los cambios demográficos recientes

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LOS CAMBIOS DEMOGRÁFICOS RECIENTES (DESDE 1980): ENVEJECIMIENTO,
TRANSFORMACIONES EN EL EMPLEO Y NIVELES DE FORMACIÓN DE LA
POBLACIÓN ESPAÑOLA Y DE CANARIAS.
Los cambios demográficos recientes tienen lugar en el contexto de las profundas
transformaciones demográficas que experimenta España desde 1975, es decir, el cambio
de régimen político y el cambio del modelo de sociedad.
La consolidación de un sistema de libertades, individuales y colectivas, favorecen un
cambio de mentalidad respecto a las dinámicas demográficas: Ley de Divorcio, aborto y
anticoncepción, liberación femenina, incorporación de la mujer al mundo laboral,
descristianización de la sociedad, etc.
En el transcurso de unos 15 años, hasta la definitiva inserción en la U.E. (1986), y
especialmente en la década de los noventa y nuevo milenio, el espectacular crecimiento
económico permite hablar del “milagro español”, que hace de la sociedad española, una
sociedad opulenta y desarrollada en la que se forja un Estado de Bienestar basado en una
vasta red de protección social, fundamentado en el sistema de atención sanitario general,
un sistema de pensiones a los jubilados, una educación pública, y una reciente normativa
acerca de la red asistencial a la población dependiente (cuarto pilar).
Las transformaciones en los movimientos naturales dan lugar a una aceleración del
modelo de transición demográfica, llegando raudamente a la fase de estancamiento,
debido a la caída libre de las tasas de natalicios a niveles muy bajos, y la existencia de
unas tasas de mortalidad igualmente bajas, atenuadas por el aumento de la esperanza de
vida. El crecimiento vegetativo está próximo a cero (saldo positivo de 78.600 personas en
2005, llegando a estar en sólo 4.700 personas en 1998), y la población ha crecido gracias a
las aportaciones de un saldo migratorio positivo. La estructura de la pirámide de edades
nos muestra un perfil con una base muy estrecha, más recesiva en el caso canario, y una
tendencia a engrosar los grupos de edad longevos.
Los cambios en la natalidad. La tasa de natalidad tiene relación directa con la tasa
de fecundidad (número de hijos por mujer en edad fértil) y también con los índices de
mortalidad. A mayores probabilidades de supervivencia tiende a descender la natalidad. En
1976 hubo 677.546 nacidos, en 1996 362.626, y en 2005 465.616 nacidos. La tasa de
natalidad en 2005 se cifró en 10,7 ‰ y la tasa de mortalidad en un 8,9 ‰.
Los comportamientos demográficos de las sociedades vienen asociados a las etapas
o procesos derivados de la transición demográfica, cuyas pautas vienen condicionadas por
aspectos económicos, culturales, sociales, religiosos, etc. Estos procesos socioeconómicos
engloban gran complejidad y en ellos pueden incidir muchos de los siguientes aspectos:
• Aumento del nivel de vida.
• Transformaciones productivas (del sector primario al terciario).
• Modificaciones de pautas culturales.
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Cambios en el modelo de familia.
Crisis económica del 75 y nuevo modelo de relaciones laborales: precarización de las
condiciones laborales (dificultad para conseguir un trabajo estable), ello retrasa la
edad de matrimonio y la emancipación de los jóvenes.
Incorporación de la mujer al mercado de trabajo: promoción profesional,
permanencia en el puesto de trabajo, doble jornada laboral, etc., todo ello
difícilmente conciliable con la maternidad.
Mayor duración de la etapa de formación.
Elevado precio de la vivienda.
Carga económica que suponen los hijos.
Nuevos modelos familiares: monoparentales, separaciones, hijos únicos, relaciones
extramaritales, etc.
Menoscabo de ciertos valores religiosos y presencia de otros (hedonismo,
paternidad responsable, etc.).
Conocimiento y disfrute de métodos contraconceptivos o abortivos. Práctica de una
sexualidad no solamente asociada a la reproducción.
