.
Don Gilberto: Estos son biznietos de Funes, y Tomás y Cuba son nietos de Funes, porque la
mamá doña Gumersinda era hija de Funes, la cual se casó con Pascual Betancourt, hermano de los
Sué y papá de los Betancourt. Pero los Sué no son familia de Funes sino que vienen a ser familia de
doña Gumersinda, que se casó con un hermano de ellos. Pero la hija, doña Gumersinda no quiere
saber nada, ni declarar nada del papá. Ella vive en Caracas, sí, porque el papá tampoco la tomó en
cuenta, lo que pasa es que no se ha escrito desapasionadamente la historia de Funes, uno cuenta
de forma caprichosa, porque su papá era amigo de él y no se quien más...que eran paisanos.
Doña Rosa: No, no es eso de que sean paisanos, sino que mi papá...
Don Gilberto: ¿Pero, qué elemento puede ser un individuo que manda sacrificar a 400 y pico de
personas?
- ¿Y el motivó de esas muertes?
Doña Rosa: Nadie lo dice.
Don Gilberto: ¿El motivo de por qué se hizo con el poder, matando a Pulido? Porque él era
un comerciante, y él lo hizo peor. Porque siquiera Pulido cobraba impuestos y no mataba a nadie,
pero él se encaramó en el poder y asesinó y robó todo.
- ¿Pero por qué mató a todos estos comerciantes?
Don Gilberto: Yo le voy a contar. Vistos los impuestos, porque entonces el sueldo del
Gobernador era exiguo, no era nada, Pulido llega e impone unos impuestos, hace pagar, creo que
era un bolívar para la pasada del Cataniapo, y él lo subió a 5 Bs., y allá puso a un cuñado de él.
Además del impuesto del caucho. Los comerciantes pusieron el grito en el cielo, entonces llegaron,
el papá de Néstor: Rafael Federico González, y se pusieron de acuerdo hacer una reunión para
pedir al Gobernador que bajara esos impuestos. Escribieron una carta al Gobernador y no
contestó.
Entonces se volvieron a reunir y lo llamaron, pero hizo caso omiso. Hicieron una reunión,
ya que por las buenas no se conseguía nada, para ver si por las malas. Buscaron un tipo que
tuviera más pupila, y como Funes había servido con un General, había sido guerrillero, entonces
dijo: “Si ustedes me respaldan, yo tiro la pasada y mato al Gobernador”. Le dan respaldo moral y él
se encarga de lo demás. Roberto Pulido esa tarde venía del Casiquiare con paludismo, con fiebre y
se acostó temprano. La casa suya era donde ahora están los “Maña”. Ahí lo mataron.
Una vez que se encarama en el poder, persigue a los que le dieron el respaldo; a Chicho lo
mandó matar, tuvo que irse por los raudales; y mandó a matar al papá de Zoila: Antonio Díaz, una
muerte que lamentó todo el mundo, y así a esos grandes comerciantes que lo respaldaron a él.
Después mataron a un General que hizo las paces con él y cursaba correspondencia con Gómez, y
entonces era peor ya. Para esa época y a esa distancia a Gómez no le interesaba sino que esto
estuviera tranquilo. Esto lo liberó Arévalo.
Doña Rosa: El tuvo que tener sus motivos. Todos tienen sus motivos.
Don Gilberto: También los tuvo Fidel Castro. El se hizo pasar por católico, ¿y después? ¿Y
Nicaragua? Va a ser una segunda Cuba y El Salvador también.
- Si hacemos un croquis de San Fernando, ¿dónde quedaban la iglesia, los comercios, la
plaza, la gobernación, etc.?
Doña Rosa: La verdad, que la plaza de Atabapo no se ha mudado desde que yo recuerdo.
Don Gilberto: Sí, es la misma, pero se remodeló, porque la plaza que dejó Funes era de
troncos de parature cuadraditos, y con alambre de jardín. Las puertas sí, tenía cuatro entradas,
cuando se remodeló se hicieron las otras entradas.
- ¿Estaba ya la estatua de Bolívar?
Don Gilberto: No, la estatua de Bolívar la vienen a montar en el año 1950. Esa estatua la iba
a montar AD, el gobierno de Rómulo Gallegos; se habían pedido las estatuas, creo que a Italia,
entonces dan el golpe el 24 de noviembre y se quedaron las estatuas allí, y cuando Rincón
Calcaño, Teniente Coronel del Ejército, abre la estatua y se da cuenta que era de Sucre, entonces
Calcaño, dijo: “Allá está decretada la estatua de Bolívar”, y se la regaló a la Guardia, es la que está
actualmente en el cuartel de Ayacucho. Entonces pidieron la estatua más grande, que se la
pusieron en Ayacucho y la de allá la mandaron para acá. Mi hermano Rafael Mendoza, vino a
montarla aquí, pues era albañil en 1950. La plaza estaba con el arbolito de goma y los dos
moriches, pero sin estatua.
- ¿La iglesia dónde estaba?
Don Gilberto: La iglesia estaba donde está la pieza del P. Samuel, en el centro de la fachada
de la Misión. Esta Iglesia la hizo el pueblo, muy bonita, tenía arte, madera forrada, labrada. Para
llegar al campanario había una escalera de caracol, de madera.
Doña Rosa: Y dentro de la iglesia había el cajón ese, el púlpito, donde hablaba el Padre, y el
confesionario.
Don Gilberto: Pura madera bien labrada, grande y amplia, el techo de zinc y el piso de
cemento bien dibujado, una belleza.
- ¿Eso cómo se cayó,... la tumbaron?
Don Gilberto: No, como las paredes eran de bahareque, entonces Mons. García y el P.
Bonvecchio hicieron la actual.
Doña Rosa: Detrás de la Iglesia había un hoyo enorme, feísimo, le echaron toda la basura
para rellenarlo. Y dentro de la Iglesia, en el medio de la Iglesia, había un hueco enorme, que lo
rellenaron.
Don Gilberto: Ahora que tú hablas de huecos, si llego a Gobernador, voy a hacer una
perforación ahí cerca del liceo, allí donde enterraron los muertos de Funes, para sacar todos esos
cadáveres y darles cristiana sepultura.
Doña Rosa: ¡Sí, cómo no! Ya van a aparecer...
Don Gilberto: Ahí los enterraron, vivos algunos, al lado de donde está el liceo. Eso se ha ido
bajando de cuando yo era muchacho.
Doña Rosa: Fíjese que la casa de Funes, el cuartel, tenía un quicio...
Don Gilberto: Perdón. Por la casa donde vive Juan Martínez, por ahí enterraron como 200
personas. Había otro hueco inmenso. Yo voy a formar un gran escándalo y traer médicos,
especialistas para extraer lo cadáveres.
Doña Rosa: Yo no estoy de acuerdo, Gilberto. Ser Gobernador para estar sacando huesos,
mejor que hagas otra cosa para el pueblo.
Don Gilberto: Eso no cuesta mucho, sólo una pala mecánica.
Doña Rosa: El cuartel de Funes, ese no era así bajitico, sino que tenía 3 ó 4 escaloncitos
para subir. Lo que pasa es que con los inviernos se ha ido rellenando, pero eso era alto. Ahora está
planito. Ese era el cuartel de Funes, toda la manzana. Y la escuela donde yo estudié era donde está
el hospital ahorita. Y la casa de los Sué, que era el único negocio que había en Atabapo, era en la
parte de aquí de la esquina de la Misión, que está frente a la Prefectura.
Don Gilberto: Esa esquina era la antigua casa de Antonio Levanti. Al terminar la casa de
Levanti, seguía la iglesia y después la casa de Gobierno, donde está ahora la iglesia.
Doña Rosa: Donde están ahora las Hermanas, era la casa de mi madrina, doña Vita Piter.
Las cuatro puertas que tenía la plaza tenían un parature con una lamparita o farolito bien bonito.
Esos los prendían a las 6 de la tarde.
Don Gilberto: Donde está la Policía era el dispensario que lo hice yo en el año 48, de ladrillo
cocido. Después por cierto vino un médico amazonense, y cambió la medicatura por la
comandancia de policía, que estaba donde está ahorita el Dispensario.
Doña Rosa: Esa calle por el Colegio de las Hermanas se llamaba la calle del Sarrapio, porque
había unos sarrapios muy bonitos.
Don Gilberto: Quiero hacer una salvedad. En el libro de Alamo Ibarra habla de una señora,
después que mataron a Funes, que fue a recoger los restos, etc., eso es mentira; fue la cuncubina
de él la que recogió los restos, se llamaba doña Josefina Mirabal, era amiga nuestra.
Doña Rosa: Comadre de mi papá.
Don Gilberto: Josefina Mirabal, que a la sazón vivía con Funes, porque él tenía su señora
allá en Bolívar, y que la dejó porque le fue infiel. Porque en la esquina esa donde vivía Jonás, hasta
la casa de D. Alberto Orozco y hasta la casa de la fiesta, allí estaba el negocio de “Rodríguez
Pulido”. Bueno, entonces ese Pulido bajaba a Bolívar a comprar mercancías para el negocio. En un
viaje, él iba a visitar siempre a la señora de Funes, era hombre de confianza de él, le llevaba las
cartas, etc. El hizo vida marital con ella y se lo dijeron a Funes, entonces Funes lo mandó a llamar:
“Supe esto y esto, ¿qué hay de cierto?” Entones él le dijo: “Yo no le falté a su mujer, ella fue la que
le faltó a usted. Póngase en mi lugar. Usted es hombre, yo soy amigo suyo”. Entonces Funes
mandó a matar a este hombre.
Aquí estaba entonces el P. Díaz Funes, primo hermano de Funes y era muy amigo de Pulido
y fue a rogarle a Funes. Funes, le dijo: “Le doy tres horas de plazo para que me desocupe el
pueblo”. Pero él tenía la treta para agarrarlo y matarlo. Entonces el mismo Padre mandó preparar
un esquife con 12 bogas y salieron como a las dos de la tarde, les dijeron a los bogas: “Nada de
dormir, muchachos, toda la noche bogando”. Porque Funes había dado ya la orden: “Donde los
alcancen los matan”. Pero estos fueron más vivos y no pudieron atraparlos.
- ¿Ese P. Funes estaba aquí cuando llegó Funes o vino después?
Don Gilberto: Vino después.
- ¿Y ese fue el que dice la gente que maldijo al pueblo?
Don Gilberto: No, ese fue otro. El no maldijo al pueblo, eso es mentira, dicen que fue otro.
Yo lo que oí fue de un Padre allá en Maracoa, que al irse sacudió las alpargatas, pero eso creo que
fue antes.
Sobre el viejito Luzardo le diré lo siguiente: había aquí un coronel llamado Horacio Luzardo,
cuya esposa era Josefa Mirabal, este viejito era el que buscaba leña y el mandadero de este
Horacio Luzardo, de ahí que le viene el nombre de Luzardo.
- El me dijo que lo había criado Funes, el que le cuidaba los perros.
Don Gilberto: Mentira: los que crió Funes, fueron Carlos Santana Tovar, ahijado de él,
después diputado de Amazonas cuando Pérez Jiménez; Pedro Nolasco Chacín, el papá del maestro
Chacín y uno de apellido Núñez, hermano de la señora de Chicho. Ese señor era criado de don
Horacio, lo que pasa es que don José Inés, cuando venían a hablar de Funes, lo presentaba a él
como criado de Funes. Mire, toda esa gente eran andinos, zulianos, corianos, guayaneses. Funes
era de Rio Chico, Luciano López también, el papá de Rosa también. Era gente de afuera, entonces
los indígenas se pegaban esos apellidos.
Doña Rosa: De los viejitos de esos tiempos quedan doña Leocadia y don Antonio Acosta.
Don Gilberto: Don Antonio, se incorpora a las guerrillas de Arévalo para vengar la muerte
del papá de doña Enma, que era primo de él, de apellido Gómez, creo. Lo vengó. Don Antonio
Acosta, era ayudante del Estado Mayor de Arévalo.
Doña Rosa: Los primeros años que sacaron la historia de Funes, eso era un desastre; todo
el mundo se asombraba; pero ahora en esta época le están reconociendo que ya no es lo que
habían escrito de él.
Don Gilberto: Pero chica, 400 muertos que sacrifica. Eso es asombroso. La mujer de Pulido,
fijense. Según don Lucio Sánchez que estaba allí, Funes llamó a Avispa y Picure y le dice: “La van a
matar”. Mi mamá la conoció, era guayanesa. Entonces estos le dijeron: “Coronel, nosotros
matamos hombres, no mujeres, mándenos matar todos los hombres, pero no a una mujer”.
Entonces llamó a Lucio, fijate cómo murió Lucio, matado como un danto, el compañero que salió a
cazar con él lo mató creyendo que era un danto.
Dijo la mujer suplicando: “Hagan conmigo lo que quieran pero no me maten”. Clavaron
cuatro estacas, el tal aquel González Perdomo; la violaron, él primero y después la tropa. A él lo
mataron en San Carlos, lo mandó a matar Funes, porque le tenía miedo. Lo mandó en una
comisión y luego detrás mandó otra para que lo mataran. Todo eso lo hicieron; al muchachito
también lo mataron.
Doña Rosa: Bueno, Gilberto, es que para llegar a esta época de democracia, había que
matar gente.
Don Gilberto: No, yo no comparto tu criterio.
- También me contaron que Funes, cuando llegó Arévalo tenía pensado hacer una reunión
con los comerciantes, envenenarlos, robarles y escaparse para Brasil.
Don Gilberto: Eso es mentira.
Doña Rosa: El que se iba sí, porque yo oí contar a papá que lo contó. Ese iba a ser su último
año de goma.
Don Gilberto: No, hombre, ése no se iba más nunca. Yo tengo...
Doña Rosa: Este está contra Funes por todas partes.
Don Gilberto: Yo tengo el libro del Dr. Anduze, yo leo mucho, yo me quemo las pestañas
estudiando, en donde hay una carta de los hermanos Benítez, que creo que era Doctor u
Odontólogo, y entonces vino el Dr. Cabrera Malo, abogado que pidió Funes y vino a defenderlo;
entonces los Hermanos Benítez escribieron una carta bellísima, una belleza de carta. Por lo tanto,
¿a dónde iba a ir Funes con la cantidad de enemigos grandes que tenía, que mató aquí, que lo
estaban esperando? A él no le quedaba otro fin que la muerte.
Doña Rosa: Pensaba salir.
Don Gilberto: Los pensamientos de Funes no los sabía nadie, era un Maquivelo, lo que
pensaba no lo sabía nadie. Además, ¿cuál era su escuela? Leyendo a Vargas Vila. ¿Quién era
Vargas Vila?
- Defiéndase doña Rosa, le están ganando…
Doña Rosa: El papel aguanta todo lo que le pongan. Yo oí a papá que le contaba a Nucete que
Funes pensaba salir si le iba bien, se iba a salir. Claro que tenía enemigos, pero no importa, uno se
hace camino.
Don Gilberto: Eso es mentira. Además él sabía que Gómez lo iba a matar, lo iba a agarrar.
- ¿Cuál era el trato que tenía Funes con su gente de trabajo, su personal? ¿Cómo trató al
indígena?
Don Gilberto: Yo le diría esto: al igual que los han tratado todos hasta la fecha. El indígena
fue tratado bien cuando vino la Misión salesiana. Aquí la mayoría se ha enriquecido a costa de los
indios y los árboles. Todo el mundo.
Doña Rosa: Bueno Alberto, pero él no era malo con su personal, según mi papá...
Don Gilberto: No, qué va... Haciéndoles trabajar de sol a sol, de 6 de la mañana a 6 de la
tarde, como esclavos.
Doña Rosa: Pero él no maltrataba a sus obreros.
Don Gilberto: Los azotaba y planeaba
Doña Rosa: ¡Gilberto!
Don Gilberto: Mataba a los doctores, abogados; a los indios los trataba como bestias.
Doña Rosa: A los indios no los maltrataba; claro, los trataba como indios.
Don Gilberto: Mira, ¿por qué mataron a Michelena y Rojas? Por defender a los indios.
Doña Rosa: ¿Y al Dr. Guerra? ¿No lo mataron los indios? A él lo mataron, yo me acuerdo.
Don Gilberto: Eso era antes, los guajaribos, antes de llegar la Misión, ahora no matan
gente.
Doña Rosa: Yo te quiero preguntar: ¿cuál fue la gente del pueblo con quien se metió
Funes?, ¿se metió con tu mamá?, ¿se metió con la familia mía?, ninguna de esa gente habla mal
de Funes.
Don Gilberto: Con mi mamá no se metió, porque mi papá tenía más valor que Funes.
Doña Rosa: No, hombre, si tu abuelita era comadre de Funes.
Don Gilberto: Pero mi abuelita, era mi abuelita, yo no voy a ser como ella.
Doña Rosa: Lo que pasa es que tú le tienes rabia.
Don Gilberto: Claro, yo lo odio, aunque mi abuelita lo hubiera querido.
Doña Rosa: Que tú lo odies, bien pero...
Don Gilberto: Porque yo soy amazonense.
Doña Rosa: Yo también son amazonense, y más amazonense que tú.
Don Gilberto: ¿Que yo?... tú eres Baré.
Doña Rosa: Yo al menos llevo esa sangre y con mucho orgullo. ¿Y tú no la llevas?
- En la Zona Sur, los indígenas Baré, Baniba, Curripaco, etc., ¿sufrieron mucho con la
explotación cauchera? Cuéntenme algo de eso.
Don Gilberto: Aquí pasaba esto: las cuentas del indígena eran impagables. Resulta que
llegaba yo que tenía, por ejemplo 50 obreros, y de esos obreros había 5 ó 6 flojos, o que les tenía
reconcomio, o lo que fuera; entonces yo le decía a otro comerciante: “Mira te vendo 5 obreros”.
Entonces le daba la lista con las cuentas, una suma, por ejemplo de 10.000 Bs., y le decía a los
obreros: “Mire, usted y usted, se van adonde fulanito, ya yo cambié con él”. Y moría el indígena y
quedaba la mujer pagando la cuenta y los hijos pagando, y no pagaban nunca, porque les iba
“avanzando” más. Eran unos esclavos, esclavos.
El que vino a terminar con eso aquí, lo que pasa que dicen que quemó las cuentas y los
libros; el que vino a terminar con eso fue el Gobernador Ildefonso del Moral, ése que ya le dije que
tenía tercero o cuarto año de medicina y que vino de Gobernador, era coriano. Fue el que dijo:
“No acepto más que los indígenas tengan esas cuentas impagables. Todas son canceladas”.
Doña Rosa: Es que habían cuatro caciques en el Amazonas que tenían esto.
Don Gilberto: Cuatro no; había por lo menos… Las Carmelitas con Rafael Federico (Chicho)
y Pedro González y uno que era español, Ramiro Queijeiro, que formaban una sociedad con
Federico Pérez que era colombiano, eran capitalistas industriales; después Carlos Wendehake en
San Antonio; Jesús Mª Noguera en Tamatama; por aquí abajo, los Bustos y los Fuentes.
Ah, debo hacerle notar también a J. V. Rodríguez Franco, ese señor fue el hombre más
intelectual que hubo en la región. Fue Secretario General de Gobierno, lo llamaban a redactar
todas las cartas de gobierno, era muy inteligente, pero muy malo. A esos pobres indios los
explotaba. Y aquí había un árabe que le llamaban “Paraquete”, que decían que sufría mal de lepra
o algo parecido, y tenía una piragua o barco grande a remo, palanca y gancho. Esa gente se paraba
a las 5 de la mañana a remar, y eran las 10 y 11 de la noche y estaba gente bogando, remando, y él
desde el chinchorro decía: “Esta gente sí son sortarios, se les mete el sol y les sale la luna”. Noche
y día remando.
Toda esa gente, amasaron fortunas con la sangre de los árboles y de los indígenas. Yo soy
enemigo de los tiranos, odio a los tiranos. No hay razón, ni derecho para que se le quite la vida a
nadie caprichosamente. En cambio doña Petra es del parecer de tener mano dura.
- Para ustedes: ¿Qué opinión tienen del indígena?
