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La gaceta
17 de octubre de 2011
JUan FeRnando coVaRRUbIas

William Faulkner
con sus perros.
Foto: Archivo
de
el Ulises
Faulkner
Mientras agonizo reúne lo mejor de las
técnicas que desarrollaría el autor en su
obra futura. Síntesis de la decadencia, en
esta novela aparece por primera vez el
“condado apócrifo” de Yoknapatawpha,
que sería tan recurrente
literatura
Anse,
A
lguna vez el escritor y
crítico
estadunidense
Conrad Aiken consideró que cuando Henry
James, en un ensayo sobre Balzac escribió que “su sensibilidad
carece de gracia, es violenta y
bárbara. […] Lo embargaba la alucinación y en esas circunstancias
creía todo lo que fuera necesario”,
bien pudiera haberse referido a
William Faulkner (1897-1962) y su
novelística.
Mientras agonizo (1930), quinta
novela de Faulkner y en la que por
primera vez aparece el nombre de
Yoknapatawpha, “mi condado apócrifo”, según palabras de él mismo, tiene un poco y un mucho de
eso de lo que se le ha acusado. Se
trata de una novela que transcurre
con base en monólogos: donde de
pronto hay placidez, calma, pero
a ratos sobreviene la furia, el desastre. “Los monólogos de Faulkner recuerdan esos viajes en avión
plagados de zonas de turbulencia”,
escribiría Jean Paul Sartre. Pero,
hasta el final, “el lector sí permanece inmerso, quiere permanecer
inmerso”, apunta Aiken.
Faulkner la escribió, según dijo
en una entrevista concedida a la
Paris review (1956), en seis semanas (aunque en realidad fueron
ocho: del 25 de octubre al 29 de diciembre de 1929), de madrugada,
en el tiempo libre que le dejaba su
empleo como bombero y vigilante
nocturno en la central eléctrica de
la Universidad de Misisipi.
La novela relata la odisea de
la familia Bundren (Anse, el padre; y sus hijos: Cash, Darl, Jewel,
Dewey Dell y Vardaman) para dar
sepultura a Addie, esposa de Anse
y madre de sus cinco hijos, que
pidió, mientras agonizaba, que la
enterraran con los suyos en Jefferson, que dista 60 kilómetros
del lugar donde viven.
En su lento y accidentado caminar tratando de llegar a Jefferson
la rancia tozudez de Anse de no
aceptar ayuda de nadie, se convierte en el más imponente obstáculo. Y una parvada de buitres les
ensombrece el cielo, pues Addie
comienza a pudrirse dentro de ese
ataúd casero que construyó Cash.
Anse, aun cuando va sobre la carreta y lleva el ataúd a sus espaldas, es, al mismo tiempo, uno de
esos buitres hambrientos y negros.
Como jefe de familia y de la
expedición, Anse concentra una
y mil calamidades, y por ello mismo se sabe tocado por la mano
de Dios. Hay en él una especie
de fatalidad que lleva orgulloso,
pues en el fondo está convencido
de que es un mal trago que será
recompensado: “Yo soy un elegido del Señor, porque Él castiga a
los que ama”. Marcel Aymé señala
que: “[…] mientras más brutales,
crueles, sanguinarios, lujuriosos
y coléricos son los personajes (en
las novelas de Faulkner), más tangible es la presencia de Dios”. En
Anse es reconocible esa particular
seña divina.
Anse es consumido, al lado de
los suyos, por la promesa dada a
Addie. Dice André Malraux que
“una intensa obsesión aplasta a
cada uno de sus personajes, y en
ningún caso los personajes logran
exorcizarla”. Es decir, acaban sucumbiendo ante aquel aluvión de
pesares y dolores que los encierran. El mismo Malraux apunta
que Faulkner es dado a “colocar
a sus personajes frente a frente
con lo irreparable”: Cash (que se
rompe dos veces la misma pierna
y no ayuda a Darl en el último momento), Darl (que incendia el establo de Gillespie con la esperanza de que arda el ataúd donde su
madre se pudre tras siete días de
vagar y acaba en la cárcel), Jewel
(que pierde su caballo y vive en
perpetuo odio de todo y de todos),
Vardaman (que dice que su madre
es un pez y anhela un tren eléctrico de juguete que no llega a sus
manos) y Dewey Dell (que está
embarazada y quiere deshacerse
de lo que lleva dentro, pero no lo
logra). De esto irreparable, absurdo a veces, violento y brutal casi
siempre, ninguno sale bien librado (salvo Anse); antes bien acaban
reducidos, inservibles, desquiciados, débiles.
“Los héroes de Faulkner nunca ven hacia delante. Miran hacia
atrás mientras el camino sigue
arrastrándolos”, escribió Jean
Paul Sartre. Anse fue arrastrado,
pero regresó a su Ítaca particular,
donde Penélope (“Os presento a
la señora Bundren”) lo esperaba
herido, pero regenerado. Para el
mismo Faulkner: “La familia Bundren se las arregló bastante bien
con su destino”, dijo a la Paris review. Y Anse es el mejor ejemplo
de ello. [
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