José Moñino y Redondo, Conde de Floridablanca (1728-1808) Estudios en el bicentenario de su muerte JESÚS MENÉNDEZ PELÁEZ (Coord.) ORLANDO MORATINOS OTERO MANUEL DE ABOL-BRASÓN Y ÁLVAREZ-TAMARGO RAFAEL ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN SANTOS M. CORONAS GONZÁLEZ MOISÉS LLORDÉN MIÑAMBRES FUNDACIÓN FORO JOVELLANOS DEL PRINCIPADO DE ASTURIAS Cuadernos de Investigación. Monografías VII Gijón, 2009 La edición de este libro consta de 1000 ejemplares, corriendo la misma a cargo de la Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, con el patrocinio de D. José María Castillejo y Oriol, conde de Floridablanca. Título: José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. (1728-1808). Estudios en el bicentenario de su muerte. Coordinación editorial: Orlando Moratinos Otero © de la presente edición: Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias © textos e iconografía: sus autores Ilustraciones: Archivo Histórico Nacional. Madrid Banco de España. Madrid Biblioteca Nacional. Madrid Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias. Gijón Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec, México DF. Museo Nacional del Prado. Madrid Museo Storico Archeologico di Santarcangelo. Rímini Museos Vaticanos. Roma Palacio del Senado. Madrid Palacio Real. Patrimonio Nacional. Madrid Real Academia de la Historia. Madrid Edita: Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias Museo Casa Natal de Jovellanos. Gijón Administración y Secretaría: C/ María Bandujo, 11 – bajo 33201 Gijón. Principado de Asturias – España Teléfono: 98 535 71 56 www.jovellanos.org – [email protected] ISBN: 978-84-936171-4-1 Depósito legal: AS-87-2009 Imprime: Gráficas Covadonga. Gijón Índice Jesús MENÉNDEZ PELÁEZ Presentación ................................................................................................ 9 José María CASTILLEJO Y ORIOL Saluda .......................................................................................................... 19 Orlando MORATINOS OTERO José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. Apuntes biográficos ................................................................................. 25 I. II. III. IV. V. VI. VII. VII. IX. Nacimiento, primeros años y estudios ................................... Abogado en Madrid .................................................................. Fiscal en el Consejo de Castilla ................................................ Embajador en Roma................................................................... La España de Floridablanca ..................................................... Relaciones con Francia .............................................................. Relaciones España-América ..................................................... Confinamiento en Pamplona.................................................... En la Junta Central ..................................................................... 25 26 27 31 32 38 41 47 49 Manuel DE ABOL-BRASÓN Y ÁLVAREZ-TAMARGO El conde de Floridablanca y la política de su época .......................... 55 Introducción. La Ilustración o el contradictorio remedio del Antiguo Régimen................................................................. 55 6 I. La embajada en Roma (1772-1776): la destrucción de la Compañía de Jesús ........................................................... 71 a. Una decisión reservada........................................................ b. La legación perfecta.............................................................. 71 78 II. El protagonismo ministerial (1777-1792): del autoritarismo al absolutismo ............................................. 96 a. El Rey y el reino .................................................................... 96 b. La trayectoria de Floridablanca .......................................... 103 c. La Instrucción reservada de 1787........................................... 120 III. La presidencia de la Junta Central (1808): el preludio de la tragedia.......................................................... 167 Rafael ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN El programa económico del conde de Floridablanca......................... 179 I. Introducción ................................................................................ 179 II. El programa de Cambio de Floridablanca ............................. 183 III. Conclusiones ............................................................................... 213 Santos M. CORONAS GONZÁLEZ José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla. (1766-1772).................. 217 I. La fiscalía del Consejo de Castilla ........................................... II. Alegaciones del fiscal Moñino ................................................. 1. La expulsión de los jesuitas y providencias ulteriores pedidas por los fiscales Campomanes y Moñino ............. 2. Alegaciones fiscales en los expedientes del obispo de Cuenca (1766-1767)........................................................... 3. El eco regalista en la Corte de Familia de Parma y la reacción pontificia: el monitorio de 30 de enero de 1768 y las alegaciones fiscales de Campomanes y Moñino ................................................................................. 4. La redacción del Juicio imparcial (1768) y su revisión por los prelados del Consejo extraordinario y por el fiscal Moñino (1769)................................................ 217 225 225 238 241 249 7 5. La alegación fiscal en el expediente del obispo de Teruel (1769)................................................... 6. La Instrucción de los fiscales Campomanes y Moñino sobre el método a observar en el establecimiento del oficio de hipotecas (1767)............................................... III. Los fiscales del Consejo y la censura inquisitorial de libros (1768)............................................................................ IV. El control de la Universidad: la Instrucción particular de directores y censores regios elaborada por los fiscales Campomanes y Moñino (1769) ................................................ V. Respuesta fiscal sobre la formación de una hermandad para el fomento de los Reales Hospicios de Madrid y de San Fernando (1769).......................................................... VI. Alegación fiscal en el expediente consultivo pendiente entre la provincia de Extremadura y el concejo de la Mesta (1770)................................................. VII. Alegación fiscal sobre la vigencia del fuero de Córdoba (1770) ..................................................... 262 264 271 279 285 286 293 Moisés LLORDÉN MIÑAMBRES El conde de Floridablanca y América ................................................... 297 Floridablanca ante la independencia de los Estados Unidos ............................................................... 311 Cronología del conde de Floridablanca.................................................. 321 Bibliografía general.................................................................................... 327 Publicaciones de la Fundación Foro Jovellanos ............................................ 333 8 Ilustraciones 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21. 22. 23. 24. 25. 26. 27. 28. Retrato de José Moñino y Redondo. Grabado Clemente XIV. Anónimo Carlos III. Anónimo Ejecución de Luis XVI. 21 de enero de 1793. Grabado Rendición de Lord Cornwallis en Yorktown. Grabado Conde de Floridablanca. Francisco de Goya Iglesia de San Ignacio. Roma Pío VI. Pompeu Girolamo Batoni Carlos III. Grabado Jerónimo Grimaldi. Grabado Pedro Pablo Abarca de Bolea. Conde de Aranda Carlos IV. Francisco de Goya Fernando VII. Vicente López Godoy, joven guardia de corps. Francisco Folch Don José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca protector del Comercio. Bernardo Martínez del Barranco Alberto Lista y Aragón. Grabado El marqués de la Ensenada. Anónimo Francisco de Cabarrús. Francisco de Goya Censo español, 1787 Informe en el Expediente de Ley Agraria. Jovellanos Conde de Floridablanca. Francisco de Goya Origen del motín contra Esquilache. Grabado Pragmática Sanción de Su Majestad. 1767 Juicio Imparcial sobre las letras. 1769 Pedro Rodríguez de Campomanes. Francisco Bayeu Carlos IV. Grabado La Luisiana. Mapa. 1762 Bernardo de Gálvez y Madrid. José de Alfaro Presentación ecuperar la memoria histórica -sin entrar en las connotaciones políticas que lo promueven- es uno de los propósitos más reivindicativos en nuestra sociedad. Aniversarios y centenarios suelen ser los segmentos cronológicos que propician estas celebraciones. El año 2008 fue pródigo en estas evocaciones conmemorativas encaminadas a recordar efemérides pasadas. Por ejemplo, en el Principado de Asturias tuvieron un fuerte impacto el VIII centenario de las reliquias que adornan la Cámara Santa de la catedral de Oviedo y el IV Centenario de la Fundación de la Universidad de Oviedo, sin olvidar determinados eventos que a modo de recordatorio pretendían evocar los acontecimientos de la Guerra de la Independencia con esa fecha referencial de 1808. Fue esta una fecha emblemática también para el jovellanismo que implicó asimismo a la Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, siguiendo los imperativos de sus estatutos que le obligan a mantener viva la memoria histórica de efemérides directamente relacionadas con Jovellanos y su tiempo. Para la memoria histórica quedarán los actos celebrados en Palma de Mallorca y Valldemosa a lo largo de 2008 con la participación directa de patronos de nuestra Fundación. En este contexto cobra toda su significación otra no menos importante efeméride de rango nacional: el bicentenario de la muerte de José Moñino y Redondo, Conde de Floridablanca (Murcia, 1728-Sevilla, 1808) una de las personalidades más sobresalientes de nuestro Siglo XVIII y figura determinante en la política de R 10 quien pasa por ser el monarca más ilustrado de la centuria dieciochesca como lo fue Carlos III. La Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias tomó con ilusión la propuesta del actual Conde de Floridablanca, de escribir una monografía como homenaje y recuerdo reivindicativo a su antepasado. La visita a Gijón, con el referido propósito, de José María Castillejo y Oriol fue un estímulo y un acicate para acometer el referido proyecto que hoy felizmente presentamos. La honrosa coincidencia de que una nómina importante de nuestros patronos forme parte asimismo del claustro de nuestra universidad asturiana con dedicación docente e investigadora a la centuria ilustrada -y la siempre eficiente colaboración de nuestro Secretario General, Orlando Moratinos-, facilitó su consecución. Como coordinador del proyecto me siento plenamente satisfecho. Un libro es sin duda el mejor recordatorio para que las generaciones futuras revivan la historia de tiempos pasados. ¿Y qué es lo que se ofrece? Después de presentar los hitos fundamentales de la biografía de José Moñino, Conde de Floridablanca, en el contexto de su tiempo, tarea a cargo de Orlando Moratinos, el lector se encontrará con las facetas más significativas del ilustrado Floridablanca como político, economista, fiscal y la impronta que dejó en América. Floridablanca, político El Prof. Manuel Abol, especialista en política ilustrada, nos descubre la personalidad de Moñino como político. Floridablanca, como hombre político, es un típico ejemplo de gobernante ilustrado. Autoritario y con evidentes tendencias absolutistas, quiere agilizar la maquina administrativa y hacerla más eficaz y operativa. Todo ello descansa sobre la figura del monarca, cuya dignidad indiscutible y omnipresente se enaltece, a la vez que se postergan los órganos institucionales de representación social. De esta forma el sistema político se personaliza en el soberano y en los secretarios. Floridablanca promueve la regeneración económica en sentido «burgus», 11 aunque sin romper radicalmente con el Antiguo Régimen. En las medidas que promueve en esta materia se descubre lo que después iba a realizar el liberalismo. El impulso que propone pasa ineludiblemente por el favor dispensado a una clase emergente, la de los propietarios, en menoscabo del cuerpo social. Éste en su conjunto no ve ventajas apreciables en semejantes mudanzas, y en ocasiones se encuentra herido en sus ideales. La superación, no siempre evidenciada en las propuestas de nuestro personaje, de la sociedad estamental y la de su soporte económico, eran entonces signo de progreso, pero de un progreso con escasa sensibilidad social. Floridablanca, al final de su vida, puede vislumbrar la colisión entre el proyecto ilustrado y las propuestas revolucionarias del liberalismo. Ambos impulsos tienen puntos en común, pero también sustanciales divergencias que hacen imposible que haya una continuidad rectilínea entre ellos. Como la estructura política, merced a la obra de la ilustración, ha quedado reducida a la figura del monarca, sobre la que gira toda la administración, el sistema va a caer ante la primera crisis. Esta se produce en 1808. La flaqueza institucional y personal de la realeza ocasiona el derrumbe de todo el aparato administrativo de aquella expresión caricaturesca de la Monarquía española. Las propuestas económicas de signo clasista naufragaron ante una sociedad en pleno, que en aquel año adquirió un protagonismo inusitado y que ya estaba cansada de tanta experimentación de laboratorio sobre sus ideales y sus intereses. Floridablanca en el año de su muerte era un hombre del pasado, de un pasado lleno de buenas intenciones, pero que entonces resultaba un anacronismo, tanto respecto al constitucionalismo liberal, como a la renovación castiza. Floridablanca, jurista En este sentido la trayectoria de José Moñino estará muy unida a Campomanes, una dimensión que pone de relieve el Prof. 12 Santos Coronas, asimismo gran especialista en el ilustrado de Cangas de Tineo y cuya autoridad en el campo de la historia del derecho es bien reconocida. El futuro Conde de Floridablanca será compañero de Campomanes en la fiscalía del Consejo de Castilla durante algunos años decisivos. El 31 de agosto de 1766 Moñino será nombrado fiscal del Consejo de Castilla en sustitución de Lope de Sierra Cienfuegos, de talante conservador, que había sido hasta su promoción a consejero de Castilla la viva antítesis del pensamiento reformista de Campomanes. En su elección pesó el criterio de este último, cuya semblanza de un fiscal del Consejo dio la nueva imagen del mismo: «Puesto es este que tiembla proponer para él sujetos. Por la verdad, es uno de los más importantes del reyno y más arduo de desempeñar. Amor al rey, literatura universal, y fertilidad de ideas públicas sobre un genio laborioso y de feliz explicación son prendas necesarias junto con un espíritu de imparcialidad y firmeza y edad todavía robusta para sufrir el trabajo», dirá Campomanes. A los treinta y siete años de edad, Moñino se sumó al grupo de hombres decididos que, desde los Consejos, caso de Aranda, Campomanes o Carrasco, o desde la Secretaría del Despacho -Roda, Grimaldi-, trabajaron por la reforma global de la sociedad española. Cuando Moñino llega a la segunda fiscalía del Consejo de Castilla no se habían apagado aún los ecos del motín de Esquilache. Como fiscal participó en la depuración de responsabilidades, así como en los graves sucesos subsiguientes: expulsión de los jesuitas, condena del obispo de Cuenca y en la redacción por orden del rey de un nuevo Juicio Imparcial sobre el monitorio de Parma que dulcificara el tono directo y vivo del escrito por Campomanes. Por entonces ya eran patentes al monarca las principales virtudes de Moñino y que el mismo rey sintetizaba en una fórmula sencilla: «varón prudente y de buen modo y trato»; juicio regio que comparte Grimaldi considerándolo «hombre religioso, moderado, dulce e instruido». Su paso de la fiscalía del Consejo de Castilla a embajador en Roma (1772) fue el inicio de una larga y fecunda carrera política que le llevó desde la Secretaría de Estado (1777), que comparte con la de Justicia desde 1782, hasta la presidencia de la Junta Suprema de Estado (1787-1792). Tras un breve ocaso polí- 13 tico en la España de Godoy y de Carlos IV, terminó gloriosamente sus días en Sevilla como presidente de la Junta Central encarnando el orgullo de la nación frente al invasor francés. Campomanes y Moñino marcaron el período áureo de la fiscalía en el supremo Consejo de Castilla protagonizando el enunciado y desarrollo de la política reformista carolina. Fueron, en cierto modo, epígonos de la fecunda actividad dedicada por siglos a enaltecer la potestad real y la pública utilidad. Aunque no es posible ofrecer un cuadro completo de la actuación de estos fiscales, cuyo número se aumentó a tres a instancias del presidente del Consejo de Castilla, el conde de Aranda, en virtud del Decreto de 9 de junio de 1769, se puede rastrear algunos informes y escritos que permiten conocer el pensamiento del fiscal de Moñino, muy influido por entonces por su mentor Campomanes. Son alegaciones y dictámenes que, a manera de ejemplo, pueden seleccionarse, iluminando algunos campos de interés entre los muchos vistos y despachados en la carrera profesional de Moñino entre 1766 y 1772. Floridablanca, economista Es esta otra de las facetas más sobresalientes de nuestro biografiado. Una dimensión trazada con la maestría acostumbrada por el Prof. Rafael Anes. El Rey Carlos III, que, al igual que sus predecesores de dinastía, estaba imbuido de ideas de reforma, llamó a José Moñino, que era entonces embajador en Roma, para que condujese el proceso modernizador de la vida económica española. Deja la embajada al terminar el año 1776 y en febrero del año siguiente el Secretariado de Estado; de esta manera está en disposición de conducir la política económica española para promover los cambios oportunos. Para mejor dirigir los asuntos que se le encomendaron, creará la Junta de Estado, por Decreto de 8 de julio de 1787, y estará al frente de ella. En España, como en los demás países europeos, excepto Gran Bretaña, que estaba dando los primeros pasos del proceso industrializador, el sector agrario es la base de la actividad económica, y cual- 14 quier proceso de cambio que se quisiera llevar a cabo tenía que suponer transformaciones en ese sector. Ello no quiere decir que las actuaciones pudiesen reducirse a las adoptadas en la mejora de la agricultura y la ganadería. Así, Floridablanca, -como expone en la «Instrucción reservada que la Junta de Estado… deberá observar», de 1787-, tratará de promover el desarrollo de la agricultura, el de «las artes, el tráfico interior y el comercio exterior». Ello debía ir acompañado de progresos en las enseñanzas, considerando que lo que hacía más falta era «el estudio de las ciencias exactas, como las matemáticas, la astronomía, la física experimental, química, historia natural, la mineralogía, la hidráulica, la maquinaria y otras ciencias prácticas», sin olvidarse de «la enseñanza especulativa y práctica del comercio», por considerarla muy necesaria y útil. Entre los obstáculos que había para que se pudiese alcanzar el desarrollo de la agricultura, le preocupa especialmente a Floridablanca la concentración de la propiedad en manos muertas y los privilegios del Honrado Concejo de la Mesta. De la amortización de la tierra se ocupa ya en el «Expediente del Obispo de Cuenca», de 1767, y se refiere a ella como «enfermedad gravísima», enfermedad que, considera, debe curarse por etapas y «con prudencia y suavidad». De los privilegios de la Mesta trata en el «Expediente» que se promueve con motivo del recurso del Diputado de Extremadura, consecuencia de la Real Orden de 20 de julio de 1764. Señala, que en virtud de los privilegios que tienen, los ganados mesteños ocupan las mejores tierras y los mejores pastos y conducen a que las labores de las tierras estén reducidas y deterioradas la crianza del ganado estante. Aunque las consideraciones que ahí hace están referidas a Extremadura se pueden aplicar a otras partes del territorio español, a aquellas que estaban afectadas por las consecuencias de esos privilegios. Los terrenos, dice Floridablanca, habrán de dedicarse a los cultivos y a los disfrutes para los que sean más apropiados y los vecinos deben tener «una dotación congrua». Si eso era así, añade, se tendría crecimiento en el sector agrario y crecería la población, lo que consideraba muy beneficioso. Para alcanzar esos progresos debía darse, dice, una ley agraria, una ley que no alterase los domi- 15 nios pero que tuviese la capacidad de ordenar los arriendos y el reparto de los terrenos públicos, y para que sirviese de base y de apoyo de ella habría que crear un Tribunal Supremo, que sería la Real Audiencia. Para el desarrollo de la actividad industrial, como se discute en la «Instrucción reservada», Floridablanca confiaba en la iniciativa privada, que se dedicaría a ella si se daban las condiciones necesarias. Dice, que la Junta de Estado debería observar que «de los adelantamientos del comercio y tráfico y de la agricultura» salen «los medios más eficaces de adelantar igualmente las artes y fábricas, y de llegar a su mayor perfección». Según Floridablanca, los medios experimentados para que hubiese prosperidad en las fábricas, eran la protección de los fabricantes, que fuesen estimados los oficios mecánicos y los que los ejercían, la libertad de los artistas para la ejecución de sus ideas, la persecución de los ociosos y desaplicados y la disminución de cargas, gabelas y gravámenes que pesaban sobre las manufacturas y sobre los artistas. Eso, dice, son principios que habrían de ser comunes también para los dominios americanos, y los que se trataron de aplicar para que las manufacturas circulasen dentro del Reino y se vendiesen fuera, exentas de derechos por el tráfico, la venta o la extracción. Para que hubiese la recuperación económica que se pretendía era imprescindible el desarrollo del comercio, tanto del interior como el del exterior, como ya se ha señalado, y ello requería prestar atención a las obras de infraestructuras. En 1778 es nombrado Floridablanca Superintendente de Caminos y desde ese cargo dará impulso grande a la construcción de caminos y de canales. En los años en que Floridablanca tuvo esa responsabilidad se construyeron 1.700 kilómetros de carreteras generales y también hay que destacar las realizaciones en el Canal de Castilla y el intento de llevar a cabo las obras de un canal que enlazase el río Guadarrama con el Océano, con un último tramo por el río Guadalquivir. Para poder llevar a cabo esas obras y otras empresas eran necesarios recursos públicos, lo que parece aconsejaba la reforma del sistema tributario. Se piensa establecer en los antiguos reinos de la Corona de Castilla la contribución única, pero, después de 16 disponer del Catastro necesario, la reforma no se produce. Lo que se hace es añadir un tributo más al sistema, el de «Frutos civiles». Para conocer los efectos de la política económica seguida y tener una mejor base para introducir cambios, era preciso un buen conocimiento de la evolución de la población, tener buenos censos. Para ello se ordenó levantar un nuevo censo de población, que mejorase la información que proporcionaba el de 1768. Se levantará el conocido como Censo de Floridablanca, para 1787, que se tiene como el mejor de los del siglo XVIII. Cuando dejan de llegar los metales americanos, al bloquear los barcos británicos los puertos de salida, como respuesta a la participación de España, junto a Francia, en ayuda de las colonias inglesas en América del Norte, para atender a las necesidades de fondos se emite Deuda pública, pero una Deuda especial, con títulos denominados «Vales reales», que tenían la doble condición de títulos de deuda y billetes, ya que debían de admitirse en los pagos de cantidades importantes. La primera emisión, de 1780, es suscrita por un consorcio de banqueros entre los que está el de origen francés Francisco Cabarrús. Después del éxito de la primera emisión hubo otra en 1781 y ello hará que se acepte la propuesta de crear un banco nacional que presenta Cabarrús al conde de Floridablanca y nace, el 1 de julio de 1782, el Banco Nacional de San Carlos. El establecimiento, que tendría que formar una caja de pagos y reducción de «Vales reales», lo que no pudo cumplir por las reiteradas emisiones que hubo, atendería al Tesoro en las situaciones de apremio, participaría en la realización de obras públicas, se encargaría de los suministros al ejército y a la marina y de la saca de plata, sin olvidarse de lo que eran funciones propias de un banco, entre las que estaba la emisión de billetes. No ha escrito Floridablanca obras para exponer sus ideas económicas, pero sí alegaciones, instrucciones y expedientes, y se pueden conocer los principios económicos que guiaban sus actuaciones. Desde un claro y preciso regalismo, pretendió que hubiese desarrollo económico y fortalecimiento del Estado y ello aplicando principios liberales, siempre y cuando ello pudiese ser posible. 17 Floridablanca y América El Prof. Moisés Llordén, experto en historia económica y buen conocedor de la impronta española en el Nuevo Mundo, analiza esta dimensión en la política desarrollada por Floridablanca. Cuando accede al gobierno una de las principales preocupaciones de Floridablanca se centra precisamente en los dominios americanos de la Corona Española. El Imperio americano había alcanzado un estadio de desarrollo, pero se situaba entre la dependencia y la autonomía. Y, si bien había demostrado docilidad, para gobernarlo precisaba una mano hábil como la suya. El monarca sentía gran interés hacia las Américas, pero no era consciente de las exigencias propias de las sociedades coloniales, que no reinos americanos, y la primordial o quizás única preocupación de Carlos III era: que estos territorios en absoluto satisfacían las necesidades económicas de la Monarquía. La consecución de los recursos necesarios fue propiciada por las ideas de los ilustrados regalistas (Campillo, Ward, Campomanes, Aranda, Gálvez…) quienes veían a América como parte integrante de la unidad política española de donde se podría obtenerlos. En consecuencia, además de resaltar y potenciar el poder absoluto del monarca, éste iba a ser el objetivo principal del programa de reformas programado y en el que América se vería muy involucrada en el proceso de cambio, al incluirse proyectos para reconfigurar la estructura y ponerse de manifiesto la existencia de una visión de América muy diferente de la que había dominado en los dos siglos anteriores. En la planificación y ejecución de estos programas de reformas con relación a los territorios de América es José Moñino, conde de Floridablanca, el ministro que mayor papel desempeña en ellos, con el fin de convertir los territorios americanos en colonias dependientes de la metrópoli, rompiendo los poderosos vínculos de las familias locales y la burocracia real, y en paralelo a esta «desamericanización del gobierno de América» conseguirá el máximo absolutismo para el monarca. Sus funciones administrativas y políticas se desarrollan durante 26 de los 29 años del reinado de Carlos III y ocupan más de las tres cartas partes del tiempo dedicado por el 18 ministro murciano a esa categoría de trabajos. Es además el tiempo en que los españoles renunciaban a sus viejos ideales de la dinastía Habsburgo de la monarquía universal y proponen, como magistralmente diseña el Conde de Floridablanca, en 1787, en su Instrucción Reservada, una nueva política en relación con Europa, las colonias españolas de América y a los temidos Estados Unidos de América, joven nación a la que conoce y, por ello, dedica especial atención, pues su acceso a la Secretaría de Estado se produce cuando se inician en territorio español las negociaciones con los diputados americanos y también, al firmarse la paz de Paris con Inglaterra, sentirá temor ante la previsible expansión de los americanos sobre nuestros territorios fronterizos con las Trece Colonias. Estas monografías sobre los aspectos más relevantes de la personalidad del Conde de Floridablanca, aunque breves, ofrecen una síntesis completa, escrita con rigor y, a la vez, con amenidad narrativa. Por todo ello, como Presidente de la Fundación Foro Jovellanos y coordinador del proyecto, me siento plenamente satisfecho de este equipo de colaboradores, renombrados colegas del claustro de la Universidad de Oviedo. Espero asimismo que esta publicación satisfaga las expectativas de José María Castillejo y Oriol, actual Conde de Floridablanca; él hizo posible este logro merced a su generosa iniciativa para mantener viva la memoria histórica de su antepasado a quien él hoy representa. Nuestra más cálida felicitación. JESÚS MENÉNDEZ PELÁEZ Presidente de la Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias Saluda s para mí un honor y un privilegio poder, desde estas líneas, ofrecer mi más sincero agradecimiento a todas y cada una de las personas que han hecho posible la existencia de este libro, y muy en particular a aquellos que han intervenido de una manera directa en la elaboración del mismo. Quiero en primer lugar agradecer a Don Domingo Cienfuegos Jovellanos, que hace unos años se acordó de mí por mi condición de Conde de Floridablanca, y me invitó para proponerme como patrono a la Junta Rectora y Patronato de la Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, invitación que dicho sea de paso, inmediatamente acepté a la vista de la seriedad y potencial proyección del proyecto que me presentaba. Ha sido para mí un orgullo poder formar parte de este fantástico proyecto y haber podido estar puntualmente informado y actualizado en todas y cada una de sus iniciativas y trabajos. Vayan con estas palabras mi admiración y también agradecimiento para su Presidente, Don Jesús Menéndez Peláez por la labor que está realizando y por la cada vez mayor importancia que el trabajo e investigación que se desarrollan desde la Fundación tienen para nuestra sociedad actual. Tengo que decir que es para mí un modelo a seguir y un ejemplo a copiar. Quiero también agradecer de una manera especial a Don Orlando Moratinos Otero, Secretario General de la Fundación, sin cuya tenacidad y constancia el proyecto de este libro difícilmente hubiera llegado a término. E 20 Y por supuesto, de manera muy especial, agradecer y honrar a los Profesores Don Manuel de Albol-Brasón, Don Santos M. Coronas, Don Rafael Anes y Don Moisés Llordén por el trabajo realizado. En el momento de presentar este libro, comienzos del año 2009, algo más de doscientos años después del fallecimiento de mi ilustre antepasado, Don José Moñino y Redondo a quien este libro recuerda, nos enfrentamos en el mundo con una situación que en muchas circunstancias guarda un extraordinario paralelismo con la situación con la que nuestros gobernantes de la época que aquí se analiza, se tuvieron que enfrentar. No cabe la menor duda que el mundo de hoy tiene muy poco que ver con el de entonces, y que cualquier comparación es, desde luego, en cierta forma temeraria. Sin ir más lejos, es más que evidente para todos que el foco del poder ha ido girando hacia el Oeste en estos doscientos años que han pasado. De Europa a América del Norte. Y es más que probable que en los próximos doscientos años, siga girando hacia el Oeste, poniendo en el centro del foco del poder naciones asiáticas que en los últimos quinientos años han sido «dragones dormidos». Pero son indudables para mí esos paralelismos a los que hago referencia, en momentos en los que en las diferentes sociedades desarrolladas de nuestro mundo nos enfrentamos al tambaleo e incluso desaparición de muchas de las rocas sobre las que se suponía que sustentábamos el futuro e «interminable» crecimiento de nuestra sociedad, de nuestro bienestar y de nuestra convivencia. Floridablanca se caracterizó por su incansable capacidad de trabajo, por su tenacidad y por una visión del Estado que desde luego ayudó a consolidar la dinastía Borbón en España, fomentó de manera importante el avance y enriquecimiento de la nación con cada una de sus reformas y estableció algunas de las más importantes bases sobre las que España se ha podido sustentar a pesar de tener que enfrentarse a todas las difíciles situaciones que empezaron a surgir desde su salida del Gobierno y que se prolongaron durante todo el siglo XIX y parte del siglo XX. Confiemos en que Dios Nuestro Señor nos de en estos momentos difíciles también, gobernantes con pulso firme, como en su momento demostró tenerlo Floridablanca, que sepan pilotar y guiar 21 nuestro mundo y nuestra sociedad en el difícil entorno en el que nos encontramos, para que se pueda recuperar la confianza entre las personas y las naciones, el espíritu de lucha, el trabajo duro, la constancia y la capacidad de estudio que tan necesarias son ahora para que el mundo económico, actual motor propulsor del resto de las actividades humanas, sea una vez más garante de estabilidad, paz y progreso. Muchas gracias a la Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias y muchas gracias, una vez más, a cada uno de los autores en particular por este magnífico trabajo que a continuación se presenta. Espero que disfruten con la lectura del mismo. JOSÉ MARÍA CASTILLEJO Y ORIOL Conde de Floridablanca Madrid, febrero de 2009 1. Retrato de José Moñino y Redondo. Pompeuo Girolano Batoni y Camilo Tinti. Grabado. Aguafuerte y buril. Biblioteca Nacional. Madrid Iconografía Hispana, 1264-1 Inscripción: “IOSEPHO MOÑINO / RELIGIONIS STVDIO SVAVITATE MORVM / DOCTRINA PRVDENTIA ET CONSILIIS EGREGIO APVD CLEM XIV ET PIVM VI PONTIFICES MAXIMOS CAROLI III REGIS CATHOLICI ...” José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. Apuntes biográficos Orlando MORATINOS OTERO I. Nacimiento, primeros años y estudios osé Antonio Nolasco Moñino y Redondo nació en el barrio de San Juan de la capital murciana el 21 de octubre de 1728. Fue el primogénito de cinco hijos de José Moñino Gómez, que trabajaba en el Obispado de Murcia como archivista y notario eclesiástico, y de Francisca Redondo Bermejo. Sus hermanos fueron: Francisco, Fulgencio, Manuela y Florencia. Cursó sus primeros estudios en Murcia; a los 8 años ingresa en el Seminario de San Fulgencio, desde donde pasa, como colegial externo, a estudiar Derecho civil a la Universidad de Orihuela. Antes de cumplir los 20 años es recibido y aprobado como Abogado, doctorándose en Leyes por la Universidad de Salamanca. Con anterioridad a su traslado a la Corte, ejerce su profesión durante algún tiempo en la capital murciana, junto a su padre1. J Muchos de los tratados o panegíricos sobre el ilustrado murciano no aportan demasiados datos sobre los primeros años de su vida, ni el Elogio históri1 26 José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. Apuntes biográficos Según Alcázar Molina, «…de estos años, acaso los más trabajosos del lento elevarse por su propio esfuerzo, de lucha continuada, de vicisitudes silenciosas, apenas quedan datos»2. II. Abogado en Madrid El 1 de agosto de 1748 Moñino aprueba el examen de Abogado de los Reales Consejos y se inscribe en el Ilustre Colegio de Abogados de Madrid3 y ejerce su profesión en la capital de la Corte, donde comienza a obtener fama y un prestigio de merecido renombre tanto en el ámbito profesional como el personal. El profesional en el ejercicio libre de la abogacía; el personal a través del padre Curtis, con los duques de Osuna4. En 1752, el marqués de la Ensenada le confía la misión de sancionar a los «dañadores de montes y agresores de uno de los alcaldes de Puebla de Don Fadrique». Acabó Moñino configurándose un currículo interesante que, a los diez años de esta primera misión al servicio del Estado, le hace conseguir, con 35 años, el título de alcalde de Casa y Corte, un título que, aunque honorífico, co de Alberto LISTA (BAE., 59, p. 516), ni Antonio FERRER DEL RÍO en la Introducción de 1867 a las Obras originales del Conde de Floridablanca, pág. V, ni Antonio RUMEU DE ARMAS, El testamento político del Conde de Floridablanca, Madrid, CSIC., 1962. Llegados a Vicente RODRÍGUEZ CASADO, La política y los políticos en el Reinado de Carlos III. Madrid, Rialp, 1962, p. 236, escribe: «[…] al principio vive con mucha estrechez en el barrio de las parroquias de San Sebastián y San Justo […]; el bufete que abrió al año siguiente (1749) se convirtió rápidamente en uno de los más importantes de la corte […] aquellos años de «vicisitudes silenciosas y en la formación de Moñino como jurista desempeñó un papel importante la Junta Practica de Leyes madrileña». 2 ALCÁZAR MOLINA, Cayetano, El Conde de Floridablanca (Notas para su estudio), Madrid, Sucesores de Rivadeneira, 1929, p. 14. 3 Asiste con frecuencia a las sesiones de la Junta del Colegio de Abogados por cuyos trabajos mostraba gran interés. 4 MOYA, Eugenio, «El conocimiento como institución social: la ciencia en la España de Floridablanca», Revista de Hispanismo Filosófico, núm. 11, 2006, pp. 1-15. Orlando Moratinos Otero 27 aumentaría su prestigio y con el que iniciaba su brillante carrera política. Durante estos años pasados en Madrid, el futuro conde encontró materia de instrucción y de reflexión sobre el derecho nacional en la pequeña asamblea de letrados poco conformistas, que constituían la Junta Práctica de Leyes de Madrid. De ahí que, por carta de 22 de Julio de 1763, Moñino informara a sus miembros que el Rey acababa de concederle «los honores de alcalde de su Casa y Corte con el sueldo de 20 ducados», poniendo la presidencia que ostentaba a cargo de sus colegas, quienes le pidieron que continuase en ella en la sesión extraordinaria celebrada con este motivo el 24 de Julio de 1763. III. Fiscal en el Consejo de Castilla Un ascenso de mayor calado político se origina cuando Moñino es nombrado Fiscal del Consejo. Este nombramiento no se produce por casualidad. Al mismo contribuye, en gran medida, su alineamiento decidido en la publicación de una Carta Apologética, bajo el seudónimo de Antonio José Dorre, al Tratado de la regalía de la Amortización que Campomanes había defendido en 1765, y que había sido criticado por la mayoría de los teólogos del propio Consejo de Castilla e incluso sufrido una refutación de Roma. La carta le sirvió a Moñino para ganarse la confianza del mismo Carlos III hasta tal punto que, tras ser cesado el Fiscal del Consejo de Castilla que se opuso a la ley sobre amortización de la Iglesia, y dadas sus indudables dotes intelectuales y eficacia en el ejercicio de su profesión frente a los tribunales, Moñino es nombrado Fiscal del Consejo al término de 1766. Desde entonces los servicios a la Corona van a sucederse lo mismo que los honores y los beneficios políticos. Como tal, redactó varios dictámenes trascendentales, especialmente por sus repercusiones históricas; como el referente al extrañamiento de los jesuitas. Resolvió con notable éxito diversos sucesos que le otorgarían gran experiencia, como el motín contra Esquilache, como juez comisionado en el juicio de la Corona contra el obispo de Cuenca o el Juicio Imparcial sobre el monitorio de 28 José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. Apuntes biográficos Parma, que le mostrarían como un hábil y meticuloso jurista que comenzaba a brillar con luz propia. Como fiscal se significó en grandes iniciativas reformadoras que se llevaron a cabo bajo la presidencia del conde de Aranda. La política universitaria, las reformas agrarias y las incisivas tesis regalistas suponían un intento de quitar el lastre que venía padeciendo España y de plantear soluciones a problemas que se arrastraban desde siglos. A lo largo de su carrera como fiscal destacamos algunas de sus actuaciones documentadas5: Memorial ajustado de las ciudades y provincias de Extremadura con el fin de fomentar en aquella región la agricultura y la cría de ganados. (1766). Memorial ajustado, hecho de orden del Consejo-pleno, a instancia de los Señores Fiscales, del Expediente consultivo visto por remisión de S.M. a él, sobre el contenido, y expresiones de las diferentes Cartas del R. Obispo de Cuenca D. Isidro de Carbajal y Lancáster6, Madrid, 1768. Juicio Imparcial contra el Monitorio papal dictado contra Parma (1769). Respuesta fiscal en el expediente de la provincia de Extremadura contra los ganaderos trashumantes (1770). Sobre los principales dictámenes e informes de los fiscales castellanos, desde Melchor de Macanaz hasta Juan Pablo Forner vid. CORONAS GONZÁLEZ, Santos M., Ilustración y derecho: Los fiscales del Consejo de Castilla en el siglo XVIII, Madrid, Ministerio de Administraciones Públicas, 1992; también vid. Consejo Real de Castilla. El libro de las Leyes del siglo XVIII: colección de impresos legales y otros papeles del Consejo de Castilla (1708-1781), ed. a cargo de Santos M. CORONAS GONZÁLEZ, Madrid, Boletín Oficial del Estado, 1996. 6 «El obispo de Cuenca, Isidro de Carvajal y Lancaster, era hermano del anterior ministro de Estado bajo el reinado de Fernando VI. Ambos pertenecían a la casta de los colegiales. Claramente opuesto a las reformas económicas del Gobierno en materia eclesiástica y puede sospecharse si alentó los motines que se produjeron en su diócesis en 1766», Vv. Aa. La España de las reformas: Hasta el final del reinado de Carlos IV, Ed Rialp, t. X-2, 1989, p. 69. 5 2. Clemente XIV (ca. 1769) Anónimo Museo Storico Archeologico di Santarcangelo. Istituto di Musei Comunali. Rímini. De familia burguesa, Juan Vicente Antonio Ganganelli (n. en Sant’Angelo in Vado, el 31 oct. 1705) entró en la orden de los Conventuales de S. Francisco de la que fue nombrado (1741) definidor general. Consultor del Santo Oficio, Clemente XIII, le hizo cardenal en 1759. Su pontificado estuvo presidido por la cuestión jesuítica. Maniatado por los compromisos verbales que precedieron a su elección y carente de toda libertad de maniobra por el estrecho cerco a que fue sometida su gestión por los Borbones. El Papa Clemente XIV accedió a suprimir la Compañía de Jesús, a pesar de la fuerte resistencia que le opusieron ciertos medios de la Curia romana, que llegaron a difundir la opinión de que el Pontífice no tenía poder suficiente para suprimir una orden religiosa sin la previa aquiescencia de un concilio universal. Moñino fue recibido por primera vez por el Papa Clemente XIV el domingo 12 de julio de 1772. El asunto de la extinción se encontraba prácticamente estacionado. Sin embargo, desde la segunda audiencia que el pontífice le concedió el 23 de agosto, se tuvo la impresión de que el proceso de la extinción estaba ya encarrilado y que no podía dilatarse mucho la publicación del breve en cuanto el Papa regresara de sus vacaciones en octubre. Orlando Moratinos Otero IV. 31 Embajador en Roma Cuando el arzobispo Tomás de Azpuru, decepcionado por no haber obtenido el capelo cardenalicio, presentó su dimisión como embajador (principios de 1772), fue nombrado para sustituirle el conde de Lavagna, que no pudo tomar posesión de su cargo, ya que murió camino de Roma. El 24 de marzo se hizo pública la designación del nuevo embajador ante la Santa Sede: era Moñino, Fiscal del Consejo de Castilla. Es inútil subrayar que entre las instrucciones que había recibido en la secretaría de Estado en Madrid figuraba la extinción de la Compañía de Jesús como objetivo principal a obtener del Papa. El nuevo embajador, una vez llegado a Roma en julio de 1772, tomó inmediatamente las riendas del asunto con indiscutible habilidad e inteligencia. Así lo hace notar García Villoslada: «Moñino, con su diplomacia brutal, mezcla de franqueza, de finura psicológica y de violencia dominadora, fue el verdugo de Clemente XIV: le apretaba, le exigía, ora arguyéndole, ora refutándole, ora inspirándole confianza, atacándole reciamente y sin cesar hasta el último atrincheramiento, siempre dispuesto, como él decía, a usar del garrote; de suerte que el débil y condescendiente Clemente X1V llegó a tenerle verdadero miedo.»7 Moñino fue recibido por primera vez por el Papa Clemente XIV el domingo 12 de julio de 1772. El asunto de la extinción se encontraba prácticamente estacionado. Sin embargo, desde la segunda audiencia que el pontífice le concedió el 23 de agosto, se tuvo la impresión de que el proceso de la extinción estaba ya encarrilado y que no podía dilatarse mucho la publicación del Breve en cuanto el Papa regresara de sus vacaciones en octubre. Se observaba la táctica clementina de dar largas: se escudaba en el pretexto de que la emperatriz María Teresa de Austria, muy afecta a los jesuitas, se opondría con seguridad a la promulgación GARCÍA VILLOSLADA, Ricardo, Manual de Historia de la Compañía de Jesús, Madrid, Compañía Bibliográfica Española, 1954, 2ª ed. p. 558. 7 32 José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. Apuntes biográficos del Breve de extinción, y así sugería otras medidas no tan drásticas, como prohibir la recepción de novicios, cerrar el Seminario Romano y enviar severos visitadores a diversas casas e instituciones de la Compañía. Las continuadas maniobras de distracción no contentaron al Gobierno español, y su embajador estrechó el cerco en torno a un atemorizado Clemente XIV. «Es necesario estrechar y amenazar», escribía Moñino a Madrid. Las presiones se hicieron más violentas, hasta tal punto que el propio embajador contaba a su secretario de Estado: «Fue mucho lo que el Papa se inquietó y afligió con mis reflexiones, rogándome que no le angustiase, ni metiese en dudas y temores.» Por otra parte, María Teresa capituló incondicionalmente y dejó a los jesuitas a merced de los Borbones, habida cuenta de su política matrimonial, y sobre todo de la derivada del enlace de su hija María Antonieta con el Delfín de Francia, futuro Luis XVI. Mucho se ha escrito sobre los sentimientos contradictorios que embargaban el ánimo de Clemente XIV cuando firmó el Breve Dominus ac Redemptor, por el que se consumaba la ruina de los «corvinos», como él llamaba a los jesuitas, a quienes en sus confidencias con el embajador español consideraba, según testimonio de éste, como «hombres abandonados de Dios» y dignos de recibir «el castigo que merecía su pertinacia». Ni siquiera se sabe con certeza el día en que el Papa estampó su firma. El Breve Dominus ac Redemptor se imprimió en la embajada de España del 24 al 28 de julio de 1773, y aparecía como firmado el 21 del mismo mes. V. La España de Floridablanca Carlos III, a pesar de su personalidad sumamente compleja, no sólo era el monarca más importante de la dinastía en España, sino también uno de los grandes reyes de la historia europea. Administrador meticuloso y ejemplar gestor político, con subordinación de la política a la administración. Acertó al elegir a sus ministros, todos con entidad, relevancia y prestigio. Destacan especialmente tres: el asturiano Pedro Rodríguez de Campomanes, el ara- Orlando Moratinos Otero 33 gonés Pedro Abarca de Boleo, conde de Aranda y el murciano José Moñino, conde de Floridablanca. En pleno siglo XVIII, pretendidamente liberal e ilustrado, existe en el reinado de Carlos III un elemento gravemente negativo: el tercer Pacto de Familia por el que España establece una estrecha alianza con Francia, pero a costa de un enfrentamiento con Inglaterra en el Atlántico, donde se originaron una serie de guerras navales, tratados diplomáticos y proyección de intereses comerciales sobre franjas costeras y territorios interiores de alta significación económica. Recién llegado de Roma, el 19 de febrero de 1777, Moñino se presenta ante la Corte, y Carlos III lo nombra, con cuarenta y nueve años, secretario de Estado en sustitución de Grimaldi –genovés, al servicio de la Corona española-. Hasta el 28 de febrero de 1792, que se le priva del poder, Floridablanca será el Primer Ministro de España. Muchas de las decisiones del gobierno de Carlos III provocaron continuos descontentos en el partido de los adversarios de Moñino acaudillados por Aranda, jefe del partido Aragonés, frente al de los golillas, encabezado por el propio Floridablanca. Decretos como el de la creación de la Junta de Estado o el de disponer los tratamientos de excelencia a los grandes de España y consejeros de estado y otras dignidades provocó que Aranda se dirigiera al secretario de la Guerra en carta confidencial contra el último de los decretos. Simultáneamente aparecieron publicadas en la corte multitud de sátiras todas ellas con alusiones al ministro de Carlos III. En 1782, a la muerte de su titular Manuel de Roda, se le nombra, además, Secretario de Gracia y Justicia. El 8 de julio de 1787 crea la Junta Suprema de Estado8 con la intención de homogenei- «Carlos III resolvió que, además del Consejo de Estado, hubiese una Junta de Estado ordinaria y perpetua que se congregase una vez a lo menos en cada semana, reuniéndose en la primera secretaría de Estado, y sirviéndole de constitución fundamental, una Instrucción Reservada para que se tuviese presente en la misma junta, y ésta entendiese cualesquiera de los ramos pertenecientes a las siete secretarías de Estado y del despacho universal.», DÁNVILA Y COLLADO, Manuel, El poder civil en España: Memoria premiada por la Real Academia de ciencias morales y polí8 34 José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. Apuntes biográficos zar y unificar las tareas de gobierno. A lo largo de estos años, Moñino acumuló tal poder que controlaba tanto la política exterior como la interior. Sus ideas políticas se recogen con bastante exactitud en la Instrucción Reservada que la Junta de Estado, creada formalmente por mi decreto de este día, 8 de julio de 1787, deberá observar en todos los puntos y ramos encargados a su conocimiento y exámen, redactado por Floridablanca en nombre del Rey. Su redacción permite establecer su pensamiento político durante el reinado de Carlos III. Contiene 395 puntos que constituyen un programa de gobierno completo sobre asuntos eclesiásticos, administración interior, Ejército y Marina, Hacienda, gobierno de colonias y política exterior. También se recogen aspectos sobre la justicia, las finanzas, el comercio o la industria. Del conjunto de instrucciones, 25 de ellas se refieren a las islas y tierras adyacentes del Caribe. Durante su ministerio con Carlos III desarrolló una política reformista. Tomó medidas para impedir el acaparamiento y la especulación de grano, derivados de las crisis agrícolas, fomentó la libertad industrial y comercial, y llevó a cabo la reforma en la educación tras ordenar la expulsión de los jesuitas que acaparaban la mayoría de las cátedras. Se innovaron las materias y disciplinas a impartir y se introdujeron modernos métodos pedagógicos aunque lo más destacado es que su control pasó a manos del Estado, así como los colegios mayores y el sistema de provisión de becas. Otras de sus propuestas reformistas se basaron en la primera división de España en 38 provincias, una profunda reforma de las universidades, la apertura de academias científicas y escuelas superiores, la construcción del Gabinete de Historia Natural y del Observatorio Real, el establecimiento de escuelas gratuitas para ticas en el curso ordinario de 1883. Madrid, Imprenta y Fundición de Manuel Tello, 1885-1886, t. IV, p. 181. El título completo dice: «Instrucción Reservada que la Junta de Estado, creada formalmente por mi decreto de este día, 8 de julio de 1787, deberá observar en todos los puntos y ramos encargados a su conocimiento y examen». FERRER DEL RÍO, Antonio, (Ed.), Obras originales del Conde de Floridablanca y escritos referentes a su persona, Biblioteca de Autores Españoles, t. 59, Madrid, Imprenta de Hernando y Cía. 1952, pp. 213-272. 3. Carlos III Anónimo Real Academia de la Historia. Madrid. Orlando Moratinos Otero 37 niños y niñas, la creación de la Junta General de Caridad, de hospitales y centros benéficos. Con su hijo Carlos IV continuó siendo ministro, aunque dio un giro radical de su política con el fin de evitar, principalmente, los efectos de la Revolución Francesa, cuya influencia combatió desde el poder ordenando un cordón sanitario para impedir la llegada de ideas, personas y libros desde Francia, causas que provocaron su sustitución y destierro por Manuel Godoy en 1792. Durante su gestión política en estos quince años como primer ministro con los dos monarcas, logró para la Monarquía la potencialidad perseguida por el reformismo ilustrado de todo un siglo. El ritmo de transformación adquirió con Floridablanca un relieve que puede ser apreciado con el trazado y la construcción de nuevas comunicaciones. Las obras acometidas fueron numerosas, y tanto su financiación como su ejecución cobraron un nuevo impulso. Durante este período se llevaron a cabo algunas de las construcciones más brillantes legadas por la ingeniería ilustrada. No es de extrañar que Alberto Lista escribiera: «[…] entre todas las instituciones, ninguna le mereció más afecto y protección que las Sociedades Patrióticas […] y convencido como estaba de que los mejores planes, las mejores leyes son inútiles a la prosperidad de la Agricultura y el Comercio para la felicidad pública, si están obstruidas las comunicaciones para el transporte de sus productos […] él consagró gran parte de su ministerio a la formación de caminos y canales que facilitasen la comunicación entre las provincias, y a transacciones con las potencias extranjeras que multiplicasen los puntos del comercio exterior9.» El político murciano fue, igualmente, pionero en implantar un nuevo sistema de relaciones exteriores con el que trató de consolidar la seguridad de los territorios americanos, una cobertura diplomática ante Gran Bretaña y la autonomía respecto a Francia. 9 LISTA Y ARAGÓN, Alberto, «Elogio histórico del Conde de Floridablanca». Obras originales del Conde de Floridablanca y escritos referentes a su persona, Biblioteca de Autores Españoles, t. 59, Madrid, Imprenta de Hernando y Cía., 1952, p. 519. 38 José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. Apuntes biográficos Moñino situó la política exterior de Carlos III de forma que la posición española frente a Inglaterra quedaba visiblemente fortalecida. Floridablanca afrontaba los movimientos de protesta, las críticas por la actitud de Aranda y las sátiras que se repartían por los mentideros de Madrid. No era de extrañar, por tanto, que el 10 de octubre de 1788, redactara en San Lorenzo del Escorial una relación de méritos y realizaciones en el período durante el que ocupó la secretaría de Estado y que recoge en el Memorial presentado al Rey Carlos III y repetido a Carlos IV, en el que terminaba rogando se le librara del cargo de ministro. Carlos III le ratificó su confianza y a los pocos meses moría confiando a su hijo y sucesor Carlos IV conservara en su puesto a su primer secretario de despacho10. VI. Relaciones con Francia Desde 1789 Floridablanca había tratado las ideas revolucionarias francesas como si se tratara de una epidemia. Aunque Aranda, más moderado, creyó que bastaba con mirar para otro lado y Godoy hace frente a la revolución como un problema político y no ideológico que había que afrontar estratégicamente y con frialdad11. El embajador plenipotenciario francés en Madrid, «embajador de Familia», habitualmente bien informado de cuanto sucedía en la Corte, nos ofrece interesantes datos sobre el proceso de la crisis y las conjuraciones contra Floridablanca que preparan y sirven de antecedente a su derrumbamiento de 1792. (Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, París. Correspondencia de España, vol. 620, fol. 100). Igualmente, el propio embajador sugeriría que el mantenimiento de Floridablanca y de su política intransigente llevaría inevitablemente a una ruptura indeseada y de consecuencias imprevisibles, por lo que un cambio de dirección sería beneficioso para las partes. Hay historiadores, como Richard Herr que relacionan directamente la caída de Floridablanca y el ascenso del conde de Aranda con la llegada a Madrid del nuevo embajador francés. 11 GARCÍA CÁRCEL, Ricardo, El sueño de la nación indomable Los mitos de la guerra de la Independencia. Ed. Temas de Hoy, Historia, Madrid, 2007, p. 28. 10 4. Ejecución de Luis XVI. 21 de enero de 1793. El Mercure de France (noviembre, 1951), publicó un interesante artículo en el que Roger Goulard, basándose en documentos inéditos y particularmente en una carta de Charles-Henri Sanson, verdugo de París y ejecutor de Luis XVI, precisa con dramáticos detalles cómo se desarrollaron los últimos momentos del infortunado monarca. El rey fue llevado en carroza hasta el lugar en donde se alzaba la guillotina y se negó enérgicamente a dejarse atar las manos a la espalda no cediendo sino ante los ruegos del Abbé Edgeworth, que le asistía en aquel trance. El verdugo le cortó los cabellos, que le caían sobre el cuello, y le llevó hasta la guillotina, haciéndole marchar hacia atrás para que no viera el tremendo aparato. «El príncipe -escribe Roger Goulard-, forzando la voz, dijo en ese momento: “Pueblo: muero inocente”. Después, volviéndose hacia Sansón y los dos ayudantes, añadió: “Señores, soy inocente de cuanto se me imputa. Deseo que mi sangre pueda cimentar la felicidad de los franceses”.» Tales fueron las «últimas y verdaderas palabras de Luis Capeto», escribió Charles-Henri el 20 de febrero, al director del periódico El Termómetro del día, donde su carta se publicó en la siguiente jornada. Charles-Henri y su hijo y ayudante tumbaron vivamente al rey boca abajo sobre la báscula, y necesitaron emplear toda su fuerza para sujetarlo, porque se debatía enérgicamente. Aunque sólidamente atado con cuerdas, aún se movía, pese a los consejos del sacerdote, que le recomendaba se calmara. Unos segundos después, a las diez y veinte exactamente, cayó el cuchillo, «ahogando un gran grito de la desventurada víctima» Bib.: “La ejecución de Luis XVI”. Ricardo Gullón. Ínsula, Revista Bibliográfica de Ciencias y Letras, Año 7, núm. 72, diciembre 1951, pág. 8. Orlando Moratinos Otero 41 El modelo político que habían representado en la España de Carlos III, Campomanes, Aranda y Floridablanca ofrecía no pocas grietas en los años ochenta. El adjetivo ilustrado se rebelaba contra el sustantivo absolutismo12 y el inestable equilibrio nación-progreso se fragmentará en 1789. El pánico de Floridablanca a las ideas revolucionarias del país vecino, obligó a Capmany y a la inmensa mayoría de los ilustrados a renunciar o al liberalismo o a su conciencia nacional española y escoger entre el progreso y la españolidad13. Ante este panorama, no cabe duda de que la Revolución Francesa representaba para la Corona española un nuevo peligro. Aparte de lo que significaba en el plano ideológico-político la caída del absolutismo en el país vecino, la amenaza inmediata de una guerra contra Francia pareció aumentar la causa de la diplomacia de mano dura del ministro español, que mostró una actitud inflexible de rechazo frente a la revolución, lo que proporcionó a sus enemigos políticos una oportunidad para incrementar las intrigas en su contra, haciendo ver a Carlos IV la posibilidad de que la hostilidad de Floridablanca contra la Revolución Francesa pudiera inmiscuir a España en una guerra que no estaba en condiciones de emprender. VII. Relaciones España-América Las colonias de América constituyeron, para bien y para mal, un laboratorio de los problemas y enfrentamientos que desgarraron a la propia metrópoli durante el transcurso del siglo XIX. El punto de partida lo podemos hallar en la propia crisis del Antiguo Régimen español a escala atlántica, iniciado al quedar postergados ministros como Aranda o Floridablanca, experimentados administradores de una monarquía reinante en ambos hemisferios: europeo y americano. 12 13 Ibídem, p. 31. Ibídem, p. 258. 42 José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. Apuntes biográficos El apoyo a la causa de la Independencia de Norteamérica sitúa a Floridablanca cerca de los valores universales de Libertad, Igualdad y Fraternidad. Suya fue la decisión de intervenir en la Guerra de Independencia al lado de Francia y de las colonias rebeldes en contra de Inglaterra (1779-1783), gracias a lo cual se consiguió recuperar Menorca (1782) y La Florida (1783). Moñino fue el responsable de supervisar el esfuerzo de España en la lucha por la independencia americana. Estos hechos seguidos de una inteligente política con Marruecos y Portugal lograron optimizar las relaciones exteriores de España. Descrito por sus partidarios como un hombre astuto e inteligente, y por sus detractores como alguien sagaz y taimado, Floridablanca elaboró una estrategia dominada por la paciencia antes de llevar a su país a la guerra. Más realista que Charles Gravier, conde de Vergennes, su homólogo francés, Floridablanca reunió recursos suficientes para construir una armada y un ejército; entretanto, y antes de implicar a España en la guerra americana, procuró aislar a Gran Bretaña por medios diplomáticos. Cuando, el 21 de julio de 1779, España declaró la guerra a Gran Bretaña, él era el máximo responsable del esfuerzo bélico español14. A pesar de estas decisiones, tomó las suficientes precauciones para no reconocer de inmediato a las colonias británicas rebeldes, con lo que así evitaba que las colonias españolas recibieran un mensaje equívoco. El conde de Aranda fue tomando un gran protagonismo en las relaciones hispano-americanas debido a la decisión tomada por Floridablanca para que todos los asuntos oficiales con los americanos se tratasen a través del despacho del secretario de España en Francia, con sede en París. Esta medida llevó a Pedro Pablo Abarca de Bolea a convertirse en una de las personas más importantes en los esfuerzos de las colonias americanas por conseguir ayudas antes y durante la guerra. Desde este puesto clave, surge cierta 14 CHAVEZ, Thomas E., España y la Independencia de Estados Unidos. Trad. de Teresa CARRETERO y Amado DIÉGUEZ, Madrid, Santillana Ediciones Generales SL., 2006, p. 29. 5. Rendición Lord Cornwallis enYorktown el 19 de cctubre de 1781. Grabado. El 19 de octubre de 1781, logró la rendición de Cornwallis Yorktowns en la colonia de Virginia, siendo la batalla definitiva de la guerra de independencia norteamericana. Con el Tratado de Versalles, el 3 de septiembre de 1783 se confirmaría la vuelta a la Corona española de las dos Floridas. En 1785 es nombrado virrey de la Nueva España. Orlando Moratinos Otero 45 corriente de simpatía de Aranda hacia la incipiente nación norteamericana. Sin embargo, al carecer de la paciencia diplomática de Floridablanca, aquel recomendó una intervención directa de España en las colonias. Floridablanca, practicaba una actitud más conservadora y racional que Grimaldi en sus cálculos de lo que se podía o no se podía lograr en las negociaciones sobre los apoyos a los americanos. Ejercía, por encima de todo, de patriota y tenía una idea muy clara del periodo turbulento que se estaba viviendo y de sus consecuencias. Otras destacadas figuras que desempeñaron papeles muy destacados en la historia de la contribución de España a la Independencia de Estados Unidos fueron el marqués de Grimaldi, predecesor de Floridablanca en el cargo; José de Gálvez15, Secretario de Indias de Carlos III y máximo responsable de las actividades bélicas de España en el continente americano y el mariscal de campo Bernardo de Gálvez, sobrino suyo. Este último derrotó la flota inglesa en el golfo del Misisipi con la toma de los puertos ingleses, incluidas las Floridas y la Luisiana (de la que llegó a ser gobernador). Realizó incursiones en Mobila y Pensacola. El 19 de octubre de 1781, logró la rendición de Cornwallis en Yorktown, en la colonia de Virginia, siendo la batalla definitiva de la Guerra de Independencia norteamericana. Con el Tratado de Versalles, el 3 de septiembre de 1783 se confirmaría la vuelta a la Corona espa- José de Gálvez nació en Macharavialla (Málaga), el 2 de enero de 1720. Pasó sus primeros años en su pueblo natal y durante su adolescencia, el obispo de Málaga, Diego González Toro, le escogió para estudiar teología. A la muerte de su protector abandonó sus estudios religiosos e inició Derecho. Adquirió una reputación como abogado, especialista en legislación internacional, en Madrid. Sus éxitos le llevaron hasta Carlos III quien demostró interés en conocerlo. A partir de entonces, fu ascendiendo puestos en la administración y no tardó en causar impresión a Grimaldi, a Floridablanca y al conde de Aranda. En 1765 Gálvez es designado inspector general de Nueva España y miembro honorario del Consejo de Indias. En 1776, a la muerte de Julián Arriaga, secretario de Indias, es nombrado para ocupar el cargo, que desempeñó hasta su muerte. Gálvez se mostraba partidario de la guerra contra Inglaterra. La influencia de Gálvez, gracias a la cooperación de Floridablanca, resultó crucial para el éxito de la empresa bélica americana. 15 46 José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. Apuntes biográficos ñola de las dos Floridas. En 1785 es nombrado virrey de la Nueva España. El 28 de febrero de 1792, a los sesenta y dos años, Moñino es exonerado de su cargo y sustituido por Aranda, quien a su vez fue cesado a los nueve meses, relevado por el propio Godoy. Todo se reduce a las intrigas, la envidia y lo que es peor, a la falsedad. Sus servicios a la monarquía16 no sirvieron para amortiguar la voluntad partidista de una reina contra un súbdito leal. Estos continuos cambios en tan poco espacio de tiempo responden al desconcierto en los planteamientos de la monarquía española frente al nuevo panorama internacional, especialmente con los acontecimientos que se suceden en el vecino país. Sin embargo, parte de la historiografía tradicional, ha querido interpretar estos cambios en relación a los deseos de la Reina de encumbrar a Godoy17. A pesar de todo, no podemos conocer con certeza los motivos exactos de su caída, por lo que es posible que las causas fueran múltiples. Además de las señaladas, debemos tener en cuenta las intrigas palaciegas de los seguidores de Aranda, las presiones francesas en contra de su declarado enemigo18, el desgaste de quince 16 «Era exonerado por la ingratitud borbónica, que el día antes de ordenarle salir violentamente de Aranjuez paseaba tranquilamente con él y le daba una sensación de plena confianza», TRATSCHEWSKY, Alexander, «L’Espagne a l’epoque de la Revolution francaise». Revue Historique, 1886, t. XXXI. «Curioso caso –que después se repite en la Historia− de un rey Borbón que pasea con sus ministros, y al día siguiente les destituye. Tal fue el caso de Floridablanca, que a los quince años de servicio como ministro encontraba la exoneración y el destierro como recompensa». ALCÁZAR MOLINA, Cayetano, El Conde de Floridablanca, su vida y su obra. Murcia, Instituto de Estudios Históricos de la Universidad de Murcia, 1934, pp. 140-141. 17 ESCUDERO, José Antonio, Los cambios ministeriales a fines del Antiguo Régimen. Madrid, Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 1975. (Reeditado en 1997). 18 El sólo hecho de publicar unas notas de reprobación por la coacción y escarnio a que fue sometido Luis XVI, fue suficiente para que el embajador francés realizara gestiones de presión en contra de Moñino. Orlando Moratinos Otero 47 años de poder; todo ello unido al descontento popular fomentado y manifestado en sátiras y pasquines políticos19. Con la destitución de Floridablanca se disolvió la Junta, creándose en su lugar un Consejo de Estado, que actuó como un gobierno colegiado. La ampliación del número de miembros permitió el acceso de Godoy al centro del poder, y las actas de las sesiones del Consejo ponen de manifiesto la notable influencia que tenía en él20. VIII. Confinamiento en Pamplona El 11 de julio de 1792, cuando Moñino se encontraba en casa de su hermano en Hellín, le hace llamar el Corregidor y el Alcalde de Corte, Domingo de Codina quien le arresta. Es trasladado preso a la ciudadela de Pamplona donde permanecería hasta 1795. Se decreta el embargo y secuestro de todos sus bienes. El partido más importante de sus enemigos sufrió un grave quebranto con la caída del poder de Aranda, y al llegar al Gobierno Godoy (1795) es quien, para celebrar el triunfo de la paz de Basilea y borrar, aunque solo en parte, las injusticias cometidas, dispone se le absuelva de la responsabilidad política de sus procesos y se levantara el embargo y secuestro que se había decretado contra sus bienes en 1792. Aunque su libertad, con notables restricciones, vigilada y condicionada, se le limitaba su residencia y no podía trasladarse a los Sitios Reales. Floridablanca vuelve a Hellín, donde residía su hermano Francisco, mas tarde se trasladó a Murcia. Entre los años 1795 a 1808, de los sesenta y cuatro hasta los setenta y nueve años, reside apaciblemente en la capital murciana, EGIDO LÓPEZ, Teófanes, Sátiras políticas de la España Moderna. Madrid, Alianza, 1973. 20 SANTANA PÉREZ, Juan Manuel, «Carlos IV: ¿El último gobierno del Despotismo Ilustrado y el primer fracaso del liberalismo en España? Presente y Pasado». En Revista de Historia. Año 9. Vol. 9, nº 18. Julio-Diciembre, 2004, pp. 101-118. 19 48 José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. Apuntes biográficos alternando meditaciones espirituales21, que le permiten reflexionar sobre lo transitorio de las vanidades humanas, con actividades civiles con la dirección de algunas obras y riegos de la región, especialmente los de Lorca. Son quizás los años más felices de sus existencia, porque no hay duda, que mientras construye su casa palacio, inaugurada en los albores del siglo XIX (cuenta con la factura artística de los innumerables edificios públicos que Floridablanca ha venido utilizando durante sus años de primer ministro, aparte el propio Palacio Real de Madrid, edificios como el Ministerio de Hacienda -una de sus grandes preocupaciones- o la misma Academia de Bellas Artes de San Fernando). Le llegan noticias que le hacen pensar sobre el futuro de la Revolución Francesa, la independencia de los Estados Unidos, el declive del Reino Unido y los impactos de todo ello en el interior de España, cuya política sufre vaivenes constantes, sin monarca ni primeros ministros que la sepan gobernar. Floridablanca dedica también parte de su tiempo a reflexionar sobre su Murcia natal y dedica parte de sus días a pasear y recorrer su geografía local, cuando los avatares políticos que vive España le solicitan entrar de nuevo en la máxima actividad al servicio del Estado22. «La religión era el objeto de sus pensamientos, el blanco de sus deseos, la materia de sus conversaciones». ALCÁZAR MOLINA, Cayetano. El Conde de Floridablanca, su vida y su obra. Murcia, Instituto de Estudios Históricos de la Universidad de Murcia, 1934, pp. 140-145. «Desde el momento que fue separado del Ministerio, a ella (la religión) consagró todos los afectos de su alma, todos los momentos de su vida. Los ejercicios de una piedad ilustrada, las obras de beneficencia, los consuelos dispensados al infeliz que gemía bajo el peso de las desgracias, las santas obligaciones de la caridad, llenaron todos los días de su retiro. ¡Espectáculo verdaderamente sublime!» ESCRICH MARTÍNEZ, José, Oración que en las exequias celebradas el 10 de marzo de este año de 1809 por el alma del Serenísimo Sr. Conde de Floridablanca, dixo el Doctor D.___. Murcia, imp. de Teruel, 1809; Lista. Elogio histórico. Pub. en la B.A.E., t. LIX, p. 523. 22 PARDOS PÉREZ, José Luis, Cronología y personalidad del Conde de Floridablanca. Secretario de Estado en el Palacio de Santa Cruz (1776-1792). Ministerio de Asuntos Exteriores, Centro de Documentación y Publicaciones, 2003, p. 52. 21 Orlando Moratinos Otero IX. 49 En la Junta Central Hasta que Carlos IV no abdica en Fernando VII y desaparecen del gobierno Godoy y Maria Luisa, no se reconoce plenamente la injusticia cometida con Floridablanca. El 28 de marzo de 1808 con Fernando VII en el trono y en vísperas de una guerra, Floridablanca recibe el siguiente correo, «enterado el Rey de que V.E. ha padecido y está padeciendo injustamente una confinación indebida, se ha servido declararla arbitraria; y en ejercicio de su justicia se ha dignado levantar a V.S. su confinación, quedando consiguientemente V.E. en libertad de elegir la residencia que más le acomode, sin excepción alguna»23. Aunque la justicia se demoró en reconocerse dieciséis años (1792-1808), a Fernando VII no se le puede negar que uno de sus primeros actos –la disposición está firmada por el ministro Cevallos– fue de plena justicia. Como ya hemos mencionado, el noble octogenario compartía sus devociones con los trabajos en las obras de los canales y riegos de su tierra natal con la tranquilidad y el reposo que encontraba en el refugio de su celda del convento de franciscanos. Aunque todavía le aguardaban grandes sucesos antes de que sus días se extinguieran. Los sucesos de 1808 en España son tan extraordinarios que no respetan ni el reposo del ilustre murciano. Los hechos de Madrid y el comienzo de la Guerra de la Independencia, despertaban una España plena de heroísmo. Las juntas provinciales se hacen cargo de la soberanía que había sido abandonada por el Rey y sus cortesanos. Cada una de aquellas juntas se convierte en un pequeño estado, con sus tropas, tributos y hasta sus peculiares relaciones diplomáticas. El 14 de mayo se conocen las proclamas de Murat24 y el 24, por la Posta de Cartagena se supo del alzamiento contra Napoleón el día 2 en Madrid. El mismo día se acuerda convocar a todas las A.H.N. Madrid. «Papeles de la Guerra de la Independencia». Joaquín Murat, cuñado de Napoleón. Gran duque de Berg y Cleves, mariscal de Francia y rey de Nápoles entre 1808 y 1815. 23 24 50 José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. Apuntes biográficos autoridades de la ciudad de Murcia, a los párrocos, al Deán y Cabildo de la Catedral, personas de respeto y entre ellas al conde de Floridablanca, quien el mismo día asistió a la reunión extraordinaria que se convocó con urgencia. El 25, se acuerda constituir la Junta Suprema de defensa nacional formada por el obispo de la Diócesis, el conde de Floridablanca y varias personalidades de la provincia. Los representantes de la ciudad, interpretando el unánime sentir de los murcianos, habían constitutito la Junta Suprema de Murcia25. El personaje de más relevancia y prestigio de la misma era el conde de Floridablanca, que con este hecho histórico, a pesar de su ancianidad, se incorporaba de nuevo a la vida pública. Desde todas las capitales españolas surge un reagrupamiento político como defensa ante el invasor. En la noble tarea de unidad, la Junta de Murcia, dirigida por Floridablanca, es escuchada con el más profundo respeto. El prestigio del antiguo político estaba latente en la memoria de los españoles de 180826. El 22 de junio de 1808 se redacta un histórico documento: Circular de la Junta de Murcia solicitando la formación de la Junta Central27 suscrito por Floridablanca y sus compañeros de Junta, donde se defienden los criterios de integración nacional y se propone un Gobierno central de toda España. Todas las provincias españolas fueron manifestando su adhesión al espíritu de la proposición de Murcia, Valencia, Galicia, Granada, Mallorca, las Juntas de Castilla, León, Extremadura, Asturias, Aragón, etc. Así nació la Junta Central. El 14 de agosto, Floridablanca había sido elegido en representación de su ciudad natal y de su Junta Suprema para formar parte de la Central. Cinco días más tarde, el 19, redacta un documento: Instrucciones del Conde de Floridablanca a la Junta de Murcia, 25 Historia del Levantamiento, Guerra y Revolución de España. Por el conde de Toreno, Imp. de M. Tomás Jordán, 1835-1837, 5 vols. t. I (1805-1808), p. 248 y ss. 26 ALCÁZAR MOLINA, Cayetano, op. cit., p. 152 27 Recogido en Derecho parlamentario español. FERNÁNDEZ MARTÍN, Manuel, Madrid, Imp. de los Hijos de J. A. García, t. I, 1885. Orlando Moratinos Otero 51 para la erección de la Suprema Central del Reino, comunicadas a la de Cataluña, y publicadas28, para la erección de la Suprema que iba a asumir el Gobierno de España. 