Walesa es hoy un sesentón bonachon, un gordito

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2008 Diciembre | REVISTA ACCION
Walesa 25 años después
[Pedro Brieger]
En 1983 La academia sueca que otorga el premio Nobel de la paz
decidió dárselo a Lech Walesa, un obrero polaco que trabajaba en los
astilleros de la ciudad de Gdansk sobre el mar báltico. Walesa era el
dirigente sindical que había puesto en jaque al gobierno polaco y –por
ende- representaba una amenaza para todos los gobernantes de los
países que conformaban entonces el bloque soviético.
Los burócratas que decían representar a la clase obrera y al
socialismo no podían comprender como un obrero se había convertido
en la principal figura de la oposición al régimen con su exigencia de
construir un sindicato independiente del Estado. No lo acalló la cárcel
ni un golpe de Estado y casi 10 millones de personas, un tercio de la
población del país, se afiliaron al sindicato “Solidarnosc” (solidaridad)
Los lideres del mundo capitalista y la Iglesia católica liderada por
Juan Pablo II (de origen polaco) ni lerdos ni perezosos pusieron todos
sus recursos a disposición de los trabajadores polacos y ayudaron a
imprimirle un poderoso tinte anticomunista al movimiento de
oposición. El general Jaruzelski, portando esos anteojos obscuros al
estilo de Pinochet, con su represión, torpeza y absoluta falta de
autoridad moral les había dejado la bandeja servida.
Mucha agua ha corrido bajo el puente.
El muro de Berlín se
desplomó y el retirado electricista pasó por la presidencia de su país
sin pena ni gloria. Ahora, se dedica a dictar conferencias y preside
una fundación que lleva su nombre.
Lech Walesa es hoy un “gordito” simpático y canoso de 62 años, que
asombra por su baja estatura si se recuerda aquellas imágenes de
antaño cuando su emergía cual gigante al arengar a miles de
trabajadores en las puertas del Astillero “Lenin”, rebautizado
“Gdansk” y administrado por capitales privados de Ucrania.
En su oficina del centro antiguo de Gdansk aceptó un encuentro para
conversar sobre cualquier tema, aunque el prefiere hablar del
pasado. Algunas cuestiones del presente lo irritan sobremanera, y en
especial el debate suscitado por un libro que lo acusa de haber
colaborado con el régimen comunista cuando era joven. Además de
negarlo una y otra vez no deja de señalar con picardía “yo mame el
anticomunismo de la teta de mi madre”.
Su historia ya lo tiene en el panteón de los héroes nacionales polacos
opacando a figuras de la talla de Chopin o Fahrenheit. El aeropuerto
de la ciudad fue rebautizado con su nombre y su legendaria firma
aparece garabateada en la pared de entrada.
Cuando habla del pasado se ilumina. Al fin y al cabo, es lo que lo
sostiene aún hoy, casi treinta años después de haberse convertido en
el centro de atención de la política mundial.
Walesa es un bromista nato. Cuando se despide de este cronista lo
invita sonriente a una pulseada sobre su escritorio. A pesar del paso
del tiempo su mano derecha todavía tiene la fuerza de alguien que
trabajó muchos años en los astilleros. Sin embargo, su mayor
fortaleza reside es haber torcido el rumbo de la historia del siglo
veinte.
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