Don Gilberto: Ellos tienen otra mentalidad Ellos por ejemplo: yo veo ese grabador y le digo,
¿cuánto le costó ese grabador?, 500 Bs., voy a hacer lo posible para comprarlo, voy a trabajar, etc.,
para comprarlo. Ellos no, no les interesa. Ahora sí, después de que se civilizan sí. Usted agarra un
indio de 8 ó 9 años y lo prepara, entonces sí, hablan, discuten, etc. Todos esos muchachos que se
prepararon en la Misión en el Pío XI, ahora son políticos: Los Barrios, Mayón.. .los Barrios, vienen
de Guzmán Blanco, del Guainía.
Yo a más de uno le hice esa pregunta. Para mí, el indígena es indolente, es malagradecido.
Yo lo comprobé. Por ejemplo, yo le debo un favor a Usted, y Usted va a cualquier parte por ahí, y
no sólo que Usted me lo manifiesta: “Caramba, yo estoy muy agradecido”. Me recuerda, me hace
un regalo, me escribe una carta, alguna cosa, pero el indígena no. Mire, cuando yo estaba en el
Juzgado yo le hice favores a esta gente, y entonces llegar yo y decirles “Cuánto vale ese bocón o
cualquier cosa...” “Quince bolívares”. “Chico, ¿no me lo dejas en menos?” — “No, no se puede”. El
racional, el que no es de la región responde de otra manera.
- ¿No creen que ellos tienen otra manera de agradecimiento y que sobre ellos pesan los
años de explotación y engaño de que fueron objeto?
Doña Rosa: Los indios piensan que lo de ellos es lo que vale, lo de los demás no.
Don Gilberto: Mire, una vez teníamos aquí una enferma y le hacía falta agua de coco.
Mandé un muchacho a la casa de “X” que me vendiera unos 4 ó 5 cocos con 8 Bs., entonces me
mandaron 2 cocos, y me dicen: “Caramba, compadre...” “Pero señor, dígame cuánto le debo y yo
le mando lo que falta, no desconfíe… El racional no hace así, no se olvida el favor, en cambio el
indígena se cree que usted les ayuda a ellos, porque usted está obligado a servirles a ellos. Y esto
no con los indígenas de los caseríos, sino aquí en el pueblo, que ya han recibido cultura.
Un ejemplo: Yo tengo unas medicinas prescritas por el médico, son caras y tengo que
comprarlas. Entonces viene el otro día mi hija y me dice: “Mira papá, a Fulanita le subió la tensión,
¿por qué Ud., no le manda alguna de sus medicinas?, No sólo se las regalé, sino que le dije cómo
había que tomarlas, etc.
A los 5 ó 6 días me dice mi hija: “Fulanita (la misma), tiene unos aguacates”. “Bueno, vete y
dile que me venda uno”. Unos bichitos así de pequeños, a Bs. 3, cada uno; entonces yo digo, le
hago un favor más costoso y no son capaces de responderte con un piche favor. No podía decir:
“Mira., dile a don Gilberto que yo los vendo a 3 Bs., pero para él se lo voy a dejar a Bs. 1”.
Doña Rosa: Es que no piensan…”
OCHO
Don Gilberto, ex juez de San Fernando de Atabapo, es el prototipo de autodidacta,
sumamente instruido, lector consumado de obras clásicas y modernas, que posee una
conversación fluida, amena y rica en detalles.
Aquí nos presenta sus ideas y anécdotas de una vida ligada a esta tierra y a una época de la
cual sabemos poco.
Don Gilberto: Sobre Funes se oye hablar de varias formas: unos mal, porque tenían algunos
parientes asesinados por él y otros bien por interés o familia, como Antonio Levanti, era cuñado
de él y era amigo de Funes, entonces trataba por todos los medios de defender a Funes… pero
había otras personas, ya porque les había causado daño personalmente o porque les había
quitado la vida a algún pariente de ellos y entonces lo odiaban.
Yo recuerdo por ejemplo, que el ex-prefecto Antonio Acosta Francis, que era a la sazón,
ayudante del Estado Mayor de Arévalo, contó pues que vio el fusilamiento de Funes en la Plaza, y
me contaba que él había ingresado en las fuerzas de Arévalo, porque Funes le había matado un
primo hermano de él; el papá de doña Enma Escobar, el papá de doña Enma, era ese muchacho.
Entonces cuando don Antonio supo la muerte del primo, él era barinés, ingresó a las fuerzas de
Arévalo, para vengarle, para vengar la muerte del primo.
- Sí, hay muchas discrepancias sobre ese personaje…
Don Gilberto: Entonces, yo tengo “El libro de mis luchas” de Arévalo Cedeño: lo que está
allí plasmado en ese libro, yo diría que es fidedigno, que es la realidad. Por lo menos don Antonio
Acosta, sirvió con Arévalo, él está en Puerto Ayacucho, él puede darle unos datos mejor que yo,
porque él vivió esa época, porque yo nací el año en que mataron a Funes, en 1921. A Funes lo
mataron el 30 de enero y yo nací el 21 de febrero. Resulta que yo en lo que puedo aportar, es lo
que me ha contado mi mamá. La noche del 8 de mayo de 1913, eso fue una matanza aquí, por
todas partes estaba minado de cadáveres aquí; los enterraban casi vivos, insepultos, un hoyo por
aquí… por donde se va al cementerio viejo, eso se ha ido aplanando poco a poco. Mataron 400 y
pico de personas esa noche. Eso es una barbaridad. Y la consigna de ellos era que los tales
“revolucionarios” de Funes iban sin camisa, sólo con el pantalón. Entonces yo lo encontraba a Ud.
por la calle, lo tocaba, si tenía camisa lo cortaba, lo decapitaba.
- ¿Era de noche?
Don Gilberto: Sí, y no había luz eléctrica. De manera que esa noche mataron 400 y pico de
personas. Mamá tenía más o menos 15 años, con una amiga de ella que había sido educada en un
colegio de monjas de Caracas, una mujer muy delicada, Dolores Ortiz, que fue la que tejió el
Corazón de Jesús de la Iglesia en hilo de oro. No sé qué se hizo. Bueno, ellas eran coetáneas, y ellas
llevaron la nota de las defunciones, de los muertos de esa noche, llegaron a 300 y pico de los
conocidos. Y había aquí gente ilustre, médicos, abogados, odontólogos, comerciantes y todos
murieron esa noche. Había unos hermanos aquí, en la casa de don Tito Chirinos, los hermanos
Espinoza, eran como cuatro. Bueno, esos muchachos habían llegado con un gran negocio, y ellos
no tenían la menor idea de lo que estaba pasando, y les tocaron la puerta, les abrieron y los
atacaron. Eso lo lamentaron mucho aquí.
- ¿Y en el Centro no se supo nada?
Don Gilberto: Nada, porque una carta duraba para llegar a Caracas 3 y 4 meses. Yo tengo
libros del Archivo Histórico de Miraflores, los del Dr. Samuel Darío Maldonado y le escribía a
Gómez, por aquí por el Brasil.
- Samuel Dario Maldonado fue Gobernador del Territorio.
Don Gilberto: Médico notable, y después regresó y lo nombraron Ministro, como el Dr.
González Herrera. Ese fue el que operó de la vista al papá de Rosa y quedó bien.
- ¿Qué me dice de lo que se acuerda en el plano político: los Prefectos, Gobernadores, etc?
Don Gilberto: Arévalo se quedó aquí, yo oí, pienso que se quedó como ocho días y se llevó,
escogió los mejores hombres para que le acompañaran, porque de aquí peleó en Periquera. El
Secretario General de Gobierno era el papá de estos Henríquez, Oesile, Manuel...
- ¿Secretario de Gobierno de quién?
Don Gilberto: De Funes, incluso en el libro de Arévalo, él pidió que le perdonaran la vida.
Pidió clemencia. Era el Secretario, se llamaba Eliseo Henríquez. Era coriano; muy inteligente el
hombre, muy preparado. Una vez que Arévalo organizó un poco esto, se fue río abajo llevándose
los mejores hombres, incluso a mi papá y al tío mío. Bueno, ellos llegaron a Carreño, hasta
Periquera y pelearon contra Gómez.
Ahora de ahí tengo una anécdota: Papá una noche le dice a mi tío: “¿Qué te parece?
(Ramón se llamaba mi tío, Ezequiel mi papá), mira, tú sabes cómo quedó tu hermana en Atabapo,
un pueblo sin gobierno, esperando parto, te voy a hacer esta proposición: o te devuelves tú o me
devuelvo yo”. “Caramba Ezequiel, eso es peligroso, yo no te acompaño. No, yo no me puedo ir”.
“Bueno, entonces guárdame el secreto, yo me regreso”.
- ¿Se escapó por el río?
Don Gilberto: No, por el monte, sin linterna, sin fósforos, sin nada, sólamente con el fusil y
100 tiros, un máuser de los 71-84. Dieron la orden que donde lo encontraran lo pasaran por las
armas. Pero él llegó sano y salvo acá, le tocó cruzar ríos, comía raíces, frutas, agua y no sé qué más
y llegó a Atabapo. Cuando mamá lo vio, se fue corriendo, no lo reconoció. Yo ya había nacido.
Bueno, después de un tiempo, Arévalo dijo a esa gente: “Regrésense a sus casas”. Regresó mi tío
acá, Eliseo Henríquez también. Pero él no mató a más nadie, sino a Funes y a Luciano López, que
era su segundo y paisano de Río Chico.
- Bueno, y después viene un lío con un tal coronel Méndez…
Don Gilberto: Francisco Méndez, él estaba en San Carlos de Río Negro.
- ¿Era del Gobierno?
Don Gilberto: Ajá, él era del Gobierno. Era andino y estaba en San Carlos.
- ¿Qué recuerda del tiempo de Gómez?
Don Gilberto: Yo para la época de Gómez, cuando muere, tenía ya 14 ó 15 años. Alcancé a
conocer para esa época al Gobernador que se llamaba Jesús Canelón Garmendia, quien figura en
la última revista que Ud. sacó. Era un hombre que medía como 2 metros, tachirense, con una voz
tremebunda, todo el mundo le tenía miedo, el único que le hizo frente fue el P. Bonvecchio. Yo
tuve la suerte de caerle en gracia. Yo vendía mis arepas, y un día pasé por la casa donde vivía él,
entonces voy voceando: “Arepa, arepa”; entonces sale él y me dice: “¿Cómo se llama usted?” y le
digo mi nombre. “¿Y su mamá? “Leomelia”. “Parte una arepa ahí”. Partió la arepa y la llevó a una
de las mujeres (tenía tres mujercitas). “Dígale a su mamá, que yo mañana voy a hablar con ella.
Pero adelántale que todos los días me mande 4 Bs. de arepas todas las mañanas”.
Y al día siguiente fue donde mi mamá: él salía con 15 policías que le llamaban “la sagrada”,
porque había otra policía, la normal, pero esta era especial, con uniformes propios, le decían “la
sagrada”.
Cuando mi mamá, vio llegar aquello, se asustó. “Mire, Doña, vengo a felicitarla por el hijo
suyo. Yo soy su amigo y va a llegar lejos, porque es el único muchacho que trabaja aquí, el único,
los demás son una pila de vagos. Siga portándose así”. El hombre se portó bien conmigo y con mi
mamá también. Pero él era un inmoral, tenía dos muchachitas que había comprado allí en
Ayacucho, en esa época los padres vendían a las hijas. A la otra la trajo de Guayana, se llamaba
Amanda. Tres muchachitas. Dios le libre si alguien le reclamaba algo, porque los amarraba a la
pata de la mesa.
Bueno, él quiso discutir e irrespetar a Mons. De Ferrari. Entonces el P. Bonvecchio lo
desafió. “Usted es hombre igual que yo, sáquese su revólver para que se bata conmigo”. Eso lo
sabe todo el pueblo de Ayacucho.
Bueno, ya últimamente para caer Gómez, él intentó secuestrar a la hija de los Maniglia, una
ahijada de Monseñor, Alicia se llamaba. El mandó a un tipo de la “Sagrada” para que se robara la
muchacha. El hombre se metió armado. Una noche, dispararon de allí, junto a la Misión. Allí donde
está el Parque Humboldt. Esa era la Misión. Allí estudié yo. Bueno, entonces el Padre le disparó y
lo peló. Entonces le disparó Jesús Alvarez, el chofer de los Maniglia, ese le pegó en una mano, y a
las dos de la mañana, eso fue como a la una, salió la lancha del gobierno, la “Amazonas” en una
misión urgente. Y como al mes y medio, el guardia todavía vendado apareció en el pueblo.
Entonces Monseñor aconsejó a sus compadres los Maniglia, para que se asilasen con Alicia en
Puerto Carreño, y cuando a los pocos días muere Gómez, yo estaba en Ciudad Bolívar y me vine en
el mismo barco en que vino el nuevo Gobernador, el General Alfredo Franco, que peleó con
Arévalo y desertó de él. Ese fue el primer Gobernador del régimen de López Contreras.
- En efecto, Arévalo en su libro lo trata de traidor.
Don Gilberto: Ajá, porque el balatá que vendió era del papá de Néstor, de González Hnos.,
que lo decomisó Arévalo; entonces le dieron una comisión a Franco para que lo fuera a vender. Le
gastó la plata y desertó. Por eso Arévalo lo trata de traidor.
- ¿Ese fue el sucesor de Canelón?
Don Gilberto: Sí, y a Canelón Garmendia lo mató un ahijado suyo. Canelón se había librado
dos veces y entonces se fue al Zulia, y el muchacho iba preguntando por él por todas partes.
Entonces, en el Zulia se enfermó y se hospitalizó, tenía el revólver debajo de la almohada;
entonces el muchacho llegó y le dijo: “Ahora sí lo voy a matar, padrino”, y le disparó. Cuando
Canelón trató de buscar el revólver, ya era tarde. Se presentó él mismo a la autoridad y les dijo:
“Soy yo, yo era ahijado de él. Mató a mi papá”. Ese muchacho tenía como 10 años cuando
mataron a su papá en una pelea de gallos. Yo leí eso en la prensa. Aquí no podía meterse, pues
había una sola entrada, la fluvial, y la vigilaba Canelón. El barco que llegara ahí tenía que darle
todos los datos. Así fue la muerte de Canelón.
En ese tiempo se vivía mejor. Porque mire, cualquier pobrecito que Ud. veía rotito y eso,
venía y le decía: “Don Fulano, le vendo una vaca o dos cochinitos que tengo allá”. Mire, el quintal
de maíz, los 50 Kg. de maíz lo compramos nosotros a Bs. 5 en Puerto Ayacucho. Una panela de
esas grandes, a medio o a real; la torta de casabe, así de grande a un real. Entonces vivía mejor la
gente. Se trabajaba la agricultura, la cría, y eso no lo digo yo, lo dice Arturo Uslar Pietri, esa
autoridad. Para esa época un bocón de esos que venden a 12 ó 15 Bs. costaba un real. Y más, toda
esa permuta que se daba: “ahí le mando un bocón, mándeme un kilo de sal”. Pura permuta. Pero
la gente vivía y no había esos pleitos, era todo armónico.
- ¿Ud. recuerda esa zona de enfrente antes de pasar a ser Colombia?
Don Gilberto: Bueno, papá mandaba tumbar para sembrar allá. Todo eso era nuestro,
Amanaven, todo, hasta el 1936 en que lo viene a dejar López Contreras. Precisamente, los
Doctores Andrés Eloy Blanco, Pedro José Lara Peña y Rafael Caldera, fueron los que dejaron oír su
voz en el Parlamento. Andrés Eloy dijo: “Venezuela que nació en los cuarteles y en los vivac ha
perdido la quinta parte de su territorio, sin que se haya disparado un solo tiro”. Y esto lo dio un
General, regalado, las mejores tierras.
- ¿Vino una comisión de límites?
Don Gilberto: Vino, creo que estaba el Dr. Alamo Ibarra creo, y vino también el que escribió
“La Vorágine”, José Eustacio Rivera. Aquí precisamente en Yavita establecieron el campamento. Y
allí recogió los apuntes para la “Vorágine”. A mí me contó eso don Carlos Paláu.
- Después gobernó López Contreras…
Don Gilberto: Sí, seguimos en Dictadura, pero un poquito, como se dice: “el mismo musiú
con distinto cachimbo”, más benigna; entonces los Gobernadores que venían eran como este
Franco, un intelectual, un llanero, pero el hombre era bueno. No presentaba esos castigos que
tenía Canelón. A Franco le sustituyó Del Moral, coriano, que había estudiado medicina. A éste le
sustituye creo, el General Rafael Simón Urbina, y después creo que viene el General Falcón.
Ya desde el Gobierno de López Contreras, se pacificó un poco esto. Antes no se podía salir
antes de las 6 de la mañana, ni pasarse de las 6 de la tarde, había muchas injusticias. Es por eso
que para mí la Paz es un término hueco; yo creo que mientras existan injusticias no puede haber
paz. Todo es hipocresía. Yo no creo en la paz, mientras haya injusticia.
- ¿Aquí hubo gente confinada durante la dictadura?
Don Gilberto: Sí, estuvo González Niño, el Dr. Izaguirre, Carlos Andrés Pérez. Eso fue
terrible. Yo estuve 15 ó 20 días incomunicado por adeco, ahí donde está la Iglesia, durmiendo en el
pavimento, sin dejar que me trajeran una cobija de casa; era Prefecto un andino que había sido
sargento de la guardia. Yo le decía: “Yo soy un hombre joven como usted; me tienen preso, pero
déjenme al menos una almohada”. “No, no, esa es la orden que tengo”.
Comiendo con las manos, sin cucharilla. Entonces yo veo que a estos adequitos que
quieren subestimarlo a uno, como le he dicho a alguno: “miren, ustedes no sienten el Partido, sólo
buscan una posición burocrática, pero no tienen ideal, no sienten eso, pero yo sí, porque yo sufrí
por ese partido”.
- ¿Ud. no oyó hablar de un tal Mr. Ross?
Don Gilberto: Sí. Era un inglés. Eso fue cuando Funes. Yo alcancé a verlo. Era un negrito,
hablaba bien castellano. El primer automóvil que vino a Atabapo lo trajo él, un Ford. El negocio de
Ross era toda esa esquina donde vivían los Henríquez. Ahora la Chicle viene en la década de los 40,
cuando empieza la guerra; entonces el gobierno americano hace un contrato, que le compraba
caucho y le vendía lanchas y remolcadoras. Aquí había una lancha llamada “El Caribe” y otra “El
Caimán”. Usted salía de Samariapo, iba por el Casiquiare, el Orinoco, todo eso lleno de gente;
había médicos ambulantes visitando los campamentos; se metió gente del Brasil, de Apure, de
Guárico. . .Yo era jefe de guarda bosques forestal y se les enseñaba a hacer los cortes. El mejor
corte es el que vino de Brasil, el “espina de pescado”.
- ¿La relación social con los trabajadores también cambió?
Don Gilberto: Sí, porque ya había Inspector de Trabajo que controlaba los precios, y tenía
que venderle la mercancía como estaba en el contrato, sin ganarle mucho, Ud. compraba un
motor nuevecito 22 HP, en 800 ó 1.000 Bs., una bácula por 50 Bs., y los cartuchos baratísimos. Lo
que pasaba era que la gente tomaba mucho, botaba mucha plata. Un tambor de gasolina eran 20
Bs., todo, todo barato y buenos artículos, cada tipo tenía su lancha, pero había mucho borracho...
- ¿Y la escuela, la educación, cómo era entonces?
Don Gilberto: Bueno, no había escuelas. Cuando yo llegué aquí había una escuelita
territorial hasta tercer grado, cuando fui Prefecto, creo que creamos la Junín y así en Maroa y San
Carlos, pero la educación estaba por el suelo.
- Me dijeron que en tiempos antiguos hubo aquí en San Fernando una escuela.
Don Gilberto: Era un tal señor Alcántara, creo que él era larense, y él fundó esa escuelita.
Entonces los papás, los que querían, tenían que pagar, si no tenían que cortar leña para poder
asistir a la escuela.”
NUEVE
Este testimonio nos lo envía el Sr. Juan Rivero G., relacionado con antiguos caucheros de la
época de Funes, y en donde podemos ver la discrepancia sobre el personaje histórico, con
anteriores testimonios y rebatiendo la obra de Alamo Ibarra en su libro “Funes, el terror de
Amazonas”.