28 Recogido en Derecho parlamentario español. FERNÁNDEZ MARTÍN, Manuel. t. I, Madrid, Imp. de los Hijos de J. A. García, 1885, pp. 315-318. Publicado por primera vez en la Gaceta de Madrid. También se insertó en el Diario de Barcelona Cautiva, en 1808. Instrucciones del Conde de Floridablanca a la Junta de Murcia, para la erección de la Suprema Central del Reino, comunicadas a la de Cataluña, y publicadas. El Conde de Floridablanca, como primer consejero de Estado y como uno de los vocales elegidos para la Suprema Junta Central, hace presente a la de Murcia los puntos siguientes: 1. Que convendrá que los vocales nombrados salgan juramentados de Murcia ante su Junta con la fórmula que acompaña, y que lo mismo se ejecute con las demás Juntas con dicha fórmula u otra equivalente que ellas adopten; de cuyo modo podrán luego que se hallen en el lugar señalado para la Central, elegir presidente, el cual haya de hacer el mismo juramento en manos del prelado más digno que hubiere en el lugar anunciado. Todo esto y lo demás que se dirá, deberá comunicarse sin pérdida de tiempo a las demás Juntas. 2. Que los vocales que llegasen sin haberse juramentado en sus Juntas, harán el juramento ante los que ya lo estuvieren por las suyas, luego que llegasen y se presenten en el lugar de las sesiones. 3. Que los vocales lleven certificación de sus Juntas de haber sido nombrados, con expresión de haber hecho o no el juramento; cuyas certificaciones se pongan por ahora en la Secretaría del Consejo de Estado, para entregarlas al Secretario de la Central luego que ésta lo haya elegido. 4. Que para evitar competencias y disputas de precedencia se sortee la que hayan de tener los vocales en asiento, firma y tiempo de votar, a cuya suerte se arreglen todos. 5. Que el Secretario del Consejo de Estado avise por ahora de orden del mismo Consejo a los de Castilla, y Guerra, Inquisición, Indias, Hacienda y Órdenes, y Comisaría General de Cruzada, estar nombrados por las Juntas de las capitales del Reino, los vocales que consten de las certificaciones que le habrán entregado, y también dará igual aviso a los individuos del Consejo de Estado, para que les conste hallarse formada la Junta Central Gubernativa, para los fines y objetos que a su tiempo les irán comunicando por el presidente o secretario de la misma Junta. 6. De todo esto enterará el Conde al Secretario del Consejo de Estado Don Josef Pizarro, previniéndole que poniéndose de acuerdo con el Excelentísimo 52 José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. Apuntes biográficos El documento, que tiene un valor excepcional, prueba el espíritu religioso de Floridablanca, su concepto político sobre el valor Señor Conde de Altamira, a quien también escribirá el Conde u con otro cualesquiera que sirva la mayordomía mayor, señalen en el Palacio Real aquel salón que fuere más a propósito para las sesiones de la Junta, pudiendo valerse del mismo en que tenía la gubernativa que dejó establecida nuestro Rey el Señor Fernando VII con su Presidente el Señor Infante Don Antonio, a cual se entenderá que sucede en todo la Central del Reino. 7. Que el mismo Pizarro cuide de que se ponga un estrado para las sesiones, decoroso, con bancos y canapés decentes, mesas pequeñas, y escribanías de plata, una para cada dos vocales, de modo que sin dejar su asiento puedan anotar y escribir lo que les convenga. 8. Que asistan de porteros interinamente, y hasta que los nombre la Junta en propiedad, los de la primera Secretaría de Estado, a cuyo cargo correrán las prevenciones de papel, lacre y demás cosas necesarias para los despachos de la Junta. 9. Y finalmente que la Junta Central ha de tener su guardia de Alabarderos, y además la que custodiare a palacio, sea de los regimientos de guardias Españolas, y Walonas, o sea de la guarnición de Madrid, previniéndolo así a sus jefes respectivos. El Conde mira con grandísimo respeto el establecimiento de la Junta Central, que ha de ser de mayor autoridad que las Cortes, porque éstas sólo tenían el derecho de acordar para proponer al Soberano y esperar su resolución; y la Central ha de tener facultades para decidir en mucha parte de los negocios de la gobernación general del Reino, y resolver las consultas del Consejo, y otros tribunales. Desea el Conde como lleva dicho que todo se comunique a las Juntas compañeras, y que se persuadan que sólo piensa en la felicidad general, en el honor del Reino, y sus capitales, y en evitar dificultades y embarazos en la ejecución, renunciando, como renuncia, a otro destino que el de simple vocal, y esperando que entablada la formación de la gran Junta, se le deje retirarse a su casa y celda para cuidar de su alma, y que es lo que más le urge, estando en los ochenta años de su edad. Murcia, 19 de agosto de 1808. El Conde de Floridablanca. Y enterada esta Junta de todos sus artículos y cláusulas las aprobó por aclamación, como que manifiesta cada una de ellas un celo puro del bien de la monarquía, un amor desinteresado por el bien de la Patria, y un conocimiento exacto de las medidas y precauciones que deben tomarse para el decoro y seguridad de la Junta Central, y mandó se imprima inmediatamente y se despache por extraordinario, remitiendo un ejemplar a cada una de las Supremas del Reino y demás que corresponda. Murcia, 19 de agosto de 1808. Clemente de Campos.- Josef Obispo de Cartagena.- Joaquín de Elgueta.Julián Martín de Retamosa Orlando Moratinos Otero 53 de la Junta Central que se iba a constituir y contiene en germen todas las discusiones que, posteriormente, mantendría con Jovellanos en relación con la constitución de Cortes. El 7 de septiembre, la Junta Provincial aprueba el documento y Floridablanca sale de Murcia con destino a Aranjuez a donde llega alrededor del día 15 y dan comienzo, bajo su dirección, los trabajos preliminares para la formación de la Junta Central que se constituyó el 25. En este mismo acto Floridablanca es elegido Presidente de la Junta Central y Gubernativa del Reino. En octubre, los miembros de la Junta tienen que abandonar precipitadamente Aranjuez dirigiéndose hacia Sevilla por temor a una invasión de las tropas francesas que se encontraban a 46 kilómetros de Madrid. La llegada a Sevilla tiene lugar el 16 de diciembre de 1808 ante el fervor popular, alentado por un bando del ayuntamiento el día anterior. El entusiasmo de los vecinos llegó al punto de desenganchar los caballos de la carroza ocupada por su presidente, el conde de Floridablanca, para llevarlo triunfalmente por las calles de la ciudad hasta su residencia en el Alcázar. Resulta difícil precisar que incidencia tuvo tan apoteósico recibimiento en la salud del noble anciano, porque a las pocas horas cayó gravemente enfermo, falleciendo dos semanas más tarde, el 30 de diciembre de 180829. Su cuerpo fue enterrado en el Panteón Real de la Catedral de Sevilla, con honores de Infante y bajo la urna donde se venera el cuerpo de San Fernando. En 1931, el Ayuntamiento de Murcia recibe los restos de Floridablanca que reposan en una capilla, muy cerca de los de su padre, José Moñino Gómez, en la iglesia de San Juan del barrio de su infancia. Algunos prematuros biógrafos de Moñino lo califican de personaje «poco liberal y antiprogresista». Pero, transcurridos cuarenta años de su fallecimiento (1848) se le reconoce30 como un hombre MORALES, Alfredo J., «Las honras fúnebres por Floridablanca en Sevilla y el túmulo proyectado por Cayetano Vélez». En Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, segundo semestre, 73, 1991, pp. [179]-190. 30 En esta fecha el Ayuntamiento de su ciudad natal le erige un monumento en un jardín que lleva su nombre, frente a la Iglesia de los huertanos del Car29 54 José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. Apuntes biográficos «reformador y juicioso»31. Floridablanca fue un ministro todopoderoso, no exactamente un ídolo popular pero al menos respetado, en pie de igualdad con otros ministros de Europa y un buen administrador32. De hecho en un opúsculo anónimo de la época se dice que «Los críticos del momento, empapadas sus mentes por las seductoras teorías de los enciclopedistas, excitadas sus cabezas por los principios que afectaban a la imaginación, con tanto más calor cuanto era preciso adquirirlos bajo la impresión del miedo y al abrigo del misterio, fascinados por las mágicas palabras de libertad, igualdad y soberanía popular (sic) disculpable era juzgar severamente a todo hombre que, más cuerdo o más cauto, hubiese visto a través de esta fraseología, que tenía mucho de metafísica, los peligros para la sociedad, trastornos y calamidades para el porvenir, que se sucederían tras el fallecimiento del conde de Floridablanca en 1808.» En 1845 el Ayuntamiento de la ciudad de Murcia, decide erigirle una Estatua, obra del escultor italiano Santiago Baglietto, en el jardín que lleva su nombre en el barrio del Carmen. men, trazando una calle, que le dedica y en la que en el «Rollo» se dividirían dos importantes vías de comunicación, una hacia Cartagena y otra hacia Alcantarilla. 31 Personajes celebres, del siglo XIX por un desconocido, Madrid. Imprenta de D. Fernando Suárez, Plazuela de Celenque, 3, 1842. 32 Historia de España. Edad Moderna. Crisis y recuperación, 1598-1808. Dirigida por John LYNCH. Barcelona, Ed. Crítica, 2005, p. 533. El conde de Floridablanca y la política de su época Manuel DE ABOL-BRASÓN Y ÁLVAREZ-TAMARGO Universidad de Oviedo Introducción La Ilustración o el contradictorio remedio del Antiguo Régimen l protagonismo de la personalidad política de Don José Moñino y Redondo1, conde de Floridablanca desde 17732, merced a E La biografía más conocida sobre Floridablanca: ALCÁZAR MOLINA, Cayetano, Los hombres del despotismo ilustrado: El Conde de Floridablanca, su vida y su obra, I, (Murcia, Instituto de Estudios Históricos de la Universidad de Murcia, 1934). 2 La merced nobiliaria de conde de Floridablanca fue concedida el 7 de noviembre de 1773 a Don José Moñino y Redondo. El 5 de enero de 1809, muerto ya el primer concesionario, le fue concedido a este título por la Regencia en nombre de Fernando VII la grandeza de España. AHN (Archivo Histórico Nacional). Madrid, Consejos, 628. Asiento del despacho de concesión del condado de Floridablanca, con el vizcondado previo de Moñino, a favor de Don José Moñino y Redondo. (7 de noviembre de 1773); 11759-16. Certificación de la carta de pago de la media annata el día 30 de octubre anterior, a favor de Don José Moñino y Redondo, por el titulo provisional de Vizconde de Moñino y el definitivo de Conde de Floridablanca. (4 de noviembre de 1773). 1 56 El conde de Floridablanca y la política de su época la que le fue otorgada la grandeza de España en 1809, no admite discusión alguna y así lo reconoce generalmente la bibliografía. Enmarcado en el fenómeno de la Ilustración, su intervención en los asuntos públicos constituye una de las expresiones más interesantes y significativas de Siglo de las Luces. Su intención se muestra con toda evidencia: superar el atavismo arcaizante de la realidad hispánica, que entonces descansaba sobre dos mundos, sin cambios radicales ni sustanciales mudanzas políticas, y solo acudiendo a la regeneración administrativa y al fomento y saneamiento de la economía. Su pensamiento y su ejecutoria son las formas peculiares con que Moñino salió al paso -en las altas responsabilidades que le tocó desempeñar- a los desafíos de su época. Ambos -pensamiento y ejecutoriatienen puntos en común, pero también divergentes, con los de otros ilustrados. Porque el pensamiento iluminista se expresa con notables peculiaridades, según los autores y las circunstancias. Cuando la Corona Católica, sobre todo a partir del reinado de Carlos III3, quiso reformar la estructura política y la realidad socioeconómica de España, también manifestó una vigorosa vocación de reduccionismo en el círculo decisorio. Tal exclusividad significaba un patente contraste con la situación anterior, pero también un llamativo modo de modernización. En un siglo en el que las Sección de Títulos Nobiliarios del Ministerio de Justicia, Grandezas y Títulos del Reino, (Madrid, Ministerio de Justicia. Centro de Publicaciones, 1991), p. 111. GONZALEZ-DORIA, Fernando, Diccionario heráldico y nobiliario de los Reinos de España, (San Fernando de Henares –Madrid-, Editorial Bitácora, 1987), p. 137. 3 Sobre el reinado de Carlos III, momento zenital de la actividad política de Floridablanca, existen obras que se pueden considerar clásicas. Las debidas a Don Carlos Gutiérrez de los Ríos, VI Conde de FERNÁN NÚÑEZ −afectuosa pero tendente a la objetividad−, Antonio FERRER DEL RÍO –excesivamente encomiástica aunque muy documentada−, Don Manuel Dávila y Collado –aportación de extraordinaria riqueza informativa− o François Rousseau – interesante y útil en especial para la autoría−. Un elenco de la bibliografía más representativa sobre esta época: DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Carlos III y la España de la Ilustración, Madrid, Alianza Editorial, 1990, pp. 229-232. 6. Conde de Floridablanca Francisco de Goya. 1783. Museo Nacional del Prado. Madrid. Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 59 realidades políticas entraron en franca crisis, e incluso desde dentro se hacían necesarios proyectos de cambios profundos, resulta sorprendente esta reacción hacia atrás, con muy pocas excepciones. El concierto internacional, en cierta medida, anunciaba el agotamiento del Antiguo Régimen y la necesidad de una mayor correspondencia entre el aparato político y la opinión social4. La herencia medieval-austriaca todavía tenía un peso apreciable en la España que mediaba el siglo XVIII. A pesar de las pérdidas territoriales que le ocasionó la consolidación de la Casa de Borbón, y del aniquilamiento del sistema político propio de la Corona de Aragón, la soberanía de nuestros reyes se ejercía, todavía, como lo habían hecho los Austrias. Las Españas de los siglos XVI y XVII, constituían una realidad inmensa y plurinacional. En medio de esta variedad casi monstruosa, solo existían dos realidades que eran su denominador común, el Rey y la Iglesia Católica. Pero por debajo de estas instituciones universales y superiores, se constataba una heterogeneidad que abarcaba las más dispares realidades. El Catolicismo, pese a su dependencia y organización jerárquicas, disfrutaba de una desconcentración potestativa, tanto por su propia naturaleza, como por el estrecho vínculo entre el orden civil y el religioso. El monarca lo era de forma distinta según ejerciera sus poderes en uno o en otro territorio. Aunque se aprecia en los Habsburgo una tendencia a amortiguar esta disparidad gubernativa, sin embargo, en líneas generales, la respetaron5. El Rey Católico no era una mera figura representativa o moderadora; se trataba de un auténtico y efectivo gobernante, que 4 Cfrs.: HERR, Richard, España y la revolución del siglo XVIII, Madrid, Aguilar, 1975. SARRAILH, Jean, La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII, Madrid, Fondo de Cultura Económica, l974. DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Sociedad y Estado en el siglo XVIII, Esplugues de Llobregat Barcelona, Editorial Ariel, 1976. 5 ESCUDERO, Jose Antonio, Los orígenes del Consejo de Ministros en España, I, Madrid, Editorial Complutense, 2001, pp. 19-29. 60 El conde de Floridablanca y la política de su época desempeñaba sus funciones con la colaboración de los secretarios, el asesoramiento de los consejos, y las limitaciones practicadas por las cortes, las juntas u otras instituciones similares. Los Reyes Católicos, tras haber impuesto la paz civil a sus estados, sentaron el precedente de someterlos al imperio del Derecho, intención que también comprendía la práctica de la propia potestad soberana. Esta herencia fue recogida por los Habsburgo, aun en medio de sus flaquezas personales y de sus decaimientos políticos. Su profunda religiosidad y su bondadoso talante les impidieron configurarse de hecho como unos soberanos opresivos. De todo esto se deduce que aunque los reyes fueran jefes absolutos, sin embargo por razones jurídicas, imperativos morales y condicionamientos de hecho, desarrollaron su labor política con un benevolente respeto hacia sus vasallos. El cambio dinástico del año 1700, en principio no tenía que significar un cambio radical. Pero la realidad fue, que progresivamente se impuso la tendencia de revisar esa herencia política y jurídica. En ello influyeron razones de muy diversa naturaleza: causas de eficacia práctica, fatiga y agotamiento del régimen institucional frente a los nuevos tiempos, ocaso cultural, enfriamiento y rutina en la vivencia religiosa6, empobrecimiento del pensamiento político y jurídico y gradual imitación de los modelos foráneos. Con todo ello se llega al largo reinado de Carlos III, en el que se da una tendencia evidente: la concentración del poder soberano en la persona del propio monarca y de sus áulicos más inmediatos y el decaimiento de las instituciones colectivas o colegiales que compartían con él las tareas de gobierno. Este último suceso fue promovido por la Corona. Todo parece indicar que semejantes acontecimientos venían motivados por el deseo de agilizar la maquinaria administrativa, pero también por superar los inconve- Cfrs.: MESTRE SANCHIS, Antonio, «Religión y cultura en el siglo XVIII», Historia de la Iglesia en España, IV, La Iglesia en la España de los siglos XVII y XVIII, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1979, pp. 586-743. CALLAHAN, William J., Iglesia, poder y sociedad en España, 1750-1784, Madrid, Editorial Nerea, 1989. 6 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 61 nientes que se podían presentar a la ejecución de las providencias de gobierno. La sociedad y sus estamentos no siempre comprendieron los aspectos positivos de las medidas ilustradas, unas veces por considerarse afectados en sus intereses, otras por ser aquellas, heridas a sus ideales políticos o confesionales. En este marco renovador surgen con predicada publicidad las grandes figuras de los ilustrados, políticos, economistas, pensadores, investigadores, y literatos que forman la constelación de las élites del momento frente a una sociedad más inerte que dinámica. Su época dorada es sin duda el reinado hispánico de Carlos III, al que la historiografía suele dibujar como la expresión más genuina de monarca iluminado. En la dirección suprema de España aparecen individualidades que se perfilan sobre todo por su combate frente al marasmo y estancamiento político y social. Lo institucional pierde protagonismo frente al gobierno personal. Pocas veces las altas decisiones de la gestión pública han dependido en tan alta medida del carácter y las peculiaridades de sujetos, llamados por la misteriosa ley de la biología o la irresponsable gracia real, a los oficios más altos. El personaje que ahora nos convoca es una de esas personas que forma parte de la flor y nata de la Ilustración carlostercista. Su beligerancia alcanza un rango de particular envergadura en esta época, para oscurecerse en el siguiente reinado. La parte más notable de su actividad pública se identifica con las iniciativas decretadas por Carlos III, de tal manera que en ocasiones es difícil separar hasta qué punto el categórico impulso político se debe al fiel servidor real o al propio monarca, o saber en qué medida cada uno de ellos participa de la autoría decisiva. Nuestro personaje procedía de una estirpe poco relevante, pese a los esfuerzos de los escritores por adornar sus ancestros7. 7 FERRER DEL RÍO, Antonio, «Introducción» op. cit. p. V. RUIZ ALEMÁN, Joaquín, «Estudio» a: Conde de Floridablanca, Escritos políticos. La Instrucción y el Memorial, Murcia, Ediciones de la Academia Alfonso X El Sabio, 1982, pp. 11-13. 62 El conde de Floridablanca y la política de su época Hijo de Don José Moñino Gómez, natural de Guadalupe, jurisdicción de Murcia, y de Doña Francisca Redondo Bermejo, que lo era de Sigüenza, no podía lucir en sus ascendientes próximos la aureola del gran mundo. En nota puesta al Elogio histórico de Don Alberto Lista, se habla de una ejecutoria de la chancilleria castellana de 1397 y de la relevancia medieval de un linaje de grandes8. Era mucho remontarse para encontrar algo realmente notable9. Fuera esto cierto o no, la verdad es que el entorno gentilicio de nuestro personaje no supera los círculos de la nobleza provinciana y modesta, y con mucho esfuerzo acaso podríamos hablar de una prosapia de caballeros. Su padre fue un oscuro notario y archivero, padre de cinco hijos, de los que el primogénito era José. Era por lo tanto vástago de un profesional del escritorio y de la pluma, sin más, que una vez viudo, se ordenó de mayores10. Como ocurrió con otras estirpes de este patriciado subalterno, en la segunda mitad del siglo XVIII, el prestigio del linaje creció rápida y vertiginosamente11, y así se prueba por los empleos y honores que alcanzaron sus hijos, y los matrimonios que contrajeron12. Algunos autores con cierto desdén al hablar del medio social en el que nace Moñino y otros de su clase, hablan de hidalguía, LISTA Y ARAGÓN, Alberto, «Elogio histórico del serenísimo señor Don José Moñino, Conde de Floridablanca», en: Conde de Floridablanca, Obras originales, p. 516. 9 Cfrs.: Archivo de la Real Chancilleria de Valladolid. Sala de Hijosdalgo, 213-1: Pleito de hidalguía de Andrés y Lorenzo Pérez Moñino y Treviño, vecinos de Peñafiel (Valladolid), (año 1618). 10 Sobre datos familiares de la familia de Floridablanca: AHN. Madrid. Estado. Orden de Carlos III, 1163. Pruebas de Don Antonio Robles y Moñino. (año 1802). Se trata de un sobrino carnal del I conde de Floridablanca. AHN. Madrid. Estado. Orden de Carlos III, 1215. Pruebas de Don José Moñino y Murcia (año 1803). Este caballero era primo segundo del I conde de Floridablanca. 11 Archivo General de Indias. Mapas y Planos. Escudos, 246: Escudo de armas de Don José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. (circa 1777). 12 AHN. Madrid. Ordenes Militares. Expedientillos. 8334 y 18214: Santiago, 7493; Pruebas de l teniente coronel Don Francisco de Salinas y Moñino, natural de Murcia para su ingreso en la Orden de Santiago. (año 1783); Santiago, 7493. 8 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 63 como si esta fuera un patriciado incoloro. Pero no es asi, la hidalguía es la nobleza de sangre, la inmemorial, la heredada y no adquirida. En el Siglo de Oro, esta era un valor inestimable, todos querían descender de hazañosos magnates - cuanto más antiguos mejor- y nadie deseaba forjarse su propia nobleza mediante la gracia soberana. Pero en la centuria en la que nace Moñino, y más cuando muere, estas cosas se veían de otra manera. El criticismo filosófico y los imperativos de la época, habían desprestigiado la singularidad patricia y disminuido su cotización política y material. La condición nobiliaria, en si misma, era un fósil, un resto arqueológico, que se conservaba por la inercia y el peso de la historia. Las doctrinas que auspiciaban el clasismo social, frente a la concepción estamental, se abrían paso, no tanto por los cambios jurídicos, cuanto por la realidad y las necesidades políticas y económicas13. De ahí que Moñino, sin soslayar sus patricios orígenes, fue sobre todo un hombre de despacho y un administrador, en suma, un ser útil, a cuyas cualidades personales debió el encumbramiento y el entrar en la Historia por la puerta grande. En el entorno en el que nació, la casa de un papelista, era muy común que el deseo de superación social se manifestara por medio de los estudios jurídicos, que fue precisamente los que cursó14. Tales disciplinas eran un recurso socorrídisimo para triunfar en el setecientos. El Siglo de las Luces fue, sobre todo, una centuria jurídica, nada teológica y muy poco filosófica, si por esto se entiende algo más que la censura, el utilitarismo y la secularización15. En los argumentos de los legistas, más o menos ciertos y convincentes, estaba cifrada la clave de las grandes batallas políticas. No podía ser de otra manera en una época en la que hay muy pocos rasgos de genialidad. Cfrs.: DOMÍNGUEZ ORTIZ, Sociedad, pp. 345-358. FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit., p. V. RUIZ ALEMÁN, Joaquín, «Estudio», pp. 12-13 15 VALERA, Juan, en el prólogo a la Vida de Carlos III de FERNÁN NÚÑEZ, I, Madrid, Librería de los Bibliófilos, 1898, Ed. facs., Fundación Universitaria Española, 1988, habla de «filosofía llana y rastrera», p. XIV. 13 14 64 El conde de Floridablanca y la política de su época De ahí que Moñino recibió la preparación más conveniente para lo que eran las graves decisiones de la administración y el gobierno. Si a la oriundez papelista, se añade su formación jurídica, nos encontramos ante un típico burócrata, en cuyos ideales e intereses pesan relativamente poco la tradición y el pasado. Esta situación es el preludio de lo que habría de ocurrir en el siglo XIX, cuando los abogados terminan por abrirse paso en la alta política, en detrimento de la Iglesia, la nobleza y la milicia. Y es que en el fondo, hay que reconocer, que acaso los burócratas son la clase más incombustible, pero también la más necesaria, fuere cual fuere el perfil del régimen político. Sin embargo es posible que se haya exagerado en exceso el origen más o menos oscuro de las personalidades que rodearon a Carlos III, porque lo cierto es que desde la época de los Reyes Católicos, pero también antes, y aun con los Austrias, las gradas del trono estuvieron llenas de estos individuos salidos de estratos de una discreta, cuando no desconocida sociedad. Por eso, lo significativo de la época carlostercista no es que al lado del monarca estén estos altos empleados, que siempre lo estuvieron, lo que resulta realmente nuevo es que su mentalidad se encuentra ya notablemente alejada del pensamiento estamental. Eran ante todo unos funcionarios, cuya influencia dependía menos de su significación ancestral y más de su actividad administrativa y de la gracia real. Estamos pues en la antesala de la mentalidad burguesa, eso sí, sin estridencias ni cambios drásticos, o en cualquier caso rodeándolos de precedentes históricos, labor en la que Moñino y otros letrados de su tiempo desplegaron la más esforzada erudición. Siendo la política que Moñino desarrolló desde sus empleos una actividad fuertemente individualizada en su propia persona, y como no podía ser de otra manera en la del monarca, Carlos III, no se puede prescindir de bosquejar, siquiera de forma sumaria, los perfiles familiares y temperamentales de este. Aunque Carlos III ha gozado en grandes sectores de la historiografía de una fama excelente, de corresponderse ésta con una ejecutoria soberana de más aciertos que yerros, hubiera sido un verdadero milagro biológico, porque en su herencia genética venía Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 65 un código desastroso. Cierto es que no todo en la psicología procede de los valores heredados. La educación y la experiencia introducen unos condicionamientos que muchas veces tuercen las perversas inclinaciones ancestrales, y en otras malogran las positivas predisposiciones. En casos venturosísimos un legado de virtud excepcional es favorecido por la delicadeza de una vivencia provechosa y enriquecedora. En último caso, la libertad, opera sobre ambas realidades, que coexisten en una proporción misteriosa. La herencia física y moral de las personas reales suele conocerse con bastante exactitud por la evidente publicidad de que suelen disfrutar sus vidas. Y este es el caso del tercero de los Carlos españoles. De la simple contemplación de su abolorio se puede deducir el alto grado de decrepitud natural que padecía. Su abuelo paterno el gran rey francés Luis XIV, al momento de su muerte en 1715, estaba casi por entero rodeado de cadáveres. Ya le habían muerto todos sus hijos y todos sus nietos salvo el duque de Anjou, nuestro Felipe V, y de sus diez y siete bisnietos le habían precedido en el sepulcro seis16. Con los dos matrimonios del primer Borbón español, sobre todo el segundo contraído con Isabel Farnesio, esta tendencia prematura y mortífera se torció, pues la parmesana aportaba una particular herencia, la de los Neoburgo, de robusta fecundidad. Tuvo once vástagos de los que ocho llegaron a edad adulta. Sin embargo, aquella morbosidad letal resurgió en la propia prole de Carlos III – de trece hijos vio morir a ocho - y en la de Carlos IV –tuvo trece retoños de los que le sobrevivieron solo seis-17. No se puede decir, por lo tanto, que los Borbones de España, ni procedieran ni originaran una familia vigorosa. Los Farnesio, estirpe materna del monarca, por donde le vino también la sangre de los Medici, era una estirpe acabada. Ambos linajes se extinguieron en el siglo XVIII, después de unas generaciones monstruosas y caducas. 16 Sobre la cronología y filiación de la primera línea de la Casa de Borbón y la de la Borbón de España: LE HÈTE, Thierry, Les Capétiens, Paris, Editions Christian, 1987, pp. 37 y 40. 17 LE HÊTE, Thierry, Les Capétiens, , pp. 40-41, 46-47 y 52-53. 66 El conde de Floridablanca y la política de su época A esto debemos sumar los precedentes y colaterales anormales. Su propio padre Felipe V solía atravesar con cierta frecuencia verdaderos periodos neuróticos de una enorme gravedad18. Su medio hermano, Fernando VI, pasó el último año de su vida con sus facultades mentales perdidas19. Su sobrina la reina María I de Portugal perdió el juicio, y estuvo los más de sus días completamente desquiciada. Su hijo primogénito, el infante Don Felipe, era un desgraciado subnormal y un apasionado sátiro, que el rey dejó en Nápoles y allí murió lejos de sus padres20. Los rasgos geniales apenas figuran en el entorno inmediato del monarca. Parece que hay que mencionar solamente al infante Don Gabriel, para recordar a un príncipe inteligente y culto21. Lo demás representa una reiterada medianía, cuando no una pronunciada cortedad mental o idiotismo. Este detalle da pié a señalar la limitada capacidad del monarca. Por eso Valera dice que a Carlos III no se le puede «calificar de grande ni de genio, pero si de bienhechor, de excelente»22. Sus disposiciones personales eran claramente insuficientes para el supremo gobierno de los pueblos. El mismo conde de Fernán Núñez, que fue su gentilhombre y le tenía un respetuoso afecto, sin embargo no deja de reconocer la anormalidad del monarca que le hacia imposible el detenimiento intelectual. «Conociendo por experiencia que su familia era expuesta a caer en la melancolía, y temiendo sus malas resultas, de que había visto que sus padres y hermanos habían sido victimas, procuró siempre evitarla con gran cuidado, como lo consiguió. Sabía que el mejor medio, o, por mejor decir, el único para conseguirlo, era el huir la ociosidad y estar siempre DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Carlos III, pp. 14-15. Ibídem, p. 43. 20 Ibídem, p. 44. MATEOS SAINZ DE MEDRANO, Ricardo, Los desconocidos Infantes de España. Casa de Borbón, Barcelona, Editorial Thasalia S.A, 1996, pp. 65-71. 21 MATEOS SAINZ DE MEDRANO, Los desconocidos, pp. 73-79. 22 VALERA, «Prólogo», p. XVII. 18 19 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 67 empleado, y en acción violenta en lo posible. De aquí resultaba que jamás estaba un momento inactivo, y acabada una cosa, pasaba luego a otra. Este principio de conservación era uno de los motivos principales de su ejercicio de la caza, que algunos le vituperaban amaba en exceso. Yo le he oído decir en el Pardo, estándole sirviendo a la mesa: Si muchos supieran lo poco que me divierto a veces en la caza, me compadecerían mas de lo que podrían envidiarme esta inocente diversión. Me dirán muchos: podría ocuparse en otras cosas más que en la caza. A lo que responderé: lo uno que ninguna otra ocupación reunía la ventaja del ejercicio; y lo otro, que no amando la música, y poco el juego, el demasiado estudio y lectura no era tan conveniente para el fin que se proponía como dicho ejercicio»23 Es lógico que un soberano asi, con una clara propensión hereditaria a la locura e incapaz de acometer una reflexiva y continua operación intelectual -el demasiado estudio y lectura-, careciera de una visión objetiva de la realidad, y fuera presa fácil a los deseos y sugestiones de sus áulicos. De ahí que Escudero diga que poseía una mediana capacidad de despacho y una recortada aplicación a los asuntos públicos y que era un tanto crédulo. Domínguez Ortiz, sin embargo, considera más estimable su dedicación a la política24. No parece, sin embargo, si atendemos a su horario diario, tal y como lo recoge Fernán Núñez, que ésta fuera proporcional al volumen de los negocios de un imperio tan vasto como el español25. Habida cuenta la exigua capacidad del monarca no es extraño que se tardara nada menos que tres meses en leerle la Instrucción reservada», de cien pliegos. No hay que ponderar en exceso la intervención regia en ella, puesto que la autoría de este papel es de Floridablanca26. Religiosamente no pasó de ser un beato, y la estatura de su vida interior la da la de sus confesores, frailes sin ninguna talla inte- FERNÁN NÚÑEZ, Conde de, Vida de Carlos III, II, Madrid, Librería de los Bibliófilos, 1898, Ed. facs. Madrid, Fundación Universitaria, 1988, pp. 52-53. 24 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Carlos III, p. 49. 25 FERNÁN NÚÑEZ, Conde de, op. cit. pp. 53-58. 26 ESCUDERO, Los orígenes, I, pp. 437-438. 23 68 El conde de Floridablanca y la política de su época lectual27. Carecía de profundidad religiosa y sus sentimientos inclinan a pensar en una fe caprichosa, rutinaria, formal y muy poco ilustrada. Por otra parte estaba imbuido de un absolutismo patológico e inseguro, que se encastilló cada vez más en un férreo autoritarismo, tan extraño en la realidad y tradición españolas28. Esta mezcla de piedad infantil con la ilimitada autoestima de la realeza solo podía dar lugar a una imagen deformada del Antiguo Régimen29. Siempre Carlos III se mostró creyente convencido del derecho divino de la realeza con unos ribetes muy poco populares y sociales. En realidad este autoritarismo extremo, escondía el conocimiento íntimo de lo endeble y precario de la realeza. Si se tiene en cuenta que todos los reinos, cuya soberanía alcanzó su casa, España, Parma y Nápoles, -Toscana no lo pudo conseguir- no fueron consecuencia del automatismo sucesorio, sino de la guerra, esto basta para comprender la inseguridad del monarca y sus deseos de rodear la potestad regia de unos caracteres mayestáticos y casi sobrehumanos. Este fue, en definitiva el monarca al que sirvió Moñino en sus máximas horas políticas, y tal perfil no se pueden soslayar a la hora de analizar el comportamiento del propio soberano, ni tampoco el de su ministro. Las formas blandas y reverenciales del ministro congeniaron perfectamente con las ideas soberanas elementales y prácticas. Fueron confesores de Carlos III, dos franciscanos de escasas luces, Fray José Calzado o de Bolaños, arzobispo de Nísibi y Fray Joaquín de Eleta, arzobispo de Tebas y obispo de Osma, el más conocido y menos valorado. Cfrs.: CASTRO, M. de, «Confesores franciscanos de los reyes de España», Diccionario de Historia Eclesiástica de España, Suplemento, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1987, p. 221. 28 Domínguez Ortiz compara la envarada actitud de Carlos III en 1766 a raíz del denominado motín de Esquilache, con la de paternal y bondadosa de Carlos II, en 1699, en una ocasión semejante. DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, op. cit., p. 70. 29 Ibídem, pp. 51-52. 27 7. Iglesia de San Ignacio. Roma El Colegio Romano contaba con la pequeña capilla de la Anunciación (del 1562) como espacio para las celebraciones litúrgicas, con unas pinturas de los Zuccari. En el primer cuarto del siglo XVII la capilla se había quedado pequeña y la familia de Ludovico Ludovisi, un sobrino del papa Gregorio XV, se compromete a construir una nueva. Llevará el nombre del recién canonizado Ignacio de Loyola. En su interior se encuentra el sepulcro de San Ignacio. Tanto el arquitecto, Orozio Grassi, como el pintor, Andrea Pozzo, eran jesuitas. La fachada es de estilo barroco. En el interior destaca el techo con un fresco representando el triunfo de San Ignacio al entrar al Paraíso, con las cuatro regiones misioneras del mundo. En la nave sur se halla el sepulcro de San Luis Gonzaga y en el norte el de San Juan Berchmans, dos santos jesuitas. Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo I. 71 La embajada en Roma: la destrucción de la Compañía de Jesús (1772-1776) a. Una decisión reservada La operación cesárea, es decir matar al hijo -la Compañía de Jesús- en el seno de la madre -la Iglesia católica-, es una de las decisiones políticas de la monarquía ilustrada que resultan más inexplicables30. No fue España, ni la primera ni la única potencia que acometió, con independencia de la potestad canónica, semejante providencia, la disolución o expulsión de un instituto religioso, hasta entonces generalmente aprobado tanto por la autoridad civil como por la eclesiástica. Antes lo hicieron Portugal y Francia, después, Parma, las Dos Sicilias y Malta. Es por lo tanto un fenómeno europeo. La extinción de la orden, responde a unos criterios generales, pero en cada país revistió perfiles diversos, por las particulares circunstancias de las distintas naciones31. El conde de Fernán Núñez, íntimo y devoto cortesano de Carlos III, cuando escribe su vida no encuentra explicación al destierro de la Compañía. FERNÁN NÚÑEZ, Conde de, op. cit., I, p. 209: «Yo solo debo decir, en honor de la verdad que me crié con ellos, por orden y a expensas del Rey, como se ha visto en la Introducción, y que cuantas máximas me enseñaron se fundan en uno y otro, y en verter por su defensa la ultima gota de mi sangre, si quiero vivir y morir con honor y gozar de gloria en este mundo y en el otro, sin que jamás les haya oído nada que directa o indirectamente lo contradiga.»; p. 211: «Tanto la moderación y obediencia dicha, cuanto la que han acreditado en Italia los individuos de esta Sociedad (Compañía), y el celo con que, aunque maltratados y echados de su patria, sin recurso de regresar a ella, se han empleado en defenderla e ilustrarla con sus escritos, prueba a lo menos que la educación que recibían en este Cuerpo sus individuos no era ni desobediente ni ingrata.» Ricardo, GARCÍA-VILLOSLADA, «Los papas del siglo XVIII hasta 1779», capitulo II de Historia de la Iglesia Católica, IV, Edad Moderna. La época del absolutismo monárquico (1648-1814), Madrid, 1991, pp. 128-129 y 148-149 31 Ibídem, pp. 129-152. MESTRE SANCHIS, Antonio, «Reacciones en España ante la expulsión de los jesuitas en Francia», Expulsión y exilio de los jesuitas españoles, Ed. Enrique Giménez López, Alicante, Publicaciones de la Universidad de Alicante, 1997, pp. 15-39. 30 72 El conde de Floridablanca y la política de su época La persecución de los ignacianos no puede aislarse, según los casos, de otros eventos como las disputas jansenistas, las trifulcas y rivalidades entre las ordenes religiosas, las luchas por el poder político, las querellas regalistas, las ideas avanzadas de la Ilustración, los sentimientos antiregulares, la tendencia absolutista de las monarquías, la dependencia política de unas potencias con respecto a otras o las relaciones entre la Santa Sede y los estados. Por eso en cada país el acoso y derribo de la Compañía se produce por una combinación distinta de estas y otras circunstancias32. En España, a pesar de los ríos de tinta que ha causado el estudio de ésta cuestión, hay que reconocer que estamos muy lejos de explicar totalmente como un monarca católico de un reino confesional sin fisuras, en el que la Ilustración no se contagió de los principios deístas o de la impiedad, persiguiera con tanto empeño a una institución religiosa que objetivamente no presentaba ningún peligro para el sistema político imperante, y que en cualquier caso, era una defensa, como demostrarían los hechos, del orden establecido. Cuando Carlos III en la célebre pragmática de 176733 extraña a los jesuitas, guardando en su real ánimo las causas gravísimas que lo motivan ocultó ¿para siempre? las razones auténticas y verdaderas por las que lo hacía34. Si hay que analizar el comportamiento de sus áulicos es posible espigar precedentes más claros, al situarlos en las circunstancias políticas y sociales del momento. Pero en uno y en otro caso es necesario reconocer que si estos eran sinceros servidores de la Monarquía, según todos los datos lo aseguran, ¿cómo se puede explicar que el monarca y sus ministros, tomaran una decisión que habría de afectar, y tan negativamente, a la subsistencia de las realidades institucionales que con tanto ardor defen- GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, «Pontificados de Clemente XIV y Pío VI», capitulo III, Historia de la Iglesia Católica, IV, pp. 155-162. 33 Puede verse su texto en: Vv.Aa., Historia de la Iglesia en España, IV, pp. 813-816. 34 EGIDO, Teófanes, PINEDO, Isidoro, Las causas «gravísimas» y secretas de la expulsión de los jesuitas por Carlos III, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1994. 32 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 73 dían?35 ¿Fue un caso de miopía política o una providencia de todavía más ocultas intenciones? Esto último es impensable en Carlos III, y casi seguro en sus ministros36. La expulsión en España de la Compañía se hizo por propia voluntad real de la manera más secreta y clandestina37. A esto se refiere la vía reservada con la que se llevó a cabo. Es seguro que los españoles de aquel tiempo no comprendieron la bondad del destierro, se sometieron a él, por servilismo, por obediencia ciega y cadavérica, o por la esperanza de conseguir algunas ventajas inmediatas. En una época en la que los reformistas propugnaban un Derecho penal más humano y racional, al extrañar a los jesuitas se conculcaron todas las reglas, las más elementales, jurídicas, por las que a los condenados, sin ser juzgados, se les negó la más pequeña posibilidad de exculpación. En una época en la que se defendía la personalidad del delito, y por lo tanto de la pena, se exilió a toda una colectividad de alrededor de cinco mil individuos, por unas supuestas conductas, que en el mejor de los casos, solo podían atribuirse a unos pocos. Si hay que poner un claro ejemplo del despotismo ministerial, luego tan denostado por liberales y realistas, no El conde de FERNÁN NÚÑEZ insinúa que la ruina de la Compañía está en íntima relación con los trastornos que padeció Europa no trascurriendo mucho tiempo. FERNÁN NÚÑEZ, Conde de, op. cit., p. 209: «Toca a los Soberanos y a sus Ministros decir sui el respeto a la religión y al trono se han aumentado o disminuido desde entonces (expulsión de los jesuitas) … Todos los innovadores de la nueva Asamblea Nacional de Francia (no en general la más afecta a la religión ni a los Soberanos) son, o jóvenes que no han alcanzado la educación de los Jesuitas, o sujetos que no han sido criados por ellos, o tal cual de los expelidos de su Sociedad. Así lo había yo observado, y me lo han hecho observar varios miembros sensatos de la misma Asamblea, indiferentes por todo espíritu de partido y adictos solo al de la razón.» 36 Cfrs.: EGIDO, Teófanes, «La expulsión de los jesuitas de España», capitulo VIII de Historia de la Iglesia en España, IV, pp. 746-750. CANAL VIDAL, Francisco, La tradición catalana en el siglo XVIII ante el absolutismo y la Ilustración, Madrid, Fundación Francisco Elías de Tejada y Erasmo Percopo, 1995, pp. 191-195. 37 EGIDO, Teófanes, «La documentación secreta de la expulsión», capítulo I de Las causas «gravísimas», pp. 57-63. 35 74 El conde de Floridablanca y la política de su época hay duda que éste es el exilio de los jesuitas. Inaugura una propensión al secretismo y a la arbitrariedad que sería la expresión última de la Monarquía en España, y una de las causas de su caída. Bien es cierto que no pocos de los ministros del monarca profesaban una más o menos notoria antipatía hacia los ignacianos, pero no hay que dar excesiva importancia a este dato. El mismo Carlos III los tenía hasta el tiempo inmediatamente anterior a la expulsión en su propio palacio y al cuidado de la educación de los infantes. Su confidente Tanucci era penitente de la Compañía. Y hasta el mismo fiscal Campomanes, era calificado con un poco convincente «dice no ser Jesuita»38. De siempre habían existido apasionadas rivalidades entre el clero regular y secular, e incluso aceradas invectivas contra la Compañía, u otros institutos, y discusiones sobre el régimen estatutario de algunos de ellos, o críticas sobre el influjo político de los regulares en momentos puntuales y sobre materias ciertas. Nada de esto era nuevo. Pero lo que ahora ocurre es que a la subsistencia de una religión se le atribuye una consecuencia política de primer orden. Los términos tomista y jesuita pierden todo significado teológico o religioso para convertirse en unos conceptos políticos. La trayectoria personal de Moñino, antes de ocupar la fiscalía del Consejo de Castilla, nos lo sitúa en ambientes docentes y profesionales nada afectos a la orden jesuítica39. Se sabe que ejerció la abogacía en la casa ducal de Alba, cuyo titular Don Fernando de Silva, al que califica Fernán Núñez de hombre de «gran talento» pero «altivo» y de «mal corazón»40 era inimicísimo de la orden. No hay duda que en estos entornos curialescos y cortesanos, aprendió Moñino toda la literatura y máximas denigratorias de la Compañía. Con este equipaje ideológico no le resultó incómodo secundar CANAL VIDAL, Francisco, op. cit., pp. 196-200. IRLES VICENTE, María del Carmen, «Tomismo y jesuitismo en los tribunales españoles en vísperas de la expulsión de la Compañía», Expulsión y exilio, pp. 4163. 39 RUIZ ALEMAN, Joaquín, «Estudio», pp. 12-15. 40 FERNÁN NÚÑEZ, Conde de, op. cit., I, pp. 110 y 154. 38 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 75 con exactitud los deseos del rey, en los que percibió ciertas ventajas para su programa político. De ésta forma unos ministros más o menos inteligentes, se entregaron a la voluntad de un soberano cuya visión y capacidad políticas no eran un prodigio de lucidez y equilibrio, y cuya bondad, entró en crisis cuando tenía que atender la cuestión jesuítica41. Se desconoce lo que pasaba en la intimidad moral del monarca ilustrado, aunque no por la sutileza de su vida interior, bastante vulgar y adocenada, sino por el intencionado hermetismo divinizador con que quiso esconder los entresijos de sus decisiones. Como si además tuviera pudor a mostrar sus sentimientos. Hay un hecho, no obstante sobre el que los historiadores no han hecho especial relación, y que describe, acaso el primer enfrentamiento del futuro Carlos III, con la Compañía. Como se sabe el entonces infante Don Carlos salió de España para Italia con apenas 16 años, para hacerse cargo de la herencia de los Farnesio y los Medici, de tal manera que nunca volvió a ver a su padre, Felipe V, en cuya corte los jesuitas disfrutaban no solo del confesionario regio, sino de una preponderancia indiscutible42. Lejos, por lo tanto de tal ascendiente, al fin se coronó en Palermo, como majestad siciliana, en 1734, y ya en ésta época cayó bajo el influjo de Bernardo Tanucci, tan antijesuita como anticlerical. Y en el primer año de su reinado napolitano se hubo de enfrentar al cardenal primado de Sicilia, Álvaro de Cienfuegos, un prelado en el que confluían dos perfiles decisivos para inspirar antipatía en el joven soberano, era jesuita y austracista acérrimo. No es el momento de relatar la querella entre el arzobispo y la corte, pero lo cierto es que Cienfuegos murió en Roma, sin jurar obediencia al nuevo monarca, y cuando los ministros se aprestaban a arrojarse sobre sus temporalidades, vino una Ibídem, pp. 211-212. Anque él mismo no está convencido de la justicia de la expulsión de la orden ignaciana, salva la conciencia de Carlos III. 42 FERRER DEL RÍO, Antonio, Historia del reinado de Carlos III de España, I, Madrid, Imprenta de los Señores de Matute y Compagni, 1856, Ed. Facs. Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid, 1988, pp. 201-233. 41 76 El conde de Floridablanca y la política de su época orden de España, en la que Felipe V, siempre afecto a la Compañía, mandaba su distribución de otra manera. De la correspondencia que entonces se giró entre ambas cortes se deduce que los áulicos napolitanos consideraban al primado profeso e imbuido de principios envejecidos y ultramontanos, y que al final el regalismo imperante no pudo satisfacer sus deseos. No hay duda que este incidente cuando el novel Don Carlos batía sus primeras refriegas políticas y estaba formando su comportamiento público, quedó grabado en su conciencia rutinaria e inflexible, y no solo con la nota del resentimiento, sino con la del afán de desquite, sentimientos todos que debidamente adornados por el jurisdiccionalismo curialesco de Tanucci y compañía cobró en él una nota permanente en su carácter de rey absoluto43. Sobre esta vieja aversión, que al parecer Carlos III nunca recordó para justificar su despego por la Compañía, sus ministros aunaron una ojeriza similar, originaria, o sobrevenida por puro servilismo o para la satisfacción de sus intereses personales o políticos, de tal manera que la orden, por coincidencia de diversos modos se sentir, experimentó un destino adverso. No hay duda que fue Campomanes el que atizó con mayor empeño, desde la fiscalía, la ofensiva contra la Compañía y el que proporcionó, mediante su alegato, los elementos de juicio suficientes –falsos, tergiversados o fantásticos- para cubrir, siquiera formal y secretamente, la apariencia de cierta legalidad44. En estas circuns- No existe un estudio detallado sobre este incidente regalista , en el que intervinieron las cortes de Roma, Madrid y Nápoles, ni una biografía aceptable sobre uno de los protagonistas el cardenal español Álvaro de Cienfuegos. De lo primero hay alguna documentación, muy interesante, en el Archivo General de Simancas. Cienfuegos era un jesuita que había destacado durante el reinado de Carlos II, y que junto con el último Almirante de Castilla se había pronunciado por la Casa de Austria, y en contra de Felipe V, huyendo a Portugal. Desde entonces hasta el final de sus días sirvió sin interrupción a los Habsburgo, que lo distinguieron con generosidad. Cfrs.: LEON SANZ, Virginia, Entre Austrias y Borbones. El Archiduque Carlos y la Monarquía de España (1700-1714), Madrid, Editorial Sigilo, 1993, p. 186. 44 EGIDO, Teófanes, «La documentación secreta» y «La pesquisa reservada», capítulos I y II de: La causas «gravísimas», pp. 13-107. 43 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 77 tancias, Moñino, ocupa un lugar secundario. Sin embargo, estuvo al tanto de la operación, y una vez consumada, participó en la persecución de la orden y su memoria, hasta que fue nombrado embajador en Roma. Con razón escribía Carlos III a Tanucci en 1772 que todo había pasado por sus manos45. Una de las intervenciones de Moñino en los asuntos jesuíticos más expresivas de la virulencia y apasionamiento con los que tomó la destrucción de cualquier vestigio que de la orden pudiera quedar en España, es la del culto de Nuestra Señora de la Luz, en Lérida46. Por lo que se sabe el culto mariano bajo esta advocación es anterior al ataque que en la segunda mitad del XVIII padecieron los ignacianos. Acaso estos lo acogieron en su apostolado y ministerios para contrarrestar otras luces, las de la Ilustración, en las que había rastros sobrados de anticlericalismo y de ideas depresivas para la Iglesia. De todas maneras tal práctica devocional de suyo nada tenía de heterodoxa ni conllevaba intencionalidad política. Pero bastaba que fuera promovida por la Compañía para que los reformistas fueran sus enemigos implacables. Los sentimientos adversos a una manifestación piadosa tan inocente e inocua, en términos políticos, hay que encuadrarla en la persecución que los novatores emprendieron contra cualquier peculiaridad de la orden, con respecto a otros institutos, y contra las huellas, muy profundas y duraderas, que en la sociedad habían dejado los jesuitas47. Siendo fiscal Moñino, en 1768, y por lo tanto ya desterrada la Compañía de los dominios españoles, hubo de actuar en un asun- FERRER DEL RÍO, Antonio, Historia, II, Madrid, Imprenta de los señores Matute y compagni, 1856, Ed. facs. Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid, 1988, pp. 353-354. 46 GIMÉNEZ LÓPEZ, M., «La devoción a la Madre Santísima de la Luz; un aspecto de la represión del jesuitismo en la España de Carlos III», Expulsión y exilio, pp. 213-228. 47 Esta aversión responde el mismo desdén que los ilustrados mostraron por el culto al Corazón de Jesús. Ver: MESTRE SANCHIS, Antonio, «Religión y cultura», pp. 660-664. 45 78 El conde de Floridablanca y la política de su época to íntimamente relacionado con esta devoción. El incidente comenzó con la denuncia de un inquieto sacerdote de Lérida, Don Domingo Barri, que se decía perseguido por el partido jesuítico, de gran ascendencia sobre el obispo de la ciudad, Macias Pedrejón, y que protestaba la existencia en el leridano monasterio de la Compañía de María, vulgo de la Enseñanza, de un altar dedicado a la Virgen de la Luz, acompañada de San Ignacio de Loyola y San Francisco de Borja y con notable simbología de la orden expulsa. En la investigación que promovió el fiscal, el prelado negó las acusaciones del clérigo y explicó la existencia del referido altar a puras razones devocionales. La probanza hecha por el alcalde mayor de Lérida, Don Ramón de Lanes, ofreció la imagen opuesta: en la ciudad todavía pervivirían las manipulaciones sectarias de los secuaces de los expulsos que, por este medio, conservaban una gran influencia entre las religiosas de la Enseñanza y el propio altar de la Virgen de la Luz era el símbolo y la realidad de la permanencia del jesuitismo. El dictamen de Moñino de 18 de diciembre de 1769, no solo negaba la razón al obispo, aun reconociendo la indiscreción de Barri, sino también proponía la retirada del discutido altar y la prohibición de que sacerdotes afectos a las doctrinas de los religiosos exiliados atendieran espiritualmente a las monjas. El auto del Consejo Extraordinario de 4 de febrero de 1770 condescendió con la petición fiscal, y al fin el obispo leridano, cortesanamente servil, se aprestó a su cumplimiento48. Este incidente, hoy nos hace sonreír, pero también manifiesta con certeza hasta qué punto la monarquía ilustrada deseaba el dominio íntimo de las conciencias, y a la vez ofrece la absoluta identificación de Moñino con las órdenes del Amo, y su aversión por la Compañía. b. La legación perfecta Después del exilió de los jesuitas, arrojados a un destino incierto, sin que fuera de la soberanía del Rey Católico se les per48 GIMÉNEZ LÓPEZ, M., «La devoción», pp. 220-228. Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 79 mitiera la defensa, y aun prohibiendo categóricamente cualquier discusión sobre la materia, Carlos III no quedó satisfecho49. De todas las cortes borbónicas fue la española la que puso mayor empeño en conseguir la extinción canónica del instituto. Y en la persistencia de este odio atroz hay que reconocer que el monarca no necesitó de consejos o influencias externas, fue su iniciativa personalísima, que a veces alcanzó la categoría de una obsesión enfermiza. Sus antiguos súbditos jesuitas habían obedecido la orden de destierro sin rechistar, y en ocasiones incluso salvando su buena fe y recta intención. Si el destierro había sido una providencia económica, y civil pura, sin consulta, ni siquiera comunicación previa al papa –en 1767 era Clemente XIII, gran defensor de la orden– la disolución requería un acto solemne de la Santa Sede, por lo que el monarca inmediatamente pasó a obtenerla moviendo todos los resortes a su alcance50. Con el papa Clemente XIII es seguro que ésta iniciativa no hubiera tenido éxito alguno, pero al fallecer éste, los príncipes ejercieron toda su influencia para que el colegio cardenalicio eligiera un pontífice a su gusto51. Por esto, sin pacto simoniaco, pero con ciertas seguridades espoleadas por la ambición del pretendiente, salió elegido un franciscano claustral que tomó el nombre de Clemente XIV52. Era entonces embajador en Roma, un eclesiástico, Don Tomás de Apuru, y agente de preces, Don José Nicolás de Azara, personajes ambos compenetrados con la política carlostercista. El primero de ellos, al que le correspondía el protagonismo de las gestiones, estaba en el ocaso de su vida y además desde principios de Vv. Aa., Expulsión y exilio, pp. 259-398. PINEDO, Isidoro, «Se pronuncia la palabra extinción», capitulo III de: Las causas «gravísimas», pp. 96-107. 51 FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit., pp. 261-297. 52 PINEDO, Isidoro, «Los jesuitas y el conclave de Clemente XIV», capítulo V de: Las causas «gravísimas», pp. 130-149. GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, «Pontificados de Clemente XIV y Pío VI», pp. 163-165. 49 50 80 El conde de Floridablanca y la política de su época 1770 se encontraba gravemente enfermo, con lo que no podía acudir a las obligaciones de su cargo con la diligencia que quería el monarca53. Algunos sucesos ocurridos fuera de España inquietaron profundamente a Don Carlos. A finales de 1770 el primogénito de los Borbones, Luis XV, despedía del ministerio al libertino duque de Choiseul, un antijesuita furibundo, mientras que la insumergible favorita del monarca Madame du Barry parecía influir en la rehabilitación de la Compañía54. En 1771 Guillermo du Tillot, primer ministro del ducado de Parma y principal impulsor del extrañamiento de los jesuitas en aquel estado era exonerado por su señor el Infante Don Fernando y a instigación de la mujer de éste, la archiduquesa María Amalia, hija de la gran María Teresa55. La corte de Madrid temió –conocida la sincera piedad del duque y los sentimientos antiborbónicos de su esposa que pertenecía a una dinastía que nada tenía contra los jesuitas– que la reacción promoviera la restauración de la orden, a la que Don Fernando mostraba una particular inclinación56. Así pues ante las fluctuaciones de la política europea Carlos III decidió cambiar su embajador en Roma por una persona más capaz. En principio se habló de Don Pedro Antonio de Cevallos que había sido enviado a Parma de pesquisidor, pero tal posibilidad era casi irrealizable pues el ilustre militar había sido un partidario incondicional de la Compañía. Al pontífice la agradaba la idea57. Finalmente se nombró al que entonces era embajador en Londres, un italiano, hermano del príncipe de Masserano, el conde de La Bagna, que al parecer era también afecto a la orden. De ser asi, FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit., pp. 299-349. PINEDO, Isidoro, «La extinción: retrasos y dificultades», capítulo VII de: Las causas «gravísimas», pp. 163-164. 54 BERNIER, Olivier, Luis XV El Bienamado, Buenos Aires, Javier Vergara Editor, 1996, pp. 322-334. 55 BALANSÓ, Juan, La familia rival, (Barcelona, Editorial Planeta, 1994), pp. 54-65. 56 PINEDO, Isidoro, «La extinción», p. 170. 57 Ibídem, pp. 170-172. 53 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 81 parece que Carlos III no acertaba inexplicablemente en sus nombramientos. Sin embargo oportunamente La Bagna, cuando se dirigía a Roma, falleció en Turín58, por lo que al fin el monarca decidió, un mes más tarde, mandar a la Ciudad Eterna a Don José Moñino59. La elección no pudo ser más afortunada. El 24 de marzo de 1772 el correo de Madrid comunicaba la noticia de la elección. El nombramiento lo hizo el rey, seguramente con el consejo de Grimaldi, sin que comunicara nada al P. Eleta, al conde de Aranda, y a Roda. Fue una operación de los golillas antijesuitas, sin parte del partido aragonés, cuya fobia contra los regulares no era menor60. El 4 de julio de 1772 ya estaba Moñino en la Ciudad Eterna. Dice Fernán Núñez que el nombramiento se hizo en atención a su talento, dulzura y elocuencia atractiva que le habían distinguido siempre entre los abogados y los consejeros que le llamaban el melifluo Bernardo61. Naturalmente el parecido entre el santo cisterciense y el ahora diplomático, no pasaba de ser una forzada comparación, pero el dato apunta al suavidad cortesana de Moñino, que como veremos, supo compaginar con una tesonera actividad. El que tuvo un disgusto tremendo fue el papa. Es seguro que estaba ilusionado con Ceballos, e incluso le hubiera gustado el conde de la Bagna al que Roda calificaba de «idiota tonsurado y untado», pues al fin era eclesiástico, pero el nombramiento de Moñino, cuya fama le debía preceder, la causo un serio contratiempo. Cuando se enteró de quien era el nuevo embajador, solo acertó a decir «Dios perdone a Su Majestad Católica»62. FERNÁN NÚÑEZ, Conde de, op. cit., I, p. 243. FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit. II, pp. 349-350. 59 Había sido nombrado el 31 de agosto de 1766 fiscal del Consejo de Castilla, y el 5 de mayo de 1772, consejero del mismo. CORONAS GONZÁLEZ, Santos M., Ilustración y Derecho. Los fiscales del Consejo de Castilla en el siglo XVIII, Madrid, Ministerio para las Administraciones Publicas, 1992, p. 253. 60 PINEDO, Isidoro, «El final de la campaña de extinción», capítulo VIII de: Las causas «gravísimas», p. 173. 61 FERNÁN NÚÑEZ, Conde de, op. cit., p. 243. 62 GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, «Pontificados», p. 170. 58 82 El conde de Floridablanca y la política de su época Las principales materias que Moñino llevaba a Roma como embajador consistían además de en la disolución canónica de la Compañía, la reorganización de la nunciatura de Madrid, la limitación del derecho de asilo en los lugares sagrados y la causa de canonización del Venerable Don Juan de Palafox y Mendoza. Pero no hay duda que la primera de ellas excedía a las demás en importancia y en interés que en ella habría de poner el diplomático. Evidentemente también enfatizó en la causa de Palafox, pero no por motivos espirituales, sino por las consecuencias que de ello se derivaría para infamar todavía más a los jesuitas, con los que el venerable había tenido algunas diferencias63. En realidad no empleó la misma atención en otras causas que entonces estaban abiertas, y que por su franciscanismo le tenían que ser muy gratas al rey. Así por ejemplo en las del sabio franciscano mallorquín, Fr. Raimundo Lulio y de la consejera de Felipe IV, la concepcionista Sor María de Jesús, la célebre Madre Agreda. El motivo de la desidia que hubo en estas cuestiones es que no tenían «nada que ver con la regalía»64. El embajador se encontró en Roma con uno de los pontífices de menos carácter y más mediocre que ha tenido la Iglesia. Era un franciscano conventual, es decir de la rama mitigada y claustral de la Orden de los Menores, que en España no existían, pues habían sido extinguidos por Felipe II. Su institución era distinta a la del P. Eleta, a pesar de pertenecer a la misma familia religiosa. No era una inteligencia de empaque, ni se distinguía por la fortaleza de carácter. Si no acudió a un pacto simoniaco para alcanzar la tiara sí, al menos, dio a entender que no tenía pasión alguna por la Compañía, y que por lo tanto era posible que la extinguiera. No hay duda que en este hijo laxo del Poverello, pudieron más la fuerza de la ambición y el orgullo. Pero una vez elegido, no se apresuró a extinguir la orden, su falta de valentía se lo impedía. Si no hubiera recibido las extraordinarias presiones de los príncipes, no se hubiera atrevido. Pero la coacción y la amenaza de que fue objeto fueron 63 64 MESTRE SANCHIS, Antonio, «Religión y cultura», pp. 659-660. PINEDO, Isidoro, «El final», pp. 173-191. Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 83 tan grandes que no pudo resistir65. Aun así, su espíritu nunca quedó tranquilo. Cuando Moñino llego a la Ciudad Eterna corrían toda clase de cábalas y presunciones sobre las maniobras de los jesuitas para impedir su extinción66. Tuvo la primera audiencia con el pontífice el 12 o el 13 de julio. Ya entonces Clemente XIV cometió la imprudencia de sincerarse con el embajador, hablando mal de la Compañía, a la que le atribuía algunas fechorías en su vida personal y desde fecha tan temprana como cuando el mismo pontífice había entrado en religión. En ésta primera entrevista Moñino urgió al pontífice declarara la extinción -a lo que el papa contradecía alegando la necesidad de tiempo, secreto y confianza para hacerlo- y le invitó a que confiase en un rey tan pío y voluntarioso, como el de España. Si Clemente XIV pensaba que con el relato de chismes maliciosos se habría de contentar el embajador del rey Católico estaba muy equivocado. Ya desde el principio cometió un evidente error con el enérgico diplomático al manifestarle su convencimiento de los horrorosos crímenes de los jesuitas. Moñino no comprendía que si el papa los sabía se mostrara tan renuente a extinguirlos, incluso reconoce que mayor consideración tendría a un pontífice escrupuloso67. También en éste mes de julio se entrevistó con el cardenal Macedonio, secretario de memoriales, que le comunicó que en el último cónclave el entonces cardenal Ganganelli había opinado sobre la conveniencia de la extinción frontal o gradual de la orden ignaciana. El pontífice ahora prefería seguir esta última vía, pero Moñino no, y Carlos III estaba a punto de perder la paciencia. Desde el principio se puso en comunicación Moñino con el general de la Orden de los Ermitaños de San Agustín, el peruano P. Francisco Javier Vázquez, cuya ojeriza hacía la Compañía era apa- GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, «Pontificados», pp. 165-167. FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit.,, pp. 355-356. 67 PINEDO, Isidoro, «El final», p. 175. FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit., pp. 359-366. 65 66 84 El conde de Floridablanca y la política de su época sionada. Entonces aconsejaba al embajador, como si éste necesitara semejantes alicientes, que actuara con vigor «para purgar la Iglesia de la peste que por dos siglos la tiene enferma»68. En realidad uno de los motivos por los que los agustinos se mostraban tan adversarios de los jesuitas era la discrepancia de estos con respecto a las obras teológicas de una de las eminencias del instituto el cardenal Noris69. Como en la abolición canónica de la orden tampoco medió procedimiento formal alguno y el papa se empeñó en que los trámites se llevaran con el mayor de los secretos, y solo en sus medios áulicos y cortesanos más inmediatos, Moñino hubo de atacar a este círculo íntimo. Era confesor de Clemente XIV, un fraile de su misma orden Fr. Inocencio Buontempi, del que el cardenal Bernis, embajador de Francia, decía que fue ganado por el embajador español con toda clase de medios de temor y de esperanza. Al parecer dominaba por entero a su penitente de tal manera que Moñino dirigió hacia él sus baterías, según confiesa en una carta suya del 7 de enero de 1773 a Grimaldi. Este sacerdote que según Luengo era «un fraile ignorante de misa y olla», y del que las hablillas en Roma aseguraban que era el amante de Victoria Bischi, esposa de Nicolás Bischi, no sobresalía por la observancia del voto de pobreza. Se dejaría cortejar por los favores del embajador, que tuvo que gastar en él gruesas cantidades para que desplegara su influencia sobre la conciencia del papa70. Otro de los colaboradores que el embajador atrajo en Roma fue el cardenal Marefoschi, cuya promoción a la púrpura por Clemente XIV se había publicado en el consistorio de 10 de septiembre de 1770. En el pontificado anterior, por su antijesuitismo no mereció grandes consideraciones, pero una vez que ascendió al so- GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, «Pontificados», p. 170. GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, «El jansenismo y el partido jansenista», capitulo VI, Historia de la Iglesia Católica», IV, p. 392. EGIDO, Teófanes, «Regalismo y relaciones Iglesia-Estado (s. XVIII)», capitulo III, Historia de la Iglesia en España, IV, pp. 133-134, 138, 197. 70 PINEDO, Isidoro, op. cit., pp. 176-178. GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, op. cit., p. 170. 68 69 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 85 lio Ganganelli, se rehabilitó, hasta el punto que el nuevo papa le encargó que le asesorase en materia de la extinción de la Compañía71. Pero acaso el prelado con el que Moñino colaboró con más cercanía fue con Don Francisco Javier Zelada, romano de nacimiento, aunque de origen español. Debió ser personaje de interesantes inquietudes culturales y muy en la línea de un purpurado ilustrado, aunque su fisonomía moral diste mucho de semejante aprecio. Su participación en el acoso de la Compañía debió ser puramente coyuntural y motivada por su afán de medrar con el apoyo de la corte española72. Por este motivo debió cambiar de bando cuando la legación de Moñino inclinaba hacia el bando antijesuita el peso de la política eclesiástica y civil. Roda lo consideraba jesuita de sentimientos, hasta tal punto de que había sido agente en Roma del cardenal toledano Fernández de Córdoba, al que en 1767 Carlos III desterrara por protestar de la expulsión de la Compañía. Azara tenía de él la peor opinión hasta el punto de considerarle infame, bribón, y jenízaro naturalizado de español. Pero nada de esto importó al embajador que se sirvió de él en los asuntos de la Compañía, y sobre el que derramó toda la largueza de los dineros de España73. En plena campaña contra la orden, en abril de 1773, fue elevado al cardenalato, por lo que su cooperación en la embajada de Moñino no le pudo resultar más ventajosa. A la primera audiencia papal, le siguieron otras más –el papa recibía al murciano los domingos–, y numerosas misivas y billetes en las que actuaba de mediador Buontempi, ocasiones en las que se iba estrechando el cerco sobre el timorato pontífice. En la audiencia del 23 de agosto Clemente XIV le participó su intención de acosar a la Compañía, sin proceder inmediatamente a PINEDO, Isidoro, «El final», pp. 175-176. RUIZ, F. J., «Francisco Javier Zelada», DHEE, IV, Madrid, Instituto Enrique Flórez, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1975, p. 2811. 73 PINEDO, Isidoro, op. cit., pp. 178-180. GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, op. cit., p. 171. 71 72 86 El conde de Floridablanca y la política de su época su supresión. Moñino tenía la idea de que la extinción estaba próxima74. En el mes de septiembre en el curso de un banquete que el embajador del Rey Católico ofreció nada menos que para festejar la clausura del seminario romano regentado por los jesuitas, se dejo decir que en el mes de noviembre se verían grandes cosas75. Pero las dilaciones papales no hicieron retroceder al embajador que de la dulzura pasó a la vehemencia76. En otra entrevista de 8 de noviembre, según él mismo confiesa empleó sobre la conciencia del pontífice el suficiente terror acompañado de dulzura y suavidad. Las cartas que el embajador manda a Madrid indican la violencia que solía emplear en las audiencias papales para reducir al pontífice77. Entre las amenazas que el embajador comunicó fue la de la extinción de todos los institutos religiosos y la de procurar para la Iglesia una organización episcopalista. Al apocado y poco sincero carácter del pontífice hay que sumar la situación, que por su propia voluntad, se colocó en el curso de las negociaciones con el embajador. Clemente XIV quiso llevar el asunto con el máximo de los sigilos, sin que intervinieran en materia tan espinosa los altos consistorios de la Iglesia. Se repite la misma escena ocurrida en Madrid: a los regulares les atribuían los mayores excesos y delitos, y sin embargo, tanto un soberano como otro, no se atrevían a sacar la causa a la luz. Por las razones que fueran, pero en cualquier caso entre ellas, por la debilidad personal y política del pontífice, este terminó por quedar a merced del inteligente Moñino. Gozó el embajador de una confianza extraordinaria del papa. Cosa bien extraña de que una supuesta víctima –no lo debía ser tanto como indica la irreflexiva confianza que ya desde el principio le mostró– se pusiera tan incondicionalmente en sus manos. Clemente XIV en carta a Carlos FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit., pp. 383-390. PINEDO, Isidoro, op. cit., p. 180. 76 FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit., pp. 394-402. 77 Ibídem, pp. 420-431. PINEDO, Isidoro, op. cit., p. 181. 74 75 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 87 III de 8 de julio de 1773 lo denominaba «honestissimo Signore Giuseppe Mognino»78, e incluso solía llamarle «carisimo Pepe»79. En todas estas agrias negociaciones se mezclaban los asuntos puramente religiosos con los políticos que el diplomático español solía esgrimir con arrogante audacia. El embajador decía al papa, de acuerdo con los franceses, en la audiencia del 6 de septiembre que le serían restituidos Avignon, Benevento y Pontecorvo, si transigía en la extinción, pero a esto Clemente XIV le replicó «Yo no trafico en este negocio». El siguiente día 5 de noviembre mandó ocupar las ciudades pontificias de Nonciglione y Castro a fin de atemorizar al papa y el día 12 le conminó con suprimir todas las órdenes religiosas en España y romper las relaciones diplomáticas80. Tales presiones terminaron por surtir el efecto deseado. El papa extenuado llegó a comunicar al embajador Bernis su voluntad definitiva de suprimir la Compañía81. Al fin el papa a finales de noviembre comunicó a Moñino su voluntad de proceder con prontitud a la extinción. Por entonces se estaban acometiendo por orden papal ciertas providencias de inspección sobre las casas de la orden, medidas planeadas para dilatar la extinción, pero el papa veía que tales tardanzas lejos de enervar el brío de Moñino, lo aumentaban. El proceso de redacción del Breve muestra a las claras el servilismo en el que cayó Clemente XIV. Aunque primero indicó que fuera el cardenal Negroni el que redactara las letras, al final por indisposición de éste, fue elegido Zelada. Aunque no gustó en principio a Moñino se avino y además le hizo participe que su diligencia en la tarea le aportaría sustanciosos beneficios. La primera redacción del Breve la hizo el propio Moñino, dándole forma Zelada y añadiendo algunas precisiones el papa, a quien se le presentó 78 79 80 81 PINEDO, Isidoro, op. cit., p. 181. FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit., p. 438. GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, op. cit., p. 171. FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit., pp. 415-440. 