La fraternidad en la vida y en la misión de la Iglesia. Una

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Epistemología de las Ciencias Sociales. La Fraternidad
(2004) CIAFIC Ediciones
La fraternidad en la vida
y en la misión de la Iglesia.
Una aproximación al tema
en el ordenamiento jurídico canónico
Mons. José María Serrano*
No sé si las múltiples perspectivas desde las cuales se va a
considerar -o se ha considerado- en estos días el tema de la
fraternidad, hacen inútil una introducción general que sin
embargo considero imprescindible.
Desde esta misma perspectiva que más bien que general es
preliminar o propedéutica, permítaseme una como constatación
inmediata. Bajo el punto de vista cristiano, la fraternidad es a la
vez un presupuesto, una experiencia y una esperanza. Todo
con la coloración profética que debe ser propia de toda acción
eclesial en el mundo. Es decir un hablar en nombre de Dios profari- y un hablar por -otra vez profari- todos aquellos que
carecen de la suficiente voz para hacerse oír en el mundo en
nombre de la fraternidad universal. Me gusta, siquiera sea un
artificio lingüístico, atribuir a aquellos tres momentos tres
palabras que trasmiten la dinámica que une entre sí aquellos
conceptos: prólogo, programa, proyecto. La primera requiere
un concepto claro de fraternidad cristiana; la segunda impone
una reflexión racional que señale las etapas que se pueden
cubrir en este camino; la tercera compromete el corazón y la
pasión en la empresa.
La fraternidad cristiana tiene para mí tres puntos de
referencia que la hacen singularmente importante. En primer
*
Vicedecano de la Rota Romana.
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en el ordenamiento jurídico canónico, Mons. José María Serrano, pp.201-216
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lugar, es una fraternidad en la que está presente
continuamente el Padre y que por tanto supera los
planteamientos reductivos de talante edípico o prometeico. El
Padre nuestro que cuida de todos y al que todos se dirigen en
el esquema fundamental de la oración es un contexto obligado
en la gran familia cristiana. Pero al mismo tiempo la fraternidad
plantea en una síntesis que se diría ideal, los dos valores que o
se salvan juntos o ninguno consigue plenamente su necesaria
realización. Me refiero a la solidaridad y a la subsidiariedad.
Una solidaridad que en la realización física de la fraternidad
tiene vínculos de sangre y por tanto nace desde la misma
naturaleza; en el mundo del espíritu se presente, como en
tantas otras ocasiones, como una superación de la naturaleza
en le orden de la caridad y de la gracia. En cuanto a la
subsidiariedad, se advierte en la fraternidad un mutuo respeto
entre las personas que se relacionan en una dinámica
horizontal en la que en nuestra evolución cultural ha
desaparecido hasta la figura del primogénito.
Pero más allá de estas genéricas reflexiones que conservan
toda su fuerza y aguardan un coherente desarrollo y
profundización, me ha parecido oportuno ceñir esta
intervención a las normas concretas del derecho canónico.
Porque más allá de lo que una reflexión teológica, bíblica,
pastoral y hasta mística -por lo que hace a la Iglesia- y la
antropología, la sociología y la política -por lo que se refiere al
orden secular- pueda aportar al debate, el derecho -y muy en
particular el derecho canónico- tiene unas exigencias propias,
de método y de contenido, que merecen atención específica.
Veamos algunas. En cuanto al método, una aproximación del
derecho a la noción y a la actuación de la fraternidad ha de
partir de las dos notas esenciales que caracterizan el hecho
jurídico: la certeza y la obligatoriedad. A partir de estos dos
presupuestos pudieran quedar fuera de una fraternidad jurídica
-aún canónica- los movimientos más o menos confusos, de una
fraternidad poco diferenciada en los que no se distingue
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fácilmente lo que se pretende y lo que se consigue; por parte
de la obligatoriedad o coercibilidad de la fraternidad dentro de
la Iglesia se pudieran extrapolar también los movimientos
voluntaristas o de incorporación y desistimiento libre, también
frecuentes en la espiritualidad y práctica pastoral actual. Lejos
de mí considerar que estas figuras de fraternidad no sean
importantes en la Iglesia. Es más creo que en algún modo
constituyen el manantial y con frecuencia la savia del derecho
que recoge sus aspiraciones y normativiza su desarrollo y sus
realizaciones. Sin embargo mientras no adquieren un
reconocimiento formalmente legítimo pueden constituir
instituciones o formas de vida o de asociacionismo prejurídico o
metajurídico en los límites del derecho, como aguardando su
entrada o superando las modestas, por obligatorias, finalidades
que se propone la ley. Como veremos ambas notas -claridad y
obligatoriedad- tienen sus caracteres peculiares en unas
normas que legitiman el carisma y con él la misteriosidad y una
marcada libertad dentro del universo del derecho.
