El Día de Expiación escatológico

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RECURSOS ESCUELA SABÁTICA
IV Trimestre de 2013
Material Adicional Complementario
Lección 10
El Día de Expiación escatológico
El Día de Expiación escatológico
Dr. Ángel M. Rodríguez
L
a ciencia ficción nos ha transportado a galaxias lejanas para visitar incontables planetas habitados por una gran diversidad de vida inteligente. Nos
cuenta historias de conflictos cósmicos entre diferentes fuerzas del universo y su amenaza potencial para la vida humana en nuestro planeta. Los
escritores de ciencia ficción han extendido al universo el angustioso problema que
experimentamos en nuestro pequeño planeta. La mayoría de esos escritores rechazan implícitamente una concepción cósmica de la realidad en la que Dios pudiera
tener alguna función. En sus imaginaciones el universo pertenece solamente a fuerzas naturales.
La Biblia nos transporta al cielo de los cielos, aunque a lugares que sólo podemos
esperar visitar en el futuro. Nos lleva hasta el mismo centro del cosmos, al segmento
más importante del espacio universal. La Escritura nos lleva a la morada de Dios en
el reino de sus criaturas: el templo celestial. No podemos exagerar la importancia de
ese lugar incomparable. Lo que allí ocurre determina el futuro y la seguridad del resto del universo. Fue allí donde el cielo confrontó el mal por primera vez en la historia
del cosmos, y es allí donde el problema será resuelto en forma permanente, resultando en la purificación del universo de su fuente infecciosa y en la restauración de
la creación de Dios a su armonía original.
Los santuarios terrenal y celestial
A través del santuario israelita y sus servicios Dios reveló su plan para resolver el
problema cósmico del pecado. Aunque era sólo una débil sombra de lo que ocurría
en el cielo, todavía revelaba lo suficiente como para que pudiéramos entender mejor
lo que Dios hacía y sigue haciendo en nuestro favor en el santuario celestial. Al
examinar lo que ocurría en el santuario terrenal, podemos obtener una idea del celestial.
La Escritura aclara que el santuario terrenal no era más que un pálido reflejo del celestial, mucho más glorioso (Éxodo 25:9; Hebreos 8:5). En el terrenal Dios se encontraba con su pueblo (Éxodo 25:8; Salmo 26:8) y en el celestial Dios se sienta entronizado entre seres celestiales (Daniel 7:9-10; Salmo 89:5-7). Ambos lugares son
centros de adoración (Salmo 138:2; 103:19-22) y juicio (Salmo 96:7-10; Hebreos
11:4-6; 33:13-15); centros de los cuales Dios trae liberación para su pueblo (Salmo
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31:20; Hebreos 18:6-9, 16, 17), les otorga el perdón (Levítico 4:35; 1 Reyes 8:30),
revela su voluntad (Éxodo 25:22; Salmo 103:19-21) y los bendice y confiere justicia
(Salmo 24:3, 5; Deuteronomio 26:15; 1 Reyes 8:32). Indudablemente existía una relación funcional entre ambos santuarios, que garantizaba así la efectividad de lo que
se hacía simbólicamente en el terrenal.
La idea fundamental trasmitida por el santuario terrenal era la de un Dios amante
dispuesto a morar con su pueblo. El santuario terrenal era en ese respecto una ilustración microcósmica de la realidad macrocósmica del deseo amoroso de Dios de
morar entre todas sus criaturas del universo. Pero, ¿cómo podía habitar el Creador
dentro del espacio que él creó para sus criaturas? Salomón fue el primero que levantó esta importante pregunta teológica durante la dedicación del templo que él construyó para el Señor: "Pero ¿es verdad que Dios morará sobre la tierra? He aquí que
los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa
que yo he edificado?" (1 Reyes 8:27). El rey reconoció que la creación no podía contenerlo o limitarlo; que el espacio creado por Dios no puede abarcarlo, porque él no
es una criatura sino Dios Todopoderoso. Sin embargo, el Dios que por naturaleza no
puede hallarse dentro de la creación decidió situarse dentro de sus límites a fin de
hacerse accesible a sus criaturas. ¡Esto sí que es condescendencia divina! Por lo
tanto, el santuario celestial es el espacio particular desde el cual se hace sentir la
presencia de Dios a través del cosmos. De una manera misteriosa él ubica dentro de
ese cosmos. El santuario celestial une al Dios infinito con sus criaturas finitas, lo
eterno con lo temporal. Ese templo, localizado en algún lugar del universo, nos informa que nuestro Dios quiere estar tan cerca como sea posible de todas sus criaturas.
