letteratura spagnola i antologia - Università degli Studi di Messina

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UNIVERSITÀ DEGLI STUDI DI MESSINA
LETTERATURA SPAGNOLA I
Corso di laurea in Lingue, letterature e culture straniere
Prof. Donatella Siviero
ANTOLOGIA
ANNO ACCADEMICO 2008-2009
EPOCA MEDIEVALE
MOAXAJAS Y JARCHAS
Da: J. Ma Solá-Solé, La jarchas romances y sus moaxajas, Madrid, Taurus, 1990.
48 (Anónima)
Arrastra la cola de los vestidos
y escancia el vino, señora de los pendientes.
1
Sírvemelo, amarillo como el oro,
ese vino de color de ámbar,
que ríe en las copas como las perlas
que brillan en tu boca y en tu garganta.
Así pues, muéstralo cual perla pura en un collar
y mezcla la saliva con el jugo perfumado del racimo.
2
He aquí que ha vuelto la alegría de la aurora,
ofreciendo al jardín perlas como vestido,
al chisporrear el rayo por encima de él cual mechero;
verás las flores en él armoniosamente dispuestas,
mostrando crines de caballo grises
y esparciendo su olor de bienestar.
3
Brilla una luna llena en la noche de la oscuridad
como la espuma en el seno de las olas,
y el horizonte parece la cúpula de la noche tranquila,
a manera de tienda que ha sido formada con la pureza del marfil.
Y apareció ella de mañana entre las beldades del espacio,
recogiendo el rocío, ¡y qué rocío!
4
¿Acaso son tus ojos espadas o puntas de flecha?
¿Acaso es lo que me ofreces una llama consumidora de amor o la muerte?
En mí, en cuanto al amor, no hay esperanza en su logro,
ya que acomete con finas lanzas,
la que es un ídolo del palacio, una gacela de los matorrales,
que desciende al jardín a la hora del crepúsculo.
5
Le dije: «Visita –pues yo doy mi vida por ti- a un triste
que, a causa del amor, ha llegado a encontrar mútiples penas».
Y ella cantó, negándose por juego,
¡oh, maravilla de sus palabras, maravilla!
‘n tgm’tn tmtr ‘y ‘l’ kn ‘lšrt
‘n tym` jlj‘ly m` qrt.
Non t’amaréy, illa kon al-šarti
‘an tayma` jalja‘li ma`a qurti
No te amaré, sino con la condición
de que juntes mi ajorca de tobillo con mis pendientes.
2
21 Jarcha di Ab-l-Abbas al-Ama at- Tutili, el ciego de Tudela (XII sec.)
[La jarcha è inserita in una moaxaja di tema amoroso composta da un preludio e cinque strofi.]
Mio al-habib enfermo de mio amar
ke no ad sanar
benge-se a mibi ke sanad mio legar
Mi amigo está enfermo de amarme.
¿No sanará?
Que venga a mí que cura mi acercamiento.
Jarchas della serie ebrea
Yosef el-Katib, José el Escriba (XI sec.)
1
[La moaxaja che ingloba questa jarcha è un panegirico dedicato probabilmente al visir granadino Samuel ibn
Nagrella e a suo fratello Ishaq. Consta di sei strofi; la jarcha è posta in bocca allo stesso poeta che, con
termini amorosi, dichiara la sua ammirazione per la persona elogiata.]
Tanto amare tanto amare
habib tanto amare
enfermaron olios nidios,
e dolen tan male.
¡Tanto amar, tanto amar
amigo, tanto amar!
¡Enfermaron unos ojos brillantes
y duelen tan mal¡
Jehudá Haleví (1075-1140?)
33
[Questa jarcha è inserita in una moaxaja composta da un preludio e cinque strofi, un panegirico dedicato dal
poeta al suo amico rabbino Ishaq ibn Qrispin. La jarcha è posta sulle labbra di una fanciulla che confessa alle
sorelle (o amiche) la sua pena per l’assenza dell’amato.]
Garid vos, ay yermenelas,
com’ contener è meu mali?
Sin el habib non vivireyu
ed volarey demandari.
Decid, vosotras, oh hermanillas,
¿cómo refranaré mi pesar?
Sin el amado yo no viviré,
y volaré a buscarlo.
38a
[La moaxaja che ingloba questa jarcha è un panegirico dedicato a un amico chiamato Abraham. Consta di un
preludio e cinque strofi. Nella jarcha, una fanciulla, che si presume essere innamorata dello stesso Abraham,
si lamenta per l’assenza dell’amico e per la malattia d’amore.]
Bay-se mio qoragon de mib
ya Rab si se me tornarad
tan mal me doled li-al-habib
enfermo yed quan sanarad
Mi corazón se va de mí.
Oh, Dios, ¿acaso me volverá?
Tan mal me duele a causa del amigo
enfermo está, ¿cúando sanará?
3
CANTIGAS GALEGO-PORTOGHESI
Da: Lírica profana galego-portuguesa, ed. a cura di M. Brea, 2 voll., Santiago de Compostela, Xunta de
Galicia, 1996.
Meedinho (s. XIII)
Sedia-m’eu na ermida de San Simión
Sedia-m’eu na ermida de San Simión,
e cercaron-mi-as ondas que grandes son.
Eu atendend’o meu amigu’! E verrá?
Estando na ermida ant’o altar
e cercaron-mi-as ondas grandes do mar.
Eu atenden[d’o meu amigu’! E verrá?]
E cercaron-mi as-ondas que grandes son:
non ei [i] barqueiro nen remador.
Eu [atendend’o meu amigu’! E verrá?]
E cercaron-mi-as ondas do alto mar:
non ei [i] barqueiro nen sei remar.
Eu aten[dend’o meu amigu’! E verrá?]
Non ei i barqueiro, nen remador:
morrerei [eu], fremosa, no mar maior.
Eu aten[dend’o meu amigu’! E verrá?]
Non ei [i] barqueiro nen sei remar:
morrerei eu, fremosa, no alto mar.
Eu [atendend’o meu amigu’! E verrá?]
[Estaba yo en la ermita de San Simón / y me rodearon las olas, que grandes son: / yo (estaba) esperando a mi
amigo, / yo (estaba) esperando a mi amigo. // Estando en la ermita, ante el altar, / y me rodearon las olas
grandes del mar: / yo (estaba) esperando a mi amigo, / yo (estaba) esperando a mi amigo. // Y me rodearon
las olas, que grandes son, / no hay allí barquero ni remero: / yo (estaba) esperando a mi amigo! / yo (estaba)
esperando a mi amigo! // Y me rodearon las olas del alto mar, / no hay allí barquero ni sé remar: / yo (estaba)
esperando a mi amigo! / yo (estaba) esperando a mi amigo! // No hay allí barquero, ni remero, / moriré
hermosa en el mar mayor: / yo (estaba) esperando a mi amigo! / yo (estaba) esperando a mi amigo! // No hay
allí barquero, ni sé remar, / moriré hermosa en el alto mar: / yo (estaba) esperando a mi amigo! / yo (estaba)
esperando a mi amigo!].
4
Don Dinis de Portugal (1261-1325)
Levantou-s’a velida
Levantou-s’a velida,
levantou-s’ alva.
e vai lavar camisas
e-no alto.
Vai-las lavar alva.
Levantou-s’ a luoçana,
levantou-s’ alva,
e vai lavar delgadas
e-no alto.
Vai-las lavar alva.
E vai lavar camisas,
levantou-s’ alva;
o vento lh' as desvia
e-no alto.
Vai-las lavar alva.
E vai lavar delgadas,
levantou-s’ alva;
o vento lh' as levava
e-no alto.
Vai- las lavar alva.
O vento lh’as desvia,
levantou-s’ alva;
meteu-s' alva em ira
e-no alto.
Vai- las lavar alva.
O vento lh’as levava,
levantou-s’ alva;
meteu-s’ alva em sanha,
e-no alto.
Vai- las lavar alva.
[Se levantó la bella / se levantó la cándida / y va a lavar camisas / al río. / Se va a lavarlas. // Se levantó la
graciosa, / se levantó la cándida / va a lavar las delicadas / al río. / Se va a lavarlas. // Y va a lavar camisas /
se levantó la cándida; / el viento se las quitaba / al río. / Se va a lavarlas. // El viento se las quita / se levantó
la cándida; / se enojó la cándida / al río. / Se va a lavarlas. // El viento se las quitaba, / se levantó la cándida; /
se irritó la cándida / al río. / Se va a lavarlas.]
5
Martim Soares (fine XIII secolo)
Foi um dia Lopo jograr
Foi um dia Lopo jograr
a casa duü infançon cantar,
e mandou-lhe ele por don dar
três couces na garganta,
e foi-lhe escasso, a meu cuidar,
segundo como el canta
Escasso foi o infançon
en seus couces partir’ enton,
ca non deu a Lopo enton
mais de três na garganta,
e mais merece o jograron,
segundo como el canta.
[Fue un día Lopo juglar / a casa de un infanzón a cantar, / y éste ordenó que le donasen / tres patadas en la
garganta / y fue poco, en mi opinión / según él canta. // Avariento fue el infanzón / en la distrubución de las
patadas,/ porque a Lopo no le dió / más que tres en la garganta, / y más merece el juaglarazo, / según él
canta.]
6
POESIA EPICA
Da: Cantar de Mio Cid, ed. a cura di A. Montaner, Barcelona, Crítica, 1993.
Prosificación cronística de parte de los versos iniciales perdidos
Cuenta la estoria que enbió el Cid por todos sus amigos e sus parientes e sus vasallos, e mostróles en
cómmo le mandava el rey salir de la tierra fasta nueve días. E díxoles: –Amigos, quiero saber de vós cuáles
queredes ir conmigo. E los que conmigo fuerdes, de Dios ayades buen grado, e los que acá fincáredes,
quiero me ir vuestro pagado.– Estonce fabló don Álvar Fáñez, su primo cormano: –Conbusco iremos todos,
Cid, por yermos e por poblados, e nunca vos falleceremos en cuanto seamos bivos e sanos; conbusco
despenderemos las mulas e los cavallos, e los averes e los paños; sienpre vos serviremos commo leales
amigos e vasallos.– Estonce otorgaron todos lo que dixo Álvar Fáñez e mucho les agradesció mio Cid
cuanto allí feu razonado.
E desque el Cid tomó el aver, movió con sus amigos de Bivar e mandó que se fuesen camino de Burgos. E
cuando el Cid vio los sus palascios deseredados e sin gente, e las perchas sin açores e los portales sin
estrados…
(vv. 1-54)
De los sos ojos tan fuertemientre llorando,
tornava la cabeça e estávalos catando.
Vio puertas abiertas e uoços sin cañados,
alcándaras vazías, sin pielles e sin mantos,
e sin falcones e sin adtores mudados.
Sospiró mio Cid, ca mucho avié grandes cuidados,
fabló mio Cid bien e tan mesurado:
«¡Grado a ti, Señor, Padre que estás en alto!
¡Esto me han buelto mios enemigos malos!»
Allí piensan de aguijar, allí sueltan las riendas.
A la exida de Bivar ovieron la corneja diestra
e entrando a Burgos oviéronla siniestra.
Meció mio Cid los ombros e engrameó la tiesta:
«Albricia, Álbar Fáñez, ca echados somos de tierra!»
Mio Cid Ruy Díaz por Burgos entró,
en su conpaña sessaenta pendones.
Exiénlo ver mugieres e varones,
burgeses e burgesas por la finiestras son,
plorando de los ojos, tanto avién el dolor,
de las sus bocas todos dizían una razón:
«¡Dios, qué buen vassallo, si oviesse buen señor!»
Conbidarle ien de grado, mas ninguno non osava:
el rey don Alfonso tanto avié la grand saña.
Antes de la noche, en Burgos d’él entró su carta
con gran recabdo e fuertemientre sellada:
que a mio Cid Ruy Díaz que nadi no·l’ diessen posada,
e aquel que ge la diesse sopiesse vera palabra,
que perderié los averes e más los ojos de la cara,
e aun demás los cuerpos e las almas.
Grande duelo avién las yentes cristianas,
ascóndense de mio Cid, ca no l’osan dezir nada.
El Campeador adeliñó a su posada,
así commo llegó a la puerta, fallóla bien cerrada,
7
por miedo del rey Alfonso que assí la avién parada,
que si no la quebrantás por fuerça que no ge la abriese nadi.
Los de mio Cid a altas voces llaman,
los de dentro non les querién tornar palabra.
Aguijó mio Cid, a la puerta se llegava,
sacó el pie del estribera, una ferida·l’ dava;
non se abre la puerta, ca bien era cerrada.
Una niña de nuef años a ojo parava:
«¡Ya Campeador, en buen ora cinxiestes espada!
El rey lo ha vedado, anoch d’él entró su carta
con grant recabdo e fuertemientre sellada.
Non vos osariemos abrir nin coger por nada;
si non, perderiemos los averes e las casas,
e demás los ojos de las caras.
Cid, en nuestro mal vós non ganades nada,
mas el Criador vos vala con todas sus vertudes santas.»
Esto la niña dixo e tornós’ pora su casa.
Ya lo vee el Cid, que del rey non avié gracia;
partiós’ de la puerta, por Burgos aguijava,
llegó a Santa María, luego descavalga,
fincó los inojos, de coraçón rogava.
(vv. 2278-2310)
En Valencia seí mio Cid con todos los sos,
con él amos sus yernos, los ifantes de Carrión.
Yaziés’ en un escaño, durmié el Campeador;
mala sobrevienta sabed que les cuntió:
saliós de la red e desatós’ el león.
En grant miedo se vieron por medio de la cort;
enbraçan los mantos los del Campeador
e cercan el escaño e fincan sobre so señor;
Ferrán Gonçáles [....]
non vio allí dó s’alçasse, nin cámara abierta nin torre,
metiós’ so l’escaño, tanto ovo el pavor;
Diego Gonçález por la puerta salió
diziendo de la boca: «¡Non veré Carrión!»
Tras una viga lagar metiós’ con grant pavor,
el manto e el brial todo suzio lo sacó.
En esto despertó el que en buen ora nació,
vio cercado el escaño de sus buenos varones:
«¿Qué’s esto, mesnadas, o qué queredes vós?»
«¡Ya señor ondrado, rebata nos dio el león!»
Mio Cid fincó el cobdo, en pie se levantó,
el manto trae al cuello e adeliñó pora’l león;
el león, cunado lo vio, assí envergonçó,
ante mio Cid la cabeça premió e el rostro fincó.
Mio Cid don Rodrigo al cuello lo tomó
e liévalo adestrando, en la red le metió.
A maravilla lo han cuantos que ý son
e tornáronse al palacio, pora la cort.
Mio Cid por sos yernos demandó e no los falló;
maguer los están llamando, ninguno non responde.
Cuando los fallaron, ellos vinieron assí sin color;
non viestes tal juego commo iva por la cort,
mandólo vedar mio Cid el Campeador.
8
Mucho·s’ tovieron por enbaídos los ifantes de Carrión,
fiera cosa les pesa d’esto que les cuntió.
(2697-2748)
Entrados son los ifantes al robredo de Corpes,
los montes son altos, las ramas pujan con las núes,
e las bestias fieras que andan aderredor.
Fallaron un vergel con una linpia fuent,
mandan fincar la tienda ifantes de Carrión,
con cuantos que ellos traen ý yazen essa noch,
con sus mugieres en braços demuéstranles amor,
¡mal ge lo cunplieron cuando salié el sol!