La estructura fundamental de la fraternidad dentro del
ordenamiento jurídico de la Iglesia es la comunión. Comunión
que por un lado podría indicar una excesiva amplitud en el
significado del término que se aplica en múltiples sectores
desde el litúrgico sacramental -pensemos la eucaristía o en el
matrimonio- hasta el pastoral disciplinar -universal, diocesano,
parroquial o de comunidades religiosas, de movimientos o de
asociaciones...-. Si quisiéramos determinar dos puntos de
referencia esenciales en la comunión que determinan la
fraternidad jurídica habríamos de tener en cuenta la fe o
fraternidad en la creencia (ideológica) y la obediencia
disciplinar (acción). De ahí que los dos modos tradicionales y
fundamentales de considerar una ruptura de la fraternidad
eclesial sean la herejía o disidencia en la fe y cisma o
alejamiento de la obediencia eclesial. Es evidente que una
puede llevar consigo la otra en cuanto que si se considera la
obediencia objeto de fe, el cisma y la herejía se presentan
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juntas. Es interesante notar que estas dos formas
institucionales de romper la fraternidad eclesial suscitan
crecientemente el interés de la Iglesia que no duda en
reconocer a cuantos profesan la fe en Jesucristo y -siquiera
sea de acuerdo con su propia conciencia y cultura- pretender
seguir el mensaje del Salvador, el nombre de hermanos
separados. Después veremos cómo dentro de esta expresión que tratándose de cristianos pudiera sonar a contradictio in
terminis- subyace como una impaciencia de que se trate de
una situación de paso llamada a desaparecer en la fraternidad
universal de los hermanos del Señor Jesús. Por otra parte no
dudo que estas comunidades desgajadas del tronco central de
la Iglesia conservan en su interior la denominación de
hermanos y de comunión.
Al lado de estas dos formas que hemos llamado
institucionales de ruptura de la fraternidad eclesial, existen
otras formas de separación de talante más bien personal que
pueden producirse con adhesión a otras confesiones o
sencillamente con deserción de la católica. Así la apostasía en
el campo de la fe, la ausencia de toda preocupación religiosa,
la indiferencia o el abandono de la práctica de la vida litúrgica
que de una forma o de otra impiden la actuación práctica de la
fraternidad cristiana. El Concilio Vaticano II reconoce la
presencia del ateísmo como uno de los fenómenos
característicos de nuestro tiempo y al mismo tiempo ofrece la
fraternidad de los cristianos como una humilde invitación a
integrarse deliberadamente en la historia de la salvación. Una
de las frases más bellas y más duras del mensaje conciliar es
la que reconoce que la conducta de los cristianos -y por
supuesto también su falta de sincera fraternidad- más velan
que revelan el dulce rostro de Dios (cf. ‘Gaudium et Spes’, n.19
sub fine). Por otra parte el mismo concilio en su constitución
‘Dignitatis humanae’ sobre la libertad religiosa parece situar
sobre unas bases de tolerancia y comprensión mutua el camino
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hacia una reconciliación y fraternidad universal estimulado y en
ningún modo dificultada por motivos religiosos.
Fue el Papa Juan XXIII en la Encíclica ‘Mater et Magistra’ y
Pablo VI quien en su primera encíclica ‘Ecclesiam suam’
exhortaron a los cristianos a encontrar formas de diálogo y
colaboración de hecho con los que no comparten la misma fe obras de asistencia social, de progreso cultural,...- que
pudieran anticipar en la vida lo que es más arduo en el terreno
de la abstracción filosófica y teológica.
Pero sin duda a nosotros nos interesa mucho más la imagen
positiva de la fraternidad en el ámbito intraeclesial y los medios
de que se vale la Iglesia para introducirla, estimularla y
perfeccionarla dentro de la ley canónica.
