www.alcoholinformate.org.mx La Familia de la Mujer Adicta ARGENTINA Existen diferencias físicas innegables entre la mujer y el hombre, como el tamaño corporal, la concentración de lípidos, las diferencias endocrinológicas, el ciclo menstrual, todos factores condicionantes en lo que se refiere al uso y el efecto de los fármacos. Pocos son los programas de rehabilitación destinados a las mujeres drogodependientes, ya que casi todos están diseñados por hombres y orientados para rehabilitar a hombres. Los programas de prevención difícilmente incluyen a una mujer en su argumento. Todo ello tiende a dejar indefensa y cronificar la posición de la mujer adicta. Un falso sentimiento de protección hacia la mujer hace que se evite dar el diagnóstico de dependencia, creando un círculo de silencio a su alrededor que retarda la posibilidad de indicar un tratamiento adecuado. De modo general, encontramos una madre debilitada, melancólica, que reclama y espera todo de todos (receptora universal). El marido se presenta como aquel que intentará abastecer las necesidades de esta mujer exigente y careciente (dador universal). Este es un pacto ilusorio, porque no se sustenta. El marido, al no conseguir mantener la posición omnipotente del dador permanente, muestra su verdadera esencia, que es la de alguien exigente que espera recibir, emergiendo el padre como figura débil y necesitada. La esposa, en contrapartida, tiene que dar, ofrecer; la relación se establece por adherencia, creándose otro pacto perverso. La mujer comienza, contrariamente a aquello que había sido convenido, a transformarse en una dadora universal, sin que, por otro lado, posea características para ello. A esta altura existen dos posibilidades: la ruptura total o la continuidad de la pareja, pero sin una unión que se integre en una relación de mutualidad. Surge la adherencia del vínculo como una situación restrictiva y empobrecedora. Esta solución, a la inversa de lo que sucede en una pareja que se integra basada en el respeto a la individualidad de cada uno, limita el crecimiento y el desarrollo de sus miembros y mantiene constante la amenaza de separación si uno de ellos no respeta el pacto narcisista. El hijo viene a cumplir en esta familia la función de resolver las necesidades de la pareja, o sea ocupar el lugar que el padre deja vacío y ser el objeto hacia donde se dirige la proyección de las frustraciones y exigencias de esta madre melancólica En la familia de la mujer, el padre se mantiene en el lugar de figura omnipotente, halagado y fuerte, en la medida que tiene a su hija para continuar la función de dador universal. Hay un cambio de lugares que descoloca a la madre, quien pasa a una posición secundaria, y la atención del padre se dirige a la hija, perpetuando el primer pacto ilusorio, o sea manteniendo idealizada la figura paterna. Está presente así la figura paterna idealizada, que facilita las fantasía edípicas adolescentes. Generalmente, el gran éxito profesional y el gran poder de acción de los hombres de negocios contrastan con su potencia sexual disminuida. Al mismo tiempo, sus hijas se presentan con una sensualidad bizarra. De alguna manera, el padre proyecta sus fantasías en esa hija, y su virilidad queda preservada por la prohibición del incesto, que oculta finalmente su impotencia. La intensidad y el impacto de la aproximación tan íntima padre/hija es de tal calibre que la relación edipica incestuosa debe ser anestesiada con algún producto químico. Las drogas funcionarían como un sedativo ante esta estimulación excesiva. También encontramos una alta frecuencia de padres exitosos en sus profesiones, pero cuyo éxito es de carácter dudoso, y existe misterio sobre sus reales actividades y la sospecha de que cometen delitos y faltas. Estos padres no tienen bien estructurado para sí el concepto de "ley", y por ende no existe como ley en su familia. El descalifica a la madre y establece un pacto perverso con la hija. Esta, por adhesión, termina atribuyéndose la posición fálica paterna, puesto que el padre es constantemente cuestionado al no ser considerado el representante de la ley. Aquí se dan dos aspectos que interactúan: el desafío y la transgresión. Por lo tanto, se crea en la hija una estructura superyoica lacunar, que por momentos facilita que ella actúe a través de prácticas marginales y el uso de drogas. El padre, de cierta forma, es un transgresor y la hija se transforma en su droga. La figura materna no consigue significarse, queda desvalorizada y vacía, sin ningún atributo que pueda atraer identificaciones. En la falta de una identidad femenina, la niña busca una salida a través de actividades masculinas: un aumento de la sexualidad, relaciones afectivas indiscriminadas e inconsecuentes y uso de drogas. Hay una identificación masiva con el poder del padre idealizado. Beber o drogarse significa poder, no ser castrada. Cree obtener mediante esta práctica un manejo omnipotente, sin límites, de la vida. El enfrentamiento con la castración es rechazado por no existir el concepto que unifica ser con tener. Si se tiene se es, si no se tiene no se es. La hija entonces busca mágicamente obtener la posición fálica, se adhiere al padre o a la droga, desplaza a la madre desvalorizada internamente y compite con ella. La carga de destructividad dirigida contra las representaciones parentales internalizadas surge con la adicción. La droga funciona como objeto externo al servicio de un equilibrio que intenta restablecer la homeostasis narcisista para que no tenga que elaborar la angustia de la castración edípica. La fantasía omnipotente que se busca a través de la droga tiende a transformarlas en "Mujer Maravilla". Otra posibilidad que encontramos en el interjuego familiar se da cuando la madre tiene el ejercicio del poder y ocupa el lugar destacado, comandando a la familia y ocupando la posición fálica. En este caso, la madre entrega, de alguna manera, la hija al padre para que éste no la moleste y deja el campo libre para ejercer lo que ella juzga ser la fuente del poder y de las gratificaciones. De esta forma se crea el concepto de la feminidad helada, como si hubiese un proceso de duelo patológico por la identificación con un objeto frío y distante. Esta madre, que no consigue cumplir su función básica de maternidad y continencia de la hija, desplaza sus catexis libidinales hacia otras actividades, perjudicando la posibilidad de que la hija introyecte y valore la función femenina. Esta se expone a situaciones de confrontación y ataque a todo lo que es considerado querido y femenino, basado en un modelo que la madre le transmitió. Cuando se relaciona afectivamente con alguien y se siente querida, ataca, destruye su delicadeza, actúa en peleas callejeras, etc. La madre, al no cumplir su función, despierta en la hija la sensación de que alguien falló con su deber para con ella. Se siente abandonada y se vincula al padre, intentando a través de esta asociación lograr un ligamen de sobrevivencia. En todos estos casos las dificultades con la figura materna provocan fallas profundas en el desarrollo de la estructura psíquica, pues el ataque a la madre internalizada aumentaría la culpa, generando en consecuencia angustias paranoides. De esta manera, la agresividad y el autoodio quedan a cargo de la reintroyección del super yo sádico, que triunfa a través de los esquemas destructivos, autoagresivos, que usan el alcohol - droga como elemento de autopunición. Bibliografía: D''Agnone, Oscar. Adicción a Cocaína. Enfoques actuales para su abordaje terapéutico. CTM Servicios Bibliográficos S.A. 1994. Buenos Aires. Kalina, Eduardo y otros. Adicciones. Aportes para la clínica y terapéutica. Editorial Paidós. 2000. Buenos Aires. FUENTE: Geocities/drogodependencias/Mujer http://www.geocities.com/drogodependencias/mujer.htm