Mandaron cargar las azémilas con grandes averes a nombre,
cogida han la tienda do albergaron de noch,
adelant eran idos los de criazón,
assí lo mandaron los ifantes de Carrión,
que non ý fincás ninguno, mugier nin varón,
sinon amas sus mugieres, doña Elvira e doña Sol,
deportarse quieren con ellas a todo su sabor.
Todos eran idos, ellos cuatro solos son,
tanto mal comidieron los ifantes de Carrión:
-Bien lo creades, don Elvira e doña Sol,
aquí seredes escarnidas, en estos fieros montes,
oy nos partiremos e dexadas seredes de nós,
non abredes part en tierras de Carrión.
Irán aquestos mandados al Cid Campeador,
nós vengaremos por aquésta la del león.Allí les tuellen los mantos e los pelliçones,
páranlas en cuerpos e en camisas e en ciclatones.
Espuelas tienen calçadas los malos traidores,
en mano prenden las cinchas fuertes e duradores.
Cuando esto vieron las dueñas, fablava doña Sol:
-¡Don Diego e don Ferrando, rogámosvos por Dios!
Dos espadas tenedes fuertes e tajadores,
al una dizen Colada e al otra Tizón,
cortandos las cabeças, mártires seremos nós;
moros e cristianos departirán d’esta razón,
que por lo que nós merecemos no lo prendemos nós.
Atán malos ensiemplos non fagades sobre nós;
si nós fuéremos majadas, abiltaredes a vós,
retraérvoslo han en vistas o en cortes.Lo que ruegan las dueñas non les ha ningún pro,
essora les conpieçan a dar los ifantes de Carrión,
con la cinchas corredizas májanlas tan sin sabor;
con las espuelas agudas, don ellas an mal sabor,
ronpién las camisas e las carnes a ellas amas a dós.
Linpia salié la sangre sobre los ciclatones,
ya lo sienten ellas en los sos coraçones.
¡Cuál ventura serié ésta, sí ploguiesse al Criador,
que assomasse essora el Cid Campeador!
Tanto las majaron que sin cosimente son,
sangrientas an las camisas e todos los ciclatones.
Cansados son de ferir ellos amos a dos,
ensayándos’ amos cuál dará mejor colpes.
Ya non pueden fablar don Elvira e doña Sol,
por muertas las dexaron en el robredo de Corpes.
9
Leváronles los mantos e las pieles armiñas,
mas déxanlas marridas en briales e en camisas
e a las aves del monte e a las bestias de la fiera guisa.
Por muertas las dexaron, sabed, que non por bivas.
¡Cuál ventura serié si assomás essora el Cid Campeador!
Los ifantes de Carrión […………..],
en el robredo de Corpes por muertas las dexaron,
que el una al otra no·l’ torna recabdo.
Por los montes do ivan, ellos ívanse alabando:
-De nuestros casamientos agora somos vengados,
non las deviemos tomar por varraganas si non fuéssemos rogados,
pues nuestras parejas non eran pora en braços.
¡La desondra del león assí s’irá vengando!Da: Poema del Cid, versión métrica modernizada y prólogo de F. López Estrada, Madrid, Castalia,
1977.
Con sus ojos muy grandemente llorando
tornaba la cabeza y estábalos mirando:
vio las puertas abiertas, los postigos sin candado,
las perchas vacías sin pieles y sin mantos
y sin halcones y sin azores mudados.
Suspiró mío Cid triste y apesadumbrado.
Habló mío Cid y dijo resignado:
«¡Loor a ti, señor Padre, que estás en lo alto!
Esto me han urdido mis enemigos malos».
Ya cabalgan aprisa, ya aflojan las riendas.
Al salir de Vivar, tuvieron la corneja diestra,
y entrando en Burgos, tuviéronla siniestra.
El Cid se encogió de hombros y meneó la cabeza:
«¡Albricias, Álvar Fáñez, que si ahora nos destierran
con muy gran honra tornaremos a Castiella!»
Mío Cid Ruy Díaz por Burgos entróve,
van en su compañía sesenta pendones;
salen a verlo mujeres y varones,
burgueses y burguesas a las ventanas se ponen,
llorando de los ojos, ¡tan grande era su dolor
De las sus bocas todos decían una razón
«¡Dios, qué buen vasallo, si tuviese buen señor!»
Le hospedarían con gusto, pero ninguno osaba:
que el rey don Alfonso le tenía gran saña.
Antes de la noche en Burgos entró su carta
con gran mandamiento y fuertemente sellada
que a mío Cid Ruy Díaz que nadie le diese posada
y aquellos que se la diesen supiesen vera palabra
que perderían sus bienes y además los ojos de la cara,
y aun además los cuerpos y las almas.
Grande duelo tenían las gentes cristianas;
se esconden de mío Cid, que no osan decirle nada.
El Campeador se dirigió a su posada;
cuando llegó a la puerta, la halló bien cerrada,
por miedo del rey Alfonso, así ellos acordaran:
que a menos que la rompiese, no se la abrirían por nada.
10
Los de mío Cid a altas voces llaman,
los de dentro no les querían responder palabra.
Aguijó mío Cid, a la puerta se llegaba,
sacó el pie del estribo, un fuerte golpe daba;
no se abre la puerta, que estaba bien cerrada.
Una niña de nueve años a mío Cid se acercaba:
«Ya Campeador, en buen hora ceñiste espada.
El rey lo ha vedado, anoche entró su carta,
con gran mandamiento y fuertemente sellada.
No os osaríamos abrir ni acoger por nada;
si no, perderíamos los bienes y las casas,
y aún además los ojos de las caras.
Cid, en nuestro mal vos no ganáis nada;
mas el Criador os guarde con todas sus virtudes santas».
Esto la niña dijo y tornó para su casa.
Ya lo ve el Cid que del rey no esperaba gracia.
Partióse de la puerta, por Burgos aguijaba,
llegó a Santa María, luego descabalga;
hincó las rodillas, de corazón rogaba.
La oración hecha, luego cabalgaba;
salió por la puerta, el río Arlanzón pasaba.
Junto a la villa de Burgos en la glera acampaba,
mandó plantar las tiendas, después descabalgaba.
Mío Cid Ruy Díaz, el que en buen hora ciñó espada,
acampó en la glera que nadie le abre su casa;
están junto a él los fieles que le acompañan.
Así acampó mío Cid como si fuese en montaña.
En Valencia con los suyos vivía el Campeador;
con él estaban sus yernos, Infantes de Carrión.
Un día que el Cid dormía en su escaño, sin temor,
un mal sobresalto entonces, sabed, les aconteció:
escapóse de una jaula, saliendo fuera, un león.
Los que estaban en la Corte sintieron un gran temor;
recogiéronse sus mantos los del buen Campeador,
y rodean el escaño en guarda de su señor.
Allí Fernando González, (Infante de Carrión),
ni en las salas ni en la torre ningún refugio encontró;
metióse bajo el escaño, tan grande fue su pavor.
Diego González, el otro, por la puerta se salió
diciendo con grandes gritos: «¡Ay, que no veré Carrión!»
Tras la viga de un lagar metióse con gran temor;
todo el manto y el brial sucios de allí los sacó.
En esto que se despierta el que en buen hora nació;
de sus mejores guerreros cercado el escaño vio:
«¿Qué pasa aquí, mis mesnadas? ¿Qué queréis? ¿Qué aconteció?»
«Es que, mi señor honrado, un susto nos dio el león.»
Apoyándose en el codo, en pie el Cid se levantó:
El manto se pone al cuello y encaminóse al león.
La fiera, cuando vio al Cid, al punto se avergonzó;
allí bajó la cabeza, y ante él su faz humilló.
Nuestro Cid Rodrigo Díaz por el cuello lo tomó,
y lo lleva de la mano, y en la jaula lo metió.
A maravilla lo tiene todo el que lo contempló.
Volviéronse hacia la sala donde tinen reunión.
Por sus dos yernos Rodrigo preguntó, y no los halló;
11
aunque a gritos los llaman, ni uno ni otro respondió,
y cuando los encontraron, los hallaron sin color,
No vieseis allí qué burlas hubo en aquella ocasión;
mandó que tal no se hiciese nuestro Cid Campeador.
Sintéronse avergonzados Infantes de Carrión;
fiera deshonra les pesa de lo que les ocurrió.
En el robledo de Corpes entraron los de Carrión,
los robles tocan las nubes, ¡tan altas las ramas son!
Las bestias fieras andan alrededor.
Hallaron una fuente en un vergel en flor;
mandaron plantar la tienda los infantes de Carrión,
allí pasaron la noche con cuantos con ellos son;
con sus mujeres en brazos demuéstranles amor;
¡mal amor les mostraron en cuanto salió el sol!
Todos se habían ido, ellos cuatro solos son,
así lo habían pensado los infantes de Carrión:
«Aquí en estos fieros bosques, doña Elvira y doña Sol,
vais a ser escarnecidas, no debéis dudarlo, no.
Nosotros nos partiremos, aquí quedaréis las dos;
no tendréis parte en tierras de Carrión.
Llegarán las nuevas al Cid Campeador,
así nos vengaremos por lo del león».
Los mantos y las pieles les quitan los de Carrión,
con sólo las camisas desnudas quedan las dos,
los malos traidores llevan zapatos con espolón,
las cinchas de sus caballos ásperas y fuertes son.
Cuando esto vieron las damas así hablaba doña Sol:
«Don Diego y don Fernando, os rogamos por Dios,
dos espadas tenéis, fuertes y afiladas son,
el nombre de una es Colada, a la otra dicen Tizón,
cortadnos las cabezas, mártires seremos nos.
Moros y cristianos hablarán de vuestra acción,
dirán que no merecimos el trato que nos dais vos.
Esta acción tan perversa no la hagáis con nos
si así nos deshonráis, os deshonraréis los dos;
ante el tribunal del rey os demandarán a vos».
Lo que ruegan las dueñas de nada les sirvió.
Comienzan a golpearlas los infantes de Carrión;
con las cinchas de cuero las golpean sin compasión;
así el dolor es mayor, los infantes de Carrión:
de las crueles heridas limpia la sangre brotó.
Si el cuerpo mucho les duele, más les duele el corazón.
¡Qué ventura tan grande si quisiera el Criador
que en este punto llegase mio Cid el Campeador!
12
MESTER DE CLERECÍA
GONZALO DE BERCEO
Da: Gonzalo de Berceo, Milagros de Nuestra Señora, ed. a cura di M. Gerli, Madrid, Cátedra, 1991.
vínoli la Gloriosa, plena de bendición,
como qui sannosamientre, dissoli tal razón:
XV El novio y la Virgen
330 Enna villa de Pisa, çibdat bien cabdalera,
en puerto de mar yaçe rica de grand manera,
avié ý un calonge de buena alcavera,
dezién Sant Cassïán ond el calonge era.
340 «Don fol, malastrugado, torpe e enloquido,
¿en qué roídos andas, ¿en que eres caído?
Semejas ervolado que as yervas bevido,
o que eres del blago de Sant Martín tannido.
331 Como fizieron otros que de suso contamos,
que de Sancta María fueron sos capellanos,
ésti amóla mucho, más que muchos christianos,
e faziéli servicio de piedes e de manos.
341 Assaz eras varón bien casado conmigo:
yo mucho te quería como a buen amigo;
mas tú andas buscando mejor de pan de trigo,
non valdrás más por esso quanto vale un figo.
332 Non avié essi tiempo uso la clerecía
dezir ningunas oras a ti, Virgo María,
pero elli diziélas siempre e cada dia,
avié en la Gloriosa sabor e alegria.
342 Si tú a mi quisieres escuchar e creer,
de la vida primera non te querrás toller:
a mí non dessarás por con otra tener,
si non, avrás la lenna a cuestas a traer.»
Avién los sos parientes esti fijo sennero,
quando ellos finassen era buen eredero;
dessávanli de mueble assaz rico cellero,
tenié buen casamiento assaz cobdiziadero.
333
343 Issió de la eglesia el novio maestrado,
todos avién querella que avié tardado,
fueron cabadelante recabdar su mandado,
fo todo el negocio aína recabdado.
334 El padre e la madre quando fueron finados,
vinieron los parientes tristes e desarrados:
diziénli que fizesse algunos engendrados,
que non fincassen yermos logares tan preciados.
Fizieron ricas bodas, la esposa ganada,
ca serié lo ál fonta si fuesse desdennada;
era con esti novio la novia bien pagada,
mas non entendié ella do yacié la celada.
344
335 Cambióse del proposito del que ante tenié,
moviólo la ley del sieglo, dixo que lo farié;
buscáronli esposa qual a él convenié,
destajaron el día que las bodas farié.
345 Sopo bien encobrirse el de suso varón,
la lengua poridat tovo al corazón,
ridié e deportaba todo bien por razón,
mas aviélo turrado mucho la visïón.
336 Quando vino el día de las bodas correr,
iva con sos parientes la esposa prender;
tan bien en la Gloriosa non podié entender,
commo lo solié ante otro tiempo fazer.
346 Ovieron ricas bodas e muy grant alegría,
nunqua mayor siquiere ovieron en un día;
mas echó la redmanga por ý Sancta María,
e fizo en sequero una grand pesquería.
337 Yendo por la carrera a complir el so depuerto,
membró·l de la Gloriosa que li yazié en tuerto,
tóvose por errado e tóvose por muerto,
asmó bien esta cosa que·l istrié a mal puerto.
347 Quando veno la noch, la ora que dormiessen,
fizieron a los novios lecho en que yoguiessen;
338 Asmando esta cosa de corazón cambiado,
halló una eglesia, lugar a Dios sagrado,
dessó las otras yentes fuera del portegado,
entró fer oración el novio refrescado.
Entró en la eglesia al cabero rencón,
inclinó los enojos fazié su oración,
339
13
ante que entre sí ningún solaz oviessen,
los brazos de la novia non tenién qué prisiessen.
qui por Dios tanto faze,
aya su bendición.
350 Creemos e asmamos que esti buen varón
buscó algun lugar de grand religïón,
y sovo escondido faciendo oración,
por ond ganó la alma de Dios buen gualardón.
Issióseli de manos, fússoli el marido,
nunqua saber podieron omnes dó fo caído,
sópolo la Gloriosa tener bien escondido,
non lo consintió ella que fuesse corrompido.
348
351 Bien devemos creer que la Madre gloriosa,
porque fizo est omne esta tamanna cosa,
no lo oblidarié, como es pïadosa,
bien allá lo farié posar do ella posa.
Dessó mugier fermosa e muy grand posesión,
lo que farién bien poccos de los que oï son;
nunqua lo entendieron do cadió, o do non:
349
halló una iglesia lugar a Dios sagrado:
dejó a la otra gente en el pórtico,
entró a rezar el novio arrepentido.
Versione modernizzata
En la villa de Pisa, importante ciudad,
situada en un puerto de mar y muy rica,
había un canónigo de buena familia,
el canónigo era de San Casiano.
Entró en la iglesia, fue a un rincón apartado,
se arrodilló y empezó su oración;
se le apareció la Gloriosa llena de bendición
que le dijo con gran saña estas palabras:
Como hicieron otros que arriba contamos,
que fueron capellanes de Santa María,
éste la amó mucho más que otros cristianos,
y le servía de pies y manos.
«Tu, loco desgraciado, torpe y tonto,
¿en qué cosa andas, en qué has caído?