En cuanto a la presencia formal de la fraternidad en el
ordenamiento de la Iglesia, podríamos partir de la constatación
física, o si se quiere gráfica, del vocablo, en sí o en alguna de
sus variantes, en las normas del derecho canónico.
Hasta 16 veces se encuentra el tema de la fraternidad en los
cánones de nuestro derecho común latino. La primera a
propósito del Seminario, que por tanto debe ser una escuela de
fraternidad -como quien dice una Escuela Normal donde se
aprende para enseñar- (can. 245). Notable una doble variante:
fomentar la fraternidad dentro del Seminario e iniciar a los
seminaristas en la fraternidad con el presbiterio diocesano. La
fraternidad podría consistir en este primer momento en una
disciplina que hay que aprender para luego practicar. No se
regula ulteriormente el ejercicio de tal fraternidad, aunque
desde luego habrá que sostener al menos que se trata de una
directiva vinculante de un espíritu de fraternidad que primero se
probará en el Seminario para garantizar su práctica después de
la ordenación en el presbiterio diocesano.
Tal fraternidad intraeclesial, aunque interdiocesana encuentra
una aplicación concreta en la atención a los emigrantes que
pueden llegar desde países de misión y a los que hay que
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acoger con fraterna solicitud y conveniente cuidado pastoral
(can. 792).
La solicitud ecuménica es otro de los puntos de referencia de
la fraternidad que tradicionalmente ofrece en este caso una
típica fórmula: hermanos separados. A ella se hace alusión y
constituye el centro de interés de todo el documento en el
Decreto ‘Unitatis redintegratio’ del Concilio Vaticano II (cf. n.1).
En el can. 383 § 3 sin embargo se evita hasta esta expresión
que de alguna manera debiera significar en cualquier caso una
contradicción: si hermanos no separados. El canon dice:
“hermanos que no están en plena comunión con la Iglesia
católica” y no podemos por menos de leer en tales palabras un
afecto fraterno en esperanza de integridad. Bajo este aspecto
la fraternidad se hace misión de la Iglesia y en la Iglesia que
sale de ella misma para ensanchar el ámbito de la fraternidad
en el mundo. Con todo la denominación ‘hermanos separados’
vuelve a aparecer en el Código a propósito de la edición de los
libros sagrados en colaboración con editores católicos (can.
825 § 2).
El can. 749 de evidentes resonancias evangélicas (Luc. 22,
31) focaliza el ministerio universal de Pedro hacia la
fraternidad, más aún hacia un reforzamiento de la fraternidad a
través de la fortaleza de la fe. El servicio de hermano mayor
sería así como una versión mucho más cálida y llena de
disponibilidad libre del conocido título del romano Pontífice
Siervo de los siervos de Dios.
Insiste la ley canónica en el espíritu de fraternidad entre los
clérigos apoyado en el espíritu de oración (can. 275 § 1): de
donde cabe deducir la oportunidad de la oración en común
como taller y hogar de fraternidad.
Una nueva versión original de la fraternidad eclesial la
encontramos en los institutos seculares (can. 716). Que son
asociaciones sin votos formales pero con compromiso peculiar
de alcanzar la perfección y de santificar el mundo cada uno en
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la esfera de actuación que corresponde a su misión social. El
espíritu de unidad y de auténtica fraternidad a la que son
llamados estos fieles creo que conserva la autonomía y
autorresponsabilidad que caracterizan la institución canónica a
la que pertenecen. De ahí que esta fraternidad espiritual, en
cuanto aspiración y en cuanto liberada de leyes especiales
como pudieran ser los votos religiosos, constituye
precisamente un aspecto que ha de ser especialmente cuidado
y promocionado puesto que pudiéramos decir sustituye y
sintetiza en sí otros vínculos comunes de otras formas de vida
de perfección. Más aún el can. 714 ve como muy natural la
asociación de miembros de los institutos seculares en formas
de vida fraterna.
