Concilio Vaticano II: Génesis de una propuesta revolucionaria

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Concilio Vaticano II: Génesis de
una propuesta revolucionaria
Buscando dar mayor participación en la
conducción de la Iglesia, hace 50 años el papa
Juan XXIII sorprendió a la cristiandad al anunciar
un concilio ecuménico para evangelizar el
mundo moderno, asumiendo sus desafíos como
una urgencia de la caridad.
A
un mes de su primera bendición Urbi et orbe en Navidad, el recién elegido papa Juan XXIII sorprendió al
mundo católico y al resto del planeta con el anuncio de
la convocatoria a un concilio ecuménico, el vigésimo primero
según la tradición de la Iglesia católica. Era el domingo 25 de
enero de 1959. Se celebraba la fiesta de la conversión de san
Pablo y fue justamente la Basílica de San Pablo Extramuros el
lugar que escogió para realizar su revolucionaria comunicación.
En su breve alocución a los cardenales, conocida como Questa
festiva ricorrenza, se refería en parte a la figura del apóstol de los
gentiles y se ocupaba de los temas de la urbe —es decir, de la
diócesis de Roma de la que era pastor desde el 4 de noviembre
de 1958, cuando fue coronado como papa— y del orbe, al
convocar al nuevo concilio ecuménico.
El Pontífice estaba consciente de que, dada su edad, su
período como vicario de Cristo sería probablemente breve. Por
ello mostró desde el momento mismo de su elección un estilo
nuevo de conducción de su actividad como pastor y como
conductor de la nave de Pedro. Ya desde la forma en cómo
escogió su nombre de pontífice había dado señales de originalidad, las que confirmó mostrándose como un pastor muy
humano y sencillo, esencialmente próximo a los más débiles y
sufrientes. Se hizo evidente que había llegado al Vaticano un
hombre con una trayectoria diferente a la que había primado
por largo tiempo en la Curia. Menos formal y rígido que su
antecesor, desprovisto del sentido de la solemnidad personal,
sin lesionar por ello la jerarquía del cargo desempeñado, Juan
XXIII comenzó a ser considerado desde esa temprana fecha
como el “Papa bueno”. Hizo visitas a hospitales o prisiones,
mostrándose como alguien próximo y sencillo. A menos de
dos meses de su elección, ya había ganado un lugar único en el
corazón de los romanos y comenzaba a conquistar al mundo a
través de las agencias de noticias.
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Claudio Rolle
Doctor en Historia; Universidad degli Studi di Pisa
El rasgo original de Juan XXIII alcanzará un punto culminante con la convocatoria al Concilio Vaticano II. Este fue el
momento inicial de la incruenta pero profunda trasformación
de la Iglesia católica que tiene en 1962, con la apertura del
Vaticano II, su año liminar.
AIRES DE REVOLUCIÓN
El año 1959 se inició el jueves 1º de enero con noticias de
revolución, al conocerse informaciones sobre los guerrilleros que
desde la Sierra Maestra descendían para entrar a La Habana.
Triunfaba la Revolución Cubana y con ello el escenario de la
Guerra Fría se haría más complejo y difícil.
Esa ofensiva había comenzado pocos meses antes, en la
misma época en que la Iglesia recibía la elección del nuevo
Pontífice. El 28 de octubre de 1958 había sido elegido Angelo
Giuseppe Roncalli, Juan XXIII. Con casi 77 años de edad, se
pensaba que el suyo sería un pontificado de transición para
administrar el legado del extenso período de Pío XII, de cerca
de veinte años. Sin embargo, el nuevo Papa se revelaría prontamente como revolucionario al sorprender, antes de los tres
meses de haber asumido, con la convocatoria a un sínodo para
la diócesis de Roma, un Concilio universal y una reforma al
Código de Derecho Canónico. Se hacía evidente que su período
no sería un espacio de mera administración sino de propuestas
y cambios sustantivos.