88 El conde de Floridablanca y la política de su época la minuta el 4 de enero de 1773. El embajador la mandó a Madrid, en donde Carlos III no cabía de satisfacción. El 5 de marzo, con todo secreto, comunico el borrador a los reyes de Nápoles, Portugal y Francia y a la emperatriz de Alemania. Pero aun así el papa no terminaba de decidirse, a lo que Moñino, entre la zozobra y la esperanza, siguió aplicando su vigor e interés82. Una de las excusas que finalmente puso el pontífice fue la opinión que sobre la proyectada extinción podía exponer los príncipes católicos, y especialmente la corte vienesa, según comunicaba Moñino a Grimaldi. Pero desde España éste consiguió allanar todos estos inconvenientes a fin de asegurar al papa que la disolución no iba a provocar nuevos conflictos con las coronas83. Por fin Clemente XIV firmó el Breve, en Santa María la Mayor, una de las grandes basílicas romanas de antigua vinculación con España, el 21 de julio de 1773, titulado por sus primeras palabras Dominus ac Redemptor84. A pesar, sin embargo de ésta fecha la verdadera firma debía producirse el 15 de junio o en alguno de los días anteriores, pues además ya el 17 de junio lo tenía Moñino en sus manos. El documento fue impreso en una máquina clandestina de la embajada española en Roma, que antes había servido a Moñino y a Azara para hacer otras travesuras como escribir libelos contra los jesuitas y hojas para asustar al papa. Clemente XIV nombró al efecto una comisión compuesta por cinco cardenales, Marefoschi, Corsini, Zelada, Carraffa Traietto y Casale y dos asistentes Manfredonio y Alfani. La mayor parte de ellos no podía ser más del gusto de Moñino. Antes de que se publicara el Breve celebraron los jesuitas el día 31 de julio la festividad de su fundador. La solemnidad tuvo lugar en la iglesia del Gesú, y señal de la soledad que entonces los jesuitas percibieron en que estaban por parte de las altas jerarquías FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit., pp. 442-454. GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, op. cit., pp. 171-177. 83 Ibídem, p. 172. 84 FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit., pp. 469-470. 82 8. Pio VI (1775) Pompeu Girolamo Batoni Museos Vaticanos. Roma. En el cónclave que siguió a la muerte de Clemente XIV, celebrado en Roma el 15 de febrero de 1775, salió elegido el cardenal Gianangelo Braschi, que tomó el nombre de Pío VI, un prelado independiente, que mantendría la disolución de la Compañía. Logrados los propósitos que le destinaron a Roma, la estancia de Floridablanca en la ciudad Eterna había llegado a su fin. Por ello solicitó ser relevado de su cargo y regresar a España. Poco antes de cesar en su embajada pudo escribir “En Roma no queda pendiente cosa grave”. Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 91 eclesiásticas es que a ellas solo asistió el cardenal Carlos Rezzonico, sobrino el papa Clemente XIII. El 16 de agosto se publicó la supresión, y tres días después las cartas de Azara y Moñino llevaban a la Corte Católica la noticia85. En la tarde del mismo día 16 se notificó el Breve a la curia general de la Compañía, en la casa profesa del Gesú. Allí se presentaron con compañía de soldados el secretario de la comisión cardenalicia Manfredonio y su asesor Alfani, ambos amigos de Moñino, y el último, según el insigne humanista Cordara hombre pérfido y detestable. En la portería se leyó el Breve al general Ricci, a sus asistentes y secretario. El superior solo contestó «Yo adoro las disposiciones de Dios; los decretos del sumo pontífice no necesitan de mi aprobación: son sagrados». Fue confinado en su celda con la custodia de dos granaderos. En el mes de septiembre siguiente Ricci con otros jesuitas fueron encarcelados en el castillo de Sant´Angelo, sin permitírseles la más mínima comunicación con el exterior, y en unas condiciones de estrechez muy amargas86. El texto del Breve es un fiel trasunto de lo que pensaba la corte española. La exposición de motivos histórico-jurídica es un reflejo de la voluntad de Carlos III. Se le ocurre recordar la prohibición de Inocencio III sobre crear nuevas ordenes religiosas, como si la Santa Sede desde el siglo XII hasta entonces no hubiera superado aquella disposición repetidísimas veces y sin que al parecer se le ocurriera en el momento presente aplicar medidas restrictivas con otro instituto que el de los jesuitas. También refiere que el papa Inocencio XI había prohibido en 1684 a la Compañía dar el hábito a más novicios, cuando en realidad lo que hizo este pontífice, que sentía gran estima por la orden, fue vedar solo a las provincias italianas la recepción de nuevos religiosos, hasta que los misioneros en Extremo Oriente no se sometieran a los vicarios apostólicos, en el marco de los conflictos entre el patronato real portugués y la Congregación de Propaganda Fide, prohibición que fue derogada en 1689. 85 86 PINEDO, Isidoro, «El final», p. 187. GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, op. cit., p. 173. 92 El conde de Floridablanca y la política de su época Aunque reconoce que la Compañía había sido aprobada repetidamente por los papas y había causado indudables bienes a la Iglesia, sin embargo no era esta la situación actual. Su existencia causaba rivalidades con otros institutos, con el clero secular, con las universidades y con los mismos soberanos, y no podía ahora, por las crecientes quejas que motivaba su existencia, rendir aquellos beneficios. En la parte propiamente prescriptiva ordena la extinción de la Compañía como persona jurídica, la reducción al clero secular de sus presbíteros, el despido de los novicios y la imposibilidad de los profesos de votos simples de ascender a mayores. También prohíbe a toda persona, pero especialmente a los hasta ahora jesuitas, bajo pena de excomunión reservada a la Santa Sede, traten a favor o en contra de la extinción87. Moñino cuidó mucho que semejante dureza no se relajara. En 1775 el nuevo papa Pío VI no se atrevió a liberar a Ricci, que permaneció hasta su muerte acusado, pero no sujeto a proceso. Solo le envió su bendición. El ahora ya conde de Floridablanca velaba para que no hubiera medida alguna de lenidad. Según escribía a Roda el 9 de marzo de 1776 «yo estoy en acecho de lo que se piensa y hace». Falleció el general el 24 de noviembre de 1775 cinco días después de declarar su propia inocencia y la de su orden. Ni entonces ni después, jamás, se celebró juicio alguno en el que conforme a Derecho se sustanciara las atribuidas responsabilidades delictivas a la Compañía88. Clemente XIV falleció el 21 de septiembre de 1774, al parecer con toda tranquilidad, a pesar de los desasosiegos e inquietudes que tuvo tras decretar la supresión. Su gobierno había sido nefasto. El agente imperial Brunati comunicaba a la corte de Viena el siguiente 2 de octubre el estado de confusión en que quedaba la Santa Sede tras un pontificado inerte y apático, en el que el papa se había rodeado de unos pocos privados, versátiles, caprichosos, 87 88 GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, op. cit., pp. 174-177. Ibídem, p. 173. 9. Carlos III Grabado Carlos III se mostró creyente convencido del derecho divino de la realeza con unos ribetes muy poco populares y sociales. En realidad este autoritarismo extremo, escondía el conocimiento íntimo de lo endeble y precario de la realeza. Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 95 ineptos y cínicos. El pueblo romano todo jesuita, según declaraba Azara prorrumpió en aceradas sátiras y punzantes versos de una increíble ferocidad contra la administración pontificia89. Entre los estados en los que no pudo ejecutarse el Breve de extinción fueron los sujetos a la soberanía de la emperatriz Catalina II de Rusia. La soberana de religión cismática no se consideró obligada a publicar el mandato de una autoridad eclesiástica que ella no reconocía. En 1774 enterado Floridablanca protestó con su acostumbrada energía ante Pío VI, pero de nada le sirvió, pues la zarina escribió a Carlos III, defendiendo su libertad de conservar a los jesuitas en sus dominios por motivos que yo se90. Muy pronto la orden pudo recuperarse, siquiera precariamente, aun en vida de Carlos III y de su embajador. Cuando uno y otro eran polvo y ceniza, sería restaurada por Pío VII en 181491. Clemente XIV solo sobrevivió, por lo tanto, poco más de un año a la extinción de la Compañía. El 5 de octubre de 1774 se abrió el cónclave que habría de elegir a su sucesor. Tuvo en él Moñino una intervención constante con el fin de afianzar las conquistas logradas en el pontificado anterior, aunque el que desplegó mayor influencia fue el cardenal Bernis. Al fin el 15 de febrero de 1775 salió nombrado el cardenal Gianangelo Braschi que tomó el nombre de Pío VI, un prelado independiente, que mantendría la disolución de la Compañía92. Poco antes de cesar en su embajada Floridablanca pudo escribir «En Roma no queda pendiente cosa grave»93. Era la satisfacción del diplomático que había servido no solo con verdadera voluntad, sino con reconocido éxito al regalismo de su soberano Amo. Ibídem, pp. 181-182. FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit., p. 486. GARCÍA-VILLOSLADA, op. cit., pp. 179-180. 91 Ibídem, pp. 180-181. 92 FERRER DEL RÍO, Antonio, op. cit., pp. 507-512. 93 Ibídem, p. 513. 89 90 96 II. El conde de Floridablanca y la política de su época El protagonismo ministerial (1777-1792): del autoritarismo al absolutismo a. El Rey y el reino Desde finales de 1776 a 1792 el conde de Floridablanca es el personaje político más importante de España, eso si, después del rey, si es que a la figura soberana se quiere atribuir, como establecía el ordenamiento de la época, la última y verdadera instancia de las decisiones. Su antiguo colega, Campomanes, en 1786 sería nombrado presidente del Consejo de Castilla. En el orden jerárquico este oficio era el inmediato a la Corona, sin embargo tal calidad no suponía la correspondiente beligerancia en el orden político. Estamos en una época en la que por encima de la formalidad administrativa va primando la materialidad del efectivo ejercicio del poder; éste se había desplazado cada vez más desde los consejos al entorno más inmediato de la realeza, es decir de aquellas instituciones heredadas de la época austracista a los secretarios reales, a los que los Borbones confirieron un preponderante protagonismo sobre los viejos consejos. De ahí que Floridablanca pueda ser considerado como el colaborador más influyente y de mayor relevancia en el reinado de Carlos III, a partir de 177694. La presencia de Floridablanca en la cúspide de la administración, se encuadra, por lo tanto, en el periodo más interesante del reformismo ilustrado y de la política absolutizante del poder real. Como se verá, en este tiempo se producen los cambios suficientes como para asegurar que la administración central se va configurando sobre un auténtico equipo ministerial coordinado mediante la superación de la vieja organización consiliaria, y que la monarquía autoritaria se perfila cada vez más como un poder absoluto95. Moñino es sin lugar a dudas uno de los políticos de aquel tiempo que se muestra más proclive a acentuar estas dos tenden- 94 95 ESCUDERO, José Antonio, op. cit. I, pp. 363-551. RUIZ ALEMÁN, Joaquín «Estudio», pp. 24-67. Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 97 cias. Para ello había causas evidentes, por un lado agilizar, racionalizar y hacer más eficaces los principios rectores de la acción de gobierno, y por otro, concentrar ésta en la Corona y en su entorno inmediato, con exclusión o sometimiento de las demás instituciones, civiles y eclesiásticas, y del propio cuerpo social. La impronta de este pensamiento político será persistente, aun después de la muerte de Carlos III (1788), y de la exoneración de Floridablanca (1792). En el reinado siguiente, pese a la bondadosa pero limitadísima personalidad de Carlos IV, y a la desorientación que le caracterizó, se continuó en tal línea. Pero fue una perseverancia precaria y esquizofrénica, que sucumbió ante la primera gran crisis que experimentó el Antiguo Régimen96. Solo veinte años después de la defunción de Carlos III, España se vio inmersa en una de las más graves hecatombes que padecería a lo largo del siglo XIX. La administración que había sido tan receptiva a los impulsos renovadores dieciochescos –estaba llena de oficiales educados en el despotismo ilustrado− se derrumbó estrepitosamente ante el ejército francés. Sin embargo, la sociedad, el pueblo, nada receptivo del reformismo carlostercista, defendió la causa nacional precisamente manifestando los viejos principios religioso-políticos, ideales que no habían sido manipulados por las ocurrencias renovadoras97. Estos datos nos tienen que hacer reflexionar sobre hasta qué punto la Ilustración, en el orden político, dio los pasos en sentido correcto para modernizar el país, y para enfrentarse a los desafíos de una nueva circunstancia98. Normalmente se ha presentado a los ilustrados como sensatos renovadores, frente a los defensores del Antiguo Régimen, a los que se identifica como puros reaccionarios sin porvenir. Evidentemente entre unos y otros y en unos y otros existe una amplia gama de matices y modulaciones. En el último partido suelen incluirse MURIEL, Andrés, Historia de Carlos IV, I-VI, Madrid, Real Academia de la Historia, 1893-1895. 97 Cfrs.: SARRAILH, La España ilustrada, pp. 110-151. 98 Cfrs.: DOMÍNGUEZ ORTIZ, op. cit., pp. 495-515. 96 98 El conde de Floridablanca y la política de su época sectores de la Iglesia y la nobleza no identificados con los principios reformistas, y un amplio espectro de la población llana, el pueblo. Si resulta perfectamente explicable que aquellos resistieran la implantación de las nuevas ideas, es menos comprensible la renuencia popular, pues, al menos, según la teoría explicada, la renovación tendía a mejorar su circunstancia vital y política con la superación de la decadente sociedad estamental99. Adjudicar esta resistencia al dominio político y económico que sobre el pueblo ejercía la nobleza, o al influjo moral de la Iglesia, no es más que una interpretación fácil, pero no por repetida, convincente. Por eso parece más acertado enunciar la lid entre reformistas y tradicionales no, sobre la diatriba entre los conceptos teóricos de progreso y reacción, sino sobre los criterios prácticos y los resultados. De ésta forma se verá a quién en realidad favorecían las iniciativas ilustradas, por encima del discurso ideal e irreal de los renovadores. Basta un ejemplo para darse cuenta de la artificiosidad de la Ilustración, pero no sobre los muchas veces plúmbeos y farragosos escritos, sino a partir de las consecuencias prácticas. Una de las líneas constantes del pensamiento dieciochesco es la de poner límite a la adquisición de bienes raíces por parte de las manos muertas, en especial la Iglesia. A ella el mismo Floridablanca dedica varios apartados en la célebre Instrucción reservada. La primera ocasión en la que se pudo observar como funcionaba esta política tuvo lugar en tiempos de Carlos IV, con la desamortización de los beneficios que no tuvieran adscritos curas de almas y de los establecimientos de beneficencia. Los resultados no pudieron ser más desoladores, ni se logró la aparición de una clase de pequeños propietarios, ni se alivió la carga económica que pesaba sobre el fisco, y por el contrario se ocasionó un serio quebranto a la beneficencia, que desde entonces no levantó cabeza. La ideal operación se saldó con el más rotundo de los fracasos, y además atrajo las iras populares. Algunos de sus gestores fueron asesinados sin más por un pueblo que 99 HERR, Richard, España, pp. 166-194. 10. Jerónimo Grimaldi Antonio de Marón Grabado, 1784. Biblioteca Nacional. Madrid De origen genovés, Grimaldi participó en todos los acontecimientos importantes en los reinados de Fernando VI y de Carlos III. En 1772, tras la renuncia Aizpuru, el entonces primer ministro de Carlos III, Grimaldi, propone a Floridablanca como embajador en Roma. A finales de 1776 estaba decidida la retirada del marqués de Grimaldi y su sustitución como Secretario de Estado por el conde de Floridablanca, por lo que el homólogo francés, conde de Vergennes, esperaba que el nuevo Ministro español continuara la política de unión que venía existiendo entre las dos Cortes. Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 101 vio en ella, no una medida que le favoreciera, sino una maniobra en la que se enriquecieron unos pocos100. Para enjuiciar con acierto lo que supuso la Ilustración, no es, por lo tanto suficiente fijarse en la formalidad de la ley, ni en los enunciados grandilocuentes de tratados y memoriales que se prodigaron con asombrosa proliferación –tarea por otra parte fácil- sino sobre la efectividad real de las providencias, o sea, sus resultados prácticos. Entonces la visión por objetiva, no es tan halagüeña. Es manifiesto que con el despotismo dieciochesco la sociedad comenzó a ver en la monarquía una realidad indescifrable. Esto no quiere decir que con anterioridad estuviera siempre de acuerdo con las decisiones políticas, ni muchos menos, disentía pero solía poder elucubrar los motivos… En la segunda mitad del siglo XVIII, comienza a ocurrir algo completamente distinto: la monarquía es una esfinge misteriosa y hermética. Este rasgo fue propulsado por la propia realeza al enclaustrarse en una imposición implacable e individualista. Es seguro que la mayor parte de los españoles no comprendieron las razones que llevaron a Carlos III a expulsar a los jesuitas, y es que además el propio monarca no las quiso decir, posiblemente, porque pese a los que nos transmiten sus biógrafos, no quedó muy convencido. La sociedad obedeció porque asi se le mandaba y sin rechistar, pero sin pensar que eran justas. También es seguro que tampoco encontraron la correspondencia entre la legalidad y los ideales, en la tan traída y llevada pragmática de matrimonios desiguales de 23 de marzo de 1776, en todo disconforme con la tendencia superadora del estamentalismo, que caracteriza al pensamiento ilustrado101. En el orden público esta norma modificaba una ley fundamental, la de la sucesión de la FRIERA ÁLVAREZ, Marta, La desamortización de la propiedad de la tierra en el tránsito del Antiguo Régimen al Liberalismo (La desamortización de Carlos IV), Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, Caja Rural de Asturias, 2007. 101 FERRER DEL RÍO, Antonio, Historia, III, Madrid, Imprenta de los Señores Matute y Compagni, 1856, Ed. Facs. Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid, 1988, pp. 142-148. 100 102 El conde de Floridablanca y la política de su época Corona, sin el necesario acuerdo de las cortes, pero de forma tan grosera y zafia que hasta el propio biógrafo de Carlos III, Fernán Núñez, dudaba, que llegado el caso, supusiera la privación de los derechos reales al desgraciado infante Don Luis102. Aun hoy no se conocen las causas por las que el monarca firmó semejante providencia, ni aun más, su comportamiento sobre el matrimonio de su hermano. Y es que el reinado de Carlos III causa en numerosas ocasiones, sobre todo, perplejidad. El desenlace definitivo, y con consecuencias muy graves, de este sospechoso sigilo es la supuesta modificación de la ley fundamental de sucesión en las cortes de 1789. Pocas veces se hicieron las cosas tan mal en materia tan importante. La herencia política de Carlos III y sus colaboradores, con su reserva y con sus contradicciones internas, no resultó ser la aportación más acertada para que el país se encarara con la revolución y saliera airoso ante los embates del liberalismo. Carlos III y sus ministros, entre ellos Moñino, plantearon el reformismo sobre una base inarmónica y contradictoria. Planificaron con una perspectiva futurista la reconversión de, prácticamente todas las realidades e instituciones de la nación, quisieron ahuyentar el marasmo con que se distinguía la sociedad y programaron una nueva funcionalidad para todas ellas. Este dirigismo trato de conmocionar todo, o mejor dicho casi todo, porque de una alteración tan generalizada procuraron que se librara la propia monarquía. A la realeza le aplicaron unos criterios distintos y aun opuestos. Pretendieron robustecer la autoridad real como una instancia implacable e intervencionista, cuyo activismo debía contrastar con la pasividad obediente y dirigida de las demás instancias. No se trata de una monarquía paternal, sino paternalista. Se puede decir que desde entonces la soberanía real se transformó verdaderamente en un poder absoluto, al que se debía una sumisión completa, en cuerpo y en alma. En consecuencia, el reformismo descansaba sobre una contradicción interna que tendría fatales efectos ¿cómo una sociedad más culta y revitalizada, al menos según la teoría ilustrada, iba a coexis- 102 FERNÁN NÚÑEZ, Conde de, op. cit., I, p. 273. Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 103 tir con una monarquía arcaica, e incluso en franco retroceso hacia el pasado? No hay duda que de haber continuado la dinámica ilustrada aquella terminaría por exterminar a ésta, y no se hubiera contentado con ser una entidad obediente, solo pronta a cumplir los mandatos reales, los considerara buenos o no, fueron legales o no, pero solo respetables, porque los ordenaba el rey. Semejante voluntarismo no podía tener consecuencias felices. Los hechos futuros se desarrollarían de otra manera, porque mientras la Ilustración no pudo redondear su empresa, las perturbaciones de la historia la zarandeó de tal modo que sus intentos terminaron trágicamente. Al haber establecido el eje político de forma exclusiva y excluyente, en la Corona, expuso todo el sistema a la voluntad del monarca, sin límites ni criterios, con lo que los quebrantos del XIX, eran acontecimientos fácilmente adivinables. Nunca, ni en los tiempos de reyes tan personalistas y laboriosos, como Felipe II, se había conceptuado la autoridad monárquica sobre bases tan excluyentes y tan monopolizadoras de la voluntad y la decisión políticas. Es, en consecuencia en estas coordenadas en las que hay que encuadrar la actividad ministerial de Floridablanca. Probablemente el fracaso de la Ilustración proceda de haber querido caminar sobre dos veredas de difícil confluencia, de profesar una desconfianza creciente por el cuerpo social y de confiar enteramente el engranaje político a la personalidad de la realeza. b. La trayectoria de Floridablanca El aristócrata genovés Jerónimo Grimaldi fue sobre todo desde el año 1772 a 1776, el personaje de mayor influencia pública en España. Carlos III siempre lo había distinguido con su favor, a pesar de que el príncipe de Lobkowitz no lo consideraba muy trabajador. Pero el monarca, muy renuente a los cambios, se acostumbró a este italiano prudente e identificado con las máximas del reinado103. 103 ESCUDERO, José Antonio, op. cit., pp. 311-361. 104 El conde de Floridablanca y la política de su época La política agresiva del sultán de Marruecos, amenazadora sobre Melilla y el Peñón de la Gomera, obligó a España a intervenir militarmente en el norte de África104. Uno de los que se mostraron más partidarios de la campaña fue Grimaldi, por eso el fracaso ante Argel de O´Reilly, lanzó un definitivo ariete a su alta posición. Floridablanca desde Roma, le escribía explicando el contratiempo mediante un significado providencialista, fácil recurso para no profundizar en las causas verdaderas del fracaso105. Sin embargo esta sesgada interpretación no fue la general, y tanto el ministro como el militar tuvieron que recibir las mayores acusaciones, empezando por las quejas de la propia oficialidad. El partido aragonés, a pesar de la ausencia de Aranda, aprovecho la ocasión para derribar al italiano, al que alguna letrilla tachó de traidor. A principios de 1776 se produjo un reajuste ministerial, pero el monarca resistía la remoción de su secretario de Estado, que en la nueva composición ministerial padeció cierto aislamiento. También le abandonó el favor de las cortes extranjeras, y desde el cuarto del heredero del trono, el príncipe Don Carlos, se intrigaba para desalojarlo. La oposición no solo fue general, sino que adquirió notas de especial violencia y afrenta personal. Así las cosas, si Grimaldi ya deseaba retirarse, el monarca no tuvo carácter para mantenerlo. Presentó su renuncia el 7 de noviembre de 1776, y Carlos III, no tuvo otro remedio que aceptarla el siguiente día 9. Es fácilmente imaginable, la intima contrariedad de éste, al tener que ceder a la presión popular, cortesana y política, que le obligaba a prescindir de un colaborador tan estimado. Como era corriente se barajaron diversos pronósticos sobre quien iba a ocupar la secretaría de Estado, y comenzó a hablarse como sucesor al embajador Moñino. Y esto fue lo que ocurrió. La elección de Floridablanca, descontentó a la nobleza y disgustó a los aragoneses, por razones evidentes. En realidad el nombramiento había sido pactado entre Carlos III y el ministro saliente, por lo que la 104 105 FERRER DEL RÍO, Antonio, Historia, III, pp. 103-140. FERNÁN NÚÑEZ, Conde de, op. cit., II, pp. 119-220. Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 105 situación que ahora se estrenaba, no podía ser calificada de otra manera que de continuista. El electo, embargado por una formal modestia, reconocía la aflicción de animo con que acogía su promoción y la desproporción entre sus fuerzas con el gran peso de los objetos a que la providencia y la bondad del rey le habían querido destinar. Tres años después sentía nostalgia por su época de fiscal106. Floridablanca dejó Roma en diciembre –en cuya embajada le sucedía Grimaldi−, pero no se dio gran prisa en llegar a la Corte. Estuvo casi dos meses en Nápoles, por eso llegó a Madrid el 18 de febrero de 1777. Agradecido al que había sido su antiguo protector, gestionó para él, la grandeza y el título de duque, que naturalmente el monarca concedió. Nada más hacerse cargo de la secretaria comenzó con toda vocación al despacho de los asuntos107. La política internacional, tradicional competencia del empleo, le ocupó mucho tiempo. El 12 de abril de 1779 se firmó en Aranjuez un pacto con Francia, que ante las nuevas circunstancias, la independencia de las colonias inglesas en América del Norte, significaba la guerra. Carlos III, ya desde su reinado napolitano, cuando había sido humillado por la armada británica, había cobrado un rencor inextinguible hacia Inglaterra por lo que la nueva confrontación tenía para él el sabor del desquite. Cuatro años después se firmaba la paz en Versalles, negociada por Aranda, enemigo declarado del secretario de Estado. Floridablanca demostró en su secretaria un indudable talento político, pero su carácter y su creciente protagonismo le granjearon la animadversión de los aragoneses, que dirigidos desde Paris por Aranda no cesaban de torpedear sus bases. En éste tiempo, se consolidó una práctica palatina, que iba a tener en el futuro las más nocivas consecuencias. El propio heredero del trono, intervenía de hecho en la alta política con la ayuda desde Francia del enemigo FERRER DEL RÍO, Antonio, Historia, III, pp. 149-163. ESCUDERO, José Antonio, op. cit., pp. 356-361. 107 FERRER DEL RÍO, Antonio, Historia, III, pp. 163-180. El Curso de la actividad ministerial de Floridablanca se toma principalmente de José Antonio ESCUDERO, op. cit., pp. 363-551. 106 106 El conde de Floridablanca y la política de su época más caracterizado de Moñino, es decir Aranda. La correspondencia entre ambos revela la animosidad que se fraguaba contra él. El Grande atribuía al murciano el hecho de que Carlos III no le mostrara la consideración que sus cualidades merecían, a la vez que minusvaloraba las del Secretario de Estado. Aranda, incluso alude a la cuna distinta en él y en el hijo del escribano, lo que señala que incluso en aquellos tiempos en los que las preferencias del nacimiento parecían amortiguadas, sin embargo servían de argumento político. Los escritos de Aranda manifiestan el resentimiento de la aristocracia ante la predilección que Carlos III demostraba por estos individuos incoloros. También refleja la idea de que el propio Floridablanca había suplantado la voluntad del mismo monarca, insinuación peligrosa para un soberano tan celoso de su poder como Carlos III. Pero lo cierto es que su activismo político fue cada vez mayor y más intervencionista, incluso en los campos de otras carteras, como ocurrió con la de Guerra, ocupándola Don Miguel de Muzquiz, personaje poco familiarizado con esta materia. El 22 de abril de 1781 el embajador en Paris, remitía al Príncipe de Asturias, un plan de gobierno, que era una poco velada crítica a la gestión de Floridablanca. En él se le acusaba de mediatizar la correspondencia entre los embajadores y el rey, de manera que éste no llegaba a tener conocimiento exacto de lo que aquellos le transmitían. También el aragonés propone una reorganización de la cúspide administrativa inmediata a la figura regia, en la que desea cobre nueva beligerancia el Consejo de Estado, entonces escasamente decisorio. En la composición de este organismo Aranda estima que debía preferirse a los militares y a los diplomáticos, y en menor medida a los eclesiásticos y togados. Es indudable que tal propuesta iba dirigida muy particularmente contra Floridablanca, cuyo despotismo excluyente y origen letrado suscitaba el resquemor despreciativo de Aranda. Este negaba al clero y a la abogacía capacidad política, de tal manera que o eran anodinos, inservibles o extremosos: «sus discursos no los forman para discursos políticos, y mas presto los inclinan a sophismas e irresolución, o salen tan despepitados que no paran en barras» Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 107 Las maniobras de Aranda y las intromisiones del príncipe Don Carlos, no ocasionaron la más leve duda en la confianza real con Floridablanca. En agosto de 1782 fallecía el Secretario de Gracia y Justicia, Don Manuel de Roda, gran amigo de Aranda en el ministerio, y el monarca nombró para sucederle al propio Moñino. Ciertamente el embajador en Paris no podía recibir más desdenes de Carlos III. En 1781 animó Floridablanca el establecimiento de un banco nacional, propuesta que presentaba a la Corona Don Francisco Cabarrús. El secretario de Hacienda, Don Miguel de Muzquiz, conde de Gausa, se encontraba superado por ésta y otras iniciativas, pero al fin el Banco de San Carlos era creado el 2 de junio de 1782. En el equipo ministerial de que formaba parte Moñino, éste conservaba un predominio evidente: González de Castejón en Marina, carecía de una personalidad relevante, Gálvez, en Indias, estaba absorbido por los asuntos de ultramar, y Muzquiz en Guerra y Hacienda, se encontraba cansado y en algunos casos no daba muestras de competencia. A partir de 1783 se abre una edad de cambios ministeriales. El 19 de marzo fallecía Castejón, y era nombrado para sucederle el insigne bailío Don Antonio de Valdés y Bazán, que pese a su sincera resistencia hubo de tomar posesión de la cartera el 16 de abril. El 25 de enero de 1785 moría Muzquiz, y fue nombrado para sucederle Don Pedro López de Lerena, o de Lerena a secas, como gustaba le apellidaran, que se encargó en propiedad del despacho de Hacienda, y de forma interina del de Guerra. Esta última elección fortalecía de forma muy clara la posición de Floridablanca, pues el agraciado había sido escribiente suyo. Desde principios de 1785 desempeñaba Estado y Justicia, Floridablanca, Indias, Gálvez –al que le tocó un ministerio de agobiante trabajo que desempeñó con especial eficacia−, Marina, Valdés, y Hacienda y Guerra, Lerena. Este último fue descargado de la última de sus competencias en junio de 1787, al ser nombrado Don Jerónimo Caballero. Al fallecer el 17 de junio de 1787, Don José de Gálvez, marqués de Sonora, el ministerio de Indias se dividiría en dos. 108 El conde de Floridablanca y la política de su época Este último año, 1787, acaso sea el más emblemático de la actividad ministerial de Floridablanca. Por entonces los diversos secretarios de Estado y del Despacho mantenían, aunque sin regularidad, lo que podrían llamarse unas juntas ministeriales, especie de embrión de un consejo de gobierno. El 8 de julio Carlos III promulgó el real decreto que establecía la Suprema Junta ordinaria y perpetua de Estado, lo que representaba la institucionalización de esta práctica, usual hasta entonces108. Que fue Floridablanca el que principalmente inspiró esta medida es indudable, aunque después, ante los ataques que recibió, tratara de evadirse de la responsabilidad al completo. En el Memorial que escribiría en 1788 reafirmaría los objetos de este alto organismo, según el propio decreto de su constitución: «Los objetos principales de la Junta de Estado, según el real decreto de su erección de 8 de julio de 1787, son dos, a saber, tratarse de los negocios de que puede resultar regla general, ya sea estableciéndola, o ya revocándola o enmendándola; y examinarse las competencias entre las secretarías del Despacho o de los tribunales superiores, cuando no se hubieren éstas decidido en junta de competencias, o por su grave urgencia y otros motivos conviniere abreviar su resolución.»109. La creación de la nueva institución suponía una postergación del sistema polisinodial, a pesar del mantenimiento del Consejo de Estado, un robustecimiento de la propia figura de Floridablanca en su calidad de secretario de Estado y un protagonismo fundamental de aquella en el nombramiento de los altos funcionarios110. 108 Véanse las actas de la Junta Suprema de Estado: ESCUDERO, Los orígenes, II, Madrid, Editorial Complutense, 2001, pp. 161-882. 109 Memorial presentado al Rey Carlos III y repetido a Carlos IV, por el Conde de Floridablanca, renunciando el ministerio. Este documento se encuentra publicado en: Conde de Floridablanca, Obras originales, pp. 307-350. Conde de Floridablanca, Escritos políticos, pp. 287-416. La referencia presente: Conde de Floridablanca, Escritos políticos, p. 396. Se cita en lo sucesivo por esta edición. 110 Cfrs.: ESCUDERO, José Antonio, op. cit., pp. 434-436. Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 109 Adjunta al real decreto de 8 de julio de 1787 y con la misma fecha se dató la célebre Instrucción reservada, de la que nos hemos de ocupar con detenimiento más abajo y que a decir de Escudero «constituye quizás el documento más extenso, ambicioso y comprehensivo que jamás haya recibido un organismo de la administración central española»111. En el mismo tiempo en que se decidían materias tan importantes, se seccionaba el ministerio de Indias, en dos, aunque de forma interina, uno que se ocuparía de los asuntos de Gracia, Justicia y materias eclesiásticas, que se conferiría a Don Antonio Porlier, y otro de los de Guerra, Hacienda, Comercio y Navegación, concedido provisionalmente al secretario de Marina, Valdés. No parece que la división ministerial fuera la solución que prefería Floridablanca, partidario de un arreglo más centralizado. Estos significativos cambios, operados principalmente por la intervención de Floridablanca, y la presencia, de nuevo, en la corte del conde de Aranda, que regresaba de su embajada en Paris, abrió un periodo de hostilidades entre ambos próceres y sus parcialidades. Un decreto sobre honores y precedencias dio lugar a que el brioso aragonés reiniciara sus ataques en mayo de 1788. Por entonces apareció un papel anónimo titulado Conversación que tuvieron los condes de Floridablanca y de Campomanes en julio de 1788112, en el que se atacaba la persona y la ejecutoria pública de Moñino. Parece que en la redacción del panfleto, que circuló profusamente, habían intervenido conocidos militares, por lo que se dio nuevos destinos, para alejarlos, a algunos de ellos como el marqués de Rubí, Don Antonio Ricardos y el conde O´Reilly. No había duda que Floridablanca, por su creciente protagonismo en la cúspide del gobierno del reino, y acaso también por su carácter arrogante e imperioso, cada vez se granjeaba más enemigos. Por eso la literatura sin autor en su contra no se contuvo. Un nuevo panfleto, lleno de sarcasmo, apareció para denostarlo, se titulaba Carta de un vecino de 111 112 Ibídem, pp. 436-437. Conde de Floridablanca, Obras originales, pp. 273-276. 110 El conde de Floridablanca y la política de su época Fuencarral a un abogado de Madrid, sobre el libre comercio de los huevos113. Fue entonces cuando Floridablanca se vio obligado a presentar un Memorial justificativo de su conducta. En este documento el autor trata de defender la ejecutoria que había desempeñado desde febrero de 1777114, y representa una acabada y enérgica apología. El repaso que hace de los asuntos políticos es muy completo. Como era lógico se ocupa con bastante detenimiento de la Junta de Estado, capital innovación en el vértice de la administración115. Lo mismo trata de las relaciones internacionales116, la beneficencia117, las sociedades económicas118, la agricultura119, las vinculaciones120 y la industria, las actividades artísticas y los estudios científicos121, que de las comunicaciones122, la actividad administrativa123, las obras públicas124, el banco nacional125, la libertad de comercio126, el sistema fiscal127, la provisión de los oficios eclesiásticos y civiles128, la administración de justicia129, diversos aspectos de política religiosa130 o el ejercito y la marina131. 113 114 115 116 117 118 119 120 121 122 123 124 125 126 127 128 129 130 131 Conde de Floridablanca, op. cit., pp. 277-279. Memorial, p. 287. Memorial, pp. 395-405. Memorial, pp. 287-329, 407-412. Memorial, pp. 330-333, 334-346. Memorial, pp. 333-334. Memorial, pp. 346-352. Memorial, pp. 352-353. Memorial, pp. 353-355. Memorial, pp. 355-358. Memorial, pp. 361-364. Memorial, pp. 364-366. Memorial, pp. 366-373. Memorial, pp. 374-380. Memorial, pp. 380-387. Memorial, pp. 388-390. Memorial, p. 391. Memorial, pp. 391-394, y 407. Memorial, pp. 394-395. Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 111 Pero además de defenderse, el Memorial lleva fecha de 10 de octubre de 1787, aprovechó Floridablanca la ocasión para presentar su dimisión, y al parecer no era la primera vez que lo hacía. No consintió, sin embargo, el soberano en ello, siguiendo su práctica habitual de conservar a los ministros de que estaba satisfecho. Pero quien pronto iba a desaparecer del mundo de la política y de los vivos era el propio monarca. Falleció Carlos III en el palacio nuevo de Madrid la noche del 13 al 14 de diciembre de 1788132. El primero de estos días otorgó su testamento que autorizó Floridablanca como Consejero y primer Secretario de Estado de Su Majestad y Notario en todos sus reinos y señorías133. Precisamente cuando el ministro le llevó a firmar la escritura, no pudo disimular sus lagrimas, y el monarca le dijo «¿Qué, creías que había yo de ser eterno? Es preciso paguemos todos el debido tributo al Criador»134. La desaparición del monarca abría unas expectativas impredecibles135. El rey difunto en los últimos meses de su vida había mostrado el deseo de que Moñino continuara la gestión pública bajo el heredero. Al parecer le había dicho «No me abandonareis en el ocaso de mi vida; permaneced, yo os lo ruego, a fin que pueda dejaros como un legado a mi sucesor». Pero Carlos IV resultaba un monarca muy distinto a su padre: era más bondadoso, pero menos capaz que él, dato éste muy significativo que no obligaba a hacer presagios optimistas sobre lo que iba a suceder en el futuro. Otro dato inquietante a recordar es el hecho de que el, hasta ahora, el cuarto del Príncipe de Asturias, había sido un foco de intrigas e incluso de réplica al gobierno de Carlos III. Allí había ejercido su influjo oposicionista el eterno adversario de Floridablanca, Aranda, cuya rudeza y ambición eran tan grandes como su inteligencia. Y en el aposento del heredero del trono había una presencia turbadora y casi nece- 132 133 134 135 FERNÁN NÚÑEZ, Conde de, op. cit., p. 37. Ibídem, pp. 97-102. Ibídem, p. 37. ESCUDERO, José Antonio, op. cit., I, pp. 471-551. 112 El conde de Floridablanca y la política de su época saria, porque era su esposa, la princesa Doña María Luisa de Borbón. Se trataba de una parmesana, pero muy española por su rancio casticismo, que una vez que desapareció su suegro, se desmandó. La historiografía ha solido acumular el lodo sobre su figura pública y privada. Es probable que no fuera tan perversa como se la pinta, era simplemente estúpida. Los primeros actos del nuevo monarca confirmaron los oficios de Floridablanca y de los demás secretarios, mientras que la Junta Suprema continuó funcionando. Afirma, sin embargo Gómez de Arteche, que en el mismo mes de diciembre de 1788, Floridablanca comunicó al rey su deseo de retirarse a lo que Doña María Luisa había contestado con un nada esperanzador «aun no era tiempo». En estos meses de estreno soberano la voluntad de Carlos IV, es decir la de la reina, era un auténtico misterio. Ni parecía que estuviera dispuesta a mantener sin término a Floridablanca, ni tampoco a decidirse por alzar al partido aragonés, que era sin duda el otro grupo político de mayor empuje. La soberana, con su afán de entrometerse en todo comenzó a asistir al despacho con los ministros. El uso presentaba una evidente novedad, pues durante el reinado anterior, la larga viudez del monarca, imposibilitó semejante práctica, aunque hubiera sido poco probable que la fisonomía de Carlos III lo hubiera permitido, y la seriedad de la reina María Amalia de Sajonia, pretendido. El deseo de arrinconar al murciano pronto se manifestó, como era común en la época por el medio bajo y rastrero del libelo. El papel se leyó en la corte el 12 de mayo de 1789 y corría bajo el título de Confesión general del Conde136. Era una acusación tremenda dirigida a Floridablanca de la que no se salvaba ni su política internacional, ni su gestión administrativa y económica, ni tampoco bastantes aspectos de la vida personal. El panfleto lo habían recogido Carlos Ruta y un guardia de Corps que pronto figuraría con particular relevancia, Don Manuel de Godoy. Se lo habían entregado a los reyes y estos se lo dieron a Floridablanca. 136 Conde de Floridablanca, Obras originales, pp. 280-289. Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 113 Moñino se defendió, por una parte mandó se buscase a los autores del papel, y por otra redactó unas Observaciones defensivas que aparecieron el 8 de septiembre. Aparecieron algunos sospechosos, y parece que estaban movidos por resentimientos personales, aunque con algún trasfondo político entre los enemigos del ministro. Lerena, el secretario de Hacienda, parece ser el ministro cuya situación se volvía más precaria, y sobre el que caían acusaciones, que en instrumentalizada consecuencia se desplazaban hacia el mismo Moñino. Pero Floridablanca, por entonces, vivía un particular drama. Se daba cuenta de la inseguridad de su propia posición política. El 6 de noviembre de 1789 además de pedir a Carlos IV su retiro, le rogaba saliese en su defensa, pero el monarca no le hizo caso ni en una ni en otra cosa. Por decreto de 25 de abril de 1790, que realizó unos importantes reajustes ministeriales y cuyo texto fue redactado por Floridablanca, Carlos IV suprimió las secretarias del despacho de Ultramar o Indias, modificación según Escudero, más externa que sustancial. En realidad este cambio respondía mejor a los criterios centralistas del ministro. Pero lo que más le afectó es que su secretaria de Justicia fue adjudicada a Don Antonio Porlier, aunque a él se le reservó las superintendencias generales depósitos y de las temporalidades de los jesuitas, y la administración de los seminarios de nobles de Madrid y Valencia. El 22 de abril de 1791 era relevado de la presidencia de Castilla, su antiguo compañero de fiscalía, el conde de Campomanes, señal evidente de que los grandes hombres del reinado anterior iniciaban su retiro, bien que en los últimos momentos el asturiano no le había mostrado incondicional parcialidad. Muerto Lerena, el 2 de enero de 1792, Carlos IV confirmó la habilitación para la cartera de Hacienda a Don Diego de Gardoqui, que pasaba por protegido de Floridablanca. En medio de estas desconcertantes y erráticas vicisitudes, en Francia y en España tenían lugar dos acontecimientos solo formalmente parecidos. En 1789 Luis XVI abría los Estados Generales, que no habían sido convocados desde el año 1614, y que el 27 de 114 El conde de Floridablanca y la política de su época junio se convertirían en una asamblea revolucionaria. Poco después en septiembre se inauguraban las cortes en Madrid, con unos signos completamente distintos, la jura del heredero del trono, el proyecto de mudanza de la ley de sucesión y la brevedad. El parlamento español fue efectivamente manejado por Campomanes, su presidente, que también lo era del Consejo de Castilla, y por Floridablanca, al que todavía podía considerarse como primer ministro. De esta manera las cortes resultaron tan inexpresivas como las anteriores, y a ello contribuyó el profundo y afectuoso monarquismo de los procuradores. Ni el presidente ni el ministro mostraron mayor interés por que la asamblea en aquel año histórico recuperara alguna muestra de vitalidad. Para Moñino, las cortes en el orden político, carecían de beligerancia, y en aquellos momentos eran además una realidad peligrosa. Por eso fueron clausuradas a toda prisa. Las noticias que llegaban de Paris eran alarmantes, y la situación de Luis XVI, el primogénito de los Capetos y de los Borbones, y de la Familia Real, se tornaba cada día más comprometida137. Fuera cual sea la interpretación que merezca la Revolución francesa, no cabe duda que en ella –al lado de las circunstancias políticas, sociales y económicas− confluyeron las máximas galicanas y de nacionalismo eclesiástico, las ideas ilustradas –llevadas al extremo− y las de la Enciclopedia y el jansenismo político y religioso. En los años sucesivos esta mezcolanza ideológica correrá vertiginosamente hacia la radicalización. Los sucesos fueron recibidos en España con los lógicos sentimientos de pánico, indignación y defensa. Floridablanca se ocupó de impedir la propaganda sediciosa dentro de las fronteras y entonces buscó y encontró, la colaboración del Santo Oficio que, en esta ocasión con el apoyo entusiasta del gobierno, procedió a la recogida de papeles y libros revolucionarios. Entre las consecuencias de esta postura frente a los sucesos franceses hay que destacar la supresión de las cátedras universitarias de Derecho público y Economía política. A pesar de todo ello, 137 HERR, Richard, España, pp. 197-280. Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 115 parece que los impresos corrieron por España con profusión, y que incluso fueron leídos con avidez. No obstante, tales noticias, pueden pecar de exageradas. Aunque algunos historiadores afirman o presumen que entonces Moñino se dio cuenta de las imprudencias de sus ideas políticas, no hay un testimonio seguro de ello. Si es cierto que su natural autoritario se manifestó sin disimulo: el 24 de febrero de 1791 se suspendieron todos los periódicos no oficiales. La Gazeta de Madrid y el Mercurio de España, se siguieron publicando pero con la debida censura. Las últimas grandes tareas que le tocaron como gobernante fueron las de reprimir la propaganda revolucionaria y encauzar las relaciones con la Francia revolucionaria. La celebridad que entonces cobró fue la de un enemigo implacable de los nuevos acontecimientos políticos, por ello el 18 de junio un cirujano francés intentó asesinarlo a la entrada del palacio real de Aranjuez. Nunca se llegó a saber si detrás del criminal, que pagó con su vida el delito, existía alguna trama política. La situación de Moñino en la dirección de la política internacional, que ahora se centraba en torno a los acontecimientos franceses, era a la vez comprometida y poco categórica. Por un lado temía la guerra con Inglaterra por lo que aspiraba a anudar una alianza con la revolución, y por otra estaba en relaciones con las cortes absolutistas para planear una hipotética intervención militar que contuviera los efectos del cambio político en Francia. Moñino ante esta posibilidad se mostraba partidario de la solución más radical, y a la vista de las circunstancias, menos hacedera: el retorno político de la Monarquía gala a su estado del 20 de junio de 1789. Pero en medio de aquellos planes, ni se mostró entusiasta con la guerra, ni ahorró sus desaires ante la Asamblea Nacional. Con ocasión del retorno de Luis XVI a Paris, tras su frustrada fuga y detención en Varennes, comunicó una nota, que pese a los retoques del embajador el conde de Fernán Núñez, fue considerada insolente. Igual ocurrió con el mensaje que la corte española envió a raíz de que Luis XVI jurara la constitución, en la que aseguraba que el monarca no había obrado con libertad y que la guerra a Francia era tan necesaria como la que se hiciera a los delincuentes y rebeldes. 116 El conde de Floridablanca y la política de su época En julio de 1791 se ordenó el alistamiento de todos los foráneos residentes en España, y la medida fue completada por tres cédulas de 1 y 3 agosto y 10 de septiembre, en la que obligaba a los extranjeros a efectuar el juramento de fidelidad a la Corona, a la religión católica y a las leyes españolas. Las provisiones fueron consideradas lesivas por la Asamblea Nacional francesa. Para Francia, amenazada por todas partes era necesario neutralizar a su vecina del sur, y por ello derribar al ministro que aparecía como más encarnizadamente enemigo de la revolución. Participaron en la operación D´Urtubize, el embajador y otro personaje que el gobierno galo envió, Bourgoing. Alguno de estos logró hablar con Carlos IV, al que convenció que la política de Moñino perjudicaba notablemente a Luis XVI. Parece que también intervino la reina María Luisa, que venía preparando la futura privanza y ministerio de Godoy, y si también participó Aranda, dato discutido por los historiadores, lo hizo sin conocer el verdadero fin de la conjura. Como consecuencia de las intrigas cortesanas y domésticas que desde hacía mucho tiempo trataban de la destitución de Floridablanca, y de las iniciativas de la diplomacia francesa, deseosa de lo mismo para conjurar su talante antirrevolucionario, por fin a Floridablanca le llegó el retiro. Por sendos decretos de 28 de febrero de 1792, se suprimía la Junta Suprema de Estado, era restablecido el Consejo de Estado, y el conde de Floridablanca recibía su cese. Por entonces corrió la noticia de que la exoneración de éste se debía a circunstancias íntimas y vergonzosas. Le sustituyó, como decano interino del Consejo de Estado, el conde de Aranda. El desquite triunfal del aragonés solo sería una situación breve, que prepararía el predominio absoluto de Godoy, personaje de confianza del rey, y según algunos, y aún más, de la reina. El fin de la carrera de Moñino no se coronó, sin embargo, con la gratitud regia y el retiro honroso. En las primeras horas del mismo día 28 se vio obligado a trasladarse a Hellín, en donde estuvo unos meses al lado de su hermano Don Francisco; después, en junio se trasladó a Murcia. Aunque los rencores de la corte en estos lugares tan distantes eran menos abrasivos e incluso Floridablanca disfrutó visibles consideraciones públicas, no faltaron protestas y 11. Pedro Pablo Abarca de Bolea. X Conde de Aranda José María Galvan Candela. (1837/1899) Palacio del Senado. Madrid Pedro Pablo Abarca de Bolea nació en el castillo de Siétamo en el seno de una ilustre familia aragonesa. Su familia descendía de antiguos judíos conversos al catolicismo. Se educó en el Seminario de Bolonia (Italia) y en Roma. Siendo muy joven realizó varios viajes por Europa recibiendo una sólida y liberal formación que pronto hizo que se le identificara con los filósofos y enciclopedistas. El conde de Aranda pasó a ocupar la presidencia del Consejo de Castilla a raíz del motín de Esquilache. El motín había finalizado gracias a las concesiones arrancadas a Carlos III, que el pueblo consideraba una victoria. El espíritu de sedición se había extendido produciendo sangrientos episodios en Zaragoza (abril de 1766), y, más tarde, en Cuenca, Palencia, Ciudad Real, La Coruña y Guipúzcoa. Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 119 críticas a su gestión ministerial. El 11 de junio, vuelto a Hellín, fue detenido por orden del presidente del Consejo de Castilla, conde de la Cañada, y llevado preso a la fortaleza de Pamplona. Su antigua situación política le sirvió de poco, pues pronto se vio envuelto en un mal intencionado proceso. Entonces se resucitó, con intento de revisión, la causa contra los libelistas de 1789. Todos estos ataques obligaron a Moñino a defenderse en sendas defensas legales, en las que acaso también participó Don Francisco Cipriano de Ortega138. La caída de Aranda debió suavizar la persecución, porque un decreto de 4 de abril de 1794 le permitió, sin detrimento de su responsabilidad, el retorno a Murcia. El 25 de septiembre de 1795, a raíz de la paz de Basilea, se le absolvió y le fue levantado el secuestro de sus bienes. Pero políticamente era nadie. Entonces brillaba en la corte, ebrio de poder y cargado de honores, Don Manuel de Godoy, cuya discutida y dominante personalidad, monopolizaba la voluntad de los reyes y la gobernación del reino. Con circunstancias distintas a las de la época de Carlos III, el ministro extremeño, representa otra expresión de las luces y del reformismo. Pero España caminaba irremisiblemente a la catástrofe. La Familia Real perjudicada por la división interna y por la falta de genialidad política, no podía ofrecer la imagen de una Corona respetable. La representación íntegra carlostercista había desaparecido, y les tocaba a las instituciones responder al desafío de la revolución en armas. Pero lo que en 1808 ocurriría es que los órganos de gobierno, cuya savia política era bombeada por la Monarquía, carecían de vida propia. Solo quedaba la sociedad, vigorizada por sus sentimientos religiosos y monárquicos. Cfrs.: «Defensa legal por el excelentísimo señor Conde de Floridablanca, en la causa contra el marqués de Manca, Don Vicente Saluci, Don Luis Timoni y Don Juan del Turco, como reos indiciados de ciertos papeles anónimos, satíricos, infamatorios y calumniosos a su excelencia» y »Defensa legal por el excelentísimo señor Conde de Floridablanca, en la causa de su arresto, por el llamado abuso de su autoridad en el tiempo que sirvió la secretaria del despacho de Estado y demás encargos, etc.» en: Conde de Floridablanca, Obras originales, pp. 359-508. 138 120 El conde de Floridablanca y la política de su época c. La Instrucción reservada de 1787 La Instrucción reservada de 1787 es uno de los documentos políticos más importantes de la segunda mitad del siglo XVIII, y de los que muestra de forma más clara los criterios renovadores respecto a la organización política y al concierto social139. Sobre la adjudicación de su autoría a Floridablanca no hay duda alguna. Más dudoso es establecer el grado de participación que tuvo en su redacción definitiva el propio monarca. Es posible que no haya que exagerarse. Moñino leyó al rey un texto, sabiendo lo que éste quería oír, por lo que hay que suponer que el no muy aventajado soberano desempeñó un papel secundario, aunque no tanto porque se le impusieron unas ideas que no eran las suyas, sino porque Floridablanca dio forma a lo que realmente Don Carlos deseaba. Las materias eclesiásticas ocupaban en la Instrucción un puesto primordial tanto por la cantidad de preceptos, como por su intensidad140. No podía ser de otra manera: era ley fundamental de la Monarquía española la unidad católica que descansaba en la unanimidad social de creencias y en un ascendiente enorme de la Iglesia sobre todo el cuerpo de la nación. Por otra parte, tanto el monarca como su secretario eran católicos sinceros. Ya se ha dicho como la religiosidad de Carlos III carecía de grandes alardes y también de místicas profundidades. Era, como dice Domínguez Ortiz, un cristiano que vivía su fe sin meterse en recovecos teológicos141. Se trataba de un monarca cumplidor exacto e 139 Ha sido publicado en varias ocasiones, por ejemplo: Conde de Floridablanca, Obras originales, pp. 213-272. Conde de Floridablanca, Escritos políticos, pp. 95-285. Seguimos el texto publicado por el profesor Escudero. ESCUDERO, José Antonio, op. cit., II, pp. 13-157:Instrucción reservada que la Junta de Estado, creada formalmente por mi decreto de este día, 8 de julio de 1787, deberá observar en todos los puntos y ramos encargados a su conocimiento y examen. 140 Instrucción, I-XXXIX. 141 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, op. cit., p. 52. 12. Carlos IV c.a 1799 Francisco de Goya Museo Nacional del Prado. Madrid Con Carlos IV, el conde de Floridablanca continuo siendo ministro, aunque dio un giro radical de su política, con el fin de evitar, principalmente, los efectos de la Revolución Francesa, cuya influencia combatió desde el poder ordenando un cordón sanitario para impedir la llegada de ideas, personas y libros desde Francia, causas que provocaron su sustitución y destierro por Manuel Godoy en 1792. Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 123 incluso matemático, de los preceptos de la Iglesia. Este talante, incluso estuvo teñido de un aparente franciscanismo, como prueba la proclamación del patronato de la Inmaculada Concepción o el interés que puso en asuntos que eran sumamente afectos a los Menores. Pero es evidente que este franciscanismo carecía de los abismos misteriosos y afectivos, que ésta forma espiritual había cultivado en sus mejores tiempos. Evidentemente la libertad del místico no podía ser simpática al ordenancismo ilustrado142. Por eso la visión de la Instrucción sobre la Iglesia es una perspectiva plenamente juridicista, sin apenas ánimo espiritual, que no solo es fundamental, sino que forma parte de la sustancia vital de la Iglesia. Cuando se estudia el reformismo religioso auspiciado por Felipe II, y secundado con menor intensidad por sus sucesores, y el defendido por Carlos III, que continuó con su hijo, se observa un evidente contraste143. Aquel cosechó un éxito esplendido, superó obstáculos de gran consideración, tanto en España como en Roma, y dio lugar al momento zenital de la religiosidad, con excelentes y obvias consecuencias culturales, no solo en nuestra nación, sino en Europa. El reformismo carlostercista, pese a lo acertado de muchas de sus iniciativas, al carecer de nervio moral y no pasar más allá de una visión juridicista y formal, apenas disfrutó de consecuencias positivas y no se tradujo en logros duraderos y permanentes144. La religiosidad de Carlos III era puritana, inflexible y llena de vanidad. Los autores repiten hasta la saciedad las máximas que salían de su boca y que indican una supuesta modestia y sencillez. Pero nada más lejos que la realidad. Se puede asegurar con casi total seguridad que su vida personal estuvo libre de excesos y licencias, porque no hay que dar el más mínimo crédito a chismes maliciosos. Pero esta indiscutible rectitud moral no se corresponde La semblanza que hace el conde de FERNÁN NÚÑEZ de Carlos III muestra la personalidad moral del monarca, rutinaria, conservadora y sencilla.Op. cit., pp. 39-60. 143 Vid.: MARTÍ GILABERT, Francisco Carlos y la política religiosa, Madrid, Ediciones Rialp, S.A., 2004. 144 CALLAHAN, William J., Iglesia, pp. 45-76. 142 124 El conde de Floridablanca y la política de su época con un carácter comprensivo y amable. Incluso su propia familia no tenía con él la confianza propia de éstos ámbitos... Tal es asi, que su propio hermano el infante Don Luis, atenazado por una clericatura que nunca había querido, no se atrevió a contarle sus problemas, y cuando el rey se enteró de sus liviandades, reaccionó de tal manera que lo hizo un desgraciado toda la vida con un matrimonio infelicísimo145. Entre sus peregrinas ocurrencias hay que señalar la voluntad que puso en la canonización de un oscuro lego franciscano de Sevilla, Fr. Juan de Jesús. Naturalmente de éste humilde fraile hoy nadie se acuerda, porque su causa no prosperó, pero para Carlos III tenía un significado especial: le había profetizado que iba a ser rey, y éste supuesto vaticinio en un soberano tan convencido de su endiosada autoridad tenía un valor superlativo. Con toda ingenuidad el monarca se lo contaba al cardenal don Francisco de Solis y Folch de Cardona. Sobre la espiritualidad de Floridablanca no hay tantos datos y tan pintorescos como de Carlos III, lo que no deja de ser un alivio. Los pocos que hay nos pintan un carácter formalmente religioso, sin alarde, y si hemos de catalogarlo por sus iniciativas políticas, las conclusiones a que se llega son más bien modestas. Los testimonios de su testamento, otorgado en Murcia el 16 de agosto de 1805, y de una memoria, hecha en la misma ciudad el 21 de mayo de 1808, aseguran la fisonomía moral de Moñino, no solo perfectamente ortodoxa, sino arraigada profundamente en las tradiciones confesionales. Se trata de las últimas voluntades de un gran señor, con patronatos y capellanías, cuyos fervores resultan indudables146. A pesar de las obvias limitaciones de los intervinientes en la Instrucción, hay sin embargo algunos aspectos que revelan una auténtica rectitud de intención. Propone la sujeción a la regularidad canónica de los clérigos vagos y residentes en la corte, que FERNÁN NÚÑEZ, Conde de, op. cit., pp. 266-274. MATEOS SAINZ DE MEDRANO, Ricardo, Los desconocidos, pp. 45-63. 146 Se pueden ver algunas cláusulas de estos textos en: AHN. Madrid. Estado, 1, P. 145 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 125 constituían un viejo problema de difícil solución, pues los mandatos para incardinarlos no habían tenido éxito147. Otro de estos temas es el de los límites diocesanos. Por razones históricas estas circunscripciones eclesiásticas mostraban en numerosas ocasiones una evidente desproporción, de tal manera que había diócesis inmensas como la de Toledo y otras diminutas, como por ejemplo Tuy, Solsona o Tudela. Las del norte solían tener un espacio más limitado, que las del sur. No era la primera vez que se intentaba la división de la archidiócesis primada, pero el prestigio de esta sede había impedido una desmembración que repercutiría en su autoridad y prestigio. Floridablanca se muestra partidario de formar diócesis más reducidas, en las que fuera hacedero no solo el cumplimiento eficaz de las obligaciones pastorales, sino también la inversión de las rentas canónicas en los pueblos más alejados de la sede episcopal148. Acaso uno de los temas más candentes en lo que se refiere a la Iglesia, que aborda Moñino, es el de los límites en la adquisición de bienes raíces por el clero149. La cuestión era una de las más debatidas durante el reinado de Carlos III. Campomanes, como fiscal del Consejo de Castilla, había protagonizado, junto con Don Francisco Carrasco, que lo era del de Hacienda, a partir de 1765, el intento más serio por cercenar las posibilidades del estamento canónico para adquirir raíces, pero había salido vencido por la oposición mayoritaria en aquel organismo150. La derrota no hizo desfallecer a los reformistas, aunque, acaso tuvieran que manifestarse de Instrucción, X. Instrucción, XXXVIII: «La división de los obispados es una máxima que deseo grabar en el animo de mis sucesores y de los individuos de la Junta. Para todo cuanto llevo prevenido y para otros objetos y fines, así religiosos como políticos, es muy conducente que se dividan y subdividan las grandes diócesis que hay en España. Los prelados no pueden atender el pasto espiritual que exigen unos territorios tan extendidos, visitarlos frecuentemente, conocer bien sus ovejas y pastores inmediatos, velar sobre la conducta de ellos y de todo el clero, ni atender a todas sus necesidades espirituales y temporales». 149 Instrucción, XI-XIV. 150 CORONAS GONZÁLEZ, Santos M., Ilustración, pp. 159-163. 147 148 126 El conde de Floridablanca y la política de su época forma más prudente y ponderada. Floridablanca considera que la amortización perjudica los derechos fiscales de la Corona, recarga a los vecinos seglares y ocasiona el deterioro de las haciendas y el incumplimiento de los fines benéficos que tienen adscritos151. Para evitar estos efectos propone dos medios: el primero restringir la amortización con la licencia real, y el segundo sustituir los bienes vinculados, manteniendo el fin, por los frutos civiles152. No contempla una ley de carácter general, sino la utilización cumulativa de medios parciales, como la aplicación de los ordenamientos locales allí donde existieran153. Tampoco pretende una iniciativa sin contar con la anuencia del clero y de la Santa Sede. Pero para él, esta actitud solo es una postura estratégica, pues considera que basta la autoridad soberana, para proceder a la limitación154. El fervor religioso de la Instrucción, es indiscutible155 pero ya la propia formalidad de su lenguaje revela un cambio de mentali- Instrucción, XII: «El menor inconveniente, aunque no sea pequeño, es el de que tales bienes se sustraigan a los tributos: pues hay otros dos mayores, que son, recargar a los demás vasallos, y quedar los bienes amortizados expuestos a deteriorarse y perderse luego que los poseedores no pueden cuidarlos o son desaplicados y pobres, como se experimenta y ve con dolor en todas partes, pues no hay tierras, casas ni bienes raíces más abandonados y destruidos que los de capellanías y otras fundaciones perpetuas, con perjuicio imponderable del Estado». 152 Instrucción, XIII: «Puede haber dos medios para detener el daño futuro y reparar el pasado: el uno es, que no se amorticen los bienes en lo venidero sin mi licencia y conocimiento de causa; y el otro, que se puedan y deban subrogar en frutos civiles las dotaciones pías, quedando libres los bienes estables;…» 153 Instrucción, XIV: «Estas providencias pueden establecerse por escala, con prudencia y suavidad, empezando, como se ha hecho, por provincias y pueblos o casos particulares, en que haya fueros o privilegios de población, que impidan la amortización de bienes.» 154 Instrucción, XI: «La segunda pretensión podrá ser la de que el Santo Padre no se oponga a la necesidad que hay de detener el progreso de la amortización de bienes, ya sea a favor de regulares o ya de aniversarios y capellanías u otras fundaciones perpetuas. Este punto pertenece, según la costumbre antigua y muy fundados dictámenes, a la autoridad real; pero no me ha parecido conveniente tomar resolución por vía de regla, sin tantear primero todos los medios dulces y pacíficos de conseguir el fin.» 155 Instrucción, I. 151 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 127 dad. Apenas se habla del servicio de Dios, de la persecución y castigo de la herejía o de otros fines espirituales, asiduos en documentos políticos de otros tiempos. El léxico es secularizante. Las regalías lo invaden todo, y apenas dejan resquicio a la autonomía en las cosas eclesiásticas156. Ahora las ideas predominantes son la felicidad157, y el destierro de la superstición158, las devociones falsas, y el abuso de la religión y piedad159. Si antaño el sacerdote con ser bueno y cumplir las obligaciones de estado, bastaba para que fuera un vasallo leal, esto ahora no era suficiente, necesitaba una cualidad sobreañadida, de ahí que se diga que los eclesiásticos además de estar revestidos de la sublime cualidad de ministros de la religión debían también tener la de buenos y celosos ciudadanos160. La Instrucción acoge con verdadero interés la purificación de las prácticas religiosas, con respecto a desvíos exagerados o caprichosos. En verdad, sobre todo a nivel popular, se habían propagado creencias supersticiosas, milagrerías y fantasías que nada tenían que ver con la verdadera piedad, o que en todo caso la desfiguraban. En este caso, la propia jerarquía eclesiástica de siempre había promovido la desaparición de estas manifestaciones vulgares, algunas de ellas de origen bien antiguo e incluso pagano. Es evidente que ante la racionalización de la vida social, predicada por los ilustrados, semejantes costumbres contrastaban aun más con los principios óptimos de la vida cristiana. Pero el problema que plantearía el desarrollo de estos principios no residía en estas expresiones devocionales, respecto a las cuales la Iglesia y el estado, tenían la misma opinión, sino respecto a otras en la que Carlos III y sus ministros veían una desnaturalización de la fe, o por mejor decir, una divergencia grave con sus postulados políticos. Cuando la Instrucción habla de devociones falsas, o utiliza otras palabras simi- 156 157 158 159 160 Instrucción, III, XVII, XXIV y XXVIII. Instrucción, XXIII. Instrucción, XXX. Instrucción, XXXI y XXXII. Instrucción, XXIX. 128 El conde de Floridablanca y la política de su época lares, no alude principalmente a ese cúmulo de costumbres demostrativas de una piedad idolátrica o prodigiosa, sino a otros signos de piedad, a los que de hecho dirigió una politizada persecución. Ya hemos visto como Moñino, en su calidad de fiscal, había propuesto la supresión del culto a Nuestra Señora de la Luz en Lérida, pero no era esta la devoción a la que los ilustrados mostraron mayor enemistad, sino a la del Corazón de Jesús. En este caso la existencia de una práctica piadosa fue discutida por unos motivos muy poco piadosos, y con una incidencia clara en los aspectos disciplinares de la Iglesia161. Aunque el culto al Corazón de Cristo –signo y realidad del amor de Dios a la humanidad– tiene su fundamento en la revelación, aparece ya insinuado en autores tan antiguos como Prudencio o San Isidoro, y está presente en la literatura y vivencia místicas en la España del Siglo de Oro, fue en el XVII cuando alcanzó su forma definitiva. Fueron las apariciones de Paray-le-Monial a la visitandina Santa Margarita María de Alacoque, las que le confirieron una presencia creciente y universal. Era su confesor San Claudio de la Colombiere, un jesuita que proporcionó a su orden el «encargo suavísimo» de propagarlo. Con el tiempo la Compañía terminó por aceptar esta sugerencia providencial y se dedicó con fervor a expandirla por todas las naciones162. A España pronto llegó y contó con el favor de los monarcas borbónicos: Felipe V había pedido en 1727 a la Santa Sede la concesión de una misa y oficio propios, y su hijo Fernando VI, junto con su mujer la reina Bárbara de Braganza, fundaban en Madrid el monasterio de las Salesas Reales, cuya adscripción regular –Orden de la Visitación de Nuestra Señora– señalaba como devoción más axiomática la del Corazón de Jesús. En un ambiente de alta espiritualidad, en el colegio vallisoletano de San Ambrosio, el venerable jesuita Bernardo Francisco de los Hoyos, recibe el 14 de mayo de 1733 la denominada Gran Pro- CALLAHAN, William J., Iglesia, pp. 66-67. LABOA GALLEGO, Juan María, «La vida interna de la Iglesia», capítulo VIII de Historia de la Iglesia Católica, IV, pp. 480-483. 161 162 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 129 mesa, es decir el vaticinio del mismo Cristo de su especial reinado en España. Desde entonces la devoción quedó unida a los planes providenciales sobre la nación como tierra especialmente fiel al catolicismo. De estos hechos –jesuitismo de la práctica piadosa y reinado del Corazón de Cristo sobre España, con todo lo que esto suponía– deriva la persecución de que le hicieron objeto los ilustrados163. La actitud de la realeza española cambió radicalmente cuando vino Carlos III. En 1765 tanto Grimaldi, como Roda, y el confesor del monarca, el P. Eleta, se mostraron contrarios al establecimiento de una misa y oficios propios, y una vez disuelta la Compañía la Corona mostró especial empeño en acabar con lo que consideraba una muestra de fanatismo, hasta el punto de ordenar la supresión de las imágenes alusivas164. Moñino se enmarca en esta corriente anticordiana, evidentemente por razones civiles y políticas. Sus amigos, de los tiempos de embajador en Roma, el cardenal Maresfochi y el agustino P. Vázquez eran encarnizados enemigos de esta devoción. El primero había apoyado la obra de Blasi, De festo cordis dissertatio commonitoria (1771), contraria a la práctica, y el segundo no había perdido tiempo para enviarla a Grimaldi, Roda y Azpuru, con efusivas felicitaciones por su publicidad165. En este caso los ministros españoles, se encontraban plenamente identificados con los postulados de los jansenistas. Esta postura hace pensar cuales eran las verdaderas ideas que aquellos profesaban sobre la naturaleza sobrenatural de la Iglesia. Hoy, es comúnmente admitido que ni Carlos III, ni sus secretarios, consejeros y demás personajes que cooperaron en la política, eran heterodoxos. Pero la admisión de este aserto no aclara del todo si las opiniones que más o CABALLERO, J., «Corazón de Jesús (Devoción)», Diccionario de Historia Eclesiástica de España,, I, Madrid, Instituto Enrique Flórez, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1972, pp. 612-614. 164 MESTRE SANCHIS, Antonio, «Religión y cultura en el siglo XVIII», capítulo VII de Historia de la Iglesia en España, IV, pp. 660-664. 165 MESTRE SANCHIS, Antonio, «Religión», p. 663. 163 130 El conde de Floridablanca y la política de su época menos patentes sostenían, entraban en colisión con la condición espiritual y el fin propio e inalterable de la institución canónica. La devoción al Corazón de Jesús se encuentra en íntimo vínculo con una forma afectiva y confiada de las relaciones entre el hombre y la Divinidad. Por eso se enfrenta al rigorismo moral y religioso de los jansenistas y a los postulados culturales y organizativos de tinte vigorosamente severo y rígido. No hay duda que el jansenismo o las posturas jansenizantes incluso en sus expresiones formalmente ortodoxas, recogen en alguna medida el germen de graves errores sobre la naturaleza de la Iglesia y la vocación propia del cristiano. Entre los principios que la Instrucción enuncia en cuestiones eclesiásticas es el de la estricta sumisión a la Santa Sede «de manera que en las materias espirituales, por ningún caso ni accidente dejen de obedecerse y venerarse las resoluciones tomadas en forma canónica por el sumo Pontífice»166. El principio de suyo, así redactado dejaba un amplio campo al intervencionismo regio en tales cuestiones, pero tampoco de ello se deduce que la Corona estuviera dispuesta a reconocer la competencia exclusiva de la Iglesia en asuntos puramente morales. La corte carlotercista tuvo la perseverante manía de politizar los asuntos puramente religiosos. Poco importa que en ésta materia reconociera la competencia de la Santa Sede, bastaba que de hecho se le atribuyera una derivación, más o menos lejana, política para que el poder civil interviniera. Tal había sucedido en 1761 cuando el monarca mando recoger el decreto de la Inquisición que publicaba la condena de la Exposición de la doctrina cristiana de Mesenghi, sentencia definitiva que había promulgado la Congregación del Índice con la autoridad de Clemente XIII. Para ello, solo bastó que se atribuyera la proscripción a una maniobra de los jesuitas para que el rey mediara. De nada sirvió que el inquisidor general Quintano Bonifaz alegara que la obra tocaba al «dogma de la doctrina cristiana»167. Este mangoneo en cuestiones puramente espiri- Instrucción, II. EGIDO, Teófanes, «Regalismo y relaciones Iglesia-Estado (siglo XVIII)», capitulo 3 de Historia de la Iglesia en España, IV, p. 198. 