Pareces hechizado, borracho de hierbas,
o te ha tocado el báculo de San Martín.
No había la costumbre entre la clerecía
de rezarte a ti, Virgen María,
pero él lo hacía siempre cada día,
esto le alegraba mucho a la Gloriosa.
Eras un varón bastante bien casado conmigo:
te quería mucho como a un buen amigo;
pero estás buscando un mejor pan de trigo,
no valdrás más por eso que un higo.
Tenían sus padres este hijo solamente,
cuando muriesen le quedaría una buena herencia,
le dejaban muchos bienes muebles
y buenos inmuebles muy codiciados.
Si me quisieras escuchar y creer
no querrás librarte de la vida de antes:
no me dejarás para irte con otra,
si no llevarás leña a espaldas.»
Cuando murieron el padre y la madre
llegaron los parientes tristes y desamparados,
le decían que tuviese hijos,
que no quedasen yermos lugares tan valiosos.
Salió el novio enseñado de la iglesia,
todos se quejaban de lo que había tardado,
fueron adelante a cumplir su recado,
fue el negocio cumplido prontamente.
Cambió el propósito que antes tenía
pudo la costumbre, dijo que lo haría,
le buscaron una esposa que le conviniera,
determinaron el día en que sería la boda.
Se casaron lujosamente, la esposa fue ganada
ya que sería afrentada si fuera desdeñada;
estaba la novia muy contenta con este novio,
pero ella no sabía dónde estaba el engaño.
Cuando llegó el día de la boda,
la esposa iba a recoger con sus parientes:
a la Gloriosa no podía atender
como acostumbraba hacer en otro tiempo.
Supo bien ocultarse el susodicho novio
la lengua no dacía el secreto del corazón,
reía y se distraía como se tenía que hacer,
pero le había turbado mucho la visión.
Yendo por la carretera hacia su diversión
se acordó de la Gloriosa y de haberle agraviada,
comprendió su equivocación, se sintió morir:
pensó que esta cosa le conduciría en mal puerto.
Hubo unas lujosas bodas y mucha alegría,
ninguna mayor hubo que cupiese en un día,
pero echó la red por allí Santa María,
e hizo en seco una gran pesca.
Pensando en esto con el corazón cambiado
14
Cuando llegó la noche, a la hora de dormir
le prepararon a los novios lecho en el que yacer:
antes de que se pudiesen solazar,
los brazos de la novia no tuvieron que coger.
Se le huyó de las manos, el marido se desapareció,
nunca descubrieron dónde fue,
supo la Gloriosa tenerlo bien escondido,
no consintió que fuese corrompido.
Dejó una hermosa mujer y grandes posesiones,
cosa que harían muy pocos actualmente:
nunca entendieron dónde estaba, dónde se fue;
quien tanto hace por Dios tenga su bendición.
Creemos y pensamos que este buen hombre
buscó un lugar muy religioso:
y allí estuvo escondido rezando,
por ello fue bien premiado por Dios.
Debemos creer que la Madre Gloriosa,
ya que hizo tamaña cosa por este hombre,
no lo olvidaría, ya que ella es piadosa
sino que le haría descansar donde ella descansa.
15
JUAN RUIZ, ARCIPRESTE DE HITA
Da: Arcipreste de Hita, Libro de Buen Amor, ed. a cura di A. Blecua e M. Fraixas, Madrid, Crítica,
2001.
Enxienplo de lo que conteçió a don Pitas Payas, pintor de Bretañia (474-485)
474
«Del que olvidó la muger te diré la fazaña,
si vieres que es burla, dime otra tan maña.
Eras Don Pitas Payas un pintor de Bretaña,
casóse con muger moça, pagávase de conpaña.
475
Antes del mes conplido, dixo él: “Nostra dona,
yo volo ir a Frandes, portaré muyta dona.”
Ella diz: “Mon señer, andés en ora bona,
non olvidés casa vostra nin la mía persona.”
476
Díxo Don Pitas Payas: “Dona de fermosura,
yo volo fer en vós una bona figura,
porque seades guardada de toda altra locura.”
Ella diz: “Mon señer, fazet vostra mesura.”
477
Pintól so el onbligo un pequeño cordero.
Fuese Don Pitas Payas a ser novo mercadero;
tardó allá dos años, mucho fue tardinero:
faziasele a la dona un mes año entero.
478
Como era la moça nuevamente casada,
avié con su marido fecha poca morada;
tomó un entendedor e pobló la posada,
desfízose el cordero, que d’él non finca nada.
479
Quando ella oyó que venía el pintor,
mucho de priessa enbió por el entendedor;
díxole que le pintase como podiesse mejor
en aquel logar mesmo un cordero menor.
480
Pintóle con la gran priessa un eguado carnero,
conplido de cabeça, con todo su apero;
luego en ese día vino el mensajero,
que ya Don Pitas Payas d’ésta venia çertero.
481
Quando fue el pintor de Frandes venido,
fue de la su muger con desdén resçebido;
desque en el palacio con ella estido,
la señal que·l feziera non la echó en olvido.
482
Dixo Don Pitas Payas: “Madona, si vos plaz,
mostratme la figura e aján buen solaz.”
Diz la muger: “Mon señer, vós mesmo la catat:
fey ý ardidamente todo lo que vollaz.”
483
Cató Don Pitas Payas el sobredicho lugar,
e vido un gran carnero con armas de prestar:
“¿Cómo es esto, madona, o cómo pode estar
16
que yo pinté corder
e trobo este manjar?”
484
Como en este fecho es sienpre la muger
sotil e malsabida, diz: “Cómo, mon señer,
en dos anos petid corder non se fazer carner?
Vós veniésedes tenprano e trobaríades corder.”
485
Por ende te castiga, non dexes lo que pides,
non seas Pitas Payas, para otro non errides;
con dezires fermosos a la muger conbides;
desque te lo prometa, guarda non lo olvides.»
Versione modernizzata da: Arcipreste de Hita, Libro de Buen Amor, a c. di M. Brey Mariño, Madrid,
Castalia, («Odres nuevos»), 1980.
Fábula del pintor Pitas Payas (474-485)
474
Dejó uno a su mujer (te contaré la hazaña;
si la estimas en poco, cuéntame otra tamaña).
Era don Pitas Payas un pintor de Bretaña,
casó con mujer joven que amaba la compaña.
475
Antes del mes cumplido dijo él : “Señora mía,
a Flandes volo ir, regalos portaría.”
Dijo ella: “Monseñer, escoged vos el día,
mas no olvidéis la casa ni la persona mía.”
476
Dijo don Pitas Payas: “Dueña de la hermosura,
yo volo en vuestro cuerpo pintar una figura
para que ella os impida hacer cualquie locura.”
Contestó: “Monseñer, haced vuestra mesura.”
477
Pintó bajo su ombligo un pequeño cordero
y marchó Pitas Payas cual nuevo mercadero;
estuvo allá dos años, no fue azar pasajero.
Cada mes a la dama parece un año entero.
478
Hacía poco tiempo que ella estaba casada,
había con su esposo hecho poca morada;
un amigo tomó y estuvo acompañada,
deshízose el cordero, ya de él no queda nada.
479
Cuando supo la dama que venía el pintor,
muy de prisa llamó a su nuevo amador;
dijo que le pintase, cual supiera mejor,
en aquel lugar mismo un cordero menor.
480
Pero con la gran prisa pintó un señor carnero,
cumplido de cabeza, con todo un buen apero.
Luego, al siguiente día, vino allí un mensajero:
que ya don Pitas Payas llegaría ligero.
481
Cuando al fin el pintor de Flandes fue venido,
su mujer, desdeñosa, fría le ha recibido:
cuando ya en su mansión con ella se ha metido,
la señal que pintara no ha echado en olvido.
17
482
Dijo don Pitas Payas: “Madona, perdonad,
mostradme la figura y tengamos sollaz.”
“Monseñer”, dijo ella, “vos mismo la mirad:
todo lo que quisieres hacer, hacedlo audaz.”
483
Miró don Pitas Payas el sabido lugar
y vio aquel gran carnero con armas de prestar.
“¿Cómo, madona, es esto? ¿Cómo puede pasar
que yo pinté corder y encuentro este manjar?”
484
Como en estas razones es siempre la mujer
sutil y mal sabida, dijo: “¿Qué, monseñer?
¿Petit corder, dos años, no se ha de hacer carner?
Si no tardaseis tanto aún sería corder.”
485
Por tanto ten cuidado, no abandones la pieza,
no seas Pitas Payas, para otro no se cuerza;
incita a la mujer con gran delicadeza
y si promete al fin, guárdate de tibieza.
De lo que contesçió al arçipreste con la serrana e de las figuras d’ella (10061006
Sienpre á mala manera la sierra e la altura:
si nieva i si yela, nunca da calentura;
bien en çima del puerto, fazía orilla dura,
viento con grand elada, rocío con grand frïura.
1007
Como omne no siente tanto frío si corre,
corrí la cuesta ayuso, ca diz: «Quien da a la torre,
antes diçe la piedra que sale el alhorre»;
yo dixe: «Só perdido, si Dios non me acorre.»
1008
Nunca desque nasçí pasé tan grand peligro
de frío; al pie del puerto falléme con vestiglo,
la más grande fantasma que vi en este siglo:
yeguariza, trefuda, talla de mal çeñiglo.
1009
Con la coita del frío e de aquella grand elada,
roguél que me quisiese ese día dar posada;
díxome que·l plazía si·l fuese bien pagada:
tovélo a Dios en merçed e levóme a la Tablada.
1010
Sus miembros e su talla non son para callar,
ca bien creed que era grand yegua cavallar;
quien con ella luchase non se podria bien fallar:
si ella non quisiese, non la podria aballar.
1011
En el Apocalipsi Sant Joan Evangelista
non vido tal figura nin de tan mala vista;
a grand hato daría lucha e grand conquista:
non sé de quál dïablo es tal fantasma quista.
18
1012
Avía la cabeça mucho grande, sin guisa,
cabellos chicos, negros, más que corneja lisa,
ojos fondos, bermejos, poco e mal devisa;
mayor es que la osa la patada do pisa;
1013
las orejas mayores que de añal burrico,
el su pescueço negro, ancho, velloso, chico,
las narizes muy gordas, luengas, de çarapico;
beveria en pocos días caudal de buhón rico;
1014
su boca de alana, grandes rostros e gordos,
dientes anchos e luengos, asnudos e moxmordos,
las sobreçejas anchas e más negras que tordos:
¡los que quieren casarse, aquí non sean sordos!
1015
Mayores que las mías tiene sus prietas barvas;
yo no vi en ella ál, mas si tú en ella escarvas,
creo que fallarás de las chufetas darvas;
valdríasete más trillar en las tus parvas.
1016
Mas, en verdat, sí, bien vi fasta la rodilla:
los huesos mucho grandes, la çanca non chiquilla,
de las cabras de fuego una grand manadilla,
sus tovillos mayores que de una añal novilla.
1017
Más ancha que mi mano tiene la su muñeca,
vellosa, pelos grandes, pero, non mucho seca,
boz gorda e gangosa, a todo omne entenca,
tardía, como ronca, desdonada e hueca.
1018
El su dedo chiquillo mayor es que mi pulgar:
piensa de los mayores si te podrías pagar;
si ella algund día te quisiese espulgar,
bien sentiria tu cabeça que son vigas de lagar.
1019
Por el su garnacho tenia las tetas colgadas,
dávanle a la çinta pues que estavan dobladas,
ca estando senzillas darl’ ién so las ijadas:
a todo son de çítola andarian sin ser mostradas.
1020
Costillas mucho grandes en su negro costado,
unas tres vezes contélas estando arredrado;
dígote que non vi más nin te sará más contado,
ca moço mesturero non es bueno para mandado.
1021
De quanto que me dixo e de su mala talla,
fize bien tres cantigas, mas non pud bien pintalla:
las dos son chançonetas, la otra de trotalla;
de la que non te pagares, veyla e ríe e calla.
Cántica de serrana
1023
1022
Çerca de Tablada,
la sierra passada,
falléme con Alda
a la madrugada.
19
Ençima del puerto,
coidé ser muerto
de nieve e de frío,
e d’ese roçío
e de grand elada.
1024
A a la deçida
di una corrida,
fallé una serrana
fermosa, loçana
e bien colorada.
1025
Dixe yo a ella:
«Omíllome, bella.»
Diz: «Tú que bien corres
aquí non te engorres:
anda tu jornada.»
1026
Yo·l dix: «Frío tengo
e por eso vengo
a vós, fermosura:
quered, por mesura,
oy darme posada.»
1027
Díxome la moça:
«Pariente, mi choça,
el que en ella posa
conmigo desposa
e me da soldada.»
1028
Yo·l dixe: «De grado,
mas yo só casado
aquí en Ferreros;
mas de mis dineros
darvos é, amada».
1029
Diz: «Trota comigo.»
Levóme consigo
e diom buena lunbre,
como es de costumbre
de sierra nevada.
1030
Diom pan de çenteno
tiznado, moreno,
e diom vino malo,
agrillo e ralo,
e carne salada.
1031
Diom queso de cabras:
«Fidalgo», diz, «abras
ese blaço e toma
un canto de soma,
que tengo guardada.»
1032
Diz: «Huésped, almuerça,
e beve e esfuerça,
caliéntate e paga:
de mal no·s te faga
fasta la tornada.
20
1033
Quien dones me diere
quales yo pediere,
avrá bien de çena
e lechiga buena
que no·l coste nada.»
1034
«Vós, que eso dezides,
¿por qué non pedides
la cosa çertera?»
Ella diz: «¡Maguera!
¿E si·m será dada?
1035
Pues dam una çinta
bermeja, bien tinta,
e buena camisa
fecha a mi guisa,
con su collarada.
1036
E dam buenas sartas
de estaño e fartas,
e dame halía
de buena valía,
pelleja delgada.
1037
E dam buena toca
listada de cota,
e dame çapatas
de cuello bien altas,
de pieça labrada.
1038
Con aquestas joyas,
quiero que lo oyas,
serás byen venido:
serás mi marido
e yo tu velada».
1039
«Serrana señora,
tanto algo agora
non trax por ventura;
mas faré fiadura
para la tornada.»
1040
Díxome la heda:
«Do non ay moneda,
non ay merchandía,
nin ay tan buen día
nin cara pagada.
1041
Non ay mercadero
bueno sin dinero,
e yo non me pago
del que no·m da algo
nin le dó posada.
1042 Nunca de omenaje
pagan ostalaje;
por dineros faze
ome quanto·l palze
cosa es provada.»
De lo que aconteció al Arcipreste con la serrana
1006
Hace siempre mal tiempo en la sierra y en la altura,
o nieva o está helando, no hay jamás calentura;
en lo alto del puerto sopla ventisca dura,
viento con gran helada, rocío y gran friura.
1007
Como el hombre no siente tanto frío si corre,
corrí la cuesta abajo, mas, si apedreas torre,
te cae la piedra encima, antes que salgas horre.
Yo dije: «Estoy perdido, si Dios no me socorre.»
1008
Desde que yo nací no pasé tal peligro:
llegando al pie del puerto me encontré con un vestiglo
el más grande fantasma que se ha visto en el siglo,
yegüeriza membruda, talle de mal ceñiglo.
1009
Con la cuita del frío y de la gran helada,
le rogué que aquel día me otorgase posada.