Desde su elección, se mostró particularmente activo. Así,
el 15 de diciembre de 1958 tuvo su primer Consistorio, donde
nombró 23 nuevos cardenales, encabezando la lista el arzobispo
de Milán, Giovanni Batista Montini, quien algunos años más
tarde sería Paulo VI. Con esta primera nómina, el papa Juan
alteraba la práctica de tiempos de Sixto V, a fines del siglo
XVI, que limitaba el colegio cardenalicio a 70 miembros. Su
argumento era que el número de fieles había aumentado exponencialmente y la acción de la Iglesia se había extendido por
todo el orbe. Nominó por eso a varios cardenales no europeos
y a responsables de órdenes religiosas que trabajaban en las
misiones. Era una forma de actuar decidida y libre, rasgos que
caracterizaron su pontificado.
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Además, restableció la figura del cardenal Secretario de
Estado —que Pío XII había desechado—, repuso la práctica
de las audiencias papales y promovió un sistema colegiado de
conducción de la Iglesia, contrastando fuertemente con el sello
más personalista del Papa anterior. En los años sucesivos, Juan
XXIII realizaría otros cuatro consistorios con el consecuente
aumento del colegio cardenalicio que, a su muerte, contaba
con 87 miembros. Entre ellos figuraban el primer cardenal
negro, el tanzanio Laurean Rugambwa, además de un cardenal
japonés y otro filipino.
SALIR AL ENCUENTRO DEL MUNDO
El Papa había desarrollado antes de su elección una larga
carrera diplomática y luego, por cerca de cinco años, había sido
Patriarca de Venecia, de manera que era un hombre abierto al
mundo y la cultura. En esas tres décadas de servicio a la Iglesia
se había preocupado de manera especial por la promoción de
la paz y demostró una muy nítida capacidad de comprender a
otros, cualidad puesta a prueba en escenarios que eran difíciles
por razones histórico culturales, como sus destinaciones diploENERO - FEBRERO 2009
máticas en Bulgaria, Turquía o Grecia. Igualmente, en Francia
logró conducir con decisión y acierto el complejo escenario
de los obispos que habían sido colaboracionistas. En Venecia,
junto a su actividad pastoral, exhibió una notable apertura al
arte y la cultura moderna. Había en Juan XXIII, desde antes
de ser Papa, una voluntad de salir al encuentro del resto del
mundo, de comprender la época contemporánea y de mirar la
modernidad sin recelos ni miedos.
Es significativo que al iniciar su pontificado escogiera como
tema de su homilía de la coronación el pasaje bíblico que da
nombre a ese texto, Ego sum Joseph, frater vester, evocando la
acogedora figura de José que se reencuentra con sus hermanos.
En esa ocasión presentaba su idea de lo que debía ser la tarea del
Pontífice, diciendo: “En realidad, el nuevo Papa, al pasar por los
varios acontecimientos de la vida, es como el hijo de Jacob, quien,
uniéndose a las tribulaciones humanas de sus hermanos, les
descubre la bondad de su corazón y, deshaciéndose en lágrimas,
les dice: Yo soy vuestro hermano José”. Y añadió luego: “Deseamos
sobre todas las cosas insistir en que tenemos en el corazón, de
manera especialísima, nuestra misión de pastor de todo el rebaño. Las otras cualidades humanas —la ciencia, la sagacidad
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Juan XXIII se diferencia de actitudes reaccionarias
que llevan al rechazo de esa modernidad. Propone
ir al encuentro de ese mundo que parece lejano,
renovándose y dando nuevos espacios para la
expresión del amor fraterno.
y el tacto diplomático, las cualidades organizativas— pueden
servir de embellecimiento y de complemento para un gobierno
pontificio, pero no pueden sustituirlo de ningún modo”.