Hoy tenemos tasas de natalidad de las más bajas del mundo (sobre el 10,7‰), a
pesar de que hay un numerosísimo grupo de mujeres en edad fértil, ello se debe a la caída
del índice de fecundidad: en 1900 era de 4,7 hijos por mujer, en 1950 de 2,5,en 2000 de
1,2, y de 1,3 en 2005. No obstante, en los últimos años se ha experimentado un ligero
repunte dada la incidencia y las pautas demográficas de la, cada vez más numerosa,
población inmigrante. Las políticas sociales de apoyo a la natalidad son meramente
testimoniales: bonificaciones fiscales, ayudas directas mediante subsidios, disfrute de
permisos de maternidad-paternidad muy pequeños, etc.
Las consecuencias de todo ello están claras, la España envejecida, rural y de
interior, se enfrenta con la España más joven, urbana y periférica, salvo escasas
excepciones.
El envejecimiento de la población. El envejecimiento es consecuencia del aumento
de la esperanza de vida. Las españolas rondan los 83 años de esperanza de vida, mientras
que los españoles están sobre los 76. La sobremortalidad masculina aparece con la
disminución de las enfermedades de origen infeccioso, el predominio de las enfermedades
degenerativas, y la extensión de modos de vida y hábitos nocivos, como son el estrés, el
tabaquismo y el alcoholismo, entre otros. Se prevé que la difusión de modos de vida y
hábitos análogos entre varones y mujeres hagan disminuir estas diferencias. El problema
se plantea cuando al aumento de la longevidad se añade el descenso de los nacimientos. El
número de defunciones, en cifras absolutas, no deja de aumentar, de 293.386 muertes en
1981, hemos pasado a 387.019 óbitos en 2005.
El sustancial incremento de la población anciana no es un fenómeno exclusivamente
español, sino que se experimenta en todas las sociedades desarrolladas, lo cual ha
provocado una gran preocupación social, debido al temor de que la estructura de edad de la
población se invierta, dándose el fenómeno conocido como involución demográfica. Se
considera que, como el proceso de envejecimiento posee un carácter estructural (a largo
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plazo no cambiará la tendencia, a pesar de que pueda existir un relativo rejuvenecimiento
por influencia de la inmigración), es necesario cambiar el enfoque, pasando de la
perspectiva que lo considera un problema social, a la consideración de que es un logro de
las sociedades desarrolladas que tan sólo requiere programar las acciones económicas,
políticas y sociales adecuadas.
Territorialmente, la proporción de población de 65 y más años es superior en el
norte y centro de España con respecto al sur y conjuntos insulares, ello es debido a la
mayor fecundidad de estas últimas zonas, y la mayor proclividad migratoria de aquéllas
(fenómeno protagonizado por la población joven).
Otra tendencia del proceso de envejecimiento es el incremento de la población
más anciana (85 y más años). En el año 2001 ascendía al 10% de la población, y se estima
que en 2050 puede alcanzar el 21%, a ello se le denomina el envejecimiento de la población
mayor, con todas las implicaciones de cuidados paliativos que ello conlleva.
El peso relativo de la población anciana en España es progresivamente más elevado.
Para mantener la estructura productiva del país y el pago de pensiones se propugnan
ciertas soluciones ligadas al incremento de cotizantes:
• Contar con las aportaciones de la inmigración, regularizar tal fuerza de trabajo.
• Incorporación femenina al trabajo, es decir, incrementar la tasa de población
activa femenina.
• Alargamiento de la vida activa (edad de jubilación flexible).
• Aumento de los años de cotización para percibir pensiones de la Seguridad Social.
Básicamente el aumento del envejecimiento plantea tres consecuencias que
deberían afrontarse.
1.- La financiación de las pensiones, que se realizan con las aportaciones de la
población activa del momento, el aumento de los ancianos y una futura reducción de los
activos implicaría la insostenibilidad del sistema presente. Los gastos de protección social
han crecido notablemente al amparo de un estado protector. En 2000 el 20,2% del PIB se
destinó a prestaciones de protección social, del cual los recursos destinados a vejez
fueron el 41%, el 30% a atención sanitaria y un 8% a invalidez.
