A 40 años del `68

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Siglo nuevo
opinión
USO DE LAS FACULTADES LEGÍTIMAS
A 40 años del ‘68
M
ucho perdimos como país el 2
de octubre de 1968. En esa trágica fecha, hace 40 años, una
treintena de estudiantes fueron muertos
durante la represión de un mitin político
en la plaza de las Tres Culturas, en la zona
de Tlatelolco de la ciudad de México.
La matanza nos recordó a los ciudadanos mexicanos lo vulnerables que éramos
en esos tiempos del viejo sistema político
autoritario. También nos ratificó que ese
régimen estaba ya agotado e impulsó el
comienzo de un largo período de transformación política que llevó a la construcción del sistema democrático que, con todas sus ventajas y desventajas, hoy tenemos. Una de las consecuencias políticas
e históricas de la masacre fue infundir
un miedo enorme entre los gobernantes
mexicanos, que hasta la fecha les impide
utilizar la fuerza pública para usos legítimos, como impedir los bloqueos de vías
públicas que se han convertido en una
pesadilla constante para los habitantes de
nuestro país.
El movimiento estudiantil de 1968 fue
producto en buena medida de la soberbia
de un gobierno que pensaba que tenía un
privilegio superior para regir sobre el país
con poderes absolutos en lugar de una orden del pueblo para gobernar dentro de
los límites de la ley. Fue la brutalidad policiaca después de un pleito entre grupos
de estudiantes de dos escuelas distintas
del centro de la ciudad de México lo que
encendió la protesta de los estudiantes.
La policía llegó al extremo de volar de un
bazukazo la antigua puerta de la Preparatoria 2, un monumento colonial, para entrar y detener a estudiantes que se habían
refugiado ahí después de la refriega y de
la intervención de la policía.
La represión fue creciendo con el tiem-
12 • Sn
Efe
Sergio Sarmiento
po. Los golpes a manifestantes fueron reemplazados por balazos en el mitin del 2
de octubre de 1968. Una balacera provocó
la muerte de alrededor de 30 personas, la
mayoría estudiantes. Muchos de los dirigentes del movimiento estudiantil, que se
encontraban concentrados en uno de los
edificios del conjunto Tlatelolco, fueron
detenidos.
Durante mucho tiempo se pensó que
la matanza de Tlatelolco había sido simplemente un ejemplo de represión violenta del Ejército a los estudiantes reunidos
en la Plaza de las Tres Culturas. Hoy sabemos mucho más de lo ocurrido y la realidad que surge es mucho más compleja.
Por lo menos dos grupos de militares
estuvieron presentes esa tarde de octubre
en Tlatelolco y aparentemente no había
coordinación entre ellos. Un grupo era el
llamado Batallón Olimpia, cuerpo de élite
vestido de civil e identificado sólo por un
guante blanco adscrito al Estado Mayor
Presidencial, el cual se ubicó en distintos
edificios del conjunto de Tlatelolco con la
aparente orden de detener a los líderes
del movimiento estudiantil. Otro grupo
de tropas regulares llegó a Tlatelolco con
la aparente instrucción de dispersar a los
manifestantes.
Vale la pena recordar que faltaban sólo unos días para el comienzo de los Juegos Olímpicos y el gobierno del presidente Gustavo Díaz Ordaz estaba desesperado ante la posibilidad de tener manifestaciones que ensuciaran la imagen nacional
que se pretendía proyectar al mundo con
esas competencias deportivas.
Nadie sabe quién disparó el primer tiro. Lo que sí sabemos es que las tropas regulares del Ejército y los miembros del
Batallón Olimpia se dispararon unos a otros. Los miembros del Batallón Olimpia
hicieron esfuerzos desesperados por informar a las tropas que entraban a la Plaza de las Tres Culturas que eran también
militares. Al final la tragedia se debió en
buena medida, cosa muy mexicana, a la
falta de planificación y coordinación del
operativo y no a una decisión del presidente de haber matado a un número indeterminado de estudiantes.
El presidente Gustavo Díaz Ordaz asumió la responsabilidad histórica de lo
acontecido. En eso fue valiente, sobre todo
si contrastamos su actitud con la de nuestros políticos actuales que nunca quieren
asumir personalmente las consecuencias
de una decisión buena o mala. La represión, sin embargo, empujó a una izquierda que no tenía cabida en el panorama electoral del país a tomar el camino de las
armas. Las guerrillas de los años seten-
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