A este mismo rango de fraternidad buscada libremente
pertenece la exhortación que el can. 278 hace a los clérigos
seculares de unirse en asociaciones en las que encuentren
ayuda fraterna con otros miembros para llevar a cabo con
mayor facilidad y perfección su ministerio pastoral. Creo que
han sido los núcleos pastorales, rurales y urbanos, los que han
abierto brecha en esta sociedad plural y especializada a
pequeñas comunidades que estamos viendo surgir en otros
campos, como la sanidad o la educación por ejemplo.
La fraternidad de la vida religiosa constituye un punto de
referencia obligado y principal en la espiritualidad eclesial. Para
mí no son los votos -a los que como aspiración sin voto somos
invitados todos los cristianos en la imitación a Jesucristo- sino
precisamente la vida común la que está llamada a caracterizar
el carisma de la vida religiosa, de acuerdo también con la
enseñanza del Concilio Vaticano II en su documento Perfectae
caritatis. No es de extrañar por tanto que en las normas que se
refieren al derecho de religiosos, la idea y hasta el término
‘fraternidad’ sea una expresión recurrente. Así la fraternidad
religiosa se presenta como testimonial hacia el mundo en el
can. 602 como ejemplo de vida familiar y de signo profético de
reconciliación universal. Ni que decir tiene que el interés de la
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Iglesia por la familia y por la paz entre los hombres subrayan
con fuerza esta exhortación canónica hacia la fraternidad
propia de la vida religiosa.
En la constitución fundamental de la vida religiosa la ley de la
Iglesia coloca a la par los votos y la vida común, de suerte que
los compromisos personales con Dios son evidentemente
medios que garantizan y facilitan la vida común en la
fraternidad (can. 607). Los religiosos -sin distinción entre
sacerdotes y legos- y las religiosas son los hermanos y
hermanas por antonomasia en la estructura eclesial.
El can. 619 da una visión singularmente significativa y hasta
emotiva del carisma de la paternidad, vinculada al Superior en
la comunidad religiosa. La misión de quien preside va
dibujándose a través de inconfundibles misiones paternas
ejercitadas con connatural humildad: edificar la comunidad
fraterna, alimentarla con el amor de Dios, la Palabra y la
Liturgia, servir de ejemplo en la práctica de las virtudes y del
espíritu de las Constituciones... quisiera repetir literalmente las
palabras del canon pues no podría encontrar otras más exactas
y más bellas: “ayuden convenientemente a los hermanos en
sus necesidades personales, atiendan con solicitud y visiten a
los enfermos, corrijan a los inquietos, ayuden a los tímidos,
sean pacientes con todos”... No creo que haya mejor medio de
fomentar la fraternidad que un esmerado ejercicio de la
paternidad.
Si bien, como hemos dicho, el carisma de la vida común es
característica esencial de los religiosos, hay otra forma de vida
asociada que hace de la comunión fraterna su fisonomía
distintiva: son las sociedades de vida apostólica a las que se
refieren los cánones 731 ss. Como quiere que el único vínculo
vigente entre los miembros de estas sociedades es la vida
común, la fraternidad que de tal vida común se deriva ha de ser
el aspecto más destacado de su espiritualidad y de su acción
apostólica.
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La fraternidad en fin tiene un cauce importante de actuación
en situaciones que pudiéramos considerar moral o
jurídicamente deficitarias. Me refiero a la corrección fraterna,
con profundas raíces evangélicas y paulinas (cf. Mt. 18, 15 y
Tit. 3, 10) y que el derecho penal canónico prevé y promueve
antes de comenzar cualquier procedimiento formalmente penal
(can. 1341). La fraternidad en este caso, la corrección fraterna,
envía un aliento de moralidad y de espiritualidad cristiana en el
trance más duro del derecho. Es decir, cuando tiene que
coartar la libertad, no intimando una acción o un
comportamiento al que se puede acceder con adhesión cordial;
sino cuando el Legislador se ve obligado a exigir el
esclarecimiento de determinados hechos que se hacen
acreedores a una imposición de medidas represivas con la
finalidad de reparar el escándalo, restablecer el orden de la
justicia y conseguir la enmienda del que ha delinquido. La
intervención del espíritu fraterno en este caso es de tanta
importancia que a pesar del carácter público y por tanto
irrenunciable de la acción penal, el mismo ordenamiento
subordina su ejercicio a la carencia de eficacia de la
mencionada corrección fraterna.
Y llegados a este punto no quisiera pasar por alto un
problema que la Iglesia tiene abierto en su derecho procesal.