La naturaleza del templo celestial escapa a nuestra total comprensión. Ningún edificio humano puede representarlo apropiadamente. Pero el hecho de que el santuario
terrenal fue hecho según el modelo celestial señala la realidad de este último (Apocalipsis 11:19; 14:17; 15:5). El templo celestial no está vacío. Adentro encontramos
el trono más majestuoso que podamos imaginarnos: el trono de Dios y de Cristo
(Apocalipsis 4:2). El trono de Dios no es simplemente un símbolo de su poder real,
sino un lugar donde Cristo, quien ascendió al cielo con nuestra naturaleza humana
(1 Timoteo 2:5), se sienta con su Padre (Apocalipsis 7:17). Sin embargo, el santuario
celestial también tiene lugares para que los seres celestiales se sienten alrededor
del trono divino (Daniel 7: 10; Apocalipsis 4:4).
La Escritura usa las imágenes del santuario terrenal para indicar que el celestial
también tiene divisiones. Dios se mueve de un lugar a otro y lo mismo hace Cristo
nuestro Mediador (Daniel 7:9). Juan vio un ser angelical ministrando frente al altar
del incienso en el lugar santo del santuario celestial (Apocalipsis 8:3, 4), y también
observó el arca del pacto en el lugar santísimo (Apocalipsis 11:19). Siendo que es
imposible comprender completamente la naturaleza del templo, Dios nos ha permitido referirnos a él usando el lenguaje y las imágenes de su paralelo terrenal. Al permitirnos usar esa terminología, él puede enfatizar la realidad del templo celestial, así
como también su diversidad de espacio y mobiliario sin igualar las realidades celestiales con las del santuario terrenal. Rechazar el lenguaje y las imágenes del santuario terrenal podría resultar en la espiritualización y el rechazo de la realidad de la morada celestial de Dios.
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Sacrificio y sacerdocio
El santuario terrenal no sólo apuntaba hacia la realidad de un Dios que mora entre
sus criaturas en el santuario celestial, sino también ilustraba de qué manera se encargaba él desde allí del problema del pecado en el universo. El sistema de sacrificios, con su diversidad de actos sacrificiales (Levítico 1-5), representaba, como lo
hemos indicado, el sacrificio de Cristo sobre la cruz, en la cual él cargó los pecados
del mundo y pagó la penalidad de ellos. Es gracias a ese sacrificio que podernos ser
contados como justos ante Dios por la fe en Cristo (Romanos 3:21-25; 2 Corintios
5:2 1).
En el sistema de sacrificios terrenal los pecadores venían al templo trayendo su pecado (Levítico 5:1); es decir, asumiendo la responsabilidad por él y por su castigo correspondiente; pero también traían consigo una víctima sobre la cual era transferido
el pecado, muriendo ésta en su lugar (Levítico 5:5, 6). La víctima para el sacrificio
cargaba su pecado (Levítico 10:17), y a través de la sangre era transferido al santuario. En realidad Dios estaba asumiendo la responsabilidad por esos pecados. Los
pecadores abandonaban el santuario limpios de su pecado y bendecidos por el Señor, porque una víctima había muerto por ellos y Dios había asumido la responsabilidad por el pecado de ellos.