Se hace clara la idea que lo malo atribuido a Funes no fue obra de él, sino a sus secuaces y
se justifica su actuar despótico por el ambiente territorial en la Venezuela de Gómez.
“A fines del año 1979, salió a la circulación un libro titulado “Funes el Terror de Amazonas”,
cuyo autor es el Dr. Alamo Ibarra, con prólogo de Manuel Alfredo Rodríguez. Conocemos
perfectamente la trayectoria de tan distinguidos compatriotas como escritores, y no hay duda que
la lectura de este libro, es amena, interesante; pero lamentablemente y en honor a la verdad,
tenemos que decir que en él se ha incurrido en una serie de inexactitudes y hasta falsedades que
tergiversan la auténtica historia del Coronel José Tomás Funes, conocido popularmente como “El
Tigre de Río Negro”.
No culpamos al autor de falta de verdad, sino a las fuentes de información que él consultó
cuando fue Gobernador del Territorio en la década de 1940-1950. Suponemos que aprovechó su
estadía en esta zona para recopilar apuntes sobre las cosas que le contaron personas que ni
siquiera conocieron a Funes, ni estuvieron en el sitio de los acontecimientos.
Nuestras fuentes, en cambio, provienen del señor Pedro Celestino Rivero y de su hermano
Teófilo Rivero (ambos difuntos), estrechamente ligados al autor de este escrito, quienes fueron
entre los años 1915 y 1925 empresarios del caucho, balatá y sarrapia; conocieron personalmente a
Funes y tuvieron trato y relaciones comerciales con él. Otras personas que nos confirmaron la
información recopilada fueron: Matilde Linares, Tobías Angulo, residente en la población de
Maroa, y un señor de apellido Alcántara, que fue maestro en San Fernando de Atabapo, en los
tiempos de Funes.
Seguidamente vamos a comentar unos párrafos del libro en cuestión.
En la Pág. 112 se lee: “El pueblo estaba en zozobra, nadie se encontraba seguro; Picure y
Avispa, los espalderos preferidos del sátrapa amuelan cuidadosamente sus machetes en una
piedra de sacar filo, colocada en el patio de la casa de Gobierno”.
Ciertamente vivían en zozobra y no se encontraban seguros los enemigos de Funes, los que
jugaban sucio y le traicionaban, para esos no había paz, como ocurre en cualquier dictadura del
mundo. En aquella época y en aquellos parajes, tenía que prevalecer la ley del más fuerte; el que
no se espabilaba perdía, y el Coronel Funes se espabilaba. Pero la gente pacífica y honrada vivía
tranquila, centenares de caucheros trabajaban para el Coronel y recibían una paga justa; otros con
más iniciativa, obtenían de él todos los materiales y bastimento necesario para irse a la montaña a
extraer caucho, balatá o sarrapia por la propia cuenta. Sus productos se los vendían a Funes y
recibían en cambio, dinero contante y sonante (fuertes y morocotas). Una parte del dinero
quedaba en manos del Coronel Funes para abastecerlos nuevamente en el momento de volver a
sus faenas.
Esto no ocurría con el anterior Gobernador Roberto Pulido. Los caucheros estaban siempre
endeudados, porque el caucho y la sarrapia que traían no les alcanzaba para pagar el bastimento
que aquel les había facilitado, y cada vez se endeudaban más, con el resultado que sólo trabajaban
para el General Pulido; éste sí era un explotador; y ese fue lo que motivó que Funes con el grupo
de hombres descontentos, armados de machetes y escopetas, derrocara al Gobernador el día 8 de
Mayo de 1913.
Otra prueba de que el “Tigre” no fue tan fiero como lo pintan, lo demuestra el hecho de
que los indios eran los mejores amigos de Funes, lo querían y defendían, avisándole contra
cualquier enemigo o peligro. Podemos citar como ejemplo el caso de Balbino Ruiz, un empresario
del caucho y la sarrapia, rival de Funes, que tenía su asiento en la Isla de Ratón. Un día contrató a
cinco indios, dándoles una morocota a cada uno para que mataran a Funes, pero estos le dijeron al
Coronel: “Nosotros venir a matarte, mandarnos Balbino Ruiz” y le enseñaron las morocotas que
les habían pagado. No obstante, Funes no mandó a matar a Balbino Ruiz y únicamente le pidió que
abandonara el Territorio inmediatamente.
Volviendo al párrafo comentado del libro, debemos aclarar otro error: “Picure” y “Avispa”,
que eran los sobrenombres de dos asesinos, no eran los espalderos del Coronel Funes, sino del
coronel Luciano López, a cuyas órdenes cometían crímenes y fechorías que achacaban luego a
Funes. Ellos fueron quienes meses después, por orden de Luciano López, apresaron y mataron a
Balbino Ruiz cuando éste regresó clandestinamente al Territorio a buscar unas botijas llenas de
morocotas que había dejado enterradas. Cuando Funes supo la muerte de Balbino se disgustó
mucho y le dijo a Luciano: - “Así a traición y cobardemente no se mata a un hombre”. A lo que
contestó Luciano - “Coronel. Ese hombre venía a matarlo a Usted”.
En otro párrafo de la página 128 el autor pone en boca de Funes estas palabras: “...cuando
acabe aquí con los caciques en ciernes, expedicionaré hacia el Centro, tomaré a Caracas y aliviaré
a la República de los déspotas, tal como lo recomienda Vargas Vila, y si se me presenta la
oportunidad iré a Colombia, Cuba, quizás más allá. Entonces si podré levantar la guillotina...”
No vamos a hacer ningún comentario sobre estas supuestas elucubraciones del Coronel
Funes; ya dijimos que el Dr. Alamo escribió su libro basándose en relatos que le contaron; pero sí
vamos a citar aquí palabras textuales que le oímos al Sr. Tobías Angulo, en una oportunidad que
estaba en Caracas: “Funes nunca ambicionó salir del Territorio, ni a ir a tumbar a Gómez; él solía
decir: “Gómez manda en Caracas y yo mando aquí en el Territorio”. De más está decir que esta
misma versión la oímos de Pedro Celestino y Teófilo Rivero, en numerosas oportunidades.
En la página 141 del referido libro leemos: “Funes, que contaba regularmente con un
efectivo de alrededor de ochocientos hombres, había enviado gran personal a lejanas montañas
en busca de balatá, encontrándose a la sazón relativamente solo, con trescientos hombres
acuartelados...”
Falso, Funes nunca tuvo ochocientos hombres; todo su personal llegaba escasamente a
trescientos, de los cuales enviaba la mayor parte a trabajar caucho y balatá. Cuando Arévalo
Cedeño lo atacó la noche del 27 de Enero de 1921, sólo había en la casa-cuartel veinticinco
hombres que formaban su guardia permanente. Estos fueron los valientes que se enfrentaron a
los 192 hombres de Arévalo durante la noche del 27, día 28 y parte 29, cuando se rindió. Si Funes,
hubiera tenido 300 hombres armados y atrincherados, el fusilado hubiese sido Arévalo y no él.
Es de aclarar que Funes no se rindió por cobardía ni por las amenazas de incendiarle la
casa, sino porque Arévalo le mandó emisarios, portando una bandera, a los señores Antonio
Levanti (compadre de Funes) y Guillermo Ros, quienes propusieron a Funes, de parte del
guerrillero, parlamentar con los generales Fermín Toro y Marcial Azuaje; éstos se comprometieron
a respetarle la vida al Coronel y su gente, con tal que les entregara el parque y el dinero.
Y así fue como el Coronel Funes se rindió y entregó las armas. Ya sabemos que Arévalo no
cumplió su palabra y lo fusiló el 30 de Enero a las 10 de la mañana, al pie de un árbol de sarrapia.
Funes no permitió que le vendaran los ojos y cuando le estaban apuntando se quitó el sombrero
de ala ancha y dirigiéndose a todo el pueblo allí presente, gritó: “Adiós, mis amigos”.
En la página 154, hay un párrafo que dice: “En los días que sucedieron, después de
entregarse Funes, ocupóse Arévalo afanosamente en indagar la actuación de Funes durante el
período de su gobierno. Con las declaraciones obtenidas formó un voluminoso expediente”.
Esto es completamente falso. Nuestro hombre, como dijimos, se entregó el 29 de Enero y
el día 30 fue fusilado después de un juicio sumarísimo y si no, que se lo pregunten al Sr. Tobías
Ángulo, quien en esto coincide con el testimonio de los Rivero y de Doña Matilde Linares.
Finalmente, en la página 128 leemos: “Funes pudo marcar una cruz en la tarjeta donde
llevaba la “cuenta” de sus muertos: van quinientos veintitrés”.
Esto lo desmiente el propio guerrillero en la página 173 del libro de “Mis luchas” en el
capítulo titulado: “Mi campaña sobre el Río Negro”. Allí dice Arévalo: “...Ya se había dictado la
sentencia de Funes y proclamado a todos los vientos que los cuatrocientos veinte hermanos
sacrificados por aquel monstruo, al fin recibirían la sanción de la justicia”.
No vamos a discutir con el guerrillero el número de víctimas que él achaca a Funes; pero sí
vamos a afirmar que el 90% de esos muertos cayeron la noche del 8 de Mayo de 1913 cuando el
Tigre de Río Negro, asaltó el cuartel del General Pulido. El otro 10% de los muertos fueron en
realidad en su mayoría víctimas de Luciano López y sus espalderos “Picure” y “Avispa”, Pablo
Mastrachi y otros, quienes asesinaron a personas como Balbino Ruiz, sin el consentimiento de
Funes, quien por otro lado no podía desprenderse de esos matones, porque en cierta forma eran
los que le mantenían en el poder; eran así como los “chácharos” de Juan Vicente Gómez, o la
“Seguridad Nacional” de Pérez Jimenez.
Ciertamente Funes no era un santo, ni inocente de todo lo que pasaba en el Territorio. Era
un dictador y como tal, tenía que mantenerse en el poder como lo hacen todos los dictadores: a la
fuerza y llevándose en los cachos a sus enemigos; pero también es cierto que el Tigre de Río Negro
no era tan fiero como ahora nos lo quieren pintar los escritores modernos.”
DIEZ
El presente Testimonio es Doña América, viuda de D. Carlos Wendehake, famoso
comerciante cauchero, que hizo un viaje a San Fernando de Atabapo después de más de treinta
años de ausencia. La entrevista fue realizada en la casa de D. Gilberto Mendoza, ex-juez de S.
Fernando de Atabapo, el cual también participa.
- ¿Dónde nació usted, doña América?
Doña América: Aquí en Atabapo.
- ¿Cuándo nació usted? ¿en qué año?
Doña América: En 1911 nací yo.
- ¿Hasta que edad estuvo usted aquí?
Doña América: Hasta la edad de cinco años en que murió mi papá. Ahí nos fuimos para el Inírida,
por un caño, porque mi mamá se puso vivir con uno de aquí que le gustaba trabajar y sembrar y
ahí estuvimos unos 6 años. Estuvimos aquí algún tiempo y entonces nos íbamos para el Guaviare y
llegamos allí donde dicen Mariposa, donde se ahogó el papá de la hermana mía. Carlos
Wendehake vivía ya con una hermana mía y nos mandaron a buscar y nos mudamos para allá y
allá nos criamos.
- Usted nació en el año 11. Funes murió en el 21. ¿Usted se acuerda de algo?
Doña América: Sí, yo tenía unos 9 años, estaba en la escuela y la maestra se llamaba Dolores Ortiz.
- Cuando mataron a Funes, ¿la gente fue a verlo a la plaza?
Doña América: No. Estábamos trancados. Mi mamá nos trancó. No nos dejó salir. Eso eran tiros
por todas partes, porque no podían sacar a Funes de allá, no querían entregarse. Fue Antonio
Levanti, el que los buscó y después lo mataron a él y a otro que llamaban Picure.
Don Gilberto: No, a Picure lo mataron en Atures, en una Isla que le pusieron Picure. Al que
mataron aquí fue a Luciano López.
Doña América: No, pero yo creo que mataron a otro además.
Don Gilberto: No, sólo mataron a dos.
- ¿En ese tiempo don Carlos Wendehake ya trabajaba en San Antonio?
Doña América: Estaba haciendo el fundo en San Antonio. Pero ellos tenían las barracas en Yagua.
Después de la muerte de Funes, nos fuimos p’allá y allí estuvimos hasta el fin, ya estábamos viejos.
- ¿Trabajaban allí el caucho y el balatá?
Doña América: Se trabajaba en el Ventuari, en el Mavaca...
- ¿Cuánta gente tenía allí don Carlos?
Doña América: Tenía bastante gente. El sacó mucha plata, pero como él no sabía cuidarla lo botó
todo. Sacaba balatá bastante, las planchas llegaban al techo. Cuando tenía una carga salía p’a
Ciudad Bolívar.
- ¿En qué sentido no lo cuidaba?
Doña América: Porque al vender, lo gastaba en beber, en mujeres, etc. Se murió y no le quedó
nada. Nosotros quedamos limpios.
- ¿De dónde era él?
Doña América: El papá era corso, francés, pero él nació en Ciudad Bolívar y se crió en Trinidad. El
vino aquí con el cuñado de Reyes, después se fue el cuñado y se quedó él.
- ¿Y con Funes tuvo alguna relación comercial?
Doña América: No, no tuvo ninguna relación.
- ¿Tenía aquí en San Fernando algún comercio?
Doña América: No, todo allá en San Antonio.
- ¿Y con Manaos no comerciaba?
Doña América: Un solo año fue a Manaos, trajo mercancía y corotos.
- ¿Con qué grupo indígena trabajo él?
Doña América: Con Maquiritares y Puinabes. San Antonio era un pueblo, tenía trapiche, hacía ron,
tenía alambique.
- ¿Hasta dónde llegaron trabajando?
Doña América: Hasta el Mavaca. En Tamatama estaba Noguera.
- ¿Cuándo muere Noguera?
Doña América: En el 46 más o menos.
- ¿Y don Carlos?
Doña América: En el 42 ó 43.
- ¿Don Carlos fue Prefecto de Ayacucho?
Don Gilberto: Sí, en el 40 y Noguera, Jefe de Policía.
Doña América: Pero él no vivió mucho en Ayacucho, él iba y venía, vivió como un año solo. Iba y
volvía.
- ¿Qué me dice de él como persona? ¿Era bueno, amable, duro de carácter?
Doña América: No, era bueno; gente que llegara a su casa, lo atendía muy bien, le daba comida,
bebida y ponía fiesta en la casa, bailábamos. No era de esas personas secas. Todo el mundo lo
trataba y lo quería.
- ¿También los trabajadores?
Doña América: También, todos. Todavía en Ratón quedan 2 hombres que fueron personal de él.
- ¿Y cuándo murió don Carlos, ustedes se regresaron?
Doña América: Nos fuimos p’al Cunucunuma con los Maquiritares a hacer mañoco. Los indios que
iban con nosotros trabajaban con Carlos y nos decían que había oro. No era oro, era mica que
brillaba y parecía oro. Estuvimos 15 días caminando. Antes no teníamos miedo. Ibamos lejos a
buscar seje por esas sabanas, con catumares. Ahora ya no me atrevería.
- ¿Ud. recuerda a algunos comerciantes? ¿A Sulbarán?
Doña América: Ese no trabajó balatá. El tenía negocio. Noguera sí trabajó, Pérez Franco tampoco
trabajó balatá, él tenía un ganado en la Esmeralda; el que sí trabajó fue Mr. Paúl y Salomón Kazen,
que era turco, creo, por el Casiquiare en Capiwara.
Don Gilberto: Sí, él vendió todo a González Hnos. y se retiró.
Doña América: Entonces había mucho movimiento
Don Gilberto. Entonces no había aquí ningún apellido indígena, todos eran de afuera: Ahora hay
Guinare, Gavilán, Yavinape. . . antes no.
Doña América: Antes había gente. Antes no había voladoras, era todo piraguas con ganchos, cabos
y palanca.
Don Gilberto: Había que pasar por el Tuparro y Maipures con un carro de bueyes, la mercancía se
pasaba así por los raudales. Así se pasaba el caucho. Cataniapo se usa cuando viene Aguerrevere,
pero antes era Maipures y Tuparro.
Doña América. Aquí cuando mataron a Funes, había muchos negocios.
Don Gilberto: Había cerveza alemana, mercancía fina, perfumes finos.
Doña América: La gente era mejor, cariñosa, atendía a uno. Ahora no. Era educada. A Carlos no le
gustaba que dijeran una grosería, ni en el puerto los marineros. También a nosotros nos criaron
así. Ahora no.
- Sin embargo, estos tiempos tenían sus aspectos duros. ¿No le parece?
Don Gilberto. Sí, pero merecía la pena, porque había dinero. Había oro. Aquí había en la casa de
juego, tipos con el sombrero lleno de morocotas jugando naipes, gallos, etc. Le daban a una
señora una morocota para que le hicieran un chocolate. El precio de la morocota eran 20 pesos.
20 por 4 serían 80 Bs. Ahorita serían unos 3.000 Bs. Aquí no se habla de bolívares, sino de pesos.
20 Bs. eran 5 pesos. Se hablaba sólo de pesos.
- ¿Eran pesos de Colombia o de Venezuela?
Don Gilberto: De Venezuela, era la moneda popular.
- ¿Don Carlos no tuvo nunca problemas con otros comerciantes?
Doña América: No, él era amigo de todos, de Chicho González, de Noguera, de Sulbarán, de Mr.
Paúl, todos eran amigos.
- ¿Y de los indígenas?
Doña América: Lo querían mucho.
- ¿Ahí en San Antonio, vivían los trabajadores mientras no trabajaban el caucho?
Doña América: Todos vivían ahí, todos tenían su casa con sus mujeres. Iban a trabajar los hombres
y se quedaban las mujeres. Se quedaban sólo las mujeres. Sólo las mujeres con algún pescador.
Entonces no había indios como ahora. En Yagua no había indios, ni arriba de S. Antonio, tampoco.
- Cuando murió don Carlos ¿Ud. se fue?
Doña América: Ahí me bajé p’a Ratón donde estuve como un año y de ahí me fui p’a Caracas. De
ahí después de 33 años volví ahora.”
ONCE
Esta conversación se realizó en una de esas bellas noches atabapeñas entre varias personas
que poco a poco iban desgranando recuerdos de lo que ellos o sus mayores habían vivido en la
época cauchera. Entre ellos recuerdo al Sr. “Guaricho” Moreno, al Sr. A. Rivas, al Sr. Piñate y otros.
- Esa época de Arévalo, cuando nosotros estábamos huyendo, yo estaba con mi
muchachito de unos 10 años, por ese monte, huyendo hasta las cabeceras de los caños. Los tiros
se escuchaban como si fuera ahí.
- ¿Por qué huyeron ustedes?
- Cuando vienen por allí y se toparon con los del Gobierno, nosotros estábamos en San
Carlos. Cuando oyeron esos tiros, unos cogieron p’abajo, otros p’arriba, o si no p’al monte,
corriendo y caminando pomo un danto. Por la noche callados y amurrungados en el chinchorro.
Parecía que nos venía la gente por ahí. Estuvieron como una semana.
- ¿Cuántos años tenía usted?
- Bueno, yo tenía como unos 11 años. Antes no había Padre, ni Gobierno y no se asentaban
en los libros.
- ¿Quién gobernaba en San Carlos?
- El Prefecto era el finado Davalillo, coriano.
- ¿Y después que creció, qué hizo?
- Allá me crié yo; cuando vengo p’acá ya era hombre, en el 53-54.
- ¿Ud. trabajó el caucho?
- El caucho lo vine a trabajar por el 40, con la Rubber. Lo otro ya no lo conocí.
- ¿Y su mamá no le contó nada?
- Mi mamá fue la que nos crió. Nos contaba que teníamos que ir a trabajar p’a poder
comer. La verdad que en esa época como que eran esclavos, tenían que llevarlos forzosamente a
trabajar, quisieran o no quisieran, y el que no quería era plan por el rabo. A juro, p’a pagar las
cuentas. Si tenían un hijo, al morir, pasaba la cuenta al hijo y si éste moría pasaba la cuenta a la
mamá, y esa pagaba la cuenta hasta que el hijo podía trabajar y estaba hombrecito. Siempre se
estaba trabajando y nunca se lograba pagar, se moría la gente y nunca lograba pagar. Mi abuela
me decía que ella vió a la gente marcada con hierro todavía, como si fuera una bestia.
