LA OTRA BARONESA THYSSEN Fiona Campbell-Walter fue la primera supermodelo de la historia, la tercera esposa de Heini Thyssen-Bornemisza y el último amor de Alexander Onassis. Lleva décadas recluida en Suiza, pero ahora rompe el silencio para hablarnos de su matrimonio con el barón, de su vida en “Villa Favorita”, de sus relación con Carmen Cervera, y de la inminente publicación de sus memorias. POR MARTÍN BIANCHI “No hablaré de mi marido o de mis amores, salvo en términos muy vagos”, nos advierte Fiona Thyssen-Bornemisza (de soltera, Campbell-Walter) antes de comenzar la conversación. Es la primera entrevista que concede en décadas -”no se ha escrito nada especial sobre mí porque los años han desplegado un velo más suave sobre mi vida”, dice- y quiere curarse en salud. En los años 50 y 60, la prensa convirtió su vida en una novela por entregas. Su carrera como modelo, su boda con Heinrich ThyssenBornemisza, su romance con el hijo de Ari Onassis, su enemistad con Carmen Cervera… no hay capítulo en la biografía de la tercera baronesa Thyssen que el papel couché no haya cubierto. “Se han escrito muchas tonterías sobre mí”, se lamenta la aristócrata de 81 años, que ahora lleva una vida silenciosa en Suiza. Fiona es escocesa, aunque nació en Nueva Zelanda, donde su padre, el Contraalmirante Keith Campbell-Walter, estaba encomendado a una de sus primeras misiones navales. Su madre, Frances, era hija del parlamentario conservador Sir Edward Taswell Campbell. “Jamás recibí ni un reproche de mi familia por trabajar como modelo. De hecho, fue mi madre quien me introdujo en el negocio. Un día vio el anuncio de una escuela para señoritas en el periódico y me dijo que me apuntara o que hiciera un curso de secretaria. También me dijo que una vez graduada podría ganarme la vida como modelo” y eso es exactamente lo que ocurrió. Hasta su boda con el barón, en 1956, Fiona era una de las “mannequins” mejor pagadas del mundo -”estaba lejos de ser la mejor pagada como dicen, las inglesas ganábamos menos que las americanas”- y una de las “preferidas” de Cecil Beaton -”lo conocí mucho antes de ser modelo”-. Lucía diseños de Patou, Givenchy y Dior, su rostro adornaba las portadas de “Vogue”, y era fotografiada por Doisneau, Dambier y Horst P. Horst. “No me consideraba una supermodelo. Entonces casi todas las modelos proveníamos de familias privilegiadas, teníamos buenos modales y aptitudes sociales. Y como sólo hacíamos fotografía no estábamos expuestas a la pasarela, que es donde nació el culto a la modelo”, explica. Incluso Pietro Annigoni, retratista de la Reina de Inglaterra y del Maharajá de Jaipur, quedó prendado de ella y la coronó como “una de las mujeres más bellas del mundo”. -Y, ¿conoció a Cristóbal Balenciaga? -Sí, por supuesto, pero tuve muy poco contacto con él porque, a diferencia de Hubert (de Givenchy), Cristóbal no asistía a las pruebas de vestidos. Cumbre en Saint Moritz En la cúspide de su carrera, la prensa relacionó a Fiona con solteros de oro como el conde Robin de la Lanne-Mirrlees, el hombre que inspiró a Ian Fleming para escribir “James Bond”. “Solo éramos amigos. Lo conocí mucho antes de que fuera famosa, cuando él era un universitario”, aclara. Pero fue el barón Thyssen quien la conquistó. El primer encuentro ocurrió en Saint Moritz. “Éramos vecinos de chalet”. Ella tenía 24 años y él 35, aunque ya acarreaba un divorcio -de la princesa Teresa de Lippe- y tenía otro en puerta -de Nina Dyer-. “La modelo y el barón se casan tras solo doce horas de compromiso”, anunció la prensa. “De todas las historias absurdas sobre mi relación con Heini, esa es la más estúpida. Él todavía estaba casado con Nina cuando me conoció y decidió que nos íbamos a casar. Esperamos más de un año para hacer público el compromiso y nos casamos el día después de haber conseguido los papeles del divorcio”, revela la baronesa. Fue una sencilla boda en “Villa Favorita”, el palacio de los Thyssen a orillas del lago Lugano. “Adoraba esa propiedad y los secretos de su funcionamiento. Algunos de los momentos más felices de mi vida tuvieron lugar allí: el nacimiento mi hija Francesca (ahora, Archiduquesa de Habsburgo-Lorena) y de mi hijo Lorne, la colección de arte, los jardines… Al principio me costó dominar el italiano y el alemán. Y es verdad que teníamos una vida social muy limitada y los pocos eventos que organizábamos tenían como fin entretener a los clientes de Heini. Pero el entorno era tan glorioso que no me importaba nada más. Heini, que era más social, se aburrió de 'Villa Favorita' mucho antes que yo”, comenta sugerentemente. Los archivos de la revista “Life” guardan una gloriosa producción en la que posa junto a su obra preferida de la colección familiar: el famoso retrato de Giovanna Tornabuoni que ahora cuelga en el Museo Thyssen. -Entonces, ¿no se