2.- Exigencia de recursos crecientes en relación con la salud, estancias
hospitalarias, gasto farmaceútico (100% de las recetas) y visitas médicas. Debería
prestarse especial atención a los municipios rurales. Ello significa un cambio en el carácter
de la cobertura asistencial por cuanto las atenciones y cuidados demandados tienen unas
peculiaridades específicas.
3.- Problemas de residencia y de discriminación social. Debería planificarse
residencias geriátricas, centros geriátricos de día, teleasistencia, asistencia a domicilio,
etc.. Actualmente, las familias son las grandes proveedoras de cuidados a las personas
dependientes (77%), y las mujeres son las principales cuidadoras de familiares y allegados.
Este modelo entrará pronto en crisis. Por otro lado, no debería escatimarse el capital
intelectual y de experiencia humana acumulada por estas personas, cuyos conocimientos
y ayudas todavía pueden ser muy útiles a la sociedad: enseñanza, ONGs, Servicios Sociales,
abuelos-cuidadores de nietos, agricultores, artesanos, etc.
Como apunta el I.N.E. en uno de sus informes: “El proceso de envejecimiento comportará un
importante reto para las sociedades del futuro. Sin embargo, en oposición al temor generalizado de que el
envejecimiento provocará la desestabilización del Estado de Bienestar, no se puede olvidar que el alargamiento
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de la vida es un logro de las sociedades desarrolladas y como tal debe plantearse. […] Las reformas sociales,
políticas y económicas que el proceso de envejecimiento exija, no se deben fundamentar en las implicaciones
que el aumento del volumen de población mayor de 65 años tendrá en la sociedad, como son el incremento del
gasto social en sanidad y de las pensiones de jubilación, entre otras. La perspectiva debe partir de que el
envejecimiento de la población conlleva un cambio en la estructura de edad de la población. Las necesidades
que en el pasado eran prioritarias socialmente, como la sanidad y la educación de los niños y jóvenes, en el
futuro podrían reducirse debido a que el volumen de población joven descenderá, por lo que los estados podrían
hacer frente a las necesidades demandadas por la población anciana.
Entre las reformas que la sociedad española del siglo XXI precisaría ante el importante aumento de la
proporción de población de 65 años y más, y con la finalidad de lograr una mejor calidad de vida de su población
mayor y favorecer la financiación de las pensiones de jubilación, estaría la de aumentar el número de
cotizantes a la Seguridad Social. Tal objetivo se lograría mediante la promoción del envejecimiento activo y la
regularización del empleo de los inmigrantes en situación de ilegalidad. Asimismo, la mejora de las políticas de
conciliación de la vida laboral y familiar de las mujeres, y el cambio en las condiciones de contratación de los
jóvenes, posibilitarían el mantenimiento e incluso el aumento del volumen de ocupación, vía incremento de las
tasas de actividad, contrarrestando de esta forma el descenso de la población en edad de trabajar.
En lo que se refiere al retraso de la edad de jubilación, esta medida implicaría la reducción del número
de población dependiente mayor. De este modo, la relación activos/pensionistas sería más elevada, mitigando
por tanto las consecuencias que el proceso de envejecimiento tendrá en el sistema de la Seguridad Social y
asegurando unas pensiones de jubilación acordes con el nivel de vida de la población.”
Transformaciones en el empleo y niveles de formación. Uno de los grandes
problemas que afecta a la sociedad española es la dificultad para encontrar trabajo.
Antaño la emigración alivió el problema, pero desde 1975 los inconvenientes de la
desagrarización del país, de la reconversión industrial, y del impacto de las nuevas
tecnologías en los procesos de producción hicieron que aumentase el paro hasta alcanzar
niveles de un 20%.
En 2005 la tasa de actividad ronda el 57%, un 68,8% en los hombres y un 46,5%
para las mujeres. En cifras absolutas la población activa se encuentra sobre los 21 millones
de personas. Hoy el paro afecta a menos del 10% de la población, aunque existen
desequilibrios territoriales, sectoriales y de género.