Era una época dura. Y no sólo nosotros. Todo el mundo, todos tenían su patrón. Si yo no
quería trabajar con Usted, si Usted aceptaba me vendía al otro patrón como vender un animal. Y le
pasaban la cuenta. “Tantos bolívares me debe el señor”. Y así podía cambiar. Pero nunca
terminaba de pagar. Yo recuerdo cuando Gómez, el finado Santana Tovar era Prefecto. Había
presos encadenados, el difunto Lara, el difunto Carrasquel y había como 20 presos zampados allá.
El finado Santana mandó a unos hombres a botar esos grillos al pozo más hondo de San Carlos. Los
presos entonces eran bajo llave, con grillos, no como ahora que comen tranquilos. A trabajar de 6
a 12 y de la 1 a las 6 de la tarde, trabajando a puro pico. Antes para robar o hacer daño lo
pensaban bien. De ahí fuimos p’arriba, p’arriba, hasta que cambió la cosa.
- ¿En qué trabajaban después?
- El chicle, el pendare, la fibra...
- ¿Qué empresarios conoció usted?
- Los de esa época eran Arvelo, Clemente Calderón, el papá de esos Calderón.
- ¿Ud. oyó hablar de Bustos?
- Por ahí queda algún retoño de ellos en Ayacucho, ese era el más grande comerciante
cauchero, balatero, de toda vaina, era el que daba vida a San Carlos. Todo el pueblo estaba con
ellos.
- El problema es este. Ustedes dicen por una parte, “se le daba vida al pueblo”, pero por
otra parte, era esa gente la que esclavizaba al pueblo. Todo eran comercios, había vida, pero todos
trabajaban como esclavos. ¿Cómo es eso?
- Cada quien tenía su personal. Naturalmente que agarraban a los indígenas y los hacían
trabajar. Tenía que ser así. A los indígenas que maltrataban eran los maquiritares, los otros no
salían.
- ¿Y los Curripacos, Baré, Guarekena?
- Bueno, esos eran ya trabajadores antiguos de ellos. Ellos eran civilizados. Toda esa gente
era personal.
- ¿Y con quién trabajó usted el chicle?
- Con Arvelo y Calderón. Pero eso era a última hora, los años 40 y 50. Eso, ya uno iba a
trabajar si quería. Nadie lo obligaba.
- ¿Pero se “avanzaba” también?
- Sí, se avanzaba lo que uno quería y después pagaba. Uno avanzaba 1.000 Bs. o lo que
quisiera, en ropa, comida, etc., entonces al final se arreglaban cuentas, porque Ud., no se iba hasta
que arreglara la cuenta. Si quería seguir trabajando con él, seguía trabajando.
- Eso ustedes, pero los indígenas hasta hace poco les avanzaban...
- Sí. Y no les daban plata, sólo mercancía y cara y nunca terminaban de pagarla. Ahí estaban
los Henríquez, los Patiño que seguían con el sistema antiguo robándole ahí; pagaban pero le
decían al indígena: “Ud. está debiendo tanto”. Y tenía que volver el indígena a trabajar.
- ¿Quiere decir que ese sistema de avance continuó también en esta segunda etapa?
- Cómo no, continuó. Si debíamos teníamos que agarrar nuestra magalla y arrancar p’al
monte a trabajar hasta cancelar y ellos entonces ya no trabajaban más. Ahora ellos ya tienen
mucho dinero. Tienen casas, tienen carros. Ya están ricos.
Todos los ricos: Maniglia, con la madera, los aserraderos. Antes tenían “regatones”, cuando
iban recogiendo y vendiendo por los ríos. Ahí estaban Paraquete, la Madama Saba y muchos otros.
Yo me acuerdo aún que Pérez Franco estaba en un sitio del Casiquiare llamado Buenos Aires, y
después fue a la Esmeralda, y de ahí los Guajaribos lo corrieron. Después fue p’a Ayacucho. Bajó
todo el ganado.
Pues sí, esto me parece un sueño el pensar y recordar eso. Como si no fuera realidad, uno
no se da cuenta. Yo me pongo a ver que Venezuela ha adelantado mucho de unos años para acá.
Todo el mundo tiene su casa, come bien, y todavía decimos que estamos arruinados; buenos
pantalones, buenas camisas, lo que nos falta es la corbata. Hoy a los trabajadores, el Gobierno les
da zapatos, pantalones, camisas, toda vaina, nunca se había visto esa vaina. Antes, si tenías,
tenías, y si no, adiós burro. Algunos dicen que esto está malo; mala aquella época. P’a ir p’a
Ayacucho había que hacerlo a canalete. Y caimanzotes que había en esas playas. Esa vaina era una
esclavitud.
- Ud. llega a San Fernando en los años 50, en cambio usted, llegó mucho antes.
Sí, yo llego de muchacho.
- Dígame más o menos las casas más importantes, los comercios de San Fernando para esa
época.
- Había casas muy bonitas antiguamente. En la esquina donde está la Prefectura, estaba el
comerciante Sulbarán, caraqueño, muy rico. Se le quemó todo el comercio. Ahí vino la primera
ruina del pueblo.
- ¿Se le quemó o se lo quemaron?
- Según dicen se lo quemó un tal Caldera, que era coriano. Donde D. Tito Chirinos vivía
Paraquete, y en frente vivía Mr. Ros, un inglés. Donde está Fadel, estaba Sinforiano Orozco.
DOCE
Entrevisto ahora al Sr. Blanca Yépez, un trabajador contratado en Guayana para trabajar
sarrapia y caucho en el Amazonas. Nació en Upata (Bolívar) en 1907. Nunca más regresó a su
tierra.
- ¿En qué año llegó usted a Amazonas?
- En el año 41, vine de Bolívar por barco, en una lancha llamada “Colombia”, el conductor le
llamaban “Papaíto”, no sé el nombre. En Caicara hicimos una huelga, pues nos estaban tratando
malo.
- ¿Y a qué venía al Amazonas?
- Veníamos a trabajar caucho, nos traía un empresario llamado Pedro Lugo.
- ¿De qué compañía eran?
- De la Rubber. En Caicara hicieron llamar a la Policía y nos embarcaron otra vez, fue
porque en Mapire nos dijeron que iban a matar una res, pues nos daban puro frijol. Cuando
llegamos resulta que no mataron nada. Dormíamos a 20 m. de la orilla, pues el barco no llegaba a
tierra. Bueno, y llegamos a Puerto Ayacucho.
- ¿Cuántos habitantes tenía Ayacucho?
- No había muchos. Los caciques eran los Maniglia, más nadie. Era el negocio que había. Allí
formamos otra huelga. Nos condicionaron p’allá donde estaba el hospital viejo, allá abajo. Le
dijimos al Gobernador que era de apellido Medina, un hombre bajito. Nos llamaron a la
Gobernación y nos dijeron que por qué no íbamos a trabajar con el Sr. Pedro Lugo. Le dijimos que
el hombre nos ofreció esto y esto, nos ofreció estas cosas y no cumplió, por eso es que no vamos.
El otro día, también a la Gobernación y nada, “que nosotros no vamos a trabajar”. A los 9 días de
estar con eso, nos dijo el propio Gobernador: “Bueno si no van a trabajar con este hombre a
cumplir su trabajo, su misión que traen, tienen que volver a su tierra inmediatamente”. Y nosotros
le dijimos: “Sí señor, pero tenga presente que nosotros no somos ningunos extranjeros, para que
nos estén disputando la patria a nosotros”. De ahí nos fuimos y al poquito llegó un policía:
“Acompáñennos a la Gobernación”. Nos dieron 1.000 Bs. y el pasaje en una lancha llamada “Santa
María”.
- ¿Para ir a dónde?
- Orinoco abajo, para el pueblo de nosotros, p’a Bolívar. Nos embarcamos y llegamos a
Puerto Páez. Ahí había la bulla de la sarrapia y ahí nos quedamos unos cuantos. El empresario ese
año era Oswaldo Alcalá, ese que tiene el cine en Ayacucho, ahí nos quedamos unos doce hombres,
a trabajar sarrapia. Yo me fui con un colombiano llamado Erasmo Arias.
- ¿Por qué zona estuvieron en la sarrapia?
- Por Aguamena. Con ese colombiano estuve hasta un punto llamado Secretico. Ahí paré yo
mi quintal de sarrapia, porque le tenía mucho miedo a las garrapatas. Había garrapatas en
cantidad.
- ¿A cuánto pagaban la sarrapia?
- A 150 Bs. el quintal. Yo lo que iba debiendo era un saco, dos tortas de casabe y dos
papelones que le había quitado, más nada. Bueno, de ahí nos salimos el mes de febrero. Anduve
por ahí. El año 42 llegué ya a Atabapo con un empresario llamado Juancho Bolívar. Aquí lo que
había eran catorce casas: estaban los Piñate, los Betancourt; aquí donde está la Iglesia estaba el
finado José Inés, el viejo Luzardo, estaba la Sra. Julita Flores, el compadre Laureano Bueno, la
mamá de Ramón “Chipiro”, y por estos lados de Maracoa estaba un señor llamado Leoncio y la
mamá de Juana Ruiz. Eran catorce casas lo que había, más nada. Con la goma se fue poblando,
poblando, hasta el final que tiene, pues.
- ¿Hubo un florecimiento de la goma?
- Sí, la goma empezaron a trabajarla el 41. Porque ya la habían trabajado, pero cuando
Funes. En esta época floreció otra vez. Estaba la compañía Rubber.
- ¿Y quiénes eran los contratistas más importantes?
- Bueno, había un contratista de Brasil, se llamaba Luis Matos y otro llamado Coímbra, que
traían hasta 300 personas… y de aquí los más importantes que había eran el finado Carlos Prato,
los Maniglia, los demás eran gente de 25 ó 30 obreros. Lo que había eran Sub-empresarios. Porque
Ud. era un empresario grande y entonces me daba a mí, para que yo buscara gente. Bueno y hasta
el presente, todos los compañeros míos se regresaron y sólo quedamos cuatro.
-¿Para quién trabajó usted la goma?
- Bueno, trabajé para Juancho Bolívar y después para Eloy Fajardo.
- ¿Y cómo hacían para buscar gente?
- No, yo no buscaba gente.
- Pero los que iban a buscarla, ¿cómo hacían?
- Bueno, pues iban a Puerto Ayacucho, después iban a Río Negro, ahí había mucho indio. La
mayor parte eran indígenas.
- ¿Los obligaban?
- No, no. Les daban real, corotos; y después eso había que pagarlo con la goma que uno
sacaba. Uno pedía... Así por ejemplo, a mí me daban, vamos a suponer 1.000 Bs. Del producto que
yo sacaba, yo tenía que devolverlos, además de la comida que yo me comía en el trabajo.
- ¿Y esa cuenta, se pagaba fácilmente o lo engañaban?
- No, no. Por lo menos con los que trabajé no me engañaron.
- Sí, pero usted sabía contar, ¿y los indígenas que no sabían?
- Tampoco, porque en esa época, casi nadie quedaba debiendo. Era muy raro el que
quedaba debiendo, y eso era porque se metía en grande. Yo me metí con Eloy Fajardo, sin
hombres, lo que llevaba era mi persona y una mujer que cargaba. Me metí a 3.000 Bs.
- ¿En cuánto tiempo lo sacó?
- En ese año mismo, en seis meses de trabajo; paré 15 quintales de goma, ahí en San
Antonio del Orinoco.
- ¿A cuánto pagaban el quintal?
- A 180 Bs. la goma fina y a 150 el sarambí, lo que se cuajaba. La que esfumaba uno era la
fina.
- ¿Cuánto solía pesar cada “bolón”?
- Bueno, lo que uno quería sacar: 50 ó 60 Kg, según como uno lo podía manejar, y si no se
le aflojaba el palo, pues si se le aflojaba ya era muy difícil.
- ¿Por cuáles zonas trabajó?
- Yo trabajé el primer año por el Casiquiare. Mosquitos en cantidad. Yo tenía una
barraquita p’adentro. Yo esfumaba la goma, p’a que los mosquitos no me persiguieran tanto,
trabajé un solo año por allí, el segundo y tercer año trabajé p’a Eloy Fajardo por San Antonio del
Orinoco.
- ¿Dónde estaban las “manchas” de árboles más fuertes en esa zona?
- Bueno, en Cariche, el Mango y Temblador. En San Antonio no había mancha.
- ¿Y por cuánto tiempo iban por ahí?
- Nos metíamos en noviembre y salíamos en marzo. Casi unos seis meses, a veces salíamos
en Abril.
- ¿Y usted sólo?
- Bueno yo era personal; los que salían 50 ó 60 eso se llama subempresarios ya. Que Ud.
era empresario grande y le daba mercancía, le daba real, le daban provisión, p’a que usted fuera
buscar gente p’a que trabajara. Pero con la condición que Ud. entregara ese producto. Por
ejemplo, Ud. me daba una cantidad, y el producto que se recogía, me lo entregaba a mí.
- ¿Cómo vivían? ¿Hacían sus casas?
- Hacían sus barraquitas, eso era como un pueblito de indios, donde iba el sub-empresario,
barraquitas y barraquitas por la orilla. Había gente que venía con 20 ó 30 quintales, cuando tenían
muchachos ya grandes, y trabajaban con ellos.
- ¿Moría mucha gente entonces, por enfermedades o picaduras?
- Por sarampión. Hizo una cosecha, carajo, que casi que acaba a los brasileros. Los
brasileros no se acabaron mucho, pero a ellos les dio muy fuerte. Hasta a mí me iba matando. Fue
en el segundo año de la goma. Me pegó como el 15 de diciembre y pude volver a trabajar como el
10 de Febrero.
- ¿No había Paludismo?
- No, muy poco. Sarampión sí mató mucha gente. Por aquí mismo arriba de Macuruco, por
ahí hay como cuatro enterrados que los mató el sarampión.
- ¿Qué relaciones había con las comunidades indígenas?
- Los Maquiritares trabajaban con los “racionales”, Piaroas muy pocos, porque esos
estaban muy mañosos todavía. El indio más abundante era el maquiritare, el curripaco, el puinabe
y el guajibo. Ellos trabajaron mucho. Los Piaroa y los Maco salieron de 15 años para acá.
- ¿Qué diferencia había en el trabajo para las diversas gomas? ¿Agarraban lo que
encontraban o cómo hacían?
- No, cuando uno iba a trabajar goma, era goma nada más. Pendare, era pendare nada
más. El pendare se trabajó más tarde, de 15 años a esta parte. El chicle sí se trabajó en aquella
época. Salía uno de la goma y se metía p’al chicle; bueno los que quedaban debiendo.
- ¿Cuál era la zona del chicle?
- Por el Ventuari, de las Carmelitas p’arriba.
- ¿Y el balatá?
- De las serranías hasta el Cuchivero.
- ¿Qué diferencia hay entre la goma y el balatá?
- Bueno, que el balatá es un palo muy grande, y hay muy poco.
- ¿Daba muy poco?
- Daba mucho. Un palo daba hasta seis o siete galones. Pero había poco, como el pendare y
el chicle. Era por manchas. Cuando Funes esguazaron muchos árboles con hacha y entonces había
poco. Porque en esa época se trabajaba con tumbao: tumbaban la mata. En cambio ahora se
suben con espuelas y descalzos. Los indios subían descalzos hasta el cogollo, desde la pata del
árbol se iba subiendo hasta la horqueta.
- Hablemos de política un poco: ¿Cómo fue la dictadura aquí?
- Bueno, no pegó tanto como en el centro, porque la política se daba allá. Vino mucha
gente confinada. Cuando cayó la Dictadura aquí había un confinado de apellido Figuera; lo había
venido a buscar la policía desde Caracas, cinco o seis. El se metió en la Iglesia, en el confesonario
¿Quién lo iba a sacar de ahí? Nadie. Yo estaba de policía y me pusieron a cuidar esa puerta. La
prefectura estaba donde están las Hermanas. De aquí lo sacaron, no recuerdo cuál padre estaba
aquí, creo que era el P. Vernet, y lo sacaron embatolao, vestido de cura por la puerta principal,
entre el cura de aquí, un padre colombiano y él. Al otro día nos enteramos que había escapado
para el Vichada. Teníamos orden de disparar si se oponía.
- ¿San Fernando creció mucho en ese tiempo?
- ¿No le dije? San Fernando tenía cuando yo llegué unas 60 personas, después se fue
poblando cuando se vino esta gente de Maroa, San Carlos y esos caseríos.
- ¿Había gente de afuera?
- La mayor parte de la gente que venía a trabajar era de afuera, de Bolívar, Caicara,
Guárico, Apure y otras partes.
- ¿Y extranjeros?
- No, puro venezolanos.
- ¿Y norteamericanos?
- Bueno, americanos, los grandes, los empresarios que daban los créditos.
- ¿Venían por aquí?
. Sí, venían, eran los que buscaban empresarios y los llevaban a Ciudad Bolívar, firmaban los
contratos y les daban reales, la mercancía. Una escopeta valía entonces 60 Bs. una Winchester. Ahí
fueron que vinieron los primeros motores, antes era puro canalete. Después del otro lado vino la
Compañía “Aída”, colombiana. De aquí iban todos los productos para allá en Catalina, en avión. El
contrato grande lo tuvo ahí Nepo Patiño, él tenía desde la Boca del Vichada hasta Maripitana. Esa
era gente y subempresarios de Patiño. Los productos eran pendare y fibra.
- ¿Después vino la época de la fibra?
- Sí, la fibra. Yo trabajé un solo año con Patiño, por Colombia.
- ¿En Venezuela se trabajó mucho la fibra?
- Si se trabajó, hubo una Cooperativa aquí en Atabapo, ahí donde vive Ignacio Acosta, pero
el administrador, cuando tenía toda la plata la agarró y se fue p’a Colombia con todo el dinero y
dejó todo eso botao.
- ¿En qué año fue eso?
- Como en el año 63.
- Cuando se acabó esa fiebre del caucho y del chicle, ¿qué hizo toda esa gente?
- Bueno, cada uno se fue yendo, y los que vinieron después se quedaron viviendo aquí. Por
aquí no quedó gente de aquella. Nosotros éramos 55 hombres y 70 mujeres y de esa comparsa
sólo quedamos cuatro.
- Pero en Bolívar también trabajaron caucho y purguo
- Ah, Purguo, ése era el balatá. Yo no llegué a trabajar, ni lo conocía, lo conocí aquí. Mi
papá sí trabajó, ganaron mucha plata; mi papá fue espaldero del General Zapata.
- Y Ayacucho ¿Cómo era entonces?
- Mire, esa Avenida Orinoco de ahora, eso eran guayabales. Lo que había era la casa de los
Maniglia y dos camiones de ellos. La Misión estaba allá abajo donde se quemó, era una hilerita de
casas de bahareque nada más.
- En cuanto a la población indígena, ¿Había muchos indígenas por aquí en la época en que
usted llegó?
- No, por ahí no había nada. Después fueron saliendo con lo de la goma y le fueron
haciendo esas comunidades tanto del piaroa como del guajibo, sobre todo del guajibo, que venía
de Colombia. Después esa muchachada que iba naciendo, eran venezolanos, pero los propios, los
antiguos eran colombianos.
- ¿Y por aquí, por Atabapo?
- La misma cosa. Había indios, los mismos que ahora. Los que sí estaban los de Minicia,
donde estaba el finado Correa y en Macuruco y Patacame. Los demás estaban en los caños,
adentro en sus caseríos. Santa Bárbara, eso estaba acabado. Eso se vino a fundar con la goma, lo
vino a fundar el finado Alencar, trajo un ganado y de ahí para acá cobró auge. De San Fernando a
Minicia, no había gente, de ahí a Santa Bárbara, de ahí a Macuruco y de ahí a Tamatama, donde
vivía el finado Noguera.
- ¿Y en el Casiquiare?