Díjome que lo haría si le fuese pagada;
di las gracias a Dios, nos fuimos a Tablada.
1010
Sus miembros y su talle no son para callar,
me podéis creer, era gran yegua caballar;
quien con ella luchase mal se habría de hallar,
si ella no quiere, nunca la podrán derribar.
1011
En el Apocalipsis, San Juan Evangelista
no vio una tal figura, de tan horrible vista;
a muchos costaría gran lucha su conquista,
¡no sé de qué diablo tal fantasma es bienquista!
1012
Tenía la cabeza mucho grande y sin guisa,
cabellos cortos, negros, como corneja lisa,
ojos hundidos, rojos; ve poco y mal divisa;
mayor es que de osa su huella, cuando pisa.
1013
Las orejas, mayores que las del añal borrico,
el su pescuezo, negro, ancho, velludo, chico,
las narices muy gordas, largas, de zarapico,
¡sorbería bien pronto un caudal de hombre rico!
1014
Su boca es de alano, grandes labios muy gordos,
dientes anchos y largos, caballunos, moxmordos;
sus cejas eran anchas y más negras que tordos.
¡Los que quieran casarse, procuren no estar sordos!
1015
Mayores que las mías tiene sus negras barbas;
yo no vi más en ella, pero si más escarbas,
hallarás, según creo, lugar de bromas largas,
aunque más te valdrá trillar en las tus parvas.
21
1016
Mas en verdad yo pude ver hasta la rodilla,
los huesos mucho grandes, zanca no chiquitilla;
de cabrillas del fuego una gran manadilla,
sus tobillos, mayores que los de una añal novilla.
1017
Más anchas que mi mano tiene la su muñeca,
velluda, pelos grandes y que nunca está seca;
voz profunda y gangosa que al hombre da jaqueca,
tardía, enronquecida, muy destemplada y hueca.
1018
Es su dedo meñique mayor que mi pulgar,
son los dedos mayores que puedes encontrar,
que, si algún día ella te quiere espulgar,
dañarán tu cabeça cual vigas de lagar.
1019
Tenía en el justillo las sus tetas colgadas,
dábanle en la cintura porque estaban dobladas,
que, de no estar sujetas, diéranle en las ijadas;
de la cítara al son bailan, aún no enseñadas.
1020
Costillas muy marcadas en su negro costado,
tres veces las conté, mirando acobardado.
Ya no vi más, te digo, ni te será contado,
porque mozo chismoso no hace bien el recado.
1021
De cuanto que me dijo y de su mala talla,
hize bien tres cantigas, mas no pude bien pintarla:
las dos son cancioncillas, la otra de trotalla;
de la que no te pagares, mírala y ríe y calla.
Cántica de serrana
1022
1023
1024
1025
Cerca de Tablada,
la sierra pasada,
me hallé con Aldara,
a la madrugada.
En lo alto del puerto
temí caer muerto
de nieve y de frío
y de aquel gran rocío
y de gran helada.
En la descendida,
eché una corrida;
hallé una serrana
hermosa y lozana
y muy colorada.
Dije yo a ella:
«Humíllome, bella.»
Dijo: «Tú que corres
aquí no demores,
anda tu jornada.»
22
1026
Dije: «Frío tengo
y por eso vengo
a vos, hermosura;
quered, por mesura,
hoy darme posada.»
1027
Díjome la moza:
«Pariente, en mi choza,
aquel que allí posa
conmigo desposa
y me da soldada.»
1028
Dije: «De buen grado,
aunque soy casado
aquí en Herreros,
de los mis dineros
os daré, amada.»
1029
Dijo: «Ven conmigo.»
Llevome consigo,
diome buena lumbre,
como es de costumbre
en sierra nevada.
1036
Dame buenas sartas
de extraño; sean hartas.
Y una joya hermosa,
que sea valiosa
y una piel delgada.
1030
Y pan de centeno
Tiznado, moreno;
diome vino malo,
agrillo y ralo
y carne salada.
1037
Dame buena toca
listada de cota
y dame zapatas
de caña, bien altas,
de pieza labrada.
1031
Y queso de cabras.
«Hidalgo», dijo, «abras
ese brazo y toma
un trozo de soma
que tengo guardada.»
1038
Con aquestas joyas,
quiero que oigas,
serás bien venido;
serás mi marido
y yo tu velada».
1032
«Huésped», dijo, «almuerza,
bebe y toma furza,
caliéntate y paga;
que mal no se ta haga
hasta la tornada.
1039
«Serrana, señora,
tanta cosa ahora
no traje a esta altura;
haré fiadura
para la tornada».
1033
Quien dádivas diere
Como yo pidiere,
tendrá buena cena,
tendrá cama buena,
sin que pague nada.»
1040
Contestó la fea:
«Donde no hay moneda
no hay mercadería,
ni hay hermoso día
ni faz halagada.
1034
«Pues si eso decís,
¿por qué no pedís
la que daros haya?»
Ella dijo: «¡Vaya,
aunque no sea dada!
1041
No hay mercadero
bueno sin dinero,
y yo no me fío
si no dan lo mío
ni doy posada.
1035
Pues dame una cinta
bermeja, bien tinta
y buena camisa
cosida a mi guisa,
con su collarada.
1042
No basta homenaje
para el hospedaje;
por dineros hace
hombre cuanto place,
es cosa probada».
23
LA PROSA
JUAN MANUEL
Da: Juan Manuel, El Conde Lucanor, ed. a cura di E. Moreno Baez, Madrid, Castalia, 198110.
XXXV
LO QUE SUCEDIÓ A UN MOZO QUE CASO CON UNA MUCHACHA DE MUY MAL CARÁCTER
Otra vez, hablando el conde Lucanor con Patronio, su consejero, díjole así: -Patronio, uno de mis deudos me
ha dicho que le están tratando de casar con una mujer muy rica y más noble que él, y que este casamiento le
convendría mucho si no fuera porque le aseguran que es la mujer de peor carácter que hay en el mundo. Os
ruego que me digáis si he de aconsejarle que se case con ella, conociendo su genio, o si habré de aconsejarle
que no lo haga. -Señor conde -respondió Patronio-, si él es capaz de hacer lo que hizo un mancebo moro,
aconsejadle que se case con ella; si no lo es, no se lo aconsejéis.
El conde le rogó que le refiriera qué había hecho aquel moro. Patronio le dijo que en un pueblo había un
hombre honrado que tenía un hijo que era muy bueno, pero que no tenía dinero para vivir como él deseaba.
Por ello andaba el mancebo muy preocupado, pues tenía el querer, pero no el poder. En aquel mismo pueblo
había otro vecino más importante y rico que su padre, que tenía una sola hija, que era muy contraria del
mozo, pues todo lo que éste tenía de buen carácter, lo tenía ella de malo, por lo que nadie quería casarse con
aquel demonio. Aquel mozo tan bueno vino un día a su padre y le dijo que bien sabia que él no era tan rico
que pudiera dejarle con qué vivir decentemente, y que, pues tenía que pasar miserias o irse de allí, había
pensado, con su beneplácito, buscarse algún partido con que poder salir de pobreza. El padre le respondió
que le agradaría mucho que pudiera hallar algún partido que le conviniera. Entonces le dijo el mancebo que,
si él quería, podría pedirle a aquel honrado vecino su hija. Cuando el padre lo oyó se asombró mucho y le
preguntó que cómo se le había ocurrido una cosa así, que no había nadie que la conociera que, por pobre que
fuese, se quisiera casar con ella. Pidióle el hijo, como un favor, que le tratara aquel casamiento. Tanto le rogó
que, aunque el padre lo encontraba muy raro, le dijo lo haría. Fuese en seguida a ver a su vecino, que era
muy amigo suyo, y le dijo lo que el mancebo le había pedido, y le rogó que, pues se atrevía a casar con su
hija, accediera a ello. Cuando el otro oyó la petición le contestó diciéndole: -Por Dios, amigo, que si yo
hiciera esto os haría a vos muy flaco servicio, pues vos tenéis un hijo muy bueno y yo cometería una maldad
muy grande si permitiera su desgracia o su muerte, pues estoy seguro que si se casa con mi hija, ésta le
matará o le hará pasar una vida mucho peor que la muerte. Y no creáis que os digo esto por desairaros, pues
si os empeñáis, yo tendré mucho gusto en darla a vuestro hijo o a cualquier otro que la saque de casa. El
padre del mancebo le dijo que le agradecía mucho lo que le decía y que, pues su hijo quería casarse con ella,
le tomaba la palabra.
Se celebró la boda y llevaron a la novia a casa del marido. Los moros tienen la costumbre de prepararles la
cena a los novios, ponerles la mesa y dejarlos solos en su casa hasta el día siguiente. Así lo hicieron, pero
estaban los padres y parientes de los novios con mucho miedo, temiendo que al otro día le encontrarían a él
muerto o malherido. En cuanto se quedaron solos en su casa se sentaron a la mesa, mas antes que ella abriera
la boca miró el novio alrededor de sí, vio un perro y le dijo muy airadamente: -¡Perro, danos agua a las
manos! El perro no lo hizo. El mancebo comenzó a enfadarse y a decirle aún con más enojo que les diese
agua a las manos. El perro no lo hizo. Al ver el mancebo que no lo hacía, se levantó de la mesa muy
enfadado, sacó la espada y se dirigió al perro. Cuando el perro le vio venir empezó a huir y el mozo a
perseguirle, saltando ambos sobre los muebles y el fuego, hasta que lo alcanzó y le cortó la cabeza y las patas
y lo hizo pedazos, ensangrentando toda la casa. Muy enojado y lleno de sangre se volvió a sentar y miró
alrededor. Vio entonces un gato, al cual le dijo que le diese agua a las manos. Como no lo hizo, volvió a
decirle: -¿Cómo, traidor, no has visto lo que hice con el perro porque no quiso obedecerme? Te aseguro que,
si un poco o más conmigo porfías, lo mismo haré contigo que hice con el perro. El gato no lo hizo, pues tiene
tan poca costumbre de dar agua a las manos como el perro. Viendo que no lo hacía, se levantó el mancebo, lo
cogió por las patas, dio con él en la pared y lo hizo pedazos con mucha más rabia que al perro. Muy
indignado y con la faz torva se volvió a la mesa y miró a todas partes. La mujer, que le veía hacer esto, creía
que estaba loco y no le decía nada. Cuando hubo mirado por todas partes vio un caballo que tenía en su casa,
que era el único que poseía, y le dijo lleno de furor que les diese agua a las manos. El caballo no lo hizo. Al
ver el mancebo que no lo hacía, le dijo al caballo: -¿Cómo, don caballo? ¿Pensáis que porque no tengo otro
caballo os dejaré hacer lo que queráis? Desengañaos, que si por vuestra mala ventura no hacéis lo que os
24
mando, juro a Dios que os he de dar tan mala muerte como a los otros; y no hay en el mundo nadie que a mí
me desobedezca con el que yo no haga otro tanto. El caballo se quedó quieto. Cuando vio el mancebo que no
le obedecía, se fue a él y le cortó la cabeza y lo hizo pedazos. Al ver la mujer que mataba el caballo, aunque
no tenía otro, y que decía que lo mismo haría con todo el que le desobedeciera, comprendió que no era una
broma, y le entró tanto miedo que va no sabía si estaba muerta o viva. Bravo, furioso y ensangrentado se
volvió el marido a la mesa, jurando que si hubiera en casa más caballos, hombres o mujeres que le
desobedecieran, los mataría a todos. Se sentó y miró a todas partes, teniendo la espada llena de sangre entre
las rodillas. Cuando hubo mirado a un lado y a otro sin ver a ninguna otra criatura viviente, volvió los ojos
muy airadamente hacia su mujer y le dijo con furia, la espada en la mano: -Levántate y dame agua a las
manos. La mujer, que esperaba de un momento a otro ser despedazada, se levantó muy de prisa y le dio agua
a las manos. Díjole el marido: -¡Ah, cómo agradezco a Dios el que hayas hecho lo que te mandé! Si no, por
el enojo que me han causado esos majaderos, hubiera hecho contigo lo mismo. Después le mandó que le
diese de comer. Hízolo la mujer. Cada vez que le mandaba una cosa, lo hacía con tanto enfado y tal tono de
voz que ella creía que su cabeza andaba por el suelo. Así pasaron la noche los dos, sin hablar la mujer, pero
haciendo siempre lo que él mandaba. Se pusieron a dormir y, cuando ya habían dormido un rato, le dijo el
mancebo: -Con la ira que tengo no he podido dormir bien esta noche; ten cuidado de que no me despierte
nadie mañana y de prepararme un buen desayuno.
A media mañana los padres y parientes de los dos fueron a la casa, y, al no oír a nadie, temieron que el
novio estuviera muerto o herido. Viendo por entre las puertas a ella y no a él, se alarmaron más. Pero cuando
la novia les vio a la puerta se les acercó silenciosamente y les dijo con mucho miedo: -Pillos, granujas, ¿qué
hacéis ahí? ¿Cómo os atrevéis a llegar a esta puerta ni a rechistar? Callad, que si no, todos seremos muertos.
Cuando oyeron esto se miraron de asombro. Al enterarse de cómo habían pasado la noche, estimaron en
mucho al mancebo, que así había sabido, desde el principio, gobernar su casa. Desde aquél día en adelante
fue la muchacha muy obediente y vivieron juntos con mucha paz. A los pocos días el suegro quiso hacer lo
mismo que el yerno y mató un gallo que no obedecía. Su mujer le dijo: -La verdad, don Fulano, que te has
acordado tarde, pues ya de nada te valdrá matar cien caballos; antes tendrías que haber empezado, que ahora
te conozco.
Vos, señor conde, si ese deudo vuestro quiere casarse con esa mujer y es capaz de hacer lo que hizo este
mancebo, aconsejadle que se case, que él sabrá cómo gobernar su casa; pero si no fuere capaz de hacerlo,
dejadle que sufra su pobreza sin querer salir de ella. Y aun os aconsejo que todos los que hubieran de tratar
con vos les deis a entender desde el principio cómo han de portarse. El conde tuvo este consejo por bueno,
obró según él y le salió muy bien. Como don Juan vio que este cuento era bueno, lo hizo escribir en este libro
y compuso unos versos que dicen así:
Si al principio no te muestras como eres,
no podrás hacerlo cuando tú quisieres.
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ROMANCERO
Da: Romancero, ed. a cura di P. Díaz-Mas, Barcelona, Crítica,1994.
Romances épicos
Venganza de Mudarra
A cazar va don Rodrigo y aun don Rodrigo de Lara;
con la gran siesta que hace arrimado se ha a una haya
maldiciendo a Mudarrillo, hijo de la renegada,
que si a las manos le hubiese que le sacaría el alma.
El señor estando en esto, Mudarrillo que asomaba:
«Dios te salve, caballero, debajo la verde haya.»
«Así haga a ti, escudero, buena sea tu llegada.»
«Dísgame tú, el caballero cómo era la tu gracia.»
«A mí dicen don Rodrigo y aun don Rodrigo de Lara,
cuñado de Gonzalo Gustos, hermano de doña Sancha;
por sobrinos me los hube los siete infantes de Salas.
Espero aquí a Mudarrillo, hijo de la renegada;
si delante lo tuviese, yo le sacaría el alma.»