A través de los servicios diarios el sacerdote realizaba una obra de mediación que
consistía en representar a Dios ante el pueblo y al pueblo ante Dios. A través del sistema de sacrificios y los rituales específicos asociados con él ocurría algo asombroso: lo impuro entraba en contacto con lo puro, lo profano con lo santo; y, sin embargo, lo santo permanecía santo. Fuera del sistema de sacrificios, siempre que lo impuro tocaba a lo puro o lo santo, contaminaba a esto último. Pero ese principio no
operaba en el sistema de sacrificios. El animal para el sacrificio cargaba el pecado
del pueblo; y, sin embargo, su carne permanecía santa. El sacerdote comía la carne
y cargaba el pecado y todavía permanecía santo (Levítico 10:17). Ese traslado del
pecado/impureza no destruía la santidad de la víctima para el sacrificio, el sacerdote
o el santuario. ¡El resultado de ese encuentro entre lo santo y lo impuro era la expiación! Ciertamente es asombroso que en el contexto de la expiación, la santidad y el
pecado, la vida y la muerte, la pureza y la impureza son reunidos en una relación insondable y paradójica. El Señor los reunía y de este encuentro surgían la expiación
y el perdón. El instrumento santo entraba en contacto con lo impuro; y, sin embargo,
permanecía santo. Podemos ilustrar el proceso de la siguiente manera:
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Pero mientras ese proceso continuaba efectuándose, la solución del problema del
pecado no era definitiva, porque el problema era transferido de la esfera del pecador
al reino de Dios. En algún punto era necesario terminar con el proceso y restablecer
el orden cósmico que Dios quería para la gente. El Señor representó simbólicamente
esa restauración a través del ritual del Día de la Expiación. En esa ocasión se invertía el proceso diario de la expiación: poner lo santo en contacto con el pecado y lo
impuro. En lugar de ello, tanto Dios como el lugar de su morada, se apartaban de la
presencia de lo profano.
El Día de la Expiación (Levítico 16)
Durante el Día de la Expiación la purificación diaria de la gente alcanzaba su clímax
e introducía un nuevo comienzo que restablecía el orden de Dios en el mundo de su
pueblo. La purificación del santuario completaba la purificación del pueblo (Levítico
16:33). Cristo se ofreció a sí mismo como nuestro sustituto, muriendo en nuestro lugar, pero después de su resurrección ascendió al cielo, entró en el santuario celestial
y comenzó su obra de mediación en nuestro favor (Hebreos 8:2; 9:12). Allí él aplica
los beneficios expiatorios de su sacrificio a quienes creen en él como Salvador y Señor. Esa obra de salvación se encamina hacia su consumación y resultará en la purificación Final del universo. El Día de la Expiación ilustra cómo iba a ocurrir eso.
La actitud del pueblo de Dios. El Día de la Expiación no era una fiesta sino un tiempo de renovación espiritual durante el cual el pueblo se acercaba al Señor más que
en cualquier otro momento. De hecho, era el día cuando el sumo sacerdote que los
representaba, entraba en la misma presencia de Dios: el lugar santísimo del santuario. El Señor esperaba que el pueblo descansara y afligiera sus almas ante él.
El Día de la Expiación era un tiempo de descanso durante el cual "ningún trabajo"
debía hacerse (Levítico 23:28). Durante los sábados ceremoniales el Señor ordenó
al pueblo no hacer "ningún trabajo de siervos" (Levítico 23:7, 21, 25, 36), implicando
que era permitido cierto tipo de trabajo. El descanso absoluto del sábado semanal
(Éxodo 31:14) era aplicado al descanso del Día de la Expiación, enfatizando la necesidad del pueblo de encontrar descanso total y dependencia sólo en Dios. El estado de reposo del pueblo contrastaba con la actividad constante del sumo sacerdote
durante el día. Ellos eran capaces de encontrar descanso y de disfrutarlo porque su
sumo sacerdote estaba trabajando en su favor. Lo que ellos no podían hacer él lo
hacía por ellos ante el Señor. Durante el Día de la Expiación antitípico el pueblo de
Dios debe encontrar descanso en Cristo, nuestro Mediador en el santuario celestial.