- Tampoco había gente, sino en Capiwara. Ahí era cacique un tal Paúl; y en San Antonio
estaba Wendehake; en las Carmelitas estaba Chicho González, él murió en ese tiempo en que
llegué yo. El también trabajó goma, el balatá, el chicle, ese sí era cacique; el café y la ración de
mañoco se lo daban a los indios por la cocina, por un hueco. No se reía. Era bueno pues, rígido. Se
lo pasaba encerrado.
TRECE
Entrevista realizada a Don Nepo Patiño, antiguo Empresario del chicle y de la fibra.
Interesante por la visión que da desde un ángulo de observación distinto al del indígena y aporta
datos interesantes sobre esa época.
- ¿Cuándo llegó usted por estas tierras?
- Yo llegué el 31 de enero de 1939 a Puerto Ayacucho. Un pueblo de pocos habitantes. El
único comerciante que había era don Juan Maniglia, era el único, que tenía dos o tres carros para
llevar a Samariapo; ya estaba la carretera. Ayacucho era más pequeño que Atabapo ahorita. En
Ayacucho había un señor de la familia de mi mujer llamado Pedro López, que trabajaba en la
Oficina de Identificación. Entonces me dijo de una vez que sacara los papeles. Saqué los papeles y
así me llegué a Amanavén.
- ¿Amanaven era Colombia ya?
- Sí, era Colombia ya, pero ahí no había nada, nosotros fuimos los que fundamos, los de la
Policía Nacional. Bueno, ahí hicimos cada uno nuestras casuchas, éramos 4. Al rato nos dijeron que
hiciéramos entre todos el Cuartel, una casa grande, después vino el Corregidor. Y ahí, cuando
pasamos aquí estaba don José Inés Sué, que era el único que tenía comercio, vendía ropa y
víveres. Estaba Laureano Bueno, Doña Crucita. Pocas eran las casas que había.
- ¿Cómo vivía el pueblo entonces?
- Bueno, aquí no había trabajo de ninguna clase, había mucha caza, mucho pescado. Hasta
el 40 no había Guardia aquí, había un policía. El papá de doña Rosa era Prefecto y tenía unos pocos
policías, D.Brígido, Ramón Gómez… Se pasaba mercancía de aquí para allá; yo traje mucha
mercancía de Carreño. Se vendía tela, en aquellos tiempos se vendía una yarda de tela a 2 Bs. El
peso valía 5 Bs. Nosotros los de la Guardia Nacional, recibíamos la paga directamente desde
Bogotá y tardaba hasta 5 meses por el Meta hasta Carreño. Un pantalón costaba 2,50 ó 3 pesos.
Un taco de dinamita costaba en Carreño 20 centavos.
- ¿Para qué usaban la dinamita?
- Para la pesca. Antes se echaba dinamita para recoger pescado. En aquel tiempo no había
prohibido nada, ni tampoco estaba prohibido, ni la entrada p’acá, ni p’allá. Se llegaba a cualquier
hora de la noche. Nosotros nos abastecíamos por medio del correo que bajaba por los raudales.
Don Julio César Baldomero era el correo; tardaba hasta 30 y 40 días. Comprábamos a don José
Inés el melao, pues azúcar no vendían por acá. La sal valía, 4,50 pesos valía un buche de sal. Ya por
ahí, por el año 41 viene ya la Chicle Development Co. de Pacheco. El producto lo llevaban para
Nueva York. Ahí recibí yo un contrato y puse gente a trabajar. Yo todavía era de la Policía Nacional.
Después me dio dinero.
- ¿A quienes les daban créditos?
- A empresarios y a indígenas. Cuando llegó la Chicle, ya hubo trabajo para todos, todo el
mundo se ocupó, vinieron contratistas de aquí y de todas partes. Empezó a verse mucho dinero.
- ¿A cuánto pagaban la tonelada?
- No recuerdo a cuánto.
- ¿Y el chicle cómo lo recogían?
- El chicle se recogía en panelas, en unas marquetas o gaveritas. El chicle se recogía en
invierno y por las mañanas, el masarandú y el capure también. Llegaban hasta septiembre, porque
en verano ya no baja la savia. El chicle masarandú es un látex muy espeso, se recogía en
petaquitas; en ese tiempo no se usaba cuchilla o faca, como dicen en Brasil, sino que le daban un
par de espuelas y una guaya para poder subir. Había hombres que sacaban bastante. En ese
tiempo había bastante chicle, bastantes matas. Había hombres que sacaban hasta 20 quintales.
- ¿Y las panelas se traían aquí?
- Cada empresario tenía aquí las panelas por toneladas 10, 20, 40 ó 60 toneladas. Primero
le daban a uno lo necesario: le daban guaya, las espuelas, la comida, los motores, etc. La Chicle
trajo los primeros motores fuera borda. Le daban a cada empresario 2 ó 3 motores, la gasolina y el
dinero para comprar el mañoco, le daban todo. Después de ahí como al año, se comenzó a
trabajar la goma, primero en bolones y después últimamente en láminas con un sistema químico
para coagular.
- ¿Cómo se hacía, cómo era la técnica?
- Eso ya fue al final, se llamaba la goma laminada, porque primero se sacaba en bolones,
entonces las Compañías Americanas no quisieron comprar más, porque se le metía ahí otra clase
de látex, le metían pendare, le metían marima, le metían de todo. Entonces cuando ya la van a
licuar, ahí sale todo lo que no es goma pura. Entonces empezaron a trabajar la goma laminada.
Pero la gente no sabía trabajarla. Como yo era técnico en eso, pues eso tiene un límite para
coagular, de acuerdo con la cantidad y el tamaño de la gavera, uno le echaba una o dos
cucharadas de esa sustancia. Se pueden sacar láminas grandes. Entonces le daban a uno máquinas
para laminar o máquinas laminadoras; al que no sabe graduar la máquina tampoco le resulta, pues
el líquido había que echárselo al tiempo justo, pues si se coagulaba rápido ya no se podía laminar.
A mí me quedó el Gobernador de darme un sueldo de 2.000 Bs. para que yo enseñara a laminar a
la gente que estaba sacando goma, tenía que ir de campamento en campamento a enseñar. Yo
también tenía que laminar mi goma. Yo saqué las láminas completamente transparentes. Eso no lo
puedo decir cómo se hace, porque es un secreto profesional. Se podía sacar de un milímetro, de
dos milímetros...
- ¿Esas laminadoras las daba la compañía?
- Sí, esas las daban o las vendían o las prestaban, lo mismo las facas; el líquido sí tenía que
comprarlo uno, lo mismo que las cubetas, pero como eran muy pequeñas yo mandé hacer cubetas
de madera. En los campamentos míos se sacó bastante bien la lámina, pero siempre hacía falta
práctica. Apenas se le echa el ácido se revuelve, y apenas comienza a cobrar cuerpo, así como la
cuajada se voltea, y ahí mismo se pasa a la laminadora. Ahí sí puede hacer la lámina como uno
quiera. Si la quiere de medio centímetro, o de lo que quiera.
- ¿Por qué la fiebre del chicle duró poco tiempo y no continuó?
- Bueno, aún hoy en Colombia se saca el Chicle. El masarandú es el látex o resina más
suave, entonces lo mezclaban algunos con pendare que es un látex más fuerte. De puro
Masarandú es el Chicle “bomba”.
El chicle merma mucho, se hacían las panelas de 30, 40 y hasta 50 cms., entonces le
quedaba mucha humedad, pues el masarandú es poroso. Al sacarlo de la mata se ponía en agua, y
entonces si uno entregaba la producción enseguida, al ir a entregar se lo recibía el empresario con
un 30% de descuento, según el agua, o un 15%. Si estaba seco le daban una propina, si no pasaba
del 10% o del 8%; pero si estaba húmedo le descontaban, pues él va soltando agua
constantemente, pues es poroso.
-¿Ud. trabajaba en Venezuela o en Colombia?
- No, yo trabajaba en Colombia, pero tenía que entregarlo aquí en Venezuela. Aquí llegaba
todo el chicle. La compañía le daba todo lo necesario. Se embalaba aquí, se le ponía encima:
“Masarandú”, cada tableta tantos Kgs. Pero hasta que no llegaba a Estados Unidos, y se viera que
no llevaba palos u otra cosa dentro, porque el indígena aquí siempre lo está engañando, le metían
pedazos de parature, que pesa bastante, luego lo forraban con chicle. Una lámina de 12 ó 13 kilos
venía pesando 30 ó 40 kilos; entonces lo metían en las máquinas allá en Estados Unidos y se
descubría todo. Por eso partían las láminas para ver si tenían algo dentro; por esos inconvenientes
por parte del trabajador, después que el chicle llegaba Estados Unidos, entonces le reconocían a
uno el dinero y le pagaban.
- ¿Cuándo se fue y por qué se fue Pacheco y la Chicle? ¿Fue el Gobierno el que cortó los
contratos?
- No, sino que hicieron contratos con otra compañía, un holandés, un tal Mr. Ross, o no sé
si era de la misma compañía. Yo trabajé un tiempo con él. Yo puse en ese tiempo la oficina en la
boca del Vichada, del recibo de productos de Antonio Sánchez; él pagaba al contado, no fiaba a
nadie, le daba en todo caso los instrumentos indispensables, la guaya, los “fondos”, que los
indígenas los hacían perder, siempre faltaban 2 ó 3.
- ¿Qué eran los fondos?
- Fondos para cocinar. Luego yo levanté unos más gruesos. Yo creo que los indígenas los
escondían, porque cuando uno terminaba la cosecha y volvían, entonces siempre se perdían unos
cuantos. Entonces los hicimos de tambor, de esos de gasolina, lavándolos bien y quemándolos por
dentro y ahí los cocinaban.
El masarandú no debía pasar los 25 Kg. en cambio el pendare, se podía llegar a 50 Kg. cada
marqueta. Entonces se embalaban, se marcaban, si era masarandú, si era pendare, si era capure,
etc.
- ¿El capure que era?
- Otra clase de chicle, más basto que el masarandú, pero más suave que el pendare.
- ¿Qué técnica usaban para sacar el pendare?
- Uno primero sube con las espuelas al árbol, se sostiene con la guaya para tener las manos
libres; se comienza, cuando va subiendo a hacer la canal con el machete, una ranura; entonces
empieza a picar de arriba para abajo; algunos empiezan de abajo para arriba, pero eso es malo,
pues al subir se mancha mucho la guaya. No se puede picar sino medio árbol, y el tamaño del
corte es según lo ancho del árbol. Para dejar la otra cara para la otra cosecha, el otro año; si no, si
se pica todo se seca el árbol.
- ¿Y para la goma era el mismo sistema?
- Para la goma es muy distinto. Para la goma se pica desde abajo y se pone la petaca;
también se deja más de la mitad de la circunferencia del árbol sin picar. Hay varias formas, en
forma de “bandera” o en forma de “espina de pescado”. Aquí los cortes van junticos. El próximo
año los cortes van por la otra parte del árbol y así se van sanando las cicatrices de este lado.
- ¿No se pensó en ese tiempo de sembrar estos árboles?
- Bueno al chicle, al masarandú yo no le he visto nunca la semilla; en cambio al pendare y al
pendarito también, al capure tampoco. El pendarito era el mejor, porque era el más fácil de sacar,
pues el pendare por lo grueso del árbol era muy difícil, pues no lo abarcaba la guaya, entonces lo
tumbaban. Hay pendare que da hasta cuatro latas. El pendarito da siempre una lata menos, y las
pepas, las frutas son muy sabrosas; el pendarito estaba por manchas, todo juntico, porque la fruta
se cae y se difunde toda cerquita.
- Una vez que se fue la Chicle Development, ¿cómo quedó San Fernando?
- Bueno igual, porque entonces la gente que quería iba a trabajar con nosotros a Colombia,
otros iban con Néstor González al Ventuari; bueno, había varios empresarios: estaba Mario
Castillo, estaba yo que trabajaba en caño Matavén, en el Guainía, en el Inírida, hasta aquí en el
Atabapo. Néstor González en el Ventuari y Fajardo en el Río Negro. Después yo entré en la
Compañía Aída, pero para trabajar la fibra de chiquichique; fue en el año 1947. Yo había sacado
fibra en 1943. Yo saqué la primera con el sargento Carvajal Lino, de la Policía Nacional; entonces
dijo: “Vamos a llevar este producto”. No se conocía todavía, es decir había mucho, pero nadie
compraba eso.
- ¿Qué utilidad le encontraron?
- Bueno, entonces dijo: “Yo tengo que ir a Bogotá, vamos a llevar una tonelada y media”.
“Puede ser que sirva para algo”. Entre los dos la sacamos, la bajó por los raudales y la llevó a
Bogotá. Esa tonelada se la pagaron a 145 pesos. Pasó un tiempo y no se supo nada; claro que el
flete era muy barato. Total que nos repartimos unos 40 ó 45 pesos de utilidad. A los 4 meses yo
subí a Bogotá y me llamó un señor Carlos Julio Sampedro y me dijo: “¿A cuánto me puede sacar la
tonelada de fibra?” “Bueno, yo no sé a cuanto se puede pagar al indígena”. Dijo: “Bueno, yo se la
voy a pagar a 120 pesos puesta en Amanavén” El mismo venía y la recogía. “Cuántas toneladas
quiere?” “Por ahora me saca unas 120 toneladas”. Entonces le saqué yo unos 20.000 pesos en
mercancía, entonces la mercancía era barata; un bulto de mercancía de 900 pesos era como de 60
Kg. con tela margarita, otomana, etc.
Fibra había muchísima, pues nadie había cortado; al mes cuando llegó él ya estaba la fibra
ahí amontonada, no en bojotes, sino en pacas. El me pidió 80 toneladas más. Bueno, la gente ya
estaba trabajando, pero como no tenía dinero, sino para lo que me debía, me dijo que fuera con él
a Bogotá; entonces le dije que no podía ir, pues se iban con la lancha de Fajardo por Guaramaco y
se demoraba como un mes; yo era policía nacional y no tenía permiso.
- ¿Ahí empezó la explotación de la fibra?
- Bueno, entonces llegó aquí un avión, un Catalina preguntando por mí. Me presenté, me
dejaron unos bultos. Venía el Sr. Honorato de la Compañía Aída. “Bueno, nosotros vemos la
calidad de la fibra que está sacando, queremos que nos consiga la fibra y la Ipecacuana”. “Yo no
conozco la Ipecacuana, ni la he oído nombrar”. “Es una matica que se da en la tierra roja, donde
hay barrancos altos al lado del río, es un vomitivo, una planta medicinal, se saca la raíz, no hojas, la
raíz”.
“Vamos a ver qué necesita”. “Necesito dos motores, mercancía, esto y aquello....”
“Entonces venga conmigo a Bogotá”.
“Pero yo no tengo permiso para ir, tengo que pedir permiso o la baja, o vacaciones en el
comando... Denme un mes de plazo para pedir permiso en Carreño y vengan dentro de un mes a
buscar la fibra”.
Bajé a Carreño y me dieron 30 días de permiso, de vacaciones, les dije por radio que
vinieran a buscarme y que de paso me trajeran mercancía, ya que tenía 3 toneladas de fibra aquí.
Fuimos allí e hicimos el contrato de sacar 600 toneladas de fibra en 3 meses. Me daban un 30% de
descuento, pues la sacábamos en invierno y estaba mojada y después mermaba al secarse.
Acepté, aunque el 30% era mucho y era porque la fibra que llevaron al principio la tenía al aire
libre y le caían los aguaceros encima. Bueno, me rebajaron un poco el descuento y me pagaban la
tonelada a 180 pesos, puesta aquí en Amanavén. Me trajeron los motores de 22 caballos, me
trajeron mercancía para poner un almacén, mucho más de lo que necesitaba. Bueno, me vine,
traje a Julio Ríos conmigo y me dijeron que cada vez que viniera el avión me traían mercancía y
cada vez yo debía mandarles fibra.
- ¿La Catalina bajaba aquí?
-Sí, aquí enfrente, en Amanavén detrás de la isla. Entonces ya pedí la baja. Yo tenía un
amigo, el Coronel Galvis que no quería que me retirara. Bueno, me retiré y todavía duré un año
recibiendo sueldo, sin darme la baja y sin trabajar más de policía. El 3 de Mayo, al mes y medio, yo
ya había completado las 600 toneladas, más el 20% de descuento. Entonces no tenía plata para
pagarle porque habían robado las oficinas del Banco Nariño y no había plata para pagarle el saldo.
- ¿Cuánto le pagaban ustedes al indígena?
- Entonces le pagaba al indígena 60 pesos por tonelada. De manera que con los gastos, más
o menos yo ganaba unos 100 pesos por tonelada.
- ¿Con qué grupo indígena trabajo Ud. más?
- Con todos. Uno de mis contratistas fue el compadre Yépez; los grupos que mejor
trabajaban eran los Puinabes y los Curripacos. Yo trabajé con todos los indígenas; venían del
Inírida, del Guainía, del Mitú, hasta del Isana venía mucha gente a trabajar. Una vez mandé con
mercancía a Pedro Cuiche al Guainía a “avanzar” y me trajo unos 90 hombres con sus familias.
Para ese trabajo con la Aída yo tenía en el trabajo unos 700 hombres, por eso al mes y medio yo
tenía todas las toneladas. Al no haber plata para pagarme me metieron de socio en la compañía.
Entré con 35.000 pesos que era lo que me quedaba de saldo; entré con 3 acciones y media,
entonces yo me quedé encargado de toda esta zona de productos forestales. Me traje a Clemente
Ulloa, el papá de Clemente Cuiche para darle contrato, pues yo era el que mandaba aquí. Puse una
agencia en Cazuarito y en San Felipe. Sembré la cacaotera que había ahí por el Guaviare, que era
de un señor Amaya. Después cuando la violencia ya se frenó todo, pues la fibra que yo envié la
primera vez por Guaramaco la agarraron los guerrilleros para tapar huecos en las calles. Perdió la
compañía, pero yo no, pues yo ya la había vendido. Entonces me dijeron que la mandara por
Carreño; ahí en Samariapo se perdió mucha fibra, pero en fin, logró llegar a Cazuarito. Después
empezó a subir el precio.
- ¿A qué se debe esa subida de precio?
- Comienzan a hacer escobas, que antes no se conocían de ese material, luego la
exportaban a Alemania para los cabos de los barcos, porque esa fibra es indestructible con el agua,
sólo la destruye el sol.
- ¿Usted tuvo 700 personas trabajando?
- 700 trabajando chicle, pendare, fibra y después me dieron también pescado; en ese
tiempo había cantidad de pescado en el Guaviare.
- ¿Y la famosa planta Ipecacuana, la consiguió?
- La conseguí en una parte del Guainía. También saqué muchos tambores de aceite de palo.
- ¿Para qué servía el aceite de palo?
- Era medicinal, pero también se exportaba. Nos daban 800 Bs. por tambor.
- ¿Es una palmera?
- No, es un árbol que hay o había mucho por aquí, porque los han cortado mucho para
madera. Sobre todo había mucho en la boca del Vichada. Eran unos palos que tenían una vena,
entonces se le hace un barreno encima y otro abajo y se tapa, y se le deja ahí 10 ó 15 días. Ya
cuando pasa ese tiempo se destapa arriba y se pone una lata debajo; hay palos que dan hasta tres
latas.
- ¿Ahora ya no se explota?
- Sí, también, pero ya no lo compran tanto. Aún hace 3 años yo le hacía un informe a
Inderena de Colombia, diciendo que estaban cortando esos palos por ahí.
- ¿Y después de la violencia?
- Después de la violencia, seguí trabajando pero yo ya me pasé para acá, para Venezuela;
porque vino un capitán con unos 50 uniformados. Después ya había varios comerciantes, vino
Pacheco, Guarín Tito, varios; entonces yo me retiré a la isla. Entonces la Compañía no me quería
arreglar lo mío. Ah, yo también le proveía a Ayacucho, a una Proveeduría que tenía el Comandante
Paoli: remolacha, zanahoria, papa, huevos...de todo.