El trabajo es cada vez más especializado, y en los puestos poco cualificados la
temporalidad (el 32% de los ocupados) es mayor, por lo que requiere menos formación y el
trabajador es fácilmente sustituible. Las jornadas a tiempo parcial y los contratos
temporales van en constante aumento. En España la tasa de temporalidad en jóvenes de
menos de 30 años es del 53%, y del 65% en los menores de 25 años, incluso un porcentaje
significativo trabajan sin contrato. Otro fenómeno reciente es el de los “contratos
basura”, es decir, la utilización de los contratos de aprendizaje y en prácticas para
sustituir empleos estables. Esto provoca la precariedad del empleo, sueldos bajos e
inestabilidad laboral, que impide que los jóvenes puedan independizarse. Hoy se habla de la
generación de los mileuristas.
La educación es un factor clave en el tipo de contrato. La tasa de temporalidad de
quienes cuentan con educación superior es 11 puntos inferior a los que no han concluido la
educación secundaria.
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Diversas leyes educativas (LGE, LOGSE, LOCE, LOE) han convivido en la reciente
etapa democrática. La generalización de la enseñanza obligatoria y la obligatoriedad de
permanecer escolarizado hasta los 16 años, han procurado unos niveles formativos
desconocidos en la historia de España. El crecimiento de los titulados en enseñanzas
secundarias postobligatorias (bachilleres y técnicos en formación profesional), así como el
aumento exponencial de estudiantes universitarios en España ha conducido a generar la
“generación mejor preparada de la historia”. No obstante, este proceso tiene sus luces y
sus sombras si nos atenemos a la calidad y no a la cantidad. Sin embargo, el elevado grado
de formación contrasta con la baja cualificación de los empleos a los que se puede
acceder, y la formación de nuestros titulados se ha convertido en una auténtica carrera de
obstáculos meritocrática que no siempre se ve compensada en el plano laboral.
En el año 2002, el 25,8% de los españoles tenía estudios primarios, el 40,6%
educación secundaria, y un 19% estudios superiores, el resto eran analfabetos o sin
estudios. Se ha eliminado la diferencia entre hombres y mujeres hasta el punto de
invertirse, de forma que en las últimas generaciones las mujeres presentan un mayor nivel
de formación. En ese año el porcentaje de hombres que terminaron estudios secundarios
fue del 58%, y del 72% en el caso de las mujeres.
En cualquier caso, debemos reflexionar en torno a la plasmación espacial de todos
los indicadores demográficos de carácter socioeconómico que hemos revisado, puesto que
presentan importantes variaciones territoriales en función de la escala geográfica que
utilicemos: escala nacional, regional, provincial, municipal, ámbitos rurales o urbanos, etc.
En plena Sociedad del Conocimiento, inmersos en un mundo donde los procesos de
mundialización (globalización) de los fenómenos provoca una aceleración de los cambios
de las estructuras económicas, sociales, culturales y políticas, la formación permanente de
la mano de obra se convierte más que en un reto, en una necesidad. Como indica la U.E. en
la Declaración de Berlín de marzo de 2007: “ […] Nos enfrentamos a grandes desafíos que
no se detienen en las fronteras nacionales. La UE es nuestra respuesta a ellos. Sólo unidos
podemos preservar en el futuro nuestro ideal europeo de sociedad, en beneficio de todos
los ciudadanos y ciudadanas de la UE. Este modelo europeo aúna el éxito económico y la
responsabilidad social. El mercado común y el euro nos hacen fuertes. Con ellos podemos
amoldar a nuestros valores la creciente interdependencia mundial y la cada vez más
intensa competencia que reina en los mercados internacionales. La riqueza de Europa se
basa en el conocimiento y las capacidades de sus gentes; ésta es la clave del
crecimiento, el empleo y la cohesión social. […]” (el subrayado es nuestro).
José Ángel Barra Aznar
IES Vecindario
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