«Si a ti dicen don Rodrigo y aun don Rodrigo de Lara,
a mí Mudarra González, hijo de la renegada,
de Gonzalo Gustos hijo, y anado de doña Sancha;
por hermanos me los hube los siete infantes de Salas.
Tú los vendistes, traidor, en el val de Araviana;
mas si Dios a mí me ayuda, aquí dejarás el alma.»
«Espéresme, don Gonzalo, iré a tomar las mis armas.»
«El espera que tu diste
a los infantes de Lara.
Aquí morirás, traidor, enemigo de doña Sancha.»
Seducción de la Cava
Amores trata Rodrigo, descubierto su cuidado;
a la Cava se lo dice, de quien anda enamorado:
«Mira Cava, mira Cava, mira Cava que te hablo:
darte he yo mi corazón y estaría a tu mandado.»
La Cava, como es discreta, en burlas lo había echado.
Respondió muy mesurada y el rostro muy abajado:
«Como lo dice tu alteza deve estar de mí burlando.
No me lo mande tu alteza, que perdería gran ditado.»
Don Rodrigo le responde que conceda en lo rogado
«Que d’este reino de España puedes hazer tu mandado.»
Ella hincada de rodillas, él estála enamorando;
sacándole está aradores de las sus jarifes manos.
Fuese el rey dormir la siesta, por la Caba havía enviado;
cumplió el rey su voluntad
más por fuerça que por grado,
por la cual se perdió España por aquel tan gran pecado.
La malvada de la Cava a su padre lo ha contado;
don Julián, que es traidor, con los moros se ha concertado
que destruyesen a España por lo haber así injuriado.
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Romances históricos
Romance de Alfonso V y la Conquista de Nápoles
Miraba de Campoviejo el rey de Aragón un día:
miraba la mar d’España cómo menguaba y crescía;
miraba naos y galeras, unas van y otras venían;
unas venían de armada y otras de mercadería,
unas van la vía de Flandes, otras la de Lombardía;
esas que vienen de guerra, ¡oh, cuán bien le parescían!
Miraba la gran ciudad que Nápoles se decía;
miraba los tres castillos que la gran ciudad tenía:
Castel Novo y Capuana, Santelmo, que relucía;
aqueste relumbra entr’ellos como el sol de mediodía.
Lloraba de los sus ojos, de la su boca decía:
«¡Oh, ciudad, cuánto me cuestas por la gran desdicha mía!
Cuéstasme duques y condes, hombres de muy gran valía;
cuéstasme un tal hermano que por hijo le tenía;
d’esotra gente menuda cuento ni par no tenía;
cuéstasme veinte y dos años, los mejores de mi vida,
que en ti me nascieron barbas y en ti las encanescía.»
Romances fronterizos
Romance de Abenámar
Por Guadalquivir arriba el buen rey don Juan camina;
encontrara con un moro que Abenámar se decía.
El buen rey desque lo vido desta suerte le decía:
«Abenámar, Abenámar, moro de la morería,
hijos eres de un moro perro y de una cristiana cautiva,
a tu padre llaman Hali y a tu madre Catalina;
cuando tú naciste, moro, la luna estaba crecida
y la mar estaba en calma, viento no la rebullía.
Moro que en tal signo nasce no debe decir mentira.
Preso tengo un hijo tuyo, yo le otorgaré la vida
si me dices la verdad de lo que te preguntaría.
Moro, si no me la dices, a ti también mataría.»
«Yo te la diré, buen rey, si me otorgues la vida.»
«Dísgamela tú, el moro, que otorgada te sería:
¿qué castillos son aquéllos? Altos son y relucían.»
«El Alhambra era, señor, y la otra es la mezquita,
los otros los Alixares, labrados a maravilla;
el moro que los labró, cien doblas ganaba al día
y el día que no los labra de lo suyo las perdía;
desque los tuvo labrados, el rey le quitó la vida
porque no labre otros tales al rey del Andalucía.
La otra era Granada, Granada la noblecida
De los muchos caballeros y de la gran ballestrería.»
Allí habla el rey don Juan, bien oiréis lo que diría:
«Granada, si tú quisieses, contigo me casaría;
dart’he yo en arras y dote a Córdoba y a Sevilla
y a Jerez de la Frontera que cabo sí la tenía.
Granada, si más quisieses, mucho más yo te daría.»
Allí hablara Granada, al buen rey le respondía:
«Casada so, el rey don Juan, casada soy que no viuda;
el moro que a mí me tiene bien defenderme querría.»
Allí habla el rey don Juan, estas palabras decía:
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«Échenme acá mis lombardas doña Sancha y doña Elvira;
tiraremos a lo alto, lo bajo ello se daría.»
El combate era tan fuerte que grande temor ponía;
los moros del baluarte con terrible algacería
trabajan por defenderse, mas facello no podían.
El rey moro que esto vido prestamente se rendía
y cargó tre cargas de oro, al buen rey se las envía;
prometió ser su vasallo con parias que le daría.
Los castellanos quedaron contentos a maravilla;
cada cual por do ha venido se volvió para Castilla.
Romance de Álora la bien cercada
Álora, la bien cercada, tú que estás en par del río,
cercóte el Adelantado una mañana en domingo,
de peones y hombres d’armas el campo bien guarnescido.
Con la gran artillería hecho te había un portillo;
viérades moros y moras todos huir al castillo:
las moras llevaban ropa, los moros harina y trigo,
y las moras de quince años llevaban el oro fino
y los moricos pequeños llevan la pasa e higo.
Por cima de la muralla su pendón llevan tendido;
entre almena y almena quedado se había un morico
con una ballesta armada y en ella puesta un cuadrillo.
En altas voces decía que la gente lo había oído:
«Treguas, treguas, Adelantado, por tuyo se da el castillo.»
Alza la visera arriba, por ver el que tal le dijo.
Asaetárale a la frente, salido le ha al colodrillo;
sacólo Pablo de rienda, y de mano Jacobillo,
estos dos que había criado en su casa desde chicos;
lleváronle a los maestros por ver si será guarido;
a las primeras palabras el testamento les dijo.
Romances novelescos
El conde Arnaldos
Quién hubiese tal ventura sobre las aguas del mar
como hubo el conde Arnaldos la mañana de San Juan.
Con un falcón en la mano la caza iba a cazar;
vio venir una galera que a tierra quiere llegar:
las velas traía de seda, la ejercia de un cendal,
marinero que la manda diciendo viene un cantar
que la mar facía en calma, los vientos hace amainar,
los peces que andan n’el hondo, arriba los hace andar,
las aves que andan volando, n’el mástel las faz posar.
Allí fabló el conde Arnaldos,
bien oiréis lo que dirá:
«Por Dios te ruego, marinero, dígasme ora ese cantar.»
Respondióle el marinero, tal respuesta le fue a dar:
«Yo no digo esta canción sino a quien conmigo va.»
28
Fontefrida
Fonte Frida, Fonte Frida, Fonte Frida y con amor,
do todas las avecicas van tomar consolación
si no es la tortolica qu’está viuda y con dolor.
Por allí fuera a pasar al traidor del ruiseñor;
las palabras que le dice llenas son de traición:
«Si tú quisieses, señora, yo sería tu servidor.»
«Vete d’ahí, enemigo, malo, falso, engañador,
que ni poso en ramo verde ni en prado que tenga flor;
que si el agua hallo clara, turbia la bebía yo;
que no quiero haber marido porque hijos no haya, no,
ni quiero placer con ellos ni menos consolación.
Déjame, triste enemigo, malo, falso, mal traidor,
que no quiero ser tu amiga ni casar contigo, no.
Romances de la materia de Francia
Sueño de doña Alda
En París está doña Alda, la esposa de don Roldán,
trecientas damas con ella para la acompañar;
todas visten un vestido, todas calzan un calzar,
todas comen a una mesa, todas comían de un pan
sino era doña Alda que era la mayoral.
Las ciento hilaban oro, las ciento tejen cendal,
las ciento tañen instrumentos para doña Alda holgar.
Al son de los instrumentos doñ’Alda adormido se ha;
ensoñado había un sueño, un sueño de gran pesar.
Recordó despavorida y con un pavor muy grande,
los gritos daba tan grandes que se oían en la ciudad.
Allí hablaron sus doncellas, bien oiréis lo que dirán:
«¿Qué es aquesto, mi señora? ¿Quién es el que os hizo mal?»
«Un sueño soñé, doncellas, que me ha dado gran pesar:
que me veía en un monte en un desierto lugar;
de so los montes muy altos un azor vide volar,
tras dél viene una aguililla que lo ahínca muy mal;
el azor con grande cuita, metióse so mi brial;
el aguililla, con grande ira, de allí lo iba a sacar.
Con las uñas lo despluma, con el pico lo deshace.»
Allí habló su camarera,
bien oiréis lo que dirá:
«Aquese sueño, señora, bien os lo entiendo soltar:
el azor es vuestro esposo que viene de allén la mar,
el águila sodes vos, con la cual ha de casar
y aquel monte es la iglesia donde os han de velar.»
«Si es así, mi camarera, bien te lo entiendo pagar.»
Otro día de mañana cartas de fuera le traen;
tintas venían por dentro, de fuera escritas con sangre:
que su Roldán era muerto en la caza de Roncesvalles.
29
LIRICA TRADIZIONALE
Da: D. Alonso y J. M. Blecua, Antología de la poesía española. La lírica de tipo tradicional, Madrid,
Gredos, 1992.
Tres morillas me enamoran
Tres morillas me enamoran
en Jaén:
Axa y Fátima y Marién.
Tres morillas tan garridas
yvan a coger olivas,
y hallávanlas cogidas
en Jaén:
Axa y Fátima y Marién.
Y hallávanlas cogidas
y tornavan desmaídas
y las colores perdidas
en Jaén:
Axa y Fátima y Marién.
Tres moricas tan loçanas
yvan a coger mançanas
[y cogidas las hallaban]
[en] Jaén:
Axa y Fátima y Marién.
Al alba venid
Al alba venid, buen amigo,
al alba venid.
Amigo el que yo más quería,
venid al alba del día.
Amigo el que yo más amaba,
venid a la luz del alba.
Venid a la luz del día,
non trayáis compañía.
Venid a la luz del alba,
non traigáis gran compaña.
Entra mayo y sale abril
Entra mayo y sale abril,
tan garradico le vi venir.
Entra mayo con sus flores,
sale abril con sus amores,
y los dulces amadores
comienzan a bien servir.
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POESIA CANCIONERIL
Da: Poesía de Cancionero, ed. a cura di Á. Alonso, Madrid, Cátedra, 1986.
Juan de Mena, Más clara que non la luna
vos tenéis la perfeción.
Muy más clara que la luna
sola una
en el mundo vos nacistes,
tan gentil que non hovistes
nin tovistes
competidora ninguna.
Desde niñez en la cuna
cobrastes fama e beldad,
con mucha graciosidad
que vos dotó la fortuna.
Vos vedes cómo las rosas
deleitosas
se terminan de las çarças,
y los cuervos de las garças
e picaças,
los adobes de las losas,
y lo blanco de lo prrieto,
de lo simple lo discreto:
así es vuestro gesto neto
entre todas las fermosas.
Assí vos organizó
y formó
la composición humana,
que vos sois la más loçana
soberana
que natura crió.
¿Quién, si non vos, mereció
en virtudes ser monarca?
Cuanto bien dixo el Petrarca
por vos lo profectizó.
Quien vos dio tanto lugar
de robar
la fermosura del mundo,
es un misterio segundo
e profundo.
Bien es de maravillar
el valer que vos valéis,
mas una falta tenéis,
la cual poco cognoscéis:
que vos fazéis dessear.
Yo nunca vi condición
por tal son
en la humana mesura
como vos, linda e pura
criatura,
fecha por admiración
Creo lo hayan a baldón
las otras fermosas bellas,
que en estremo grado d’ellas
Fin
Señora, quered mandar
perdonar
a mí, que poder tenéis,
pues que, segund merecéis
y valéis,
yo non vos supe loar.
Carvajal, Canción
Desnuda en una queza,
lavando a la fontana,
estaba la niña lozana,
las manos sobre la treza.
Sin zarcillos nin sartal,
en una corta camisa,
hermosura natural,
la boca llena de risa,
descubierta la cabeza
como ninfa de Dïana,
miraba la niña lozana
las manos sobre la treza.
31
Alfonso Álvarez de Villasandino, Canción
de mí te membrar,
pues siempre de grado
leal te serví.
Estoy cada día
triste sin placer;
si tan sólo un día
te pudiese ver,
yo confortar me ía
con tu parecer:
porén cobraría
el bien que perdí.
Razonando en tal figura
las aves fueron volando;
yo aprés de una verdura
me hallé triste cuidando:
e luego en aquella ora
me membró gentil señora
a quien noche e día adora
mi corazón sospirando.
Por amor e loores de una su señora
Viso enamoroso,
duélete de mí,
pues vivo penoso
deseando a ti.
La tu hermosura
me puso en prisión
por la cual ventura
del mi corazón,
no s' parte tristura
en toda sazón:
porén tu figura
me entristece así.
Todo el mi cuidado
es en te loar,
qu'el tiempo pasado
non poso olvidar:
harás aguisado
Íñigo López de Mendoza, marqués de
Santillana, Serranilla
No creo las rosas
de la primavera
sean tan fermosas
ni de tal manera,
fablando sin glosa,
si antes supiera
de aquella vaquera
de la Finojosa.
La moza de la Finojosa
Moza tan fermosa
non vi en la frontera,
como una vaquera
de la Finojosa.
Faciendo la vía
del Calatraveño
a Santa María,
vencido del sueño,
por tierra fragosa
perdí la carrera,
do vi la vaquera
de la Finojosa.
No tanto mirara
su mucha beldad,
porque me dejara
en mi libertad.
Mas dije: «Donosa
(por saber quién era),
¿dónde es la vaquera
de la Finojosa?»
En un verde prado
de rosas y flores,
guardando ganado
con otros pastores,
la vi tan graciosa
que apenas creyera
que fuese vaquera
de la Finojosa.
Bien como riendo,
dijo: «Bien vengades;
que ya bien entiendo
lo que demandades:
non es deseosa
de amar, nin lo espera,
aquesa vaquera
de la Finojosa.»
32
Villancico a unas tres fijas suyas
Por una gentil floresta
de lindas flores e rosas,
vide tres damas fermosas
que de amores han recuesta.
Yo, con voluntad muy presta,
me llegué a conoscellas;
començó la una de ellas
esta canción tan honesta:
«Aguardan a mí:
nunca tales guardas vi».
Por no les fazer turbança
non quise ir más adelante.
A las que con ordenança
cantaban tan consonante,
la otra con buen semblante
dixo: «Señoras de estado
pues las dos habéis cantado,
a mí conviene que cante:
Dejatlo al villano pene;
véngueme Dios delle».
Por mirar su fermosura
destas tres gentiles damas,
yo cobrime con las ramas,
metíme so la verdura.
La otra con gran tristura
començó de sospirar
e dezir este cantar
con muy honesta mesura:
«La niña que amores ha,
sola, ¿cómo dormirá?»
Desque ya hobieron cantado
estas señoras que digo,
yo salí desconsolado,
como ome sin abrigo.
Ellas dixeron: «Amigo,
non sois vos el que buscamos,
mas cantad, pues que cantamos:
Sospirando va la niña
e non por mí,
que yo bien se lo entendí».
33
JORGE MANRIQUE
Da: Jorge Manrique, Poesía, ed. a cura di V. Beltrán, Barcelona, Crítica, 1993.