Debemos vivir la vida cristiana descansando sólo en su gracia y no en nuestras
obras. Al aproximarnos al Final de la gran controversia seremos desafiados a encontrar seguridad en los planes humanos, pero Dios nos llama a seguir descansando en
el Señor a pesar de cualquier presión humana de hacer lo contrario.
Durante el Día de la Expiación Dios también le dijo al pueblo: "Afligiréis vuestras almas" (Levítico 16:29). El verbo "afligir" (hebreo 'anab) significa "humillarse sugiriendo
una disposición a someterse a la voluntad de Dios. No sabemos lo que involucraba
esta autohumillación, pero probablemente incluía el ayuno, según lo sugiere Isaías
58:3, 5. Ayunar era un acto religioso a través del cual los adoradores expresaban su
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total dependencia del Señor para la preservación de sus vidas. Dios les ordenó a los
humanos trabajar y comer a fin de colaborar con él en la preservación de sus vidas
(Génesis 1:29; 2:15; cf. 2 Tesalonicenses 3:10). Pero el Señor usó el Día de la Expiación para enseñarle a su pueblo su necesidad de confianza plena en su poder para sostenerlos. Ellos practicaban el ayuno para mostrar que habían puesto sus vidas
en las manos de él, y que sólo Dios podía guardarlos.
El día del juicio. El Día de la Expiación era un tiempo de juicio para Israel. La obra
del sumo sacerdote dentro del santuario, purificándolo de los pecados del pueblo,
tenía su contraparte el proceso del juicio de Dios. No podemos separar esos dos aspectos durante nuestra búsqueda del significado del ritual. El Señor evaluaba si la
gente se humillaba delante de él, si confiaban completamente en su amorosa gracia,
y si descansaban de sus obras y dependían de lo que él hacía por ellos. Si el Juicio
mostraba que alguien no se había humillado o no descansaba en el Señor, era "cortado" del pueblo. Dios mismo lo destruiría (Levítico 23:29, 30). Durante ese día ocurría un Juicio que incluía una evaluación de la posible evidencia, un veredicto y la
ejecución del veredicto.
Daniel 7:9-10, 13, 14 registra la visión del profeta del inicio del juicio final por parte
de Dios. El evento ocurre en el santuario celestial, donde Dios tiene su trono y donde
él actúa como Juez. Los eruditos han tratado de identificar los materiales bíblicos
que proveyeron el trasfondo de la escena en la cual el Hijo del Hombre comparece
ante la presencia de Dios con las nubes. Algunos han sugerido que el mejor paralelo
posible es la entrada del sumo sacerdote al lugar santísimo una vez al año. 1 Al entrar en el segundo departamento del santuario, él es el único personaje del Antiguo
Testamento que se aproxima a Dios en una nube de incienso (Levítico 16:2, 12, 13).
"De esa manera llegamos a concluir que Daniel 7:9-14 describe el Día de la Expiación escatológico (quizás un jubileo), cuando el verdadero Sumo Sacerdote vendrá
al Anciano de días rodeado por nubes de incienso". 2 Daniel usa esta imagen para
indicar que el Hijo del Hombre no es sólo una figura real sino un Mediador sacerdotal, quien en un determinado momento de la historia de la salvación se aproxima a
Dios en el lugar santísimo del santuario celestial para llevar a cabo una obra de Juicio que le concede el reino a él y a su pueblo.
La purificación del santuario. Tal como se señaló arriba, durante los servicios diarios
el sistema de sacrificios a través de la mediación de los sacerdotes llevaba el pecado a la misma presencia de Dios. Pero en el Día de la Expiación el ritual se invertía,
removiendo el pecado del santuario. Podemos ilustrar el proceso de la siguiente manera:
Véase Crispin H. T Fletcher-Louis, "The High Priest as Divine Mediator in the Hebrew Bible: Dan 7:13
as a Test Case", Society of Biblical Literature Seminar Papers -1997 (Atlanta: Scholars Press, 1997),
págs. 161 163.