166 167 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 131 tuales fue constante en la corte española, hasta el punto de permitirse opinar sobre cuestiones tan complejas como las de auxiliis, para las que ni el propio rey ni sus ministros tenían suficientes conocimientos. Es seguro que no las comprendían, pero les sirvieron para atacar a la Compañía y subsidiar sus intereses políticos. Uno de esos aspectos en los que se observa con mayor claridad la impertinente intromisión de la Corona en aspectos propios e internos de la disciplina eclesiástica son los apartados que la Instrucción dedica a los regulares. Son los puntos XV al XIX. Cierto es que los reyes españoles tuvieron siempre un protagonismo primordial en el régimen particular de los institutos de vida consagrada y de la vida eclesiástica en general168, pero eran otras las circunstancias, y otra también la mentalidad con que lo acometían169. En estos capítulos se programa la reforma de las propias corporaciones, la conveniencia de dotarlos de un superior residente en España170, y la participación de la autoridad civil en las elecciones de los superiores canónicos171. En todo el texto no hay una sola palabra en concreto que recuerde las obligaciones procedentes de los votos canó- 168 GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, «Felipe II y la Contrarreforma católica», séptima parte de Historia de la Iglesia en España, III-2º, La Iglesia en la España de los siglos XV y XVI, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1980, pp. 3-106. 169 GARCÍA ORO, José, «Conventualismo y Observancia. La reforma de las ordenes religiosas en los siglos XVI y XVII», cuarta parte de Historia de la Iglesia en España, III, 1º, La Iglesia en la España de los siglos XV y XVI, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1980, pp. 211-349. 170 Instrucción, XV: «La tercera pretensión con la curia romana podrá ser la de reducir todas las familias religiosas a una disciplina más conforme a su instituto, y al bien del Estado, y obtener que todas tengan superior nacional dentro del reino, el cual pueda cuidar de cerca de la misma disciplina, ser responsable de sus negligencias y relajaciones, evitar extravíos y gastos de viajes a países extranjeros con motivo de recursos y capítulos, y tener amor y celo por mi servicio y por el bien de la patria.» Cfrs.: Instrucción, XVI. 171 Instrucción, XVIII: «A este propósito, me ha parecido instruir a la Junta de lo conveniente que es y será que la autoridad real intervenga, por vía de protección, en la elección y nombramiento de estos superiores regulares, y que no se elijan los que no sean gratos al Soberano o propuestos de su orden para ser nombrados.» Cfrs.: Instrucción, XIX. 132 El conde de Floridablanca y la política de su época nicos o la apremiante necesidad de revitalizar la vida interior y espiritual, verdadero cimiento sobre el que descansa la regularidad estatutaria. Se trata, simplemente de un intento de reforma externa y formal, y de un plan dirigido a trastornar la estructura y organización propia de los institutos172, a aflojar los lazos de los profesos con sus naturales superiores jerárquicos, y en particular con la Santa Sede173, y a someterlos a la omnipotente potestad real y a sus intereses políticos o partidistas174. Acaso el precedente de los jesuitas, al negarse en 1762 −ante los ataques que recibían en Francia y que al final ocasionarían su expulsión– a establecer un vicario general en aquella nación sea el ejemplo más claro de la resistencia a este reduccionismo político-religioso175. El nacionalismo que llevaba a Floridablanca a establecer autoridades canónicas españolas no era nuevo. Felipe II lo había expresado con toda evidencia en la segunda mitad del siglo XVI176. Entonces la Corona española era el principal motor de la renovación de los regulares, incluso frente a las condescendencias laxas de los propios prepósitos generales y de los papas y a la práctica retardataria predominante en otras naciones177. Solo mediante el interés y Instrucción, XVI y XVII. Instrucción, XVI: «La curia romana se ha prestado a estas pretensiones cuando se ha tratado de nombrar superiores nacionales, con títulos de vicarios, independientes de generales extranjeros, que no fijan su residencia en Roma, como ha sucedido, a mi instancia, con los trinitarios calzados y los cartujos; pero en la hora que se ha solicitado lo mismo para otras órdenes regulares, cuyos generales suelen residir en aquella capital del orbe cristiano, se ha resistido la curia con mil efugios, y asi se experimenta con el orden de san Francisco y el de san Agustín, por cuya causa no se ha permitido a los vocales que vayan al capitulo general de los franciscos, y se ha pedido la prorrogación del comisario general de esta orden y demás oficios.» 174 Instrucción, XVIII: «Por medio de tales superiores, como agradecidos y afectos, se pueden insinuar y difundir en las familias regulares las buenas ideas útiles al Estado, siendo esto de mucha consecuencia an estos reinos, por el respeto y devoción que mis vasallos tienen a las ordenes religiosas, y por la impresión que pueden hacerles en todos casos y ocasiones.» 175 GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, «Los papas», p. 132. 176 GARCÍA ORO, José, «Conventualismo», pp. 317-340. 177 STEGGINK, Otger, La reforma del Carmelo español. La visita canónica del general Rubeo y su encuentro con Santa Teresa (1566-1567), Roma. Institutum Carmelitanum, 1965. 172 173 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 133 calor que entonces empleó la realeza en estas cuestiones se produjo la extraordinaria prosperidad que constituye el punto zenital de las órdenes religiosas, no solo en España, sino en Europa. Ningún país aventajó al nuestro en la altura moral cultural y científica que acaeció como consecuencia de la purificación auspiciada por el poder civil178. Pero ahora –segunda mitad del siglo XVIII- las circunstancias no eran las mismas. Las órdenes no se encontraban en el grado de postración a que algunas de ellas llegaron en el reinado de Felipe II, ni tampoco las iniciativas reales estaban investidas de los conceptos de reforma interna y externa que primaban armónicamente en el siglo XVI. Sí es cierto que los institutos habían perdido en alguna medida la efervescencia espiritual de antaño y que la rutina o la laxitud se habían apoderado de ciertas prácticas constitucionales, pero en general su estado era decoroso y digno. La Instrucción habla de «reducir todas las familias religiosas a una disciplina más conforme a su instituto», pero no explicita como se debe conseguir esto. En el sentido propio de las mismas corporaciones ello exigiría el cumplimiento estricto de sus propias leyes, pero no parece que fuera esta la dirección del documento. A lo largo del texto se menciona el «celo por mi servicio», el «bien de la patria», las «buenas ideas útiles al Estado», y en suma a los superiores «gratos al Soberano o propuestos de su orden para ser nombrados», es decir una estatalización completa de la organización y los fines de las corporaciones. Es una visión limitada y utilitarista del ser y la vida de los institutos, y por otra parte muy poco original. Para entonces ésta política ya la había promocionado el emperador Jose II en sus estados patrimoniales de la Casa de Austria, y su hermano el duque Pedro Leopoldo en Toscana179. Esta formulación hispana es en realidad una copia de tales disposiciones. 178 ANDRÉS, Melquíades, La teología española en el siglo XVI, I-II, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1976. 179 LABOA GALLEGO, Juan María, «Las estructura eclesiástica en la época moderna», capitulo 4 de Historia de la Iglesia Católica, IV, pp. 241, 245 y 247-248. 134 El conde de Floridablanca y la política de su época No es éste el momento de analizar las consecuencias de las medidas que se acometieron en el sentido apuntado por la Instrucción, pero sí de reconocer que los institutos experimentaron más contrariedades que ventajas, y los frutos fueron escasos, cuando no perjudiciales. El desenlace final de los propósitos de Floridablanca vendría con el nombramiento el 10 de septiembre de 1802 del cardenal primado de Toledo, Don Luis de Borbón y Vallabriga, como visitador y reformador apostólico de las órdenes religiosas en España. Se trataba de un nombramiento del papa Pío VII, hecho a instancias del rey Carlos IV. En el plan de reforma que el prelado intentó aplicar, se observa la impronta de la Instrucción, que era en realidad la del reformismo ilustrado, tan utópico, como desconocedor de la idiosincrasia de los propios institutos. De ahí que el balance final de tales iniciativas no fuera positivo. En el fondo y en la forma los políticos iluminados, pretendían aplicar una reforma que las ordenes no necesitaban, y respecto a lo que tenían precisión para levantar los decaimientos de su observancia no les interesaba lo más mínimo180. En la línea de anular cualquier voz institucional con que la Iglesia pudiera ser interlocutora de la Corona la Instrucción se inclina por no restablecer ni las congregaciones del clero ni la celebración de los concilios provinciales y nacionales, y en caso de que estos se reunieran vigilar muy de cerca las materias que trataran y las conclusiones a que llegaran181. MARTI GILABERT, Francisco, La Iglesia en España durante la revolución francesa, Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, S.A., 1971, pp. 191-218. 181 Instrucción, VII: «Aunque el clero y prelados han mostrado su fidelidad y amor al Soberano, y más particularmente en estos últimos tiempos, se debe considerar que son muchos en número para reunir sus dictámenes, y que no son pocos los que están imbuidos de máximas contrarias a las regalías. Estas consideraciones han obligado a suspender las congregaciones del clero, por medio de sus diputados en la corte, y convendría no volver a restablecerlas. Otro tanto encargo en cuanto a los concilios nacionales, y aún para los provinciales o diocesanos se deberá estar a la vista, por medio del Consejo, de lo que se intentará tratar para impedir el perjuicio de las regalías y el de mis vasallos y su quietud. Asi pues en caso de duda sobre el buen suceso en materias eclesiásticas, hallará tal vez la Junta más facilidad en tratar con el Papa, cuyo nombre y autoridad allana en estos reinos las mayores dificultades.» 180 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 135 La denominada Congregación del Clero de Castilla y León era una vieja institución que al parecer había tenido sus orígenes en el siglo XIV. Confirmada por la autoridad de los papas y autorizada por los reyes tuvo su edad dorada bajo los Austrias. En la segunda mitad del siglo XVII entró en decadencia, de tal manera que desde que se reunió en 1666 no volvió a celebrarse hasta el año 1717. Tenía agentes en Madrid y en Roma, y su presidencia correspondía a los canónigos diputados del cabildo primado de Toledo. Sus fines consistían en promover el culto y la disciplina de la Iglesia y en defender los derechos e inmunidad del estamento. Los Borbones contribuyeron a su ineficacia y pasividad, y como se dice en la Instrucción, solo era conveniente la presencia de los agentes en la corte. Aun asi en el Archivo General Diocesano de Toledo se guarda entre otra documentación, precisa de un estudio monográfico, la correspondencia de Don Francisco Manso (1692-1702) y Don Pascual Beltrán de Gayarre (1727-1732), agentes de la Congregación en Roma. Es evidente que una institución de tal arraigo e influencia molestara a la corte carlostercista182. Respecto a los concilios nacionales y provinciales se puede decir tres cuartos de lo mismo de lo que se ha escrito de la Congregación, y de lo que se dirá de las cortes. Desde la Edad Media no se había vuelto a reunir en España ninguna asamblea conciliar que pudiera denominarse nacional. El Concilio de Trento, cuyos decretos eran ley civil, urgía la reunión de concilios provinciales cada tres años, pero este precepto hacía muchos años que no se cumplía183. Acaso la única provincia que conservaba con cierta vitalidad esta práctica era la Tarraconense, cuyos prelados se reunieron entre 1712 y 1757 nada menos que nueve veces184. Claro está que entre las GUTIERREZ, M., «Congregación del clero de Castilla y León», Diccionario de Historia Eclesiástica de España, , Suplemento, pp. 224-225. 183 TEJADA Y RAMIRO, Juan, El sacrosanto y ecuménico concilio de Trento, Madrid, Imprenta de Pedro Ontero, 1853, pp. 334-337. El capítulo II del Decreto sobre reforma de la sesión XXIV establecía la celebración de los concilios provinciales cada tres años. 184 Varios autores, «Concilios nacionales y provinciales», Diccionario de Historia Eclesiástica de España, I, Madrid, Instituto Enrique Flórez, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1972, pp. 537-576. 182 136 El conde de Floridablanca y la política de su época decisiones que tomaron fue la de pedir el oficio propio para la fiesta del Corazón de Jesús, y esto como se sabe no era del gusto de los ilustrados, entrometidos en los más íntimos aspectos de la espiritualidad185. Los sínodos diocesanos también estaban en franca decadencia y a su resurgimiento no contribuyó el asfixiante regalismo. Una real cédula de 10 de junio de 1786 ordenaba que sus decretos no se publicaran sin que antes les diera la conformidad el Consejo de Castilla. En estos casos las autoridades reales muy difícilmente podían simular que en realidad deseaban la renovación de la Iglesia. Como se ve las apelaciones que suelen hacer los ilustrados a la observancia de la disciplina eclesiástica y de los cánones, son selectivas e interesadas, solo cuando conviene a sus intereses políticos. Uno de los aspectos de la Instrucción que mejor significan la manipulación que el poder civil deseaba ejercer sobre funciones propias e intransferibles de la Iglesia, y la voluntad de dominar el cuerpo social hasta en los repliegues más íntimos de las conciencias, es su insistencia en establecer una moral pública oficial. No sería la última vez que la autoridad secular pretendiera tal aberración, pero acaso en esta ocasión la pretensión se esmalte de mayor complejidad, aunque hoy no sea tan difícil de comprender. Resulta verdaderamente sorprendente la pertinacia de Floridablanca en dirigir las cuestiones morales. Cuando se ocupa de los cónclaves papales afirma que los elegidos han de ser de «mucha doctrina»186. Al tratar de la instrucción de los eclesiásticos escribe que han de ser educados «con buenos estudios»187. En los centros civiles y religiosos de enseñanza debe imperar «la sana moral»188. En las escuelas de la Iglesia se debe «promover la sólida y verdadera piedad…combatiendo la moral relajada, y las opiniones que han sido causa a ella, y destruido las buenas costumbres189». Y en la selección de los cali- 185 186 187 188 189 CANAL VIDAL, Francisco, La tradición, pp. 178-181. Instrucción, VIII. Instrucción, XXVI. Instrucción, XXVII. Instrucción, XXX. Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 137 ficadores del Santo Oficio ante la carencia de «la doctrina que se requiere para tan importantes y graves cargos» se debe consultar a la Corona para así «evitar que se nombre alguno que sea desafecto a mi autoridad y regalías, o que por otro justo motivo no me sea grato»190. Cierto que en estas expresiones vienen mezcladas las ideas regalistas con las éticas, pero son estas últimas las que indican con mayor claridad el totalitarismo estatal. Después, a lo largo del texto solo en una ocasión hace una referencia explicita a esta ética laxa, cuando menciona la opinión que legitima «el contrabando y todo género de fraudes en el fuero de la conciencia», por lo que propone que se solicite a la autoridad eclesiástica su proscripción191. No hay elementos de juicio para considerar a Moñino especialista en cuestiones teológicas, ni incluso en grado divulgativo. La moral que él considera defendible y enseñable es la contraria a la que se atribuía a los jesuitas. Precisar el sistema que en concreto propugnaba es imposible, pues no es verosímil que tuviera conocimientos suficientes para establecerlo. En un siglo fundamentalmente jurídico, y nada teológico, encontrar un hombre público competente en estas materias era una auténtica rareza. Su afán por establecer un método ético no está guiado por la mejora de las costumbres, sino por destruir cualquier rastro de jesuitismo con miras políticas. Floridablanca, con ello se inscribe entre los enemigos de la moral asignada a la Compañía. El origen de estas ideas se puede fijar en una pura polémica teológica, las famosas disputas de auxiliis, en las que principalmente contendieron dominicos y jesuitas. En ellas se polemizó sobre unos argumentos tan profundos y engorrosos como el misterio de la libertad humana y la gracia divina. Es decir una materia en principio nada política. La cuestión, sin embargo se embadurnó de otros perfiles, cuando el jansenismo formuló, supuestamente sobre la doctrina de San Agustín, ciertas tesis recreadas sobre los errores de Calvino. La Compañía defendió con denuedo la doctrina ortodoxa, y al final la 190 191 Instrucción, XXXIII. Instrucción, CCXXXIV y CCXXXV. 138 El conde de Floridablanca y la política de su época Santa Sede condenó las tesis que defendían los jansenistas. La célebre bula Unigenitus, de 13 de septiembre de 1713, situó definitivamente fuera del catolicismo a los rigoristas. La victoria de la Compañía le atrajo la indeclinable aversión del parlamentarismo francés, profeso de galicanismo, y de otras ordenes religiosas, por celos y envidias de escuela. Entonces a los jesuitas se les atribuyó un dominio escandaloso y engañador sobre el pontificado y la profesión de una moral laxa. Todo ello era incierto, pero serviría para atribuirles opiniones y conductas disolventes: el tiranicidio, la sedición contra el poder real, la defensa de la potestad pontificia en detrimento de la civil y el deseo de dominar todos los centros de poder. Todo éste cúmulo de calumnias sirvieron a un amplio sector de la Ilustración para atacar a la Iglesia, y al instituto que aparecía más estrechamente ligado a la Santa Sede. De esta forma una pura disputa teológica -de una entraña difícil de entender a los que no fueran profundos conocedores del discurso científico- se convirtió en una batalla política. Floridablanca se daba perfectamente de la instrumentalización de esta disputa, y en los campos públicos en los que se movió la utilizó. Como se ha dicho, durante su estancia en Roma, uno de los pareceres y apoyos que recabó fue el del general de los agustinos, el P. Vázquez. Esta orden estaba dolida con la Compañía por la condenación de las doctrinas de una de sus más insignes figuras, el cardenal Enrique de Noris, en las que se encontraron ciertas opiniones sospechosas de mano de un exagerado agustinismo. El aliado de Moñino frecuentaba uno de los círculos jansenizantes de Roma, el del Archetto, llamado asi porque sus contertulios se reunían en la casa del subprefecto de la Biblioteca Vaticana Giovanni Bottari, unida por un archetto, arquito, con el palacio Corsini en el Transtévere. En este foro, cuyo anfitrión era íntimo del célebre cardenal Passionei, se cultivaba el odio a la Compañía y la simpatía por ciertas ideas jansenistas192. Es indudable que Floridablanca ni GARCÍA-VILLOSLADA, Ricardo, «El jansenismo y el partido jansenista» capítulo 6 de Historia de la Iglesia Católica, IV, pp. 393-394. 192 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 139 entonces, ni ahora cuando redacta la Instrucción, descendió con rigor a la complejidad de las doctrinas morales, que no le interesaban lo más mínimo y que seguramente no comprendía. No parece que el propio Moñino, profesara en su vida personal los ásperos criterios teóricos del jansenismo, pero si que le resultaran simpáticas algunas de sus derivaciones políticas y político-religiosas: el episcopalismo, el disfraz juridicista de los argumentos teológicos y el desprecio por la filosofía escolástica. En el documento de 1787 se traslucen estas ideas, algunas de ellas viejas, pero todas reformuladas con agresividad por los jansenistas o jansenizantes. Asi, por ejemplo, al mismo tiempo que reconoce el cometido propio de la Inquisición –era una realidad evidente y legal– asegura, sin embargo, que son los obispos los «principalmente» encargados de velar por la pureza de la fe, tesis ortodoxa, pero que expresaba la idea de fortalecer la potestad de los prelados ordinarios, que entonces se quería contraponer a la autoridad pontificia193. Sin embargo, tal tendencia presentaba una contradicción con el postulado de ahogar cualquier iniciativa personal o corporativa del episcopado. Y de esta manera defiende la conveniencia en algunos casos de dialogar antes con el Papa que con otras potestades canónicas194. En el fondo a Moñino le molestaba, cualquier opinión de una Iglesia libre, viniera de donde viniera, y según los casos la cercenaba. En conjunto, su doctrina no presenta una armonía interna. Considera Floridablanca que la instrucción del clero debe contener el estudio de la Biblia, la Patrística, los concilios generales primitivos, la moral, diversas disciplinas jurídicas y las ciencias exactas y experimentales195. Tal elenco de materias, enriquecía sin duda la formación de la clerecía, destinada a servir los intereses del Estado, pero las ausencias que se aprecian en esta lista son muy graves. No hay una sola mención a la teología escolástica ni a la 193 194 195 Instrucción, XXXII. Instrucción, VII. Instrucción, XXVII. 140 El conde de Floridablanca y la política de su época mística. La primera omisión se debe sin duda a la animosidad que los ilustrados mostraron por la filosofía genuinamente católica, vinculada al Derecho común, entonces en franca decadencia y muy denostado por los renovadores. La segunda nacía del arrinconamiento, cuando no la negación, de la naturaleza espiritual de la Iglesia. Los ilustrados rara vez tuvieron la finura espiritual de comprender, y mucho menos de asimilar, la vivencia sobrenatural de los cristianos. Perfectamente explicable es la alusión a los concilios generales primitivos. Floridablanca era de los que fantaseaban con una extraña arqueología eclesiástica. Creía encontrar en la antigua disciplina las razones suficientes para desterrar los abusos –unos reales y otros no – de la curia romana. En su deseo de cercenar la jurisdicción papal, y los derechos económicos de la corte romana, manifiesta la nostalgia por la Iglesia de los primeros siglos, en los que apreciaba mayores competencias en el episcopado. Era un poco la moda del tiempo, que al final sería condenada por Pío VI, en 1793, en la bula Auctorem fidei196. Cabe preguntarse hasta qué punto las tesis ilustradas sobre la constitución de la Iglesia eran una formula propiamente teológica, o simplemente un alegato ocasional y oportunista. Lo más probable es que Moñino, por el año 1787, no tuviera una clara conciencia de lo primero pero si de lo segundo. En su embajada en Roma, había amenazado al papa con romper las relaciones diplomáticas con la Santa Sede, y la advertencia de una Iglesia nacional se encontraba en el trasfondo de las relaciones entre ambas potestades. En suma, la actitud que en materia eclesiástica refleja la Instrucción se resume en un incisivo intervencionismo del poder civil, en un sometimiento completo de las personas e instituciones canónicas a los postulados políticos nacionales y en el intento de acallar cualquier manifestación personal o corporativa de la Iglesia. Con ello se establecían los precedentes que conducirían a los días acia- LABOA GALLEGO, Juan María, «La estructura», p. 250. MARTÍ GILABERT, La Iglesia, pp. 481-486. 196 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 141 gos que habría de conocer la clerecía en el siglo XIX. No se trataba de relegar a la Iglesia a la mera función religiosa, y mucho menos transigir con el libre ejercicio de la jurisdicción canónica -constante desde los tiempos más antiguos- a los efectos congruentes a su función espiritual. Si ello fuera así, no se hubieran producido los altercados y los enfrentamientos que sucedieron. Lo que deseaba Floridablanca era someter las personas e instituciones eclesiásticas a los fines contingentes y variables de la política y de los políticos, como si el clero fuera una parte de la burocracia. Trata Floridablanca en la Instrucción los problemas derivados de las conversiones al catolicismo197. En primer lugar reconoce el interés del Estado y la Iglesia en promoverlas, pero aun así, hay que reconocer que este tiempo se caracteriza por la decadencia en las obras misionales, aspecto en el que no está ajeno el regalismo borbónico. Es más, con el exilio y la posterior disolución de la Compañía, en las que, como hemos visto, tuvo tanto protagonismo la Corona española, se asestó un golpe tremendo a las misiones. En 1767 salieron de América los jesuitas, cuando la Compañía tenía en los dominios hispánicos de ultramar 89 colegios y 19 seminarios. La extinción de 1773 produjo catastróficas consecuencias en las obras de propagación de la fe, pues era la orden ignaciana sin duda la corporación que mayor ascendiente tenía en esta clase de apostolado. La época, por razones diversas, se caracterizó por el ocaso en las labores misioneras, que no es, por lo tanto, un fenómeno exclusivo de nuestra nación198. Como la Instrucción revela un evidente desdén por los regulares, contempla su sustitución en las doctrinas por el clero secular, Instrucción, XXXV-XXXVII. LABOA GALLEGO, Juan María «Actividad misionera», capitulo V de Historia de la Iglesia Católica, IV, p. 293. GIMÉNEZ LOPEZ, Enrique y Mario MARTÍNEZ GOMIS, «La secularización de los jesuitas expulsos (1767-1773), Expulsión, pp. 287-303. Vv.Aa., Historia de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas, I-II, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos-Estudio Teológico de San Ildefonso de Toledo, 1992. 197 198 142 El conde de Floridablanca y la política de su época pero semejante cambio –como reconoce el mismo documento– chocó con inconvenientes muy graves, entre ellos la falta de inquietud apostólica de los sacerdotes199. Por otra parte, también esta cuestión aparece en la concepción de Floridablanca radicalmente politizada. Así aconseja que las doctrinas o misiones de un mismo entorno geográfico no se encarguen a un mismo instituto, a fin de prevenir «los inconvenientes de la dominación, y el partido»200, según habían ocurrido con los jesuitas. Se ve que todavía, al menos en apariencia, se seguía pensando que la Compañía había contribuido a la formación de un estado prácticamente independiente en Paraguay -como recogía Campomanes en su dictamen fiscal- una de las mendaces fantasías más notorias entre los cargos hechos a la orden. También Floridablanca, urgiendo el subsidio de la Inquisición, el episcopado y la Santa Sede, propone la supresión de las discriminaciones que existían sobre los nuevamente convertidos y sus descendientes y la enseñanza, para que la sociedad abandone la aversión que les profesa. Incluso reconoce que en esta materia se debe seguir el ejemplo de Roma, que como se sabe, siempre había sido reticente ante las prácticas excluyentes españolas. Considera que la situación presente es contraria a la revelación y a la utilidad del Estado, y que para superarla ha mandado establecer una junta201. En realidad la causa de los denominados estatutos de limpieza, que afectaban a los oficios civiles, a los eclesiásticos y a otras muchas realidades geográficas e institucionales, era una polémica pasada –en los siglos XVI y XVII– pero todavía en el último cuarto 199 Instrucción, XCI: «Están vistas y experimentadas las grandes dificultades que hay para remover enteramente a los regulares de las doctrinas, y sustituir clérigos aptos y bien dotados, que quieran confinarse a parajes incultos y distantes. Por mas instancias que han hecho algunos obispos, se han tocado después muchos inconvenientes y estorbos insuperables para ejecutar enteramente las providencias en este punto de doctrinas, y así conviene conducirse en el con pulso y despacio, manejando diestramente a los regulares, y usando de ellos con provecho espiritual y temporal». 200 Instrucción, XCII. 201 Instrucción, XXXVI y XXXVII. Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 143 del XVIII conservaban su vigencia, por razones evidentes, más formales y rutinarias que efectivas. Aunque pervivía el sentimiento popular anticonverso, en las élites se acostumbraba a censurar la exclusión como anacrónica y antievangélica202. El propio Carlos III, parece que no profesaba excesivos prejuicios sobre el colectivo que atraía mayor horror, es decir, el judío. En 1732 los hebreos del puerto italiano de Liorna lo habían recibido con auténtico entusiasmo y siendo rey de las Dos Sicilias en 1740 había revocado la orden que prohibía su estancia203. Lo cierto es que la pervivencia de los estatutos era un auténtico fósil. El transcurso del tiempo los había hecho tan innecesarios como inocuos, y por ello el rastro de los conversos casi había pasado a formar parte de la leyenda y la fábula. Acaso la medida más significativa del deseo de la Corona por superar la exclusión sean las cédulas de los años 1782, 1785 y 1788 a favor de los chuetas mallorquines. No obstante, con generalidad el requisito de la cristiandad vieja siguió pidiéndose, aunque en 1786 una cédula había reformado las informaciones de limpieza para los beneficios eclesiásticos a fin de que fueran más baratas y de que consideraran como pruebas los actos positivos anteriores. Las consecuencias del reformismo de Floridablanca en esta materia y en algunos casos fueron paradójicos: en la nueva Orden de Carlos III se impondría la exclusión de los descendientes de los confesos. En cualquier caso la práctica discriminatoria estaba en franca decadencia y su agresividad era escasa204. La Corona, según la Instrucción, resulta ser un poder absoluto. A lo largo de ella no desarrolla ningún punto doctrinal que explique sus límites morales y jurídicos. Aunque habla de los cercenamientos de las potestades eclesiásticas y real, mientras los de DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Los judeoconversos en la España moderna, Madrid, Editorial Mapfre, 1992, pp. 103-135. 203 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Carlos III, pp. 22 y 38. 204 CARO BAROJA, Julio, Los judíos en la España Moderna y Contemporánea, III, Madrid, Ediciones Istmo, 1978, pp. 13-160. 202 144 El conde de Floridablanca y la política de su época aquellas las recuerda a cada paso, sobre los que pudieran concernir a la potestad civil, solo añade a renglón seguido que en efecto no hay ninguna: «El clero…sabe dar a esta (la Corona) y al bien público toda la extensión que corresponde»205. No es que el murciano niegue que el poder se pueda extralimitar en sus actos, pues como afirma «el abuso suele acompañar a la autoridad»206. Ni tampoco que, al menos en el orden teórico, sea contrario a una potestad sujeta al orden jurídico. En la misma Instrucción escribe: «Todo poder moderado y en regla es durable; pero el excesivo y extraordinario es aborrecido, y llega un momento de crisis violenta, en que suele destruirse»207 y «La ambición unida al gran poder, no tiene límites, y es preciso muy de antemano, y con mucha previsión, detener y evitar el aumento de poder, para refrenar los progresos de la ambición»208. Lo que aquí resulta destacable, y a la vez sorprendente, es que aquel peligro y este pesimista vaticinio –cumplido con los Borbones en España– lo aplica a cualquier ejercicio gubernativo salvo al de la Corona. No hay duda que Moñino emborrachó los sentimientos de superioridad mayestática del propio Carlos III. El pensamiento político oficial de la Ilustración rompió con la doctrina del Siglo de Oro, mucho menos aduladora y más exigente con la conducta de los monarcas. No le podían agradar sus postulados sobre el derecho de resistencia ante el déspota de origen o de ejercicio, y mucho menos la teoría del tiranicidio que había explicado el jesuita P. Juan de Mariana209. No resulta sorprendente que a lo largo del documento Floridablanca no dedique el más mínimo detenimiento a las Cortes. Instrucción, XXVI. Instrucción, XXXIII. 207 Instrucción, XXXIII. 208 Instrucción, CCXCI. 209 MARTIN, La teología, II, pp. 469-472 y 480-485. EGIDO, Teófanes, «El regalismo y las relaciones Iglesia-Estado en el siglo XVIII», capítulo III, Primera parte de Historia de la Iglesia en España, IV, La Iglesia en la España de los siglos XVII y XVIII, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1979, pp. 226-232. DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, op. cit., pp. 95. 205 206 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 145 Solo en dos ocasiones las cita de pasada. Una de ellas cuando recuerda que habían pedido la moderación de los fueros210 y otra cuando concedieran a la Corona la administración del estanco del tabaco, con el del cacao y chocolates211. Las instituciones parlamentarias españolas no disfrutaban de la simpatía de Floridablanca, ni casi, en general, de los ilustrados. Las de la Corona de Aragón habían desaparecido a raíz de los decretos de Nueva Planta, y las únicas que subsistían eran las de Castilla, en un estado de creciente postración, y las de Navarra, en este caso con perseverante beligerancia en el ordenamiento jurídico del reino. Es evidente que el interés de Moñino por estas instituciones es el de relegarlas a un cometido ceremonial y apático, más todavía que el que entonces les caracterizaba. Ya se ha visto como fue su conducta con respecto a las cortes de 1789, en las que no quería ver ni un órgano judicial ni soberano. En el mejor de los casos las cortes de Castilla podían conservar su autoridad en materia de ley fundamental, pero ni aun así Carlos III estaba dispuesto a reconocérselo, como probó con la célebre pragmática de matrimonios desiguales. Respecto a los consejos propone una serie de medidas que deben caracterizar la elección de sus miembros y sus presidentes. Aquellos no solo debían ser letrados, sino también poseer experiencia gubernativa212. Estos habrían de escogerse entre personas sabias, morigeradas, activas, respetables y experimentadas, sin ser Instrucción, L. Instrucción, CCXIX. 212 Instrucción, XLIV: «Es preciso absolutamente que los consejeros no sean solamente letrados, sino políticos y experimentados en el arte de gobernar. Por esta razón, conviene que una gran parte de ellos sean de los que han servido las presidencias y regencias de audiencias y chancillerías, así en estos reinos como en los de Indias, y que algunos hayan servido corregimientos y varas, por el conocimiento que da el gobierno inmediato de los pueblos. También conviene que de clase de fiscales pasen muchos a consejeros, porque la multitud de los negocios que han pasado por sus manos, el interés que están acostumbrados a tomar por mi servicio y regalías y por el bien público, y la particular aptitud que regularmente se busca para estos empleos, son cualidades muy importantes y útiles para servir después dignamente las plazas de Consejo y Cámara». 210 211 146 El conde de Floridablanca y la política de su época conclusivos ni la nobleza ni los méritos militares213. Casi parece que en ésta exclusión quería señalar a su enemigo Aranda. Brinda también el proyecto de modificar las instrucciones por las que se regían estos organismos214. En el fondo y en la forma propone la postergación de la vieja maquinaria consiliaria, cuya tendencia retardataria ya se había manifestado en varias ocasiones. El afán por disminuir las competencias de los consejos de Castilla e Indias, en aras de las de los secretarios, se manifiesta cuando propone que las materias de patronato y regalías se pasen a la Junta, pues en ellas «debe entrar también la razón de estado». Es decir que a las razones puramente jurídicas se debían añadir las de la conveniencia coyuntural. El principio no podía ser más peligroso, sobre todo, en manos de un monarca absoluto, pero las intenciones de Floridablanca no dejan el más leve resquicio a una interpretación más compartida del ejercicio de la soberanía: «…pero no pudiendo, por lo común, entrar los sujetos consultados en todas las consideraciones y combinaciones de estado que pueden y deben templar la substancia y el modo de resolver, corresponde que la Junta se haga cargo de todo, reflexionando que no es lo mismo que una cosa sea justa, y que la consideren tal mis tribunales y ministros, que el que atendidas las circunstancias, sea conveniente y de fácil o posible ejecución, sin exponerse a consecuencias perjudiciales o peligrosas»215. Mucho se ha hablado, y escrito, sobre el criterio superador del orden estamental profesado por los ilustrados. A pesar de la Instrucción, XLV: «La elección de los presidentes y gobernadores de mis consejos es y será siempre el medio más efectivo de que estos tribunales tengan toda la actividad que necesitan y produzcan todo el bien para que fueron instituidos, y así cuidaré de informarme bien, y de preguntar a la Junta en los casos que ocurrieren; y esta tendrá presente que ni el nacimiento o grandeza, ni la carrera militar, ni otra cualidad accidental de esta especie, deben ser el motivo de estas elecciones; pues solo deben recaer, siempre que se pueda, en los hombres más sabios, morigerados y activos que pueden hallarse, y que sean respetables por su edad, condecoración y experiencia en el gobierno». 214 Instrucción, XLII, XLIII y XLVII. 215 Instrucción, IV. 213 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 147 indiscutible disolución que experimentaba, seguía legalmente vigente en la segunda mitad del siglo XVIII216. Los renovadores no ahorraron críticas de más o menos enjundia a tal división social217. Sin embargo, a pesar de ellas y del talante desdeñoso, cuando no contrario, de los políticos por su mantenimiento, perseveró en la realidad española hasta los primeros años del reinado de Isabel II, con las breves excepciones del primer y segundo ensayo constitucional en la época Fernandina. En este caso, como en otros de reformismo dieciochesco, fue más el ruido que las nueces. Este aspecto no podía ser ignorado por Floridablanca en su Instrucción, bien que las opiniones en ella vertidas producen más perplejidad que convencimiento. Resulta evidente que Moñino profesaba profundas reticencias hacia la parte más elevada del patriciado, perfectamente explicable en atención a sus orígenes sociales y a su trayectoria personal. Por una parte el documento respira un palmario despego por la preferencia legal y fáctica que predominaba en los criterios jurídicos o sociales. Así en la elección de presidentes y gobernadores de los consejos, virreyes, capitanes generales y gobernadores de las provincias, establece que ni el nacimiento, ni la grandeza, a los que engloba bajo la consideración de cualidad accidental, deben ser criterios determinantes218. Al tratar de los señoríos –que no solo eran de titularidad nobiliaria– auspicia su incorporación a la Corona, sin utilizar una provisión general, sino bajo el amparo de las leyes. Y lo mismo sugiere con respecto a los oficios públicos privatizados219 Pero luego al momento de analizar otros aspectos se puede observar que el cambio no es tan progresista como se le ha querido presentar. 216 ANES, Gonzalo, «De hidalgos y padrones», Economía y empresa en Asturias. Homenaje a Ignacio Herrero Garralda, Marqués de Aledo, Madrid, Editorial Cívitas, 1994, pp. 69-103 217 IGLESIAS, María Carmen, «La nobleza ilustrada del XVIII español. El conde de Aranda», Nobleza y sociedad en la España Moderna, Oviedo, Ediciones Nóbel, 1996, pp. 253-255. 218 Instrucción, XLV. 219 Instrucción, XLIX. 148 El conde de Floridablanca y la política de su época Floridablanca manifiesta lo perjudiciales que son, por una parte, la opinión social que desestima los oficios manuales y, por otra, la práctica estatutaria que excluye a sus ejercientes y descendencia de los honores civiles y eclesiásticos. En efecto esta era la realidad coetánea220, por lo que el secretario propone moderar y reducir las ordenanzas que la establezcan, y desarraigar el dictamen vulgar que las funda. Sin embargo al exponer estas cosas desliza la afirmación de que es menester cancelar «la envejecida preocupación de que hay oficios viles, y de que todos los mecánicos perjudican a la nobleza y a la estimación social», y hace predominar en todo el discurso la idea de alguna contradicción entre ciertos oficios y el disfrute del patriciado221. Eran verdaderos los prejuicios de la población sobre algunas actividades profesionales, pero lo que es enteramente falso es que éstas fueran en detrimento de la condición nobiliaria. Resulta asombroso que un jurista como Moñino realizara esta clase de asertos. Para el Derecho era intranscendente la ocupación profesional de los nobles, cuya cualidad y privilegios podían coexistir con cualquiera de ellas. Así, además lo afirmaba la literatura jurídica española, siguiendo un amplio criterio que no compartían otros ordenamientos como el francés o el portugués. La opinión social, como en tantas otras circunstancias, si era más rígida y excluyente que los preceptos legales222. Esta propuesta de Floridablanca, coincidente con la mayoría de las expresiones del movimiento ilustrado, se encuentra en la misma línea de la pragmática de 18 de marzo de 1783, en donde los errores de la Instrucción se habían mostrado todavía más palpables. Este texto afirma que el ejercicio de determinados oficios no debe perjudicar el goce y prerrogativas de la hidalguía, aunque si los descendientes de los favorecidos, abandonaran el oficio de sus ancestros, entonces, deben padecer la discriminación. De esto se deduce Instrucción, LXXXII. Instrucción, LII. 222 ÁLVAREZ RUBIO, Julio, Profesiones y nobleza en la España del Antiguo Régimen, Madrid, Consejo General del Notariado, 1999. 220 221 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 149 que la norma lejos de superar los criterios tradicionales, se muestra todavía más restrictiva. En primer lugar la afirmación de que la nobleza persevere a pesar de ciertas ocupaciones laborales era innecesaria, por no formar parte de nuestro ordenamiento. Y en segundo lugar el establecer la exclusión para los descendientes ociosos de los nobles dedicados a actividades deshonrosas, impone una exigencia en donde no existía. Lo que la pragmática y la Instrucción, parecen confundir es el estatuto nobiliario, con el de limpieza de oficios. Para aquel resultaba irrelevante éste, y donde se exigían las ocupaciones honorables, era en la caballería –las órdenes militares- y en otras muchas corporaciones civiles y eclesiásticas. Pero, como afirmaba la doctrina, el estatuto ecuestre es distinto al nobiliario, y el de las demás instituciones se inscribe en requisitos puestos o sobreañadidos a la simple condición nobiliaria223. Pero si a pesar de las incorrecciones teóricas, Floridablanca al explicar su deseo de una nueva configuración social, no siempre se muestra congruente con ello. Por aquel tiempo y a instancias del Estado los monasterios gallegos habían establecido escuelas para la educación de los hijos de los pobres. El secretario pone como ejemplo esta realidad, y además añade: «vistiendoles (a los alumnos) como labradores o artistas, y alimentandoles como corresponde a su pobreza y estado, para que no se acostumbren a otro metodo de vida, y se conserven en la clase de subditos trabajadores y útiles»224. Pocas veces con tanta claridad se puede manifestar un inmovilismo social tan reaccionario. Es decir que los hijos de los pobres o de los labradores y oficiales manuales estaban condenados a seguir la actividad de sus padres. No existe en la exposición de Floridablanca posibilidad alguna de superación social y económica. 223 224 Ibídem, pp. 274-279. Instrucción, LXI. 150 El conde de Floridablanca y la política de su época En esta formulación las luces lejos de hacer evolucionar al Antiguo Régimen progresivamente lo hace más retrógrado. ¡Cuantos personajes eminentes de la Iglesia, el Estado o las letras habían tenido su origen en hogares de modestos y hasta míseros agricultores u oficiales mecánicos, hidalgos o no! Y como si esto no fuera suficiente, añade que el Estado se debe hacer cargo de los hijos, cuya instrucción fuera descuidada por sus padres, proporcionándosela según su nacimiento y posibilidades225. O sea, que si la cuna no debe decidir la provisión de los altos empleos civiles, eclesiásticos y militares, sin embargo si ha de determinar la clase de educación que deben recibir los menores, en el fondo, para que no salgan de su circunstancia socio-económica. Pero si la movilidad social en Floridablanca no deja de ser un proyecto sujeto a importantes limitaciones, donde se muestra más categórico es en mostrar los inconvenientes del soporte económico de la nobleza, es decir la institución del mayorazgo. En primer lugar, vuelve a mostrar su tesis de discriminación social. Como la facultad de reservar no era exclusiva de la nobleza –es decir según el significado que le quiere dar Floridablanca el patriciado opulento− considera nocivo que la disfruten los labradores, comerciantes, u otras gentes inferiores, por que por ello las familias abandonan sus oficios y se aplican al rentismo o a lo que él precisa, la ociosidad226. El hecho era cierto, pero la expresión ya de por si manifiesta el concepto que tenía del orden social. Reconoce que los grandes mayorazgos son el vivero de la élite civil y militar de la Monarquía, por lo que son útiles, a pesar de los inconvenientes Instrucción, LXIII. Instrucción, LIV: «Asi como conviene borrar tales preocupaciones, es preciso disminuir los incentivos de la vanidad. La libertad y facilidad de fundar vínculos y mayorazgos por todo genero de personas, sean artesanos, labradores, comerciantes u otras gentes inferiores, presta un motivo frecuente para que ellos, sus hijos y partes abandonen los oficios. Envanecido con mayorazgo, o vínculo, por pequeño que sea, se avergüenza el poseedor de aplicarse a un oficio mecánico, siguiendo el mismo ejemplo el hijo primogénito y sus hermanos, aunque carezcan de la esperanza de suceder, y asi se van multiplicando los ociosos». 225 226 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 151 que aun así tienen, pero se muestra refractario a admitir los vínculos de escasa cuantía227. A pesar de lo que nos explican sus datos biográficos, Floridablanca profesaba una escasa simpatía por las reservas patrimoniales. Prefiere que los bienes objeto de la reserva sean frutos civiles, más que inmuebles228, que antes de gravarlos con censo se enajenen algunos de ellos229; establece que el mayorazgo pueda sacar para sus herederos los nuevos plantíos, riegos y edificios230, y defiende que el orden de sucesión vincular sea solo familiar231. La educación y la beneficencia son dos materias a las que la Ilustración dedicó ímprobos esfuerzos y de ello da fe la Instrucción. El fomento de la educación para todos, nobles y plebeyos232, y el cuidado racional y ordenado de los más desfavorecidos, distinguiendo al delincuente del menesteroso233, son los criterios rectores frente a los límites y carencias de los centros de enseñanza y a la decadencia de los de caridad. Floridablanca señala una mayor preocupación del Estado, por estas materias, hasta el momento confiadas en manos de los particulares, los municipios o la Iglesia. Los aspectos económicos y fiscales ocupan un lugar tan preferente en la Instrucción que no solo figuran a lo largo de toda ella, sino también monopolizan los apartados CXCII a CCLXXXVII. El fomento de las fuentes de riqueza y el de los ingresos de la Real Hacienda fueron dos cuestiones que atrajeron preferentemente el interés de los ministros ilustrados. No se olvida de casi nada que pueda hacer más feraces los diversos ramos de las actividades económicas: la protección del banco nacional234, el comercio y las comunicaciones235, los canales, 227 228 229 230 231 232 233 234 235 Instrucción, LV. Instrucción, LVI. Instrucción, LVIII. Instrucción, LVII. Instrucción, LIX. Instrucción, LX y LXII. Instrucción, LXIII-LXVIII. Instrucción, LXXII. Instrucción LXXI y LXXIII. 152 El conde de Floridablanca y la política de su época pantanos y plantíos236, la conservación de los montes y la reforestación237 y las actividades artesanales y fabriles238. Recurre con mucha frecuencia a la educación, con las Sociedades económicas, el establecimiento de las cátedras de comercio o la academia de las ciencias, para ofrecer a la sociedad saberes prácticos e instrumentales que mejoren la productividad. En los cambios que sugiere se observan medidas que contrastaban vigorosamente con la realidad española del momento: la libertad del comercio de granos239, la circulación de la manufactura nacional sin cobranza alguna240 y la privatización de terrenos baldíos, incultos o eriales de pasto común241. Floridablanca aborda el saneamiento del Fisco sobre las posibilidades de aumentar la economía social, con lo que no considera deseable una mayor presión fiscal, si los españoles no disponen de una progresiva mejora en su situación material242. De ahí que el fomento de las actividades productivas sea la antesala para aumentar el gravamen de los tributos. Sugiere la creación de un fondo, separado de la tesorería general que ha de contener las partidas ordinarias y extraordinarias243, con el que se modernizaría la agricultura244 y las actividades artesanales y fabriles245 y se fomentaría el comercio246. Para aliviar el peso de la deuda pública también Instrucción, LXXIV, LXXVI y LXXVII. Instrucción, LXXVII. 238 Instrucción, LXXI y LXXXII. 239 Instrucción, LXXV. 240 Instrucción, LXXXIII. 241 Instrucción, LXXVIII-LXXXI. 242 Instrucción, CXCIV: «Recelo que se han empleado siempre más tiempo y desvelos en la exacción o cobranza de las rentas, tributos y demás ramos de la real hacienda ,que en el cultivo de los territorios que los producen, y en el fomento de sus habitantes, que han de facilitar aquellos productos. Ahora se piensa diferentemente, y este es el primer encargo que hago a la Junta y al celo del ministro encargado de mi real hacienda; esto es que tanto o más se piense en cultivarla que disfrutarla, por cuyo medio será y más seguro el fruto. El cultivo consiste en el fomento de la población con el de la agricultura, el de las artes e industria y el del comercio». 243 Instrucción, CXCIV y CXCV. 244 Instrucción, CXCVI. 245 Instrucción, CXCVII. 246 Instrucción, CXCVIII y CXCIX. 236 237 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 153 plantea la formación de otro fondo destinado a «extinguir las deudas de la corona, y disminuirlas con sus réditos e intereses».247 Las propuestas de la Instrucción se caracterizan por la prudencia y el pragmatismo. Se nota que su autor no solo es un teórico, un jurista, sino también un experimentado hombre de gobierno que conoce las dificultades, las diversas mentalidades sociales y la idiosincrasia propia de los españoles, a los que cualquier aumento impositivo era sumamente odioso. Por eso las reformas que propone son moderadas y de inteligente ejecución. Sabedor de que es imposible una modificación sustancial y completa del sistema fiscal, heterogéneo, confuso y desordenado, plantea modificaciones puntuales para los diversos ingresos de la Real Hacienda248. Así propone medidas de saneamiento para las aduanas y los aranceles249, la renta del tabaco250, con un particular detenimiento en la persecución del contrabando251, las rentas de las salinas252, las siete rentillas253, el estanco del aguardiente254 o las rentas provinciales255, es decir las alcabalas y cientos, las tercias reales y los millones o sisas256. Uno de los principios más axiomáticos de la Ilustración fue el establecimiento de la única contribución. Este es el ideal que persigue Floridablanca y a tal fin considera que deben orientarse las Instrucción, CC. Instrucción, CCL: «En el otro punto de la exacción o de recolección de frutos de la misma hacienda real, se ha trabajado cuanto se ha podido en estos últimos tiempos, y hay muy poco o nada que añadir a las providencias que he tomado. Sin embargo me ha parecido reunir aquí todos los objetos de mis cuidados en materia de hacienda, y encargar muy estrechamente a la Junta la vigilancia y la mayor actividad sobre todos ellos, ayudando al Ministro de Hacienda con todas sus luces y experiencias». 249 Instrucción, CCII-CCXV. 250 Instrucción, CCXVI-CCXX. 251 Instrucción, CCXXI-CCXXXV. 252 Instrucción, CCXXXVI-CCXXXVIII. 253 Instrucción, CCXXXIX. 254 Instrucción, CCXL. 255 Instrucción, CCXLII. 256 Instrucción, CCXLIV-CCLXVI. 247 248 154 El conde de Floridablanca y la política de su época mudanzas que ha expuesto en el sistema fiscal existente257. Pero también percibe los inconvenientes y la resistencia social, si se establece de inmediato258. Para justificar esta precaución alega los casos de otras naciones, Inglaterra, Francia o los Países Bajos259, y lo que él llama las «tres experiencias nacionales», es decir los intentos y proyectos en España260. El realismo de Floridablanca le lleva tanto a desconfiar de las «razones especiosas de los escritores y proyectistas»261 como del espejismo de una carga con «igualdad matemática y aritmética sobre los bienes de los súbditos»262. En virtud de todo ello brinda un medio paulatino para establecerla, merced una cobranza diversificada, que parezca menos opresiva263. A este efecto propone la división de la sociedad en seis clases264: propietarios de bienes raíces, estables o perpetuos265, colonos o arrendadores de bienes inmuebles266, fabricantes y artesa- Instrucción, CCLXVII: «No hago a la Junta particular encargo sobre lo que hasta ahora se ha denominado única contribución, porque con los reglamentos vigentes, y con las enmiendas hechas, y otras que mostrará la experiencia, vendrán poco a poco a simplificarse los tributos, de modo que se reduzcan a un método sencillo de contribuir único y universal, en las provincias de Castilla, que es a lo más que se puede aspirar en esta materia.» 258 Instrucción, CCLXVIII: «El establecer de repente una contribución única por reglas de catastro sobre las tierras y bienes raíces o estables, que es lo que se ha declamado en muchos papeles y en las operaciones antiguas, causaría un trastorno general en la monarquía, con riesgo evidente de arruinarla.» 259 Instrucción, CCLXX. 260 Instrucción, CCLXXII-CCLXXV. 261 Instrucción, CCLXXVI. 262 Instrucción, CCLXIX. 263 Instrucción, CCLXXVII: «La contribución, pues, que puede llamarse única, es la que se establece por una regla común, igual, universal y sencilla, aunque la cobranza se distribuya en muchas pequeñas partes y en diferentes ramos, que la suavicen y faciliten. A esto he mirado en los reglamentos hechos, en los cuales se pueden y deben hacer, con el tiempo y la experiencia, todas las enmiendas y mejoras que a dejo insinuadas a la Junta, y otras más, que puede reducir esta materia a la perfección, igualdad geométrica o de proporción y sencillez de que sea susceptible.» 264 Instrucción, CCLXXVIII. 265 Instrucción, CCLXXIX. 266 Instrucción, CCLXXX. 257 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 155 nos267, comerciantes mayoristas y minoristas, entre los que no se comprenden los banqueros268, los asalariados de la real hacienda, empleados públicos y profesionales liberales269, y finalmente los exentos, especialmente el clero270. Esta última proposición suponía una evidente superación de la sociedad estamental. También se ocupa la Instrucción del ejército y la marina. Respecto al primero se conforma con su estado actual271, si bien propone aumentar la infantería272, disminuir la caballería273, promover y conservar las milicias provinciales para la defensa y seguridad interiores274, reordenar el generalato y la oficialidad275, perfeccionar los aspectos científicos de la táctica militar y mejorar los cuerpos facultativos, incluso con el estudio de lo que se hace en otros países276. La idea del establecimiento de los regimientos provinciales, que ya estaban erigidos con anterioridad, y del aumento de los cuerpos de extranjeros (irlandeses, italianos, walones y suizos), inclina a pensar que ya en las altas instancias de la Monarquía había una sensación de que el orden ya solo se podía guardar mediante la fuerza, y no por los sentimientos de religioso acatamiento de antaño. Recuérdese la antipatía de la población madrileña por la guardia walona que a las claras se manifestó en el motín de 1766 y el hecho tan significativo, en aquella ocasión, del conde de Revillagigedo de rodillas ante Carlos III ofreciendo su dimisión antes de ordenar hacer fuego contra el pueblo. Con razón dice Domínguez Ortiz que el monarca entonces sufrió «una conmoción de la que nunca se recuperó por completo»277. 267 268 269 270 271 272 273 274 275 276 277 Instrucción, CCLXXXI. Instrucción, CCLXXXII-CCLXXXIII. Instrucción, CCLXXXIV. Instrucción, CCLXXXV. Instrucción, CXLIX. Instrucción, CLIII. Instrucción, CLIV. Instrucción, CL. Instrucción, CLV y CLX. Instrucción, CLVIII-CLIX. DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, op. cit., p. 68-69 y 81. 156 El conde de Floridablanca y la política de su época Las providencias que se proponen para la marina pasan, entre otras, por la selección esmerada de los generales278, la promoción de la factura, incluso por los particulares, de los buques necesarios a una potencia marítima como era España279, la inspección rigurosa de los departamentos marítimos280, la mejora de las ordenanzas281 y el fomento de la educación de la oficialidad con las escuelas de náutica y pilotaje282. América y los territorios de ultramar ocupan un lugar preferente en la Instrucción, como no podía ser menos en una Corona como la de España, cuyos dominios en su mayoría estaban situados fuera de Europa283. Reducida la Monarquía Católica en el Viejo Mundo a los territorios ibéricos, y a pesar de la recuperación de algunos estados italianos para infantes españoles, las Indias orientales y sobre todo occidentales, atraen repetidamente la atención de Floridablanca, tanto por razones puramente políticas y de soberanía, como por las económicas y estratégicas. Propone una reorganización de la alta maquinaria administrativa de aquellos territorios284, y el saneamiento del régimen fiscal para evitar abusos y descontentos285. Siempre había sido muy difícil defender aquellas tierras, tan extensas y abiertas, frente a la expansión de otras potencias europeas. A estas alturas del siglo XVIII el título pontificio de soberanía carecía de general respeto y autoridad como para defenderlas con eficacia, de ahí que a lo largo del texto no se le mencione ni una sola vez. Por eso la conservación de los territorios ultramarinos debía efectuarse acudiendo a los medios defensivos militares, portuarios y castrenses286 y a las convenciones internacionales. La acti278 279 280 281 282 283 284 285 286 Instrucción, CCLXVIII. Instrucción, CLXIX-CLXXII. Instrucción, CLXXIII-CLXXIV. Instrucción, CLXXXIII. Instrucción, CLXXXV-CLXXXVI. Ver especialmente: Instrucción, LXXXV a CXLVII. Instrucción, CXLIV-CXLVII. Instrucción, XCV-XCVI. Instrucción, CIV-CVII, CIX-CXI y CLII. Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 157 tud de Floridablanca carece de ambiciones territoriales relevantes, salvo el deseo que muestra de la recuperación de la isla de Jamaica287 y del desalojo de los ingleses en Centroamérica. Todavía subsistían puntos conflictivos de límites entre España y Portugal, pese a la concordia que reinaba entre ambas naciones288, y al interés nuestro de mantener la cooperación lusa, tanto para la defensa externa de aquellos reinos, como para apaciguar las posibles sediciones interiores289. En consecuencia se insiste en ejecutar de forma justa y conveniente a España los tratados de 1750 y 1777 que fijaban las fronteras entre las dos potencias290. Mayor peligro representaban las ansias expansionistas de otros países para las que la Instrucción arbitra los instrumentos para conjurarlas, así con respecto a Inglaterra291, Rusia292, e incluso Francia293. Floridablanca se daba perfecta cuenta no solo de la flaqueza externa de la América española, sino también del peligro que corría el general sentimiento de sumisión y fidelidad a la Corona por parte de sus habitantes. Un medio conducente para contribuir a la lealtad de los españoles de ultramar es la cuidadosa selección de las autoridades294, asi en el fuero civil, como en el eclesiástico. De Instrucción, CXXXIX-CXL. Instrucción, CXV:«Por la parte de nuestros confines con los dominios portugueses de la América Meridional, hay menos que recelar y que temer en cuanto al poder; pero hay mucho que precaver en cuanto a la negligencia y ansia de extenderse de nuestros vecinos, para aprovecharse así de los terrenos como del comercio y producciones de nuestras provincias internas» 289 Instrucción, CXXVII:«Como aquella garantía no es solamente contra invasiones extranjeras, sino aun contra las insurrecciones y revoluciones internas de la misma América Meridional, nos será siempre muy útil, atendidas las experiencias pasadas, contar con los portugueses, como vecinos inmediatos, no sólo para muchos auxilios, sino para que no los hallen los indios rebeldes en ellos, ni en otros por su medio, como podrá suceder si no conservamos y cultivamos su amistad, ya estipulada y establecida solidamente entre las dos cortes.» 290 Instrucción, CXVI-CXXVI. 291 Instrucción, CXII-CXIV. 292 Instrucción, CXXIX. 293 Instrucción, CXLII-CXLIII. 294 Instrucción, LXXXV-XCIV. 287 288 158 El conde de Floridablanca y la política de su época ahí que se aconseje escoger, como obispos, sin desprecio de los nativos295, a eclesiásticos criados en España296, y como virreyes y gobernadores a quienes en la metrópoli habían destacado por sus cualidades políticas297, y en ambos casos sin miramientos a la posible resistencia de los electos. En general la Instrucción respira una evidente desconfianza por la población indiana: del clero tiene la peor opinión como relajado y necesitado de reforma298; al ocuparse de los seglares habla de «espiritus inquietos y turbulentos»299, y al tratar de las milicias fijas en aquellos territorios, señala la reserva que se ha de tener con los naturales, por su envidia 295 Instrucción, LXXXVIII, «Si en Indias sobresalieren o se distinguieren algunos clérigos por su sabiduría y virtudes, conviene también que su premio allí mismo sea también distinguido y sobresaliente; pero cuando solo tuvieren una mediocridad de doctrina y costumbres, que es lo más común, será mejor atender a los que se pueda en España; de manera que evitándose la queja de ser olvidados, se eviten igualmente otros inconvenientes y consecuencias.» 296 Instrucción, LXXXVI: «La elección de obispos criados en España con las máximas de caridad, recogimiento, desinterés y fidelidad al Soberano, que es común en nuestros prelados, es un punto el más esencial para la seguridad y fidelidad del gobierno de Indias. No importa que para ello se saquen obispos actuales de otras diócesis de España, donde hayan acreditado con la experiencia las buenas cualidades de un pastor necesario para el bien y reforma de algunas iglesias de América, aunque sea preciso obligarles a aceptar. El buen pastor se ha de sacrificar por las ovejas, y esta causa es la más canónica para las traslaciones.» 297 Instrucción, XCIII: «Las elección de los virreyes y gobernadores principales, que es otro punto esencial para el buen gobierno de las Indias, se ha de hacer siempre en hombres muy experimentados y acreditados por su desinterés, probidad, talento militar o político. En este punto se requiere todo el discernimiento y la aplicación del ministro encargado del despacho de Indias y de los demás de la Junta, que le ayudaran con sus noticias, luces e informes. Si en España hubiere dado algún sujeto pruebas de aquellas cualidades en capitanías generales de provincias o gobiernos, se les transferirá, aunque lo rehúsen, a los virreinatos y gobiernos de Indias, poniéndose de acuerdo sobre esto en la Junta los respectivos ministros, como prevengo en el decreto de creación de este día. Ninguno que sirve al Estado puede substraerse a las cargas de él, ni frustrar el derecho que tiene el mismo Estado de valerse de sus talentos y virtudes.» 298 Instrucción, LXXXVII y XC. 299 Instrucción, CIX. Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 159 y oposición a los europeos300. Ni al mencionar al ejército se libra de esa desconfianza301. Se ocupa del tráfico de negros sin otras consideraciones que las económicas302, a pesar de que ya desde el siglo XVI existía una corriente teológica-jurídica que lo condenaba aunque hubiera licencia legal303. Resulta indudable el interés primordial de Floridablanca por las cuestiones económicas en ultramar, signo de la secularización de su pensamiento político304. Un aspecto poco conocido de los principios de Floridablanca es el concerniente a las relaciones exteriores. Es probable que la importancia de sus iniciativas en el orden nacional haya postergado el interés que se pudiera tener en su estudio. Por otro lado, la España de Floridablanca, ya no es un país de primer orden y sus relaciones internacionales se encontraban mediatizadas por la beligerancia dominante de Gran Bretaña y Francia. Aquella imperaba 300 Instrucción, XCIV: «En aquellas regiones, las milicias y cuerpos fijos, aunque útiles y aun necesarios para defender el país de invasiones enemigas, no lo son tanto para mantener el buen orden interno; pues, como naturales nacidos y educados con máximas de oposición y envidia a los europeos, pueden tener alianzas y relaciones con los paisanos y castas, que inquieten o perturben la tranquilidad; lo que debe tenerse muy a la vista, y mucho más cuando los jefes de aquellos cuerpos sean también naturales y aun de las castas de indios mestizos y demás de que se compone aquella población.» 301 Instrucción, CLII: «Esta prudente desconfianza debe servir para que jamás se deje de tener tropa veterana, española, en los puntos principales y que sean de más cuidado en Indias, con el fin de que contenga y apoye los cuerpos fijos y milicias en los casos ocurrentes, debe inclinar a nombrar y preferir para jefes y oficiales mayores y menores de aquellos cuerpos todos los europeos que se puedan hallar, y debe también obligar a que se mude y renueve la misma tropa española de tiempo en tiempo, no sólo con la que vaya a relevarla de Europa, como se hace, sino pasándola con la frecuencia posible de unos territorios a otros, de unas razas de indios a otras, para cortar las relaciones, amistades y otras conexiones que destruyen la disciplina y favorecen la deserción allí mas que en España.» 302 Instrucción, CVIII. 303 GUTIÉRREZ AZOPARDO, Ildefonso, «La Iglesia y los negros», capítulo 17 de Historia de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas (siglos XV-XIX), I, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos-Estudio Teológico de San Ildefonso de Toledo, 1992, pp. 321-337. 304 Instrucción, XCVII, XCVIII y CXXXIII-CXXXVIII. 160 El conde de Floridablanca y la política de su época en los mares, como bien lo había padecido Carlos III cuando era rey de las Dos Sicilias, y ésta mantenía la hegemonía continental en Europa, tratando de servirse de España para sus intereses. De esta manera a la Monarquía Católica le tocaba mantener su posición en el concierto internacional entre dos naciones que sí eran primeras potencias, y de cuyos movimientos dependía en mayor o menor medida. La Instrucción expone con pormenor cuales eran los principios en los que Floridablanca pensaba debían cifrarse las relaciones con otras naciones305. Es un plan político de paz306 y amistad, más o menos intensas, según los casos. Afirma que España apenas tiene pretensiones territoriales con algunas salvedades, la ya señalada de Jamaica y el desalojo de los ingleses de Campeche y Honduras, Gibraltar y Portugal. La política internacional que expone la Instrucción es la de una nación, consciente de su debilidad, que no quiere mezclarse en litigios y conflictos sobre los cuales no tiene un interés directo. Aunque juega con cierto oportunismo sobre las alianzas o enfrentamientos entre las potencias, sin embargo no deja de reconocer que la verdadera política debe fundarse en la religión y la moral307. Gibraltar desde principios del siglo XVIII era una vieja herida en la integridad de Castilla. España nunca había renunciado a recuperarlo, si bien hasta el momento los intentos habían fracasado. Por eso Floridablanca afirma que esta plaza debe adquirirse bien por vía de negociación o bien por la fuerza, aprovechando la Instrucción, CCLXXXVIII-CCCXCV. Instrucción, CLXIII:«Deseo con todo mi corazón que libre Dios a mis amados vasallos de los horrores de la guerra y encargo a la Junta emplee todo su celo y conato para impedirla y precaverla con decoro;…» 307 Instrucción, CCCXXXIII:«En oposición de la conducta francesa, no soy de parecer de que trabajemos por debilitar aquella potencia ni por suscitarla guerras y enemigos, como ella ha hecho con nosotros. La grande y verdadera política está y debe estar fundada sobre las máximas de la religión y sobre las de la rectitud natural, propias de un soberano de España.» 305 306 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 161 ocasión de una guerra308. Moñino no valora en exceso su valor estratégico, así respecto a los vecinos del norte de África309, como en lo que toca al acceso del Mediterráneo310, pero aun asi el detenimiento con que se ocupa de esta materia prueba el quebranto moral que le ocasionaba la soberanía anglosajona en aquella parte de Andalucía311. En consecuencia, propone mantener la incomunicación de la plaza con el continente, para asi asfixiar las posibilidades de mantener en ella la guarnición militar, la población y el comercio312. Entre los medios que propone para recobrar la plaza se encuentran el de la compra313, el de la permuta por Oran314, o el de la oferta a Inglaterra de algunas ventajas comerciales y de la neutralidad en el Mediterráneo315. Cuando se ocupa de Portugal, Floridablanca, expresa con toda claridad la nostalgia de la unidad ibérica316, y por tanto la esperanza de que aquel reino se incorpore al de España317. Propone Instrucción, CCCXXXVIII: Nuestros tratados con Inglaterra miran o al arreglo de nuestras posesiones en España e Indias, o al comercio respectivo de las dos naciones. Por lo tocante a España hemos cedido, por ahora, en el asunto de Gibraltar, cuya plaza conviene adquirir siempre que se pueda, por negociación o por fuerza, en el caso de un rompimiento. Para la conquista tengo ya dicho a la Junta lo que se puede hacer, cuando la he manifestado en esta instrucción lo que nos conviene, en caso de guerra. Para la negociación se requiere muchas sagacidad, constancia, tiempo y gasto.» 309 Instrucción, CCCXL. 310 Instrucción, CCCXLI-CCCXLIII y CCCXLVI. 311 Instrucción, CCCXLVII: «Para el dinero (de la compra de Gibraltar) se prestarían con gusto a cualquiera contribución o arbitrio todos los vasallos, por el dolor y la vergüenza con que sufren el deshonor del dominio inglés en aquel punto de la península.» 312 Instrucción, CCCXXXIX. 313 Instrucción, CCCXLVII. 314 Instrucción, CCCXLVIII. Cfrs.: Instrucción, CCCXLIX. 315 Instrucción, CCCLI. 316 Instrucción, CLXIII. 317 Instrucción, CCCLXXV: «Mientras Portugal no se incorpore a los dominios de España por los derechos de sucesión, conviene que la política le procure unir por los vínculos de la amistad y del parentesco». 308 162 El conde de Floridablanca y la política de su época se mantenga la paz y concordia con la Monarquía lusa, pero sin concluir con ella un tratado de alianza318. Con vistas a la unión, entre otros fines, plantea la conveniencia de seguir con la política de enlaces matrimoniales entre ambas casas reales319. En Italia, España tenía intereses espirituales y familiares. Ya al principio de la Instrucción desgrana las relaciones que se había de tener con el Pontificado, como institución religiosa. Ahora se ocupa de él como realidad temporal: «Por lo que toca a los asuntos e intereses políticos del Papa, en calidad de soberano de los estados que posee la Santa Sede, no tiene ni puede tener en el aspecto de la Europa otras relaciones con mi corona y súbditos, que la de comercio y correspondencia igual a la de los demás soberanos de Italia»320. Respecto a los pequeños principados italianos, con los que se debe mantener la paz y amistad321, afirma que se ha de conservar, en combinación con otras potencias europeas, una especie de protectorado322. La principal causa de tal protección se debe a las pretensiones del emperador de Alemania sobre aquella península, y en especial sobre las Dos Sicilias323. En lo que respecta a estos reinos reconoce la existencia de especiales vínculos familiares y la presencia allí de importantes intereses materiales de los españoles324. Francia era entonces la potencia amiga y aliada por antonomasia en virtud de los pactos de familia, sin embargo los juicios de Floridablanca están llenos de suspicacia y de deseos de indepen- Instrucción, CCCLXXV-CCCLXXVII. Instrucción, CCCLXXVIII. 320 Instrucción, CCLXXXIX. 321 Instrucción, CCXCII-CCXCV. 322 Instrucción, CCXC: «Un interés general e indiscreto respecto a la Italia entera puede ocupar en algún tiempo los cuidados de la España, si alguna potencia poderosa intentaré invadir y subyugar los estados de los principados y repúblicas que ahora posee aquella hermosa porción de Europa. En tal caso, tanto el Papa como los reyes de las Dos Sicilias y Cerdeña, potentados de Toscana, Parma y Modena, repúblicas de Venecia, Génova, Luca y otras, merecerían la protección y auxilios de la España, combinada con otras cortes que pudieren ayudar a los mismos.» 323 Instrucción, CCXCI y CCXCVII. 324 Instrucción, CCXCVI. 318 319 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 163 dencia. Si es el mejor país amigo de España, también puede ser su más encarnizado y peligroso enemigo325. De la importancia de estas relaciones internacionales da cuenta la extensión con que se ocupa de ellas en la Instrucción. Persuadido de lo conveniente que es mantener la paz con el rey cristianísimo326, sin embargo sugiere que tanto en los aspectos comerciales327, como en los políticos328 y militares329 España debe defender sus propios intereses, sin dejarse mediatizar por los de Francia, habida cuenta la experiencia que había de su insincera lealtad. Con Inglaterra los motivos de reserva y recelo eran múltiples. Con ella siempre se ha de estar «atentos, vigilantes y desconfiados»330, dice Floridablanca, aunque añade que no conviene su ruina para así evitar la omnipotencia de Francia331. Un punto fundamental que aborda la instrucción es el necesario arreglo con Gran Bretaña de las diferencias que hay en materia de comercio y navegación332. Moñino fiel a su absolutismo monárquico afirma que el régimen parlamentario anglosajón es una de las causas que avala la escasa fiabilidad que le inspira Inglaterra333. A lo largo de la Instrucción se percibe una profunda aversión hacia el emperador de Alemania –la Casa de Austria- «príncipe bullicioso y altivo»334, al que se pretende separar de Rusia, pues de Instrucción, CCCXXXIV. Instrucción, CCCII, CCCIII y CCCX, 327 Instrucción, CCCVI-CCCVII, CCCIX, CCCXI y CCCXXXI, 328 Instrucción, CCCXVI, CCCXVII. 