Coplas que hizo don Jorge Manrique a la muerte del maestre de Santiago don Rodrigo Manrique
su padre
[I]
Recuerde el alma dormida,
abive el seso e despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuánd presto se va el plazer,
cómo después de acordado
da dolor,
cómo a nuestro parescer
cualquiera tiempo passado
fue mejor.
[V]
Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar,
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nascemos,
andamos cuando bivimos,
y allegamos
al tiempo que fenescemos;
así que, cuando morimos,
descansamos.
[II]
Y pues vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que a de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
porque todo ha de pasar
por tal manera.
[VIII]
Ved de quánd poco valor
son las cosas tras que andamos
y corremos
que, en este mundo traidor,
aun primero que muramos
las perdemos:
de ellas deshaze la hedad,
de ellas, casos desastrados
que contecen,
de ellas, por su calidad,
en los más altos estados
desfallescen.
[III]
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir:
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí, los ríos caudales,
allí, los otros, medianos,
y más chicos;
allegados, son iguales,
los que biven por sus manos
y los ricos.
[IX]
Dezidme: la hermosura,
la gentil frescura y tez
de la cara,
la color e la blancura,
cuando viene la vejez,
¿cuál se para?
Las mañas y ligereza
y la fuerça corporal
de juventud,
todo se torna graveza
cuando llega el arraval
de senectud.
[X]
34
[XXXV]
– No se os haga tan amarga
la batalla temerosa
que esperáis,
pues otra vida más larga
de fama tan glorïosa
acá dexáis;
aunque esta vida de honor
tampoco no es eternal
ni verdadera,
mas con todo es muy mejor
que la otra temporal,
peresçedera.
Pues la sangre de los godos,
el linaje y la nobleza
tan crescida,
¡por cuántas vías y modos
se sume su grand alteza
en esta vida!
Unos, por poco valer,
¡por cuánd baxos y abatidos
que los tienen!
otros que, por no tener,
con oficios non devidos
se sostienen.
[XI]
Los estados y riqueza,
que nos dexan a desora,
¡quién lo duda!
No les pidamos firmeza,
pues que son de una señora
que se muda:
que bienes son de fortuna
que rebuelve con su rueda
presurosa,
la cual no puede ser una
ni estar estable ni queda
en una cosa.
[XXXVI]
– El bevir que es perdurable
no se gana con estados
mundanales
ni con vida deleitable
en que moran los pecados
infernales;
mas los buenos religiosos
gánanlo con oraciones
y con lloros,
los cavalleros famosos,
con trabajos y afliciones
contra moros.
[XXXIII]
Después que puso la vida
tantas vezes por su ley
al tablero,
después de tan bien servida
la corona de su rey
verdadero,
después de tanta hazaña
a que no puede bastar
cuenta cierta,
en la su villa de Ocaña,
vino la muerte a llamar
a su puerta,
[XXXVII]
– Y pues vos, claro varón,
tanta sangre derramastes
de paganos,
esperad el galardón
que en este mundo ganastes
por las manos;
y con esta confiança
y con la fe tan entera
que tenéis,
partid con buena esperança,
que esta otra vida tercera
ganaréis.–
[XXXIV]
diziendo: –Buen cavallero,
dexad el mundo engañoso
y su halago;
vuestro coraçón de azero
muestre su esfuerço famoso
en este trago.
Y pues de vida y salud
hezistes tan poca cuenta
por la fama,
esfuércese la virtud
para sofrir esta afruenta
que os llama.
[XXXVIII]
– Non gastemos tiempo ya
en esta vida mezquina
por tal modo,
que mi voluntad está
conforme con la divina
para todo.
Y consiento en mi morir
con voluntad plazentera,
clara y pura,
que querer ombre bivir
cuando Dios quiere que muera
es locura.–
35
[XL]
Así, con tal entender,
todos sentidos humanos
olvidados,
cercado de su muger
y de hijos y de hermanos
y criados,
dio el alma a quien ge la dio,
el cual la ponga en el cielo
y en su gloria;
y aunque la vida murió,
nos dexó harto consuelo
su memoria.
[XXXIX Del maestre a Jesús]
–Tú, que por nuestra maldad
tomaste forma cevil
y baxo nombre.
Tú, que a tu divinidad
juntaste cosa tan vil
como es el ombre.
Tú, que tan grandes tormentos
sofriste sin resistencia
en tu persona,
no por mis merescimientos,
mas por tu sola clemencia
me perdona.–
36
FERNANDO DE ROJAS
Da: Fernando de Rojas (y «Antiguo Autor), La celestina. Tragicomedia de Calisto y Melibea, ed. a cura
di F. J. Lobera, G. Serés, P. Díaz-Mas, C. Mota, Í. Ruiz Azálluz, F. Rico, Barcelona, Editorial Crítica,
2000.
EL AUTOR, ESCUSÁNDOSE DE SU YERRO EN ESTA OBRA QUE ESCRIBIÓ, CONTRA SÍ
ARGUYE Y COMPARA
El silencio escuda y suele encubrir
La falta de ingenio y torpezas de las lenguas;
Blasón, que es contrario, publica sus menguas
A quien mucho habla sin mucho sentir.
Como hormiga que deja de ir
Holgando por tierra con la provisión,
Jactose con alas de su perdición,
Lleváronla en alto, no sabe dónde ir,
Prosigue
El aire gozando ajeno y estraño,
Rapina es ya hecha de aves que vuelan,
Fuertes más que ella, por cebo la llevan;
En las nuevas alas estaba su daño.
Razón es que aplique a mi pluma este engaño,
No despreciando a los que me arguyen:
Así que a mí mismo mis alas destruyen,
Nublosas y flacas, nascidas de hogaño.
Prosigue
Donde ésta gozar pensaba volando,
O yo de escrebir cobrar más honor,
Del uno y del otro nasció disfavor:
Ella es comida y a mí están cortando;
Reproches, revistas y tachas callando
Obstara, y a los daños de invidia y murmuros;
Insisto remando, y los puertos seguros
Atrás quedan todos ya quanto más ando.
Prosigue
Si bien queréis ver mi limpio motivo
A cuál se endereza de aquestos estremos,
Con cuál participa, quién rige sus remos,
Apolo, Diana o Cupido altivo,
Buscad bien el fin de aquesto que escribo,
O del principio leed su argumento;
Leeldo, veréis que, aunque dulce cuento,
Amantes, que os muestra salir de cativo.
Comparación
Como el doliente que píldora amarga
O la recela o no puede tragar,
Métela dentro de dulce manjar,
37
Engáñase el gusto, la salud se alarga,
Desta manera mi pluma se embarga,
Imponiendo dichos lascivos, rientes,
Atrae los oídos de penadas gentes,
De grado escarmientan y arrojan su carga.
Vuelve a su propósito
Estando cercado de dudas y antojos,
Compuse tal fin que el principio desata;
Acordé dorar con oro de lata
Lo más fino tíbar que ví con mis ojos
Y encima de rosas sembrar mil abrojos.
Suplico, pues, suplan discretos mi falta;
Teman groseros y en obra tan alta
O vean y callen, o no den enojos.
Prosigue dando razón
porque se movió a acabar esta obra.
Yo vi en Salamanca la obra presente;
Movime a acabarla por estas razones:
Es la primera, que estó en vacaciones,
La otra, inventarla persona prudente,
Y es la final ver ya la más gente
Vuelta y mezclada en vicios de amor.
Estos amantes les pornán temor
A fiar de alcahueta ni falso serviente.
Y así que esta obra en el proceder
Fue tanto breve cuanto muy sotil,
Vi que portaba sentencias dos mil,
En forro de gracias, labor de placer.
No hizo Dédalo cierto a mi ver
Alguna más prima entretalladura,
Si fin diera en esta su propia escritura
Cota o Mena con su gran saber.
Jamás yo no vi en lengua romana,
Después que me acuerdo, ni nadie la vido,
Obra de estilo tan alto y sobido
En tusca ni griega ni en castellana.
No trae sentencia de donde no mana
Loable a su autor y eterna memoria,
Al cual Jesucristo reciba en su gloria
Por su pasión santa que a todos nos sana.
Amonesta a los que aman que siruan a Dios
y dejen las vanas cogitaciones y vicios de amor
Vos, los que amáis, tomad este enjemplo,
Este fino arnés con que os defendáis;
Volved ya las riendas por que no os perdáis;
Load siempre a Dios visitando su templo.
Andad sobre aviso, no seáis denjemplo
De muertos y vivos y propios culpados.
38
Estando en el mundo yacéis sepultados;
Muy gran dolor siento quando esto contemplo.
Fin
Oh damas, matronas, mancebos, casados:
Notad bien la vida que aquestos hicieron,
Tened por espejo su fin cula hobieron,
A otro que amores dad vuestos cuidados.
Limpiad ya los ojos, los ciegos errados,
Virtudes sembrando en casto vivir,
A todo correr debéis de huir,
No os lance Cupido sus tiros dorados.
Argumento del primer auto desta comedia
Entrando Calisto una huerta en pos de un halcón suyo, halló ahí a Melibea, de cuyo amor preso comenzole
de hablar; de la cual rigurosamente despedido, fue para su casa muy sangustiado. Habló con un criado suyo
llamado Sempronio, el cual, después de muchas razones, le enderezó a una vieja llamada Celestina, en cuya
casa tenía el mesmo criado una enamorada llamada Elicia, la cual, viniendo Sempronio a casa de Celestina
con el negocio de su amo, tenía a otro consigo llamado Crito, al cual escondieron. Entretanto que
Sempronio está negociando con Celestina, Calisto está razonando con otro criado suyo, por nombre
Pármeno, el cual razonamiento dura hasta que llega Sempronio y Celestina a casa de Calisto. Pármeno fue
conoscido de Celestina, la cual mucho le dice de los hechos y conoscimiento de su madre, induciéndole a
amor y concordia de Sempronio.
CALISTO, MELIBEA, SEMPRONIO, CELESTINA, ELICIA, CRITO, PÁRMENO
CALISTO. En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.
MELIBEA. ¿En qué, Calisto?
CALISTO. En dar poder a natura que de tan perfecta hermosura te dotase, y hacer a mí, inmérito, tanta
merced que verte alcanzase, y en tan conveniente lugar, que mi secreto dolor manifestarte pudiese. Sin duda,
incomparablemente es mayor tal galardón que el servicio, sacrificio, devoción y obras pías, que, por este
lugar alcanzar, yo tengo a Dios ofrecido. ¿Quién vido en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre
como agora el mío? Por cierto, los gloriosos santos que se deleitan en la visión divina no gozan más que yo
agora en el acatamiento tuyo. Mas, ¡oh triste! que en esto deferimos, que ellos puramente se glorifican sin
temor de caer de tal bienaventuranza, y yo, misto me alegro con recelo del esquivo tormento que tu ausencia
me ha de causar.
MELIBEA. ¿Por gran premio tienes éste, Calisto?
CALISTO. Téngolo por tanto, en verdad, que, si Dios me diese en el cielo la silla sobre sus santos, no lo
ternía por tanta felicidad.
MELIBEA. Pues aún más igual galardón te daré yo, si perseveras.
CALISTO. ¡Oh bienaventuradas orejas mías que indignamente tan gran palabra habéis oído!
MELIBEA. Mas desaventuradas de que me acabes de oír, porque la paga será tan fiera cual merece tu loco
atrevimiento y el intento de tus palabras ha seído. ¿Cómo de ingenio de tal hombre como tú habié de salir
para se perder en la virtud de tal mujer como yo? ¡Vete, vete de ahí, torpe!, que no puede mi paciencia
tolerar que haya subido en corazón humano conmigo el ilícito amor comunicar su deleite.
CALISTO. Iré como aquél contra quien solamente la adversa fortuna pone su estudio con odio cruel.
[…]
Argumento del octavo auto
39
La mañana viene. Despierta Pármeno. Despedido de Areúsa, va para casa de Calisto, su señor. Halló a la
puerta a Sempronio. Conciertan su amistad. Van juntos a la cámara de Calisto. Hállanle hablando consigo
mismo. Levantado, va a la iglesia.
PÁRMENO, AREÚSA, SEMPRONIO, CALISTO
PÁRMENO. ¿Amanece o qué es esto, que tanta claridad está en esta cámara?
AREÚSA. ¡Qué amanecer! Duerme, señor, que aún agora nos acostamos. No he yo pegado bien los ojos, ¿ya
había de ser de día? Abre, por Dios, esa ventana de tu cabecera y verlo has.
PÁRMENO. En mi seso estó yo señora, que es de día claro, en ver entrar luz entre las puertas. ¡O traidor de
mí, en qué gran falta he caído con mi amo! De mucha pena soy digno. ¡Oh qué tarde que es!
AREÚSA. ¿Tarde?
PÁRMENO. ¡Y muy tarde!
AREÚSA. Pues, así goce de mi alma, no se me ha quitado el mal de la madre; no sé cómo pueda ser.
PÁRMENO. Pues, ¿qué quieres, mi vida?
AREÚSA. Que hablemos en mi mal.
PÁRMENO. Señora mía, si lo hablado no basta, lo que más es necessario me perdona, porque es ya
mediodía. Si voy más tarde no seré bien recebido de mi amo. Yo verné mañana y cuantas vezes después
mandares. Que por eso hizo Dios un día tras otro, por que lo que el uno no bastase, se cumpliese en otro. Y
aun por que más nos veamos, reciba de ti esta gracia: que te vayas hoy a las doze del día a comer con
nosotros a su casa de Celestina.
AREÚSA. Que me place de buen grado. Ve con Dios; junta tras ti la puerta.
PÁRMENO. A Dios te quedes.
PÁRMENO.¡O plazer singular, o singular alegría! ¿Cuál hombre es ni ha sido más bienaventurado que yo,
cuál más dichoso y bienandante? ¡Que un tan excelente don sea por mí poseído, y cuan presto pedido tan
presto alcanzado! Por cierto, si las traiciones desta vieja con mi corazón yo pudiese sufrir, de rodillas había
de andar a la complazer. ¿Con qué pagaré yo esto? ¡Oh alto Dios!, ¿a quién contaría yo este gozo? ¿A quién
descobriría tan gran secreto? ¿A quién daré parte de mi gloria? Bien me decía la vieja que de ninguna
prosperidad es buena la possessión sin compañía. El placer no comunicado no es placer. ¿Quién sentiría esta
mi dicha como yo la siento? A Sempronio veo a la puerta de casa. Mucho ha madrugado. Trabajo tengo con
mi amo si es salido fuera. No será, que no es acostumbrado; pero como agora no anda en su seso, no me
maravillo que haya pervertido su costumbre.
SEMPRONIO. Pármeno, hermano, si yo supiese aquella tierra donde se gana el sueldo dormiendo, mucho
haría por yr allá, que no daría ventaja a ninguno: tanto ganaría como otro qualquiera. ¿Y cómo, holgazán,
descuidado, fuiste para no tomar? No sé qué crea de tu tardanza, sino que te quedaste a escalentar la vieja
esta noche o rascarle los pies como cuando chiquito.
PÁRMENO. ¡Oh Sempronio amigo y más que hermano, por Dios, no corrompas mi placer, no mezcles tu ira
con mi sofrimiento, no revuelvas tu descontentamiento con mi descanso, no agües con tan turbia agua el
claro licuor del pensamiento que traigo, no enturbies con tus emvidiosos castigos y odiosas reprehensiones
mi placer! ¡Recíbeme con alegría, y contarte he maravillas de mi buena andanza pasada!