Me refiero a las causas matrimoniales y a cualesquiera otras
controversias contenciosas que pudieran suscitarse en
conflictos de derechos. Las exigencias del proceso son tan
características que hay que reconocer que ha de ser difícil
hacer compatible la fraternidad con un instituto que se funda en
el contradictorio y que desde el principio enfrenta a las partes
como demandante y demandado. En cualquier caso con dos
reflexiones de mi propia experiencia, podría, de la mano de dos
Pontífices, tratar de encuadrar el problema.
La primera procede de Pablo VI: el cual, en la primera
ocasión en que me recibió como Juez de la Rota, dijo unas
palabras que luego me han servido de programa en todo mi
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ministerio judicial: Alguien pudo pensar que el Papa tiene un
interés especial por los quehaceres pastorales en la parroquia
o por la catequesis en los Colegios de la Iglesia o en los
templos; y sin embargo, el Papa es consciente de la
importancia del trabajo judicial en torno al matrimonio, pues
sabe que los cónyuges que acuden a los Tribunales están
atravesando un momento muy difícil en su existencia humana y
cristiana y que de la sensibilidad y la competencia con que se
desarrollen estas controversias dependerá en gran medida la
posibilidad de superar estas situaciones y quién sabe si
recuperar a los protagonistas para una más fuerte experiencia
religiosa. Creo que el mejor servicio de fraternidad que
podemos prestar a los hermanos en dificultad es atenderlos
con la mayor competencia y sensibilidad de que seamos
capaces.
La segunda se refiere al Papa actual. El cual en su primer
mensaje a la Rota Romana, en 1979, hacía notar cómo el
procedimiento canónico debía ser, como cualquier otro acto
eclesial un momento de comunión y de fraternidad. Creo que
puede ser una utopía si miramos las cosas con realismo. Pues
es cierto que los litigantes a lo largo del juicio enconan sus
posiciones y actitudes encontradas. Pero la necesidad de
encontrar en cualquier actividad de la Iglesia la inspiración y la
creación de un momento de caridad y comunión, nos tiene que
llevar a arbitrar los medios necesarios para evitar que en el foro
canónico se produzcan idénticas rupturas de armonía y
fraternidad como las que son propias de lo contencioso civil.
Aparte de este rastreo formal -verbal- del término y de la
noción de fraternidad en la ley de la Iglesia, nuestro trabajo
sería gravemente deficitario si no hiciéramos una alusión a las
fraternidades que nacen como iniciativa de los seglares en el
tejido eclesial. Pueden desde luego deducirse del can. 215 en
el que se reconoce a los fieles el derecho de fundar y regir
asociaciones que se propongan finalidades de piedad y de
caridad y responden a uno de los sectores de mayor tradición
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en la vida y en la misión de la Iglesia. Responden a l nombre
de cofradías o hermandades y ya desde esta misma
denominación muestran bien a las claras su espiritualidad de
fraternidad. Creo que conservando su espíritu de fraternidad
sería muy importante enderezarlas hacia finalidades esenciales
en el mundo asistencial y de caridad o promoción cultural y
social. Con frecuencia estas fraternidades se sienten muy
vinculadas a una figura, en ocasiones a un símbolo o a una
estatua, que les hace vibrar con una solidaridad que sería muy
de apreciar en otros sectores de mayor trascendencia. De tales
asociaciones fraternas han nacido, por ejemplo, la Acción
Católica o las Cáritas diocesanas o parroquiales que no
deberían renunciar a su vínculo de fraternidad de origen
subordinado a veces a una excesiva tecnificación o burocracia.
Junto a estas asociaciones o fraternidades de tipo autónomo,
existen otras vinculadas a las congregaciones religiosas o a
otras figuras canónicas afines en las que la fraternidad asume
un vínculo más por relación al carisma de referencia principal.
La ley canónica las prevé en el can. 725 y también ellas
pueden ser un testimonio de importancia en la Iglesia por su
historia y por las iniciativas que pueden desarrollar. Están en
este caso las llamadas órdenes terceras o colaboradores
seglares que teniendo en cuenta de la mayor atención prestada
desde el Concilio a la espiritualidad seglar creo que tienen un
gran porvenir en la vida y en la misión de la Iglesia.