329 Instrucción, CCCXIV, CCCXVIII, CCCXIX, CCCXXI y CCCXXIII. 330 Instrucción, CCCXXXVI. 331 Instrucción, CCCXXXVII. 332 Instrucción, CCCLIII-CCCLXII. 333 Instrucción, CCCXXXV: «Mientras la nación inglesa no tenga otra constitución o sistema de gobierno que el actual, no podemos fiarnos de tratado alguno, ni de cualesquiera seguridades que nos de el ministerio británico, por más que sus individuos y el Soberano estén llenos de probidad y otras virtudes. La responsabilidad que aquel gabinete tiene a toda la nación, ya separada o ya unida en su Parlamento, le hace tímido, inconstante y aún incapaz de cumplir sus promesas.» 334 Instrucción, CCCLXV, CCCLXVII, CCCLXVIII 325 326 164 El conde de Floridablanca y la política de su época semejante alianza se espera la esclavización de Europa335. En justo paralelismo se aconseja favorecer las pretensiones del rey de Prusia en el marco de la confederación germánica336. En lo que toca a Rusia se percibe el peligro que corren las posesiones españolas en América, ante la expansión de los Romanov desde el norte337. Respecto a las potencias islámicas se aconseja conservar la paz con el imperio otomano338 e incluso suscribir un tratado de paz, si bien a esto se opone, la mala fe de los musulmanes, su voluntad de acabar con las potencias cristianas y el escándalo que produciría en la católica España339. Gran preocupación por evidentes razones de seguridad, le producen a Floridablanca las regencias islámicas del norte de África, especialmente la de Argel, «la más poderosa y más perjudicial de todas las regencias»340, hasta tal punto que propone, en caso de la desaparición del imperio turco, que España se establezca en aquellas latitudes341. La política que propone se ha de seguir con estos enclaves es la de conquistarlos342, pese a la dificultad que entraña, o la de llegar a tratados favorables con ellos343. Con el rey de Marruecos la actitud es distinta y de casi completa confianza en atención a las ayudas que había brindado a España, tanto en tiempo de paz, como de guerra344. Por eso añade que se debe gratitud a «este príncipe moro», pero de no perseverar en esta conducta se ha de pensar en ocupar parte de la costa norafricana; sin «esto no tendremos seguridad en el estrecho de Gibraltar, ni en su entrada y salida, ni podrán florecer nuestro comercio y navegación»345. 335 336 337 338 339 340 341 342 343 344 345 Instrucción, CCCLXIX, CCCLXXX, CCCLXXXI, CCCLXXXIII y CCCLXXXIV. Instrucción, CCCLXVII. Instrucción, CCCLXXIII. Instrucción, CCCLXXIX. Instrucción, CCCLXXXII. Instrucción, CCCLXXXVII. Instrucción, CCCXCI. Instrucción, CCCLXXXVIII. Instrucción, CCCXC. Instrucción, CCCXCII. Instrucción, CCCXCIII. 13. Fernando VII. Vicente López. Palacio Real. Patrimonio Nacional. Madrid. El 28 de marzo de 1808, el nuevo y flamante rey, Fernando VII, procedió al levantamiento del destierro del conde de Floridablanca, que entonces cumplía en Murcia, ocupado en una subalterna comisión oficial. Al mismo tiempo también fueron rehabilitados personajes injustamente postergados en años anteriores como Jovellanos, Urquijo y Saavedra. Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 167 Con los Estados Unidos, a cuya independencia había contribuido España tanto, se propone una relación amistosa y de favor, incluso concediéndole en materias comerciales el trato de nación preferente, pero siempre que antes se hayan arreglado las cuestiones de limites de las Floridas y la exclusión de su salida por el río Misisipi. Al final Floridablanca añade esta cláusula: «En lo demás, las discordias que reinan en aquellos estados por la inquietud y amor de sus habitantes a la independencia, nos son favorables y siempre serán causa de su debilidad»346. Tal es el resumen del ideario de Floridablanca, y la forma en la que él lo puso en boca del rey. Si el respeto por la estructura político-social del Antiguo Régimen coexiste con algunas propuestas, sobre todo en materias económicas, que anuncian los principios liberales, resulta patente la falta de paralelismo entre lo político y el fomento de la riqueza y la producción. III. La presidencia de la Junta Central (1808): el preludio de la tragedia Los gravísimos sucesos que acaecieron en España a partir del año 1808, no arruinaron el sistema político de la Monarquía tradicional española. Esta ya no existía. El Antiguo Régimen que se desmoronó primero, ante el ejército napoleónico, y que después pudo ser cancelado por la obra constitucional de Cádiz, era solo una caricatura de la genuina expresión del monarquismo hispánico. Las reformas dieciochescas, sobre todo las que se acometieron a raíz del reinado de Carlos III, habían reducido el cuerpo político a un esqueleto enclenque de puro mandonismo hermético. La Corona había tomado con especial empeño el cuidado de pulverizar la opinión social, entre ella la expresada por los cauces institucionales, que se habían convertido en canales vacíos u ornamentales. Coetaneamente la jefatura del Estado terminó por encarnarse en una rea- 346 Instrucción, CCCXCIV. 168 El conde de Floridablanca y la política de su época leza decrépita. Como el edificio político no tenía más pilar que la figura del monarca, carcomida por dentro, a la vez que sucumbió la propia institución regia, se desengoznó toda la maquinaria política que giraba sobre este eje347. La contestación social –desestamentalizada y sin conexión institucional– a la invasión napoleónica evitó la muerte de una nación secular. La misma réplica a la iniciativa constitucional terminaría por desautorizar al régimen liberal que se decía sustentado por la población. La España que surgió en 1814 de las ruinas de la guerra y la revolución tenía que ser muy distinta a la que desfalleció seis años antes. Por eso unos y otros –liberales y realistas– tratarían de proponer un plan de renovación, queriéndolo vincular a tiempos más antiguos que los inmediatos precedentes. Sin embargo el tránsito pacífico del Antiguo Régimen a uno nuevo en el que los españoles se encontraran identificados en sus ideales e intereses no fue posible. Faltaron muchas cosas, pero principalmente una realeza apta para sacudir de si, el marasmo caprichoso y arbitrario de que la había revestido el Despotismo ilustrado. Pero hablar de esto es adelantar acontecimientos, y sobre todo salirse del arco cronológico de la vida de nuestro personaje, Floridablanca falleció a finales de 1808, cuando el destino de España se presentaba lleno de incógnitas e incertidumbres, y para él, que seguía apegado al modelo carlostercista, de peligros. Desde que en 1792, fue despedido, con pocos miramientos, experimentó una suerte muy distinta a la que sus merecimientos le debían haber hecho acreedor. Padeció el destierro, la cárcel y el procesamiento y en lo que quedaba de reinado de Carlos IV no volvió a figurar en la corte. Extraño e inexplicable premio para el que había asistido a la monarquía con tanto denuedo348. Cfrs.: ARTOLA, Miguel, La España de Fernando VII, Madrid, Espasa, 1999, pp. 41-105. 348 ESCUDERO, José Antonio, op. cit., pp. 551-554. RUIZ ALEMAN, Joaquín, op. cit., pp. 86-88. 347 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 169 Su total rehabilitación le llegó tardíamente, ocho meses antes de morir. El 28 de marzo de 1808 el nuevo y flamante rey, Fernando VII, procedió al levantamiento de su destierro, que entonces cumplía en Murcia, ocupado en una subalterna comisión oficial. Por este tiempo también fueron rehabilitados otros personajes injustamente postergados en los años anteriores como Urquijo y Saavedra. La última ilustración agónica y espasmódica había sembrado el campo de rencores políticos349. El siguiente día 29 el ministro de Estado, Don Pedro Ceballos le comunicó por escrito la gracia a Floridablanca350. Solo apenas unos días habían transcurrido desde la abdicación de Carlos IV y la asunción de la Corona por parte del príncipe heredero Don Fernando. El ciclo dinástico estaba lleno de irregularidades, de hecho y de derecho, pero ante la celeridad y la furia de los acontecimientos, nadie se atrevió a imponer el imperio de la legalidad. La presencia de un ejército extranjero, en calidad de aliado, significaba un raro pacto entre la revolución en armas y una monarquía absoluta. El nuevo reinado no podía tener unos inicios más enfermos ni un porvenir más contradictorio. Acaso por ésta situación tan sombría y compleja Floridablanca no se tomó la molestia se salir de su tierra y presentarse en la corte. Por su carta fechada en Murcia el 2 de abril se lo comunica a Ceballos con la excusa de ocuparse de las obras y riegos de Lorca, Totana y Murcia. En la contestación éste, un ministro insumergible que a pesar de su parentesco con el odiado Godoy, consiguió salvar su situación tras la defenestración del odiado favorito, le notificó el recibo de la carta con la comunicación del agrado del rey, pero sin tan siquiera, por formularia cortesía, testimoniarle la intención de utilizar en el futuro sus servicios. Parecía evidente que Floridablanca era un muerto político, él mismo se debía dar cuenta de su putrefacción y la misiva de Ceballos se lo había confirmado. 349 350 Ver la documentación contenida en: AHN. Madrid, Estado, 1, P. ESCUDERO, José Antonio, op. cit., I, p. 554. 170 El conde de Floridablanca y la política de su época Pero los sucesos en aquellos meses se desarrollaron con vertiginosa rapidez. En el mes de mayo a la vez que el carcamal monárquico protagonizaba en Bayona las vergonzosas abdicaciones que rubricaron su ruina, el pueblo comenzaba en España una auténtica revolución en sentido inverso a la que parece la común dirección de todo proceso convulso, es decir aferrado a los viejos principios de la religión y la monarquía. La maquinaria administrativa se desquició, anulada por la obediencia al formalismo sucesorio. Fernando VII había renunciado a la soberanía que recayó en Jose Bonaparte. El traslado monárquico, incluso se había hecho con respetable apariencia. El nuevo rey venía cobijado bajo una constitución y una asamblea de notables, no menos representativa que las cortes fantasmagóricas de los últimos Borbones. La metamorfosis regia se había producido con coberturas más aparentes que la abdicación de Carlos IV, en la que no habían intervenido ni los consejos ni las cortes. Si el monarca lo era todo, como lo había predicado la Ilustración política, es evidente que los atropellados eventos del año ocho eran dificilmente rechazables. La orfandad de la España patriota pronto se reflejó en una resistencia sin orden ni concierto, manifestada en juntas soberanas. En Murcia, la cuna de Floridablanca, el 25 de mayo, se produjo el levantamiento contra los franceses y la formación de una junta que se proclamó soberana, considerando el poder político residenciado en el pueblo y representado por los ayuntamientos351. La zozobra, por lo tanto, era absoluta e indiscutible. Las instituciones que entonces surgieron subvierten los principios hasta entonces vigentes y manifiestan el rompimiento profundo con respecto a la política ilustrada. Pero inmediatamente se hace necesario un órgano supremo que aúne la contestación y comienza a hablarse de la convocatoria de las cortes. La Junta de Murcia se inclina por una y otra propuesta. Floridablanca por este tiempo no permaneció impasible. Pese a su ancianidad se incorporó a la Junta de Murcia. Se sabe que mantuvo correspondencia con Lord Holland, aunque no hay cono- 351 ARTOLA, Miguel, La España de Fernando VII, p. 94. 14. Manuel Godoy, joven guardia de corps. Francisco Folch de Cardona. Al llegar al Gobierno Godoy (1795) es quien, para celebrar el triunfo de la paz de Basilea y borrar, aunque solo en parte, las injusticias cometidas, dispone se absuelva a Floridablanca de la responsabilidad política de sus procesos y se levantara el embargo y secuestro que se había decretado contra sus bienes en 1792. Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 173 cimiento literal de las cartas del aristócrata anglosajón. Pero es fácil adivinar sus indicaciones para la encrucijada de España a la que quería dotar de una constitución libre mediante la convocatoria parlamentaria. Opiniones ambas que Moñino tuvo que oír con evidente horror352. La Junta de Granada en el verano reconocía una realidad obvia: el país se había atomizado políticamente en diversas instituciones soberanas e independientes; y proponía la formación de un órgano federativo que correspondiera a los derechos primitivos y esenciales de los pueblos. El sesgo de los acontecimientos no podía agradar a Floridablanca, formado en la escuela de Carlos III353. Opinaba que no convenía una institución federativa, y si una junta con los vocales de las que hasta entonces se habían creado, solución que al final fue adoptada354. Un informe que rubricó en Murcia el 19 de agosto de 1808 testimonia cuales eran sus ideas políticas, ancladas en el despotismo ilustrado y sin percepción de los trastornos presentes. Era un imposible programa de volver al pasado. Entre instituir una junta central y unas cortes, se inclina con toda claridad por aquella, y su argumento es claramente inerte y anacrónico. Según él, la junta tendría poderes de decisión y gobierno, mientras que las cortes solo servirían para ejercer la función representativa355. Es decir, continuaba anclado en el esquema carlostercista, como si en los meses anteriores no hubiera sucedido nada, como si la realeza indígena, la única que consideraba legítima, no hubiera dejado de existir. No se daba cuenta que la sociedad –o mejor dicho, al menos los gerifaltes de algunos órganos predominantes en su nueva configuración política de hecho– se consideraba, de derecho, en la plenitud de poderes para ejercer y conferir la soberanía. SUÁREZ, Federico, El proceso de la convocatoria a Cortes, Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, S.A, 1982, p. 158. 353 ARTOLA, Miguel, op. cit., p. 293. 354 SUÁREZ, Federico, op. cit., p. 339. 355 ARTOLA, Miguel, op. cit., p. 295. 352 174 El conde de Floridablanca y la política de su época No es el momento de recordar los numerosos pareceres y opiniones que entonces se cruzaron. La ebullición de las ideas fue enorme y variopinta. Hasta qué punto los criterios formulados por las elites revolucionarias y patriotas eran compartidas por el común de la sociedad lo demostrarían los acontecimientos sucesivos. Floridablanca y el marqués del Villar fueron elegidos por la Junta de Murcia para que la representaran en la Central, y a Aranjuez marcharon el 7 de septiembre. Por fin, y tras la victoria de Bailen, el 25 de septiembre pudo inaugurarse en el real sitio la Junta Central y Gubernativa del Reino. Fue elegido como presidente Floridablanca356, y se componía de 35 vocales357. Puede llamar la atención que se escogiera para la jefatura a un viejo ministro de Carlos III, pero no es sorprendente si se profundiza en las circunstancias de aquel tiempo. A pesar del carácter vanguardista del movimiento patriota, no por ello prescindió de los antiguos notables, así civiles como eclesiásticos, pues tal era la permanencia, aun precaria, de los principios jerárquicos del inveterado orden. Para aquellos dirigentes del colapso nacional, al recuerdo nauseabundo del reinado de Carlos IV, se oponía el luminoso de su padre, voluntarismo político que pronto se mostraría infecundo. Casi parece que pretendían asirse, de momento, a un precedente político, para no caer en la anarquía o en el vacío histórico, éste sumamente impopular. Floridablanca, tras los resentimientos de un reinado, en el que fue marginado, representaba al político inmaculado que no había sido herido por las refriegas cortesanas. Después del colaboracionismo de las autoridades con los franceses estaba investido de la puridad del patriota. Solo por todo ello pudo ser electo presidente de la Junta Central, un personaje cuyos principios pronto serían desbordados. AHN. Madrid. Consejos, 5522, expediente 4. Expediente instruido en virtud de un oficio de la Junta Central por el que se comunica haber sido nombrado el conde de Floridablanca su presidente. (2 y 3 de octubre de 1808). 357 ARTOLA, Miguel, op. cit., pp. 298-299. SUÁREZ, Federico, op. cit., p. 33. 356 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 175 Su actuación no fue especialmente brillante. Toreno afirma que las únicas personalidades relevantes del organismo eran Floridablanca y Jovellanos. Pero no hay duda que mientras el primero solo manifestó su agrio carácter y sus intenciones retardatarias, el segundo aportó un pensamiento político sumamente interesante. El asturiano defendía que la Junta delegada de las provinciales ejercía una función política limitada por las Leyes Fundamentales y abría las puertas, aun con escrúpulos tradicionales, para la convocatoria de las cortes. Moñino, sin embargo era partidario de aplazar las resoluciones de fondo y se mostraba desconfiado ante la institución parlamentaria358. Afirma Toreno que era de los que se encontraba atracado en el «estado de cosas de los reinados anteriores». Tras él, se situaron consejeros de Castilla, eclesiásticos y algunos diplomáticos359. No hay duda que para el estudioso de las ideas políticas la aportación jovellanista significa una formula que enriquece una época no especialmente original, pero también hay que reconocer que Floridablanca, propugnando la detención de las novedades, era más práctico y congruente con lo que necesitaba la nación. Resulta muy difícil defender que en aquellas circunstancias críticas –el rey cautivo y el ejército más poderoso de Europa en el país– se planteara la obra de configurarlo políticamente, más allá de lo que se precisaba para la vigorosa defensa frente al invasor. Cuando al final los liberales emprendieron la obra constituyente sacrificaron el patriotismo al partidismo. Y no sería la última vez que lo harían. Era un riesgo innecesario propiciar la división de opiniones, cuando cualquier fractura perjudicaba una causa común. La Junta Central lanzó un manifiesto a la nación, en el que considerándose depositaria interina de la autoridad suprema compelía a los españoles a la defensa de la patria frente al invasor. El documento contiene un análisis sumamente negativo de la última época de la monarquía borbónica, y en particular de la privanza de Godoy360. SUÁREZ, Federico, op. cit., p. 41 SUÁREZ, Federico, op. cit., pp. 118-119. 360 Ver la respuesta de Godoy con alusión a Floridablanca: Manuel de GODOY, Memorias, Madrid, La Esfera de los Libros, 2008, pp. 25-30. 358 359 176 El conde de Floridablanca y la política de su época Respira un apasionado Fernandismo, y apela a los sentimientos y principios tradicionales, monárquicos y confesionales. Pero no se queda ahí, introduce un plan de reformas para el futuro: habla de unas leyes fundamentales enfrenadores del poder arbitrario, de las alteraciones de nuestras antiguas leyes constitutivas exigidas por la diferencia de las circunstancias, y de la consagración de un modo solemne y constante de la libertad civil. Con toda evidencia ya no se postula un puro retorno a la monarquía ilustrada361. Las ideas de Floridablanca tenían que resultar, en aquellas circunstancias, anacrónicas. En los últimos días de su vida, y pese a la carga de los años, no se mantuvo al margen de los acontecimientos como revelan sus escritos, ya redactados con letra temblorosa, y en los que se muestra especialmente dinámico.362 La Junta se instituyó en Sevilla el 17 de diciembre, y en éste mismo mes el murciano caía enfermo. La dolencia interesó vivamente a particulares y corporaciones. El cabildo catedral hispalense según comunica el día 26 al secretario de la Junta, Don Martín de Garay, resolvió ordenar la celebración en su propio templo y en los demás de la ciudad de un novenario de rogativas por su salud. Pero las oraciones no fueron escuchadas, porque el siguiente día 30 a las seis de la mañana fallecía. La muerte fue sentidísima, lo que sirvió a la Junta para recordar los indudables méritos pasados y presentes del finado. Se acordó que se celebraran las honras fúnebres en la catedral bética el viernes 31 a las diez de la mañana y que el periodo de luto durara nueve días. Como por su oficio Floridablanca tenía el tratamiento de Alteza Serenísima se le tributaron honores de infante363. Así terminó la vida pública de nuestro personaje. En el orden ceremonial y honorífico no podía haberla concluido con mayores consideraciones, las debidas casi a la misma soberanía. Pero políti- Conde de Floridablanca, Obras originales, pp. 509-512: Primer manifiesto de la Suprema Junta Gubernativa del Reino a la Nación Española. Aranjuez, 26 de octubre de 1808. Acuerdo de la Junta Suprema, 10 de noviembre de 1808. 362 Ver estos documentos en: AHN. Madrid. Estado, 1,P. 363 ESCUDERO, José Antonio, op. cit., pp. 555-556. 361 Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo 177 camente su intervención en los sucesos del año ocho no perseveraría. La posición como político ilustrado carecía de futuro. La vía dieciochesca era un procedimiento sin horizontes. Ni prosperó en el agónico reinado de Fernando VII, ni pudo sostenerse en los tiempos calamitosos o del comienzo del de Isabel II. El pensamiento político de Floridablanca, en los instantes de su mayor beligerancia, no se correspondería ni con el constitucionalismo de 1812, ni con el realismo renovador de 1814. Acaso de encontrar alguna zigzagueante continuidad habría que establecerla en expresiones del moderantismo decimonónico. En el orden económico-social, sin embargo, si puede hallarse cierta linealidad en el proyecto liberal. Pero uno y otro pensamiento desconocieron los valores y provechos secundados por el cuerpo de la sociedad. De ahí los penosos vericuetos de nuestra historia decimonónica. El programa económico del conde de Floridablanca Rafael ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN Universidad de Oviedo I. Introducción os Borbones, desde que acceden al trono de España, dan muestras de que están imbuidos de un espíritu reformador y que el centro de su política será la realización de los cambios que consideran se deben llevar a cabo para alcanzar la modernización que pretenden. Las reformas afectarán al ámbito de la administración, al de la actividad económica, al de la sociedad y, también, al de la cultura. Si han sido muy importantes las medidas político-administrativas de Felipe V, de que se lleven a cabo gran parte de los cambios se ocuparán los ilustrados en la segunda mitad del siglo XVIII, y de modo muy especial en el reinado de Carlos III, que es cuando se ven gran parte de los resultados de esa política. Es entonces cuando se tiene el fruto de la labor realizada por los Patiño, Campillo, Ensenada, Aranda, Grimaldi, Jovellanos, Campomanes1 y, creemos hay que añadir, Floridablanca. L RUMEU DE ARMAS, Antonio, El testamento político del Conde de Floridablanca, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1962, p. 15. 1 180 El programa económico del conde de Floridablanca Los ilustrados querían hubiese la mayor felicidad posible para el pueblo, que mejorase el nivel general de bienestar general, para lo que era preciso que mejorase el nivel general de renta, pero sin que por ello se viesen afectadas las bases sobre las que se asentaba el Estado, como era la monarquía absoluta y los derechos privativos de los soberanos sobre determinadas regalías, esto es, sobre los derechos y prerrogativas de los reyes que conllevaba la soberanía, y, por supuesto, la propiedad privada. También querían que España recuperase la posición que había tenido en el contexto internacional. Los ilustrados que propugnan y defienden el programa modernizador, tratan de que ese se llevase a cabo sin derramamiento de sangre. No obstante ello, Floridablanca, refiriéndose a los primeros sucesos revolucionarios de Francia, en escrito al cardenal Bernis, que era embajador de ese país en Roma, le dice que tal vez esos sucesos sirviesen para reestablecer el orden, como había pasado en España en 1866 con el Motín de Esquilache, que condujo a que Aranda comenzase una revolución desde arriba2. Los ilustrados para dar respuesta a la demanda de cambio confiaban en la difusión de las ideas y, sobre todo, en la capacidad que daba el poder. Así, desde las proximidades del Gobierno o desde el centro de él, trataron de emplearlo para llevar a cabo el cambio, lo que no podía resultar fácil, tanto por la inercia social existente como por la resistencia que ofrecían los poderes fácticos, especialmente la Iglesia3. En el programa reformador que ofrecen los ilustrados estaba la modificación del marco jurídico, la mejora de la formación de los súbditos y la remoción de los obstáculos al cambio, a la moderni- Carta de Floridablanca a Bernis, fechada el 20 de mayo de 1788, tomado de ALCÁZAR MOLINA, Cayetano, El Conde Floridablanca. Su vida y su obra, Murcia, Universidad de Murcia, Instituto de Estudios Históricos, 1934, p. 39. 3 GONZÁLEZ, Manuel Jesús, «La aportación asturiana a la modernización del antiguo régimen», Actas del I Coloquio sobre cultura y comunidades autónomas: Asturias y Cataluña, Oviedo, Universidad de Oviedo, Vicerrectorado de Extensión Universitaria, 1983, pp. 15-33. 2 15. D. José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca, protector del Comercio. Bernardo Martínez del Barranco Museo Nacional del Prado. Madrid. En este lienzo el conde de Floridablanca aparece pintado junto a Mercurio y Plutón, en alusión a su protección a las comunicaciones y el comercio, tanto por tierra como por mar donde reinan ambas divinidades respectivamente. El plano que se extiende sobre la mesa nos recuerda todos aquellos proyectos auspiciados y dirigidos por él. Rafael Anes y Álvarez de Castrillón 183 zación, que había, siempre dentro de los límites que imponía el racionalismo. El programa tenía que defender principios propios del liberalismo económico, de un sistema económico de mercado, lo que no era fácil hacer compatible con el marco institucional y con los intereses económicos dominantes. II. El programa de cambio de Floridablanca El Rey Carlos III debe atender prioritariamente a los asuntos externos en los primeros años de su reinado, entre 1759 y 1866, pero desde ese año serán los cambios en la estructura del Estado los que ocupen lugar principal. La voluntad de modernización será lo que determine las actuaciones de la monarquía y las reformas se llevarán a cabo hasta el final del reinado. Para conducir el programa reformista desde el puesto de Secretario de Estado, el Rey hace venir a Floridablanca de Roma, donde estuvo de embajador desde julio de 1772, en que llega a ocuparse de la embajada, hasta diciembre de 1776 en que termina su estancia allí, encontrándose el 19 de febrero de 1877 en El Pardo, donde la Corte hacía su habitual jornada4. Será, pues, Floridablanca, donde desde 1776, quien debe conducir la política española para promover los cambios que desde 1866 se quieren alcanzar5. En el ámbito económico lo primero que debía ocupar la atención del Secretario de Estado era la actividad agraria. No se puede olvidar que España, al igual que los demás países, excepto Gran Bretaña, que había comenzado el proceso de revolución industrial, tenía en la segunda mitad del siglo XVIII una actividad económica en la que la agraria constituía la base de esa actividad, por lo que reorganizar el sector agrario suponía reorganizar la esfera econó- ALCÁZAR MOLINA, Cayetano, El Conde de Floridablanca. Siglo XVIII, Madrid, M. Aguilar, Editor, s.a., pp. 10-12. 5 HERNÁNDEZ FRANCO, Juan, Gestión política y reformismo del Conde de Floridablanca, Murcia, Universidad, Secretaría de Publicaciones, 1983, p. 15. 4 184 El programa económico del conde de Floridablanca mica de la vida del país. En el sector agrario lo primero era tratar acerca de la concentración de la propiedad en manos muertas eclesiásticas y laicas, no porque el tamaño grande de las propiedades determinase rendimientos bajos, sino porque esa propiedad estaba en poder de personas, físicas o jurídicas, incapacitadas legalmente para enajenarlas, con lo que no podían entrar en el mercado. Las primeras, las eclesiásticas, comprendían a la iglesia, a los monasterios y al resto de comunidades eclesiásticas, tanto del clero regular como del clero secular, e incluían a hospitales, a casas de misericordia, a casas de enseñanza, a hermandades, etc., mientras que en las segundas, las laicas o civiles, estaban los mayorazgos y las vinculaciones, así como los bienes públicos comunales y de propios. Además, tanto unos propietarios como otros trataban, como era lógico, de cobrar las rentas más altas posibles, mientras que los precios de los productos eran de tasa, y los beneficios que obtenían no los reinvertían. El cambio que se pretendía era la formación de una gran masa de pequeños propietarios, que explotasen directamente la tierra y que, al ser muchos, no pudiesen controlar el mercado y determinar el precio de los bienes. Junto a esa situación de la propiedad estaban los privilegios del Honrado Concejo de la Mesta, que limitaba la capacidad de actuación de los propietarios y, por ello, el mejor aprovechamiento de las tierras. Pero que el sector agrario fuese el más importante de la actividad económica no podía llevar a que si se quería completar un programa reformista las actuaciones quedasen exclusivamente circunscritas a él. Por ello Floridablanca quiso promover el desarrollo de la agricultura y, también, el de «las artes, el tráfico interior y el comercio exterior»6. No obstante esa intención de llevar a cabo una actuación general, CONDE DE FLORIDABLANCA, «Instrucción reservada que la Junta de Estado, creada formalmente por mi Decreto de este día, 8 de julio de 1787, deberá observar en todos los puntos y ramos encargados a su conocimiento y examen», FERRER DEL RÍO, Antonio, Obras originales del Conde de Floridablanca y escritos referentes a su persona, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, Tomo 59, Librería de los Sucesores de Hernando 1924, pp. 213-272. Reeditado por Ediciones Atlas, Madrid, 1952. 6 16. Alberto Lista y Aragón Grabado. Biblioteca Nacional. Madrid Alberto Lista escribió de Floridablanca: “[…] entre todas las instituciones, ninguna le mereció más afecto y protección que las Sociedades Patrióticas […] y convencido como estaba de que los mejores planes, las mejores leyes son inútiles a la prosperidad de la Agricultura y el Comercio para la felicidad pública, si están obstruidas las comunicaciones para el transporte de sus productos […] él consagró gran parte de su ministerio a la formación de caminos y canales que facilitasen la comunicación entre las provincias, y a transacciones con las potencias extranjeras que multiplicasen los puntos del comercio exterior”. Rafael Anes y Álvarez de Castrillón 187 como ha escrito Alberto Lista y Aragón en el «Elogio» que le dedicó, «Floridablanca limitó su solicitud paternal por la España a la legislación civil» y sus desvelos a «la prosperidad de la agricultura y el comercio», siendo consciente de que «los mejores planes, las mejores leyes son inútiles a estos dos ramos de la felicidad pública, si están obstruidas las comunicaciones para el transporte de sus productos», por lo que «consagró gran parte de su ministerio a la formación de caminos y canales, que abriesen la comunicación interior de las provincias, y a transacciones con las potencias extranjeras, que multiplicasen los puntos del comercio exterior, ello «mientras las sociedades económicas y los sabios de la nación meditaban nuevas mejoras para la agricultura» y «nuevos aumentos para la industria»7. De la amortización se ocupa Floridablanca en el «Expediente del Obispo de Cuenca»8, refiriéndose a ella como enfermedad gravísima, enfermedad que nadie puede negar y que no la habían contenido los innumerables remedios aplicados. El fiscal señala que ha observado que, en las leyes eclesiásticas y en la conducta del clero respecto a las manos muertas, estaba comprobado el daño y que no habían «bastado, ni los remedios que se coligen de las disposiciones canónicas, ni los que ha promovido la potestad temporal». Anota diferentes formas de incorporación de bienes a esos patrimonios, de forma que «el término final de los mayorazgos y otras sucesiones perpetuas viene a ser regularmente el llamamiento de una mano muerta, de que el Fiscal ha visto mucho en las diferentes fundaciones de casi todas las provincias de España, que ha reconocido en la carrera de su profesión para la defensa de varias LISTA Y ARAGÓN, Alberto, «Elogio histórico del Serenísimo Señor Don José Moñino, Conde de Floridablanca, presidente de la Suprema Junta General Gubernativa de los Reinos de España e Indias», FERRER DEL RÍO, Antonio, Obras originales del Conde de Floridablanca y escritos referentes a su persona, p. 519. 8 CONDE DE FLORIDABLANCA, «Expediente del Obispo de Cuenca , en 23 de mayo», FERRER DEL RÍO, Antonio, Obras originales del Conde de Floridablanca y escritos referentes a su persona, pp. 1-68. También, ALCÁZAR MOLINA, Cayetano, El Conde de Floridablanca. Siglo XVIII, Madrid, M. Aguilar, Editor, s. a., pp. 41-57. 7 188 El programa económico del conde de Floridablanca sucesiones». Añade que «las riquezas de América, adquiridas bien o mal por los que pasan a buscarlas en aquellas remotas regiones, vienen todos los días para emplearse a beneficio de todo género de obras pías» y que «en el Consejo hay por incidencia algunas disputas respectivas a este punto». Comprueba el Fiscal que es muy fácil la incorporación de bienes al patrimonio de las manos muertas, pero que, por el contrario, resulta muy difícil que salgan de esa situación. Así, no ha sido resuelto ese problema aunque, como dice, «las Cortes claman desde el reinado del señor Carlos I contra la adquisición de manos muertas, anunciando la próxima destrucción del Reino si no se atajaba, poniéndolas prohibiciones absolutas de adquirir y aún obligándolas a vender a seglares los bienes raíces sobrantes, reduciendo en los claustros a un justo número sus individuos». Añade, que el remedio no se puso, sino que, por el contrario, «en tiempo de Felipe II se multiplicaron los conventos a título de reformas, las fundaciones y las capellanías», lo que «fue arrancando de sus hogares considerable número de vecinos pobladores, que se habrían conservado en ellos si, en lugar de dejar las tierras a las comunidades los fundadores y dotadores de éstas, las hubiesen ellos heredado de sus cercanos parientes, deudos y amigos, como la Escritura y los Santos Padres lo aconsejan». No se plantea el Fiscal de forma directa lo que suponía la amortización para que hubiese un sistema económico de mercado, aunque indirectamente si lo haga. A lo que se refiere es a como incide en que haya menos recursos para el Erario Público y en como hace que la población se vea afectada y limitada en su crecimiento, lo que era muy importante para quien hacía depender del crecimiento de la población el crecimiento económico. Abundando en ello, la amortización la ve inconveniente para la buena marcha del mundo eclesiástico. En concreto dice, que «una ley prudente y equitativa para contener la amortización es convenientísima y aun necesaria al Estado y a la mejor disciplina eclesiástica». En la «Instrucción reservada para la Junta de Estado», refiriéndose a la amortización de bienes, señala Floridablanca que «puede haber dos medios para detener el daño futuro y reparar el pasado». Uno, Rafael Anes y Álvarez de Castrillón 189 «que no se amorticen los bienes en lo venidero» sin licencia y conocimiento de causa«, y otro, «que se puedan y deban subrogar en frutos civiles las dotaciones pías, quedando libres los bienes estables, de manera que con censos, juros, acciones de banco, efectos de villa, derechos o rentas enajenadas de la Corona y otros réditos semejantes, que no estén sujetos a deteriorizaciones, reparaciones y cultivos, como las casas y tierras, se aseguren la subsistencia y cargas de las fundaciones perpetuas». Esas providencias propone se establezcan «por escala, con prudencia y suavidad», comenzando por las «provincias y pueblos o casos particulares en que haya fueros o privilegios de población que impidan la amortización de bienes». También propone que se prohíba «que los bienes se hagan perpetuamente inenajenables o invendibles sin Real licencia», con lo que también se evitaría «el perjuicio que igualmente causan los mayorazgos o vinculaciones»9. En la «Respuesta» de José Moñino, Fiscal del Consejo, en el «Expediente causado con motivo del recurso hecho a Su Maj. por el Diputado de la Provincia de Extremadura»10, consecuencia de la Real Orden de 20 de julio de 1764, se analiza cual es el estado del sector agrario en la referida provincia, partiendo de que la «la crianza y la labranza» son los «manantiales de la subsistencia y poder del Estado». Respecto a la agricultura de Extremadura, señala que está deteriorada y casi extinguida y que la crianza de sus ganados se encuentra en la mayor decadencia. Se acusa al ganado trashumante y a los abusos de los privilegios de la Mesta de ese estado de la agricultura y de la ganadería y procede la «inspección, que depende de considerar las circunstancias de los hechos, que resultan justificados, y combinarlos con la constitución, y progreso de este Cuerpo, que se llama Concejo de la CONDE DE FLORIDABLANCA, «Instrucción reservada», pp. 214-215. «Respuesta de el Señor D. Joseph Moñino», Memorial ajustado, hecho en virtud de Decreto del Consejo, del Expediente consultivo que pende de él, en fuerza de Real Orden comunicada por la Secretaría de Estado y del Despacho Universal de Hacienda, con fecha en San Ildefonso de 20 de julio del año de 1764, Por D. Joachin Ibarra, Impresor de Cámara de S. M. y de la Real Academia de S. Fernando, Madrid, MDCCLXXI. 9 10 190 El programa económico del conde de Floridablanca Mesta». Lo primero que se observa es que los ganados trashumantes ocupan los más y mejores pastos y tierras de Extremadura, que las labores de la tierra están reducidas, deteriorada la crianza de ganado estante y «lleno de maleza aquel feracísimo y dilatado territorio». Hechas las comprobaciones necesarias, el Fiscal del Consejo concluye que ha sido la posesión y ocupación de los pastos por los trashumantes y sus abusos lo que estrechó los plantíos de viñas, las labores y las cosechas de granos, disminuido el ganado vacuno, tan necesario para el cultivo y beneficio de la tierra, empobrecido a los vecinos y destruido sus granjerías. Reafirma que «si se considera bien lo que es la posesión privilegiada, que se ha introducido a favor de los trashumantes, y los efectos, y extensión que se le ha dado, se conocerá fácilmente que ella, y su uso privativo, con exclusión de los demás ganados, ha sido el primero y más principal origen de todo el mal que se experimenta». Con todos los privilegios que habían ido adquiriendo los ganados trashumantes, porque «han tenido abiertas todas las puertas para adquirir las posesiones de pastos» y «fuertes cerraduras para negar la entrada a otros», era inevitable «que se apoderasen de todos los pastos del Reino, que extinguiesen las labores y que sucesivamente se arruinasen labradores y ganaderos estantes». Era inevitable sucediese eso porque, además, los dueños de las dehesas, «que han creído ser la víctima de los trashumantes, por la ley que les daban en los precios, y por la libertad que les quitaban, se han hecho ganaderos». De otra parte, la extensión de la ganadería llevaba a que los ricos montes fuesen quemados para que aprovechasen «los tallos tiernos los ganaderos». Consecuencia de todo eso era la despoblación, por «la facilidad de arrojar y despojar los colonos de sus tierras arrendadas, haciéndose los dueños de ellas granjeros y apoderándose, en perjuicio de la Corona, de los términos realengos y públicos», con lo que se han «extinguido en Castilla la Vieja más de 1.500 pueblos, que a 20 vecinos cada uno, hacen 30.000 vecinos menos en las provincias de que se compone». Concluye el Fiscal del Consejo, que los intereses de los trashumantes y de los granjeros, cuando se «exceden», son diametralmente opuestos «al aumento de la Rafael Anes y Álvarez de Castrillón 191 agricultura, de la población, de las manufacturas y de la paga de contribuciones». Analizada la situación, en el que califica de prolijo y difícil Expediente, el Fiscal del Consejo propone que se prefiera a los naturales del país a los forasteros en el aprovechamiento del terreno, para lo que se les debe dotar «por medios constantes y permanentes de las necesarias tierras y pastos, fundándose este concepto en reglas de derechos y de equidad intergiversables». De ello resulta la aplicación de los terrenos a los cultivos y disfrutes para los que eran más adecuados, por lo que había que alzar las trabas e impedimentos que la legislación mal entendida de la Mesta les ha puesto, de lo que dimanó «estrecharse las labores y los pastos mismos, volviéndose en selvas montuosas los que deberían ser campos amenos y fructíferos, o dehesas cuidadas, con abundante y provechosa hierba, corrigiendo el beneficio la lozanía espontánea y desaliñada del terreno». Para que aumentase la población, y con ello hubiese crecimiento económico, todo vecino debía tener «una dotación congrua para ser útil al Erario y al Estado», por lo que debía promulgarse una ley agraria, una ley que, sin alterar los dominios, pusiese orden en el repartimiento de los terrenos públicos y en los arriendos de los particulares. Reitera el Fiscal, con claras ideas poblacionístas, que la población es el principal objeto de todo buen gobierno. Por ello, la labranza debía tener «el primer favor» y como «la labranza sin ganado rinde pocas ventajas al labrador», se sigue que el labrador debe ser dotado de pastos, con preferencia a cualesquiera otros habitantes, para lo que debe haber reglas claras, reglas que no puedan ser susceptibles de controversias ni de disputas, por lo que el Consejo debía fundarse para establecerlas en cálculos y observaciones hechos por personas ilustradas. Se debía preferir en los arrendamientos hechos por los particulares a los vecinos y que la Mesta reconociese ese derecho. Dada esa preferencia y la distinción de los terrenos, en cuanto a su naturaleza y destino, no podía haber duda acerca de lo que convendría ordenar, ni respecto al modo como debía procederse, por lo que la ejecución sería fácil, teniendo siempre presente «el mejor servicio del Rey y felicidad pública». 192 El programa económico del conde de Floridablanca Todo llevaba a la necesidad de crear, como base y apoyo de la ley agraria que se preparase, un Tribunal Supremo que removiese los obstáculos. Ese sería la Real Audiencia, encargada de ejecutar la Ordenanza municipal que se estableciese y de hacer florecer a Extremadura. La Ordenanza sería la resultante de lo que se concluía en el Expediente y reduciría la actuación de los jueces de la Mesta a las causas que hubiese entre los miembros del Honrado Concejo, sin intervenir en los asuntos de los pueblos y sus vecinos, ni en los de los ganaderos estantes. Aunque el expediente se refería a Extremadura y, consiguientemente también las conclusiones a las que llegaba, estas se podían extrapolar. Ello porque conducirían al «sólido establecimiento del derecho público de la Nación, tocante a la población y al fomento de la labranza y crianza». Si las normas que se preparasen se hiciesen atendiendo a principios de justicia, serían «acomodables a otras Provincias en mucha parte». Por ello, se recomendaba que el Consejo consultase y acordase con el Rey lo que estimase más acertado, guiándose por lo que se debía haber hecho y no por las providencias que se habían tomado sin conocimiento de causa y sin proceder al «examen menudo y circunstanciado» que contenía el Expediente, todo ello con «formal audiencia instructiva de partes». Respecto a la industria, dice Floridablanca en la «Instrucción reservada» que la Junta de Estada debería observar que «de los adelantamientos del comercio y tráfico y de la agricultura» salían «los medios más eficaces de adelantar igualmente las artes y fábricas, y de llegar a su mayor perfección». Además de eso, «los medios aprobados y experimentados generalmente para la prosperidad de las fábricas» eran, según Floridablanca, la protección de los fabricantes, tanto naturales como extranjeros, la estimación de todo oficio mecánico y del que lo ejerciese, así como la libertad de los artistas para la ejecución de sus ideas y la persecución de los ociosos y desaplicados, todo ello sin perjudicar a la nobleza con «la disminución de las cargas, gabelas y gravámenes de las manufacturas nacionales y de los artistas». Esos principios, que habrían de ser comunes a los dominios de las Indias, son los que se han tratado de Rafael Anes y Álvarez de Castrillón 193 aplicar, para que toda manufactura nacional circulase dentro del Reino y saliese de él, sin que se cobrase derecho alguno por el tráfico, venta o extracción11. No obstante esas reflexiones, parece que se contemplaba el desarrollo en la producción de manufacturas como medio para sustituir importaciones. Así, en la «Respuesta» al recurso presentado por el Diputado de la provincia de Extremadura, dice el Fiscal José Moñino que las lanas finas se vendía «al fiado a los extranjeros a los plazos que llaman de Medina», de modo que ellos podían beneficiar la lana y traer las manufacturas, «para sacar de nosotros el dinero» antes de que pagasen su importe. Añade, que «las ventas de lanas son tardas, por el mucho aumento que ha tenido la cosecha de este género», quedando en manos de las naciones industriosas de Europa la fijación del precio y la determinación de las salidas, mientras que en España estaba dañada la cría de ganados estantes, «que son aquellos que ayudan a fertilizar y cultivar las tierras». Era consciente el Fiscal de que había que darles salida a las lanas finas sobrantes, mientras en el Reino no se restableciesen las manufacturas necesarias para beneficiarlas12. Esa recuperación de las manufacturas parece la dejaba Floridablanca a la iniciativa privada, no dudando la hubiese una vez que se diesen las condiciones necesarias. Para que las manufacturas españolas se colocasen al nivel de las extranjeras era preciso hubiese mercados, confiándose en los de las Indias para las salidas y en la mejora de las vías de comunicación para los consumos internos. Además, se facilitó la entrada de técnicos y de técnicas y se dieron incentivos para que la iniciativa privada crease nuevas plantas y se trata de obstaculizar la entrada de productos del exterior que compitiesen con ventaja con los nacionales. Esto no es con- CONDE DE FLORIDABLANCA, «Instrucción reservada que la Junta de Estado, creada formalmente por mi Decreto de este día, 8 de julio de 1787, deberá observar en todos los puntos y ramos encargados a su conocimiento y examen», p. 225. 12 «Respuesta de el Señor D. Joseph Moñino», pp. 66 vuelta y 67. 11 194 El programa económico del conde de Floridablanca tradictorio con la defensa de ideas propias del liberalismo económico, pues mientras no hubiese capacidad para competir era preciso ser consciente de ello si no se quería tener la demanda desatendida. Para que se diese la recuperación de la actividad manufacturera, y de la económica en general, era preciso que el comercio desempeñase papel principal. Así, respecto al comercio con las Indias, desde 1765 se va permitiendo comerciar desde los distintos puertos españoles, de forma que en 1768 prácticamente todos esos puertos podían comerciar con aquellos territorios. En cuanto al comercio interior, se defiende que lo que es bueno para uno también es bueno para otro y se trata de reducir las trabas que lo dificultaban. Se señala que Floridablanca, siguiendo consejos del banquero Francisco Cabarrús , elaboró un programa para el comercio que lo defendía de la competencia del exterior, mientras no se pudiese alcanzar la liberalización plena13. Una de las grandes preocupaciones de los ilustrados era el fomento de los intercambios, porque con ello mejoraría la productividad y habría crecimiento económico. Para favorecer esos intercambios, y con ello la especialización, se requería, entre tras cosas, que hubiese mejoras en las comunicaciones. Las obras públicas, por tanto, tenían que ocupar lugar importante en las preocupaciones de Floridablanca, y del progreso en esas realizaciones hacía depender, en gran medida, el adelanto en otros ramos de la actividad económica. Consideraba que disponer de una red de caminos y de canales era cuestión de importancia principal. Ya antes de que Floridablanca alcance el alto puesto que tuvo en el Gobierno hubo muy grande desarrollo en ese ámbito, pero fue, sin duda, con él con quien ha tenido crecimiento especial, aunque no haya sido tanto como ha señalado. Antes de Floridablanca accediese a el alto cargo de la administración que ocupó se expide el Decreto de 10 de junio de 1761, 13 HERNÁNDEZ FRANCO, Juan, Gestión política y reformismo del Conde de Floridablanca, p. 17. Rafael Anes y Álvarez de Castrillón 195 con Reglamento de 2 de diciembre, que hace al Estado responsable del impulso dado a la red viaria y tiene como finalidad la realización de caminos rectos y sólidos en España, para facilitar las comunicaciones y el comercio entre las provincias y que da prioridad a las de Andalucía, Cataluña, Galicia y Valencia. Además de que se buscase facilitar esas comunicaciones, también se quería mejorar las que había con los puertos que se veían como principales para el comercio con América. En el Decreto hay lamentaciones acerca del mal estado en que se encontraban los caminos, lo que dificultaba el tráfico siempre y lo impedía algunos meses del año. Eso no sólo era un obstáculo grande para el intercambio de mercancías entre los diferentes lugares del territorio peninsular e insular sino que también frenaba el comercio exterior, además de hacer subir los precios de modo importante, por la escasez y por los altos costes del transporte. Floridablanca también se ocupó desde 1778 de la Superintendencia de Caminos y se toma este año como el de partida para ver las realizaciones que hubo durante su mandato. Se señala que desde el año 1779 la red de caminos española tuvo un crecimiento no superado, excepto en los primeros años del siglo XIX, hasta la década de 1840-1850. En los años en que Floridablanca tuvo esa responsabilidad son construidos 1.700 kilómetros de carreteras generales: 500 en la de Madrid a La Junquera; 400 en la de Madrid a Cádiz; 350 en la de Madrid a La Coruña; 300 en la de Madrid a Irún; 100 en la de Madrid a Badajoz, y 50 en la de Madrid a Barcelona. Esos kilómetros construidos eran el 46,6% del total de los caminos que había, que alcanzaban la cifra de 3.650 kilómetros. A esos kilómetros construidos se pueden sumar otros 300 de la red transversal14. Sin duda eso supuso un impulso grande a la red viaria española y ello tuvo que favorecer al comercio y al crecimiento económico en general. 14 MADRAZO, Santos, El sistema de transportes en España, 1750-1850, Vol. I. La red viaria, Madrid, Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos/ Ediciones Turner, 1984, p. 165. 196 El programa económico del conde de Floridablanca Como decimos, no han sido sólo las realizaciones en la red viaria las que han ocupado la atención de los gobernantes. También en el reinado de Carlos III se llevó a cabo un importante plan de canalizaciones de redes fluviales. Una de las realizaciones fue la del Canal de Castilla, con el que se pretendía acabar con el aislamiento de la Submeseta Norte, para lo que era preciso, además, vencer el obstáculo físico de Reinosa, para comunicarla, vía Santander, con el mar, y el de Guadarrama, para conectarla con la Submeseta Sur. Aunque ninguno de los canales que son proyectados quedan totalmente terminados, si bien en 1792 se une el canal del Norte con el de Campos, la empresa fue muy importante para acabar con el aislamiento castellano. El Canal Imperial de Aragón, impulsado en un principio por el conde de Aranda, se construye en el último tercio del siglo XVIII, intensificándose la construcción entre 1776 y 1792. La caída de Floridablanca llevó a la paralización de las obras. No obstante eso, las construcciones han beneficiado a muy importantes extensiones de tierras. Tal vez merezca mención especial el proyecto de unir por medio de una vía navegable el Guadarrama con el Guadalquivir. La idea se debió a la Dirección del Banco de San Carlos, que el 7 de mayo de 1785 presentó un escrito al conde de Floridablanca solicitando permiso para la realización del proyecto15. Se aducía, como se expone el la Memoria leída en la que fue Cuarta Junta General del Banco, que lo que obtenía el establecimiento en las operaciones de descuento, con los suministros al ejército y con la extracción de plata, debían ser medios que sirviesen para fortalecerlo, hasta el punto de emprender las grandes operaciones a las que estaba destinado, operaciones que promoverían la felicidad pública. Con esa vía circularía mejor la riqueza, se abaratarían los bienes y, también, la construcción del canal daría trabajo a una cuarta parte de los 15 Representación que hizo a S. M. la Junta de Dirección del Banco nacional de San Carlos por mano del...Conde de Floridablanca...para emprender la obra del nuevo canal desde el río Guadarrama a Madrid...: descripción del mismo... tabla de las excavaciones y terraplenes, Madrid, en la Imprenta de Benito Cano, 1787. 17. El marqués de la Ensenada Copia anónima de un original de Jacopo Amigoni. Museo Naval. Madrid. Zenón de Somodevilla y Bengoechea, marqués de la Ensenada, (Hervías, La Rioja, 1702 - Medina del Campo, Valladolid, 1781). Procedente de una familia de hidalgos, fue incorporado al servicio de la Monarquía por Patiño, quien le reclutó como oficial del Ministerio de Marina durante la preparación de una expedición a Ceuta (1720). Ascendió progresivamente en la carrera burocrática hasta el puesto de comisario de Marina en El Ferrol (1730). Pero lo que le encumbró políticamente fue su eficaz labor como organizador de la escuadra española destinada a reconquistar Nápoles para el príncipe Carlos (el futuro Carlos III) durante la Guerra de Sucesión de Polonia (1733); sus servicios fueron premiados con el título de marqués de La Ensenada en 1736. Rafael Anes y Álvarez de Castrillón 199 vasallos del Rey que estaban desocupados y se dedicaban a la mendicidad. En la Junta de accionistas celebrada en diciembre de 1785 se presenta la propuesta de construir un canal navegable del Guadarrama al Océano, lo que entraba dentro de lo que contemplaba la Cédula de fundación del Banco como actividades propias del establecimiento. Para hacer el diseño del proyecto y ocuparse de la dirección de las obras es designado el ingeniero Carlos Lemaur, militar francés, que fue nombrado ingeniero en 1744, ingresó en el ejército español en 1750 y «recibió las patentes de ingeniero ordinario y capitán»16. El proyecto que preparó contemplaba la construcción de un canal desde el Guadarrama hasta Espeluy y Sevilla. La obra que proyecta el ingeniero tendría, de llevarse a cabo, 771 kilómetros de longitud y un desnivel máximo de 800 metros. Recordemos que en noviembre de 1751 Zenón de Somodevilla y Bengoechea, marqués de la Ensenada, encomendó a Lemaur comenzar los trabajos preparatorios de los canales de navegación y riego de Castilla, y en junio de 1752 remitió a Ensenada los planos del Canal de Campos, en julio el de un segundo tramo, de Medina de Rioseco a las proximidades de Zamora, en agosto el del denominado Canal del Norte y a comienzos de 1753 terminó el proyecto del tramo de Grijota a Segovia pasando por Valladolid17. Comenzarían las obras en el canal que se había empezado a construir en Madrid, sobre el Manzanares, en las proximidades del Puente de Toledo, en dirección a Guadarrama y a Aranjuez. Terminado el canal desde Guadarrama hasta Aranjuez se continuaría por la vía del Tajo al valle del Guadiana y después se aprovecharía la corriente del Jalón para enlazar con el Guadalquivir y llevar la navegación hasta Sevilla. El presupuesto de la obra alcanzaba los 110,6 millones de reales y la Dirección acordó añadir un 50%, sin 16 Sobre el Canal de Guadarrama, SÁNCHEZ LÁZARO, Teresa, Carlos Lemaur y el Canal de Guadarrama, Madrid, Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, Colección de Ciencia, Humanidades e Ingeniería, nº 48, Madrid, 1995. 17 Ibídem, p. 31 y ss. 200 El programa económico del conde de Floridablanca incluir los intereses de los desembolsos que se hiciesen. La inversión se haría en diez años y el reembolso en veinte. El proyecto y la aplicación del 1,5% de la extracción de plata para su financiación fue aprobado por Real Orden de 10 de mayo de 1786. Del ambicioso proyecto quedó el canal del Guadarrama al Manzanares18. Era consciente Floridablanca, como expone en la «Instrucción reservada», de que para la realización de todo su programa se requerían recursos y se piensa en llevar a cabo una reforma tributaria, que además de permitir disponer de los fondos que se necesitaban avanzase por el camino de la justicia con tanto rigor que quedasen los tributos cargados con igualdad matemática o aritmética sobre los bienes de los súbditos. También se anhelaba evitar gastos de administración y formalidades de la cobranza. Esos deseos, diría Floridablanca, «han deslumbrado a los hombres más justificados para trabajar por la formación» de la contribución única, «pero tales deseos, que especulativamente son laudables, están sujetos en la práctica a tantas dificultades e inconvenientes que no se ha podido ni podrá jamás verificar la ejecución»19. Se había pensado en aplicar en los antiguos reinos de la Corona de Castilla, como se había hecho en los de la Corona de Aragón, la contribución única y se levantó el conocido como Catastro de Ensenada, pero, como vemos, Floridablanca no sólo no consideró conveniente su aplicación, sino que estaba convencido de que nunca se aplicaría. Aduce Floridablanca que no hay ninguna nación, «de las más activas e iluminadas» que hubiese establecido ni cobrase sus tributos por ese medio de la contribución única, en el sentido que la tomaban, dice, «los especuladores franceses, ingleses, holandeses». Añade que todos los Estados de Europa se han visto obligados «a Ver TEDDE DE LORCA, Pedro, El Banco de San Carlos (1782-1829), Madrid, Banco de España/Alianza Editorial, 1988, pp. 141-153. 19 CONDE DE FLORIDABLANCA, «Instrucción reservada que la Junta de Estado, creada formalmente por mi Decreto en este día, 8 de julio de 1787, deberá observar en todos los puntos y ramos encargados a su conocimiento y examen», p. 253 y ss. 18 Rafael Anes y Álvarez de Castrillón 201 dividir, clasificar y multiplicar los tributos internos, gravando todas las especies del consumo ordinario y otras que pertenecen al lujo, para exigir completa la cuota de las tributaciones precisas para las obligaciones del Estado», así como «facilitar y suavizar su exacción». El rechazo a la contribución única provenía de que no era suficiente que los tributos se cargasen con justicia e igualdad si no se facilitaba la cobranza, sino que se consideraba que era «más fácil y más suave toda exacción de tributos, aunque sean graves, por partes pequeñas o menudas, distribuidas diariamente y en muchos tiempos o casos, que la de una contribución moderada que se haya de cobrar de una vez o reunida en un solo tiempo». Añade, como razones adicionales a su negativa a establecer la contribución única, tres experiencias propias y nacionales: una, que había hecho todo lo que había podido para «ejecutar el plan de única contribución, propuesto en el reinado precedente y continuado en éste, y ello después de inmensos gastos, juntas de hombres afectos a este sistema, exámenes y reglas de exacción, ya impresas y comunicadas», lo que ha provocado «tantos millares de recursos y dificultades, que han arredrado y atemorizado a la sala de única contribución»; otra, es el Catastro de Cataluña, «que fue menester rever, enmendar y aumentar muchas veces», para al final tener que «recurrir a cargar a aquellos vasallos con tributo personal para asegurar la cuota de contribución, y a dejar el tributo...de la bolla y plomos de ramos, que era una alcabala de un quince por ciento en los géneros fabricados, y los derechos de puertas sobre varias especies en Barcelona y otros pueblos principales, y la tercera experiencia, era la de los pueblos encabezados de Castilla,»que en sustancia están reducidos a pagar por concierto una especie de única contribución«. Si no era conveniente el establecimiento de la única contribución había que mantener las rentas provinciales que se administraban en las provincias de Castilla y León y que, como muy bien explica Floridablanca, se reducían a tres clases: 1) las tercias reales, que eran los dos novenos de los diezmos eclesiásticos, habiendo quedado otro noveno a favor de las parroquias para los gastos «de su fábrica, material y formal»; 2) las alcabalas y cientos, que se 202 El programa económico del conde de Floridablanca cobraban o podían cobrar hasta el catorce por ciento del precio en que se vendían los bienes, muebles o raíces, frutos y mercaderías, y 3), las «llamadas millones, sisas o tributos, sobre las cuatro especies de vino, aceite y carne y sus agregados de sebo, pescado, cacao o chocolate, azúcar, etc.», que se adquirían. Plantea Floridablanca a la Junta si no sería conveniente simplificar las rentas provinciales, dividiendo a los contribuyentes en seis clases: 1) propietarios de bienes raíces; 2) colonos o arrendadores de bienes raíces; 3) fabricantes y artesanos; 4) comerciantes, tanto al por mayor como al por menor, sin incluir a los banqueros y los que giraban con su propio caudal, a los que se dice sería más justo cargarles los tributos en proporción a sus gastos y familia; 5) asalariados de la Real Hacienda y empleados en tribunales, oficios y encargos de la Corona, abogados, escribanos, procuradores, médicos, cirujanos, etc., y 6) los exentos, esto es, el clero. Con esta división se piensa podían simplificarse las contribuciones y si el producto de los tributos que pesaban sobre propietarios, colonos y comerciantes daban una renta suficiente, rebajar en proporción los derechos cargados a los consumos. Como los ingresos obtenidos por la Real Hacienda no eran suficientes para atender los requerimientos del gasto público, al no modificarse el sistema tributario existente sólo cabía introducir nuevos tributos. Floridablanca, redactará un Dictamen, teniendo presente el proyecto de Francisco Cabarrús y la propuesta del conde de Gausa, contraria en gran medida a él. El proyecto de Floridablanca, en el que discrepa de lo propuesto por Cabarrús respecto a que los bienes raíces y artificiales determinasen la cuota del tributo, se fundamentaba en que los tributos habrían de ser proporcionales a las necesidades del Estado y estas a la capacidad de tributar de los súbditos, que no había que introducir novedades en el sistema sin dar a los tributos nuevos el aspecto de justos, que los nuevos tributos habrían de recaer sobre las personas más ricas y hacendadas y que la nueva contribución debería tener la condición de interina. Teniendo en cuenta esos principios propuso Floridablanca que se gravasen los frutos civiles, entendiendo por tales los que se producían por: el arrendamiento de tierras, casas y demás Rafael Anes y Álvarez de Castrillón 203 propiedades, con un tanto por ciento semejante al porcentaje que se cobraba como alcabala en los arrendamientos o venta de hierbas, y lo que producían los mesones, ventas, tiendas, molinos de pan, aceite, papel, batanes y otros artefactos análogos; los productos de las alcabalas, tercias, diezmos secularizados y otras rentas jurisdiccionales; los réditos de los censos y los de las acciones de las compañías públicas y efectos de villa, y las pensiones, mercedes y sueldos, tanto de los oficios enajenados como de los que provenían de la Corona. Era pues el tributo de frutos civiles equivalente a las alcabalas y cientos que pagaban los vasallos por los frutos naturales o de la industria. El Dictamen de Floridablanca dio lugar a la promulgación del Decreto, sobre arreglo por provincias y partidos de las rentas provinciales, de 29 de junio de 1785, al que siguió la Instrucción provisional de 14 de diciembre de ese mismo año20. Los ingresos que la Hacienda obtenía de los metales preciosos que venían de América servían para cubrir el déficit presupuestario y para saldar el de la balanza comercial. Por ello, era necesario que hubiese regularidad en las llegadas de las flotas. Así, cuando España, junto a Francia, entra en guerra con Gran Bretaña, para defender la independencia de las colonias británicas en América del Norte y los barcos ingleses bloquean los puertos de las colonias españolas en América, esas dificultades se presentan con toda su gravedad. Al no llegar la plata americana, que el Tesoro necesitaba para atender sus apremios, es preciso emitir, el 1 de octubre de 1780, Deuda pública por un total de 9,9 millones de pesos (1 peso = 15 reales). Para que tuviesen aceptación en el mercado los títulos, que se llaman «Vales reales», éstos son copia de los «Billetes de Estado» franceses, que tenían la condición de títulos de Deuda y de billetes, esto es, tenían un interés de 4% y debían ser aceptados en los pagos del comercio al por mayor. La emisión de esos títulos, de un nominal de 600 pesos, cubría el empréstito de 9 millones de 20 ANES, Gonzalo, «La Contribución de frutos civiles entre los proyectos de Reforma Tributaria en la España del siglo XVIII», Hacienda Pública Española, nº 27 (1974), pp. 21-45. 204 El programa económico del conde de Floridablanca EMISIONES DE VALES REALES Fecha de emisión 01/10/1780 01/10/1781 01/07/1782 01/02/1794 15/09/1794 15/03/1795 10/04/1799 TOTAL Valor en circulación en 1808 De 600 pesos De 300 pesos De 150 pesos 16.500 17.667 49.333 53.333 10.000 15.000 44.257 85.757 72.345 80.000 140.000 88.517 208.850 176.479 220.000 195.896 Valor en reales de vellón y maravedís 149.082.352-32 79.813.270-30 222.869.082-12 240.939.670-20 271.058.823-18 451.764.705-30 799.763.576-16 2.215.291.482-22 1.893.422.682-12 FUENTE: Pedro Tedde de Lorca, «Crisis del Estado y Deuda Pública a comienzos del siglo XIX», Hacienda Pública Española, nº 108/109 (1987), pp. 169-195. pesos hecho por un consorcio de banqueros, entre los que estaba Francisco Cabarrús, de origen francés aunque asentado en España, donde desarrollaba su actividad bancaria. Al continuar las necesidades del Erario público, y dado el éxito de la primera emisión de Vales reales, hay otra el 1 de octubre de 1781, por 5,3 millones de pesos, en esta ocasión de títulos con un nominal de 300 pesos, para que pudiesen emplearse más como billetes. Se dice, para justificar esa emisión, que era para atender los gastos en que se incurría al tratar de recuperar Gibraltar y Menorca. Circulaban, pues, «Vales reales» por la cantidad de 15,2 millones de pesos, lo que exigía hubiese una oficina para su gestión y para tratar que su cotización no disminuyese. Esa oficina podía ser un banco nacional, que se ocupase de la circulación y amortización de los «Vales», sin que ello interfiriese en el desarrollo de las operaciones propias de un establecimiento de esa naturaleza, incluida la emisión de billetes. La necesidad que había de esa oficina llevó a que fuese aceptado el proyecto de creación de un Banco Nacional presentado por Francisco Cabarrús al conde de Floridablanca, que lo avalará. Así, al día siguiente de la tercera emisión de «Vales reales», que tiene 18. Francisco de Cabarrús (1788) Francisco de Goya. Banco de España. Madrid. Financiero español de origen francés (Bayona, Francia, 1752 - Sevilla, 1810). Hijo de un comerciante, vino a instalarse en España en 1771 y se naturalizó español diez años más tarde. No tardó en establecer buenas relaciones en la corte: amigo de Campomanes, entró en contacto con Floridablanca, ingresó en la Sociedad Económica Matritense de Amigos del País y ejerció como consejero y prestamista del rey Carlos III. La necesidad que había de esa oficina llevó a que fuese aceptado el proyecto de creación de un Banco Nacional presentado por Francisco Cabarrús al conde de Floridablanca, que lo avalará. Carlos IV le nombró conde en 1789 por los servicios prestados a la Hacienda; pero enseguida cayó en desgracia, en medio de los temores despertados por la Revolución francesa: perseguido por la Inquisición, víctima de algunos errores cometidos y acusado de malversación de fondos por el ministro de Hacienda, acabó encarcelado en el castillo de Batres en 1790. Rafael Anes y Álvarez de Castrillón 207 lugar el 1 de julio de 1782, por un total de 14.799.900 pesos, se firma la Cédula de creación del Banco Nacional de San Carlos. El Banco nacía, entre otras cosas, para formar una caja general de pagos y reducción de «Vales reales» y otros efectos públicos, lo que no pudo cumplir, porque las emisiones de «Vales» se repitió, hasta el punto de que con la emisión de 10 de abril de 1799 había en el mercado títulos por un total de 147 millones de pesos, por lo que un año antes, en 1798, es creada la Caja de amortización de «Vales reales»21. Si la independencia de las colonias británicas en América del Norte había ocasionado esas dificultades y había traído esas consecuencias, también llevó a que se reflexionase sobre posibles efectos a más largo plazo, efectos con consecuencias económicas si no se preveían. Así, al firmarse el Tratado de París por el que se reconocía esa independencia de dichas colonias, Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde Aranda, presenta al Rey una Memoria secreta22, en la que dice que la independencia reconocida a las colonias inglesas es para él «motivo de dolor y de temor», por las dificultades que veía para que España conservase los dominios americanos, ya que «jamás unas posesiones tan extensas, colocadas a tan grandes distancias de la metrópoli, se han conservado por mucho tiempo», decía. Cabría pensar que el temor provenía que el ejemplo de las colonias británicas fuese seguido por las españolas, pero, sin negar que eso pudiese suceder, el peligro que contempla es otro, el poder que podía alcanzar la república federal norteamericana, el poder, señala, de la «nueva potencia que acabamos de reconocer». Añade, que esa «República federal ha nacido pigmea, por decirlo así, y ha tenido necesidad de apoyo y de la fuerza de dos potencias tan Sobre la creación del Banco de San Carlos, TEDDE DE LORCA, Pedro, El Banco de San Carlos (1782-1829), Capítulos 2 y 3. 22 Memoria secreta presentada al Rey de España por S. E. el Conde de Aranda sobre la independencia de las Colonias Inglesas después de haber firmado el tratado de París de 1783, Biblioteca Nacional, MSS. 12966 (33). Reproducida en FRANCO PÉREZ, Antonio-Filiu, «Las visionarias variaciones del conde de Aranda respecto del ‘problema americano’ (1781-1786)», CES. XVIII, nº. 15 (2005), pp. 65-93. 21 208 El programa económico del conde de Floridablanca poderosas como la España y la Francia para conseguir su independencia», pero llegará el día «en que será un gigante, un coloso terrible en esas comarcas» y «olvidará entonces los beneficios que ha recibido y no pensará más que en enriquecerse». Cuando esa potencia se hubiese enriquecido, considera Aranda, el primer paso que dará «será apoderarse de las Floridas para dominar el Golfo de Méjico» y después de haber hecho con ello difícil a la metrópoli el comercio con Nueva España, «aspirará a la conquista de este vasto imperio, que no nos será posible defender contra una potencia formidable». Propone el conde Aranda que España se deshiciese de todas las posesiones que tenía en América, conservando sólo las islas de Cuba y Puerto Rico en la parte septentrional y alguna otra que pudiese convenir en la parte meridional, con el fin de que sirviesen de depósito de escala para el comercio. En los demás territorios, se constituirían tres reinos, el de Méjico, el de Perú y el de Costa Firme, poniendo como Rey en cada uno de ellos a un infante, tomando el Rey de España el título de Emperador. Esos soberanos y sus hijos habrían de casarse con infantas de España y los príncipes españoles se casarían con princesas de los reinos de Ultramar. Para compensar esa cesión, el Reino de Nueva España pagaría cada año una renta en marcos de plata, el de Perú lo mismo en oro y el de Costa Firme haría el pago en efectos coloniales, especialmente tabaco. Esos pagos, considera, importarían más a España que la plata que entonces sacaba de América y, además, aumentaría la población, al cesar la emigración que había. Razona el conde Aranda, que esos reinos de América, «una vez ligados por las obligaciones que se han propuesto», no tendrían en Europa potencia que pudiese hacer frente a su poder en aquellos países, «ni el de la España y Francia en nuestro continente», y que sería posible «evitar el engrandecimiento de las colonias americanas o de cualquiera otra potencia que quisiera establecerse en esta parte del mundo». Con la unión de esos reinos, el comercio de España cambiaría los productos naturales por los efectos coloniales que se necesitasen para el consumo, la marina mercante y la militar «se harían respetar sobre todos los mares», las islas que se Rafael Anes y Álvarez de Castrillón 209 conservaban, bien administradas y en buen estado de defensa, serían suficientes para el comercio, sin necesidad de otras posesiones, y, en definitiva, dice, se gozaría de todas las ventajas que daban las posesiones de América, sin tener que sufrir ninguno de los muchos inconvenientes que tenían. Floridablanca no compartía los planteamientos de Aranda respecto a América, tal vez porque «no contempló, inicialmente, de forma relevante, el poder expansivo y la cohesión interna de las Colonias, y lo que esto podría representar en las relaciones con el nuevo Estado»23. Así, en carta que le dirige, expone que, «por más que chillen los indianos y los que han estado allá, crea V. E. que nuestras Indias están mejor ahora que nunca, y que sus grandes desórdenes son tan añejos, arraigados y universales que no pueden evitarse en un siglo de buen gobierno, ni la grande distancia permitirá jamás el remedio radical»24. No obstante esas disparidades, la conveniencia de que hubiese unas relaciones distintas entre la metrópoli y las colonias fue sentida desde la independencia de las británicas en América del Norte y durante mucho tiempo. Ya en el siglo XIX, Álvaro Flórez Estrada, en el Cádiz de 1812, vuelve sobre esa cuestión25. Como concluye Pérez-Prendes en el Estudio preliminar de la reedición de la obra de Flórez Estrada, lo que concebía era «una nación de naciones, una comunidad iberoamericana de países libres, iguales, reconciliados y unidos por vínculos de la sincera cooperación26. HERNÁNDEZ FRANCO, Juan, Aspectos de la política exterior de España en la época de Floridablanca, Murcia, Real Academia Alfonso X el Sabio, 1992, p. 164. 24 «Carta de Floridablanca al Conde de Aranda», El Pardo, 6 de abril de 1786. Tomado de FRANCO PÉREZ, Antonio-Filiu, «Las visionarias variaciones del Conde de Aranda respecto del <problema americano> (1781-1786)», p. 86. 