Ahí empezaron a subir los precios y me pagaban con un cheque en dólares, el resto en
bolívares, y yo se lo entregaba a la compañía y me lo cambiaban allí; entonces venía el avión todos
los días; entonces yo me retiré porque no querían traerme el avión, yo les engañé, les dije que sí
seguía trabajando, y me enviaran el avión. Me dijeron que no podían pagarme porque se habían
estrellado y estaban pagando los muertos. Yo les dije que no tenía que ver nada con eso; pues yo
sólo era encargado de los asuntos de la selva y no de lo que sucedía en la ciudad. Me iban arreglar
sólo el 8% nada más, yo les dije: “Miren, yo nací desnudito, y yo tengo fuerzas p’a trabajar, si no
me pagan completo, no me importa”. Las utilidades fuertes de la Compañía venían de acá, de
Amanavén, San Felipe, Casuarito y me querían arreglar con una tontería. Yo no podía ir a Bogotá,
pues no venían aviones y por la carretera era peligroso por la violencia. Además a mí me tenían
fichado como “liberal izquierdista”, “liberal comunistoide”. Cada vez que venía el avión con
policías o militares a mí me tocaba esconderme por el monte, entonces me tocó venirme para acá
y el Capitán me llevó todo lo que era mercancía, botas de media caña, camisas y pantalones,
guarales, etc., todo se lo llevaron, me llevaron una falquita de dos toneladas, un motor sin
estrenar, sólo me dejaron una factura que decía: “Lo paga Laureano Gómez”, “le dejamos esa
factura para que la próxima vez no le quiten tanto”. Yo me dije: “No espero a la próxima”… Hablé
con la Guardia, con el Gobernador, con la Aduana, me rebajaron, por ejemplo: un bulto de Kg., me
lo ponían a 30 Kg. Yo seguí trabajando productos allá, pero vivía aquí. Saqué el permiso para sacar
fibra y yo se la vendía a Ayacucho a los alemanes, a Díaz Vera y después a Rumeno.
- ¿Quién era Díaz Vera?
- Era el más grande capitalista de Ayacucho; él llegó a Ayacucho con un comercio chiquito,
trajeron una maquinita de hacer fresco, era pequeñito, y de ahí fue progresando, también con la
goma. Rumeno creo que era empleado de Díaz Vera, después se quedó ahí. Los alemanes fueron
los que compraron la fibra a 200, a 300, a 400 Bs. la tonelada de acuerdo al tipo. Después me
invitaron a ir al Vaupés a enseñar a descrematizar la goma, pues a mí me habían enseñado aquí.
Pues, la mitad de la goma era pura agua, había que echarle un granulado que traían de Estados
Unidos, había que purificarla y ver si la mezclaban con pendare o con marima o hasta palos que le
metían.
- ¿Y en la fibra también se engañaba?
- Ah, ahí todavía se acostumbra, pero uno sabe ya más o menos el peso del bojote de fibra
seco y otro del mismo tamaño. Entonces se abría y lo que tenía era piedra o arena o un palo. Por
eso los bultos salen barrigones. Lo mandaba a desamarrar y tenían que hacer doble trabajo. Ahora
se acostumbraron a cortar la fibra y meterla al río o en el rebalse y ahí la tenían hasta que más o
menos sabían cuando iban a recogerla, entonces la amarraban. Entonces un bojote de 10 Kg.
llegaba a pesar 20 Kg., entonces se les quitaba un 15 ó un 10%; una vez puse ahí en la laja de
Maviso 3 bojotes de fibra a secar, yo mismo la controlaba. Cuando a los dos días lo fui a atar, se
redujo el peso a la tercera parte. Por eso le digo que por ahí se cree que el indígena es inocente;
no, esos son lo más tremendo que hay. No saqué plata. Si uno no les da crédito, no le pagan más
lo que ya le están debiendo; y si yo les avanzo, por ejemplo, para trabajar fibra usted lleva azúcar,
lleva cigarrillos, lleva plata y le dice: “¿Venden fibra?” Se la venden a Usted o a cualquiera,
sabiendo que está comprometida ya con otro. Había que llevarles mañoco permanentemente.
Ahora ya comen un poco de frijoles, pero antes no, era puro mañoco. Si no había mañoco no
trabajaban.
- ¿Pero ellos tenían sus conucos?
- Sí, tenían, pero cuando trabajaban fibra había que llevarles el mañoco. Hasta Brasil tuve
que ir a comprar mañoco; de ese modo no resultaba trabajar así. Yo no saqué un centavo con
ellos. Ahí una vez con el Corregidor hicieron un control de cuentas, más de un millón de pesos
tenía yo por ahí en cuentas de avance, ninguno me pagó. Por eso dejé ese trabajo.
- En general el concepto que tiene usted de esa época vivida, ¿cómo la recuerda usted, con
agrado o con desilusión?
- Bueno, yo les digo que todos los que trabajamos con indígenas ninguno tiene plata. El
único que tiene plata, porque tenía allá en Carmelitas su personal fijo, fue Néstor González, que es
el único; porque los que trabajamos esta parte de Colombia, ahí está mi hijo (Alejandro), con casi
50 años y ¿qué tiene?, cuentas solamente, que es el único que ha seguido trabajando con los
indígenas. Todos los que hemos trabajado, ninguno tiene plata, todita quedó en manos de los
indígenas. Hay que ver lo que se gasta el ir por esos raudales hasta el Brasil, eso gasta gasolina en
bruto, por el Vichada, esos son gastos que hay que sacarlos. Aquí llegan 1os protectores de
indígenas para revisar. Bueno, había que tener la mercancía, el mañoco, los motores; de manera
que cuando llegara el indígena ir “avanzando”. Si se quedaba debiendo 1.000 Bs. ó 500 Bs. bien,
los que tenían saldo seguían avanzando, pedían tela no un corte, sino piezas completas, lo que
ellos necesitaban, sal, plata no querían, porque no conocían bien la plata. Lo que querían era
monedas para hacer collares, pero lo que eran billetes no querían, preferían pantalones, camisas,
etc.
A mí cuando se me quemó el negocio, me daban ya muy poco crédito, pues el bolívar
estaba ya a 5 pesos, de este modo cuando se me quemó el negocio yo quedé debiendo 148.000
pesos a varios negocios de Bogotá. No me llamé a quiebra, pero pasé 13 años pagando esa deuda.
Principiando otra vez con 30.000 pesos que tenía en el Banco y otros 30.000 pesos que me dieron
de crédito en Mercom; y quedó más de millón y medio de pérdida, pues como ya no tenía qué
darle para avanzar a los trabajadores, el indio sin darle avance no trabaja. Había que llevarle el
mañoco, los anzuelos, etc. Había que llevarle tabaco, alcohol. ..Y después le vendían la fibra a otro
y ahí siguen siempre las deudas. Por eso yo dejé.
- En resumen: ¿Para Ud. el trabajo con los indígenas fue negativo?
- Sí, completamente negativo.
CATORCE
En este corto testimonio de una corta conversación con el Señor Devia, sobresalen unos
juicios racistas, con visos de cientificidad, en donde se ve claramente el concepto que ciertas
personas tenían sobre el mundo indígena. No variaba mucho de los conceptos conocidos por la
historia desde los años de la Colonia. Este testimonio fue un Subempresario que trabajó el chicle
para Néstor González por el río Ventuari.
- Dígame su juicio sobre el trabajo que usted llevó a cabo en sus años de contratista por el
Ventuari.
- Mire, el trabajo con los indígenas no es fácil. Ellos no entienden ¿sabe por qué? Porque el
indio tiene la materia gris del cerebro más pequeña que la nuestra. Usted le engaña fácil. Por
ejemplo yo le presento dos tipos de tela para la venta, una de Bs. 80 el m. y otra de Bs. 40. Y les
digo: “Esta es buena, y vale 40 Bs.” Y después le presento la otra: “Esta en cambio es mala, cuesta
80 Bs. Es más cara.”¿Qué hacen ellos? Compran la tela más cara, que es la peor.
Ellos no discurren, tienen la materia gris más pequeña… Mire, yo vine de Colombia, me
casé con una india aquí en Atabapo. Ahí tiene a mis hijos, ninguno sirve ni para barrendero de
calles. Salieron a la mamá…
QUINCE
Otro testimonio, el Sr. Rafael “Rafucho” Alvarez, hermano de Doña América una de las
esposas de Carlos Wendekake, anteriormente entrevistada, relata aquí sus vivencias personales
desde muy pequeño en un pueblo cauchero: San Antonio del Orinoco.
“- El trabajo del Balatá… se salía p’al Alto Orinoco en Mayo, y p’al Ventuari. Eso eran diez o
doce días a palanca, eran días sufriendo hambre y aguaceros, sol y miserias en la embarcación,
mientras llegaba a la estación. Eran doce y quince días a palanca, porque entonces no había
motor; los patrones encarrozados y los peones jalando palanca día y noche con aguaceros, y a mí
me consta porque fui bastante marinero de esas embarcaciones. Llegado al puerto de la montaña,
se hacía un rancho para depositar el mañoco que se traía, que eran las provisiones que nos daban,
porque ahí no había recursos de ninguna manera, sino mañoco, la escopeta y la sal; remedios de
ninguna clase. El hombre salía, cuando llegaba a la estación, con su saco, cien “taturos” y una lata
de mañoco y pasábamos dos días para afuera subiendo montes y cruzando caños y sufriendo
amargamente. Se llegaba uno a donde estaba el balatá, afuera en el monte y hacía un rancho y al
segundo día empezaba a picarlo. Tumbaba el árbol, empezaba a picarlo y con un “taturo” que es
como un perolito, como un embudo que se pegaba al palo para que recibiera el líquido. El
individuo que no traía al menos dos galones, entonces el patrón le formaba un regaño, lo
regañaba, lo insultaba moralmente.
- ¿Cómo se llamaba el patrón?
- Eran varios, no digo el nombre.
- ¿Y el sitio?
- Ah, bueno, por ahí por San Antonio. Entonces cada uno estaba en la montaña unos 7
meses. Las mujeres abandonadas en el sitio sin quien les pescara, ellas mismas se valían de pescar
p’a poder mantenerse durante ese tiempo.
Muchas veces pasábamos las navidades en la montaña, porque no había tiempo p’a salir.
Porque había mucho balatá en el monte y se pasaba mucho tiempo caleteándolo a la orilla.
Muchas veces se hacían curiaras de concha’e palo, porque no había curiaras p’a bajarlo. Venía el
patrón y dejaba el personal botao por ahí como cualquier cosa. Yo lo digo claramente, porque yo
sufrí mucho en esos sitios. Los pies se me pusieron como una sola llaga de sabañón, hasta aquí se
me pusieron de tanto arrastrar las curiaras en los caños chiquitos, porque la embarcación se
varaba mucho. Las patas se nos llenaban de sabañón, comiendo a veces sin mañoco, hasta que
llegábamos a la boca de los grandes caños, donde estaban los depósitos de mañoco.
Bueno, llegaba uno al sitio en diciembre y ahí se arreglaban las cuentas con los patronos,
siempre quedando debiendo, cuando uno se iba p’a la montaña, uno sacaba un “fiaíto” y le tenían
a uno la cuenta vieja, cuando salía de la montaña le decían: “Bueno, pagaste la cuenta nueva, pero
te queda la cuenta vieja”. Esa era la costumbre p’a tener el personal seguro. Hasta el próximo.
Porque ahí no salía nadie p’a ninguna parte. Permiso p’a tumbar los conuquitos le daban 5 días, a
los cinco días si no llegaba lo mandaban a buscar. Ahí se hacía de todo; se molía caña, se hacían
casas, se hacía conuco, de todo… Bueno eso era in solo trabajo desde que se iba a la montaña
hasta que se volvía a ir. No había descanso, no se conocía domingo, no se conocía nada. Real, no
se veía por ninguna parte. Le pagaban a uno con puro corotico, más nada. De sufrimientos, sufría
mucho la gente, a mí me tocó ver un día sobar el patrón a un peón, amarrado a la pata de un
horcón y sobarlo con un pocote de varas porque se robó un catumare de otro obrero. Por esa
tontería. A otro le ví que le pusieron una garza morena en el pescuezo, porque no trajo goma y
trajo una garza, y el patrón se la puso en el pescuezo, pegándole, maltratándole. Vi a otro que
traía una escopeta hecha de palo; en el monte hay un palo que llaman “cuajo”, entonces el
hombre se puso a hacer un Winchester y salió con su poquito de goma. Entonces el patrón le dijo:
“Ah, eso es lo que estás haciendo p’al monte, flojo”, le quitó el Winchester y se lo quebró en la
cabeza.
Así... muchas horrorosidades... a mí de casualidad no me comió un tigre una vez... me
dejaron atrás en una montaña, como de seis horas de camino. Yo tenía como 10 años, me
pusieron un mapire de peroles, palanganas y eso.. .Yo no podía y me quedé atrás llorando, yo no
podía, y llorando, seguramente el tigre me oyó y venía ese animal. …y salí corriendo p’ alcanzar a
los que iban alante, menos mal que me oyeron; los peroles los boté por el camino. Y ahí se
devolvieron los que iban alante a recoger los peroles. Cuando llegamos a que el patrón. “¿Y qué
fue?, ¿qué fue?” “-No, que me encontré con un tigre”. “El tigre soy yo que te voy a moler a palos”.
Entonces los que iban conmigo le dijeron que sí, que el tigre me iba saliendo allá alante.
Me picó una raya en la cabecera del caño. Yo no sabía lo que era raya, y me puse a llorar y
gritar y había otro que calentaba agua p’a lavarme. El agua caliente le aliviaba el dolor, me puso en
una curiarita y me llevó al rancho. “¿Qué pasó?”, dijo el patrón. “No, que a Rafucho le picó una
raya”. “A ese carajo le tenía que haber picado en la cabeza, flojo del carajo”. Así nos trataba todo
el tiempo. Entonces no podíamos ir p’a ninguna parte, teníamos que aguantarnos todas esas
amarguras en tiempo de goma. No podías irte. No había defensas. No había defensas.
- ¿Ellos eran dueños de la región?
- De la región no, sino del sitio. Ellos sacaban permiso p’a explotar balatá en San Fernando.
- Y usted, ¿qué hacía a esa edad ahí? ¿Estaba con su papá?
- No, mi papá murió. Ni lo conocí. Entonces ellos no respetaban a nadie, se llevaban a
todos, se lo quitaban a las madres y los criaban ahí, trabajando como esclavos. Ahí también se
molía caña y se sacaba ron, entonces no estaba prohibido sacar ron; todo el mundo tenía
alambique: Chicho González, Wendehake y toda esa gente. Entonces eso no estaba prohibido y
eso lo vendían ellos, lo cambiaban por peroles, por mañoco; y los obreros trabajaban ahí, eso eran
meses moliendo caña. Los obreros compraban también, los mismos que trabajaban balatá, los
mismos trabajaban caña. ¿No digo que ahí no se podía salir nadie?..
- ¿Cuánto tenían que entregar por día?
- Lo mínimo que tenían que entregar eran dos galones.
- ¿Y cuánto lo pagaban?
- Bueno, era a 60 Bs. El quintal, que entonces eran 100 libras. Esos galones se reunían y
entonces eso se cocinaba en un platón y formaba la plancha.
- ¿Y el balatá se encontraba fácil y abundante?
- No, el balatá tiene su monte, eso no está en todas partes, se encuentra en los cerros
pelados; esos cerros pelados que tienen esas lajas peladas, ahí se encontraban, por eso que se
sufría mucho. Se tumbaba con hacha y entonces se va picando aplicándole los perolitos o taturos;
100 taturos lleva un árbol, 50 por un lado y 50 por otro. Hay palos que hay que recoger y volver a
pegar el taturo para seguir recogiendo. Son palos enormes de este grueso.
- ¿Y había que tumbarlos?
- Sí, había que tumbarlos
- ¿Y eso no se acabó?
- Sí, eso se acabó, eso duró como 25 años.
- ¿Y los patronos se hicieron ricos con eso?
- Bueno, Chicho González se hizo millonario. Todos, todos se enriquecieron.
-¿Y el quintal se lo pagaban a 60 Bs.?
- Sí, pero con peroles, puro cambalache. Ahí nadie miraba la plata, nunca nos daban plata.
- Pero ustedes, ¿no podían decirle al patrón: “Yo voy a pagar esto que debo y luego me voy,
voy a sembrar mi conuco”?
-¿Y p’a donde iba a ir?, ¿a San Fernando?, si apenas se escapara le mandan una curiara y
dicen: “Por ahí va Rafucho escapao”, allí me agarran y me ponen un par de grillos y entonces es
peor.
- ¿Y ustedes, dónde tumbaban conuco?
- Entonces no se usaba conuco. Se usaba el conuco p’a la casa, p’a comer, nadie tumbaba
conuco; allí en el sitio tumbaban cuatro o cinco hectáreas p’a todas las casas. Entonces, aparte, a
veces cada uno tenía su conuquito. Pero toda esa gente era de un solo patrón.
- ¿Y las mujeres y los niños?
- Ellos quedaban solitos todo el invierno, desde Mayo a Noviembre o diciembre.
- ¿No iban las mujeres al monte?
- Nadie, nadie llevaba mujeres p’al monte. Estaba prohibido por el patrón, ellas se
quedaban, las que no sabían pescar… bueno, le dejaban un hombre a la mujer del patrón, más
nada; a las otras mujeres nada.
- ¿En qué año fue todo eso?
- Yo no sé en qué año, el último fue por 1936; porque cuando murió Gómez en 1935, ya
todo el mundo se regó, vino el Gobernador y repartió corotos a la gente y nos dio un machete a
cada uno, y nos dijo. “Bueno, ese machete es p’a que se defiendan del tigre y de cualquiera que les
quiera echar vainas”. No joda, se murió Gómez y enseguida se regó en el año 35.
- ¿Y ustedes adónde fueron?
- Yo vine p’a Ratón, allí me hice mi conuco, me fue bien; pero los chismes y las cosas me
hicieron salir.
- De esa gente que trabajó balatá, ¿aún viven o ya han muerto?
- La mayor parte han muerto. Toítos esos empresarios murieron, no queda ni uno vivo, el
último que murió fue ¿cómo se llama?, Tobías Angulo de Maroa, fue el último que murió. Carlos
Calderón, Arvelo... todos.
- ¿Wendehake era extranjero?
- No, ese era de Ciudad Bolívar, pero el apellido era extranjero. Chicho González, él sí era
venezolano de verdad, era criollo rajao, de padre y madre; era guayanés de Ciudad Bolívar.
- ¿Y el trabajo de la goma?
- Ah, eso fue antes, yo no lo trabajé, por los años 11 ó 12, yo era chiquito.
- ¿Entonces el balatá dejó de explotarse cuando murió Gómez?
- No, no fue por la muerte de Gómez. Que nos fuimos nosotros, sí. Sino que se agotó casi
completamente agotado, ya casi nadie trabajaba, se puso muy difícil, quedó Néstor González en
las Carmelitas, trabajando sarrapia y eso.
- ¿De dónde traían los artículos, los corotos para avanzar?
- De Ciudad Bolívar.
- La gente que estaba con Ud., ¿era indígena o criolla?
- Eran del Atabapo y Orinoco, Banibas, Baré y Puinabe del Inírida.
- ¿No tenían ninguna diversión, sólo la caña?
- No, nada; la caña era en el sitio, en la montaña no había nada. La única diversión era
Navidad y Año Nuevo nada.
- ¿En qué consistía la navidad?
- Lo único que se hacía era bailar joropo, con cuatro, maracas y más.
- ¿Había curas entonces?
- Nada. No había nada, en San Fernando únicamente había un cura, por cierto que me
bautizó ese cura. No sé de donde era él, Díaz Funes se llamaba él, pariente de Funes; por cierto
que él lo quería matar y se escapó.
- ¿Qué le agradece a ese tiempo? ¿Qué aprendió en esos años?
- Bueno, yo aprendí algo de carpintería: hacer casas, tumbar conuco, moler caña, hacer
melao, pescar con espiñel, jalar canalete, palanca, explorar balatá, son cosas que uno aprendió.
- ¿Qué cantidad de balatá recogía en la cosecha?
- Bueno algunos hacían 20 quintales, otros quince, otros doce, o diez los flojos.
- ¿Y cuántos años estuvo usted trabajando?
- Bueno yo me retiré de ahí en el 41 y empecé como de 10 años. Nací en 1911, allí me crié
yo.
- ¿Y cómo eran las relaciones entre ustedes, los trabajadores?