Juan XXIII estaba dispuesto a honrar ese programa que él
mismo propusiera. La ocasión llegó en la fiesta de la conversión
del santo que abrió el cristianismo a todo el mundo. Luego de
la misa y la homilía dedicadas a san Pablo, el Papa elaboró su
alocución para los cardenales y, tras una rápida revisión de la
situación del mundo que le tocaba vivir, se decidió a realizar la
propuesta del Concilio. Lo comunicaba así en la mencionada
alocución Questa festiva ricorrenza, en donde establece con claridad que, “reflexionando el doble deber confiado a un sucesor
de san Pedro, aparece de súbito su doble responsabilidad de
obispo de Roma y de pastor de la Iglesia universal”. A partir
de esta, se hace cargo de dificultades y desafíos propios de la
diócesis romana y de la exigencia de actuar con prontitud
para atender las necesidades de sus fieles más próximos. Pero
también sabe —y lo explicita en su alocución— que su misión
apunta al mundo entero y por ello realiza un breve pero significativo balance de la situación de la Iglesia en la modernidad,
sus falencias y males. Juan XXIII se diferencia de actitudes
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reaccionarias que llevan al rechazo de esa modernidad y a la
toma de posiciones defensivas al atrincherarse en la doctrina
y tomar distancias de un mundo que se hace ajeno. Propone
una vía revolucionaria. Propone ir al encuentro de ese mundo
que parece lejano, renovándose y dando nuevos espacios para
la expresión del amor fraterno.
Luego de una atenta mirada a la diócesis de Roma y al estado del mundo, Juan XXIII declara ante los cardenales: “Esta
comprobación despierta en el corazón del humilde sacerdote
que la clara indicación de la divina Providencia ha conducido,
aunque indignísimo, a esta altura del supremo pontificado;
despierta, decimos, una firme resolución de renovar algunas
formas antiguas de afirmación doctrinal y de sabias ordenaciones de disciplina eclesiástica que dieron, en la historia de
la Iglesia, en época de renovación, frutos de extraordinaria
eficacia para el estrechamiento de la unidad religiosa, para la
más viva llama del fervor cristiano, que nosotros continuamos
reconociendo, aun con referencia a la vida aquí abajo, riqueza
abundante de rore caeli et pinguedime terrae (de rocío del cielo
y grosura de la tierra) (Gen 27, 28)”.
Con la preocupación de quien cree tener poco tiempo, el
Papa realiza entonces una propuesta concreta para llevar adelante el programa apenas delineado. El Pontífice tiene conciencia
de que está dando un paso trascendental y así lo comunica:
“¡Venerables hermanos y queridos hijos! Pronunciamos delante
de vosotros, a la verdad temblando un poco de conmoción,
pero a la par con humilde resolución de propósitos, el nombre
y la propuesta de una doble celebración: de un sínodo diocesano para la urbe y de un concilio ecuménico para la Iglesia
universal”.
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“INESPERADA, IMPREVISTA Y
SORPRENDENTE”
La propuesta del papa Juan fue “inesperada, imprevista
y sorprendente”, como señala el historiador Giuseppe
Alberigo. Varios contemporáneos y protagonistas de lo que
sería el Concilio Vaticano II dan testimonio en este sentido.
“La iniciativa de Juan XXIII de convocar un concilio nos
sorprendió a todos”, anota el cardenal Leo Josef Suenens
en sus memorias, y el cardenal Franz König recordó que
el anuncio del concilio “era algo tan inesperado, nuevo
y extraordinario” que lo dejó “casi estupefacto”. Incluso
en la misma Curia romana y en L’Osservatore Romano la
perplejidad fue grande ante la convocatoria. De hecho,
el órgano de prensa nunca publicó íntegro el texto de la
alocución a los cardenales. En efecto, preocupado de otras
prioridades ligadas a la “Iglesia del silencio” y los problemas
de la Guerra Fría, no captó la importancia y trascendencia
del anuncio del 25 de enero. En la edición correspondiente
a los días 26 y 27 de ese mes, el diario vaticano publicó una
breve nota oficial. En ella se indicaba que el Papa había
hablado a los cardenales presentes de su experiencia en los
tres primeros meses de su pontificado, como Obispo de Roma
y como Pastor de la Iglesia universal, haciendo referencia a
los peligros que amenazaban la vida espiritual de los fieles.
La nota añadía sucintamente que “para hacer frente a las
presentes necesidades del pueblo cristiano, el Sumo Pontífice,
inspirándose en las costumbres seculares de la Iglesia, ha
anunciado tres acontecimientos de la máxima importancia,
esto es: un Sínodo Diocesano para Roma, la celebración de
un Concilio Ecuménico para la Iglesia universal y la puesta al
día —la nota usa la palabra aggiornamento— del Código de
Derecho Canónico, precedida de la próxima promulgación
del Código de Derecho Oriental”.