25 FLÓREZ ESTRADA, Álvaro, Examen imparcial de las disensiones de la América con la España, de los medios de su reconciliación, y de la prosperidad de todas las naciones, Cádiz, Imprenta de D. Manuel Ximénez Carreño, Calle Ancha, 1812. Reimpresión, con «Estudio preliminar» de PÉREZ-PRENDES Y MUÑOZ-ARRACO, José Manuel, Madrid, Servicio de Publicaciones, Secretaría General del Senado, Madrid, 1891. 26 PÉREZ-PRENDES Y MUÑOZ-ARRACO, José Manuel, «Estudio preliminar» a Álvaro Flórez Estrada, Ibídem, p. 74. 23 210 El programa económico del conde de Floridablanca Volviendo a lo que nos ocupa, que es el programa del conde de Floridablanca, digamos que el conocimiento del estado de la población era imprescindible, tanto para saber cuales habían sido los efectos de la política económica del pasado inmediato como para adecuar esa política a ese estado si ello era preciso. Por eso, como se dice en el preámbulo del Censo que se levantó, «varios cuerpos políticos y personas respetables del Reino han hecho presente al Rey cuan necesario sería repetir la enumeración de gente que se hizo en el año de 1768». Como el Rey, comprendía muy bien lo precisa que era esa operación, tanto para conocer «la fuerza interior del Estado», como para saber como había aumentado por el fomento dado a la agricultura, a las artes y oficios y al comercio, ordenó el levantamiento de un nuevo censo. Se quería un censo fiable, para lo que había que poner en ello todas las energías, pues se era consciente de que los pueblos eran temerosos de las quintas y del aumento de las contribuciones, por lo que había muchas ocultaciones y, sobre todo en tiempo de guerra, disminuía el número de los habitantes declarados. El Censo de 1787, que se conoce como Censo de Floridablanca, que es el que se levanta, es, después del de 1768, el segundo que comprende todas las provincias. El Censo de Floridablanca, que se considera como el mejor de todos los que se levantaron en el siglo XVIII»27, da como población de España la de 10.409.879 habitantes, 1.108.151 más que los que presentaba el de 1768, con un aumento de 2.289 pueblos con 866 parroquias, lo que muestra las inexactitudes que presentaba aquél. Otras pruebas de eso, tampoco necesarias, son, que en 1787 había, según el Censo, 11.044 religiosos y religiosas y 17.213 clérigos, beneficiados, sacristanes y sirvientes de Iglesia menos que en el de 176828. Ver ANES, Gonzalo, Las crisis agrarias en la España moderna, Madrid, Taurus Ediciones, 1970, p. 138. 28 Censo español executado por orden del Rey comunicada por el Excelentísimo Señor Conde de Floridablanca, Primer Secretario de Estado y del Despacho, en el año de 1787, Marid, en la Imprenta Real, 1787. 27 19. Censo español, 1787 En el preámbulo del Censo que se levantó se recoge: “varios cuerpos políticos y personas respetables del Reino han hecho presente al Rey cuan necesario sería repetir la enumeración de gente que se hizo en el año de 1768”. Como el Rey, conocía muy bien lo precisa que era esa operación, tanto para conocer “la fuerza interior del Estado”, como para saber como había aumentado por el fomento dado a la agricultura, a las artes y oficios y al comercio, ordenó el levantamiento de un nuevo censo. Se quería un censo fiable, para lo que había que poner en ello todas las energías, pues se era consciente de que los pueblos eran temerosos de las quintas y del aumento de las contribuciones, por lo que había muchas ocultaciones y, sobre todo en tiempo de guerra, disminuía el número de los habitantes declarados. Rafael Anes y Álvarez de Castrillón III. 213 Conclusiones Sin trabajos en los que exponga sus ideas económicas, hay que seguir los escritos que desde sus altos puestos dentro de la Administración salen en forma de alegaciones, instrucciones, expedientes, etc., para aproximarse a los principios económicos que guiaban las acciones de Floridablanca. Con ideas liberales, y profundamente regalista, buscó el fortalecimiento del Estado y el desarrollo económico. Éste, requería actuaciones en el sector principal de la vida económica, el sector agrario, la base de la subsistencia del Estado, con preocupación especial por la acumulación de tierras en manos muertas y por los privilegios de la Mesta. Se considera es necesaria una Ley agraria y años más tarde se encargará a Jovellanos su preparación. No se olvidaba Floridablanca de la necesidad del progreso de la industria y para alcanzarlo confiaba en la iniciativa privada. La mejora en la actividad económica requería, a su vez, mejoras importantes en las infraestructuras y son muy importantes las actuaciones en la red viaria y en los canales. Como el comercio es esencial para que los productos lleguen a los consumidores, ocupó lugar preferente en el ámbito de las preocupaciones, tratando de liberalizarlo hasta donde era posible. El comercio con América fue objeto de atención especial y se logró que los principales puertos españoles pudiesen comerciar con las colonias. Como la Administración pública tenía papel importante, había que acrecentar los ingresos tributarios. Al no confiar en los beneficios del establecimiento de la única contribución, seguirán las rentas provinciales como base del sistema y se añadirá el tributo de «Frutos civiles». Al aparecer graves dificultades en la llegada de los metales americanos, al bloquear los británicos los puertos de las colonias españolas en América, fue aceptado el proyecto de crear un banco nacional. Este atendería a los nuevos títulos de Deuda pública emitidos, los «Vales reales», y acudiría en ayuda del Erario público en las situaciones de apremio de éste, sin olvidarse de la financiación de las obras públicas y dedicándose a las actividades propias de un banco. Ese programa, que no dejaba sin atender ningún apartado principal de la vida económica, se fundará, 214 El programa económico del conde de Floridablanca desde 1787 en un muy buen censo de la población, que permitía conocer los efectos de la política económica seguida y hacía posible el planteamiento de acciones sobre bases más seguras. Tampoco se olvidó Floridablanca de la educación, pues consideraba imprescindible la mejor formación de los ciudadanos. Las actuaciones sobre todos esos campos, creemos respondían a un programa, esto es, estaban perfectamente coordinadas, dentro de las posibilidades que había. 20. Informe en el Expediente sobre la Ley Agraria Melchor Gaspar de Jovellanos Madrid, en la Imprenta de Sancha, 1795. Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias. Fondo Antonio Valdés y González Roldán. Gijón Floridablanca, con ideas liberales, y profundamente regalista, buscó el fortalecimiento del Estado y el desarrollo económico. Éste, requería actuaciones en el sector principal de la vida económica, el sector agrario, la base de la subsistencia del Estado, con preocupación especial por la acumulación de tierras en manos muertas y por los privilegios de la Mesta. Se considera es necesaria una Ley agraria y años más tarde se encargará a Jovellanos su preparación. José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) Santos M. CORONAS GONZÁLEZ Universidad de Oviedo I. La fiscalía del Consejo de Castilla ajo el signo del reformismo borbónico que instauran los primeros reyes de la nueva dinastía Felipe V, Luis I, Fernando VII y Carlos III, ministros y magistrados emprenden la modernización de España. Animados por el antiguo espíritu regalista y del nuevo ilustrado, algunos ministros pretenden continuar la feliz revolución del reinado de Carlos III (1759-1788) como si fuera en su caso una simple secuencia de la obra precedente de la corte de las Dos Sicilias. Sin embargo, después de los motines de 1766 o motín de Esquilache (que sacudió con fuerza hasta los cimientos la constitución del Estado), la monarquía volvió la vista al tradicional gobierno por consejo, y los Consejos de la Monarquía, especialmente el Consejo de Castilla, consiguieron renovar sus viejas funciones gubernativas, judiciales y legales (despacho de los negocios consultivos, instructivos y contenciosos), ensayadas desde el medievo. En su papel de promotores de la justicia y el bien público, los fiscales de los Consejos vivieron un papel nuevamente estelar como voz autorizada del mismo rey. B 218 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) La cabeza visible del movimiento carolino de reformas fue el fiscal del Consejo de Castilla, Pedro Rodríguez Campomanes (17231802). En sus alegaciones fiscales, en sus discursos e informes, en sus tratados y obras doctrinales, se condensó un pensamiento renovador que, utilizando la palanca administrativa del Consejo, pretendió hacerse realidad. Si Feijoo, su maestro admirado, pudo transformar el panorama cultural español en menos de medio siglo, también él, siguiendo su ejemplo, quiso hacer eficaz el espíritu crítico de la época aplicándolo a la reforma global de la sociedad española. Su magna obra, dispersa en alegaciones, dictámenes, consultas y obras varias de erudición histórica y jurídica, forjó una nueva imagen de España, reformista y crítica, precedente claro de la España contemporánea. Compañero de Campomanes en la fiscalía del Consejo de Castilla durante algunos años decisivos, fue José Moñino y Redondo, el futuro conde de Floridablanca.1 Natural de Murcia (1728), hijo de un modesto escribano, se educó en el Seminario de San Fulgencio de esa ciudad y más tarde cursó leyes en la Universidad de Orihuela. A los veinte años obtuvo licencia del Consejo para ejercer de abogado ante los reales Consejos y Audiencias del reino, primeramente en Murcia y después en Madrid donde llegó a ser, como antes Roda y Campomanes, abogado del duque de Alba. Prestigiado como abogado de renombre, recibidos los honores de alcalde Casa y Corte (1763), se supone generalmente que su Carta apologética sobre el Tratado de la regalía de amortización del fiscal Campomanes fue decisiva para su sorprenden- Obras originales del Conde de Floridablanca y escritos referentes a su persona, Colección hecha e ilustrada por FERRER DEL RÍO, Antonio, Madrid, 1867, BAE, vol. 59; ALCÁZAR MOLINA, Cayetano, Los hombres del despotismo ilustrado. El Conde de Floridablanca, su vida y su obra. Murcia, 1934; Ídem, «España en 1792. Floridablanca, su derrumbamiento y sus procesos de responsabilidad política», en Revista de Estudios Políticos, 71, 1953, pp. 91-138; RUMEU DE ARMAS, A., «La gestión política del Conde de Floridablanca», en Primera semana de Estudios Murcianos. Murcia, 1961; HERNÁNDEZ FRANCO, M., Gestión Política y reformismo del Conde de Floridablanca. Murcia, 1983; Floridablanca. Escritos Políticos. La instrucción y el Memorial. Edición, estudio y notas biográficas de RUIZ ALEMÁN, J., Murcia, 1982; LÓPEZ DELGADO, J. A., La biblioteca del Conde de Floridablanca (Papeletas bibliográficas y notas para su estudio y reconstrucción), Murcia, 2008. 1 21. Conde de Floridablanca. (1783) Francisco de Goya. Banco de España. Madrid. La figura de la izquierda es el propio Goya. A la derecha el Plan del Canal de Aragón y debajo el libro de Palomino Práctica de la pintura. Es claro el carácter alegórico de la composición (Floridablanca promotor de obras públicas y protector de las artes) (CASO GONZÁLEZ, José Miguel, Vida y obra de Jovellanos, Caja de Asturias y El Comercio, Oviedo, 1993, p. 165). Este primer retrato que realizó del conde de Floridablanca, fue muy importante para Goya: retratar al primer ministro de Carlos III podía abrirle muchas puertas en la vida oficial madrileña. Santos M. Coronas González 221 te encumbramiento a este cargo en 1766,2 aunque sin duda en su elección debió pasar el buen concepto que de él tenía formado Grimaldi. El 31 de agosto de 1766 fue nombrado fiscal del Consejo de Castilla en sustitución de Lope de Sierra Cienfuegos, de talante conservador y que había sido hasta su promoción a consejero de Castilla la viva antítesis del pensamiento reformista de Campomanes. En su elección pesó el criterio de este último, cuya semblanza de un fiscal del Consejo dio la nueva imagen del mismo: «Puesto es este que tiembla proponer para él sujetos. Por la verdad, es uno de los más importantes del reyno y más arduo de desempeñar. Amor al rey, literatura universal, y fertilidad de ideas públicas sobre un genio laborioso y de feliz explicación son prendas necesarias junto con un espíritu de imparcialidad y firmeza y edad todavía robusta para sufrir el trabajo»3. A los treinta y siete años de edad, Moñino se sumó al grupo de hombres decididos que desde los Consejos, caso de Aranda, Campomanes o Carrasco, o desde la Secretaría del Despacho -Roda, Grimaldi- trabajaron por la reforma global de la sociedad española. Cuando Moñino llega a la segunda fiscalía del Consejo de Castilla no se habían apagado aún los ecos del motín de Esquila- [José Moñino], Carta apologética sobre el tratado de la amortización de el Sr. Campomanes, en CORONAS GONZÁLEZ, Santos M., In memoriam Pedro Rodríguez Campomanes, Oviedo, 2002, pp. 361-376. 3 Informe de consulta, Madrid, 3 de agosto de 1766, cit. por GÓMEZ-RIVERO, R., Las competencias del Ministerio de Justicia en el Antiguo Régimen, número monográfico en Documentación Jurídica XVII, 65-66, 1990, p. 192; en general, CORONAS GONZÁLEZ, Santos M. «Los fiscales del Antiguo Régimen en España» (siglos XIII-XIX), en VV. AA., Ministerio Fiscal Español, Madrid, 2007, pp. 25-76; Ídem., «Campomanes, abogado y fiscal del Consejo de Castilla», en MATEOS DORADO, D. (ed.), Campomanes doscientos años después. Universidad de Oviedo, 2003, pp. 183210; VALLEJO GARCÍA-HEVIA, J. M., la Monarquía y un ministro, Campomanes, Madrid, 1997; Ídem., Campomanes y la acción administrativa de la Corona (1762-1802), Oviedo, 1998. En los valiosos estudios de VALLEJO o los previos de CASTRO, C. de, Campomanes. Estado y reformismo ilustrado, Madrid, 1996, o los de LLOMBART, V. Campomanes, economista y político de Carlos III, Madrid, 1992, que han resucitado el antiguo interés campomanista, dan noticias paralelas de Moñino especialmente en su etapa política que se inicia con su nombramiento como embajador plenipotenciario en Roma (1772) y su nombramiento como conde de Floridablanca (1773). 2 222 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) che.4 Como tal fiscal participó en la depuración de responsabilidades, así como en los graves sucesos subsiguientes: expulsión de los jesuitas, condena del obispo de Cuenca, y aún redacción por orden del rey de un nuevo Juicio Imparcial sobre el monitorio de Parma que dulcificara el tono directo y vivo del escrito por Campomanes. Por entonces ya eran patentes al monarca sus principales virtudes, que el mismo rey sintetizaba en una fórmula sencilla: «varón prudente y de buen modo y trato»5; juicio regio que comparte Grimaldi considerándolo «hombre religioso, moderado, dulce e instruido».6 Su paso de la fiscalía del Consejo de Castilla a embajador en Roma (1772), fue el inicio de una larga y fecunda carrera política que le llevó desde la Secretaría de Estado (1777), que comparte con la de Justicia desde 1782, hasta la presidencia de la Junta Suprema de Estado (1787-1792). Tras un breve ocaso político en la España de Godoy y de Carlos IV terminó gloriosamente sus días en Sevilla como presidente de la Junta Central encarnando el orgullo de la nación frente al invasor francés. Campomanes y Moñino marcaron el período áureo de la fiscalía en el supremo Consejo de Castilla protagonizando el enunciado y desarrollo de la política reformista carolina. Fueron, en cierto modo, epígonos de la fecunda actividad dedicada por siglos a enaltecer la potestad real y la pública utilidad. Aunque no es posible ofrecer un cuadro completo de la actuación de estos fiscales, cuyo número se aumentó a tres a instancias del presidente del Consejo de Castilla, el conde de Aranda, en virtud del Decreto de 9 de junio de 17697, se puede rastrear algunos informes y escritos que permite conocer el pensamiento del fiscal de Moñino, muy influido por 4 CORONAS GONZÁLEZ, Santos M., «El motín de 1766 y la Constitución del Estado», en Anuario de Historia del Derecho español XLVIII, vol. I, 1997, pp. 707-719 5 ALCÁZAR, Cayetano, El Conde de Floridablanca y el siglo XVIII. Madrid, 1929, p. 26. 6 ALCÁZAR, Cayetano, Los hombres del despotismo ilustrado, cit. p. 100 7 «En calidad de por ahora» se creó la tercera plaza de fiscal del Consejo de Castilla, según consta en el decreto de nombramiento de Juan Félix de Albinar «para que con los otros dos fiscales pueda dar curso sin retardación a los muchos expedientes y causas pendientes y que de nuevo sobrevengan». La nueva fiscalía 22. Origen del motín contra Esquilache José Amador de los Ríos y Cayetano Rosell 1860-1864 Litografía en negro y al cromo. En la litografía se trata de recoger los momentos previos al motín de Esquilache de 1766. Los madrileños cambian a regañadientes su capa larga y sombrero chambergo por la capa corta y el sombrero de tres picos. Santos M. Coronas González 225 entonces por su mentor Campomanes. Son alegaciones y dictámenes que, a manera de ejemplo, pueden seleccionarse, iluminando algunos campos de interés entre los muchos vistos y despachados en la carrera profesional de Moñino entre 1766 y 1772. II. Alegaciones del fiscal Moñino 1. La expulsión de los jesuitas y las providencias ulteriores pedidas por los fiscales Campomanes y Moñino Carlos III, por Decreto de 27 de febrero de 1767, mandó extrañar de sus dominios de España, Indias e Islas Filipinas a los regulares de la Compañía y ocupar sus temporalidades por gravísimas causas relativas a su obligación como rey de las cuales hizo explí- nacía sin competencias precisas, delimitadas en todo caso con carácter residual por aquellas bien definidas del fiscal de lo civil y de la Cámara (Campomanes) y del fiscal de lo criminal, ocupado asimismo con algunos negocios del Consejo extraordinario (Moñino); por eso, el nombramiento de Albinar se hizo «para todos los negocios y dependencias que se os destinaren», aunque al tiempo de mandaba al Consejo pleno proponer la clase de negocios que considerase conveniente para dotación de esta tercera fiscalía. A los pocos días, por Resolución de 19 de junio de 1769, Carlos III aprobó una distribución por territorios o departamentos que respetaba en esencia la antigua demarcación judicial de las Coronas de Castilla y Aragón, asignando además a cada fiscalía el conocimiento indistinto de toda clase de negocios fiscales, contenciosos, gubernativos y criminales, dentro de su territorio (Novísima Recopilación de las leyes de España 4, 16, 7). A Moñino, como segundo fiscal, correspondían todos los negocios fiscales de las provincias de Castilla la Nueva, comprendiendo el territorio de la Chancillería de Granada y Audiencias de Sevilla y Canarias. Esta Real Resolución, recogiendo la tradición de la defensa fiscal conjunta en los negocios de incorporación o reversión a la Corona u otros que el Consejo estimara de gravedad (1739), dispuso que el los reinos de Castilla vieran y defendieran estos negocios los dos fiscales de sus provincias o departamentos, (Campomanes y Moñino) y en los de la Corona de Aragón su fiscal juntamente con el más moderno de Castilla (Albiñar y Moñino, por entonces). En caso de mayor gravedad e importancia, el Consejo podría acordar oír el dictamen de los tres fiscales. Ver CORONAS GONZÁLEZ, Ilustración y Derecho. Los fiscales del Consejo de Castilla en el siglo XVIII. Madrid, 1992, pp. 44-54. 226 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) cita la de mantener «en subordinación, tranquilidad y justicia» sus pueblos reservando en su ánimo otras «urgentes, justas y necesarias». Para la ejecución uniforme de estas medidas, dio plena y privativa comisión y autoridad al conde de Aranda, presidente del Consejo de Castilla, con la facultad de proceder a tomar las providencias correspondientes8. La pragmática sanción en fuerza de ley de 2 de abril, publicada con trompetas y timbales por voz de pregonero público, hizo notoria la determinación del extrañamiento del reino de los jesuitas y ocupación de sus temporalidades, así como las penas contra los que quebrantaran sus disposiciones prohibitivas (regreso al reino de los jesuitas; correspondencia con ellos y ruptura del silencio impuesto sobre dichas providencias)9. Pragmática Sanción en fuerza de ley para el extrañamiento de estos Reynos a los regulares de la Compañía, de 2 de abril de 1767, en Novísima Recopilación de la leyes de España 1, 26, 3. En su virtud, el conde de Aranda remitió a lo largo del mes siguiente cartas circulares con pliego reservado a todos los pueblos en que existían casas de la Compañía, con una Instrucción de lo que deberían ejecutar los comisionados pare el extrañamiento y ocupación de bienes y haciendas de los regulares (días 1 y 20 de marzo), al tiempo que, para que los tribunales superiores de la provincias se hallasen enterados de la providencia general y pudiesen auxiliarla, escribió a sus presidentes una carta reservada (20 de marzo); a la vez que se elaboraron sendas listas de casas, colegios y residencias de los jesuitas en España, Indias e Islas Filipinas y se dieron advertencias a los alcaldes de Corte y al Comisionado director del viaje de los jesuitas de la Corte hasta Cartagena (31 de marzo) Colección General de los providencias hasta aquí tomadas sobre el extrañamiento y ocupación de las temporalidades de los regulares de la Compañía que existían en los dominios de S.M. de España, Indias e Islas Filipinas a conseqüencia del Real Decreto de 27 de febrero y Pragmática Sanción de 2 de abril de 1767. Madrid, 1769, Parte primera, pp. 1-3. Ver El libro de las leyes del siglo XVIII. Colección de impresos legales y otros papeles del Consejo de Castilla. Edición y estudio preliminar de S. M. CORONAS GONZÁLEZ, Madrid, BOE, 1996 [vol. I-IV+ Libro Índice], Madrid, 2003 [vols. V-VI]. 9 A instancia de los fiscales Campomanes y Moñino, esta pragmática fue comunicada a los interesados «por ser justo se hallasen enterados los Jesuitas de todo, con la formalidad debida para lo que hubiese lugar y evitar cualesquier genero de equivocaciones», Real Cédula de 11 de abril de 1767, ibídem, pp. 62-64; igualmente, a propuesta de los fiscales, se dictó la Real Cédula contra los regulares prófugos de la Compañía que sin licencia real entraran en estos reynos, de 18 de octubre de 1767; según su informe, habiendo obtenido divisoria de la Curia romana o del 8 23. Pragmática Sanción de Su Majestad en fuerza de ley para el estrañamiento de estos reynos á los regulares de la Compañía, ocupación de sus temporalidades y prohibición de su restablecimiento en tiempo alguno, con las demás precauciones que expresa. Madrid, Imprenta Real de la Gazeta, 1767. Archivo Histórico Nacional. Madrid. La Pragmática Sanción en fuerza de ley de 2 de abril, publicada con trompetas y timbales por voz de pregonero público, hizo notoria la determinación del extrañamiento del reino de los jesuitas y ocupación de sus temporalidades, así como las penas contra los que quebrantaran sus disposiciones prohibitivas (regreso al reino de los jesuitas; correspondencia con ellos y ruptura del silencio impuesto sobre dichas providencias. A instancia de los fiscales Campomanes y Moñino, esta pragmática fue comunicada a los interesados “por ser justo se hallasen enterados los Jesuitas de todo, con la formalidad debida para lo que hubiese lugar y evitar cualesquier genero de equivocaciones”. Santos M. Coronas González 229 La pragmática fue el punto de partida de una intensa actividad de los fiscales del Consejo, Campomanes y Moñino, orientada a hacer efectivas sus medidas. Así, el 7 de abril, se dirigió a los Jueces Comisionados una Instrucción sobre el modo con que debían hacer los inventarios de los papeles, muebles y efectos de los jesuitas e interrogatorio por el cual debían ser preguntados sus procuradores, con el fin de cuidar de la administración de los bienes de la Compañía. Con este motivo, Campomanes , en pedimento de 5 de abril, había expuesto la necesidad de formalizar inventario de todos los bienes del respectivo colegio casa de la Compañía por los comisionados nombrados por esconde de Aranda, para cuidar provisionalmente de su administración (I); de hace recuento formal con testigos autorizados , uno laico y otro eclesiástico, de todos los caudales (II); de interrogar a los padres procuradores generales y particulares a tenor de unas preguntas concretas de cuya declaración deducir el cobro de papeles y caudales (III), poniendo en arcas su importe (IV); de despedir los dependientes asalariados, pagándoles de los caudales de la comunidad (V); de suministrar a los religiosos la ropa que necesitaran (VI); de inventariar los libros y bibliotecas de cada Casa, reservándose el fiscal proponer el método oportuno en relación con los manuscritos e igualmente con las boticas, tabernas, almacenes, panaderías «y otras oficinas sórdidas, impropias de lugares religiosos» (VII); de cerrar provisionalmente sus iglesias par evitar irreverencias (VIII) y, por último, de recobrar de todas las personas tenedoras en confianza de caudales de la Compañía los mismos, so pena de confiscación de bienes y castigo ejemplar (IX). A este pedimento fiscal acompañaba el pliego de preguntas que debían hacerse a los padres procuradores generales y particulares por los jueces delegados del Consejo Extraordinario a fin de conocer el estado de sus caudales y su manejo; diez concisas preguntas destinadas a descubrir el monto de dichos caudales General, se había introducido en España, en especial en Barcelona y Gerona, un número considerable de sacerdotes y legos, sin permiso real en abierta infracción de ley (art. IX Pragmática Sanción). 230 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) y aun su destino. En este sentido, «teniendo presente lo pedido por nuestro fiscal» se ordenaba a los jueces comisionados proceder sin pérdida de tiempo conforme a dicha Instrucción para, una vez ejecutado, remitir dicha información al Consejo por mano de su presidente o fiscales. En los meses siguientes se sucedieron los pedimentos del fiscal Campomanes sobre la necesidad de inventariar con método los libros y papeles existentes en las Casas que fueran de la Compañía, con una notable Instrucción digna de su bibliofilia para los jueces comisionados10; asimismo, sobre la conveniencia de reducir todos los caudales de la Compañía a un depósito general para su resguardo y manejo por lo que de acuerdo con el tesorero general, Bermúdez de Castro, hubo de redactar una nueva Instrucción sumamente prolija (con seis capítulos y medio centenar de artículos) destinada a agilizar la actividad de los jueces comisionados, reembolsando a la Real Hacienda de los gastos considerables que había hecho para el transporte de los jesuitas al Estado pontificio. Igualmente, a instancia de los fiscales Campomanes y Moñino, se ordenó a los delegados residentes en los pueblos donde hubiera casas de los jesuitas, fijar edictos en los pueblos respectivos para que las personas que tuvieren en confianza o en depósito o debieran cantidades a dichas Casas, las declararan ante ellos, remitiéndose luego las diligencias por lo tocante a los pueblos de la Corona de Castilla por mando del fiscal de lo civil del Consejo, 10 Así lo hizo el 22 de abril, presentando un pedimento en el que exponía la necesidad de ejecutar «con el debido método, distinción y claridad» el inventario de los libros y papeles de las Casas de la Compañía, y siendo así «que el método de ordenar los papeles no es dado a otras personas, que a las versadas en negocios y literatura», rechazaba de plano entregar esta diligencia al cuidado de los escribanos «agenos por lo común de literatura y el idioma latino y demás lenguas en que se hallan los mejores libros», por lo que conceptuaba indispensable formar una Instrucción que presentó dividida en 24 artículos que reflejaba su alma de bibliófilo. Esta Instrucción fue remitida por R. Cédula de 23 de abril a los jueces comisionados para que se arreglaran a ella «literal y puntualmente para la formación del Índice». Colección general de las providencias, pp. 65-73. Santos M. Coronas González 231 Campomanes y lo respectivo a los pueblos de la de Aragón, por la de Moñino, segundo fiscal11. Ambos fiscales expusieron al Consejo asimismo la necesidad de reglar la recaudación de los productos de los bienes raíces y rentas poseídas por los jesuitas, uno de cuyos ramos consistía en los réditos de censos, pensiones, feudos, cánones y tributos que anualmente les pagaban diferentes pueblos del reino, pidiendo que dichas cargas se pagasen en adelante a los administradores o tesoreros de la provincia, partido o lugar correspondiente. Y así, en su virtud, por Decreto de 25 de junio se ordenó a la Contaduría General de Propios y Arbitrios comunicar las órdenes subsiguientes a todos los Intendentes del Ejército y Provincia para que las contadurías respectivas formaran una relación exacta de dichos censos, tributos o derechos, entregando cada pueblo los caudales que les correspondieran en las tesorerías del ejército, provincia o partido respectivo, de donde serían trasladados a la Depositaría General con el fin de acudir con ellos al pago de las pensiones asignadas a los jesuitas expulsos o a otros fines, a tenor de la pragmática de 2 de abril12. En esta misma línea de resolver los problemas que planteaba la ocupación de las temporalidades de los jesuitas, se trató en el Consejo Extraordinario de las dudas suscitadas en la aplicación de la orden comunicada por el fiscal Campomanes en 12 de junio sobre el pago habitual de cuota de diezmos a los arrendadores de dichas temporalidades; concretamente, si debía pagarse el diezmo íntegro, como cualquier particular, o si debía seguirse en ello las costumbres o concordias que tenían ajustadas los regulare con la iglesias. Ambos fiscales, Campomanes y Moñino, eran del dictamen de que se satisficiese íntegramente el diezmo; en apoyo del cual se recibió una oportuna representación del deán y cabildo de Real Cédula de 2 de mayo de 1767, Ibídem, pp. 74-90. Real Cédula de 7 de julio de 1767 que prescribe el modo con que han de pagar los pueblos los censos, deudas y cánones que pagaban a los jesuitas, Colección general de las providencias, pp. 93-98. 11 12 232 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) la Iglesia primada de Toledo, a nombre del clero del reino, en la que se manifestaba el perjuicio y daños que habían padecido las iglesias en la percepción de los diezmos de los bienes de los jesuitas por los privilegios papales que, desde su institución en 1559, había gozado la Compañía; fuente permanente, de pleitos seculares y concordias y que ahora tras «la justa providencia» de extrañamiento, faltando el fin y la causa de dichos privilegios, entendían que sus bienes debían pagar por entero el diezmo a las iglesias, verificándose por este medio «las piadosas intenciones» de Felipe III así como la de los diputados de las Cortes y clero del reino. Pasada esta representación a Campomanes, expuso en su vista tres días más tarde que las exenciones de diezmos habían sido mal vistas en todo tiempo» por detraer al clero jerárquico aquellos efectos que hacen el fondo de su propia dotación»; que fijadas reglas y limites por el Concilio lateranense, de cuya disposición se formara el cap. Super, De decimis, tres siglos antes de la fundación de la Compañía, el clero secular había adquirido un derecho indubitable para no permitir que se dispensase por una disposición conciliar y canónica, de tal modo que apenas lograra la Compañía sus privilegios, ya los reclamaran las iglesias de España antes los reyes Felipe II y Felipe III, quienes remitieron su instancia al Consejo para retenerlos; a todo lo cual se sumaban los perjuicios irrogados a la regalía de la Corona «por ser los diezmos pertenecientes al Real Patrimonio, y gozarlos a su nombre las Iglesias», al margen de estar algunos ya secularizados como las tercias de la Corona, quarta décima, tercio diezmo y provincia de Aragón. Que, sin embargo, la prepotencia de los regulares había tenido modo de detener el recurso de protección y retención de privilegios, «en unos tiempos débiles y llenos de otros cuidados», debiendo las iglesias litigar su justicia con unos rivales que contaban con la protección de la Curia o firmar concordias «hechas por artificio y seducción» y nulas de pleno derecho, de donde derivó insensiblemente el dejar de pagar los diezmos. Por todo y considerando conforme a la equidad y justicia la pretensión de la iglesia de Toledo y trascendental a todas las iglesias la regla que se tomase, el fiscal era del parecer de deferir a su solicitud consultando al rey que los bienes de la Compañía que- Santos M. Coronas González 233 daran sujetos al pago de diezmos y primicias sin disminución alguna por aquellos a quienes de derecho tocara su percepción, como se hizo por Real Provisión de 19 de julio de 176713. En relación con los problemas suscitados por las temporalidades, a finales de julio se remitió una carta circular pidiendo informe a los comisionados sobre la división «en suertes pequeñas e iguales» de las haciendas de los jesuitas, en la que se adivina una vez más el pensamiento reformista de Campomanes, secundado por Moñino: «Es uno de los objetos que con preferencia ocupan la atención del Consejo facilitar por todos los medios posibles el progreso de la agricultura, fomentando y arraigando a muchos vecinos y labradores útiles, que faltos de terreno propio emplean precariamente su sudor a beneficio de los dueños de los terrazgos, con notable perjuicio suyo y del Estado. Para proporcionar este medio oportuno de que reyne en estos dominios la abundancia, de que penden los artes subalternos de comercio, la población y en fin, la felicidad pública, se ha creído que será muy conveniente dividir las haciendas, así de viñas y olivares, como también de tierras labrantías, que poseían los Regulares de la Compañía, en suertes pequeñas e iguales, con el fin de distribuirlas precisamente a labradores no hacendados, baxo el canon o anual tributo conveniente». Para su debida instrucción, los comisionados deberían tratar de las medidas a tomar oyendo a los prácticos «y aún más que esto, desinteresados y amantes del bien público» y al personero del común del lugar donde existieran las haciendas, teniendo presente el espíritu y reglas de la real provisión de 12 de junio de 1767 que prescribía la distribución en suertes de las tierras concejiles de Andalucía, Extremadura y la Mancha. De esta forma, al aire de la nueva situación se ensayaba un Real Provisión de su Majestad a consulta del Consejo, en el Extraordinario, en la qual se reducen los frutos que se cogieren en las haciendas de las casas que fueron de los Regulares de la Compañía, a la paga integra de diezmos a los partícipes a quienes toque su percibo por derecho. Madrid, 19 de julio de 1767 (Ibídem, pp. 99-113). 13 234 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) plan de reforma agraria de corte ilustrado que tuvo continuidad más tarde en otros proyectos y realizaciones14. Por lo demás, en la misma circular se prescribían reglas para formar el inventario de los manuscritos existentes en los colegios y casas de los regulares, complementarias de la instrucción anterior de 23 de abril, así como nuevos informes sobre la aplicación de los bienes de la Compañía en obras pías y en especial en Seminarios conciliares y casas de misericordia, en algunos de los cuales podría situarse, por ser fábrica muy grande, seminario de pensionistas nobles para su educación o de señoritas acomodadas (que sólo podrían existir en capitales de provincias grandes)15. Nuevas provisiones, como la de 5 de octubre de 1767 por la que se reintegraban a los maestros y preceptores seculares en la enseñanza de las primeras letras, gramática y retórica, monopolizada hasta entonces por los jesuitas; nuevas cartas circulares de Campomanes para que se hicieran inventarios de los peltrechos de las imprentas que tenían los regulares de 14 de octubre; o reales cédulas como la de 18 de octubre contra los regulares prófugos que sin licencia entraran en el reino, fueron completando la serie de medidas destinadas a ejecutar el extrañamiento de los jesuitas. En este sentido tuvo especial importancia la Real Cédula de 14 de agosto de 1768 que declaraba, «a conseqüencia de las leyes fundamentales del Reyno, disposición de los Concilios, observancia inmemorial y continua de la regalía de mi Corona», devuelto a dis- Novisíma Recopilación de las leyes de España, 7, 25, n. 11; Cf. Real Cédula de julio de 1767, que contiene las reglas a observar en las nuevas poblaciones de Sierra Morena y fuero de sus pobladores. Nov. Recop. 7, 22, 3; se recoge íntegra en Santos Sánchez, Colección de cédulas, pp. 66-80; cf. Nov. Recop. 7, 22, 4. 5. 6. 7. 9 15 Carta circular de 29 de julio de 1767 (colección general de las providencias, pp. 113-119). En esta petición de informes se incluían las boticas que siendo de corto valor deberían convertirse en alivio de los pobres, aplicándolos bien al Hospicio, Hospital o Casa de Misericordia. La Real Provisión de 22 de septiembre del mismo año, a consulta del Consejo, aplicó las boticas existentes en las casas de los Regulares de la Compañía a Hospitales, Hospicios y Casas de Misericordia que estuvieran bajo la real protección. 14 Santos M. Coronas González 235 posición del rey como cabeza del Estado, el dominio de los bienes ocupados a los regulares de la Compañía y la protección de los establecimientos píos a que se sirviera destinarlos. Sin embargo, según se indica en su parte expositiva, se habían ofrecido algunas dudas sobre las agregaciones previstas en la Pragmática Sanción por lo que el rey había decidido nombrar cinco obispos para que concurriesen con los ministros del Consejo Extraordinario a la deliberación del destino que debía darse a dichos bienes, acordando el Consejo que pasara a los fiscales Campomanes y Moñino para que propusieran lo que tuvieran por conveniente. En su dictamen, los fiscales creyeron que el primer paso debería ser fijar por una declaración solemne la autoridad regia exponiendo a este fin en 13 de enero de 1768, una documentada respuesta sobre el dominio adquirido por la Corona en uso de sus regalías sobre los bienes ocupados a los regulares, los cánones y lamisca constitución y esencia de la soberanía confieren a el Monarca». Esta legislación, remontada al Liber Iudiciorum (Fuero Juzgo en la terminología al uso recogida por los fiscales) en cuya ley 9, 2, 9 se sancionaba la libre disposición por el rey de los bienes de los eclesiásticos extrañados; que refrendaban los c. 9 y 10 del XVI Concilio de Toledo, conformando así una «máxima nacional del Estado e Iglesia de España». Dejando a un lado los abundantes ejemplos históricos de su aplicación y ciñéndose al curso legal de este principio, lo reencontraban formulando en la legislación castellana bajomedieval, recogida en la legislación recopilada del reino16. Pero además, probada la vigencia de este principio fundamental, los fiscales destacaban el del consentimiento o concesión del rey para poder adquirir bienes las iglesias conforme al derecho común de los romanos, y aun el nacional, habiendo perdido los jesuitas sus bienes por justas causas de ocupación, una de las cuales era la contravención al pacto de no poseer bienes más que los necesarios a los colegios pro studentibus. Otro medio de fundar la autoridad real Fuero Real, 1, 2, 1; Partidas, 4, 2, 4, 5; Ordenanzas de Castilla 2, 2, 1; N. Recop. 4, 3, 13; 1, 3, 18. 16 236 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) para disponer de los bienes, la ofrecía el hecho de que, perdidos los bienes de los jesuitas extrañados del reino, pudieran reputarse como vacantes y de incierto dueño, sobre los cuales resultaba indudable la potestad del rey, por la disposición de los derechos civil y real. Ahora bien los fiscales recordaban que «los afectos a la curia romana» podrían oponer que se trataba de bienes exentos sujetos al pontífice, siendo esta autoridad la que hubiera que intervenir en su aplicación, como ocurrió en la famosa causa de los templarios; argumento a su juicio equivocado por tratarse de bienes no exentos sino perdidos «conforme a las leyes fundamentales del Estado y de la sociedad por las justísimas causas que dieron motivo a la ocupación de sus temporalidades». En la misma línea clarificadora, dictaminaban no ser bienes confiscados en su sentido etimológico por cuanto no se aplicaban a la Cámara y fisco regios, sino simples bienes de dominio regio dimanado de extrañamiento, pérdida de temporalidades y ocupación de ellos como vacantes, sobre los que además poseía el rey derechos indudables a su aplicación en virtud de la regalía del Patronato. En consecuencia de todo ello pedían los fiscales que los bienes de los jesuitas expulsos quedaran bajo el real Patronato, procediendo con este concepto a su aplicación y sirviendo esta declaración de preliminar a las deliberaciones sucesivas del Consejo. Sentado el derecho de la Corona a estos bienes, los fiscales continuaron proponiendo los destinos píos a que se podían aplicar, conforme al espíritu de la pragmática sanción en sucesivas respuestas de 2 de febrero y 19 de marzo de 1768. Sobre ellas recayeron consultas del Consejo en el Extraordinario con asistencia de prelados, exponiendo la conveniencia de erigir seminarios Conciliares, casas de enseñanza para estudios comunes y útiles al Estado y otras para educación de las niñas, hospitales y casas de misericordia, que fueron aprobados por el rey. Finalmente para facilitar el uso y la consulta pública de las providencias tomadas sobre extrañamiento y ocupación de las temporalidades de los jesuitas de España e Indias, pareció necesario al Consejo en el Extraordinario que se celebró en 15 de agosto de 1762 a instancia del fiscal, acordar la reimpresión de la legislación susci- Santos M. Coronas González 237 tada (Pragmática sanción, reales decretos, cédulas, provisiones e órdenes circulares) en un volumen por orden cronológico. Asimismo en la introducción preliminar a la Parte III, de la Colección general de dichas providencias, se ampliaba esta motivación, apuntando las nuevas razones de dar prueba de la diligencia del Consejo en el cumplimiento de los encargos de la pragmática de expulsión y de instruir a la nación de la serie de destinos dados a las casas y colegios de los jesuitas en la Península e islas adyacentes. Así llego a hacerse una relación sucinta de los principales sucesos (inventarios, ventas de bienes raíces, destino pío de los edificios de la Compañía previa declaración fundada en derecho del patronato y autoridad real para disponer de los bienes ocupados), a la que siguió la serie de dictámenes fiscales, hechos suyos por el Consejo y confirmados por el rey, sobre los destinos de los bienes pertenecientes a la enseñanza, (de 2 de febrero de 1768), casas de hospitalidad y misericordia, (de 19 de marzo de 1768), cuidando en este sentido de instruir proceso particular sobre el destino de cada casa o colegio de los jesuitas de España e Indias, el fiscal de lo civil por lo tocante a las provincias de Castilla, Toledo y Andalucía, y el de lo criminal por lo correspondientes a la de Aragón (prefigurando de este modo, la ulterior división territorial de competencias de la fiscalía del Consejo), con informes del diocesano y del juez comisionado de temporalidades. En esta relación, no se olvidó el Consejo de destacar la «armonía y uniformidad en los dictámenes y la actividad en evacuar un asunto tan importante», siguiendo el ejemplo de un monarca que sin fatiga había excedido a todos en atender al despacho del «prodigioso número de consultas que ha producido este vastísimo negocio» cuyas últimas resoluciones se publicaron en el Consejo Extraordinario de 4 de junio de 176917. De su simple lectura se extrae la prueba del papel fundamental del fiscal del Consejo Campomanes, secundado por el nuevo fiscal Moñino, en la conformación de esta política uniforme y activa del Consejo refrendada por la monarquía frente a los jesuitas expulsados. 17 Colección general de la providencias, parte III, Madrid, 1769, p. 8. 238 2. José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) Alegaciones fiscales en los expedientes del obispo de Cuenca (1766-1767) Una carta del obispo de Cuenca, Isidro Carvajal y Lancaster, en la que denunciaba la persecución de la Iglesia, «saqueada en sus bienes, ultrajada en sus ministros y atropellada en su inmunidad» y a la que atribuía además la ruina y perdición de España, se hizo llegar al rey por medio de su confesor P. Eleta en abril de 1766. A instancia del rey, el obispo de Cuenca remitió reservadamente una representación que se hizo pasar a examen del Consejo por orden de 10 de junio de 1766 para formar la ulterior consulta regia18. La representación, una sórdida muestra de lo temporal eclesiástico (»resumido todo se ve que las amarguras del R. Obispo versan sobre intereses pecuniarios», diría, en su alegación, Campomanes),19 iba dirigida contra la proyectada ley de amortización y más aun a contrarrestar cualquier otro intento desamortizador, como el pretendido por el fiscal del Consejo de Hacienda, Carrasco. Su denuncia se centraba en los fiscales y ministros del rey, por este orden, apuntando con claridad hacia quienes iban dirigidos sus dardos: «Después que los fiscales y ministros de V.M. se han dedicado a buscar arbitrios para gravar el estado eclesiástico, poner en ejecución las gracias del escusado y novales…, establecer la ley de amortización, exigir tributos de las manos muertas, y aminorar el número de eclesiásticos, sobre la escasez que hay de ellos en muchas provincias del reino, han hallado a su parecer medios copiosos y justificados para aumentar las rentas reales y van consi- ALONSO, J., Colección de las alegaciones fiscales del Excmo. Sr. Pedro Rodríguez Campomanes, 4 vols. Madrid, 1841- 1843; vol. II, p. 378 y ss. «El compendio de las quejas del Obispo se reduce a que la Iglesia está saqueada en sus bienes, ultrajada en sus ministros y atropellada en su inmunidad», diría Moñino en su alegación fiscal, Obras originales del Conde de Floridablanca, cit. pp. 1-61. Sobre el eco de esta representación en altas círculos de la administración y del clero, contrarios a la política de reformas, C.C. Noel, «Opposition to Englightened Reform in Spain: Campomanes and the clergy (1765-1775)», Societas 3, 1973, pp. 21-43, 32. 19 Colección de alegaciones fiscales, p. 389. 18 Santos M. Coronas González 239 guiendo que el pueblo trate al clero como a miembro podrido de la república y a enemigo y tirano de ella20. Los fiscales, a la vista de los papeles remitidos por el Consejo, solicitaron en su primera respuesta de 19 de noviembre de 1766, varios documentos e informes complementarios necesarios para instruir debidamente el expediente. Una vez completado el mismo, pasó de nuevo a los fiscales, quienes expusieron su parecer de una manera sucesiva, dejando de lado Campomanes en su respuesta de 16 de julio de 1767, aquellos aspectos tratados antes por su compañero, José Moñino, cuyo informe anterior de 12 de abril del mismo año examinó ordenadamente los hechos y reflexiones de carácter económico, con un notable informe sobre la administración de las gracias del excusado. Una primera reflexión sobre el derecho que asistía a todos los súbditos de representar al trono cuanto estimaran conveniente al bien público y a la recta administración de justicia, «procediendo con la sinceridad, verdad, moderación y oportunidad que exige el príncipe Soberano», llevaba a destacar la inoportunidad política de la representación « en un tiempo en que los jesuitas estaban divulgando por el reino una infinidad de impresos anónimos y especies que consternaban la piedad de la nación», y aun la ligereza culpable con que el obispo había divulgado sus quejas contra el rey y sus ministros, incluso ante la Santa Sede, de modo que no podía por menos de considerar insincera su conducta, deduciendo aún del conjunto de las cartas y representaciones del obispo, la existencia de «un agregando de especies inconexas…de una aversión decidida contra el gobierno». De este modo, a juicio de ambos fiscales, la mutación y el trastorno del gobierno era el objeto último de la representación del obispo y de los tumultos del año 1766, resonando unas mismas voces en las cartas de queja y en los tumultos, así como una misma desinformación en sus actuaciones. Frente al método de exposición deficiente del obispo, los fiscales proclamaban su intento de ceñirse a los hechos que resultaran 20 Ibídem, p. 371. 240 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) probados, exponiendo sus reflexiones con el orden posible21. A tal fin y tras una consideración preliminar sobre el comportamiento pasivo del obispo de Cuenca en el desarrollo de los motines de su ciudad, ocurridos al tiempo de la primera representación, Moñino y Campomanes pasaron a hacerse cargo de las cartas del obispo. La primera, de 15 de abril, la consideraba un alegato sedicioso, subversivo y herético contra la autoridad del rey, en la que ya figuraban los cuatro puntos de queja que desarrollaría luego el obispo en sus representaciones ulteriores: persecución de la Iglesia, de sus bienes, de sus ministros y de su inmunidad. No hallándose, sin embargo que el dogma católico, el ejercicio libre de la religión ni el culto externo estuvieran impedidos para suponer persecución alguna en la Iglesia, deducían los fiscales que el principal medio de prueba lo tomaba de las presuntas vejaciones hechas al clero con excusados, novales, subsidios, diezmos y otras contribuciones debidas al erario por las nuevas adquisiciones posteriores al Concordato de 1737, aunque en este caso, al pedir el rey lo que en virtud de concesiones pontificias le pertenecía, no hacía sino exigir lo suyo. De esta forma, desmontando los argumentos de la representación del obispo, Moñino y Campomanes dieron un nuevo repaso al estado de la Iglesia en España, país en el que el abuso de adquirir por las manos muertas había invertido el orden de las cosas, haciendo de las comunidades que renunciaban al mundo, casas de labranza y de los vecinos, casas de mendicantes (»rico el que profesa pobreza y pobre aquel que necesita bienes para mantener su familia….y sufrir las cargas de la república»). Concluyendo su respectivas exposiciones, de gran dureza estilística y conceptual en el caso de Campomanes y ajustada a la historia y al Derecho canónico y real de España en el previo de Moñino, se pudo considerar en la apretada síntesis los papeles del obispo «libelos famosos, llenos 21 «El examen justo y puntual que el fiscal debe hacer de los hechos y reflexiones en que se funda el reverendo obispo, exige que se vaya reconociendo separadamente por el orden mismo con los que propone», diría el fiscal Moñino en su alegación de 12 de abril de 1767, Obras originales del Conde de Floridablanca, p. 3. Santos M. Coronas González 241 de falsedades, injurias y suposiciones, con el depravado fin de turbar el reino, aprovechándose de la oportunidad que prestan los bullicios pasados». Así, el fiscal de lo criminal, Moñino, y el fiscal de lo civil, Campomanes, coincidían también en pedir en Consejo pleno una satisfacción pública de las «imposturas» del obispo de Cuenca, haciéndole saber que si reincidiese en tales excesos sería tratado con todo el rigor de las leyes. Visto el expediente por el Consejo pleno, acordó una consulta al rey sustancialmente idéntica a la propuesta por los fiscales, con la que se conformó el rey por Resolución de 18 de septiembre de 1767, de la que se dio traslado para advertencia general a los prelados del reino22. 3. El eco regalista en la Corte de Familia de Parma y la reacción pontificia: el monitorio de 30 de enero de 1768 y las alegaciones de Campomanes y Moñino En este ambiente de reforma y oposición de una Iglesia que se veía «saqueada en sus bienes, ultrajada en sus ministros y atropellada en su inmunidad» y que ya sin tapujos denunciaba la responsabilidad de los fiscales del Consejo de Castilla, especialmente de Campomanes «cuyo celo arrebatado e indiscreto ha causado y causará imponderable daño en la disciplina regular y secular si S.M. (A.G.G.) por su innata piedad y devoción no provee pronto y eficaz remedio»23, se iban a plantear los graves sucesos de Parma Nov. Recop. 1, 8, 10, n. 7. Memorial ajustado, hecho de orden del Consejo pleno, a instancias de los señores fiscales, del expediente consultivo, visto por remisión de S.A. a él, sobre el contenido y expresiones de diferentes cartas al rey del obispo de Cuenca D. Isidro Carvajal y Lancaster, Madrid, 1768 (parcialmente recogido en J. ALONSO, Colección de alegaciones fiscales del Excmo. Sr. D. Pedro Rodríguez Campomanes, Madrid, 1841-1843, 4 vols.) vol. II, pp. 378 y ss; así como en las Obras originales del conde de Floridablanca, ed. FERRER DEL RÍO, B.A.E, LIX, pp. 1-61). Coincidiendo con un nuevo momento crucial de la política española, abierto tras la dimisión de Grimaldi y el posterior arresto de Olavide por la Inquisición en el mes de noviembre de 1776, se producirían nuevas denuncias anónimas coincidentes en el fondo y en la forma con las aquí recogidas. 22 23 242 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) que enfrentaron a la Santa Sede con una corte borbónica unida por estrechos lazos familiares con las monarquías reinantes de España, Francia y Nápoles24. La ambición maternal de la segunda esposa de Felipe V, Isabel de Farnesio, apoyada en sus derechos dinásticos al ducado de Parma y unida, tal vez, a un difuso intento imperial de recomponer el antiguo dominio italiano de los Austrias españoles, llevó a una costosa política de intervención militar saldada al cabo, tras un sinfín de avatares bélicos y diplomáticos, con el reconocimiento de los derechos sucesorios de los infantes de España, el primogénito Carlos y su hermano Felipe de Borbón, a los ducados de Parma, Toscasna y Plasencia. Por el segundo Tratado de Viena de 16 de marzo de 1731, el futuro Carlos III fue proclamado soberano de Toscana y Parma, entrando un año más tarde en Florencia pese a la protesta formal de la Santa Sede que pretendía a la reversión de estos ducados al patrimonio de San Pedro en virtud de antiguos derechos históricos. Por un nuevo tratado de alianza entre España y Francia, el primer Pacto de Familia concertado en el Escorial el 7 de noviembre de 1733, Luis XV garantizó los derechos de Carlos a sus Estados italianos de Parma, Plasencia y Toscaza, al tiempo que se comprometía a apoyar la reivindicación de Nápoles y Sicilia para el segundo hijo de Isabel de Farnesio, el infante Felipe. Sin embargo, habiendo ocupado Nápoles en 1734 el infante Carlos y Ver DEFOURNEAUX, M., Regalisme et Inquisition. «Une campagne contre Campomanes en Melanges a la memoire de Jean Sarrailh», París, 1966, I, pp. 299-310 ; M. AVILÉS FERNÁNDEZ, «Regalismo y Santo Oficio» ; «Campomanes y la Inquisición», en PÉREZ VILLANUEVA, J. y ESCANDELL BONEST, B., Historia de la Inquisición en España y América, I, Madrid, 1984, pp. 1276-1285. 24 BÉDARIDA, H., Les premiers Bourbons de Parme et l’Espagne (1731-1802) Inventaire analytique des principales sources conservées dans les Archives espagnoles et á la Bibliothéque Nationale de Madrid, París 1928, obra fundamental que completa las anteriores de F. CANO, I primi Borboni a Parma. Parma, Ferrari e Pellegrini, 1890 y de E. CASA, Memorie Storiche di Parma dalla morte del duca Antonio Farnese alla dominazacione dei Borboni di Sagna (1731-1749), Parma, 1894. Para un período posterior, vid. PALACIO ATARD, V., «Política italiana de Carlos III: La cuestión del Placentino», en Hispania, 4, 1944, pp. 438-463. Santos M. Coronas González 243 cedidos por su padre Felipe V sus derechos dinásticos sobre Nápoles y Sicilia, Luis XV le reconoció inmediatamente como rey de las Dos Sicilias, recuperando de este modo Nápoles sus antigua condición de reino independiente. Al tiempo y aprovechando la guerra de Sucesión austriaca que propició la intervención española en el norte de Italia, el infante Felipe logró ver reconocido sus derechos a los ducados de Parma, Plasencia y Guastalla, cedidos por su hermano Carlos en el Tratado de Aquisgrán de 20 de octubre de 1748 que puso fin a dicha guerra. El matrimonio del infante español Felipe, con Luisa Isabel de Francia, primogénita de Luis XV, dio un marcado carácter borbónico a la nueva corte ducal que hubo de enfrentar a lo largo de su gobierno, desde 1749 a 1765, y aún tras la sucesión de su hijo Fernando, la enemiga de la Santa Sede que, sin reconocer el Tratado de Aquisgrán, siguió protestando por la usurpación de su antiguo dominio feudal. Este rechazo político se convirtió en abierta hostilidad cuando el primer ministro y hombre fuerte de Parma, Guillermo Du Tillot inició hacia 1764 una política de reformas eclesiásticas paralelas a las emprendidas por entonces en España y Francia25. Culminando una serie de medias legislativas de reforma y desamortización eclesiástica, un Decreto de 16 de enero de 1768 firmado por el nuevo duque, el joven infante Fernando, sobrino de Carlos III, prohibió a sus súbditos llevar sus procesos ante tribunales extranjeros, ordenando además que los beneficios eclesiásticos se confiriesen en sus Estados sólo a los naturales del país e implantando el placet regio para las bulas pontificias. Esta política acabó por motivar al fin la airada replica de Roma que, siguiendo el modelo de edictos anteriores, promulgó el 30 de enero de 1768 su H. SAGE, Dom Philipe de Bourbon, Infant des Espagnes, Duc de Parme, Plaisance el Guastalla (1720-1765) et Louise Elisabeth de France, fille ainée de Louis XV (Madame Infante), París, 1904 ; BENASSI, U., GUGLIELMO, «Du Tillot. Un Ministro reformatore del secolo XVIII (Contributo alla storia dell ‘epoca delle riforme)», en Archivio storico per la provincie parmensi, vol. XV (1915) a vol. XXV (1925); el vol. XXIV (1924) es el dedicado a su política eclesiástica; VENTURA, F., Settecento riformatore, II, La chiesa e la republica dentro i loro limite (1758-1774), Torino, 1976, p. 214 y ss. 25 244 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) famoso Breve declarando ilegítimos al gobierno de Parma y a sus resoluciones, e incursos en las censuras de excomunión previstos en la bula In Coena Domini a cuantos hubieran tomado parte en la formación del Decreto y le obedecieran en adelante26. En este trance, las cortes de Madrid, Versalles y Nápoles no abandonaron a la corte filial de Parma, que en los meses siguiente se 26 Sanctissimi Domini nostri Clementes PP. XIII. Litterae in forma Brevis, quibus, abrogantur et casantur ac nulla et irrita declarantur nonnulla Edicta in Ducatu Parmensi et Placentino edita, libertati, immunitati et jurisdictioni Eccleisasticae proejudicialia. Romae MDCCLXVIII. Ex typographia Reverendae Camerae Apostolicae. Ver también su texto en Codicis Iuris Canonici Fontes, cura P. GASPARRI, vol. II (Romani Pontifices A. 1746-1865), typ. Polyg. Vaticanis 1948, pp. 614-620. Estas Letras o Monitorio se fundaban principalmente en las censuras anuales llamadas in Coena Domini, suplicadas y reclamadas en los Estados Católicos en todo cuanto ofendían la soberanía y la jurisdicción de los tribunales y magistrados reales. La Bula de la Cena, así llamada por leerse el día de jueves Santo, pretendía proteger a la Iglesia de los ataques contra su inmunidad y jurisdicción. De origen medieval, leída en Roma desde la época de Urbano V (1363), su publicación anual ordenada por Pío V en 1567 para toda la Cristiandad, fue por lo general resistida por los monarcas católicos que la consideraban contraria a sus regalías, en especial, por aquellas cláusulas que condenaban a los que hicieran leyes contra la inmunidad eclesiástica, impusiesen tributos al clero, ocupasen territorios de la Iglesia o estorbasen la jurisdicción de los obispos, haciendo comparecer a los eclesiásticos ante los tribunales civiles, cuya absolución se reservaba el romano Pontífice. Cf. J.L. LÓPEZ, Historia legal de la Bula llamada «in Coena Domini», Madrid, 1768; V. LAFUENTE, La retención de Bulas de España ante la Historia y el Derecho, (2 vols.) Madrid, 1865. Por lo que se refiere al texto en sí, es difícil precisar el concepto heurístico del Breve, más conocido como Monitorio (de Parma) que en general, puede definirse como un advertencia pública dirigida bajo pena de censura canónica y cuyo origen remonta a las decretales de Alejandro III (1170 Decr. 1. II, XXI, c. 1-2). La larga nómina de los actos pontificios, Bulas, Breves, Constitutiones, Rescripta, Epistolae, Litterae Monitoriae, Responsa, Decreta, Decretalia Constituta, Sententia, Interdicta, Statuta..., así como la posibilidad de refundirse entre sí aunando caracteres de unos y otros, hace válidas aquellas palabras de Martínez Marina de considerar obra de talento metafísico definir y fijar la precisa significación de las normas del Antiguo Régimen. Ver A. VAN HOVE, De legibus eclesiásticis, Malinas. Roma 1930; J. M. González del Valle, «Los actos pontificios como fuente del Derecho Canónico» en Ius Canonicum XVI, n.º 32, 1976, pp. 245-292. En general, L. PASTOR, Historia de los Papas en la época de la monarquía absoluta (trad. de M. Almarcha) vol. XXXVI (Clemente XIII) (1758-1769) Barcelona, 1937, p. 521 y ss. Santos M. Coronas González 245 vio asistida diplomática y militarmente por los embajadores y ejércitos de aquellos reinos. Considerándolo un insulto contra los Borbones, el Breve pontificio fue prohibido en sus Estados al tiempo que se acordaba una acción conjunta para pedir su revocación y el reconocimiento de la soberanía del infante don Fernando (Memorias de 15 y 16 de abril de 1768). La negativa del Papa Clemente XIII a ceder en una cuestión temporal, elevada a principio de libertad e inmunidad de la Iglesia por el cardenal Torrigiani, su Secretario de Estado, llevó a que el 14 de junio las tropas napolitanas ocuparan Benevento y Pontecorvo y el 19, los franceses, Aviñon. En línea con estos hechos, se sucedieron por entonces en España las medidas en apoyo de la causa del duque de Parma con importantes consecuencias internas. El Consejo extraordinario, formado de orden del rey en 1767 con ministros del Consejo de Castilla y de la Cámara y su primer fiscal, Campomanes para entender de las turbaciones del motín de 1766 y de las medidas a adoptar (entre ellas la expulsión de los jesuitas), ampliado a fines de aquel año con los arzobispos de Burgos y Zaragoza y los obispos de Tarazona, Albarracín y Orihuela, convocados para deliberar, con asiento y voto, sobre la futura aplicación de los bienes de los jesuitas expulsos, fue el encargado de dictaminar sobre la propuesta del ministro francés, Choiseul, de remitir un memorial conjunto de las tres monarquías borbónicas al Papa, manifestándole su asombro por haber publicado, sin previo aviso o negociación, el monitorio de Parma, ofensivo e injusto a la vez, ya que lanzaba la excomunión por un asunto puramente temporal. Al no permitir los intereses de la Casa de Borbón pasar por alto esta injuria se pedía una formal y solemne revocación del Breve, procediéndose en caso contrario a una ruptura de relaciones diplomáticas y a la incautación de plazas injustamente conservadas por la Santa Sede. El dictamen del Consejo, en consulta de 22 de febrero de 1768, declarando nulo el Monitorio fue bien recibido por el rey Carlos III, quien, como hizo saber Grimaldi a Campomanes, había oído complacido las sanas doctrinas y sólidas razones con que el Consejo probaba que el duque de Parma no había ofendido la inmunidad de la Iglesia con sus leyes y edictos, siendo la Curia Romana la que había exce- 246 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) dido los límites de la caridad y de la moderación a que era acreedor el soberano de Parma, así como los justos medios que proponían para obligar a revocar el Monitorio.27 Como era de suponer la carta de agradecimiento del rey se hizo pública en la corte al igual que el Monitorio, resultando de su cotejo graves murmuraciones, en especial contra los prelados del Consejo. Por ello, consideraba indispensable Azara, nombrado en 1765 del importante puesto de Agente general y procurador del rey en Roma, la rápida publicación de un decreto que recogiera el Monitorio, justificando la medida en debida forma. Además en esta pugna abierta con los contradictores de la política real, pugna dialéctica de argumentos y razones, se estimó oportuno difundir aquellas noticias que, aún procediendo del extranjero, sirvieron para justificar la actuación de rey en apoyo de la causa de su sobrino, el duque de Parma, a cuyo fin venía trabajando Campomanes en la redacción de un discurso justificativo, como anteriormente hiciera con la regalía del patronato universal, del exequatur o de la amortización eclesiástica. »Sin necesitar del estímulo de su oficio», los fiscales del Consejo, Campomanes y Moñino, recurrieron a mediados de marzo al Consejo de Castilla reclamando contra el mal ejemplo y perjuicio a las regalías que inducían las Letras de la Curia Romana de 30 de 27 La consulta del Consejo extraordinario de 22 de febrero de 1768 en AGS Estado, Leg. 5114; esta consulta provocó gran alborozo entre los regalistas: «Dios bendiga a S.M. y a cuantos han tenido parte en ella. Si me hubieran dado medio reino no estaría más contento…. Que mutación tan divina ha habido en España en tan poco tiempo», exclamaba Azara quien al ser informado del Edicto de 16 de marzo de 1768 que condenaba el Monitorio prorrumpió en vivas: «Viva el Consejo con la condenación del forma Brevis. Viva la resurrección de la Pragmática de 1762. Vivan los buenos libros que se darán al público… y viva nuestro Amo que nos saca de la ignorancia y barbarie en que nos han tenido esclavos. Ustedes, por Dios, continúen como han empezado y darán al rey un reino de hombres, por otro de bestias que han tenido hasta aquí». J. Martín, El espíritu de Azara descubierto en su correspondencia con don Manuel de Roda, Madrid, 3 vols. 1846, I, p. 37 (Roma, 31 de marzo de 1768); C. CORONAS BARATECH, José Nicolás de Azara. Un embajador español en Roma, Zaragoza, 1948, p. 83; OLAECHEA, Las relaciones hispano-romanas, II, pp. 399-400. Santos M. Coronas González 247 enero de 1768, al censurar a un príncipe soberano que había usado de sus derechos en puntos iguales en buena parte a los establecidos y practicados por las leyes, costumbres y tribunales de España. Los fiscales entendían dirigirse esta tentativa a ver cómo se recibía en los Estados soberanos de Europa, para atacar luego las regalías en materia de disciplina externa, sabiendo por expediente reservado que no hacía mucho tiempo se buscaban papeles y arbitrios en Roma para dar por nulo el Concordato de 1753. Tampoco prescindían de que el Papa se titulase soberano de un Estado temporal, como el de Parma, «que por derecho de sucesión, de conquista y los tratados más solemnes reunidos en Aquisgrán se hallaba en la familia reinante de Parma». Sin embargo, al denunciar los vicios de obrepción y subrepción con que estaban concebidas las Letras pontificias, achacaban toda la responsabilidad a los curiales por la simulación con que habían pintado los hechos al Papa, influidos por los jesuitas: «el espíritu que mueve esta máquina es el régimen de los regulares de la Compañía y los parciales que tienen en aquella Curia» quienes, al envolver su causa con las pretensiones de Roma, pretendían turbar las providencias tomadas por los soberanos de la Casa de Borbón para expeler de sus dominios «una sociedad peligrosa al gobierno y a la pública tranquilidad». En definitiva, el Consejo podía conocer la necesidad de recoger las Letras por los vínculos y garantías entre estados que empeñaban especialmente al rey Carlos III a no consentir una usurpación tan manifiesta de los derechos de un príncipe de la sangre y familia de España, al margen de no mediar ofensa ni agravio en los edictos de Parma por coincidir la regulación de sus regalías con la de los demás Estados de Europa. Así, no debían admitirse Monitorios, que escandalizaran a los pueblos, relajando su obligación de obedecer a los soberanos y autorizándolos para la insurrección, «que es uno de los más perniciosos ejemplares que podría correr», ejerciendo el derecho a resistir por recurso de fuerza o retención estas censuras fundadas en la bula In Coena Domini no aceptada por los Estados Católicos»28. 28 Alonso, J., Colección de alegaciones fiscales, II, pp. 41-51. 248 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) El Consejo pleno por Auto-acordado y consiguiente Real Provisión de 16 de marzo de 1768, mandó recoger, como pedían los fiscales, todas las copias impresas o manuscritas del Breve expedido por la Curia romana contra el ministerio de Parma, así como cualquier otro papel, letra o despacho que pudiera ofender la regalía. Al tiempo, por circular del Consejo de la misma fecha, se remitió a los prelados diocesanos y regulares un ejemplar de la provisión citada, previniéndoles la prohibición de publicar los monitorios In Coena Domini que debían considerar como retenidos y sin uso en cuanto ofendían la regalía. En este sentido, diversos «exemplares» o antecedentes, la constante tradición de los jurisconsultos del reino y la práctica de los tribunales superiores demostraban la ninguna fuerza de las censuras de dicho Monitorio en cuanto perjudicaban la autoridad independiente de los soberanos en lo temporal. El paso siguiente fue restablecer por Pragmática de 16 de junio de 1768 el regio exequatur o exigencia de previa presentación en el Consejo de las bulas, breves, rescriptos y de despachos de la Curia romana a excepción de los de penitenciaría. En esa misma fecha, y como final de un proceso de denuncia de los fiscales Campomanes y Moñino sobre los manejos del Nuncio apostólico con la Inquisición para lograr la introducción de Breves pontificios relativos a los jesuitas y al ministerio de Parma, se fijaron nuevas reglas de procedimiento al tribunal de la Inquisición para la formación de Edictos e Índices prohibitivos y expurgatorios de libros. La respuesta fiscal de Campomanes, inserta en la consulta del Consejo extraordinario de 3 de mayo de 1768, fue delatada a la Inquisición contra el deber de secreto que amparaba sus deliberaciones, como ocurriera medio siglo atrás con Macanaz, dando lugar a una dura representación de Inquisidor general «sobre las siniestras y voluntarias imposturas» del fiscal que, en esta ocasión sin embargo, se saldó con la apertura de una investigación oficial sobre la delación, zanjada sin mayor resultado a fines de ese año. Santos M. Coronas González 4. 