Visión crítica de La casa de Bernarda Alba

Anuncio
Visión crítica de La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca
1ª mitad del siglo xx
La casa de Bernarda Alba, escrita en 1936, momentos antes de la dramática muerte de
García Lorca, se gesta dentro del contexto de la II República (1931-1936), cuando se
fundan las Misiones Pedagógicas cuya ardua labor educativa se centró en acercar la cultura a
las zonas más desfavorecidas. Fue en esta línea –y auspiciado por las Misiones
Pedagógicas-, cuando Lorca funda el grupo teatral ambulante La Barraca con la intención
de llevar a escena a los autores auriseculares españoles y comprueba que el aplauso del
público de las zonas rurales no estaba reñido con la innovación escénica.
En ese sentido, con la pretensión de iniciar la búsqueda de un nuevo lenguaje escénico
para convertir en arte los problemas universales y en poesía los conflictos individuales,
como ya hiciera antes en Yerma y Bodas de sangre, Lorca concilia en La casa de Bernarda Alba
los dos conceptos que caracterizarían a los autores de la sensibilidad del 27: Tradición y
Vanguardia. Tradición, por cuanto recrea un drama rural andaluz con unos temas y unos
personajes que hunden sus raíces en lo popular. Vanguardia, por cuanto el ambiente, los
personajes y hasta el lenguaje quedan trascendidos estilísticamente mediante el símbolo.
En cuanto a los aspectos que más me han llamado la atención, es llamativo
que en la estructura de la obra, dividida en tres actos, Lorca prescinde de otras
unidades inferiores como las escenas, para que la fuerza del diálogo se convierta en el eje
de la progresión dramática y donde el autor granadino inunda de expresiones y refranes
de carácter popular que permiten situar la acción en su ámbito rural y donde evidencia su
conocimiento del folklore español: «lengua de cuchillo», «mal dolor de clavo le pinche en
los ojos», etc.
Otro aspecto igualmente significativo es la universalidad de temas que Lorca
pone en escena, como la tensa lucha entre las fuerzas autoridad-libertad, que
encarnan, por una parte Bernarda –símbolo del poder matriarcal y opresivo-, y, por otro,
sus cinco hijas, especialmente Adela, que anhela vehemente el deseo de libertad, aunque
este sea solo ilusorio, porque se suicidad una vez que comprueba que nunca va a poder
alcanzarlo. La ferocidad del destino trágico de quienes se rebelan a favor de la libertad,
como Adela o Maria Josefa; la opresión a la mujer, perfectamente escenificada en las
hijas de Bernarda; o la crítica a la moral conservadora de una sociedad que lleva a
personajes como Bernarda a vivir siempre en un mundo de apariencias, y de ahí que
encierre a sus hijas en el opresivo mundo que ella ha forjado con autoridad en su casa.
Asimismo, la caracterización de los personajes se dibuja en ese entorno de temas
que Lorca ha diseñado en la obra. Así, Bernarda representa la tiranía, el despotismo, la
forja de una moral conservadora. Por eso, frente a esta autoridad sólo cabe dos salidas
igualmente trágicas: la que revela Adela, la hija menor, que acaba por suicidarse; o la de
María Josefa, la madre de Bernarda, que acaba en la locura, pero cuyas palabras
revelan verdad, porque es la única que reivindica la libertad, el amor, la maternidad, etc.
En medio de estos dos polos se sitúan las demás hijas: Magdalena y Amelia, personajes
que han aceptado la sumisión ante la autoridad de Bernarda; Martirio, que se presenta
celosa y envidiosa al frustrarse su boda y contemplar cómo Adela atrae a Pepe el
Romano; Angustias, la única que puede escapar de ese mundo opresivo al concertarse el
matrimonio con Pepe el Romano, a sabiendas que éste sólo busca el dinero; Poncia, la
criada, el único nexo con el mundo exterior, cuyas intervenciones son un derroche de
sabiduría popular; y, finalmente Pepe el Romano, el personaje que activa el conflicto y
que canaliza las pasiones y las iras de la casa.
No menos agudas intervenciones evidencia el dramaturgo granadino con el
uso de las tres unidades. De esta manera podemos comprobar que cada acto nos
sitúa progresivamente en un ESPACIO más cerrado de la casa: y es que la casa
representa el mantenimiento del orden y de la seguridad frente a un espacio externo,
símbolo de las fuerzas que pugnan por actuar en su contra. Toda la ACCIÓN se lleva a
cabo en su interior, surcado de cuartos, paredes, pasillos y ventanas que se mencionan
con frecuencia y que le proporcionan cierto aspecto de «laberinto». La existencia de
lugares, acciones o personajes fuera de este recinto se conoce por alusión. De ahí el
carácter simbólico que acentúa Lorca entre un espacio «dentro» de la casa y otro
«fuera» de ella.
Igualmente el tiempo es también cerrado. La obra sucede en un verano
caluroso que paulatinamente irá atosigando a los personajes que se insertan en la casa. La
historia comienza al fin de una mañana, presidida por la muerte y el clamor de las
campanas, que sonarán a lo largo de la pieza como eco o contrapunto de un paso del
tiempo que parece inmutable. El segundo acto sucede en la siesta, al sonar las tres,
mientras el tercero, al anochecer. Con ello, Lorca consigue contraer y condensar el
tiempo, rompiendo y subrayando la apariencia de unidad de tiempo, porque todo es
simbólico, ya que todos los hechos ocurren en la misma casa, en el mismo día: todo
parece idéntico, menos el exterior de la casa, que sabemos de él simplemente por
alusiones.
De esta manera, Lorca consigue un agudizado realismo en este drama rural, al estilo
de Yerma y Bodas de sangre, pero un realismo que trasciende con el símbolo, como el
bastón de Bernarda, que escenifica el poder de la autoridad; el abanico y el camisón verde
de Adela, la sensualidad, el erotismo y la rebeldía ante el sistema; el calor asfixiante que
reina en la casa, para intensificar el espacio cerrado sin esperanza en el que viven las hijas
de Bernarda, como lo es también el propio lenguaje de los personajes que transciende el
puro realismo, inundando Lorca sus intervenciones de poeticidad con el uso de
numerosas recursos expresivos, como metáforas, comparaciones, refranes, dichos
populares, etc.
Descargar