Y así llegamos al término de esta exposición.
No me resigno a concluir sin hacer una especie de resumen
de los puntos principales de esta exposición. En el derecho
canónico la fraternidad es una de esas nociones o palabras Urwort, en el iluminado decir de K. Rahner- que se presumen o
suponen sin necesidad de definición. Así encontramos otras
como comunidad, comunión, persona... La Iglesia tiene
conciencia de su importancia y de su naturaleza. En ocasiones
la hace objeto de una regulación vinculante en cuanto elemento
esencial en la fisonomía de determinados institutos o formas de
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asociación específicamente canónicos. Es una fraternidad
elegida pero después obligada. Otras veces se presenta como
un carisma no sólo libre en su ofrecimiento sino respetado en
su libre ejercicio. Como forma de actuación, institucional o
voluntaria, aparece como un camino de salvación y de
perfección con diversas realizaciones estables o coyunturales:
litúrgicas, pastorales, asistenciales... Aparece como testimonio
obligado del amor de Jesucristo y sus primeras
manifestaciones se encuentran ya en los primeros documentos
de la revelación cristiana. Se configura en fin como un medio
que garantiza la reconstrucción eclesial en las células
integrantes y en los momentos de crisis, como vehículo de
recuperación de aquella caridad esencial sobre la que se
edifica la comunión del Cuerpo místico de Jesucristo.
DIÁLOGO
- Prof. Ruiz Moreno: Monseñor me produce mucha alegría haber
escuchado que nuestro modelo tiene un paradigma más familiar que
esponsal, a pesar de que el matrimonio es un Sacramento y es
fundamento y principio de la familia.
Porque la Iglesia lo ofrece como una verdad, además estoy
profundamente convencida por experiencia que es así, y creo que la
base de la fraternidad está en ese proceso de educación que los padres
hacen respecto de sus hijos que no solamente les enseñan a ser buenos
hijos sino que también les enseñan a ser buenos hermanos. Todos
sabemos que la dinámica de la educación y la familia como promotora
de valores no se agota simplemente en que los padres eduquen bien a
sus hijos para que sean buenas personas o buenos hijos, sino para que
sean buenos hermanos.
Y creo que ese énfasis que usted ha puesto en la posibilidad de ser
un buen hermano, y que además los distintos Concilios lo patentizan,
produce a través de los años una real cualidad en el ser humano de
poder ver al otro como un hermano, porque cuando empieza a avanzar
en los años entra al colegio, mira a sus pares, cuando llega a la
adolescencia hay muchos rincones del alma del ser humano que no
están expuestos a los padres por una cuestión justamente de formación
de personalidad diferente y son expuestos a sus pares, a sus amigos y
ahí es donde pienso que si realmente no ven o no tienen un profundo
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sentido de hermandad no se pueden crear amistades profundas y no se
puede ver en la edad adulta al otro como un verdadero hermano,
independientemente de que uno profese una religión determinada, sea
agnóstico o plantee ciertos valores familiares en otros términos, pero si
uno educa a un hijo no sólo para que sea buen hijo sino para que sea
buen hermano, quizás allí esté el germen de la posibilidad de una
fraternidad más universal no necesariamente dentro de la antropología
cristiana. Como para abrir el debate de lo que hemos escuchado a lo
largo de estas exposiciones magníficas es importante tener esa
sensación de que se puede, de que hay una esperanza aún en la
persona que no profesa nuestra misma religión.
- Mons. Serrano: Es curioso que Jesucristo que intensifica tantísimo la
presencia del Padre y que por lo tanto no se puede considerar ningún
misionero del hombre bíblico o del hombre prometeico, sino que
efectivamente insiste en el Padre que está siempre presente en la vida,
intensifica también la fraternidad, por supuesto en su forma de vida, que
a pesar de ser un ejemplar humano tan singular, tan excepcional,
inmediatamente ha querido su comunidad, ha querido a sus doce al
lado. Pero sobre todo, y algunas veces esto produce alguna dificultad
catequética, porque dice: "a nadie llames padre sobre la tierra". Y por
tanto lo que desarrolla Jesucristo es el espíritu de fraternidad; aún los
mismos padres de frente a la palabra y a la liturgia, al Pan y al Libro, son
hermanos, escuchan la misma Palabra, comen el mismo Pan, y no hay
esa diferencia jerarquizada que en el orden temporal ha de existir. Y
todo este problema que tenemos de diálogo generacional lo tenemos del
padre que quiere ser amigo... Tal vez se produce también porque la
familia no tiene experiencias litúrgicas horizontales de participar todos a
la vez, de escuchar todos con el mismo interés, con la misma atención,
la misma palabra y de experimentar la misma presencia de Dios en los
misterios cristianos. De manera que ayuda a ser hermanos mejores con
esta cercanía del padre que al mismo tiempo les acompaña en esta
relación horizontal con Dios. De allí la importancia de la Iglesia
doméstica de la cual una de las misiones fundamentales es la
catequesis con los hijos y por supuesto con los hermanos.