2 Id, p. 186. Es interesante observar que este erudito no adventista hace eco de lo que Elena de White
declaró al escribir: "Cristo había venido, no a la tierra, como ellos lo esperaban, sino, como estaba
simbolizado en el símbolo, al lugar santísimo del templo de Dios en el cielo. El profeta Daniel le representa como viniendo en ese tiempo al Anciano de días" (El Conflicto de los siglos, p.477)
1
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El Día de la Expiación era un momento en el ritual de los servicios cuando Dios se
revelaba a sí mismo como un Dios santo que entra en contacto con el pecado por un
período específico, con la intención de proveer perdón y expiación para los pecadores arrepentidos. Por naturaleza él no tenía nada en común con el pecado y su impureza. Sin embargo, el servicio vindicaba a Dios, identificaba la verdadera fuente
del mal, y expulsaba el pecado de la presencia de Dios de manera permanente.
Azazel, un rito de eliminación. Después de purificar el santuario el sumo sacerdote
regresaba al atrio, transfería todos los pecados de Israel al macho cabrío que representaba a Azazel, y lo enviaba al desierto (Levítico 16:20-22). El simbolismo es muy
rico. Azazel es una figura demoníaca contrastada con el Señor y el macho cabrío
que representaba a Dios (versículo 8). El macho cabrío para Azazel no llevaba el
pecado y la impureza a fin de expiarlos. No era un sacrificio, simplemente llevaba el
pecado del pueblo al desierto (versículo 22). El desierto con frecuencia simbolizaba
caos y muerte en la Biblia (e. g., Job 6:18; Isaías 34:11) y representa el lugar donde
moran los poderes impuros Oseas 13:21; 34:14; Levítico 17:7). Hablando espiritualmente, es allí donde mora Azazel, y el macho cabrío le lleva los pecados de la gente.
Este acto del ritual removía simbólicamente el pecado del campamento y lo regresaba a su lugar de origen.
La eliminación del mal a través de este rito ocurre en otras religiones del Cercano
Oriente, aunque no encontramos un ritual tan similar como el de Levítico 16. La literatura babilónica habla de rituales para exorcizar a una persona enferma afligida por
un demonio. Su propósito era enviar al demonio y a la enfermedad de regreso al infierno, el lugar de donde vinieron. Los hititas llevaban a cabo un ritual peculiar cuando el rey y su ejército regresaban de la guerra con una plaga. El rey escogía a un
hombre, una mujer, un buey y una oveja de la tierra del enemigo para el ritual. Luego
los presentaba ante el dios o diosa que supuestamente había causado la plaga. El
rey o la persona designada por él, en representación del ejército, transfería la plaga
a las víctimas, quienes se convertían así en portadoras del mal. El rey ora: "Dios,
aplácate con e[ste a]taviado hombre. Pero con el rey, los [líderes], el ej[ército, y la]
tierra de Hatti, s[é fi]el. Mas permite que este prisionero lleve (la plaga) y la re[grese
a la tierra del enemigo."] 3
3
David R Wright, The Disposal of Impunity Elimination Rites in the Bible and in the Hittite and Mesopotamian Literature (Atlanta: Scholars Press, 987), pág. 46.
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La idea de transferir un mal colectivo a un lugar fuera del campamento aparece en
Levítico 16, pero no la idea de aplacar a una deidad. Esto es entendible porque la religión israelita prohibía la adoración o aplacamiento de los demonios. A través del ritual de Azazel el Señor identificaba la verdadera fuente del pecado y la impureza y lo
hacía responsable de la presencia de éstos entre el pueblo de Dios. No se da ninguna excusa por los pecados de las personas, de allí la necesidad de que fueran perdonados durante los servicios diarios; pero el rito mostraba que la fuente última del
pecado y la impureza residía en un poder demoníaco. De esta forma la ceremonia
deslindaba a Dios de cualquier cargo levantado contra él sobre su relación con el fenómeno del pecado.