- Buenas, buenas, el personal con uno era muy bueno, unidos siempre, el malo era el
patrón a veces el balatá salía ligado, Ud. sabe, algunos le echaban leche de marima, entonces
cuando se daba cuenta, cogía un palo y nos cogía a palos p’a que no la ligáramos.
- ¿Y la cocinada era larga?
- P’a cocinar una plancha de balatá cogía unas tres horas. Se cocinaban unas dos o tres
planchas al día. Era un poco de leche, como quince galones. Muy bonito el trabajo y eso se pone
blanquito; y eso ponía en una horma en una lata de kerosén y a las dos horas se sacaban y se
limpiaban.
- ¿Y con el chicle se hacía lo mismo?
- No, con el chicle la diferencia es que el chicle es pegajoso y el balatá no.
- ¿Y para qué usaban el balatá?
- Dicen que p’a suela de zapatos, p’a forrar cables...
- ¿Tenían mucha pesca y cacería?
- Pesca no, cacería sí: pájaros, monos, báquiros... pescado no. En serranía no hay pescado,
pero sí pájaros, pajuí…
- ¿Qué me contaba Ud. de la manaca?
- Ah, venía yo por el caño Yureba con la hermana mía y el patrón, la hermana mía era mujer
del patrón, vi una manaca y a mi hermana le gustaba mucho la manaca: “Ay, Carlos mira esa
manaca…”, - “ Rafucho, arriba p’a coger manaca”, “mira Rafucho, sube manaca”… yo alegre,
porque yo era así, alegre, esa manaca tenía la chispita hormiguita chiquitica, eso hervía, y a la
mitad de la manaca dije: “No, esta manaca tiene mucha chispita”; “no seas flojo, sube esa
manaca” Mire, me cayeron esas chispitas que no quedé loco de vaina, cuando bajé la manaca me
tiré al río, todo me ardía, ya no aguantaba el ardor, era un castigo, ¿verdad? Así hacía uno las
cosas, a juro.
- ¿Y su hermana era la mujer del patrón?
- La hermana mía era la mujer de él y era otra mala porque debía haber dicho: “Deja
Rafucho, deja esa manaca”, debía decirlo, pero no lo dijo. El carajo ese era cuñado mío...
- ¿Hubo muchas muertes durante el trabajo?
- Ahí murió la gente una vez de sarampión, murieron como 16 personas. Y otra vez pegó
esa epidemia, ¿cómo se llama? de la gripe murieron como ocho, entonces no había remedios,
nada.
- ¿Doctor tampoco?
- ¿Doctor?, nada, ni en Ayacucho había Doctor.
DIECISEIS
Este último capítulo es la entrevista y parte de la descripción de un viaje a Manaos hecho
en el barco del D. Herminio Ambrosio, gran conocedor del Río Negro, y realizada por el Prof. Omar
González en compañía de Silvia Vidal y Alberto Valdés en 1975. Es interesante por la riqueza de
informaciones que ofrece el Sr. Herminio Ambrosio, y porque es un viaje por la ruta del caucho,
muy ligado a todo aquello que venimos tratando.
- “Estamos ahora en Brasil, navegando el Río Negro, hemos salido a las dos horas de la
tarde con rumbo a Manaos, partiendo del puerto de Camanao, estamos haciendo un poco la ruta,
modestamente hablando, de los caucheros; queríamos conocer esta realidad y hemos comenzado
a registrar alguna información: ¿Cómo se llama el primer pueblo que encontramos aquí?
Curicuruarí.
- Allá aparece una iglesia.
- Sí, es una iglesia.
- ¿De la misión evangélica?
- No, no, católica, apostólica y romana.
-¿La evangélica era la otra?
- Sí, en Yucapí.
- Estamos exactamente... la población queda cerca de la boca del Curicuruarí.
Hacia la margen derecha y por detrás de la población, pero un poco lejos aparece la serranía del
Curicuruarí, que últimamente recibe el nombre de “Bella Durmiente”.
- ¿Qué tipo de peces se encuentra en el Curicuruarí?
- Hay cabezón y hay “uidapiki” muy gustoso.
- Tienen Cabezones y Chipiros. ¿Cómo le llaman al Chipiro?
- Uidapoka.
- También en este río se encuentran toninas, las cuales reciben el nombre en yeral, de
“pirayaguara”: pez cachorro, pez perro. ¿Y en Portugués cómo le llaman a la Tonina?
- Poto.
- ¿Ahora pasamos por un sitio que se llama…?
- Paradá. De un hombre, gran comerciante, llamado Diego d’Imenta.
- ¿Español?
- No, no, portugués, gran comerciante, con mucha goma...
- ¿Está todavía el comercio?
- No, se acabó.
- ¿Pero fue muy importante?
- Muy importante, Diego d’Imenta tenía lanchas, motores, lanchones, tenía muchas cosas.
Preparó a los hijos, los mandó a estudiar a Portugal, volvieron para acá, pero se quedaron sólos y
se acabó todo. Más abajito en aquella piedra que están viendo, una mujer encontró una tinaja, un
pote de morocotas, oro...
- ¿Hace tiempo?
- Hace unos ocho años.
- ¿Monedas de aquella época?
- Sí, de tiempos antiguos; con ese pote de morocotas se fue el hombre de allí, el hombre
que estaba casado con esa mujer; al morir ésta, dejó estudiando a los hijos en la Misión, a sus tres
hijos chiquitos y se fue calladito, se fue a Manaos con la plata, allá vive y está muy bien. Nos
estamos aproximando a... Bomfin.
- ¿Bomfin tuvo gran importancia?
- Sí, gran importancia, ahí vivía un gran comerciante llamado Julio Macedo, brasilero.
- Ahora se observa San Pedro, más abajo.
- Sí, tiene iglesia, una capilla, tiene una población regular, tiene gente, fue una población
antigua.
- ¿No era un sitio baré?
- No, no, era una villa. Está también en el mapa.
- Sí, aparece en el mapa. Aquí llevamos un mapa de la Amazonia, un mapa brasilero de
Geografía, estamos revisando el mapa sobre la marcha.
San Pedro, ven que está completamente cerrado; luego, aquello más abajo casi ligado se llama San
Vicente, allí está un comerciante llamado Joaquín Ceará.
- ¿Todavía?
- Todavía, tiene buen ganado y muchas cosas.
- Ahora, bajando el río se divisan algunas serranías: ¿Recuerda el nombre de esas
serranías?
- Sierra de Camundé.
- Eso no aparece en el mapa, ¿y en seguida abajito?
- Bajando de San Pedro, al lado izquierdo bajando, queda un lugar llamado Marituba,
antiguamente de gran influencia e importancia en el aspecto comercial y político. Allí llegaban
comerciantes de Venezuela y colombianos que traían mercancía, tenía de todo, tenía construcción
de embarcaciones, tenía herrería, almacenes y otros edificios, era una pequeña ciudad, tenía de
todo. El nombre del jefe era Antonio Castanheira Fontes, portugués, casado con una india del río
Yapurá. Se marcharon todos, fue abandonado y se convirtió en selva.
- Sólo queda rastrojo. ¿Había comerciantes?
- Por medio de sus agentes de Manaos, pedían mercancías directamente de Inglaterra y
traían tejidos ingleses para aquí. Era importante.
Aquí estamos llegando cerca de un pueblo llamado Batista, tiene una población regular y
una escuela indígena, católica. Está bastante adelantada. Los moradores del pueblo de Batista son
Tukanos, el profesor y la profesora son tukano también, se diplomaron en la escuela de la Misión
Salesiana de Río Negro.
- Ahora nos aproximamos a una isla.
- Isla de Pereba.
- Estamos próximos a la boca de dos cañitos: ¿Uno es el Marié, y el otro?
- Muruiní, al lado izquierdo del Río Negro. El río Marié es un caño grande.
- Grandes. En verdad son ríos. Aquí en el mapa aparece Meruiní, pero en realidad es
Muruiní, estamos próximos, podemos observar que el río Marié va muy lejos. Quiero señalar que
la palabra Marié, según nuestros datos lingüísticos significa “pajé” o “brujo”, la palabra “Marié” es
antigua lengua baré. ¿Qué tal es la pesca en este río?
- Bastante buena, tiene cabezones, irapuca y pescados de todo tipo, tucunaré, trayira,
acará… y caza también mucha... danta, onza, maracajá y diversos pájaros.
- ¿No recuerda si tiene petroglifos, así, dibujos en la piedra?
- No, no, piedras tiene muchas, pero no raudales. Son grandes playas.
- Todavía no hemos llegado a la boca del Marié. Allá arriba se ve un sitio: ¿Cómo se llama?
- El sitio se llama Camundé, un sitio de un comerciante Luis Texeira, la madre es de la
descendencia de la casa de Antonio Castanheira Fuentes, una señora de 62 años. Es una casa de
comercio, cría de ganado y trabajan chiquichique y otros productos regionales.
- ¿Es portuguesa la señora?
- No, no, es hija de Antonio Castanheira con la india; parece portuguesa, blanca; ella habla
francés. Fue educada en Portugal en la Escuela Académica de Oporto, segunda ciudad portuguesa.
- ¿Qué significa la palabra “Camundé” en yeral?
- Se refiere a un armadillo, una lapa, esas cazas menudas.
- El río Arié está lejos todavía, antiguamente, por el nombre, con seguridad existieron por
allí indígenas Baré. D. Ambrosio dice que se ven vestigios de antiguos poblados indígenas hasta
casi las cabeceras, a cinco días de navegación, donde hay una escuela con maestro indígena, pero
ya gente nueva. Es un río con mucha abundancia de fibra de chiquichique. En la boca, abajito, hay
un pueblo llamado San Juan, aparece registrado en el mapa. Parece ser que saliendo de este río
Marié, hay una comunicación por camino o pica hasta el río Yapurá. Dice él que del río Yapurá
vienen indígenas a quienes él llama “Guaribos”. A las ocho de la noche llegamos al sitio
Livramento, el sitio de D. Ambrosio.
A las 9 y 25 de la mañana del día 27 de diciembre estamos dejando el sitio de D. Ambrosio,
Livramento. La próxima etapa prevista es Tapurucuara.
En Livramento encontramos básicamente a la familia Ambrosio; hay una escuela que
depende de la Prelacía con doce niños. Un sitio donde hay unas 80 cabezas de ganado y hay
algunos productos para el autoconsumo familiar. Seguimos el viaje. Enseguida pasamos por un
sitio que aparece en el mapa con el nombre de Guaraco; y enseguida hay una laguna grande que
se llama Acariapu, que se mete hacia la margen derecha. Luego comienzan una serie de islas.
Dentro de una hora y tanto, estaremos pasando por la boca del Cauaburí, famoso río ruta de los
Yanomami, que llaman por esta razón Guaika o también Shorimáes, es decir, Shoris. Más adelante
grabaremos algunos datos relativos a la penetración de estos indígenas por este río. El río
Cauaburí va hacia la región del Pico de la Neblina y luego hay un ramal o caño llamado Maturacá,
luego un canal que comunica con el Baría, que va a dar al Pasimoni, el cual sale finalmente al
Casiquiare y se dirige al Alto Orinoco. Casi a las diez de la mañana estamos llegando a un sitio
llamado Taracua. ¿Qué dice Ud. de Taracua?
- De aquí a una hora, caminando a pie, está el caño Cauaburí, donde hay una hacienda
pequeña de agricultura.
- ¿Qué importancia tiene este río Cauaburí?
- La importancia del río Cauaburí, es no tanto por ser fronterizo, sino porque es una razón
minera. Tiene el oro, plata, cobre y más que todo uranio, eso de la bomba atómica.
- Ahora, Ud. decía que por ese río, en tiempo de la revolución...
- Ah, de la revolución, del tiempo de Funes, pasaban bastantes venezolanos, muchos
refugiados de Venezuela. Ellos no tenían documentos, no tenían nada, se internaban por ahí, se
casaban con una brasilera y se quedaban. Fueron muy bien tratados. Buena gente. Aún hoy
recordamos a muchos de ellos, Pedro Jordán, sobrino de Chico Jordán, murió aquí en Brasil.
- ¿Cómo es la cuestión de los Shorimáes?
- En aquel tiempo no había. Era un río completamente civilizado Vivían Barés y las otras
tribus más civilizadas. Caboclos civilizados... Trabajaba con un tío llamado Manuel Ambrosio; le
voy a enseñar un sitio de él llamado Castanheiro, que sale ahí en el mapa, una villa grande, bonita
con muchas casas.
- ¿Tiene gente todavía?
- Bastante. Tiene una iglesia, la primera o una de las primeras de Río Negro. Aquí
trabajaban mañoco, goma y también algo de oro. Traían oro para mi tío.
- ¿Y cuando aparecieron los Shorimáes?
- Los Shorimáes aparecieron más o menos en el año 1941. No, mucho antes, en el año
1935. Ahí los atacaron los balateros, matando. Así continuaron por dos años y los civilizados se
fueron retirando por lo ataques indígenas. Así continuó hasta el año 48, cuando nosotros, un
grupo mandados por Juan Tavares de Lima, hizo la paz con lo indígenas.
- ¿Ustedes hicieron el contacto para lograr la paz?
- Eso. Desde entonces no hubo más problemas y ahora hay una misión salesiana allá en
Maturacá. Tiene un puesto indígena en la boca del caño... ¿cómo se llama? Maiá. Allí está el
puesto indígena. Tiene casa de albañilería, tiene enfermería para los indios y un delegado
indígena.
- ¿Los Shorimáes llegaron hasta el Río Negro?
- Por aquí todito. Toda la margen izquierda del Río Negro, hasta Livramento.
- ¿Hasta su sitio?
- Sí, ahí entonces yo reuní casi 100 hombres. Allí cerca asaltaron otro pueblo llamado Arutí,
de lengua Baré, que está cerca de donde pasamos.
- Ahora Ud. decía que había otra ruta, por el Siapa, un tal Arvelo...
- Sí. Arvelo, un venezolano que fue un gran empleado de una firma IPC John’s, inglesa, ese
fue por el Siapa, por ahí, por una pica entró en el caño Maraujá, por encima de Tapurucuara.
- ¿Eso era para evadir la frontera?
- Sí, sí, para pasar. No había documentos, para no pasar por la frontera.
- ¿Y los guardias brasileros estaban en Cocuy?
- En Cocuy todo el tiempo.
- ¿Y las familias brasileras los ayudaron?
- Todos los ayudaron. Allí abrieron fundos, sembraron mañoco.
- ¿Y se quedaron?
- Sí, se quedaron. Algunos eran comerciantes y comerciaron y pasaron para Manaos, como
brasileros. No había documentos entonces.
- ¿Eso era en la misma época en que estaba Funes? ¿Lo de Arvelo, era en esa época o
después?
- Era esa época, en donde hubo una época dura de dictadura de Funes y Gómez.
- Vamos pasando en este momento, cerca del caño Cayarí-Mirí. Antiguamente una gran
aldea indígena, porque actualmente se encuentran muchos residuos de ánforas, huesos.... debía
ser un gran cementerio de vasijas. ¿Gente Baré?
- No se sabe.
- ¿Y el sitio se llama?
- Cayarí-Mirí. Es decir “Pequeño Cayarí”. Porque el Vaupés se llama Cayarí. Vamos pasando
una región que se llama Masaripí, compuesta de infinidad de islas. Un lugar también muy antiguo,
donde hubo una civilización que sembraban mucho algodón, que tenían una tinta preparada para
teñir tela; plantaban bastante y hacían telas. En esta región de Masaripí tenían también dos
telares para fabricar tela. También en aquellos tiempos producían mucho tabaco y exportaban.
Bastante adelantados.
- ¿De qué eran las plantaciones?
- De anilinas y otras plantas indígenas que producían el color rojo, azul y así sucesivamente.
- Hacia las 11 y 30 de la mañana estamos pasando por la boca del río Cauaburí. Un río
bastante habitado antiguamente, con tribus civilizadas: Baré, Mandávaca y así sucesivamente.
Tuvieron grandes pueblos, hasta el alto Cauaburí. Ahora está la Misión Salesiana en Maturacá y el
puesto indígena de Maiá. Aquí, antiguamente, en tiempos del primer gobernador de Amazonas,
hicieron una plantación de café, aún en medio de la floresta hay algunas plantas de café. De aquí,
según las crónicas, dicen que se llevó el café para San Paulo; en cambio hoy en día, San Paulo es el
primer productor de café del mundo.
- Enfrente de la boca del Cauaburí, en la margen derecha... Está el caño Yaguara-garapé, es
un caño con un pequeño curso y tiene un lago pequeño.
- Yaguara-garapé, es decir “Caño perro”.
- Eso. Aquí con la desembocadura del Cauaburí, se forma una gran isla llamada Pedro II. Da
la vuelta por el Pasimoni, se va al Casiquiare, baja al Guainía y se llega a San Gabriel. Es la isla más
grande de esta región.
- Al medio día en punto estamos pasando en frente de una isla donde vivía una antigua
población baré. D. Ambrosio nos va a señalar las características del sitio. ¿Esta isla, nos decía que
estaba habitada antiguamente por Barés?
- Sí, actualmente son caboclos civilizados.
- ¿Qué nombre tiene esa isla?
- Abáshica.
- ¿Lengua?
- Baré
- ¿Y en Yeral, cómo se dice?
- En Yeral no tiene nombre. En la margen derecha está Paraná Mirí.
- ¿Este es un pueblo que está registrado en nuestro mapa?
- Aquí hubo un pueblo grande llamado Nuestra Señora del Carmen fundado por un
sargento portugués de la época colonial. Allí se formó un pueblo grande, unas dos mil personas.
Grande pueblo. Mandaban esta región un sargento, un cabo y siete u ocho soldados. Los demás
eran indígenas. En tiempo de la Colonia.
- En este momento estamos pasando por el lugar llamado Castanheiro, villa señalada en el
mapa de Amazonas. Es el pueblo que tuvo la primera iglesia católica, apostólica y romana. Allí
vivió el gran comerciante Manuel Ambrosio, mi tío. Era un pueblo grande. Está en el mapa de
Amazonas con otras villas antiguas...con mucha gente que vivía aquí. Sembraban conucos y
trabajaban goma, chiquichique y también recibían oro del Cauaburí. Cambiaba mercancía por oro.
- ¿Y el río Castanheiro dónde queda?
- Mírelo ahí. Ese caño ahí cerquita. Vamos a llegar ahora a Morrocoy o también Jabutí.
Acabamos de pasar un lugar llamado Awacará, en portugés “casta”. Lugar antiguo. Residencia de
un antiguo coronel portugués de nombre Antonio Ignacio Ambrosio, mi padre. Allí viví yo y mis
hermanos. Un gran pueblo. Tenía doce casas, unas cuarenta cabezas de ganado. Después se
encargó mi hermano y él se encargó de terminar con todo. En frente se ven cuatro cerros o
montañas uno se llama Jacabí o “grulla”; la segunda se llama Taiasú, en yeral “báquiro” el tercero
se llama Tapira o danta; el cuarto, Trováo, “trueno”.
- ¿Tiene leyendas?
- Sí. Ah, otra cosa. Aquí en el Vaupés en 1930 o por ahí, aquella montaña mandó fuego
grande tres veces, debió de ser un gas; pero fueron tres veces, parecía una especie de volcán, ahí
las piedras derretidas se escurrían montaña abajo.
- ¿La tercera montaña?
- La Danta.
- ¿Qué fue lo que sucedió allá en Umarú?
- En Umarú sucedió la matanza de los indios Guaikas en 1940 más o menos. Allí atravesaron
indios para la isla de Umarú, que después se llamó así, pero antes se llamaba Uábada. Allí cuando
volvieron de nuevo fueron atacados por los civilizados. Venían en una especie de balsas. Cuando
se regresaban, ahí atacaron los civilizados y los mataron a todos.
- ¿Después de eso los indios siguieron bajando? ¿Aparecieron por acá?
- Aparecieron los cuerpos muertos por encima de la arena, en el verano y los comieron los
buitres.
- Nos estamos aproximando a Tapurucuara. Es la sede del Municipio de Tapurucuara o
Santa Isabel, el nombre más conocido es Tapurucuara. ¿Qué significa?