- Prof. Savagnone: L'impressione, ascoltandola, è che il modello di
Chiesa che si delinea nel nostro Codice di Diritto Canonico sia un
modello completamente comunionale. Però, in effetti, dobbiamo dire la
verità, forse non sempre tutto funziona come nel Codice perché non
sempre questa dimensione nella pratica non emerge adeguatamente. Io
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per esempio avverto un problema che certo il Codice non può risolvere,
e le do atto che lei come canonista non puó risolverlo.
Il problema a cui mi riferisco è un grosso deficit di comunicazione
all’interno della Chiesa, e la comunione fraterna senza comunicazione
diventa una maschera, uno slogan. Penso alla comunicazione, per
esempio, tra gli stessi presbiteri. Lei accennava ai Seminari: a mio
avviso è necessaria una profonda riforma dei Seminari perché - almeno
nel mio paese - essi non riescono a creare uno spirito di cooperazione
fraterna tra i presbiteri. Naturalmente, c'è un amore fraterno generale,
però esso non si traduce in una comunicazione reale. E poi spesso la
comunicazione manca anche tra laici e presbiteri: nelle parrocchie, per
esempio, spesso il parroco non è veramente fratello, oltre che padre. La
dimensione fraterna spesso è messa completamente in secondo piano,
non c'è una reale cooperazione. E malgrado giuridicamente ci siano i
Consigli Pastorali, Parrocchiali, ecc., ho l'impressione che le nostre
Chiese, almeno quelle che si trovano in Italia, debbano fare molta strada
verso una fraternità reale e non soltanto giuridica.
- Mons. Serrano: Io vorrei che rispondesse sua Eccellenza e risponderà.
Però, prima voglio dare un mio piccolo contributo. Credo che tutti
dobbiamo lamentare, almeno in Italia, certamente anche in Spagna, io
penso che in tutta la vecchia Europa, un calo delle vocazioni sacerdotali.
E questo ha tante difficoltà per la vita della Chiesa, ma, forse ha un
vantaggio ed è che le comunità nei Seminari sono più ridotte. Io vi
racconto una anedotta che ho pensato tante volte che è molto
significativo anche applicato alla fraternità.
Una volta ho partecipato, credo che è stato l'unico, a un Capitolo
Generale di una Congregazione Religiosa. In questo Capitolo Generale
si pose per forza in primo piano se era meglio o era peggio vivere in
Comunità grandi o Comunità piccole. Io onestamente, liberamente dissi
che a me sembrava meglio che vivessero in Comunità ridotte. Era un
punto cruciale perché penso che era una questione eccessivamente
esasperata, c'erano le monachelle che due o tre se ne andavano ad un
appartamentino, ecc., e c'era una mancanza di serenità nel vedere il
problema, ma, l'impostazione teorica a me sembrava così, e così la dissi.
Credo che sono meglio le comunità ridotte perché così si sviluppa di più
la personalità di ognuno dei membri.
Allora, la Vicaria Generale della Congregazione mi fece un argomento
ad hominem e mi disse: "Padre lei crede che la Superiora Generale ha
poca personalità?". Quella Superiora generale aveva una personalità
sbalorditiva da mettermi in complesso d’inferiorità per fino a me, ci vuole!