SEMPRONIO. Dilo, dilo. ¿Es algo de Melibea? ¿Hasla visto?
PÁRMENO. ¡Qué de Melibea! Es de otra que yo más quiero, y aun tal, que, si no estoy engañado, puede
venir con ella en gracia y hermosura. Sí, que no se encerró el mundo y todas sus gracias en ella.
SEMPRONIO. ¿Qué es esto, desvariado? Reírme querría, sino que no puedo. ¿Ya todos amamos? ¡El mundo
se va a perder! Calisto a Melibea, yo a Elicia; tú, de envidia, has buscado con quien perder ese poco de seso
que tienes.
PÁRMENO. Luego ¿locura es amar, y yo soy loco y sin seso? Pues si la locura fuese dolores, en cada casa
habría voces.
SEMPRONIO. Según tu opinión, sí eres, que yo te he oído dar consejos vanos a Calisto y contradecir a
Celestina en quanto habla; y por impedir mi provecho y el suyo huelgas de no gozar tu parte. Pues a las
manos me has venido donde te podré dañar, y lo haré.
PÁRMENO. No es, Sempronio, verdadera fuerza ni poderío dañar y empecer, mas aprovechar y guarecer, y
muy mayor quererlo hacer. Yo siempre te tuve por hermano. No se cumpla, por Dios, en ti lo que se dice,
que pequeña causa desparte conformes amigos. Muy mal me tratas; no sé donde nazca este rencor. No me
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indignes, Sempronio, con tan lastimeras razones. Cata que es muy rara la paciencia que agudo baldón no
penetre y traspase.
SEMPRONIO. No digo mal en esto, sino que se eche otra sardina para el mozo de cavallos, pues tú tienes
amiga.
PÁRMENO. Estás enojado. Quiérote sofrir, aunque más mal me trates, pues dicen que ninguna humana
pasión es perpetua ni durable.
SEMPRONIO. Más maltratas tú a Calisto, aconsejando a él lo que para ti huyes, diciendo que se aparte de
amar a Melibea, hecho tablilla de mesón, que para sí no tiene abrigo y dale a todos. ¡O Pármeno, agora
podrás ver cuán fácile cosa es reprehender vida ajena, y cuán duro guardar cada cual la suya! No digo más,
pues tú eres testigo; y de aquí adelante veremos cómo te has, pues ya tienes tu escudilla como cada cual. Si
tú mi amigo fueras, en la necesidad que de ti tuve me habías de favorecer, y ayudar a Celestina en mi
provecho, que no hincar un clavo de malicia a cada palabra. Sabe que, como la hez de la taberna despide a
los borrachos, así la adversidad o necessidad al fingido amigo. Luego se descubre el falso metal, dorado por
encima.
PÁRMENO. Oído lo había decir y por esperiencia lo veo, nunca venir placer sin contraria zozobra en esta
triste vida. A los alegres serenos y claros soles, nublados escuros y pluvias vemos suceder; a los solaces y
placeres, dolores y muertes los ocupan; a las risas y deleites, llantos y lloros y pasiones mortales los siguen;
finalmente, a mucho descanso y sosiego, mucho pesar y tristeza. ¿Quién pudiera tan alegre venir como yo
agora? ¿Quién tan triste recibimiento padecer? ¿Quién verse como yo me vi con tanta gloria alcanzada con
mi querida Areúsa? ¿Quién caer della, siendo tan maltratado tan presto como yo de ti? Que no me as dado
lugar a poderte decir cuánto soy tuyo, cuánto te he de favorecer en todo, cuánto soy arrepiso de lo pasado,
cuántos consejos y castigos buenos he recebido de Celestina en tu favor y provecho y de todos; cómo, pues
este juego de nuestro amo y Melibea está entre las manos, podemos agora medrar o nunca.
SEMPRONIO. Bien me agradan tus palabras si tales tovieses las obras, a las cuales espero para haberte de
creer. Pero, por Dios me digas, ¿qué es eso que dijiste de Areúsa? Parece que conoces tú a Areúsa, su prima
de Elicia.
PÁRMENO. Pues, ¿qué es todo el plazer que traigo sino haberla alcanzado?
SEMPRONIO. ¡Cómo se lo dize el bobo! De risa no puedo hablar. ¿A qué llamas averla alcanzado? ¿Estaba
a alguna ventana o qué es eso?
PÁRMENO. A ponerla en duda si queda preñada o no.
SEMPRONIO. Espantado me tienes. Mucho puede el continuo trabajo: una continua gotera horaca una
piedra.
PÁRMENO. Verás qué tan continuo, que ayer lo pensé, ya la tengo por mía.
SEMPRONIO. La vieja anda por ahí.
PÁRMENO. ¿En qué lo vees?
SEMPRONIO. Que ella me había dicho que te quería mucho y que te la haría haber. Dichoso fuiste: no
heciste sino llegar y recaudar. Por esto dicen: más vale a quien Dios ayuda que quien mucho madruga. Pero
tal padrino toviste…
PÁRMENO. Di madrina, que es más cierto. Así que quien a buen árbol se arrima... Tarde fui, pero temprano
recaudé. ¡Oh hermano, qué te contaría de sus gracias de aquella mujer, de su habla y hermosura de cuerpo!
Pero quede para más oportunidad.
SEMPRONIO. ¿Puede ser sino prima de Elicia? No me dirás tanto, cuanto estotra no tenga más. Todo te lo
creo. Pero ¿qué te cuesta? ¿Hasle dado algo?
PÁRMENO. No, cierto, mas aunque hobiera, era bien empleado; de todo bien es capaz. En tanto son las tales
tenidas cuanto caras son compradas; tanto valen cuanto cuestan. Nunca mucho costó poco, sino a mí esta
señora. A comer la convidé para casa de Celestina, y si te place, vamos todos allá.
SEMPRONIO. ¿Quién, hermano?
PÁRMENO. Tú y ella; y allá está la vieja y Elicia. Habremos placer.
SEMPRONIO. ¡O Dios, y cómo me has alegrado! Franco eres, nunca te faltaré. Como te tengo por hombre,
como creo que Dios te ha de hacer bien, todo el enojo que de tus pasadas hablas tenía se me ha tornado en
amor. No dudo ya tu confederación con nosotros ser la que debe; abrazarte quiero; seamos como hermanos,
¡vaya el diablo para ruin…! Sea lo pasado cuestión de Sant Juan, y así paz para todo el año, que las iras de
los amigos siempre suelen ser reintegración del amor. Comamos y holguemos, que nuestro amo ayunará por
todos.
PÁRMENO. ¿Y qué hace el desesperado?
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SEMPRONIO. Allí está, tendido en el estrado cabe la cama donde le dejaste anoche, que ni ha dormido ni
está despierto. Si allá entro, ronca; si me salgo, canta o devanea. No le tomo tiento si con aquello pena o
descansa.
PÁRMENO. ¿Qué dices? Y nunca me ha llamado ni ha tenido memoria de mí?
SEMPRONIO. No se acuerda de sí, ¿acordarse ha de ti?
PÁRMENO. ¡Aun hasta en esto me ha corrido buen tiempo! Pues que así es, mientra recuerda quiero emviar
la comida, que la aderecen.
SEMPRONIO. ¿Qué has pensado enviar para que aquellas loquillas te tengan por hombre complido, bien
criado y franco?
PÁRMENO. En casa llena presto se adereza cena. De lo que hay en la despensa basta para no caer en falta:
pan blanco, vino de Monviedro, un pernil de tocino y más seis pares de pollos que trajeron estotro día los
renteros de nuestro amo, que si los pidiere, haréle creer que los ha comido; y las tórtolas que mandó para hoy
guardar diré que hedían. Tú serás testigo. Ternemos manera como a él no haga mal lo que dellas comiere, y
nuestra mesa esté como es razón. Y allá hablaremos más largamente en su daño y nuestro provecho con la
vieja cerca destos amores.
SEMPRONIO. ¡Mas dolores! Que por fe tengo que de muerto o loco no escapa desta vez. Pues que así es,
despacha; subamos a ver qué haze.
CALISTO. En gran peligro me veo;
en mi muerte no ay tardanza,
pues que me pide el deseo
lo que me niega esperanza.
PÁRMENO. (Escucha, escucha, Sempronio: trovando está nuestro amo.)
SEMPRONIO. (¡O hideputa el trovador! El gran Antípater Sidonio, el gran poeta Ovidio, los cuales de
improviso se les venían las razones metrificadas a la boca: ¡sí sí, desos es! ¡Trovara el diablo! Está
devaneando entre sueños.)
CALISTO. Corazón, bien se te emplea,
que penes y vivas triste,
pues tan presto te venciste
del amor de Melibea.
PÁRMENO. (¿No digo yo que trova?)
CALISTO. ¿Quién habla en la sala? ¡Mozos!
PÁRMENO. Señor.
CALISTO. ¿Es muy noche? ¿Es hora de acostar?
PÁRMENO. Mas ya es, señor, tarde para levantar.
CALISTO. ¿Qué dices, loco? ¿Toda la noche es pasada?
PÁRMENO. Y aun harta parte del día.
CALISTO. Di, Sempronio, ¿miente este desvariado que me hace creer que es de día?
SEMPRONIO. Olvida, señor, un poco a Melibea, y verás la claridad; que con la mucha que en su gesto
contemplas, no puedes ver de encandelado, como perdiz con la calderuela.
CALISTO. Agora lo creo, que tañen a misa. Daca mis ropas. Iré a la Madalena; rogaré a Dios aderece a
Celestina y ponga en corazón a Melibea mi remedio, o dé fin en breve a mis tristes días.
SEMPRONIO. No te fatigues tanto, no lo quieras todo en una hora, que no es de discretos desear con grande
eficacia lo que puede tristemente acabar. Si tú pides que se concluya en un día lo que en un año sería harto,
no es mucha tu vida.
CALISTO. ¿Quieres decir que soy como el mozo del escudero gallego?
SEMPRONIO. No mande Dios que tal cosa yo diga, que eres mi señor. Y demás desto, sé que como me
galardonas el buen consejo, me castigarías lo mal hablado, aunque dizen que no es igual la alabanza del
servicio o buena habla que la reprehensión y pena de lo mal hecho o hablado.
CALISTO. No sé quién te avezó tanta filosofía, Sempronio.
SEMPRONIO. Señor, no es todo blanco aquello que de negro no tiene semejanza, ni es todo oro cuanto
amarillo reluce. Tus acelerados deseos no medidos por razón hacen parecer claros mis consejos. Quisieras tú
ayer que te traxeran a la primera habla amanojada y envuelta en su cordón a Melibea, como si hobieras
enviado por otra cualquiera mercaduría a la plaza, en que no hobiera más trabajo de llegar y pagalla. Da,
señor, alivio al corazón, que en poco espacio de tiempo no cabe gran bienaventuranza. Un solo golpe no
derriba un roble. Apercíbete con sofrimiento, porque la prudencia es cosa loable, y el apercibimiento resiste
el fuerte combate.
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CALISTO. Bien has dicho, si la cualidad de mi mal lo consintiese.
SEMPRONIO. ¿Para qué, señor, es el seso, si la voluntad priva a la razón?
CALISTO. ¡O loco, loco! Dice el sano al doliente: «Dios te dé salud». No quiero consejo ni esperarte más
razones, que más avivas y enciendes las llamas que me consumen. Yo me voy solo a misa, y no tornaré a
casa hasta que me llaméis, pidiéndome albricias de mi gozo con la buena venida de Celestina. Ni comeré
hasta entonce, aunque primero sean los caballos de Febo apacentados en aquellos verdes prados que suelen,
cuando han dado fin a su jornada.
SEMPRONIO. Deja, señor, esos rodeos, deja esas poesías, que no es habla conveniente la que a todos no es
común, la que todos no participan, la que pocos entienden. Di «aunque se ponga el sol», y sabrán todos lo
que dices. Y come alguna conserva con que tanto espacio de tiempo te sostengas.
CALISTO. Sempronio, mi fiel criado, mi buen consejero, mi leal servidor, sea como a ti te parece, porque
cierto tengo, según tu limpieza de servicio, quieres tanto mi vida como la tuya.
SEMPRONIO. (¿Creeslo tú, Pármeno? Bien sé que no lo jurarías. Acuérdate, si fueres por conserva, apañes
un bote para aquella gentecilla que nos va más, y a buen entendedor... En la bragueta cabrá.)
CALISTO. ¿Qué dices, Sempronio?
SEMPRONIO. Dije, señor, a Pármeno que fuese por una tajada de diacitrón.
PÁRMENO. Hela aquí, señor.
CALISTO. Daca.
SEMPRONIO. (¡Verás qué engullir hace el diablo!; entero lo quiere tragar por más apriesa hacer.)
CALISTO. El alma me ha tornado. Quedaos con Dios, hijos. Esperad la vieja y id por buenas albricias.
PÁRMENO. (¡Allá irás con el diablo tú y malos años! ¡Y en tal hora comieses el diacitrón como Apuleyo el
veneno que le convertió en asno!)
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ETÁ D’ORO
JUAN BOSCÁN
Da: Juan Boscán, Obra completa, ed. a cura di C. Clavería, Madrid, Cátedra, 1999.
Soneto XCV
Soneto CV
Dulce soñar y dulce congoxarme,
cuando’stava soñando que soñaba.
Dulce gozar con lo que m’engañava
si un poco más durara el engañarme.
Como aquel que’n soñar gusto recibe,
su gusto procediendo de locura,
así el imaginar, con su figura,
vanamente su gozo en mí concibe.
Dulce no’star en mí que figurarme
podía cuanto bien yo deseava.
Dulce plazer, aunque m’importunava,
que alguna vez llegaba a despertarme.
Otro bien, en mí, triste, no se scrive,
si no es aquel que en mi pensar procura:
de cuanto ha sido hecho en mi ventura,
lo solo imaginado es lo que bive.
¡O sueño, cuánto más leve y sabroso
me fueras si vinieras tan pesado
que asentaras en mí con más reposo!
Teme mi coraçón d’ir adelante,
viendo’star su dolor puesto en celada,
y así rebuelve atrás en un instante
Durmiendo, en fin, fui bienaventurado,
y es justo en la mentira ser dichoso
quien siempre en la verdad fue desdichado.
a contemplar su gloria ya pasada.
¡O sombra de remedio inconstante!:
ser en mí lo mejor lo que no es nada.
44
GARCILASO DE LA VEGA
Da: Garcilaso de la Vega, Poesías castellanas completas, ed. a cura di E. L. Rivers, Madrid, Clásicos
Castalia, 1969.
Soneto V
Soneto XIV
Escrito ‘stá en mi alma vuestro gesto
y cuanto yo escribir de vos deseo:
vos sola lo escribistes; yo lo leo
tan solo que aun de vos me guardo en esto.
Como la tierna madre —qu’el doliente
hijo le está con lágrimas pidiendo
alguna cosa de la cual comiendo
sabe que ha de doblarse el mal que siente,
En esto estoy y estaré siempre puesto,
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.
y aquel piadoso amor no le consiente
que considere el daño que, haciendo
lo que le piden, hace —va corriendo
y aplaca el llanto y dobla el accidente:
Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero;
así a mi enfermo y loco pensamiento,
que en su daño os me pide, yo querría
quitalle este mortal mantecimiento;
cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.
más pídemele y llora cada día
tanto que cuanto quiere le consiento,
olvidando su muerte y aun la mía.