sentía sola? -Jamás. La mitad del tiempo lo pasábamos viajando, lo cual era muy doloroso para mí porque echaba mucho de menos a mis hijos. Pero era parte del acuerdo matrimonial. Él me exigía que lo acompañara en todos sus viajes de negocio y me recordaba: “me casé contigo para que seas mi esposa, no para que cuides de los niños”. Así que iba a todos lados con él. Era agotador. En ese momento Heini estaba levantando el negocio, destruido tras la Segunda Guerra Mundial. Supongo que sus siguientes esposas tuvieron más libertad. Cuando habla de las “siguientes” baronesas, evita nombrar a Carmen Cervera, con quien no tiene relación. “A Tita la conozco desde mucho antes de que fuera baronesa. Me la presentaron cuando todavía estaba casada con Lex Barker, durante un rodaje en España. Pero jamás nos hemos hablado o visto desde el funeral del Barón”. explica. Cuando Heini falleció, en 2002, los Thyssen se sumieron en una mediática disputa por la herencia. El año pasado, Tita subastó un “Constable” por casi 25 millones de euros y anunció que ponía en venta “Villa Favorita”, profundizando aún más las desavenencias familiares. “Mis hijos y yo estamos muy tristes con la venta de 'Villa Favorita' y con la actitud de Carmen, que nos ignora a la hora de tomar estas decisiones. Para ella 'Villa Favorita' es solo un cajero automático. Pero la casa significa mucho más. Es horrible desintegrar un patrimonio así por su falta de interés”, se lamenta. Fin del idilio El matrimonio de Fiona y el barón solo duró nueve años y ella no se arrepiente de nada. “La vida maravillosa que compartí con Heini compensó fácilmente el entusiasmo y la adrenalina de cualquier trabajo. Nada reemplaza estar enamorada y ser amada y pese a algunos tristes intentos de borrar esa verdad, existe para toda la eternidad”, dice. Para la eternidad... como su título de baronesa. “Cuando me casé con Heini adquirí su apellido y la nacionalidad suiza, y cuando me divorcié me pidió que siguiera utilizando el apellido y que conservara la nacionalidad, porque mis hijos son Thyssen y suizos”, aclara. “Ser baronesa nunca cambió mi forma de ser. El título no me define. Desde que nací sigo siendo la misma pequeña escocesa”. Tras el divorcio del barón, en 1965, Fiona siguió viviendo en el chalet de Saint Moritz de su ex, donde tenía como vecinos a los Niarchos y los Agnelli. “La prensa nos tildaba de 'jet-set', pero no perdíamos el tiempo volando en aviones. Simplemente hacíamos cosas interesantes alrededor del mundo y a veces teníamos que utilizar los jets”, exclama. Entre sus amigos y conocidos figuraban Truman Capote y Marella Agnelli. “Con Truman conectamos muy bien, jamás fue maleducado conmigo. Aunque creo que tenía problemas psicológicos, era intolerable con la gente... como casi todos los genios”, dice. -Y, ¿cómo era su amiga Marella Agnelli? -Cultísima. Tenía uno de los jardines más bellos del mundo y una colección de arte sin igual. Tristemente, a Marella le tocó ser la jefa de una familia muy disfuncional. Las tragedias en su vida la superaron, todo se salió de control. Hace algunos años la vi en un restaurante y no me reconoció, no recuerda a nadie. Muchos de mis amigos de la denominada “jet-set” han muerto. Yo no rompí con la “jet-set”, simplemente muchos de ellos ya están muertos. En los años 70, Diana Vreeland, la todopoderosa editora de “Vogue”, relanzó su carrera en la moda. “Tras mi divorcio de Heini, me encomendó una misión muy divertida. En aquella época los restaurantes elegantes de Nueva York no permitían el acceso a las mujeres con pantalones. Diana me preguntó si podía utilizarme como arma para forzar un cambio en esa política. Obviamente accedí. Elegí varios conjuntos de trajes-pantalón de Nina Ricci y Ted Lapidus y durante una semana intentamos sin éxito almorzar en los sitios más chic de la ciudad. Entonces Diana les advirtió: 'Si no nos dejáis entrar me aseguraré de que ninguna otra mujer elegante vuelva a comer en vuestros restaurantes'. Inmediatamente nos abrieron las puertas. Así terminamos con una regla arcaica que regía en los sitios de moda”, recuerda orgullosa. De nuevo en boga, Fiona vivió un muy publicitado romance con Alexander Onassis, hijo de Ari, que era dieciséis años menor que ella. El magnate naviero se oponía a la relación, que terminó en tragedia cuando Alexander murió en un accidente aéreo, en 1973. “Así es mi vida, una aventura maravillosa, llena de los ingredientes de la vida: alegría y desolación, oportunidades aprovechadas y otras perdidas”, suspira. Ahora, refugiada en su chalet suizo, quiere plasmar sus recuerdos. “Estoy escribiendo mis memorias, sin las malas interpretaciones de la prensa ni las opiniones de gente maliciosa. Quiero contar mi vida, mi verdad. Y que mis hijos y nietos hagan lo que quieran con ellas”. Huele a best-seller. -FIN-