Los orígenes de esta propuesta conciliar han dado pie a
un amplio debate. Hay quienes sostienen que ya en tiempos
de Pío XII se había pensado en un proyecto de Concilio, que
se manejó con la mayor reserva en el círculo más estrecho de
ese Papa. Pero se puede deducir que se trataba de un proyecto
muy diferente del que llevaría adelante Juan XXIII, pues el
diseño conciliar de Pío XII sería esencialmente centralizador, disciplinario y reactivo frente a los peligros del mundo
moderno.
VISIÓN ECUMÉNICA
Juan XXIII era un buen conocedor de la historia de la
Iglesia, en especial del Concilio de Trento, y sabía de la
envergadura de lo que estaba proponiendo. Su anuncio se
venía gestando desde hacía largo tiempo, aunque cuando
fue elegido Papa no había alcanzado aún la claridad necesaria
para comunicarlo. Él veía como una necesidad prioritaria un
cambio de actitud de la Iglesia frente al mundo moderno. A
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casi un siglo de la encíclica Quanta cura y del Syllabus de Pío
IX, el nuevo Pontífice sentía la necesidad de volver a encontrarse con los desafíos de su presente y el futuro, sin rechazar
a quienes piensan distinto, sino buscándolos con amor. La
visión de Juan XXIII era por ello esencialmente ecuménica y
buscaba desde los inicios de su pontificado acercarse a otras
iglesias cristianas y comprender a los hombres de buena voluntad, aquellos a quienes también dirigirá unos años más tarde
su última encíclica.
Loris Capovilla, secretario de Juan XXIII, ha escrito que
“el Concilio (…) brotó, como flor
En la misma
inesperada, a los apenas tres meses de
la elección del papa Juan. Pero estaCuria romana y
ba en su corazón como una semilla
en L’Osservatore
cuando, fielísimo secretario al lado
Romano la
de monseñor Giacomo Radini Tedesperplejidad fue
chi, obispo de Bergamo, le asistía”.
grande ante la
Y el propio Juan XXIII en diversas
convocatoria. De
ocasiones se refirió a la génesis de
hecho, el órgano
este gran acontecimiento. En abril de
de prensa nunca
1959 decía: “El Concilio Ecuménico,
publicó íntegro
para cuyo anuncio escuchamos una
el texto de la
inspiración, de cuya espontaneidad
sentimos, en la humildad de nuestra
alocución a los
alma, como un toque imprevisto e
cardenales.
inesperado…”. Y el 5 de junio repite:
“Lo tuvimos por inspiración divina,
como flor de una inesperada primavera”. En un ámbito más formal, en
la inauguración del Concilio en octubre de 1962, señalaba:
“La primera idea de este Concilio nos sobrevino de modo totalmente imprevisto y después la expresamos con simplicidad
ante el sacro colegio de los cardenales reunido en la Basílica
de san Pablo Extramuros, aquel feliz día del 25 de enero de
1959”. A estas impresiones propias se suman muchas otras que
destacan el valor de su gesto de 1959. Así, monseñor Giovanni
Colombo, arzobispo de Milán, escribió en 1990 que el Concilio
le parecía fruto, “más que de la prudencia humana (que quizá
no habría tenido el valor de convocarlo), de una ráfaga de carismas totalmente inesperados que impulsó el corazón bueno
y cándido del papa Juan XXIII y le movió la lengua”.
Expresión de inspiración y de libertad del pontífice, Juan
XXIII quiso invitar a toda la cristiandad a reflexionar sobre las
formas de vivir el Evangelio en el mundo moderno, haciendo
partícipes a muchos de las resoluciones que el Concilio tomaría, pidiendo consejo y escuchando sugerencias, pensando
en la Iglesia como la comunidad de Cristo en la que todos
participan, abriendo los brazos de ella a toda la humanidad.
Era un gesto rupturista y revolucionario que cambiaría la
historia del mundo católico contemporáneo. Como tantas
veces, momentos mínimos originan grandes trasformaciones
y por ello vale la pena proponer la lectura, a cincuenta años,
de esa alocución iniciadora de una nueva época en la historia
de la Iglesia. MSJ
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