E io le dissi anche onestamente, che credo che la Superiora generale ha
La fraternidad en la vida y en la misión de la Iglesia. Una aproximación al tema
en el ordenamiento jurídico canónico, Mons. José María Serrano, pp.201-216
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una grande personalità. É entrata in un Convento grande, si è formata in
un noviziato grande, ha vissuto in una casa grande, ecco il frutto, una
grande personalità. Allora io le dissi, che alle volte io credo che viene lo
Spirito Santo, come lo Spirito Santo vola, arriva prima del tuo pensiero, e
le ho risposto così: "Madre" -e lo brindo anche al professor Zamagni"questo è un problema come quello del capitalismo, in una Comunità
grande una persona che ha molta personalità, ne acquista molta di più,
una che ne ha poco rimane senza, non che, non ha più niente". Credo
che anche, se no sarebbe una digressione troppo gratuita, è un principio
di applicare la fraternità, in una Comunità ridotta si vive di più la fraternità
che non in una grande comunità. E perciò se dobbiamo lamentare che
non ci siano vocazioni sacerdotali e religiose, dobbiamo approfittare
almeno che quelli che ci stanno possono essere preparati con maggiore
convinzione e con maggiore profondità, anche alla fraternità.
- Mons. Karlic: Después de la palabra de un ilustre Juez de La Rota, a
quien quiero tanto, ¿qué puedo decir yo?
Creo que hay algo importante, y es que la falta de fraternidad se hace
mucho más profunda porque la educación a la fraternidad ha fallado ya
en la familia. Una experiencia que me golpeó mucho -he sido mucho
tiempo Superior de Seminario- es que las grandes virtudes que no se
aprenden en la familia -por ejemplo, no mentir-, difícilmente se logran en
el Seminario. Por eso un gran Seminario debe ser admirado y por eso
deben ser admirados los sistemas educativos, los grandes fundadores y
las grandes fundadoras y por eso creo que estamos, con la familia en la
Iglesia que es familia y Seminario, ante la educación de la fraternidad.
La educación de la fraternidad es la educación de la raíz del hombre, no
es simplemente tratarse bien, no es simplemente modales exteriores.
Decimos nosotros en moral que la caridad es la forma virtutem -se lo ha
citado a Santo Tomás-, es la plenitud de las virtudes, entonces decir eso
quiere decir que el que no tiene el amor, -el querer bien, haz el bien y
evita el mal-, el que no tiene esa actitud identificada con su persona está
fracasando como persona humana. Por eso en la fraternidad el tema es
del hombre, es del obrar del hombre. Esto en primer lugar.
Otro punto que me pareció muy importante es que la relación
definitiva y más profunda de los hombres no es paternidad y filiación, es
fraternidad. La relación entre nosotros y el queridísimo y admiradísimo
Papa Juan Pablo II con nosotros, es hermano. Él es Papa, pero ése es
un servicio de su fraternidad, y acá todos nos estamos sirviendo como
hermanos, y la medida definitiva será la medida de la caridad fraterna
entre nosotros, como será la caridad filial con Dios Padre en Jesucristo
Nuestro Señor.
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en el ordenamiento jurídico canónico, Mons. José María Serrano, pp.201-216
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Es muy importante decir esto para hacer ver cómo tenemos que saber
que si el padre es buen padre, educa a su hijo a que llegue a ser un
gran hermano suyo, entonces el padre triunfó cuando vio que el hijo ha
crecido como para ser realmente un "tú" con él, tanto que a mí me gusta
decirle eso a los hijos que cuidan a sus padres, terminan ellos siendo
padres y madres de sus hijos. Pero también como un servicio fraterno, el
papá engendró un hermano. El hermano como hermano también tiene
mucho servicio con su padre, por ejemplo, en un momento dado darle
de comer, enseñarle, etc. Surge algo que tenemos que repetir siempre,
y creo que es una de las tragedias por las cuales no somos hermanos:
es que si negamos que venimos de un mismo Padre, va a haber un
pecado original. Cuando reconozcamos la verdad de Dios Padre,
entonces todo lo que podamos lograr en la política, en la sociedad de
relaciones fraternas va a ser mucho más sostenido porque va a tener un
fundamento sólido.
- Mons. Serrano: Quisiera terminar haciendo consciente, presente y
de reflexión este momento de fraternidad humana y espiritual que
estamos pasando todos estos días.
- Dra. Archideo: Muchas gracias Monseñor Serrano por su inteligente
exposición y muchas gracias a los que intervinieron en el diálogo.
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