249 La redacción del Juicio imparcial (1768) y su revisión por los prelados del Consejo extraordinario y por el fiscal Moñino (1769) En este ambiente de exaltación regalista, apareció publicada sin nombre de autor, la obra titulada Juicio imparcial sobre las Letras en forma de Breve que ha publicado la Curia romana en que se intentan derogar ciertos Edictos del Serenísimo Señor Infante Duque de Parma y disputarle la soberanía temporal con este pretexto (Madrid, J. de Ibarra, 1768) cuya impresión, de dos mil ejemplares, terminada hacia mediados de agosto, comenzó a ser distribuida con gran celeridad a fines de ese mes a todas las autoridades civiles y eclesiásticas del reino, peninsulares e indianas, y también a las cortes extranjeras, con carta de oficio impresa y firmada por Campomanes. Este hecho, unido a la fama de Campomanes como defensor de oficio y por convicción de las regalías del rey, supuso la atribución generalizada de su autoría al fiscal. Suyo era, en efecto, el plan que, sin embargo, extendió en sus primeros borradores el abogado Fernando Navarro, muy conocido en la corte por otros escritos, por más que luego la «revisara, ampliará, declarara e ilustrara en lo tocante a regalías, con el fin de asegurar la justicia de la causa de Parma», Campomanes, como confesara en carta a Roda de 18 de octubre de 1768, en pleno auge de la campaña inquisitorial urdida contra él. En este punto, Campomanes se mostraba convencido de la firmeza doctrinal de la obra: «estoy muy seguro de la solidez de quanto concierne a la regalía a que como magistrado y fiscal debía salir para convencer a los opuestos y partidarios de la Curia», así como de su carácter respetuoso con el dogma que deducía de la simple omisión de estas cuestiones, «en lo teológico nada trata de dogma», y del silencio de los prelados del Consejo extraordinario a quienes facilitara su lectura con anticipación. Ambas notas, defensa de la regalía y respecto al dogma, enmarcan una obra de difícil ponderación historiográfica por los juicios contradictorios que ha merecido desde la misma fecha de su publicación, aunque tal vez pudiera suscribirse este juicio global de un contemporáneo: «La intención de este libro es laudable por muchos motibos: porque instruie sin- 250 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) gularissimamente; porque quanto dize lo apoia con la verdad de los sagrados textos, santos Padres, concilios, cánones e historiadores citados en sus propios lugares i referidos a la letra muchos pasages... i porque da al Cesar lo que es del Cesar i a Dios lo que es de Dios»29. La novedad de un juicio laico expresado con rotunda libertad de estilo sobre cuestiones controvertidas de la Iglesia: su constitución monárquica o aristocrática; su régimen pastoral y disciplinar enfrentado escandalosamente con el de la Iglesia primitiva; sus privilegios, de inmunidad y exención… horrorizó tanto o más que las afirmaciones canónicas del anónimo autor proclives a una iglesia episcopal, conciliarista, humilde y pobre, alejada de la realidad del siglo. Pese a las inevitables referencias dogmáticas, la obra pretendía moverse en un estricto plano temporal, enjuiciando la actuación del Papa como soberano de un Estado sometido, como los demás, a las leyes generales de los pueblos. Sin embargo, al margen de este propósito y en la relación con las formas al uso guardadas con la Iglesia, el Juicio Imparcial se ha presentado como una obra polémica, enfrentada a las máximas y principios de la Curia romana, escrita con estilo fogoso, poco meditado e irrespetuosa hasta el escándalo. Su base pretendía ser la ilustración de unos tiempos capaces de encarar los textos divinos y las fuentes auténticas de la tradición canónica frente a una práctica curial desvirtuada por los siglos. Así, la referencia a la ley divina, a los santos Padres, a los concilios generales y nacionales, es una constante de la exposición que, siguiendo el viejo método dialéctico de leges, rationes et auctoritates, se acrece con la cita de leyes canónicas y civiles de argumentos y de autores, especialmente españoles, «para libertarnos de la nota de que abrazamos singularidades extranjeras», que le dieron un cierto tono erudito y académico. Aunque el Juicio Imparcial en lo teológico nada trataba del dogma, según Campomanes, éste, antes de comunicar la obra y 29 Pedro RODRÍGUEZ CAMPOMANES, Escritos regalistas. Estudio preliminar, texto y notas de S. M. CORONAS GONZÁLEZ, Oviedo, 1993, pp. XXXIX-LX. 24. Juicio imparcial (1768) y su revisión por los prelados del Consejo extraordinario y por el fiscal Moñino (1769). Biblioteca Nacional. Madrid. En este ambiente de exaltación regalista, apareció publicada sin nombre de autor, la obra titulada Juicio imparcial sobre las Letras en forma de Breve que ha publicado la Curia romana en que se intentan derogar ciertos Edictos del Serenísimo Señor Infante Duque de Parma y disputarle la soberanía temporal con este pretexto (Madrid, J. de Ibarra, 1768) cuya impresión, de dos mil ejemplares, terminada hacia mediados de agosto, comenzó a ser distribuida con gran celeridad a fines de ese mes a todas las autoridades civiles y eclesiásticas del reino, peninsulares e indianas, y también a las cortes extranjeras, con carta de oficio impresa y firmada por Campomanes. Santos M. Coronas González 253 por mayor seguridad, la dio a conocer con tres semanas de anticipación a los cinco prelados que asistían al Consejo Extraordinarios con asiento y voto en él como los restantes ministros. Su silencio, como diría luego en carta a Roda, le hizo creer en su aprobación, procediéndose sin más a la impresión, costeada por el gobierno, de dos mil ejemplares, que fueron distribuidos desde primeros de septiembre con gran celeridad y carta de oficio firmada por Campomanes a las autoridades civiles y eclesiásticas de España y América y aún a los ministros de España en cortes extranjeras. Ya por entonces el obispo de Tarazona escribió a Roda para hacerle saber que, aunque sólo había leído una pequeña parte de la obra, el Juicio Imparcial le tenía atravesado el corazón de dolor y que en conversación con algunos prelados compañeros los había visto igualmente asombrados ante tal novedad y en «en dictamen que nos obliga nuestro carácter a representar rendidamente al rey por el remedio». Al cabo y tras conferir largamente entre sí, los cinco prelados del Extraordinario instaron a Roda, por medio del mismo obispo, permiso del rey para representar contra una obra que les llenaba de horror «por el espíritu que descubre», en la que «hay errores muy groseros, unos por mala explicación y otros porque son frutos propios del árbol que los produce», Campomanes, un hombre de quien se «oye decir y tiene por cierto no se hombre para tal cargo y menos para publicar obras». Este era, en conjunto, el dictamen de la jerarquía. Salvo algunas cartas aprobatorias de la obra recibidas en contestación a la impresa de remisión, entre ellos la matizada del cabildo de Toledo y la más laudatoria del superior de los agustinos de Roma, el Juicio Imparcial fue generalmente impugnado por los obispos y aún, con algo de retraso por la dificultad de hacerse con un ejemplar, por la Inquisición, que a finales de octubre representó al rey contra la publicación de un libro «cuyo contenido, dicen, ha llenado de escándalo a los fieles que consumo desconsuelo admiran que se permita correr en reino tan católico un libro que contiene proposiciones escandalosas, cismáticas, sumamente injuriosas al honor con que Cristo nuestro Redentor fundó su Iglesia, depresiva de la autoridad que depósito en la cabeza visi- 254 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) ble de ella y que abiertamente coinciden con los errores de Juan Hus, Wiclef, Lucero, Calvino y otros»30. Roda, que desde las primeras críticas de los prelados al Juicio Imparcial y con el fin de atajar su descontento les había ofrecido hacer su corrección oficiosa, comunicó confidencialmente a Campomanes la situación. Este, en su respuesta de 18 de octubre de 1768, clave para la comprensión del proceso de redacción del Juicio Imparcial, le hizo saber, recapitulando las circunstancias de su autoría, defensa de las regalías y oposición de los prelados, que estando presto a defender la doctrina regalista del Juicio frente a toda clase de personas, estimaba contrario al servicio del rey entrar en disputas con los prelados, siéndole por lo demás indiferente que fuera corregido, adicionado o suprimido en todo o en parte de lo que se estimara conveniente sobre la exposición de los prelados. «Porque a la verdad una discordancia tal como se presenta en dicha reservada no podría dexar de atraer graves perjuicios a la tranquilidad pública y al servicio del rey. Tengo mui poco amor propio en la cosas que corren por mí y la suficiente docilidad para acomodarme al dictamen ageno, debiendo por tan poderosas razones preferir en las circunstancias este medio al de la contestación…. Pero como la Providencia tiene determinado a cada cosa su tiempo y éxito, en habiendo puesto de mi parte lo que debo al Rey y al oficio, sería contra toda cordura entrar en contiendas eclesiásticas. Yo espero lo haga presente V.S. a S.M. en nueva confirmación de mi respeto y sumisión a su soberana voluntad que miro como pauta segura del acierto que es el obgeto que me animó a escribir y el que me estimula a no empeñarme a sostener nada de los escrito más allá de Real beneplácito»31. Consecuente al parecer con esta actitud conciliadora del autor y tras la suspensión cautelar de la venta de la obra «que ni se 30 Representación del Inquisidor general sobre las siniestras y voluntarias imposturas del fiscal Pedro Rodríguez Campomanes en relación con la conducta de los tribunales de la Inquisición, Madrid, 29 de octubre de 1768, en AHN., Consejos, leg. 5.530 31 AHN., Estado, leg. 2.831, nº 127. Santos M. Coronas González 255 había determinado ni se hacía», la Real Orden de 19 de noviembre de 1768 comunicada por el Secretario de Justicia, Roda, al presidente de Consejo de Castilla, el conde de Aranda, hizo saber que el rey entendía hallarse en el Juicio Imparcial «doctrinas menos sanas y proposiciones dignas de censura teológica», pero que al ir encaminado a impugnar el monitorio de Roma y a defender los edictos de Parma, cuestiones en las que se implicaban los derechos de la soberanía y la satisfacción pedida al Papa por las tres Cortes borbónicas, no cabía mandarlo recoger simplemente, por considerar tal medida perjudicial a la causa que en él se defendía y a las regalías de la Corona, por lo que se hacía necesario publicar un escrito semejante que diera a conocer los verdaderos límites entre el Sacerdocio y el Imperio, disipando la preocupación creada por la falsa piedad y la ignorancia. A este fin y siguiendo el parecer de Campomanes que hallaba «por indispensablemente necesario» la presencia del fiscal, «ya que han de ser clérigos los que juzguen de las regalías», se ordenaba a los cinco prelados del Consejo Extraordinario que corrigiesen la obra con intervención del segundo fiscal, Moñino, eliminando todo aquello que pudiera causar daño a la religión y a la piedad, y, aún en el caso de encontrarlo totalmente vicioso, elaborar otro escrito defendiendo con buenas razones las causas indicadas. De este modo, con el doble fin señalado de la censura religiosa y defensa de las regalías, se pusieron las bases de la segunda edición del Juicio Imparcial que, tras meses de intenso trabajo, se consideró ultimada el 22 de julio de 1769. Comunicada la Real Orden citada a los prelados del Consejo extraordinario y al fiscal Moñino para su debida ejecución, iniciaron sus tareas confiriendo largamente entre sí sobre el alcance de su labor hasta que, de común acuerdo, decidieron enmendar la obra. Con este propósito y a partir de las observaciones y censuras apuntadas por los prelados a Moñino, se reunieron muchos días a lo largo de los nueve meses siguientes a cuyo término pudieron comunicar al rey que, por la considerable de las enmiendas y adiciones, el Juicio Imparcial podía considerarse obra nueva. Estas enmiendas, como indicara Moñino en carta al presidente del Consejo de Castilla, no sólo no ofendían las regalías sino que los prela- 256 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) dos se habían prestado con celo a la inserción de algunas adiciones que, aclarándolas, daban nuevo vigor a la justicia de la causa. Por su parte, los prelados, mencionando también estas adiciones, resaltaban sin embargo su labor depuradora del texto original, templando y omitiendo aquellas expresiones contrarias a la pureza de la fe y de las costumbres y aún el verdadero límite entre las potestades civil y eclesiástica, procurando la paz y armonía necesarias para su mutuo auxilio. Les quedaba, sin embargo, el dolor del daño causado por la antigua redacción, repartida con profusión dentro y fuera del reino y en forma que podría reputarse autorizada por el ministerio público, aunque no por esto dudaran de la sana intención del autor, «a que no ofenden sus equivocaciones y descuidos», en línea con la afirmación de Moñino de presumir la total aquiescencia del mismo con las proposiciones corregidas. Al recordar ahora este hecho solicitaban de nuevo la providencia oportuna para remediar sus efectos. Remitida la censura de la obra, la representación de los cinco prelados y el papel de Moñino dando cuenta del cumplimiento de la Real Orden, se expidió una nueva Orden seis días más tarde en la que, haciendo constar la satisfacción del rey por la nueva obra, se mandaba imprimirla y comunicarla por la Secretaría de Estado a todos aquellos a quienes se había distribuido la antigua, recogiendo los ejemplares que se les repartieron, a cuyo fin Campomanes, practicando igual diligencia que con la anterior, debía remitirles carta impresa encargándoles su devolución. Aunque Campomanes cumplió la orden de recoger los ejemplares del Juicio Imparcial, elaborando una minuta de carta impresa que sometió al conocimiento previo del Secretario de Justicia, Roda, así como una lista de los ejemplares que se habían repartido, sabiendo seguramente que su recogida y depósito en la Secretaría de Estado se hacía con la finalidad oculta de quemarlos, el hecho debió producir una honda impresión en su carácter. Años más tarde, en su correspondencia con el antiguo compañero, Moñino, convertido ahora en Secretario de Estado y conde de Floridablanca, le decía, a propósito del expediente sobre dispensa de preces: «Espero que V.M. se hará cargo que soy ya viejo y acuchillado, más Santos M. Coronas González 257 dispuesto a la timidez y a la pusilanimidad que a grandes acciones. Vuelvo a decir que es indiferente que se desprecie mi reparo: he perdido casi el amor propio y he aumentado en proporción de encogimiento. Así espero de la bondad de V.M. me disimulará estas nimiedades que me dicta mi conciencia y estado».32 La desigual batalla dialéctica del Monitorio que hubo de enfrentarle, casi sin apoyos, a las fuerzas combinadas de la Iglesia y de la Inquisición, se saldó al cabo con la victoria regalista de la causa defendida por Campomanes en el Juicio Imparcial, pero con la derrota moral de su autor que vio primero su posición combatida y finalmente corregida y desautorizada por parte de sus últimos beneficiarios, el rey y la alta administración del reino. Entre tanto, el Juicio Imparcial, ya enmendado, fue remitido el 29 de julio de 1769 a Miguel de Nava, ministro del Consejo y juez de Imprenta, para que dispusiese su impresión por el mismo impresor del primer texto (Ibarra), aumentando Moñino la materialidad de las citas que por las prisas se omitieron al remitir el texto al rey. Además, conforme a la conveniencia de una explicación pública sugerida en su papel de remisión, Moñino procedió a redactar una Advertencia explicando a los lectores como el celo regalista del autor del Juicio Imparcial, en su celeridad por cortar las preocupaciones que pudieran nacer de los principios adoptados por la Corte de Roma en su Breve o Monitorio de 30 de enero de 1768, había deslizado algunas doctrinas y proposiciones dignas de censura, a juicio de los prelados que asistían al Consejo extraordinario, por lo que el rey les había encomendado la corrección de la obra, salvaguardando las regalías de la Corona y la causa de Parma, todo con intervención del fiscal Moñino; hecha la corrección, los prelados no hallaban en la nueva edición «cosa digna de censura teológica ni que perjudique a la verdadera y sólida piedad», por lo que el lector de la edición antecedente debía «limitarse y entender lo dicho en ella por lo corregido y explicado en esta». 32 Carta de 30 de agosto de 1778, AHN, Estado, leg. 3540. 258 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) Exactamente un año después de la primera entrega, en septiembre de 1769, y con una nueva carta de remisión impresa de Campomanes, se repartieron los ejemplares enmendados del Juicio Imparcial, cuya doctrina, autorizada ahora y publicada a costa del gobierno, pasó a tener un cierto valor oficial». De este modo, la defensa inicial de los edictos de la corte de Parma se vio revestida por una declaración formal en apoyo de su causa y, en general, de las regalías de la Corona de España y de las restantes monarquías33. Al respetar los prelados y el fiscal Moñino la tesis central de la nulidad e incompetencia de lo actuado por Roma contra la Corte de Parma por la publicación de unos Edictos que pudieran reputarse comunes en la tradición legal de los Estados cristianos, hasta el punto de favorecer las leyes fundamentales de España su promulgación; y obviando las correcciones meramente estilísticas o declaratorias y aún las destinadas a confirmar las regalías, elimi- Editado en 1768, sin nombre de autor, por Joaquín de Ibarra, se reeditó un año después en la misma oficina de Ibarra, de quien se hace constar ahora que es impresor de Cámara de S.M., una versión corregida, llevada a cabo de Real Orden por los prelados del Consejo extraordinario y el fiscal del Consejo de Castilla, José Moñino. Habiendo sido recogidos los ejemplares de la primera edición y depositados en la Secretaría de Estado con el fin secreto de quemarlos, no resultaba fácil ya por entonces encontrar impresos de esta versión, de la que curiosamente se conserva un manuscrito de su Apéndice de documentos listo para su publicación en la Biblioteca Universitaria de Oviedo (ms. n. 400). Elogiosamente recordado por uno de los primeros panegiristas de Campomanes en 1803, el Juicio Imparcial fue reeditado en su versión original de 1768 por José Alonso en su Colección de alegaciones fiscales de Campomanes, tomo III, Madrid, 1842, pp. 210-497, y asimismo, con manifiesta impropiedad, por Antonio FERRER DEL RÍO, entre las Obras originales del conde de Floridablanca, Madrid, 1867, pp. 69205, induciendo a confusión a algunos estudiosos que creyeron ver en ella la edición corregida de 1769. Desde entonces no ha vuelto a ser editado, a pesar del interés que suscita como expresión del pensamiento regalista español y aún europeo del siglo XVIII. Nuestra edición en el tomo II de los Escritos regalistas de Pedro RODRÍGUEZ CAMPOMANES, (Oviedo, Junta General del Principado, 1993), reproduce la príncipe de 1768, cotejada con la corregida de 1769, cuyas variantes de texto y notas se recogen al final de cada capítulo para evitar confusiones con las notas de la primera edición. 33 Santos M. Coronas González 259 nando aquellas frases o conceptos que pudieran considerarse lesivos para la esencia absoluta del poder monárquico con referencias a una soberanía compartida, siquiera en punto a responsabilidad, por Consejos y Tribunales, en la fórmula tan querida por Campomanes, la mayor parte de las enmiendas introducidas fueron de carácter dogmático o doctrinal, dirigidas a suprimir o modificar las expresiones tenidas por inconvenientes desde una óptica ortodoxa curial, oficial o vaticana. En esta parte relativa a la fe y enseñanza de la Iglesia, supuestamente orillada en el Juicio Imparcial según Campomanes, la labor de enmienda de los prelados se vio auxiliada por la censura de algunos religiosos, cuyo dictamen aparece unido al de expediente de la obra. Es el caso de la muy moderada censura de Juan de Aravaca de 26 de septiembre de 1768 y de la adversa e implacable de Juan de Albiztegui, secretario del Consejo de la Inquisición de 17 de diciembre de ese año. La primera, tras destacar la necesidad de ocurrir a la fuerte impresión que causara en los ánimos el monitorio de Parma, que «obligó a uno de los reales ministros a darse prisa en desempeño de su oficio y publicar este Juicio, usando de suma concisión…., indicando por mayor las razones y las fuentes de donde sacaba las pruebas de sus conclusiones», justificaba la mayor parte de los reparos puestos a la obra por su misma brevedad y por la oscuridad de algunas de sus proposiciones. Para ello «no siendo justo que un escrito tan docto y útil a los intereses de la monarquía sufra la nota de menos pío o poco ajustado a las puras máximas de la católica doctrina de la justicia y de la verdad», se limitó a proponer el verdadero sentido de las proposiciones notadas, aclarando su concepto conforme a la mente del autor: cuerpo de la iglesia puramente espiritual; autoridad real en los concilios; carencia de potestad coercitiva ni contenciosa en la Iglesia primitiva, ejemplos antiguos del fausto episcopal considerado lesivos para su dignidad, etc.34. Archivo Privado de Campomanes 38-13; ALONSO, J. Colección de alegaciones fiscales II, 61-71. 34 260 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) Muy distinta fue la actitud de Albiztegui35, acusando al anónimo autor del libro desde el primer párrafo de su detenida censura, de causar escándalo en el pueblo cristiano y arruinar la religión de sus mayores; y ello por considerar doctrina herética y capaz de trastornar toda la Iglesia, la afirmación del gobierno paternal y puramente directivo de la misma, con unos fasces pontificios reducidos la cátedra y al púlpito y con su imperio cifrado en la fuerza del ejemplo y de la persuasión al modo evangélico y primitivo. Del mismo modo, eran errores debidos «en las fuentes corrompidas de los herejes luteranos y calvinistas», atribuir a los obispos como sucesores de los Apóstoles, la misma autoridad que al Papa, negando supuestamente la primacía del romano pontífice, así como afirmar la autoridad del rey sobre los concilios nacionales o mantener un concepto puramente espiritual de la Iglesia. También consideraba doctrina «sabrosa de herejía» y «pestilencial» la limitación del clero secular y regular y de toda clase de celibato, que daba a entender «que la perfección evangélica altera y pone de mala condición a los Imperios», o que el gobierno civil podía arreglar las materias temporales eclesiásticas, y aún que las máximas del cristianismo preferían la amonestación y advertencia a la delación, proposición temeraria e injuriosa a la Inquisición que permitía suponer que el autor «querría en una palabra que corriesen libremente los libros más corrompidos» con general perjuicio para la nación, en cuyo caso, «en que vendría a parar el Santo y necesario Tribunal de la Inquisición y las costumbres de España». Así, un libro de tal clase, aconsejaba por último al Inquisidor general, debía ser recogido sin pérdida de tiempo. Sin embargo, escarmentado por el destierro temporal que le acarreara años atrás la prohibición del catecismo de Mesenguy y el grave problema institucional creado a fines de 1768 por la revelación, autenticada por dos individuos del Consejo extraordinario, de ciertas cláusulas de una respuesta fiscal de Campomanes teni- 35 73-93. AHN., Consejos, leg. 5530; ALONSO, J. Colección de alegaciones fiscales II, Santos M. Coronas González 261 das por lesivas para la dignidad del Santo Oficio, que obligaban «a buscar el origen de tan feo delito en el mismo expediente y papeles que deben parar en el Inquisidor General o en el Consejo de la Inquisición», el Inquisidor general, Quintano Bonifaz, se abstuvo de tomar tal medida, limitándose a poner en conocimiento de los prelados del Consejo extraordinario esta censura del secretario del Consejo de Inquisición. Con estas y otras ayudas doctrinales, los prelados llevaron a cabo su labor de enmienda del texto, suavizando las expresiones más duras e irreverentes pero sin alterar sustancialmente el fondo de la doctrina que, siglo y medio más tarde, seguía siendo inaceptable para el P. Lesmes en línea con las proposiciones condenadas por el Syllabus y la encíclica Quanta cura de Pío IX36. Los apasionados juicios de algunos historiadores del período de Carlos III, inducidos en parte por la confusión de Ferrer del Río de publicar como obra de Floridablanca la primera edición del Juicio Imparcial y no la segunda corregida por éste y los cinco prelados, han proyectado su valoración negativa hacia una obra más denostada que leída como verdadero símbolo que fue del regalismo dieciochesco. Un año después de la publicación del famoso Monitorio, la muerte de Clemente XIII (2 de febrero de 1769), el tenaz defensor del monitorio de Parma cuya causa terminó por enredarse con la de los jesuitas hasta el punto de exigir los monarcas borbónicos la supresión de la Compañía de Jesús pocos días antes del fallecimiento del Papa, propició al cabo el arreglo de la situación creada por el enfrentamiento de las cortes de Madrid, Versalles, Parma y Nápoles con la Santa Sede. La elección de Clemente XIV, seguida de la revocación del Monitorio y de la extinción de la Compañía de Jesús, supuso el final de un tenso período de las relaciones con la Iglesia marcado por el triunfo de la tesis más regalistas defendidas por el autor del Juicio Imparcial. LESMES FRÍAS, P., «El almacén de regalías de Campomanes», en Razón y Fe, 64, 1922, pp. 323-343; 447-463. 36 262 5. José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) La alegación fiscal en el expediente del obispo de Teruel (1769) La Real Provisión de 16 de marzo de 1768, expedida con motivo del monitorio de Parma para que no se propagara en el reino, acompañada de una circular del Consejo que con la misma fecha se dirigió a la justicia y prelados eclesiásticos para que no se publicaran ni alegaran los monitorios anuales de la bula In Coena Domini, que debía considerarse retenida y sin uso por ofender la regalía, suscitó un proceso de revisión de las constituciones sinodales que regían en las diferentes diócesis de España. Con este proceso se generó un problema que, al fin, planteó el obispo de Teruel en una representación elevada al rey el 26 de octubre de 1769. En ella se denunciaba el nuevo método de indicción de los sínodos diocesanos y, en concreto, «el darme reformado ya el supremo Consejo el sínodo y deducidos los puntos que en él debo establecer»37. En efecto, por Real Cédula de 8 de diciembre de 1768 se había encargado al obispo que en el plazo de seis meses celebrase sínodo diocesano, teniendo presentes las prevenciones que en ellas se le hacían: guardar algunas constituciones antiguas del obispado, excusar otros contrarios al concilio de Trento, a las leyes del reino, regalías y derechos del monarca y de sus súbditos y promover en general la observancia del mismo Concilio, así como las leyes y regalías38. Remitida, por Real Orden de 14 de noviembre de 1769, esta representación al Consejo para que consultase lo que se le ofreciese al respecto en su cumplimiento, pasó luego el expediente a los fiscales con los antecedentes del mismo para su informe. Eran estos que comunicada al obispo de Teruel la orden de remitir las constituciones sinodales, lo había hecho en 11 de junio de 1768, y que pasadas al fiscal, había expuesto en su dictamen lo conveniente a la Iglesia, a las regalías y a los súbditos del rey, señalando las expresiones que se debían tachar, añadir o declarar de acuerdo con las 37 38 Colección de alegaciones fiscales, vol. II, pp. 128-139. Nov. Recop. 1, 8, 5, n. 4. Santos M. Coronas González 263 leyes del reino, usos y costumbres y disciplina externa del clero; posteriormente habiéndose conformado el Consejo con este dictamen, se expidió la Real Cédula a que se refería el obispo de Teruel, comprensiva de 28 capítulos iguales o semejantes a los que en su día se formaran para los prelados de Astorga y Orense. Recibida la Real Cédula el 23 de diciembre, el obispo de Teruel tomó a su cargo hacer que tuviese efecto en su diócesis cuanto se le mandaba, a lo que siguieron varias peticiones de prórroga del plazo que se le había señalado para la celebración del sínodo, añadiendo todavía, en agosto de 1769, ciertas dudas y dificultades respecto a los capítulos de la Real Cédula que fueron resultas por el Consejo. Con estos antecedentes, se llegó a la representación directa al rey por parte del obispo, informada en un primer momento por el fiscal. Albinar, pero que el Consejo remitió más tarde, junto con representación del obispo, al mejor criterio de los tres fiscales, el propio Albinar, Campomanes y Moñino, el 16 de noviembre de 1769. El informe de los fiscales, de fecha 26 de octubre de 1771, fue claro y contundente: cotejado el recurso del obispo al rey con sus anteriores cartas y representaciones al Consejo, manifestaba unas inconsecuencias «tan claras y poco decentes» al mismo obispo que sólo podían atribuirse a las artes de personas mal intencionadas que le habrían «preocupado o sorprendido el ánimo», dirían los fiscales sorteando de este modo el escollo de la acusación directa al obispo. Reducida a su síntesis fundamental la representación del obispo, (hacer en el sínodo lo que el Consejo mandaba en su Cédula, destruyendo el procedimiento habitual de convocatoria y celebración, así como la santa libertad de tratar y examinar lo más conveniente al servicio de Dios, del rey, y de la Iglesia), los fiscales excusaban ponderar la ofensa que tales ideas inferían al Consejo y aun cierta sátira irreverente visible en algunas de sus expresiones, para centrarse en lo que a su juicio era más grave: el ataque a las regalías y el falseamiento de la verdad, suponiendo que en el sínodo sólo debería hacerse lo mandado por el Consejo. Antes bien, repasando el contenido de la Real Cédula remitida a dicho obispado encontraban los fiscales que unos capítulos miraban a que se guardasen algunas constituciones sinodales antiguas del mismo 264 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) obispado de Teruel; otros, a que se excusasen las contrarias al Concilio de Trento, a las leyes del reino, a las regalías de la Corona y a los derechos de los súbditos; otros, por último, a promover la observancia del mismo concilio y sagrados cánones y la ejecución puntual de algunas leyes reales: «y así no se puede afirmar, sino por una especie de invectiva que en la cédula de S.M, se da hecho el sínodo»39. Por lo demás, dando un repaso a la historia de los concilios, desde el tomo regio visigodo al último testimonio de los prelados que asistieron al Consejo extraordinario para ayudar con sus dictámenes a la formación de la Real Cédula para la celebración de los concilios provinciales de América, se descubría que el obispo pretendía impugnar la regalía que competía al rey para indicar su voluntad a los sínodos, por lo que creían los fiscales debiera corregirse esta actitud, con alguna grave demostración que evitara las consecuencias de un ejemplo tan pernicioso. Finalmente los fiscales estimaban que debía consultarse al rey en estos términos y en su consecuencia que se dignara mandar se procediese a la celebración del sínodo conforme a los encargos hechos en la Real Cédula, nombrando ministro autorizado que asistiere a él en su real nombre. Hecha la consulta en los términos propuestos por los fiscales, el rey se conformó «en todo» con el parecer del Consejo por Resolución de 17 de febrero de 1773, en la que se hacía entender al prelado el desagrado causado al rey por su conducta en esta materia, esperando su corrección sin necesidad de nueva advertencia40. 6. La Instrucción sobre el método a observar en el establecimiento del oficio de hipotecas (1767) El 14 de agosto de 1767 firmaban los fiscales del Consejo de Castilla, Campomanes y Moñino, la Instrucción formada de orden 39 40 Ibídem, p. 134. Nov. Recop. 1, 7 5, n. 4. Santos M. Coronas González 265 del Consejo para el método y formalidades que se debían observar en el establecimiento del Oficio de hipotecas en todas las cabezas de Partido del reino al cargo de sus escribanos de Ayuntamiento. Con ella se pretendía facilitar la ejecución de una antigua legislación sobre el registro de instrumentos de censos y tributos, rentas de bienes, cifrada en las pragmáticas de Carlos I y Felipe II de 1539 y 1558, «ley tan importante al público y bien del reino» en su propia estimación, que disponía la presencia de un registrador en cada lugar cabeza de jurisdicción con un libro registro de contratos y tributos, cuyas anotaciones harían fe en los juicios para evitar los fraudes y pleitos que ocasionaba la ocultación por los vendedores de los censos e hipotecas que tuvieran casas y heredades41. Pese a ello, no se habían terminado los pleitos y perjuicios ocasionados por la ocultación de dichas cargas al admitirse en los juzgados tantas escrituras debidamente registradas y fiscalizadas como las que no cumplían estos requisitos. De aquí que, en la activa etapa del Consejo de la reforma Macanaz, se elevara consulta al rey el 11 de diciembre de 171342 sobre los medios de hacer observar esa legislación patria con unos términos en los que resuena el propio pensamiento del fiscal general: «y más a vista de estar prohibido por leyes de estos reinos el decir que ésta y otra cualquier ley de ellos no se debe guardar por no estar en uso». Estos medios eran, de un lado, coercitivos con la privación del oficio y pago de una fuerte multa al juez o ministro que fuera contra su tenor y, de otro, técnicos con la reubicación del oficio registral en los Ayuntamientos para mayor seguridad de las escrituras, corriendo a cargo de los escribanos de los Ayuntamientos su registro y expedición bajo la supervisión de los jueces ordinarios. Habida cuenta «que de la guarda y custodia de estos registros depende la conservación de N. Recop. 5, 15, 3. Una sucinta exposición de la evolución de la contaduría de hipotecas en J. GONZÁLEZ, Estudios del Derecho Hipotecario (orígenes, sistemas y fuentes), Madrid, 1924, pp. 114-119; MENCHEN BENÍTEZ, B., «Antecedentes de la registración de bienes en Derecho histórico español», en Leyes hipotecarias y registrales de España, Fuentes y evolución, tomo I, Madrid, 1974, pp. 29-38. 42 Nueva Recopilación 3, 9, auto 21. 41 266 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) los derechos de todo el reino y de los vasallos» corría su custodia a cuenta y riesgo de las justicias y regimiento, así como el nombramiento del oficial encargado del mismo, que no habrían de admitir «sin el más riguroso examen y sin las finanzas convenientes». Estas prevenciones y penas del auto acordado de 1713 resultaron una vez más insuficiente para evitar las contravenciones a la ley por lo que habiéndose iniciado a instancia del contador de Madrid un nuevo expediente consultivo sobre este asunto en el Consejo de Castilla, con informes de Chancillerías y Audiencias, ciudades y dictamen de sus fiscales, se aprobó por nueva Resolución , a consulta del Consejo de 14 de agosto de 1767, la Instrucción formada por los fiscales Campomanes y Moñino que debería observarse en mayor declaración de la legislación fundamental antes comentada. Al considerar precisamente esta Instrucción que la inobservancia de la legislación dimanaba de no haberse facilitado los medios de su ejecución, establecía para obviar este inconveniente una serie de medidas que serían sancionadas luego por la Real Cédula de 31 de enero de 176843. Los escribanos de Ayuntamiento de las cabezas de Partido tendrían obligatoriamente, en uno o en varios libros, registros separados de cada uno de los pueblos del distrito, con la inscripción correspondiente; de modo que con claridad se tomase razón del pueblo en que se situaran las hipotecas, distribuyendo los asientos por años para hallar fácilmente la noticia de las cargas. Estos libros registros se encuadernarían y foliarían en la misma forma que los protocolos notariales (I). Remitido algún documento hipotecario por el escribano originario al del cabildo encargado de su registro, éste debería tomar la razón en el plazo de 24 horas, o siendo anterior a la normativa registral complementaria aprobada por la Real Cédula de 7 de agosto de 1768, en plazo de tres día Pragmática sanción de su Majestad, en fuerza de ley, en la qual se prescribe el establecimiento del Oficio de hipotecas en las cabezas de partido al cargo del escribano de Ayuntamiento para todo el reyno, y la Instrucción que en ello se ha de guardar, para la mejor observancia de la ley 3 tit. 15, lib 5 de Recopilación, con lo demás que se expresa. Madrid, 1768. Cf. Nov. Recop. 10, 16, 3. 43 Santos M. Coronas González 267 desde su presentación, so pena de las allí previstas (II). El instrumento que se habría de exhibir en el oficio de hipotecas sería el original o a su falta, copia autorizada por juez competente (III). La toma de razón se reducía a referir la fecha del instrumento, los nombres de los otorgantes, su vecindad, la calidad del contrato u obligación (imposición, venta, fianza, vínculo u otro gravamen) y los bienes raíces hipotecados del instrumento con expresión de sus nombres, situación y linderos en la misma forma que se expresara en el instrumento, debiendo entenderse por bienes raíces además de aquellos inherentes al suelo los censos, oficios y otros derechos perpetuos que pudieran admitir gravamen o constituir hipotecas (IV). Una vez registrado el instrumento, el escribano pondría la nota siguiente en él: «tomada la razón en el oficio de hipotecas del pueblo tal, al folio tantos, en el día de hoy» y debidamente firmada lo devolvería a la parte (V). Si se llevara a registrar instrumento de redención de censo o liberación de la hipoteca o fianza en el caso de hallarse dicha imposición en los registros del oficio de hipotecas, se pondría la nota correspondiente, a su margen o a continuación, de estar redimida o extinguida la carga» pero en el caso de no hallarse registrada la obligación principal se tomaría razón de la redención en el libro registro de la misma forma como se debía hacer la imposición (VI). Por lo demás, el oficio de hipotecas podría expedir certificaciones y notas simples de las cargas que constaran en sus registros para ahorrar costas (VII); debiendo contar con un libro índice o repertorio alfabético de las personas y lugares para facilitar el hallazgo de las cargas (VIII). Los derechos de registro serían de dos reales por escritura que no pasara de doce hojas y, en pasando, a razón de seis maravedis cada una (IX). Todos los escribanos del reino estaban obligados a advertir sobre los plazos del registro de los instrumentos: seis días, si el otorgamiento fue en la capital, y un mes, si fuera en pueblo del partido (X). Más difícil de observar sería la obligación impuesta a los escribano de los lugares del partido de enviar al corregidor o alcalde mayor un índice anual de los instrumentos protocolizados para que se guardara en la escribanía del Ayuntamiento, pudiendo reconocerse por él si hubo alguna omisión en registrar algún instrumento (XI). El escribano 268 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) del Ayuntamiento a cuyo cargo debía correr el oficio de hipotecas sería nombrado y, en su caso, siendo dos, elegido por la justicia y regimiento de las cabezas de partido (XII), guardándose igualmente los libros registro en las casas capitulares (XIII). Las Chancillerías y Audiencias en sus respectivos territorios formarían listas impresas de las cabezas de partido donde hubieran de establecerse los oficios de hipotecas, quedando a su arbitrio en caso de gran extensión de los partidos, señalar algunas cabezas de jurisdicción (XIV). Los jueces para castigar las contravenciones a la ley y a la Instrucción, serían la justicia ordinaria del pueblo, el corregidor o alcalde mayor del partido y el juez en cuya Audiencia se presentara el instrumento (XV). Por último, para que nadie pudiera alegar ignorancia de la nueva legislación registral, se debía conservar copia de la Real Cédula o Instrucción en todas las escribanías públicas y de Ayuntamiento, sin que quedara arbitrio a ningún juez para alterarlos o modificarlos, «porque de tales disimulos resulta, por consecuencia necesaria, la infracción y desprecio de las leyes, por útiles y bien meditadas que sean»44. El oficio de hipotecas representó, en este sentido, un avance notable en el desarrollo del principio de publicidad registral, un principio ratificado por la nueva resolución de 11 de julio de 1774 que completó la pragmática45. 44 En libramientos de despachos para el uso y ejercicio del oficio de escribano se recordaba «la precisa calidad de que haya de tener y tenga obligación de prevenir en todo los instrumentos que otorgare, de la naturaleza de compras, censos y tributos, se tome la razón de ellos en el oficio de hypotecas que se mandó establecer en todas las cabezas de partido del reyno a cargo de sus escribanos de ayuntamiento por Real pragmática de 5 de febrero de 1768; baxo las penas en ella impuestas». ESCOLANO DE ARRIETA, Pedro, Práctica del Consejo en el despacho de los negocios consultivos, instructivos y contenciosos, Madrid, 1796, II, p. 263. 45 GONZÁLEZ, J., Estudios de Derecho hipotecario, p. 118. 25. Pedro Rodríguez de Campomanes. Conde de Campomanes. (1777) Francisco Bayeu Real Academia de la Historia. Madrid. Santa Eulalia de Sorriba (Asturias), 1723-Madrid, 1803. Campomanes en 1786 fue nombrado presidente del Consejo de Castilla. En la elección de Floridablanca para Fiscal del Consejo de Castilla pesó el criterio de Campomanes, cuya semblanza de un fiscal del Consejo dio la nueva imagen del mismo: “Puesto es este que tiembla proponer para él sujetos. Por la verdad, es uno de los más importantes del reyno y más arduo de desempeñar. Amor al rey, literatura universal, y fertilidad de ideas públicas sobre un genio laborioso y de feliz explicación son prendas necesarias junto con un espíritu de imparcialidad y firmeza y edad todavía robusta para sufrir el trabajo”, dirá Campomanes. Campomanes y Moñino marcaron el período áureo de la fiscalía en el supremo Consejo de Castilla protagonizando el enunciado y desarrollo de la política reformista carolina. Fueron, en cierto modo, epígonos de la fecunda actividad dedicada por siglos a enaltecer la potestad real y la pública utilidad. Santos M. Coronas González III. 271 Los fiscales del Consejo y la censura inquisitorial de libros (1768) A mediados del siglo XVIII, la Inquisición, extinguidas las fuentes originarias de su instituto con la expulsión de los moriscos y la decadencia de las persecuciones por judaísmo, representa la sombra ominosa de un pasado que lucha por imponerse a un tiempo que domina cada vez más la luz de la Ilustración46. En su celos actitud de guardián de las esencias de la sociedad tradicional española, utilizaría su arma más eficaz, la censura de libros capaces de difundir los nuevos aires de razón y de libertad47. Si en esta materia, el control de las licencias de impresión de libros correspondía al Consejo de Castilla, conforme a una vieja tradición legislativa que remontaba al tiempo de los Reyes Católicos confirmada por sus sucesores hasta Fernando VI,48 no por ello declinó la fuerza «la impresión sobre el alma religiosa de la nación», diría Campomanes, de los Índices de la Inquisición, dos de los cuales aparecieron en la primera mitad del siglo, en 1707 (con un apéndice en 1739) y 174749. En ambos, pero sobre todo en el segundo, se había hecho notar de manera escandalosa el influjo 46 KAMEN, H., La inquisición española, Madrid 1973, pp. 263 ss; A. Álvarez Morales, Inquisición e Ilustración (1700-1834). Madrid, 1982; J. Pérez Villanueva y B. Escandell Bonet, Historia de la Inquisición en España y América, I, Madrid, 1984, pp. 1204-1305. 47 DEFOURNEAUX, M., L’Inquisición espagnole et les livres français au XVIII siecle. París, 1963. 48 Analiza esta legislación ESCOLANO DE ARRIETA, Práctica del Consejo, I, p. 406 y ss.; cf. SERRANO Y SANZ, M., «El Consejo de Castilla y la censura de libros en el siglo XVIII», en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1, 1906, pp. 242-259, 387402 y 16, 1907, pp. 108-116; 206-218. En general, vid. RUMEU DE ARMAS, A., Historia de la censura literaria gubernativa en España. Madrid, 1940. 49 PINTO, V., «Los Índices de libros prohibidos», en Hispania Sacra, 35, 1983, pp. 161-192; A. Sierra Corella, La censura de libros y papeles en España y los índices y catálogos de libros prohibidos. Madrid, 1947; M. de la Pinta Llorente, «Aportaciones para la historia externa de los Índices expurgatorios españoles», en Hispania, 57, 1952, pp. 253-300. 272 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) creciente de la Compañía de Jesús sobre el Santo Oficio, perceptible desde la época del padre Nithard, en la menor edad de Carlos II, pero que llegaría a su apogeo en tiempos del P. Ravago, confesor de Fernando VI50. Prevalidos de su influjo, los padres de la Compañía, Casani y Carrasco, fautores materiales del Índice de 1747 no dudaron en incluir obras de algunos de sus oponente doctrinales, incluido el cardenal agustino Noris, así como el mismo catálogo de libros jansenistas copiado de la Bibliothéque janseniste del jesuita belga P. Colonia, obra condenada por la congregación romana del Índice y el Papa Benedicto XIV en 1745. De este modo, convertido el último expurgatorio en una obra de facción jesuítica, la suerte de la Inquisición quedó unida estrechamente a la de la Compañía. Como diría años más tarde Campomanes «no puede disimular el fiscal que en el día los tribunales de Inquisición componen el cuerpo más fanático a favor de los regulares expulsados de la Compañía de Jesús; que tienen total conexión con ellos en sus máximas y doctrinas; y en fin que necesitan reformación…51. Esta reforma, tras los sucesos de la detención de la beatificación del Venerable Palafox y de la condena, sin mediar permiso real, del catecismo del teólogo francés Mesengury, causa última del restablecimiento del regio exequatur (Pragmática de 18 de enero de 1762)52 fue ensayada a principios del reinado de Carlos III por los consejeros Cantos Benítez y Ric Egea, en el tiempo en que Wall ocupaba la Secretaría del Despacho de Estado53. A él remitieron unas primeras «Prebenciones» con las que pretendían terminar con la independencia efectiva de la Inquisición en base a impedir el nombramiento 50 51 DEFOURNEAUX, Marcelín, L´Inquisition p. 27 ss. LLORENTE, Historia crítica de la Inquisición de España, Madrid, 1822, t. V, p.238. SANTOS SÁNCHEZ, Colección de Pragmáticas, Cédulas, Provisiones, Autos Acordados y otras Providencias generales expedidas por el Consejo Real en el reynado del señor Don Carlos III, Madrid, 1803, pp. 26- 27. 53 ÁLVAREZ MORALES, A., «Planteamiento de una reforma de la Inquisición en 1762», en Actas del III Symposium de Historia de la Administración, Madrid, 1974, pp. 511-525; también en Inquisición e Ilustración, p. 93 y ss. 52 Santos M. Coronas González 273 autónomo de sus empleos, a las que siguieron luego nuevos informes sobre el establecimiento de la Inquisición y de su jurisdicción. Acogidas favorablemente por Wall en febrero de 1763 y entregadas por éste al rey, pasaron finalmente a dictamen de reforma en un momento de cambio del clima político con la Corte pontificia que trajo consigo no sólo la supresión del exequatur por Decreto de 5 de julio de 1763 sino también la propia retirada de Wall. Fallido este intento, ocurrió otro nuevo, algunos años después al calor de la reacción gubernamental contra los jesuitas, presuntos inductores de los motines de la primavera de 1766. Según Llorente, al examinar el Consejo extraordinario convocado por Carlos III, los asuntos relativos a los jesuitas y conexos con ellos, «les fue forzoso tratar de la Inquisición, especialmente sobre libros», oyendo sobre esta cuestión a los fiscales Campomanes y Moñino. Estos, en su dictamen de 3 de mayo de 1768, denunciaron los últimos manejos de los nuncios apostólicos con al Inquisición para lograr la introducción de breves pontificios relativos a los jesuitas, así el de 16 de abril de 1767; o sobre los asuntos del duque de Parma, de 30 de enero de 1768, claramente lesivos a las regalías de la Corona; hechos que serían utilizados junto a otros para sentar ciertos principios contrarios a la censura del Santo Oficio. Así que en los quince primeros siglos de la Iglesia no había habido en España tribunal de Inquisición, corriendo por los Ordinarios el control de las doctrinas y por los tribunales reales el castigo de los herejes; que el abuso de las prohibiciones de los libros por la Inquisición era «uno de los manantiales de la ignorancia que ha inundado mucha parte de la nación»; y que, en fin, los obispos, cuya jurisdicción provenía de la autoridad nativa de su dignidad y oficio pastoral, verdaderos jueces en las controversias de la doctrina y costumbre de los fieles, carecían de influjo e intervención en las prohibiciones de libros y en el nombramiento de los calificadores, con lo que «la materia de libros está tratada con sumo abandono y son continuas en esta parte las quejas de los hombres sabios»54. 54 Reproduce los puntos principales de esta respuesta fiscal, LLORENTE, Historia crítica de la Inquisición, V, pp. 234-239. 274 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) Además, los fiscales señalaban que esta jurisdicción debía ejercerse guardando las normas de Inocencio VIII y Benedicto XIV, que mandaban a la Inquisición proceder conforme al orden del derecho siendo una norma elemental del mismo la audiencia de las partes, y aun del interés público el que no se prohibiera «por pasiones y fines particulares» los libros útiles a la instrucción general. El fiscal en este punto renunciaba expresamente a probar el abuso permanente de autoridad del tribunal de la Inquisición «prohibiendo doctrinas que Roma misma no se ha atrevido a condenar… y así el expurgatorio de España es más contrario a las regalías del rey y a la instrucción pública que el índice romano, porque en aquella curia hay más diligencia en la elección de calificadores y más miramiento en las prohibiciones». Por estas razones, los fiscales pedían que se mandara a la Inquisición, por Real Cédula, oír a los autores antes de prohibir sus obras conforme a la bula Sollicita ac provida de Benedicto XIV;55 limitar sus prohibiciones a los errores contra el dogma, a las supersticiones y a las opiniones lazas, absteniéndose de prohibir obras en que se defendieran las regalías; no recoger asimismo libros no prohibidos con título de expurgación que debían dejar a cargo del dueño de ellos; y presentar, por último, al rey en minuta los edictos prohibitorios antes de publicarlos y al Consejo todas las bulas y breves que vinieran para la Inquisición. Habiéndose conformado el Consejo con este dictamen y también el Secretario de Estado de Gracia y Justicia, Manuel de Roda, sancionó el rey la Real Cédula de 16 de junio de 1768 por la que se fijaban nuevas reglas de procedimiento al tribunal de la Inquisición para las prohibiciones de libros.56 En su prólogo, de neta afirmación regalista, se indicaba como la Inquisición, «a consequencia de lo prevenido y mandado por mis gloriosos predecesores», tenía a su cargo la formación de edictos e índices prohibitivos y expur- Benedictus XIV, cons. «Sollícita ac provida», 9 iul. 1753. Codicis iuris canonici fontes. Cura Emn. P. Card. Gasparri. 1948. vol. II, pp. 404-402. 56 Novísima Recopilación de las leyes de España 8, 18, 3. 55 Santos M. Coronas González 275 gatorios de libros, para cuyo correcto ejercicio se había dictado la Cédula de 18 de enero de 176257 que, en síntesis, mandaba al Inquisidor general no publicar edicto alguno dimanado de bula o breve apostólico, sin orden del rey, y tratándose de prohibición de libros, que se observara la forma prescrita en el auto de 1713; igualmente que el Inquisidor no publicara edicto alguno, Índice general o expurgatorio sin consentimiento regio; y finalmente, que antes de condenar la Inquisición los libros, oyera las defensas de los interesados, conforme a la regla prescrita a la Inquisición de Roma por Benedicto XIV en la bula Sollícita ac provida. Aunque posteriormente, por Decreto de 5 de julio de 1763, se había mandado recoger esta Cédula «para aclarar algunas de sus cláusulas y reducirlas a su genuino sentido», pareció luego conveniente tras el serio y maduro examen de los del Consejo en el extraordinario con asistencia de los cinco prelados que tenían asistencia y voto en él, volver a fijar «con toda claridad y orden» el modo de procede del tribunal de la Inquisición, para evitar motivos de crítica en la condenación y expurgación de libros. A este fin se señalaba que, se ordenaba no embarazar el curso de los libros en el tiempo de su calificación, determinando en los que hubiera e expurgar, los párrafos o folios censurados para que el mismo dueño del libro pudiera hacerlo. En tercer lugar, recogiendo el tenor casi literal del dictamen fiscal, limitaba las prohibiciones del Santo Oficio a los fines declarados de desarraigar los errores y supersticiones contra el dogma y las opiniones lazas contrarias a la moral cristiana. Por último, los apartados cuarto y quinto venían a reproducir el contenido final de la Real Cédula de enero de 1762, sobre la no publicación del edicto, breve o despacho de Roma, incluso tocante a la Inquisición o a la prohibición de libros que careciesen del pase regio, «requisito preliminar e indispensable». Como ha destacado Defourneaux estas disposiciones eran de extrema gravedad para la Inquisición, al restarle autonomía en un 57 SÁNCHEZ, S., Colección de pragmáticas, p. 27. 276 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) campo en el que el gobierno no había intervenido nunca.58 Por ello, el inquisidor general Quintano Bonifaz, se apresuró a elevar al rey una representación el 19 de agosto de dicho año, sobre el alcance de dicha Cédula que, remitida luego al Consejo, dio lugar a una nueva respuesta de los fiscales del Consejo, Campomanes y Moñino de 20 de noviembre de 1768 base, a su vez, de la posterior consulta del Consejo de 30 de noviembre del mismo año y de la Resolución Real de 28 de febrero de 176959. En esta respuesta, el documento más importante para la historia de la censura inquisitorial en el siglo XVIII, a juicio de Defourneaux60, se destacaban los viejos abusos de la Inquisición en materia jurisdiccional denunciados ya en la consulta de 12 de mayo de 1696 por la Junta de Ministros de los Consejos de Estado, Castilla, Aragón, Italia, Indias y Ordenes61 así como en los anteriores pedimentos de Macanaz de suprimir la censura inquisitorial de libros62. DEFOURNEAUX, Marcelín, L’Inquisition espagnole, p. 26. Respuesta de los señores Fiscales y Real Resolución sobre la representación que hizo el arzobispo de Farsalia Inquisidor general en 19 de agosto del mismo año, con motivo de la Real Cédula de 16 de junio de el propio en que se prescriben las Reglas para la expurgación de los libros. Biblioteca Nacional. Madrid, ms. 1704. cf. ms. 10863. 60 DEFOURNEAUX, Marcelín, op. cit., p. 62. 61 Consulta de 12 de mayo de 1696 hecha por el Señor Don Joseph de Ledesma al Rey N. S. Don Carlos Segundo, por una Junta de Ministros de los Consexos de Estado, Castilla, Aragón, Italia, Indias y Ordenes sobre el modo de contener el procedimiento de los tribunales de la Santa Inquisición, en lo que perjudican a la jurisdicción real ordinaria. B.N. ms. 5.547. (sin paginar). Habiéndose formado por cada uno resúmenes de los casos en que parecieran haber excedido los tribunales de la Inquisición con perjurio de la jurisdicción real, se presentó éste poco halagüeño resultado: «Reconocidos estos papeles, se halla ser muy antigua y muy universal en todos los dominios de V.M. a donde hay tribunales del Santo Oficio la turbación de las jurisdicciones por al incesante aplicación con que los inquisidores han porfiado siempre en dilatar la suya con tal desreglado desorden en el uso, en los casos y en las personas, que apenas han dejado ejercicio a la jurisdicción real, ordinaria, ni autoridad a los que la administran». 62 Consulta sobre jurisdicción de la Inquisición, de 3 de noviembre de 1714, en Archivo Campomanes 16-17. Analiza brevemente su contenido ÁLVAREZ MORALES, Inquisición e Ilustración, pp. 72-76. 58 59 Santos M. Coronas González 277 Recogiendo el espíritu regalista de estos informes y consultas que hacían de la Inquisición una institución emanada de la autoridad real cuyos abusos podía corregir el rey como patrón fundador suyo, los fiscales del Consejo pedían que la Inquisición quedara sometida a la regalía de impresión y prohibición de libros, claramente afirmada en la legislación regia desde la pragmática de los Reyes Católicos de 1502 o de las reales ordenes de impresión de los primeros Índices españoles, dados por Carlos V y Felipe II; así como, desde el punto de vista jurisdiccional, se guardara el respeto debido a las personas, bienes y reputación de los súbditos del rey, al margen de la potestad doctrinal de la Inquisición en materia de religión63. Un simple repaso a las dudas planteadas por el inquisidor general, utilizadas como medio para proponer al rey una lectura restrictiva de los nuevos modos de censura, llevó a que los fiscales en su respuesta pusieran de manifiesto, con Fran fuerza dialéctica, la distancia que mediaba entre el estilo moderado y paternal de Benedicto XIV y, a su influjo, de la Inquisición romana, y el áspero y poco respetuoso estilo de la española64. A este fin le recuerdan los términos exactos de diversos puntos de la constitución «Sollicita ac provida» frente a la omisión de alguna palabra clave por el arzobispo de Farsalia como fuente de inspiración de la defensa de las garantías procesales de los autores cuya obra fuera objeto de expurgo o prohibición, conforme a la Real Cédula de 1768. Así los defensores deberían ser competentes en la materia a censurar, DEFOURNEAUX, Marcelín, op. cit., pp. 62-63. TELLECHEA IDÍGORAS, J. I., «Inquisición española e Inquisición romana, ¿dos estilos?», en J. A. ESCUDERO (coord.), Perfiles jurídicos de la Inquisición española, Madrid, 1989, pp. 17-48. En la Consulta sobre jurisdicción de la Inquisición de la época de Macanaz se recoge este comentario: «Y aunque no ha faltado en la desgracia de este tiempo quien con temeraria osadía haya dicho que en estas cosas de prohibición de libros y papeles es mayor la autoridad de la Inquisición de España que la potestad de la Santa Sede, este es un delirio tan detestable que no merece entre los católicos más satisfacción que un lastimoso y compasivo desprecio» (fol. 80 r.). 63 64 278 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) juristas y no teólogos por ejemplo si se trataba de obras referidas a la jurisdicción real65; y en todo caso imparciales, ajenos a una u otra escuela filosófica o teológica. Por lo demás sobre la nueva obligación de dejar circular los libros en tanto que no hubiese calificación de Santo Oficio –cuestionada por el inquisidor general- recuerdan los fiscales los límites propios de la intervención inquisitorial, aquellos casos en que el libro figurase en sus Edictos o Índices, o cuando hubiera sido debidamente calificado y censurado, pues de lo contrario existía una presunción favorable a su circulación avalada por la licencia del Consejo. Otras cuestiones, como la peligrosa posibilidad legal ofrecida a los particulares de proceder por su cuenta a la expurgación de sus libros o la necesidad de fijar el alcance de ciertas expresiones tocantes a la moral, llevaron a los fiscales a recordar una vez más los límites de la jurisdicción del Santo Oficio en torno al círculo de la fe (herejía, apostasía, superstición) y no de la moral66. Por último, cerrando su intervención, decían con cierta sorna: «los fiscales en los varios documentos que han reconocido en el archivo del Consejo y en otras partes, han visto multitud de competencias y casos ruidosos de la Inquisición con los obispos y cabildos, Audiencias y Chancillerías, corregidores, intendentes, ayuntamiento y todos géneros de personas, tribunales de justicia, hacienda; sobre materias aun de las más extrañas han visto repetidos Reales Decretos y consultas del Consejo, de Juntas muy autorizadas y de personas graves. Sobre arreglar estos puntos y contener tantas diferencias 65 TOMÁS Y VALIENTE, Francisco, «Expedientes de censura de libros jurídicos a finales del siglo XVIII y Principios del XIX», en Anuario de Historia del Derecho español 34, 1964, pp. 417-462. 66 Como recordara años más tarde, Floridablanca en su Instrucción para la Junta de Estado (1787) ap. XXXIII: «debe la Junta concurrir a que se favorezca y proteja este Santo Tribunal, mientras no se desviare de su instituto, que es perseguir la herejía, apostasía y superstición… pero como el abuso suele acompañar a la autoridad por la miseria humana… conviene estar muy a la vista de que, con el pretexto de la religión, no su usurpen la jurisdicción y regalías de mi Corona», edición de J. A. ESCUDERO, Los orígenes del Consejo de Ministros en España, II, p. 26. Santos M. Coronas González 279 entre estos asuntos graves, puede justamente emplear su celo el M.R. Arzobispo Inquisidor, promoviendo con S.M. que se lleve al fin deseado de fixar los límites y las reglas que eviten disensiones. Las autoridades templadas y con regla son amadas y permanentes»67. Al margen de la efectiva vigencia de la Real Cédula de 16 de junio de 1768, más bien escasa a la luz de las reticencias del Inquisidor general, el camino de la reforma de la Inquisición estaba marcado y en los años siguientes menudearon los proyectos, nacidos incluso en el seno de la propia institución68. IV. El control de la Universidad: la Instrucción particular de directores y censores regios (1769) Tras la expulsión de los jesuitas del reino el 2 de abril de 1767, se abrió un activo proceso de intervención del Consejo en la vida universitaria del reino que se manifestó tanto en el control de las enseñanzas como en el régimen gubernativo de la institución69. La Real Provisión de Carlos III de 23 de mayo de 1767 pro- Biblioteca Nacional, ms. 1704, fol. 63 vº-64. Caso del proyectado en 1793 por el propio inquisidor general Manuel La Sierra (DEFOURNEAUX, Marcelín, L’ Inquisition, p. 75); aparte de los planteados luego por Jovellanos en 1798 (Representación al rey Carlos IV sobre lo que era el tribunal de la Inquisición, en Obras completas, B.A.E. T. 87, pp. 333-334) y Urquijo en de 1799. Estas y otras medidas, llevaron por entonces al Consejo de la Inquisición a quejarse al rey del «desprecio y deshonor» en que había caído la institución. A. BORROMEO, «Inquisición y censura inquisitorial», en Carlos III y la Ilustración, I, 1989, pp. 247-254. 69 En general Santos M. ver los trabajos de M. PESET y J.L. PESET, El reformismo de Carlos III y la Universidad de Salamanca, Salamanca, 1969; de los mismos, La Universidad española (siglos XVIII-XIX) Despotismo ilustrado y revolución liberal, Madrid 1974; Gregorio Mayans y la reforma universitaria, Salamanca 1975; A. ÁLVAREZ DE MORALES, La Ilustración y la reforma de la Universidad en la España del siglo XVIII, Jaén, (Edersa), 1979; L. M. ENCISO, «La reforma de la universidad española en la época de Carlos III», en I Borbone di Napoli e i Borbone de Spagna, II, Nápoles 1985, pp. 191-239. 67 68 280 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) hibiendo enseñar en las universidades y otros centros de estudio, ni aún con título de probabilidad, la doctrina del regicidio y tiranicidio70, marcó el nuevo clima regalista en el que habría de desarrollarse la reforma de los planes de estudio de las Universidades literarias, iniciada a partir del audaz ensayo renovador de Olavide en la Universidad de Sevilla en 176971, secundado con cierta reticencia por otras Universidades mayores y menores del reino, como Salamanca, Valladolid y Alcalá de Henares en 1771, Santiago en 1772, Oviedo en 1774, Granada en 1776 y Valencia en 1786. El nuevo control regio se canalizó por la vía gubernativa del Consejo, nombrándose para cada Universidad a un ministro suyo como director, por auto acordado de 20 de diciembre de 1768. En aplicación de su cometido, los fiscales del Consejo, Campomanes y Moñino, formaron una Instrucción particular de los directores de las Universidades, que expusieron en su dictamen de 7 de febrero de 1769 con el que se conformó el Consejo, y posteriormente, en consulta, el rey por Real Cédula de 14 de marzo de 176972. La Instrucción, dividida en 40 capítulos, contenía un proyecto completo de regeneración de la vida universitaria, dinamizada por la nueva actividad de su director73. En principio, éste debía aclarar el régimen legal de la Universidad a su cargo, recopilando sus estatutos, capítulos de visita o reforma, decretos generales y Novísima Recopilación de las leyes de España 8, 4, 3. Por Real Resolución d Carlos III a consulta de 1 de julio de 1768; 1 de julio de 1769; Cédulas del Consejo de 1 de julio y 12 de agosto de 1768; 29 de julio de 1769 y 4 de diciembre de 1771, (Nov. Recop. 8, 4, 4) se suprimieron en las universidades y Estudios las cátedras de la Escuela llamada jusuítica, prohibiendo usar de los autores de ella para la enseñanza. Sobre los problemas ideológicos en la Universidad, vid. A. Jara Andreu, Derecho natural y conflictos ideológicos en la Universidad española (17501850), Madrid, 1977, p. 50 y ss. 71 OLAVIDE, Pablo de, Plan de estudios para la Universidad de Sevilla, Estudio preliminar de F. AGUILAR PIÑAL, Barcelona, 1969. 72 Novisíma Recopilación de las leyes de España 8, 5, 1. ESCOLANO DE ARRIETA, Práctica del Consejo I, p. 92 y ss. 73 Nov. Recop. 8. 5. 2; Escolano de Arrieta, Práctica del Consejo I, pp. 94-100. 70 Santos M. Coronas González 281 cédulas reales, encargando la formación de un índice, cronológico y sistemático, de los papeles de su archivo (I-IV). Igualmente, se le encomendaba arreglar el régimen y ejercicio efectivo de la jurisdicción académica, formando un índice similar de los procesos ventilados en sus tribunales por clases y orden de tiempo (V-VI). Finalmente se fijaba el nuevo régimen gubernativo de la institución, con remisión mensual por parte de los rectores de los acuerdos del claustro y tenencia de un libro de registro de documentos y papeles recibidos por el director (VII-IX). Ordenadas estas tres funciones básicas, se encargaba al director enterarse del estado de la Universidad a su cargo, indagando sobre el origen y causa de su decadencia; arreglando, por si fuera una de las causas, su mutación anual y la elección de rector, que debería recaer en profesor de edad provecta, acreditado por su talento, prudencia y doctrina, y disipando el espíritu de facción o partido. (XIII-XXI). Otros preceptos de esta detallada Instrucción, típica manifestación del reglamentismo ilustrado, encargaban al director la averiguación de las rentas de la Universidad y el arreglo de su economía (XX-XXI); la dotación de su biblioteca (XXII) y un largo elenco de cuestiones de régimen interior (relación de cátedras, vigilancia del cumplimiento docente con prohibición expresa a los catedráticos de ir a la Corte o salir de su residencia bajo ningún pretexto, control del alumnado restableciendo los repasos públicos y explicaciones extraordinarias en detrimento de las pasantías particulares que convendría suprimir al igual que los estudios privados; conocimiento de los ejercicios literarios de la Universidad, etc.). Cuando parecía hallarse debidamente incardinada la Universidad en el sistema gubernativo general del reino, unos sucesos ocurridos en la Universidad de Valladolid a fines de 1769 y principios del 70 vinieron a probar la falta de control efectivo sobre la doctrina allí impartida, especialmente en el campo siempre sensible de la defensa de las regalías74. El 21 de noviembre de 1769 el doctor José Isidro de Torres, del gremio y claustro de aquella Uni- 74 ALONSO, J., Colección de alegaciones fiscales de Campomanes, II, p. 176 y ss. 282 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) versidad, se quejaba ante el Consejo de que los decanos de las facultades de Cánones y Leyes no le permitían defender unas conclusiones en las que sentaba que la inmunidad o exención de los clérigos tenía su origen en gracia o beneficio de los príncipes seculares. Por entonces el Consejo, oído al fiscal Campomanes, mandó sin más al claustro que no impidiese al citado doctor de la defensa de sus conclusiones75. Sin embargo, apenas dos meses más tarde, el 31 de enero de 1770, volvió a recurrir al Consejo el doctor Torres denunciando, como ofensivas a las regalías, unas conclusiones sustentadas en la misma Universidad, con acuerdo de las Facultades de Cánones y Leyes, por el bachiller Miguel Ochoa con el título «De clericorum exemptione a temporali servitio et saeculari jurisdictione». En esta ocasión, para instruir el expediente, se remitieron las tesis a la censura del Colegio de Abogados de Madrid quien, tras fundar por extenso su dictamen contrario a las mismas, concluía en su informe de 8 de julio de 1770, solicitando la formación de un reglamento de las opiniones tocantes a la regalía, a las leyes patrias, al gobierno y de cualquier modo ofensivas al Estado, así como la creación de censores regios en las Universidades, «para asegurar la observancia de tan importante providencia»76. Pasado este informe con las demás representaciones, quejas y peticiones de las partes implicadas en el expediente, a los fiscales del Consejo, Campomanes y Moñino, éstos expusieron en su respuesta de 25 de agosto del mismo año77. En ella decían que, mereciendo el asunto la atención del Consejo, debían tomarse en consideración las actitudes contrapuestas adoptadas por los decanos y aún por la Universidad en la defensa de las tesis referidas: de abierta oposición a las conclusiones del doctor Torres sobre las regalías en materia de jurisdicción y protección de los eclesiásticos, en un caso; y de claro apoyo a la «El fiscal más antiguo en su respuesta de 11 de diciembre del mismo año (1769), manifestó sin entrar en materia la regularidad de dichas conclusiones, y así lo estimó el Consejo» Ibídem, p. 179. 76 El texto del Informe en J. ALONSO, Colección de alegaciones fiscales II, pp. 182-237. 77 Ibidem, pp. 177-182. 75 Santos M. Coronas González 283 tesis antiregalistas del bachiller Ochoa, en otro. En este punto, los fiscales consideraban excusado entrar en el análisis de las consecuencias contrarias a la potestad real y de sus tribunales superiores que resultaban de las conclusiones de Ochoa por ver la materia «tratada magistralmente y con conocimiento de las fuentes puras de los derechos» en el Informe del Colegio de abogados. Por ello, centraban su atención en contradecir el argumento formal de que la defensa de semejantes conclusiones en las Universidades no perjudicaba las regalías al hacerse, para hallar la verdad, con el encuentro y discusión de las opiniones. Ante todo, porque habiéndose intentado defender las contrarias favorables al derecho real, se había opuesto el decano de la facultad de Cánones y toda la Universidad78. Después, por la inoportunidad del momento elegido para la exposición de la tesis antiregalistas una vez que, con permiso del Consejo, había defendido las suyas el doctor Torres a favor de las mismas regalías. Finalmente, por la inconveniencia de ejercitar la enseñanza combatiendo las regalías de la Corona en las Universidades del reino, que de este modo podrían convertirse, aún a título de ejercicio, en baluartes antiregalistas propagando máximas contrarias a la sociedad política y pública tranquilidad, como parecía probar la obra del profesor de la misma Universidad Mariano José Díaz de Iglesias, intitulada Ars methodica iuris que abundaba en el mismo tipo de opiniones. Así deducían los fiscales del expediente, la responsabilidad del bachiller Ochoa y del decano de la facultad de Cánones quienes debían dar satisfacción pública, defendiendo el primero y presidiendo el segundo, conclusiones en que se vindicara la autoridad real y sus regalías, para cuyo cumplimiento proponían igualmente la creación de un censor regio que previamente viera todas las conclusiones sin permitir su defensa contra las regalías de la Corona y dando cuenta al Consejo de cualquier contravención para su castigo. Por último, considerando que esta providencia podría ser útil «De suerte, que si corriere la objeción resultaría que en aquel Estudio general se reputa por ejercicio pernicioso e inconducente defender las regalías y por útil impugnarlas y destruir los títulos del Soberano para la autoridad que las divinas letras, cánones y leyes del reino le reconocen y apoyan respecto de las personas y negocios eclesiásticos con las distinciones oportunas». Ibídem, p. 180. 78 284 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) en las demás Universidades, proponían al Consejo consultara al rey para hacerla general. Acordada por el Consejo esta propuesta, se creó por Real Provisión de 6 de septiembre de 1770, un censor regio en cada Universidad, en principio el fiscal de la Audiencia correspondiente al núcleo universitario, o bien, donde no hubiera Audiencia, personas designadas al efecto por el Consejo, con el deber de examinar las conclusiones de la tesis a defender antes de imprimirse79. Sancionada la Instrucción de los directores de Universidad y creados los censores regios, todavía el Consejo, a instancia de Campomanes señaló por auto de 19 de septiembre de 1770, los martes de cada semana para el despacho de los negocios académicos de las Universidades del reino,80 y aun acordó, por punto general meses mas tarde, que en la fórmula de los juramentos de los grados universitarios, se añadiera la siguiente cláusula: «etiam juro me nunquam promoturum, defensurum, docturum directe neque indirecte quaestiones contra auctoritatem civilem regiaque regalía»81. Con ello parecía cerrarse el círculo del control regio sobre las Universidades con el paralelo control de los Colegios mayores, manifestado en las Reales Cédulas de 22 de febrero y 3 de marzo de 1771 que, anunciando su arreglo, reservaban ya al rey el cuidado y administración de sus rentas, hacienda y modo de gobierno, así como el conocimiento de todas sus causas y negocios, reforma que sería llevada a cabo, tras la última visita que cerraba el ciclo de las iniciadas en 1635, por la Real Cédula de 12 de abril de 1777 que vino a fijar el nuevo método de gobierno de los Colegios mayores de Salamanca, Valladolid y Alcalá, derogando todas las leyes, estatutos, acuerdos, capillas, usos y costumbres de los mismos82. Nov. Recop. 8,5, 3. ESCOLANO DE ARRIETA, Práctica del Consejo, p. 101. 81 Carta orden del Consejo a de la Universidad de Salamanca de 22 de enero de 1771, Nov. Recop. 8, 5, 3, nº 2. 82 Nov. Recop. 8, 3, 6, 7 y 8. Cf. R. Olaechea, «El anticolegialismo del gobierno de Carlos III», en Cuadernos de Investigación Histórica, II, 1976, pp. 53-90; L. SALA BALUST, Visitas y reforma de los Colegios mayores de Salamanca en el reinado de Carlos III, Valladolid, 1958. 79 80 Santos M. Coronas González V. 285 Respuesta fiscal sobre la formación de una hermandad para el fomento de los Reales Hospicios de Madrid y de San Fernando (1769) De 1756 a 1760 Pedro Rodríguez Campomanes había desempeñado la Asesoría y Judicatura del Real Hospicio de San Fernando, uno de los dos existentes en la Corte. De nuevo, su fecunda entrega a los asuntos públicos y conocida probidad se manifestó en la mejora general de la administración del hospicio, por aquél momento saneando su hacienda (en el texto, posiblemente autobiográfico que respalda la concesión del título de conde de Campomanes (1780), se recuerda el acto de reintegración del crecido alcance que resultaba contra el tesorero de la institución y el establecimiento del arca de tres llaves como garantía de una rigurosa intervención de sus caudales)83 y, en general, favoreciendo su desarrollo fabril, clave de su autosuficiencia. Desde que, en 1752, el buen regente de la Audiencia de Asturias, Isidoro Gil de Jaz, promoviera la reforma de la beneficencia pública con la fundación de un Hospicio General del Principado llamado a ser casa de maternidad, fábrica para los jóvenes y asilo para los ancianos, reuniendo en un mismo establecimiento a los que la vida había unido con un lazo común de abandono y pobreza, se había forjado un nuevo modelo de asistencia y fomento social sostenido por la suma de arbitrios de la beneficencia real y municipal, así como por la caridad concentrada de laicos y eclesiásticos84. Con esta y otras experiencias, Campomanes, prevaliéndose de su asesoría del Real Hospicio de San Fernando y como fiscal del Consejo, junto con el fiscal Moñino, instó al desarrollo de esta polí- RODRÍGUEZ CAMPOMANES, Pedro, Título de Conde de Campomanes. Edición y glosario de CORONAS GONZÁLEZ, S.M., Oviedo, 2002. 84 CORONAS GONZÁLEZ, S. M., «Un magistrado navarro-aragonés: Don Isidoro Gil de Jaz, regente de la Audiencia de Asturias (1749-1754)», en M. A. GONZÁLEZ DE SAN SEGUNDO, Un jurista aragonés y su tiempo. El Doctor Juan Luis López, primer Marqués del Risco, Zaragoza, 2007, pp. 189-238. 83 286 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) tica separando los mendicanti validi, vagos y mendigos holgazanes propensos a la delincuencia (como demostraran los motines de la primavera de 1766) de los auténticos pobres, huérfanos y desamparados que había que ayudar facilitándoles los medios de subsistencia y trabajo. Las ideas principales de estos dos fiscales, que giraban sobre el trabajo y el afecto público manifestada en forma de Hermandad en las casas de reclusión, indicando los posibles fondos económicos y su primer esbozo de ordenanza gubernativa, expuestas en la Respuesta fiscal de 28 de agosto de 1769, dieron lugar a una importante legislación reglamentista85. VI. Alegación fiscal en el expediente consultivo pendiente entre la provincia de Extremadura y el concejo de la Mesta (1770) Por Real Orden de 20 de julio de 1764 se remitió al Consejo de Castilla una representación de la provincia de Extremadura para que, reconociéndose con particular atención su contenido en Consejo pleno y oyendo a los fiscales, se consultase al rey su parecer. El objeto de la misma era demostrar los perjuicios que causaba a la agricultura y cría de ganado la extensión de los ganaderos trashumantes y el abuso que suponían los privilegios del Concejo de la Mesta86, proponiendo los medios para fomentar una y otra, corrigiendo estos abusos. 85 VALLEJO GARCÍA-HEVIA, José María, Campomanes y la acción administrativa de la Corona (1762-1802), Oviedo, 1998, pp. 127-137. 