El menaje del Día de la expiación. El Día de la Expiación escatológico universalizó el
significado ritual de la práctica israelita que anunciaba el tiempo cuando Dios resolvería para siempre el problema del pecado. Hebreos 9:23 declara que las cosas celestiales mismas necesitan ser purificadas, haciendo eco de la profecía de ese evento en Daniel 8:14. Daniel no usa la palabra hebrea común para "purificar" (tabar),
sino tsadaq ("ser justo, recto, inocente; ser justificado") que expresa las ideas de
vindicación (1 Reyes 8:32; Isaías 50:8), limpieza (Salmo 18:20; Isaías 53:11) y juicio
(Salmo 7:8). El verbo tsadaq combina conceptos legales y de purificación, proveyendo así una comprensión del Día de la Expiación que iba más allá de la dimensión puramente ceremonial presente en el ritual israelita y contenida en la palabra hebrea
tabar ("purificar"). El tipo no podía expresar en su totalidad la plenitud del antitipo.
Daniel 8 resume la obra de Cristo en el santuario celestial al ser presentado realizando los servicios diarios (Daniel 8:11), una obra de mediación a favor de su pueblo
y al anunciar el tiempo cuando Cristo comenzaría el segundo aspecto de su obra sacerdotal, el Día de la Expiación escatológico (versículo 14). El período profético de
los 2300 años terminó en 1844 y luego Cristo comenzó el aspecto final de su ministerio sumo sacerdotal en el santuario celestial. El juicio final se halla ahora en progreso y el tiempo es corto pero la misericordia y el perdón todavía están disponibles
para quienes quieren ser reconciliados con Dios. Es tiempo de caminar en estrecho
compañerismo con el Señor y descansar en su maravillosa gracia.
La purificación del santuario celestial vindica al pueblo de Dios al acabar dicha obra
en ellos. No quedará ningún registro de sus pecados en el cielo ni en la tierra. El
perdón significa que no habrá un recordatorio de los pecados particulares de los justos, pero ellos recordarán por siempre que el poder del Cordero de Dios los redimió.
En ocasión de la segunda venida su naturaleza pecaminosa será transformada en
una naturaleza glorificada y el recuerdo de sus pecados será borrado de su memoria
(1 Corintios 15:52-54). Luego la promesa del pacto de Dios llegará a su fin: "Nunca
más me acordaré de sus pecados" (Hebreos 8:12).
Apocalipsis 20:1-3 describe el cumplimiento tipológico del destierro de Azazel al desierto bajo la imagen de la atadura de Satanás, quien por mil años debe permanecer
solamente con los ángeles malos en nuestro arruinado planeta. "Cuando el servicio
de propiciación haya terminado en el santuario celestial, entonces, en presencia de
Dios y de los santos ángeles y de la hueste de los redimidos, los pecados del pueblo
de Dios serán puestos sobre Satanás; se le declarará culpable de todo el mal que
les ha hecho cometer. Y así como el macho cabrío emisario era despachado a un
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lugar desierto, así también Satanás será desterrado en la tierra desolada, sin habitantes y convertida en un desierto horroroso". 4 El Día de la Expiación escatológico
revelará claramente que Dios es en verdad justo y misericordioso y que las acusaciones hechas contra él por los poderes malignos no tienen fundamento en lo absoluto (Romanos 3:4). Es al final del conflicto cuando se tendrá la doxología del Juicio
previamente discutida, y cada criatura inteligente en el universo, incluyendo Satanás
y sus ángeles, reconocerá que Dios es justo. El verdadero y único originador del pecado y del mal en el universo quedará claramente identificado y asumirá la responsabilidad por sus acciones y por instigar a otras criaturas a rebelarse contra Dios.
Cristo aceptó el castigo por los pecados de los pecadores arrepentidos, pero no la
responsabilidad de Satanás como su instigador. Es ese elemento del pecado el que
es puesto sobre Satanás. La obra de Cristo de purificar y juzgar al universo borrará
toda duda acerca del carácter de Dios, haciendo posible que la gran controversia
termine. Luego Dios restablecerá la armonía cósmica original que el pecado interrumpió.
Ángel Manuel Rodríguez
Extraído de Fulgores de Gloria,
(Asociación Publicadora Interamericana: Miami, 2002),
pp. 70-81.
4
El Conflicto de los siglos, p.716
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