- “Casa del Lagartijo”. Tiene una Misión Salesiana grande. Ya más adelantada, con escuela
secundaria.
- ¿Tuvo mucha importancia Tapurucuara durante el imperio?
- Sí. Antes era un poblado indígena. Y aquí hubo muchas cosas. Hubo una revolución
política en aquellos tiempos. Hubo luchas entre dos partidos políticos. Es la historia de
Tapurucuara.
- Durante el tiempo del caucho, ¿Tuvo importancia Tapurucuara?
- Mucha importancia. Era el punto donde llegaban los barcos cargados de mañoco para
transportar a Venezuela. Ahí llegaba el avión, una Catalina que acuatizaba.
- Eso era el 40 ó 45 con la Rubber. ¿Pero antes, al final del siglo pasado también tuvo
importancia?
- Sí tuvo importancia. Era el puerto más importante donde llegaban barcos de gran calado.
Grandes comerciantes que llevaban los productos de la selva. Allí llegaban venezolanos,
colombianos, brasileros, de todo; pasaban tres o cuatro días o unas semanas. Hubo mucho
progreso en aquellos tiempos, después decayó el precio de la goma y también decayó el pueblo.
Hoy está más o menos.
- A las doce y cuarenta y cinco minutos del domingo 28 de diciembre de 1975, continuamos
viajando. En la Misión Salesiana hay unos sacerdotes, conocimos a uno de ellos que es un
importante investigador etnográfico de las etnias del Río Negro, en particular de los Banivas, en
realidad Curripacos del Brasil, es el P. Francisco Knobloch.
La parte de tierra firme recibe el nombre de Santa Isabel, desde la segunda mitad del siglo
XIX cuando fue fundada por misioneros carmelitas. Estos misioneros según nos explicaba el Padre
anoche, trajeron, cautivaron la población Tukana del río Vaupés y con ella formaron ese antiguo
pueblo de misión llamado Santa Isabel, en tierra firme. Ahora bien, frente a Santa Isabel existe una
pequeña isla que recibe el nombre de Tapurucuara; detrás, de la pequeña isla está una isla muy
grande que precisamente le llaman Isla Grande, pero cuyo nombre legítimo en Baré parece ser
Timuini, en todo caso lo vamos a confirmar más adelante.
- Estamos pasando por Naranjal. ¿Cuál es la importancia de Naranjal?
- Fue antiguamente un grande poblado de un comerciante, parece que era judío, llamado
Don Pesil.
- ¿Allí estaban todos los venezolanos, según tengo entendido?
- Allí, después de mucho tiempo, tuvo un gran florecimiento; la casa era un verdadero
palacio, tenía muebles traídos de Paris, todo con iluminación de acetileno, grandes campos, tenía
ganado, tenía de todo. Después de su muerte se quedó con eso Don Pedro Jordán, venezolano
exilado, también comerciante. Allí se quedó con la familia una gran cantidad de años trabajando el
balatá por los ríos Yapirí, río Branco, pero volvía allí, ese era su sitio.
- ¿Ahí llegaban los venezolanos que pasaban por tierra?
- Sí, por el Siapa, por el Pasimoni. Todos ellos llegaban aquí; era una colonia venezolana,
tanto Naranjal como al frente, Jauanarí que está al otro lado.
- ¿Eso fue por el 1920 más o menos, en tiempos de Funes?
- Sí, en tiempo de Funes.
- ¿Jauanarí es un Igarapé también?
- No. Es un sitio que se encuentra cerca del caño Jurubashí. Ahí también había puro
venezolano.
- ¿Ya no hay nada actualmente?
- No, no hay nada, está todo cerrado.
- ¿Y dónde era que estaba Manuel Bustos?
- Allá. Manuel Bustos. Familia Bustos; el padre y la madre de él hasta que se casó. En el
tiempo de la guerra se fueron a Venezuela, fueron llamados por el Gobierno para volver a su
tierra, pues ya había paz, orden y disciplina. Allí volvió con todos los venezolanos.
- ¿Eso fue por 1936?
- Sí, más o menos. El Gobierno llamó a todos los paisanos de aquí, volvieron todos; los
Bustos, los Jordán y otros. Familias grandes.
- ¿Habían pasado por el Pasimoní?
- Todos por el Pasimoni y el Siapa.
- ¿Y la isla del Paraíso?
- La isla Paraíso era una morada especial de Pedro Jordán o Chico Jordán, actualmente vive
en Puerto Ayacucho, allí tenía una gran casa de comercio y mercancía, ahí tenía una cría de ¿cómo
se llama?, pájaros Cuyubí, parecido a un Paují pequeño, pero con una cabeza más chiquita tipo
gallineta. Allá se ve Naranjal, un gran campo.
- ¿Isla Paraíso?
- Isla Paraíso, está de frente, ya se va a ver.
- También en ese sitio habitó el paisano Antonio Gaviní, a quien visitamos en su casa de San
Carlos en estos días de diciembre; cuando eso, Gaviní era un muchacho. A cinco minutos para las
tres, estamos comenzando a visitar el sitio Temendauí.
Temendauí, famoso lugar donde moraba un gran comerciante llamado Joaquín Ciriaco, que
edificó un verdadero palacio, lindo. Hay una leyenda antigua con una ciudad encantada, de
grandes palacios, calles y mucha gente, lindas muchachas; aún continúan dichas leyendas y
muchos que se pierden por estos lugares cuentan las lindas maravillas de esa ciudad. También la
leyenda dice que hay una culebra de unos 70 metros que acostumbra a agarrar los barcos, menos
mal que nosotros estamos pasando por encima sin novedad. Este tipo de paisaje, con esos morros
de arena, sólo lo habíamos encontrado en la Goajira, en Falcón también. Dicen que por aquí
aparecen muchas toninas. Sí, son los soldados de Temendauí, soldados de la ciudad encantada.
- Temendauí, según la tradición Baré y de otros grupos arawakos de la región es el jefe
supremo de todos los Máwali de la región del Amazonas. En las cabeceras del Caño Aki, Comisaría
del Guainía, Colombia, cerca de Maroa, hay un hijo de él, una laguna que llaman Máwali ata.
- ¿Cómo se llama el caño que se encuentra en la margen izquierda, de frente?
Darajá.
- Volviendo a lo de Temendauí. ¿Qué hay que decir con respecto a un tal Braga?
- Ah, sí, él fue el siguiente morador después de Joaquín, el que construyó el gran palacio.
Vino después ese señor llamado Policarpo Braga.
- ¿El murió?
- Sí, él murió, hace un año y medio. Queda ahí su hijo Alberto Braga.
- A las 4 y 20 minutos estamos llegando a un sitio, margen izquierda del Río Negro, que se
llama San Tomé. A primera vista se observa una siembra de matas de siringa, de matas de goma;
se observa también ganadería. Un sitio muy hermoso, tiene un campo grande detrás: ¿Cómo se
llama el dueño?
- Juan Bosco, el propietario del sitio San Tomé.
- Estamos pasando en este momento por un lugar llamado Yucurarú, es de lengua
Nhengatú o Yeral, que significa “lagartija grande”. Después de estas piedras hay arena durante
unos tres días. Nada más. Viajamos tranquilos, sólo hay arena.
- A las 6 en punto de la mañana del 30 de diciembre, continuamos el viaje con intención de
llegar a Barcelos: ¿Cómo es el nombre legítimo de Barcelos?
- Mariuá.
- Nombre legítimo baré, antigua capital de la provincia de Amazonas, en el tiempo del
imperio.
- No, en el tiempo del Imperio no, en los tiempos coloniales. Fue grande, progresó
bastante. Después vino el Gobernador Lobo de Almada, Capitán Ingeniero, muy bueno, gran
administrador, hizo progresar a la Provincia, trayendo ganado directamente de Portugal, hasta los
campos de Boa Vista en el Roraima, así como también promovió la agricultura, todo, todo; fue un
gran hombre. Después por razones políticas y comerciales cambiaron el nombre de Mariuá en
Barcelos. Mariuá el nombre indígena, Barcelos el portugués. Después mudaron la capital para San
José da Barra y después fundaron Manaos, la capital actual de la Amazonia, habitada en esos
tiempos por tribus indígenas Banivas, Tukanas, Barés, Desanas, Manaus, etc., una cantidad de
tribus fueron sus primeros habitantes.
- ¿Qué tipo de población tiene actualmente Barcelos?
- Barcelos en tiempos pasados tuvo una población de unos dos mil habitantes, ahora es
mucho menos, muy poca. Ahora hay un prefecto o administrador.
- ¿Cuál es la importancia histórica de Barcelos?
- La importancia histórica fue porque fue la capital primera de la Provincia de Amazonas,
estaba ligada al Estado del Gran Pará. Otra cosa importante también; en esos tiempos de Lobo de
Almada, el Gobernador, se reunieron los representantes del gobierno español y portugués para
señalar los límites entre Brasil y España, fue la más grande conferencia que hicieron allí.
- En esos tiempos, ¿Barcelos fue mucho más importante que Manaos?
Mucho, mucho más importante. Después hicieron capital a San José da Barra y después a Manaos.
San José da Barra era un fuerte, una fortaleza; después se hizo Manaos, por los indios Manaos,
pero muchos eran Baré.
- Si, los Manaos eran grupos de filiación Arawaka.
Vamos a hacer ahora una entrevista autobiografiada a D. Herminio Ambrosio, a la ribera
del Río Negro, cerca del caño Carboeiro. La entrevista es en relación con la vida en el Amazonas
desde su tiempo hasta nuestros días.
- … Pues bien, yo nací en 1908, nací en el pueblo llamado Awakará. De una familia. Mi
padre portugués legítimo y mi madre amazonense, hija de un cacique de origen baniva, de allí
llegué aún muy chiquito a Portugal. Yo y mis hermanos, todos, yo y una hermana que es doctora
actualmente y está en Manaos clinicando y un hermano mío llamado Alexandro Ambrosio que fue
Prefecto tanto en Barcelos como en el municipio de San Gabriel.
- ¿La posición económica de sus padres era muy buena?
- Era una posición muy elevada económicamente.
- Describa un poco el sitio que tenían.
- El sitio Awakará, allá por donde pasamos, él mismo lo abrió con las manos, él le inició a la
vida así como cualquier pionero inmigrante. Trabajando junto a mi madre y así reunió el pueblo
alrededor de él y así fue creciendo económicamente. Nosotros tuvimos en ese tiempo goma,
“borracha”, daba mucho dinero, mucha plata en ese tiempo.
- Cuándo Ud. nació ¿vivían en ese tiempo con toda comodidad?
- Con toda comodidad, bastante mismo; como hidalgos mismos, tenía muchos criados
mismos, tenía ganado, tenía de todo. Y de allí debido a la posición económica de él, mandó a
todos los hijos a Portugal, para la tierra de él, para estudiar. Ahí nosotros pasamos ya, mi madre
también se fue con nosotros y mi padre quedó aquí al frente del movimiento comercial. Nosotros
pasamos por allá una posición bien, estudiando. Yo, chiquito aún con dos años, cuando llegué a la
edad escolar, allí entré y continué los estudios... ¡Casi me formo! Casi, mas el destino... Pero estoy
satisfecho con lo que sé. Y así quedamos mucho tiempo, mi hermano casi se formó, de Ingeniero
Electricista, y así fuimos siguiendo hasta 1918, nosotros regresamos de Portugal; mi padre siempre
gran comerciante aquí y allá también en Portugal. Tenía allá una sociedad con empresa pesquera y
así sucesivamente. Pues bien, así continuamos. Nosotros ayudándoles con sus trabajos aquí, con
su comercio hasta llegar a la decadencia, quien no tenía capital....se acabó. Y así el comercio
decayó y casi quedó en la extrema miseria en todo el Amazonas, fue una época terrible, tremenda.
- ¿Una gran recesión?
- Una gran recesión. Pues bien, después gracias a Dios, apareció un extranjero, no recuerdo
ahora el nombre, vino de.... Pasó por Venezuela y vivió por allí hasta hacer aquí y trajo la noticia
de que había encontrado allá para Venezuela, una goma llamada Balatá, que había mucha procura
y era muy necesaria para la industria y que la compraban los americanos a precio de dólar. Ahí de
pronto, el Río Negro era el único río del Amazonas que tenía esa goma, ahí comenzó la exploración
y fue cuando comenzó de nuevo a florecer, porque antes estaba en la extrema miseria. Otros ríos,
como no tenían balatá, se quedaron pobres, indigentes, familias enteras que no tenían ni ropa.
- ¿Por eso fue que se fueron todos a Manaos?
- Sí, sí, se movieron todos del interior a Manaos, pero Manaos estaba también en la
extrema miseria.
- Cuando apareció el balatá, ¿qué edad tendría usted?
- Yo, aproximadamente estaba en unos quince, dieciocho años de edad, había llegado
recientemente de Portugal. De allí se inició el ciclo del balatá. Balatá fue, uff… todo el Río Negro,
todo hasta el Río Branco, Yauapirí por ahí, las cabeceras, Inírida, por los lados de Colombia y por
ahí todo. Fue un movimiento grande, colosal. Entonces sí prosperó el comercio, los balateros
tenían fama de hombres de plata; y así floreció el comercio de Manaos. Económicamente el
Amazonas se elevó de nuevo, así fue yendo hasta que llegó el punto de la goma volver a los
buenos precios, había grande demanda cuando rompe la Segunda Guerra Mundial.
- ¿La época del balatá fue entonces entre el 20 y 30 aproximadamente?
- Del 20 al 35.
- ¿Esa fue la época en que Ud. conoció a los venezolanos que pasaban del otro lado?
- Eeeeso. .. .perfectamente. Venían de Venezuela unos refugiados.
- ¿Cuáles familias nos diría usted?
- Bustos, Fuentes, Jordán, Gaviní y algunas otras familias… Pérez, no sé de qué, muchos,
muchos venezolanos.
- ¿Coincidió con la época del balatá?
- Eso mismo. Ellos eran grandes balateros... Jordán, Chico Jordán era un gran balatero.
- ¿Entre el 30 y el 40 qué hizo usted?
- Entre el 30 y el 40 la siringa o el caucho ya iba creciendo en Brasil. Había mucha necesidad
en el mundo entero, y así iba subiendo el precio y así iba aumentando. Cuando llega la Guerra
Mundial, ya Amazonas entero estaba prosperando, y había mucha procura de goma, entonces
venían todas esas compañías y corporaciones norteamericanas, contratando personal aquí del
Brasil, para llevar a Venezuela, para trabajar goma hasta 1945-46, cuando terminó la guerra, que
algunos brasileros volvieron y otros se quedaron. Y así aconteció.
- Cuando Ud. se casó, ¿qué edad tenía?
- Diecisiete años.
- ¿Tenía poco de haber regresado de Portugal?
Poco, poco, mas ya era un hombre formado y tenía experiencia comercial del balatá con mi
padre.
- ¿Su mujer era de la zona?
- De la zona misma, de allí de Masarabí, por donde nosotros pasamos. Era una muchacha
de trece años. Duramos ocho años casados. Ella tuvo cuatro hijos, aún están vivos tres y todos
casados.
- Cuándo la época de la prosperidad, ¿cómo era la vida social acá, los bailes, las fiestas?
- Ah.. .la vida social. Hay siempre una gran diferencia, porque en ese tiempo había esas
fiestas, esa música antigua, clásica, chotís, cuadrillas, polkas, tango argentino y así sucesivamente.
- ¿Dónde hacían los bailes? ¿en los sitios o en los pueblos?
- A veces en pueblos, o si no había, algunos las hacían en sus sitios, convidaban mucha
gente, familias... eran bailes. Tenían esa fiesta de Junio, la fiesta del Mastro. Se seguía a las
curiaras llenas de banderas, con el Santo. Los limosneros, sacaban por ahí enseres y frutos de toda
calidad, mañoco, plátano, etc., y los frutos para ornamentar los Mastros. Interesante. Salas
enormes de fiestas.
- ¿Marabitana tenía vida?
- En aquellos tiempos sí, tenía mucha importancia, mucha gente. Marabitana entonces era
muy famosa. Eran famosas las fiestas de allí, venían venezolanos de San Carlos, hasta de Maroa;
colombianos también venían, y allí permanecían durante un mes viviendo, bailando y comiendo
gratis.
- ¿Digamos, que cuándo Ud. nació la clase social, los “blancos” eran más bien los
propietarios?
- Sí, siempre eran los blancos.
- ¿Y los caboclos, qué posición tenían?
- La posición de los caboclos era una media posición. No eran como los indios, los
selvícolas. Los caboclos ya tenían una posición como nosotros llamados “burguesía”, eran pequeña
“burguesía”.
- ¿Los caboclos siempre han trabajado y trabajaban cuando eso de la siringa?
- Sí, sí.
- ¿También había indios siringueiros (caucheros)?
- Algunos, algunos que llegaban como Makus o como esos indios Shiruayas de aquí del
Teya. Era una tribu más civilizada, pero aún un poco selvícolas y esos caboclos los sacaban de allá
para trabajar para ellos y sirviendo como criados, además de esos traían indios del Vaupés, Kayarí,
Tukanos; por ejemplo, desanos, banibas. Los comerciantes seguían hasta allá para llevar
mercancías para contratarlos.
- ¿Cuál considera Ud. la época más próspera que Ud. ha vivido?
- La más próspera fue la del balatá. De ahí se mudó un poco y me mantuvo estancada. De
ahí otra ocasión fue la de la guerra, la gran guerra que había necesidad de la goma, todo se fue
para arriba. Acabó la guerra y tal, y la confusión vino de nuevo… Ahora estamos en un tercer ciclo,
debido al Gobierno, al hacer esas grandes estradas. . .la perimetral norte. Diversas compañías
vinieron a San Gabriel, y otras por aquí, por el río Branco. Por ahí todo, Amapá hasta aquí. Y así
transportaron muchos capitales y hoy en día está como ustedes están viendo, es de otro ciclo
también de prosperidad... San Gabriel, era un pueblito y hoy en día es una ciudad, gran
movimiento, muchos carros, boites, etc.
- ¿Ud. participó en expediciones hacía los caños?
- Sí, a veces duraba ocho meses en la selva.
- ¿Qué hacían esos ocho meses internados en la selva?
- Exploraciones de balatá. Ocho meses o seis meses pasando hambre por ahí.
- ¿Pero en esos ocho meses no surgían problemas entre la gente, peleas?
- Bueno, no ocurría nada porque no había bebidas. Estaba prohibido terminantemente.
- ¿Era usted comandante o subordinado?
- Muchas, todas las veces fui comandante, desde la edad de 14 años comandé. La menor
cantidad de hombres que mandé fue 15 y hasta llegué a comandar 80 hombres.
-¿Alguna vez se le rebelaron?
- Nunca, siempre los trataba bien, dentro de la disciplina, siempre adoptando el sistema,
como nosotros llamamos, “cada macaco no seu lugar”. Nunca dejé confundir en el trabajo a los
caboclos amazonenses con los “chorros”, con los nordestinos que son valientes, gustan pelear…
pero siempre la disciplina.
- ¿Hasta dónde llegaban más o menos?
- Nosotros llegamos casi hasta la cabecera del Caño Yawapiri. Así mismo llegamos hasta las
cabeceras del Alalaú, territorio de los indígenas Atroaris.
- ¿Nunca pasaron a la Guayana venezolana?
- Nunca, nunca. Siempre en el lado de Brasil… el Catrimani, río donde se forman hasta 80
raudales, de ahí pasábamos al Mauá, otro igarapé, afluente del río Branco, con más de cien
raudales.
- ¿A remo o a motor?
- Nooo. El motor subía hasta un lugar, allí dejábamos el motor con tres vigilantes, de ahí
seguíamos en curiara y a veces las pegábamos tipo balsa y llevaban tres toneladas cada una.
- ¿Ustedes entregaban el balatá en Manaos o aquí mismo?
- Lo entregábamos allí, en la boca del caño a un navío que subía hasta Tapurucuara, eran
varios vapores. Esos vapores llevaban la mercancía hasta las casas comerciales de Manaos y allí
llegábamos a la firma de Araujo, IPC John’s, Samurí y otras. Luego estas exportaban hacia Europa y
los Estados Unidos.”
FIN
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