86 Memorial ajustado hecho en virtud de decreto del Consejo del expediente consultivo que pende en él…. Entre D. Vicente Paino y Hurtado como diputado de las ciudades de voto en Cortes, y toda la provincia de Extremadura y el Honrado Concejo de la Mesta general de estos reynos, en que intervienen los señores fiscales del Consejo y Pedro Manuel Sáenz de Pedroso y Ximeno, Procurador general del Reyno: que se pongan en práctica los diez y siete capítulos o medios que en representación puesta en las Reales manos de S.M. propone el Diputado de las ciudades y provincia de Extremadura, para fomentar en ella la agricultura y cría de ganados y corregir los abusos de los ganaderos Santos M. Coronas González 287 Pasado a los fiscales Campomanes y Moñino, este último orilló en su alegación d 24 de octubre de 1770 toda erudición molesta y oscurecedora de la representación del diputado de la provincia de Extremadura, fijando como regla de su extensa alegación (349 puntos): «unos principios llanos, sólidos y perceptibles»87. Por el contrario, Campomanes, que según propia confesión, había dedicado seis años a la meditación y estudio de este negocio con el deseo de reducirlo a un sistema de «principios justos y patrióticos», no omitió nada en su largo dictamen de 18 de septiembre, dividido en 665 puntos. Tras reconocer el expediente consultivo causado por la real Orden citada en virtud de las quejas dadas al rey por la provincia de Extremadura proponiendo los medios de restablecer en ella la agricultura y cría de ganados y vista la exposición del Concejo de la Mesta y los informes de los magistrados públicos de la provincia, alcaldes mayores, intendente, comandante general, y sobre ello, lo expuesto por el Procurador general del reino, el fiscal más antiguo del Consejo pudo decir que le parecía ocioso recomendar una materia de la dependía la conservación de la provincia de Extremadura, cuyo interés estratégico y militar como «frontera mas importante de la monarquía» había hecho patente la última guerra con Portugal, además de poner de manifiesto su «miserable estado y decadencia», con la consiguiente dificultad de abastecer las tropas. Así, una doble razón de simple estrategia y pública utilidad llevaba a preferir la población y cosechas de Extremadura a «la montuosa situación en que la tiene constituida actualmente la Cabaña trashumante», de tal modo que ya de entrada se declaraba el objeto del dictamen que era el demostrar que la conservación y aumento de una «la buena razón política y de Estado» acomodada trashumantes (Madrid, 1771). Cf. M. BUSTOS RODRÍGUEZ, «Campomanes y la Mesta. La nueva coyuntura del siglo XVIII», en Hispania, XL, 144, 1980, pp. 129-152; N. MICKUM, La Mesta du XVIII siécle. Estude d’histoire sociale et economique de L’Espagne au XVIII siécle. Budapest, 1983. 87 Memorial ajustado, fol. 1-25 Vº. (in fine). 288 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) a la justicia y a las leyes fundamentales del reino. A este fin, Campomanes redujo su dictamen a probar de un lado, la necesidad de poner remedio a los abusos atribuidos al Concejo de la Mesta, y de otro, a determinar estos medios conforme a la justicia y la utilidad pública. Para mayor claridad, clasificó ante todo las personas que intervenían en la causa para fijar sus respectivas posiciones: en primer lugar, la provincia de Extremadura que pretendía la restitución del despojo padecido en los pastos y tierras por el abuso de la posesión; en segundo lugar, los hermanos o individuos del Concejo de la Mesta, «clase tan fugitiva como sus ganados», formada por habitantes de la Sierra, más de 40.000 distribuidos en 121 cuadrillas, pero también por vecinos de Madrid y comunidades, quienes a pesar de su corto número, tan sólo 56 ganaderos, poseían una cuarta parte del ganado trashumante; finalmente, los magistrados públicos de Extremadura «clase imparcial, distinguida por sus empleos y por el interés público que toca con la experiencia» merecedora de toda atención y crédito siendo ellos quienes debían «guiar el concepto del Consejo en tan importante negocio». Hechas estas precisiones, Campomanes pasó a analizar las quejas contra la Mesta que aunque no eran nuevas, si lo era el vigor, la imparcialidad y la diligencia con que se trataba la materia en el Consejo. De nuevo y para una mejor comprensión de los perjuicios padecidos por la provincia, distinguió entre los causados a tierras, pastos y montes. En relación con los primeros, las máximas de buen gobierno contenidas en las Partidas alfonsinas, le llevan a fijar la obligación del rey de atender la solicitud de tierras labrantías de los vecinos de Extremadura, máxime tras afirmar que la población nace del buen repartimiento de las tierras y de establecer buenas leyes agrarias «tenudo es el rey» dicen las Partidas 2, 11, 3 para luego añadir, «el rey non debe quere que (la tierra) finque yerma ni por labrar». De los informes de los magistrados de Extremadura deducía una primera medida a adoptar capaz de paliar la decadencia de la provincia: dotar a todas las yuntas, presentes o futuras, de cincuenta fanegas de tierra necesaria para su labranza, con la distinción de año y vez. Para ello consideraba indispensable formar una ley Santos M. Coronas González 289 agraria en virtud de la cual todo vecino tuviera al menos repartimiento de tierras para una yunta, impidiendo a la vez su amortización. Aunque una ley semejante pudiera reputarse coercitiva del dominio «el legislador lo puede y lo debe hacer para promover la felicidad pública»88. Enfrentando en este punto a la cuestión de los privilegios de la Cabaña pudo desmontar con cálculos precisos sus principales argumentos, demostrando la mayor ocupación y utilidad pública que se seguiría de la labranza de los vecinos que del pastoreo. Así, concluyó esta parte de su dictamen con un estilo declaratorio que anunciara ya en un principio, con el fin de excitar «la compasión y el auxilio que merecen los Extremeños o por mejor decir la causa general del Estado»: ¿Qué hombre patriota y reflexivo puede mirar con tibieza la despoblación de Extremadura; la decadencia de la fuerza del Estado; y una serie de tantas injusticias, estando a la mano los medios fáciles de repoblar aquel país, reintegrando la agricultura en su natural libertad y favor? (nº 121). El mismo planteamiento siguió luego al exponer los perjuicios ocasionados por la Mesta a los naturales en la cría de ganados al despojarles de los baqueriles o prados, dehesas, boyales y novilleros, contra los propios fines de su instituto que no era el de criar otros animales, sino «ganados lanares finos en pastos sobrantes». Intentando orillar en este punto los antiguos privilegios de la Mesta, recordaba un expresivo texto de Partidas referido al rey hacedor de leyes que endereza o enmienda sus propios yerros: «el hacedor de las leyes… non debe haber vergüenza en mandar o enmendar sus leyes, quando entendiese o le mostraren razón por que lo deba facer»89. Finalmente la decadencia de los montes por la quema irregular de los mismos para mejorar sus hierbas, cierra 88 En dos extremos estaba forzado el legislador a establecer una ley agraria: a) cuando una región estaba yerma como sucedió con Sierra Morena, que desde abril de 1767 se estaba poblando a costa del Erario público, dotando a cada familia de la tierra necesaria para una junta, y b) cuando el país se estaba despoblando por los vicios intrínsecos de su administración interna, como en el caso de Extremadura, Respuesta fiscal, nº 89 y 90 Cf. N. Recop. 3, 5 15. 89 Partidas, 1, 1, 11. 290 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) este puntual extracto de los perjuicios que los abusos de la Mesta ocasionaba en la provincia de Extremadura, cuyos efectos se hacían extensivos, por los demás, a toda Castilla (nº 391). De todo lo dicho resultaban una serie de proposiciones: ante todo, la justa causa de implorar al rey la solución de los males de la provincia; así mismo, la obligación del soberano de reparar el daño; el derecho de la Cabaña a un justo aprovechamiento de lo sobrante, una vez dotadas la provincia y sus naturales y, por último la necesidad de dotar a todo vecino del terreno preciso para el cultivo. Sobre estos principios, expondría luego los medios prácticos para obtener la repoblación de la provincia, teniendo en cuenta que las providencias que el Consejo acordara consultar al rey debían ser tales que pudieran mirarse en adelante «como unas leyes municipales de la provincia de Extremadura, que acercando las cosas a sus antiguos fueros de población, en quanto sea posible, pongan a aquellos naturales en una sólida prosperidad civil» (nº 473). Entre estos medios figuraba el de señalar pastos a los serranos y, sobre todo, la necesidad ya apuntada por el procurador general del reino y el corregidor de Cáceres, de crear una Audiencia «por ser cosa cierta que a haber existido dentro de la provincia una Audiencia real con facultades oportunas para contener agravios y opresiones, no habría sido posible que las cosas hubiesen llegado a la extremidad y languidez que hoy tienen»90. Así, la Audiencia estaría «encargada de ejecutar la ordenanza municipal (ley agraria) que se establezca y de hacer florecer esta Extremadura», suprimiéndose la figura de los alcaldes entregadores de la Mesta, y quedando reducidos los de «cuadrilla» a las causas entre hermanos de la Mesta. En síntesis, como indicaba el propio Campomanes, todo el complejo de este «prolixo y difícil expediente» se reducía a preferir los naturales del país a los forasteros en el aprovechamiento de Respuesta fiscal nº 519, «Sin una administración de justicia cercana y continuada, no pueden prosperar los pueblos y provincias, siendo uno de los arbitrios mas seguros para acelerar su felicidad política sólidamente (nº 521). 90 Santos M. Coronas González 291 aquel terreno, dotándoles de las necesarias tierras y pastos, fundadas en reglas de derecho y equidad. Una última reflexión del fiscal animaba a los miembros del Consejo a encarar su responsabilidad en la decisión: «La fatiga que el Consejo ponga para acertar con los remedios políticos que necesita Extremadura, dará sustancialmente a la Corona una nueva provincia y coincidirán en el sólido establecimiento del derecho público de la nación, tocante a la población y al fomento de la labranza y crianza, haciéndose todo ello por medios justos y que serán acomodables a otras provincias en mucha parte». Preparando así el camino de una futura reforma agraria, terminaba su dictamen Campomanes recomendando al Consejo guiarse por lo que resultaba del expediente y no por providencias tomadas en el pasado. Por su parte, el fiscal Moñino, tras una consideración previa sobre la gravedad de la materia a tratar, la crianza y la labranza que formaban el objeto del expediente, estimaba que el fin que debía proponerse el Consejo era impedir el agotamiento de estos «manantiales de la subsistencia y del poder del Estado». Fijados por el diputado de la provincia de Extremadura las causas de los males que la aquejaban: extensión inmoderada de los ganaderos trashumantes; abuso de los privilegios de Mesta y escasez de tierras y pastos para los naturales de la provincia, el fiscal pasó a exponer los principios orientadores de su dictamen contrarios a toda erudición oscurecedora de su línea argumental, a partir de la simple constatación de una serie de hechos ciertos y probados: daños en Extremadura, agricultura deteriorada y casi extinguida y decadencia de su ganadería. Así, consideraba una primera cuestión a resolver, a la luz de los hechos que resultaran probados y en combinación con la creación y progreso del Concejo de la Mesta, si el origen de estos males eran los ganaderos trashumantes y el abuso de sus privilegios. De los hechos del expediente y de los propios informes del Consejo, podía deducirse que estos ganaderos ocupaban la mayor y mejor parte de los pastos y tierras de Extremadura, en tanto que se veía deteriorada la cría de ganados estantes y apenas sin cultivo su feraz y dilatado territorio. En este sentido tras analizar distintas situaciones dañosas, llegaba a la con- 292 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) clusión de que «el mal estado de aquella fértil Provincia se puede atribuir, como a causa muy principal, a la cabaña trashumante o a sus abusos» (nº 30). Del mismo modo, ejemplificando con nuevos casos las perniciosas consecuencias de los privilegios de los trashumantes consideraba preciso concluir «que el estado, constitución y progresos de el Concejo de Mesta, en quanto a los diferentes medios de adquirir y conservar su posesión privativa, es igualmente dañoso a Extremadura» (nº 76), conclusión que le daba pie para reflexionar sobre la inutilidad pública de tales privilegios y el necesario equilibrio político y económico que exigía el bien de la sociedad y del Estado. En todo caso, una cuestión a dilucidar y que Moñino plantea con toda crudeza, era la del fundamento legal de tales privilegios cuyo origen, como él mismo adelanta, podría deberse a intrusión, maña o delito (nº 81). Así, no los halla recogidos en las leyes antiguas, ni en los privilegios reales de la época de fundación de la Mesta, ni aún en la legislación posterior recopilada, ni siquiera en las Ordenanzas privativas o leyes del Cuaderno, mandadas guardar por Real Provisión de 10 de agosto de 1525, pues las únicas referencias a posesión de hierbas y pastos que se contienen en el título VI de estas Ordenanzas, tenían según la Real Provisión citada, una aplicación restringida a sólo los hermanos del Concejo de la Mesta. A partir de esta afirmación, el fiscal Moñino plantea sus objeciones al mantenimiento de la vieja política comercial de exportar lanas, considerando mas útil fomentar su industria siguiendo el modelo de otros países en base al hecho innegable de que «aquella nación que hila, tiñe, tuerce, teje, conduce, negocia y vende el tejido se lleva casi todo el precio» (nº 151). Así, no dudad en declarar con rotundidad su mayor aprecio por la agricultura, cuya utilidad social debiera atraer la primera atención de un «gobierno sabio y poblador», de tal modo que la tierra destinada a pastos debiera ser la que no fuera buena para cultivar granos y otros frutos. En la misma línea de socavar los privilegios de la Mesta, el fiscal declara su enemiga a la jurisdicción de los alcaldes entregadores y jueces de Mesta que hace derivar de una «queja universal y antigua» Santos M. Coronas González 293 (nº 196) y que, en todo caso se había ido extendiendo más y más «por intrusión y abuso» (nº 205). Combatidos los principales privilegios que pudieran servir de estorbo para la búsqueda del remedio adecuado a los males denunciados, Moñino pasó a glosar, por último, los que él mismo proponía para facilitar su observancia: creación de una Audiencia «que examinase los recursos que hubiese en el establecimiento que se sirva acordar el Consejo (nº 343); y el mantenimiento en la Corte de un diputado de la Provincia, como hacía el reino de Galicia, para promover los derechos de sus habitantes. Así, combinando la fuerza de los dictámenes fiscales, con la de los informes de los magistrados públicos de Extremadura, se intentó poner fin al antiguo régimen de la Provincia de Extremadura, basado en el privilegio abusivo de los ganaderos trashumantes. La creación de una Real Audiencia en el territorio del antiguo convento jurídico lusitano, vino a hacer efectiva esta reintegración de una provincia entera a la Corona como a principios de siglo ocurriera con la de Asturias91, aunque además ahora se fijaron unas reglas de derecho público en lo tocante a la población y al fomento de la labranza y crianza que sirvieron de modelo para otras provincias, permitiendo iniciar con paso firme la ansiada reforma agraria. VII. Alegación fiscal sobre la vigencia del fuero de Córdoba (1770) Por Real Orden de 24 de julio de 1765, se remitió por la Secretaría de Gracia y Justicia al Consejo de Castilla un memorial de un vecino de Cieza sobre el valor de un testamento otorgado en la ciudad de Córdoba que dejaba los bienes del testador a un convento de predicadores de la ciudad. Formado el oportuno expediente ins- 91 Carlos IV por resolución a consulta de 4 de diciembre de 1775, 16 de junio de 1778 y 21 de diciembre de 1784. Pragmática Sanción de 30 de mayo de 1790. Novísima Recopilación de las leyes de España 5, 6, 1. 294 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) tructivo, pasó luego a informe de los fiscales que, en su alegación, dijeron ser insubsistente y nulo dicho testamento por haber sido otorgado en contravención de lo dispuesto en el fuero de la ciudad y del antiguo reino de Córdoba, así como del auto del Consejo de 12 de diciembre de 1713, acordado a instancia Macanaz, por el que se anulaba las mandas hechas en la última enfermedad a favor de los confesores, de sus comunidades o parientes92. Este fuero, otorgado a mediados del siglo XIII por Fernando III, prohibía la adquisición de bienes raíces a toda comunidad y mano muerta, a excepción de la Iglesia catedral, tanto por causa onerosa como lucrativa, con la expresa determinación del perdimiento de dichos bienes y de su paso a los parientes más cercanos. Así, alegaban los fiscales que contra lo literal y expreso del fuero no podía ir el privilegio otorgado posteriormente al convento beneficiario por el que podían recibir lo que dejasen los fieles en su última disposición, pues esta cláusula debía entenderse contraída, a tenor del fuero, a limosnas y bienes muebles, para atender sus necesidades religiosas.»A lo que se llega que siendo dicho fuero por su naturaleza negativa prohibitivo, no se puede alegar contra su tenor, excepción de inobservancia, costumbre en contrario, ni pres- Colección de alegaciones fiscales, vol. IV, p. 78 y ss. Novísima Recopilación de las leyes de España 5, 10. auto 3. El fiscal de la Real Chancillería de Valladolid, Antonio Robles Vives, envió a Campomanes hacia 1770-1771 su Discurso sobre la autoridad de los fueros municipales de España (B.N. ms. 21.706 (15) reflexionaba sobre el alcance que debía darse a la prueba de su uso, exigido por la legislación para su aplicación afectiva, que a su juicio dimanaba de la simple voluntad real. Como posterior fiscal del Consejo de Hacienda tuvo ocasión de extender la validez de esta doctrina. Ver S. M. CORONAS GONZÁLEZ, «Constitucionalismo histórico y neoforalismo en la historiográfica del siglo XVIII», en Notitia Vasconiae 1, 2002, pp. 83111; este Discurso sobre la autoridad de los fueros, está editado en pp. 112-118; cf. M.L. ALONSO, «Un caso de pervivencia de los fueros locales en el siglo XVIII . El derecho de troncalidad a fuero de Sepúlveda en Castilla la Nueva a través de un expediente del Consejo de Castilla», en Anuario de Historia del Derecho español 48, 1978, pp. 593-614. En general vid. A. GARCÍA-GALLO, «Crisis de los derechos locales y su supervivencia en la Edad Moderna», en Cuadernos del Instituto de Derecho Comparado de Barcelona, 10-11, 1955, pp. 69-81. 92 Santos M. Coronas González 295 cripción alguna, ni la tolerancia que puede haber habido en la adquisición de bienes y raíces por manos muertas en algún caso particular puede debilitar su fuerza y vigor y hallándose por otra parte dispuesto por diferentes leyes reales y capítulos de Cortes que los pleitos y causas se determinen por los fueros particulares de las ciudades, villas y lugares de estos reinos, y que dichos fueros prevalecen a la ley, cuando expresa y literalmente no se hallan derogados, no cabe duda en que la presente disputa se debe resolver por dicho fuero de Córdoba»93. Así, los fiscales del Consejo eran del dictamen de que el Consejo consultase al rey que se declarase el testamento referido nulo y de ningún valor; ni efecto, como así se hizo el 25 de septiembre de 1770 ordenando que se librase, además, cédula con inserción del fuero de Córdoba para que las justicias de aquella ciudad y su reino le guardasen, con prohibición expresa a los escribanos de otorgar cualquier instrumento de enajenación de bienes raíces a manos muertas, excepto a la Catedral, bajo la pena de privación de En un escrito de juventud, Reflexiones sobre la jurisprudencia española, redactado en 1750, Campomanes se mostraba mucho menos seguro de esta afirmación. Aparte de no incluir, salvo el Fuero Real «probándose el uso tiene también vigor de ley» y el Fuero Juzgo, de dudosa interpretación respecto a su original latino, entre las leyes principales del reino de indisputable autoridad, todavía la vigencia de algún fuero municipal tan famoso como el de Sepúlveda le planteaba serias dudas: «El Fuero de Sepúlveda está mandado guardar en cuanto a la sucesión troncal por la ley 6 de Toro, y tampoco se halla, como debía, inserto en ella; y aunque algunos intérpretes copien tal cual fragmentos de ambos, siendo un Cuaderno de leyes sólo el de Sepúlveda ¿qué fe podrá merecer en los juicios sin mostrarse todo auténtico con aprobación del Príncipe?» (ed. A. ÁLVAREZ DE MORALES, El pensamiento político y jurídico de Campomanes, Madrid, 1989, pp. 140-141. El orden de prelación de fuentes fijado en el Ordenamiento de Cortes de Alcalá de Henares de 1348, (ley I, tit. 28) recogido en las Leyes de Toro (ley 1ª) y posteriormente en las recopilaciones oficiales de la legislación real (Nueva Recopilación; Novísima Recopilación de las leyes de España), señalaba la foral o municipal de los pueblos después de la real, sometida además a la interpretación auténtica de los reyes. Pese a todo, la «colección a un cuerpo de todos los antiguos fueros de Castilla» le parecía a Campomanes, «la obra más precisa», para conocer el origen de los tributos y la variación de los juicios, costumbres y gobierno. 93 296 José Moñino, fiscal del Consejo de Castilla (1766-1772) oficio y declaración de nulidad del instrumento; cédula que debería publicarse y copiarse en el libro-registro del ayuntamiento de dicha ciudad y dirigirse asimismo a la Chancillería de Granada para que, por su parte, contribuyese a su ejecución y observancia. La Real Resolución y Cédula del Consejo de 18 de agosto de 1771 mandó guardar el capítulo del fuero tal y como en el se contenía y declaraba sin permitir su contravención en manera alguna94. Nov. Recop. 1, 5, 21. Años más tarde, una Real Cédula del 15 de junio de 1778, dada en virtud de una representación hecha por la Chancillería de Granada, declaró en la misma línea de rescatar del olvido el derecho real, incluso aquél de ámbito municipal, que los tribunales deberían arreglarse al Fuero Juzgo en materia de sucesión intestada de bienes y otros asuntos semejantes, «sin tanta adhesión como manifestáis a la de Partida, fundada únicamente en las auténticas de derecho civil de los romanos y en el común canónico» (F. CANELLA, «De la enseñanza del Derecho Civil», en revista de los Tribunales, I, 1878, p. 89 y ss., 171 y ss., 310 y ss., 435 y ss.; p. 44). De ese modo, por la vía del rescate de antiguos preceptos desamortizadores contenidos en la legislación municipal del reino, destacada en su momento por Campomanes en su Tratado de la regalía de amortización (cap. XI), así como por la de afirmar su vigencia supletoria en defecto de la legislación real con preferencia a la de Partidas como disponía el orden prelativo tradicional de fuentes en Castilla, los fueros tuvieron un tardío y fugaz renacimiento como representantes genuinos de ese alma civil y popular, sustentadora última de las regalías de la Corona. A manera de última manifestación, ya anacrónica, de las cartas de población medievales, la real Instrucción de 25 de junio de 1767, hecha por Campomanes para el establecimiento de alemanes y flamencos en Sierra Morena, vino a combinar el viejo espíritu animoso de los pobladores de aquel tiempo con el nuevo, mas minucioso y preciso, de los hombres de la Ilustración que pretendieron salvar del olvido lo mejor de aquella experiencia histórica. Así, el viejo molde de los fueros de población recibió el aporte de las nuevas ideas que, en algunos puntos de amortización, prevención contra los ganaderos trashumantes, labores de interés comunal, mantenimiento de casa poblada, enlazada con facilidad con las antiguas prácticas. La Real Cédula de 5 de julio de 1767 que recoge la Instrucción citada, en Nov. Recop. 7, 22, 3. Sobre su aplicación a los colonos griegos por R.C. de 1 de mayo de 1768, vid. Nov. Recop. 7,22, 4. Esta línea foral que se quiebra ya en parte en las repoblaciones ulteriores de la provincia de Ciudad Rodrigo (R. C. de 28 de noviembre de 1769, Nov. Recop. 7, 22, 5) y de la nueva villa de Encinas del Príncipe (R.C. de 23 de diciembre de 1778, Nov. Recop. 7, 22,7), desaparece ya en la provisión de Carlos IV de 15 de marzo de 1791 que fijaba las reglas que debían observarse para la repoblación de la provincia de Salamanca (Nov. Recop. 7, 22, 9). 94 El conde de Floridablanca y América Moisés LLORDÉN MIÑAMBRES Universidad de Oviedo n el transcurso del reinado de Carlos III (1759-1788) se llevaron a cabo un conjunto de reformas que resultaron capitales en las transformaciones que provocaron en la Monarquía española, y cuyo principal, aunque no único objetivo, era potenciar y resaltar el poder absoluto del monarca, al mismo tiempo que se iban eliminando los obstáculos que lo impedían. América, parte integrante de esta unidad política, se vería profundamente involucrada en este proceso de cambio. La reflexión de las élites ilustradas no ignoró aquellos territorios, por el contrario, la preocupación por reformar la Monarquía incluyó proyectos para reconfigurar la estructura del Imperio, que pondrían de manifiesto la existencia de una visión de América muy diferente de la que había dominado en los siglos XVI y XVII. El Imperio heredado por Carlos III había alcanzado un estadio de desarrollo, pero se situaba entre la dependencia y la autonomía, pues ni era una conquista reciente ni tampoco una nación o conjunto de naciones. Aunque era dócil, necesitaba una mano hábil para gobernarlo y, a pesar del interés que el rey sentía hacia las Américas, no era en absoluto consciente de las propias exigencias E 298 El conde de Floridablanca y América de las sociedades coloniales y su única preocupación consistía en que no satisfacían sus necesidades económicas ni se conformaban a sus intereses internacionales. Para llevar a cabo un cambio en la política americana se necesitaba el apoyo del rey, las ideas e iniciativas de sus ministros y la respuesta de la opinión política. Aunque raramente se suelen presentar estos requisitos simultáneamente, en las décadas de 1760 y 1770 coincidieron y dieron a luz un nuevo proyecto colonial que abarcaba todos los aspectos de las relaciones políticas, militares y económicas entre España y América. También en estas décadas comienza a tener protagonismo político nuestro hombre: José Moñino y Redondo, desempeñando el cargo de Fiscal del Real y Supremo Consejo de Castilla entre 1766 y 1772. Alcanzaba este puesto en los momentos revolucionarios del Motín de Esquilache, de Campomanes, de Aranda (presidente del Consejo). Luego sería nombrado Embajador en Roma y, finalmente, a comienzos, de 1777, sustituiría al marqués de Grimaldi como Secretario de Estado. Un año después se promulgaría el decreto estableciendo la libertad de comercio con América1, cuyos efectos favorables fueron esgrimidos por Floridablanca como uno de los grandes logros del reinado de Carlos III: «El establecimiento del comercio libre de Indias… ha triplicado el de nuestra nación, y más que duplicado el producto de las aduanas y rentas de S. M. en unos y otros dominios». Veamos como se desarrolló este proceso y cuál fue la participación de Floridablanca en el mismo. El debate sobre el Libre Comercio con América es fruto de una propuesta oficial que hacía de las Indias y su comercio una de las piedras angulares de la recuperación económica de España. La nacionalización de la Carrera a Indias, desde Narciso Feliu de la Peña, en 1683, y Jerónimo de Uztáriz hasta los pensadores liberales de finales de siglo, la soluciones liberalizadoras se suceden desde el reinado de Felipe V, donde serían plenamente apuntadas por Álvaro Navia Osorio, III R. D. de 2 de Febrero de 1778. E. C. de 6 de Mayo de 1778 y Reglamento de 12 de Octubre de 1778. 1 26. Carlos IV Grabado. Aguafuerte. Cayetanus Merchi y Antón Martínez. Joannes Brunetti, 1799. Carlos IV resultaba un monarca muy distinto a su padre: era más bondadoso, pero menos capaz que él, dato éste muy significativo que no obligaba a hacer presagios optimistas sobre lo que iba a suceder en el futuro. Moisés Llordén Miñambres 301 marqués de Santa Cruz de Marcenado, en su Rapsodia económicopolítica monárquica2, donde nos dice que el comercio es «la verdadera piedra filosofal para enriquecer el Reino, y hacer al Rey nuestro Señor el más poderoso Príncipe del Mundo. Con el Comercio se mantendrán en la Monarquía los tesoros propios, se adquirirán los ajenos; y circulando unos y otros desde el Rey a los Vasallos (por la continua precisión que el soberano tiene de gastarlos y el súbdito de retribuirlos) se conservará perenne el manantial que hoy se agota con el poco tráfico nuestro, y excesivo de los Extranjeros, que no dejan de parar los caudales en España más tiempo que el necesario para sacarlos en la red de su comercio, transportando a sus países las riquezas de nuestras Indias»3, o por, el también asturiano, José del Campillo Cosío, en cuya obra: Nuevos sistema económico de gobierno para la América, escrita en 17434, aparece con claridad la idea de un imperio basado en la preservación y no en la expansión de sus límites. También introdujo novedosas ideas, como plantear la necesidad de incorporar tanto económica como socialmente a los indígenas, considerándolos consumidores potenciales que enriquecerían el mercado español; la idea de las visitas generales para conocer los territorios americanos, su gente sus recursos, y la necesidad de establecer intendentes en América. También en sus ideas estaba la recomposición de la minería americana, el libre comercio y la eliminación de los monopolios. La influencia de Campillo quedó explícita en las obras y acciones de Bernardo Ward, NAVIA OSORIO, Álvaro, Rapsodia Económico-Política-Monárquica. Comercio suelto y en compañía, general y particular; en México, Perú, Filipinas y Moscovia; Población, Fábricas, Pesquerías, Plantíos, Colonias en África: Empleo de pobres y vagabundos y otras ventajas que son fáciles a la España, con los medios aquí propuestos, extractados o comentados, en Madrid, en la Oficina de Antonio Marín, año 1732. 3 Ibídem, p. 10. 4 En este año falleció Campillo, quedando sin publicar su obra hasta 1762, cuando se publica como segunda parte del Proyecto económico de Ward, vid., Bernardo Ward, Proyecto económico, edición de J. L. CASTELLANO, Instituto de Estudios Fiscales, Madrid, 1988. La primera edición como texto independiente fue hecha en la Imprenta de Benito Cano de Madrid, en 1789. Sin embargo, desde 1743 circulaba profusamente en forma manuscrita. 2 302 El conde de Floridablanca y América Pedro Rodríguez Campomanes5, Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde de Aranda, José de Gálvez, José Moñino, conde de Floridablanca…, pues todos se vieron implicados de una u otra manera en la cuestión americana. En los programas de reforma para América, que se inicia en el período 1760-1766 en base a ordenamientos legislativos elaborados bajo los auspicios de Carlos III con el intento de reglamentar el libre comercio con América, liberalizando el comercio interior de cereales y controlando la adquisición de bienes por parte de la Iglesia, con unas propuestas e que crean tensiones y el rechazo de las reformas al afectar fundamentalmente a grupos privilegiados residuales, pero de alto control social, siendo junto con la crisis de subsistencias y el alza de los precios agrícolas, uno de los causantes de la crisis de 1766. Sin embargo, superadas las algaradas que afectaron a toda la Península, el gobierno carolino pudo potenciar las reformas iniciadas, venciendo así la resistencia de los sectores más tradicionales de la nobleza y el clero. Según Fontana, la génesis del sistema de comercio libre procede del Nuevo sistema de gobierno económico para la América de Campillo «a cuyos escritos se han atribuido unos méritos y unas consecuencias que no tienen»6. De esta obra, sin embargo, surgirá, entre 5 Josep FONTANA rechaza la versión tópica de considerar que el comercio libre con América deviene de la obra de Campillo Cosío, Nuevo sistema de gobierno económico para la América, pues ésta «no cuadra, ni con la evolución de la política de los Borbones respecto del comercio americano, ni siquiera con el texto» ni con la coyuntura concreta del comercio colonial en esos momentos, mientras sí tiene que ver con ella «el extenso manuscrito que Campomanes, nombrado fiscal del Consejo de Castilla, escribe este mismo año (1762) con el título de Reflexiones sobre el comercio español a Indias», Josep FONTANA, «Presentación: En torno al comercio libre», en VV. AA., El comercio libre entre España y América Latina, 1765-1824, Fundación Banco Exterior de España, Madrid, 1987, pp. 8-9. 6 FONTANA, Josep, «La crisis colonial en la crisis del Antiguo Régimen español», en Heraclio Bonilla, Ed., El sistema colonial en la América española, Crítica, Barcelona, 1991, p. 308. Según Fontana, Campillo «insiste en que hay que prohibir, en lo posible, el comercio interior en las Indias, y que el poco que se tolere lo deben practicar, exclusivamente, ‘españoles domiciliados en España, no en Indias’». Moisés Llordén Miñambres 303 otras, el establecimiento de un servicio regular de correos marítimos y la reducción e incluso supresión del monopolio portuario gaditano en el tráfico a Indias. Posteriormente, ya en el reinado de Fernando VI, proseguirían los intentos renovadores de la política marítima, en la que tendrá un papel importante el marqués de la Ensenada y las influencias del economista Bernardo Ward quien reproduce el pensamiento de Campillo. Se efectúa entonces la suspensión del sistema de flotas y galeones para Nueva España, cuando ya antes se había eliminado la línea de Tierra Firme, compensándose con la mayor implantación de navíos de registro. En 17487 también se intentó liberalizar el comercio indiano habilitando a varios puertos españoles para la navegación con América, pero los intereses de los comerciantes gaditanos, al reaccionar violentamente ante el proyecto, provocaron su suspensión. En la segunda mitad del siglo XVIII se produce una especie de «segunda colonización», cuyo objetivo final era convertir los territorios americanos en meras colonias dependientes de la metrópoli. Para ello se requería lograr una mayor uniformidad institucional y legal entre América y la península. La creación de los intendentes podía ayudar a lograr este objetivo, pero en el fondo todo dependía de la necesaria sustitución de las elites criollas por españolas, pues había que romper el poderoso vínculo establecido entre las familias locales y la burocracia real, un vínculo que en el pasado había favorecido la independencia de los territorios americanos. Se aplica entonces una serie de medidas para favorecer lo que algunos historiadores han denominado la «desamericaniza- 7 Ya a comienzos del segundo tercio del siglo XVI, la «Real Provisión de 15 de enero de 1529», había autorizado a los puertos de La Coruña, Bayona, San Sebastián, Bilbao, Cartagena, Málaga y Cádiz, para que pudieran salir de los mismos «con sus personas y navíos y mercaderías y otras cosas, alas dichas Indias, Islas y Tierra Firme del Océano… hacer sus viajes directamente a las Indias… y con que a la vuelta que hiciesen sean obligados a volver directamente a Sevilla y presentes todo lo que trajesen a los oficiales de la Casa de Contratación, sin tocar en otra parte alguna, como ahora se hace…», Aurora GÁMEZ AMIÁN, Málaga y el comercio colonial con América (1765-1820), Málaga, 1994, p. 22. 304 El conde de Floridablanca y América ción del gobierno de América». Entre ellas cabe mencionar la sustitución de la burocracia indiana por españoles, así como el relevo de los oficiales criollos jubilados por hombres de la península y, tal como deseaba Floridablanca, uno de los más firmes defensores de esta nueva política con respecto a América, el relevo de los principales cargos de la Iglesia por clérigos españoles, la expulsión de los jesuitas, etc. Hasta el reinado de Carlos III, los servicios españoles con las Indias habían recorrido un largo espectro que iba, desde «el cazador furtivo» de los finales del siglo XVI y principios del siglo XVII, hasta las flotas de galeones, pasado por los navíos de permisión y continuando con los de aviso y registro, siendo estos últimos los que obtuvieron mayor ventaja de la situación. En 1773 se creaba la Junta Interministerial, integrada por los secretarios de Estado, Hacienda e Indias, además de una Junta Técnica de especialistas, con el objetivo básico de llevar a cabo una política de garantía y seguridad de las Indias. Como consecuencia de ello se decide impulsar la construcción naval para fortalecer la Armada, adoptándose también una serie de disposiciones respecto al futuro de América, como una más restrictiva regulación impositiva, al mismo tiempo que el Consejo de Indias seguiría perdiendo su anterior grandeza, reflejada en la Casa de Contratación. Las reformas emprendidas entonces en el sistema de comunicaciones trasatlánticas tienen gran importancia. El gran impulso reformador tuvo lugar entre 1767 y 1775, teniendo al regalismo como línea directriz para la reducción de la oposición al poder real8 y a la vez se iniciaron reformas tendentes a dotar de estabilidad al gobierno9. Por ello, a partir de 1776, aunque prosigue la política de reformas, éstas lo hacen a un ritmo más lento y próximo al orden tradicional. Las tendencias Se expulsó a los jesuitas, reduciendo la influencia de sus acólitos los antiguos colegiales mayores, se alejó de los puestos claves al sector más reaccionario del clero, etc. 9 En este sentido, la reforma agraria emprendida en 1770, no pretendía cambar la titularidad y distribución de la propiedad, sino únicamente asegurar el aumento de la producción agrícola para prever los riesgos de crisis de subsistencias. 8 27. La Luisiana: cedida al Rei N. S. por S. M. Christianisima, con la Nueva Orleans, é Isla en que se halla esta Ciudad. (1762) Tomás López; Jean-Baptiste Bourguignon d’ Anville; Jacques Nicolas Bellin. Biblioteca Nacional. Madrid. En el margen izquierdo se encuentra el título y mención de responsabilidad. Bajo éste Explicación de los números que están en el Plano de la Nueva Orleans, haciendo una relación por clave alfabética de iglesias, conventos, cuerpo de guardia... Incluye, ocupando toda la parte superior de la hoja: “Plano de la Nueva Orleans según el de M. Bellin”.- Orientado con rosa con lis con el N. al NE. de la hoja. Representa, con gran detalle, la ciudad de Nueva Orleans, delineada como una cuadrícula en torno a la Plaza de Armas. “Suplemento del Río Misissipi, hasta donde se conoce su curso”. Moisés Llordén Miñambres 307 burocráticas del equipo gubernamental (Floridablanca y Campomanes) impregnarían su gestión, que persigue consolidar unas reformas que hagan posible la plena ‘autoridad real’ y la presencia del Estado en todas las instancias de la nación10. En 1764 se promulga el «Reglamento Provisional que manda S. M. observar para el establecimiento del nuevo correo mensual que ha de salir de España a las Indias Occidentales», en el que se fijaban los requisitos para el buen quehacer del navío-correo que debía zarpar el primer día de cada mes del puerto de La Coruña con destino a La Habana, con escalas en Santo Domingo y Puerto Rico. La repercusión más acusada sobre las actividades marítimas comerciales de esta época ilustrada surge de la Real Instrucción de 16 de octubre de 1765 que autorizaba la salida y llegada directa desde los puertos españoles de Santander, Gijón, La Coruña, Málaga, Cartagena, Alicante y Barcelona, además de los ya establecidos de Sevilla y Cádiz, hacia las islas de Barlovento, Trinidad, Margarita, Puerto Rico, Santo Domingo y Cuba. Incrementándose más tarde la relación de puertos de partida con la inclusión de las Canarias (1772) y destinos americanos como Luisiana (1768), Campeche y Yucatán (1770), Santa Marta (1776). En febrero de 1778 se autorizó la navegación a los virreinatos de Perú, Chile y Buenos Aires desde los citados puertos españoles y la pragmática de 12 de octubre de 1778, además de fijar un Reglamento y Aranceles reales para el comercio con las Indias, aumentaba el número de puertos habilitados para su ejercicio. Este Reglamento de 1778 vino acompañado de un fuerte incremento de la presión fiscal sobre el tráfico mercantil entre España y sus dominios americanos. La necesidad de un Estado fuerte obligaba a situar a la Monarquía en el camino de la prosperidad. La dificultad era hacer provechoso un imperio construido sobre la agregación de territorios, cómo transformar esa estructura en una unidad política acabada y económicamente eficiente. Pero, para ello era necesario lle- HERNÁNDEZ FRANCO, Juan, «Floridablanca entre la reacción y la revolución (1787-1792)», en Estudios románicos, núm., 6, 1987-1989, pp.1659-1672. 10 308 El conde de Floridablanca y América var a cabo una reforma completa de su estructura y tradicional mecánica de funcionamiento11. Dentro de este esquema general, a los territorios americanos se les confería un papel central12. La recuperación de la Monarquía se conseguiría mediante el comercio de las Indias con la metrópoli y, a partir de ahora, su desempeño se equipararía al de las posesiones coloniales de Francia o Inglaterra. Un proveedor de materias primas, un mercado y, sobre todo, una fuente de recursos impositivos. Así, la idea de la América española como «reinos» llegaba a su fin bajo el reinado de Carlos III. La ius commune, que algunos historiadores han calificado de «monarquía compuesta»13, basada en la idea de reinos federados, sería paulatinamente sustituida por un nuevo modelo, en el que la metrópoli debía obtener un control activo sobre las posesiones americanas, ejercido mediante la racionalización de las tareas de gobierno, la centralización y la creación de nuevos cargos. También sería preciso establecer criterios de supervisión de las funciones atribuidas a los distintos oficiales públicos; la obligación de cumplir la ley; y la ampliación de la prerrogativa regia a expensas de la Iglesia y de las élites criollas. Por otra parte, una nueva teoría económica que se puede calificar de «tardo-mercantilismo» será la que inspire las reformas en materia comercial para América española. En consecuencia, parece claro que los esfuerzos de las sucesivas administraciones de los reyes Borbones españoles se encaminaron a la creación de un Estado fuerte mediante la instrumentación de una política inspirada en la «mueva teoría imperial de tipo nacional»14 o, para evitar la GONZÁLEZ ADÁNEZ, Noelia, «Liberalismo, Republicanismo y Monarquía absoluta: los proyectos de reforma para América en la Segunda mitad del siglo XVIII», en Revista de Estudios Políticos, Núm. 113, 2001, pp. 359-378. 12 NOEL, Charles S., «Charles III of Spain», en H. M. Scott (ed.), Enlightened Absolutism. Reform and Reformers in Later Eighteenth-Century Europe, Macmillan, London, pp. 123-124. 13 H. ELLIOTT, John, «A Europe of Composite Monarchies», en Past and Present, num. 137, 1992. 14 K. LISS, Peggy, Los imperios transatlánticos. Las redes del comercio y de las Revoluciones de Independencia, FCE, México, 1898, p. 116. 11 Moisés Llordén Miñambres 309 posible confusión de ‘nacional’ con ‘nacionalista’, «teoría imperial centralizadora»15, según la cual, cada una de las partes de las que se componía la Monarquía iba a ser unificada «desde arriba» para configurar una estructura homogénea16. La naturaleza esencialmente fiscal del ordenamiento arbitrado entre 1765 y 1796 en relación con el comercio americano y la explotación de los dominios americanos, de la que se derivarán buena parte de las características fundamentales del tráfico entre los puertos peninsulares e Indias durante las últimas décadas del siglo XVIII, como las siguientes: 1. Aumento de los volúmenes movilizados, pero escasa alteración de su composición. Tendencia a la agrarización de las exportaciones, predominio de las reexportaciones en los manufacturados y semimanufacturados, bien como tales o camuflados bajo la etiqueta de ‘nacionales’. Concentración de las importaciones en torno a los metales preciosos y del comercio en general sobre sus áreas productoras. 2. Negativo impacto de los cambios en la oferta sobre los precios diferenciales, contribuyendo al derrumbe de las industrias autóctonas americanas. A su vez, rápida saturación del mercado para exportaciones metropolitanas, como se puso de manifiesto con la crisis de 1787. 3. Consolidación del comercio de comisión y de los hábitos mercantiles preexistentes, ya que excepto en el área catalana, no se aprecian cambios significativos ni en los métodos, ni en la organización de los agentes del comercio (marina, redes de distribución, mercado de capitales, etc.) GONZÁLEZ ADÁNEZ, Noelia, op. cit., p. 365. FERNÁNDEZ ALVADALEJO, Pablo, «La Monarquía», en Actas del Congreso Internacional sobre Carlos III y la influencia de la Ilustración, Tomo 1, El Rey y la Monarquía, Ministerio de Cultura, Madrid, 1989. 15 16 310 El conde de Floridablanca y América durante este período. Tampoco se pueden apreciar transformaciones relevantes en los sectores productivos más directamente relacionados con el comercio americano, con la excepción de la potente marina catalana. 4. Las mismas características de la organización y naturaleza de los intercambios han contribuido al hundimiento definitivo del sistema imperial español. En primer lugar, por el impacto negativo del comercio colonial sobre las economías americanas, en especial sobre la manufactura indígena, en una secuencia que empieza con los ‘repartimientos forzosos’ y culmina con la penetración masiva de manufacturas europeas en sus mercados, legal e ilegalmente. Las tensiones sociales resultantes del enfrentamiento con los grupos privilegiados criollos, la presión sobre la minería, etc., son factores que contribuyen a erosionar el peculiar sistema colonial español, que nunca pudo basarse en la superioridad de las estructuras productivas de la metrópoli. El lastre dejado por esta etapa en las economías americanas explica su dramática trayectoria después de la separación y de su captura en las redes del colonialismo informal. 5. El ordenamiento mercantil de Carlos III triunfó en su objetivo básico: aumentar las recaudaciones de aduanas. Los costes, sin embargo, fueron enormes, ya que aquél propósito central implicó un incumplimiento drástico de los esgrimidos legitimadoramente en el preámbulo del Reglamento de 1778. Pero, a su vez, la no resolución de los acuciantes problemas de la hacienda incapacitó al Estado español para hacer frente con garantías a la propia crisis interna y a las amenazas externas sobre sus vastos dominios de ultramar. En consecuencia, el «Reglamento no consiguió más que lo que en el fondo se proponía. Mejorar los rendimientos fiscales deriva- Moisés Llordén Miñambres 311 dos del dominio colonial. Pero consiguió mucho menos de lo que la historiografía académica le atribuyó hasta fecha reciente, pues en modo alguno constituyó un instrumento adecuado para el crecimiento económico»17. Sin embargo, a partir de 1797 se permitiría el comercio de neutrales y también la salida de buques nacionales o extranjeros desde puertos neutrales o peninsulares con géneros foráneos no prohibidos, pero con la obligatoriedad de retornar a un puerto español, lo que provocaría que cada vez fuese menor la participación española en el abastecimientos a los dominios americanos, ya que otras potencias como Inglaterra y los Estados Unidos, la habían paulatinamente sustituido18. Floridablanca ante la independencia de los Estados Unidos A finales de 1776 estaba decidida la retirada del marqués de Grimaldi y su sustitución como Secretario de Estado por el conde de Floridablanca, por lo que el homólogo francés, conde de Vergennes, esperaba que el nuevo Ministro español continuara la política de unión que venía existiendo entre las dos Cortes. Buscando la seguridad de las posesiones americanas, la cobertura frente a Inglaterra y la independencia respecto de Francia, desde el mes de abril de 177519 los rebeldes americanos estuvieron recibiendo perió- TINOCO, Santiago y José M. FRADERA, «A modo de primeras conclusiones», en El comercio libre entre España y América Latina (1765-1824), op. cit., pp. 323-324. 18 En 1795 las exportaciones e importaciones estadounidenses hacia y desde las colonias españolas representaban unos saldos de 1,39 y 1,74 millones de dólares, respectivamente, mientras que seis años más tarde (1801), aquéllos habían ascendido a 8,43 y 12,80 millones de dólares, respectivamente. 19 En un Despacho del Secretario de Hacienda, Miguel Muzquiz a Grimaldi se expedía de conformidad una carta libramiento por el tesorero general ordenando a Ventura de Llovera, tesorero extraordinario de S. M. en París, para que pusiese a disposición del embajador conde de Aranda un millón de libras tornesas, debiendo el embajador ponerse en contacto con el secretario de Estado francés para ver en que socorros convenía emplear aquella cantidad, cit. Por Juan YELA UTRILLA, op. cit., p. 99. 17 312 El conde de Floridablanca y América dicamente ayuda española en dinero y en armas. El conde de Floridablanca llega a Madrid, procedente de Roma, el 18 de febrero de 177720, siendo recibido al día siguiente por el rey Carlos III. A partir de entonces se hará cargo de la Secretaría de Estado e intervendrá directamente en el asunto de la rebelión de las Colonias británicas en Nueva Inglaterra. Su preocupación respecto a su posible desenlace quedaría expresamente manifestada en la exposición siguiente: «un acontecimiento como la independencia de América sería el peor ejemplo para otras colonias y convertiría a los americanos en los perores vecinos, en todos los sentidos, que podría tener las colonias españolas»21. Los objetivos de guerra de España en América eran expulsar a los británicos del golfo de México y de las orillas del Mississippi y conseguir la desaparición de los asentamientos británicos en América Central. La campaña de Florida de 1780-1781 demostró la capacidad de España como potencia colonial, cuando se daba una coyuntura favorable. Durante las primeras fases de la guerra, las autoridades españolas tuvieron que recurrir a los recursos coloniales y fue el ejército de Cuba el que capturó Mobile. También fue una fuerza conjunta de unidades españolas y cubanas, formada por 7.437 hombres, la que condujo Bernardo de Gálvez a Pensacola, obligando a los británicos a rendirse el 10 de marzo de 1771. Sin embargo, España libró la guerra de 1779-1783 con un éxito moderado; recuperó terreno perdido y reestableció sus credenciales imperiales, si bien en el plazo de pocos años perdió terreno en una zona de tradicional influencia española (Marruecos y Argelia). Fue este un período en el que las decisiones se tomaban dentro de un círculo reducido de consejeros completamente dominado por Floridablanca y que sólo respondía ante el monarca. Había desembarcado en Antibes (Francia) el 23 de enero de 1777, saliendo para España al día siguiente, Ver Antonio FERRER DEL RÍO, Estudio sobre el Conde de Floridablanca, BAE, Tomo LIX, Rivadeneira, Madrid, p. XVII. 21 Comentario de Floridablanca con el embajador inglés, Grantham a Weymouth, 26 de mayo de 1877. 20 28. Bernardo de Gálvez y Madrid, Conde de Gálvez, 1746–1786 José de Alfaro (mediados de siglo XVIII) c. 1785–86. Fototeca del Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec, Ciudad de México. Foto Gabriel Figueroa. El pintor mexicano José de Alfaro representa a Gálvez a la edad de treinta y ocho años, vestido con elegancia, con su bastón de mando en la mano y con la medalla de la Orden de Carlos III en el bordado de la casaca. En el fondo del cuadro aparece un solo buque, que representa sus éxitos navales. Tiene la mano izquierda apoyada en su escudo de armas, que divide en dos a la leyenda en la que está la lista de sus muchos títulos y logros. Bernardo de Gálvez estudió en la Academia Militar de Ávila. A los dieciséis años participó en su primera batalla en la campaña Española contra Portugal, antes de partir para Nueva España. Después de su primera misión americana en México, en la ciudad de Chihuahua, Gálvez regresó a España en 1772 y participó en la expedición de Argel. En 1776 es nombrado gobernador de la provincia de Luisiana, cargo que ejerció durante siete años. Durante su administración disminuyó el contrabando británico y aumentó el libre comercio con los aliados. Gálvez fue esencial en la derrota de los ingleses durante el asedio a Mobile, y ese mismo año dirigió con éxito el asalto por tierra y por mar contra Pensacola, la capital británica de la Florida Occidental. Designado Virrey de Nueva España en 1785, se dio a conocer rápidamente por su audaz planeamiento urbano y sus avanzados proyectos de construcción. Moisés Llordén Miñambres 315 La expedición al Río de la Plata en 1776 no sólo permitió a España conquistar Colonia do Sacramento y conseguir el dominio indisputado sobre la región, sino que desembocó directamente en la creación del virreinato del Río de la Plata dos años después. Igualmente, mientras los británicos perdían Florida, una serie de expediciones religiosas y militares españolas consolidaban la ocupación de la Alta California. El pensamiento estratégico del rey y de sus ministros en los años posteriores a 1783 estuvo teñido de cierta fantasía, Carlos III, Floridablanca y Gálvez consideraban que la guerra aún no había terminado y planeaban un nuevo conflicto para poner fin a la guerra colonial y saldar cuentas de una vez por todas. Los puntos de conflicto seguían siendo Gibraltar y la Costa de los Mosquitos, y de vez en cuando Floridablanca estallaba en un ataque de ira ante el embajador británico por lo que consideraba duplicidad británica, aunque, de hecho, no era sino impotencia española: «Veía claramente que era imposible que siguiéramos siendo amigos; que no tardaría en llegar el momento en que tendríamos que ser enemigos violentos e implacables; que si se confirmaban sus sospechas de que Gran Bretaña estaba engañando a España sobre la evacuación de la Costa de los Mosquitos proclamaría nuestra doblez ante las corte de Europa; que la causa de España debía ser considerada como la causa común de todas las naciones y que, en cualquier caso, era mejor morir con las armas en la mano que llevar una vida de mezquindad y de desgracia»22. En la «Instrucción reservada» de 1787, Floridablanca dirá: «No propondremos la destrucción total del poder inglés»23. Floridablanca era «el abogado arquetípico cuya mentalidad no había cambiado al acceder al poder»24. La muerte de José de Gálvez en 1787 fue causa de que desapareciera el otro único ministro de talla y permitió que la influencia de Floridablanca fuera mayor que nunca, convirtiéndose éste en «algo más que la mano derecha 22 23 24 Carta de Liston a Carmarthem, 20 de abril de 1785. Obras originales del conde de Floridablanca, pp. 263, 264-265. LYNCH, John, La España de siglo XVII, Crítica, Barcelona, 2004, p. 293. 316 El conde de Floridablanca y América del rey; era su guía, su mentor y el autor de su política», adquiriendo un aura de hombre distante, raramente visto, difícil de encontrar, pero omnipresente en el gobierno. Desde su ministerio, José de Gálvez había auspiciado la puesta en marcha del libre comercio con América, la extensión del sistema de intendencias, la creación de virreinato del Río de la Plata y la comandancia de las provincias internas. A su muerte, en 1787, Floridablanca dividió la secretaría de Indias en dos, Gracia y Justicia, que ocuparía Antonio Porlier, y Guerra y Hacienda, ocupada por Antonio Valdés y Bazán. También en este año, en su «Instrucción Reservada», Floridablanca recogía los pensamientos del propio Carlos III acerca de cómo debían conducirse los asuntos de gobierno. Sus propuestas para mejorar la situación en América podrían resumirse en: 1) los oficios públicos debían ser ocupado por «sujetos de probidad», en particular los funcionarios de la hacienda que debían someterse a criterios de transparencia en el desempeño de sus cargos; 2) la exigencia de que se disciplinara al clero; y 3) que se mantuviera la legislación que en materia comercial culminó en el decreto de 177825. »Floridablanca fue el artífice de una reacción que contó con su inicial punto de partida en la realización de un programa de reformas inamovibles, como el plasmado en la Instrucción Reservada. De una tímida reacción se pasó a una reacción enérgica, pues la Revolución Francesa desmontaba el exclusivismo absolutista y los privilegios socio-económicos del grupo dominante. La reacción era la propia de una persona, que en razón del cargo de primer ministro que desempeñaba y de instancia humana protectora de la sacralizada figura del rey, debía defender la esencia del absolutismo y del grupo de dominio político-social que englobaba»26. Conde de FLORIDABLANCA, «Instrucción reservada que la Junta de estado creada formalmente por mi decreto de este día 8 de julio de 1887, deberá observar en todos los puntos y ramos encargados a su conocimiento y examen», en Gobierno del Señor Rey Don Carlos III. Editado por Andrés Muriel, Madrid, 1839, pp. 195-212. 26 HERNÁNDEZ FRANCO, Juan, «Floridablanca entre la reacción y la Revolución (1787-1792)», Estudios románicos, núm. 6, 1987-1989, p. 1671. 25 Moisés Llordén Miñambres 317 Al iniciarse la guerra de independencia de las 13 colonias de Nueva Inglaterra, el conde de Aranda, en su memoria del 13 de enero de 1777, propuso se estableciera una alianza pública con los Estados Unidos que implicase una decidida e inmediata ayuda económica y militar a su causa. Esta acción era para Pedro Pablo Abarca de Bolea la política más acertada para España, pues además de ser la única de asentar un duro golpe a Gran Bretaña, supondría que los estadounidenses se mostrarían especialmente agradecidos por la ayuda española en su hora de mayor necesidad, lo que ofrecía al mismo tiempo una oportunidad irrepetible para negociar ventajosamente con la naciente potencia americana, y obtener garantías que, al menos temporalmente, resguardasen las posesiones españolas en Norteamérica frente a las previsibles ansias expansionistas de la nueva república. Sin embargo, correspondió al conde de Floridablanca manejar el timón de la diplomacia y lo hizo de forma mucho más cauta hacia un política intermedia más pragmática, aunque no exenta de riesgos27. Además de optar por dar largas, conceder ayuda disimulada y prepararse para la guerra, pero con tentativas de mediación con Inglaterra hasta última hora. Floridablanca sugería la adopción de ciertas medidas destinadas a asegurar la frontera norte, puesto que una vez producida la independencia de la Trece Colonias, surgió el temor a que los recién creados Estados Unidos amenazaran la integridad territorial de las posesiones españolas en América. Una política de aislamiento traería consigo un doble beneficio: «no sólo se podrá defender de enemigos aquellas vastas e importantes regiones de la parte septentrional, sino que serán tenidos en sujeción los espíritus inquietos y turbulentos de algunos habitantes»28. Pero la habilidad inglesa haciendo la paz con los Estados Unidos y reconociéndolos como nación libre, dejo fuera de juego a España, que en Versalles firmo la paz con Inglaterra en 1783 y, si bien no consiguió Gibraltar, sí obtuvo Menorca y Florida, aunque encontrándose con una fuente 27 28 HILTON, Silvia L., Spain and North America, 1763-1821, Madrid, 2007. Ibídem, p. 225. 318 El conde de Floridablanca y América de conflictos con los Estados Unidos, debido a la navegación del Mississippi29. Cuando se firmó la paz con Inglaterra, el conde de Aranda elevó su Exposición al Rey Don Carlos III sobre la conveniencia de crear reinos independientes en América en 1783. Inmediatamente después de firmar el acuerdo de paz con Inglaterra y proceder al reconocimiento de la independencia de los Estados Unidos, Aranda afirmaba: «la independencia de las colonias inglesas queda reconocida y éste es para mi un motivo de dolor y temor»30. Al igual que Floridablanca, Aranda estaba convencido de que la «ideología revolucionaria» que llevó a las Trece Colonias a reclamar su independencia, podría extenderse a las posesiones españolas en América del Sur. Y también mencionaba Aranda otros factores como potenciales amenazas a la integridad territorial de los dominios españoles: 1) la idea ampliamente aceptada de que la distancia entre aquellas tierras y la metrópoli hacia insostenible el mantenimiento de los vínculos imperiales por mucho más tiempo31; 2) las dificultades para proveer a América de los recursos, o socorros, necesarios; 3) los abusos cometidos por ciertos oficiales públicos; 4) la falta de coordinación entre las decisiones adoptadas en la metrópoli y las necesidades a que debían darse satisfacción en América, dado el problema de la distancia32. Pero además, también se tenía en cuenta las rebeliones de Túpac Amaru en Perú y de los Comuneros del Con la adquisición de ambas Floridas, el dominio español en América del Norte se incrementaba además con el país al este del Mississippi, extendiéndose meridionalmente del océano Pacífico al Atlántico. Sin embargo, esto sólo duró hasta 1803 en que, a petición de Napoleón, España se vio obligada a devolver la Luisiana a Francia, quien inmediatamente la vendió a los Estados Unidos, Ramón Ezquerra Abadía, «Prólogo a la presente edición, (1988)» de Juan F. YELA UTRILLA (1925), España ante la Independencia de los Estados Unidos, Madrid, 1988, p. 22. 30 Conde de Aranda, «Exposición del Conde de Aranda al rey Don Carlos III sobre la conveniencia de crear reinos independientes en América», en Andrés MURIEL, Historia de Carlos IV. Tomo II, BAE, Vol. 115, Madrid, 1959, p. 399. 31 «Jamás ha podido conservarse por mucho tiempo posesiones tan vastas, colocadas a tan gran distancia de la metrópoli», Ibídem. 32 Ibídem. 29 Moisés Llordén Miñambres 319 Socorro en Nueva Granada, que inquietó en los años 1781 y 1783 los ánimos no sólo en España, sino también entre las mismas elites criollas, por lo que se comprende la preocupación del conde de Aranda y la radicalidad de su propuesta33. Aranda había sugerido la creación de tres reinos separados en América: México, Tierra Firme y Perú, que serían ocupados por los Infantes de la Casa Real española, de forma que Carlos III sería proclamado emperador. Como consecuencia, y para garantizar y poner a salvaguardia el comercio con América, debían firmarse acuerdos con la rama francesa de los Borbones, permitiendo a los franceses tomar parte en el comercio, pues estaba convencido de que España no podía, por sí sola, proveer a las Américas de todos los recursos requeridos34. Según Aranda, este plan permitiría disfrutar de «todas las ventajas que nos da la posesión de América sin ninguno de sus inconvenientes»35. Parece claro que el aragonés pretendía revitalizar la vieja idea de la Monarquía como «reinos federados» para conciliarla con los nuevos objetivos: el sostenimiento de de un intercambio comercial altamente beneficioso para la Monarquía, en virtud de la cual América desempeñaba de hecho la función de una colonia. Su plan implicaba adicionalmente la enajenación de un amplio territorio que, aproximadamente, se correspondía con el Virreynato del Río de la Plata recientemente creado, pues pretendía formar una unidad territorial compacta lo más resistente ante posibles amenazas externas. En definitiva, el conde de Aranda procuraba preservar, a cualquier precio, la integridad de una Monarquía que, años antes había descrito en los términos siguientes: «La Corona se compone de dos porciones, la de Europa y la de Améri- Las rebeliones complicaron la introducción de las reformas y tuvieron una influencia notable en el conjunto de los dominios españoles y, aunque fueron finalmente reprimidas, mostraron que Madrid no tenía controlada la situación en América, vid. Jaime E. IZQUIERDO, La independencia de la América española, Fondo de Cultura Económica, México, 1996, pp. 40-41. 34 Conde de Aranda, op. cit. p. 400. 35 Ibídem, p. 401. 33 320 El conde de Floridablanca y América ca; y tan vasallos son unos como otros. El monarca es sólo uno y el gobierno ha de ser uno en lo principal, dejando únicamente las diferencias para las circunstancias territoriales que lo exigieran»36. La idea de la Monarquía compuesta por los territorios a ambos lados del Atlántico se añade, en síntesis compleja. A la necesidad de transformar las posesiones españolas en América en colonias, al menos a efectos comerciales y con toda la carga de subordinación que ello implicaba. En el «Plan de gobierno para el Príncipe» que Aranda envió desde París al Príncipe de Asturias en 1781, citado por Joaquín OLTRA y María Ángeles PÉREZ SÁMPER, El Conde Aranda y los Estados Unidos, Promociones y Publicaciones Universitarias, Barcelona, 1987, p. 233. 36 Cronología del conde de Floridablanca 1728 Nace en el barrio de San Juan de la capital murciana. Primogénito de cinco hijos de José Moñino Gómez y Francisca Redondo Bermejo. 1736 A los ocho años ingresa en el Seminario de San Fulgencio, Murcia. 1748 Es recibido y aprobado como abogado por la Universidad de Orihuela y obtiene licencia para ejercer en los consejos y tribunales de la Corte. 1752 Le comisionan para proceder contra los «dañadores de montes y agresores del Alcalde de La Puebla de Don Fadrique». 1758 Es nombrado fiscal. Como tal, redactó una serie de dictámenes trascendentales y, especialmente, por sus repercusiones históricas, el referente al extrañamiento de los jesuitas. 1764 Es nombrado Fiscal del Consejo de Castilla. 322 Don José Rodríguez Moñino, conde de Floridablanca (1728-1808) Escribe, en colaboración con Campomanes: Memorial ajustado de las ciudades y provincias de Extremadura para fomentar en la región la agricultura y la cría de ganados. En él se propone repoblar dehesas y baldíos mediante la redistribución de la tierra entre pequeños labradores. 1766 Gracias a su relación con personajes influyentes de la Corte, como el duque de Alba o el presidente del Consejo de Castilla, Carlos III le nombra Fiscal Supremo del Consejo de Castilla y pasa a ser hombre de confianza de Grimaldi. Son momentos en los que aumentan las acusaciones contra la Compañía de Jesús, atribuyéndoles proyectos de conspiración contra la Corona. 1767 A través de Floridablanca, Carlos III sanciona el Real Decreto de 27 de febrero por el que establece la Real Pragmática Sanción el 2 de abril, derogando las funciones de los jesuitas de España y sus colonias, así como su posterior expulsión. 1768 El 30 enero el Papa publicó el breve Alias ad apostolatus, más conocido como el «Monitorio» de Parma en el que se afirmaba que el ducado era posesión pontificia, anulaba todos los edictos del gobierno en materia mixta desde 1764. Este documento causó enorme sensación en Madrid, considerado como un insulto a la «augusta» dinastía. Motivo por el que, entre los ilustrados españoles, emerge un movimiento de protesta reflejado en el Consejo de Castilla, desde el que Campomanes encargó a Floridablanca rebatir jurídicamente las afirmaciones del «Monitorio». En colaboración con Campomanes, escribe el «Memorial ajustado sobre diferentes cartas del obispado de Cuenca». 1770 Escribe la «Respuesta del fiscal en el Expediente de la provincia de Extremadura contra los ganaderos trashumantes» en la que muestra su preocupación por la cuestión agraria en España. Cronología del conde de Floridablanca 323 1772 Tras la renuncia Aizpuru, el entonces primer ministro de Carlos III, Grimaldi, le propone como embajador en Roma. Le correspondió canalizar las tensas relaciones entre Carlos III y el Papa Clemente XIV. Inició las negociaciones para que el papado suprimiera la Compañía de Jesús. Al lado de Campomanes defiende las prerrogativas del poder civil frente a los excesos de Aranda. 1773 Carlos III le concede el título de conde de Floridablanca por sus gestiones diplomáticas en Roma. 1777 Asciende a Secretario del Despacho de Estado. 1778 A sus responsabilidades de Secretario de Estado, añade las derivadas de un nuevo cargo que asumía, la Superintendencia General de Caminos y Posadas. Es el responsable de la ampliación de la libertad comercial con América hasta su total liberalización. 1782 Funda el Banco Nacional de San Carlos, predecesor del actual Banco de España, con un capital de 300 millones de reales. Ocupa interinamente la Secretaría de Gracia y Justicia entre 1782 y 1790. 1783 Goya pinta su retrato más conocido. 1785 Realiza intentos de gravar todos los frutos de los productos agrícolas, industriales y comerciales. Tras el fin de la guerra contra Inglaterra y la negociación correspondiente, solicitó del Rey que se le retirase definitivamente de las funciones de Gobierno. No le fue concedido. 1787 Comienzan los enfrentamientos con el partido aragonés que encabezaba el conde de Aranda. Floridablanca pretendía reequilibrar las instituciones de la Monarquía logrando una mayor primacía de las Secretarías de Estado y del Despacho, 324 Don José Rodríguez Moñino, conde de Floridablanca (1728-1808) mientras que Aranda defendía el estilo tradicional que representaban los Consejos. En esa línea creó en este año la Junta Suprema de Estado (presidida por él mismo), órgano que puede considerarse como precedente inmediato del Consejo de Ministros y que estaba destinado a orientar el gobierno del futuro soberano, obligando a todos los secretarios a reunirse una vez por semana. Se lleva a cabo el Censo conocido como «de Floridablanca», primero realizado sobre la población en España. Crea el Observatorio de Madrid y el Real Colegio de Cirugía. 1788 Comienza a encargarse de la Administración del Estado. La redacción de la «Instrucción reservada» redactada para la dirección de la Junta de Estado, creada por Carlos III por Real Decreto, es donde mejor se plasma su amplia visión de Estado. Su finalidad era servir de guía programática a la recién creada Junta Suprema de Estado. Este documento, junto con las trece relaciones enviadas a la Secretaría de Estado a partir de 1792 es conocido, en su conjunto, como su «testamento político», constituye la fuente más importante para el conocimiento de su ideología. El nuevo monarca le confirma en todos sus cargos. 1789 El pueblo de Madrid, en múltiples panfletos, le acusa de deslealtad a la Corona. Solicitó su destitución que no fue admitida por Carlos IV, quien, a su vez, creó nuevas secretarías (Gracia y Justicia, Real Casa y Patrimonio) para aliviar sus responsabilidades. 1790 El 18 de Julio sufre un atentado provocado por un curandero, de nacionalidad francesa, llamado Juan Pablo Pairet, quien le asesta varias puñaladas, del que sale indemne. 1792 El 28 de febrero, a los sesenta y dos años, acusado de corrupción y abuso de autoridad, es exonerado de su cargo por intrigas de la Reina María Luisa y de Godoy. Era preciso que Cronología del conde de Floridablanca 325 gobernara el amigo de la Reina, y, por tanto, se necesitaba destituir y envolver en un proceso de responsabilidades al ministro. Las presiones de la diplomacia francesa provocaron la justificación de la decisión real. Es obligado a residir en Hellín, en casa de su hermano Francisco. El 11 de julio, recibe la visita del Corregidor y del Alcalde de Corte, Domingo de Codina, quienes le arrestan, trasladándole preso a la ciudadela de Pamplona, donde permanece hasta 1795. Todos sus bienes le son embargados. 1794 A la destitución de Aranda, Moñino es liberado por Godoy. 1795 A los sesenta y cuatro años, el propio Godoy, para celebrar la Paz de Basilea, ordena que se le considere absuelto de la responsabilidad política de sus procesos. Obtiene una libertad controlada. Es liberado de la prisión de Pamplona y se traslada a Murcia, donde permanece alejado de la vida pública hasta su reaparición, ya como figura decorativa, en la crisis de 1808. 1796 Desde 1795 a 1808 reside en Murcia, apaciblemente, alternando meditaciones espirituales y ejercicios civiles con la dirección de algunas obras y riegos de la región, especialmente los de Lorca. 1808 El 22 de junio se redacta el documento suscrito por Floridablanca, proponiendo un Gobierno Central para toda España. El 7 de septiembre abandona Murcia camino de Aranjuez desde donde, bajo su dirección, se comienzan los trabajos preliminares para la formación de la Junta Central que se constituye el 25 de septiembre. Es elegido Presidente de la misma. En octubre, la Junta sale precipitadamente desde Aranjuez hacia Sevilla, por temor a una invasión de las tropas francesas. Fallece en Sevilla el 30 de diciembre de 1808. Es enterrado en el Panteón Real de la Catedral, con honores de Infante y bajo la urna donde se venera el cuerpo de San Fernando. 326 Don José Rodríguez Moñino, conde de Floridablanca (1728-1808) 1845 El Ayuntamiento de la ciudad de Murcia decide erigirle una estatua en el jardín que lleva su nombre en el barrio del Carmen. 1931 El Ayuntamiento de Murcia recibe sus restos, que reposan muy cerca de los de su padre, en una de las capillas de la iglesia de San Juan, en el barrio donde transcurrió su infancia. 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BOLETÍN Jovellanista.-Año IV, nº 4.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 2003.- 276 págs. BOLETÍN Jovellanista.-Año V, nº 5.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 2004.- 318 págs. BOLETÍN Jovellanista. Año VI, nº 6.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 2005.- 487 págs. (Agotado) BOLETÍN Jovellanista.- Año VII-VIII, núms. 7-8.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 2008.- 378 págs. CUADERNOS DE INVESTIGACION MONOGRAFÍAS I. MARTÍNEZ NOVAL, Bernardo.- Jovellanos.- Int. de Pipo ÁLVAREZ.Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 2006.- XXXVIII + 123 págs.., il. ISBN 84-933191-4-7 338 II. III. IV. V. VI. Fundación Foro Jovellanos. Publicaciones JOVELLANOS, Gaspar Melchor de.- Iphigenia. Tragedia escrita en Francés Por Juan Racine y Traducida al Español por Dn. Gaspar de Jove y Llanos, Alcalde de la Cuadra de la Rl. Audª de Sevilla… Para uso del Teatro de los Sitios Rs. Año de 1769. Jesús MENÉNDEZ PELÁEZ (Coord.)…[et al.].- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias; Cajastur, 2007.- 355 págs., il. ISBN 978-84-933191-8-2. (Agotado) A. BONET, JOAQUÍN.- Jovellanos. Poema dramático.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos; Ideas en Metal S.A., 2007.- 396 págs. ISBN 978-84936171-0-3. CORONAS GONZÁLEZ, Santos M.- Jovellanos y la Universidad.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos, Universidad de Oviedo, 2008.- 285 págs. ISBN 978-84-936171-1-0. (Agotado) GRACIA MENENDEZ, Ángela.- Las ideas lingüísticas de Don Gaspar de Jovellanos.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, Banco Herrero, 2008.- 321 págs. ISBN 978-84-936171-2-7 ÁLVAREZ FAEDO, María José.- Josefa de Jovellanos. Semblanza de una dama a los ojos de su hermano Gaspar de Jovellanos.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, Ideas en Metal S.A., 2008.- 227 págs. ISBN 978-84-936171-3-4 CUADERNOS CUADERNOS DE INVESTIGACIÓN. Núm. 1 - Año 2007.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 2008.- 356 págs. VARIOS Revista. X aniversario.- Gijón, Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 2005.- 62 págs. il. Vv. Aa.- Luis Adaro Ruiz-Falcó. Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias; Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Gijón, 2007.- 75 págs. il. ISBN 978-84-933191-9-9 Una parte importante de las publicaciones, disponible en: www.jovellanos.org Se terminó de imprimir este libro el 19 de febrero de 2009, coincidiendo con el CCXXXII aniversario de la toma posesión por don José Moñino y Redondo como Secretario del Despacho de Estado. Editado con el patrocinio de don José María Castillejo y Oriol, conde de Floridablanca, como recuerdo de su antepasado, al conmemorarse en 2008 el bicentenario de su fallecimiento en Sevilla. En este mismo día se hace entrega de un ejemplar a Patronos y “Amigos de Jovellanos” durante el primer acto cultural que la Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias organiza en la Villa de Madrid.