Soneto XXVII
Amor, amor, un hábito vestí
el cual de vuestro paño fue cortado;
al vestir ancho fue, mas apretado
y estrecho cuando estuvo sobre mí.
Después acá de lo que consentí,
tal arrepentimiento m’ha tomado
que pruebo alguna vez, de congojado,
a romper esto en que yo me metí;
mas ¿quién podrá deste hábito librarse,
teniendo tan contraria su natura
que con él ha venido a conformarse?
Si alguna parte queda, por ventura,
de mi razón, por mí no osa mostrarse,
que en tal contradición no está segura.
Ausiàs March, LXVII (ed. RIALC, 94.67)
No pot mostrar lo mon menys pietat
com en present desobre mi pareix.
Tot’ amor fall, si no a ssi mateix;
d’enveja es tot lo mon conquistat.
Hom sens affany no vol fer algun be:
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com lo farà contra ssi, ab gran cost?
Cascun cor d’om yo veig pus dur que post;
algú no·s dol si altre null mal te.
Lo qui no sab, no pot haver merce
d’aquell qui jau en turment e dolor;
doncs yo perdon a cascu de bon cor,
si no son plant del que mon cor soste.
Secretament, ab no costumat mal,
ventura·m fa sa desfavor sentir;
d’Amor no·m clam, si be·m port’a morir;
be y mal penssats, yo·n reste cominal.
Altre socors de vostr’amor no·m val
sino que·lls hulls me demostren voler,
ne res pus cert de vós no puch saber,
ans si mes cerch, per ser content no·m cal.
Yo veig molt hom sens amar ser amat,
y el mentidor tant com vol es cregut;
e yo d’Amor me trob aixi vençut,
que dir no pusch quant so enamorat.
Amor, Amor, un abit m’he tallat
de vostre drap, vestint-me l’espirit;
en lo vestir, ample molt l’ e sentit,
e fort estret, quant sobre mi ’ s posat.
Ode a Florem Gnidi
5.
mas solamente aquella
fuerza de tu beldad seria cantada,
y alguna vez con ella
también seria notada
el aspereza de que estás armada,
6.
y cómo por ti sola
y por tu gran valor y hermosura,
convertido en vïola,
llora su desventura
el miserable amante en tu figura.
7.
Hablo d’aquel cativo
de quien tener se debe más cuidado,
que ’stá muriendo vivo,
al remo condenado,
en la concha de Venus amarrado.
8.
Por ti, como solía,
del áspero caballo no corrige
la furia y gallardía,
ni con freno la rige,
ni con vivas espuelas ya l’aflige;
1.
Si de mi baja lira
tanto pudiese el son que en un momento
aplacase la ira
del animoso viento
y la furia del mar y el movimiento,
2.
y en ásperas montañas
con el süave canto enterneciese
las fieras alimañas,
los árboles moviese
y al son confusamente los trujiese:
3.
no pienses que cantado
seria de mí, hermosa flor de Gnido,
el fiero Marte airado,
a muerte convertido,
de polvo y sangre y de sudor teñido,
4.
ni aquellos capitanes
en las sublimes ruedas colocados,
por quien los alemanes
el fiero cuello atados,
y los franceses van domesticados;
46
16.
y al cuello el lazo atado
con que desenlazó de la cadena
el corazón cuitado,
y con su breve pena
compró la eterna punición ajena.
17.
Sentió allí convertirse
en piedad amorosa el aspereza.
¡Oh tarde arrepentirse!
¡Oh última terneza!
¿Cómo te sucedió mayor dureza?
18.
Los ojos s’enclavaron
en el tendido cuerpo que allí vieron;
los huesos se tornaron
más duros y crecieron
y en sí toda la carne convertieron;
19.
las entrañas heladas
tornaron poco a poco en piedra dura;
por las venas cuitadas
la sangre su figura
iba desconociendo y su natura,
20.
hasta que finalmente,
en duro mármol vuelta y transformada,
hizo de sí la gente
no tan maravillada
cuanto de aquella ingratitud vengada.
21.
No quieras tú, señora,
de Némesis airada las saetas
probar, por Dios, agora;
baste que tus perfetas
obras y hermosura a los poetas
22.
den inmortal materia,
sin que también en verso lamentable
celebren la miseria
d’algún caso notable
que por ti pase, triste, miserable.
9.
por ti con diestra mano
no revuelve la espada presurosa,
y en el dudoso llano
huye la polvorosa
palestra como sierpe ponzoñosa;
10.
por ti su blanda musa,
en lugar de la cítera sonante,
tristes querellas usa
que con llanto abundante
hacen bañar el rostro del amante;
11.
por ti el mayor amigo
l’es importuno, grave y enojoso:
yo puedo ser testigo,
que ya del peligroso
naufragio fui su puerto y su reposo,
12.
y agora en tal manera
vence el dolor a la razón perdida
que ponzoñosa fiera
nunca fue aborrecida
tanto como yo dél, ni tan temida.
13.
No fuiste tú engendrada
ni producida de la dura tierra;
no debe ser notada
que ingratamente yerra
quien todo el otro error de sí destierra.
14.
Hágate temerosa
el caso de Anajárete, y cobarde,
que de ser desdeñosa
se arrepentió muy tarde,
y así su alma con su mármol arde.
15.
Estábase alegrando
del mal ajeno el pecho empedernido
cuando, abajo mirando,
el cuerpo muerto vido
del miserable amante allí tendido,
47
GARCILASO DE LA VEGA
Da: Garcilaso de la Vega, Poesías castellanas
completas, ed. a cura di Elias L. Rivers, Madrid,
Clásicos Castalia, 1969.
LOPE DE VEGA CARPIO
Da: Lope de Vega, Obras poéticas, ed. a cura di
José Manuel Blecua, Barcelona, Planeta, 1989.
Cuando me paro a contemplar mi estado
y a ver los pasos por do me ha traído
hallo, según por do anduve perdido
que a mayor mal pudiera haber llegado;
Cuando me paro a contemplar mi estado
y a ver los pasos por donde he venido,
me espanto de que un hombre tan perdido
a conocer su error haya llegado.
mas, cuando del camino estó olvidado,
a tanto mal no sé por dó he venido;
sé que me acabo, y más he yo sentido
ver acabar conmigo mi cuidado.
Cuando miro los años que he pasado,
la divina razón puesta en olvido,
conozco que piedad del cielo ha sido
no haberme en tanto mal precipitado.
Yo acabaré, que me entregué sin arte
a quien sabrá perderme y acabarme
si ella quisiere, y aun sabrá querello,
Entré por laberinto tan extraño,
fiando al débil hilo de la vida
el tarde conocido desengaño;
que pues mi voluntad puede matarme,
la suya, que no es tanto de mi parte,
pudiendo, ¿qué hará sino hacello?
mas de tu luz mi escuridad vencida,
el monstruo muerto de mi ciego engaño,
vuelve a la patria la razón perdida.
48
FRAY LUIS DE LEÓN
Da: Fray Luis de León, Poesía, ed. a cura di M. Durán e M. Atlee, Madrid, Cátedra, 1984.
III
A Francisco de Salinas
Y como está compuesta
de números concordes, luego envía
consonante respuesta;
y entrambas a porfía
se mezcla una dulcísima armonía.
Aquí la alma navega
por un mar de dulzura, y finalmente
en él ansí se anega
que ningún accidente
estraño y peregrino oye o siente.
¡Oh, desmayo dichoso!
¡oh muerte que das vida! ¡oh dulce olvido!
¡durase en tu reposo,
sin ser restituido
jamás a aqueste bajo y vil sentido!
A este bien os llamo,
gloria del apolíneo sacro coro,
amigos (a quien amo
sobre todo tesoro)
que todo lo visible es triste lloro.
¡Oh, suene de contino,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos,
quedando a lo demás adormecidos!
El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música estremada,
por vuestra sabia mano gobernada.
A cuyo son divino
el alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida.
Y como se conoce,
en suerte y pensamientos se mejora;
el oro desconoce,
que el vulgo vil adora,
la belleza caduca, engañadora.
Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera,
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es la fuente y la primera.
Ve cómo el gran maestro,
aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado,
con que este eterno templo es sustentado.
XXIII
A la salida de la cárcel
Sonetos
I
Amor casi de un vuelo me ha encumbrado
adonde no llegó ni el pensamiento;
mas toda esta grandeza de contento
me turba, y entristece este cuidado:
Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
y con pobre mesa y casa
en el campo deleitoso
con sólo Dios se compasa
y a solas su vida pasa
ni envidiado ni envidioso.
que temo que no venga derrocado
al suelo por faltarle fundamento;
que lo que en breve sube en alto asiento
suele desfallecer apresurado.
Mas luego me consuela y asegura
el ver que soy, señora ilustre, obra
de vuestra sola gracia, y en vos fío;
porque conservaréis vuestra hechura,
mis faltas supliréis con vuestra sobra
y vuestro bien hará durable el mío.
49
SANTA TERESA DE JESÚS
Da: Santa Teresa de Jesús, Obras completas, ed. a cura di Efrén de la Madre de Dios e O. Steggink,
Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1979.
I
Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.
Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor,
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí;
cuando el corazón le di
puso en mí este letrero:
«Que muero porque no muero.»
Esta divina unïón,
y el amor con que yo vivo,
hace a mi Dios mi cautivo
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a mi Dios prisionero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel y estos hierros
en que está el alma metida!
Sólo esperar la salida
me causa un dolor tan fiero,
que muero porque no muero.
Acaba ya de dejarme,
vida, no me seas molesta;
porque muriendo, ¿qué resta,
sino vivir y gozarme?
No dejes de consolarme,
muerte, que ansí te requiero:
que muero porque no muero.
50
SAN JUAN DE LA CRUZ
Da: San Juan de la Cruz, Cántico espiritual y poesías. Manuscrito de Sanlúcar de Barrameda, Sevilla,
Consejería de Cultura y Medio Ambiente /Turner, 1990.
Otras a lo divino de Cristo y el alma del mismo
se deja maltratar en tierra ajena
el pecho del amor muy lastimado!
Un pastorcico solo está penado
ajeno de plazer y de contento
y en su pastora puesto el pensamiento
y el pecho del amor muy lastimado.
Y dice el pastorcito: ¡Ay desdichado
de aquel que de mi amor a hecho ausencia
y no quiere gozar la mi presencia
y el pecho por su amor muy lastimado!
No llora por averle amor llagado
que no le pena verse así afligido
aunque en el coraçón está herido
mas llora por pensar que está olvidado.
Y a cabo de un gran rato se a encumbrado
sobre un árbol do abrió sus brazos bellos
y muerto se a quedado asido dellos
el pecho del amor muy lastimado.
Que sólo de pensar que está olvidado
de su bella pastora con gran pena
Canciones de el alma que se goza de haber llegado al alto estado de la perfección, que es la unión con Dios,
por el camino de la negación espiritual.
En una noche obscura,
con ansias, en amores inflamada
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.
¡Oh noche, que guiaste!
¡Oh noche, amable más que la alborada!
¡Oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!
Ascuras y segura
por la secreta escala, disfrazada,
¡o dichosa ventura!,
a escuras y en celada
estando ya mi casa sosegada.
En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.
En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo mirava cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
El aire del almena,
quando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería,
y todos mis sentidos suspendía.
Quedéme y olvidéme
el rostro recliné sobre el Amado;
cessó todo, y dexéme,
dexando mi cuydado
entre las açucenas olvidado.
Aquesta me guiava
más cierto que la luz de mediodía
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.
51
LUIS DE GONGORA
Da: Luis de Góngora, Romances, ed. a cura di A. Carreño, Madrid, Cátedra, 1988.
1. 1580
¿Qué galardón de un desnudo?
De un tirano, ¿qué piedad?
Ciego que apuntas, y atinas,
caduco dios, y rapaz,
vendado que me has vendido,
y niño mayor de edad,
por el alma de tu madre,
-que murió, siendo inmortal,
de invidia de mi señoraque no me persigas más.
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
Diez años desperdicié,
los mejores de mi edad,
en ser labrador de Amor
a costa de mi caudal.
Como aré y sembré, cogí;
aré un alterado mar,
sembré una estéril arena,
cogí vergüenza y afán.
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
Baste el tiempo mal gastado
que he seguido a mi pesar
tus inquïetas banderas,
foragido capitán.
Perdóname, Amor, aquí,
pues yo te perdono allá
cuatro escudos de paciencia,
diez de ventaja en amar.
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
Una torre fabriqué
del viento en la vanidad,
mayor que la de Nembroth,
y de confusión igual.
Gloria llamaba a la pena,
a la cárcel libertad,
miel dulce al amargo acíbar,
principio al fin, bien al mal.
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
Amadores desdichados,
que seguís milicia tal,
decidme, ¿qué buena guía
podéis de un ciego sacar?
De un pájaro ¿qué firmeza?
¿Qué esperanza de un rapaz?
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
10. 1582
¡Que se nos va la Pascua, mozas,
que se nos va la Pascua!
¡Que se nos va la Pascua, mozas,
que se nos va la Pascua!
Vuelan los ligeros años,
y con presurosas alas
nos roban, como harpías,
nuestras sabrosas viandas.
La flor de la maravilla
esta verdad nos declara,
porque le hurta la tarde
lo que le dió la mañana.
Mozuelas las de mi barrio,
loquillas y confiadas,
mirad no os engañe el tiempo,
la edad y la confianza.
No os dejéis lisonjear
de la joventud lozana,
porque de caducas flores
teje el tiempo sus guirnaldas.
52
¡Que se nos va la Pascua, mozas,
que se nos va la Pascua!
¡Que se nos va la Pascua, mozas,
que se nos va la Pascua!
Y sé de otra buena vieja,
que un diente que le quedaba
se lo dejó este otro día
sepultado en unas natas,
con lágrimas le dice:
«Diente mío de mi alma,
yo sé cúando fuistes perla,
aunque ahora no sois caña.»
Mirad que cuando pensáis
que hacen la señal del alba
las campanas de la vida,
es la queda, y os desarman
de vuestro color y lustre,
de vuestro donaire y gracia,
y quedáis todas perdidas
por mayores de la marca.
¡Que se nos va la Pascua, mozas,
que se nos va la Pascua!
¡Que se nos va la Pascua, mozas,
que se nos va la Pascua!
Por eso, mozuelas locas,
antes que la edad avara
el rubio cabello de oro
convierta en luciente plata,
quered cuando sois queridas,
amad cuando sois amadas,
mirad, bobas, que detrás
se pinta la ocasión calva.
Yo sé de una buena vieja
que fue un tiempo rubia y zarca,
y que al presente le cuesta
harto caro el ver su cara,
porque su bruñida frente
y sus mejillas se hallan
más que roquete de obispo
encogidas y arrugadas.
¡Que se nos va la Pascua, mozas,
que se nos va la Pascua
Da: Luis de Góngora, Sonetos completos, ed. a cura di B. Ciplijauskaité, Madrid, Castalia, 1992.
Mientras por competir
Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;
mientras a cada labio, por cogello.
siguen más ojos que al clavel temprano;
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello:
goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o vïola troncada.
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
53
Da: Luis de Góngora, Soledades, ed. a cura di D. Alonso, Madrid, Revista de Occidente, 1927
Soledad segunda (vv.284-302)
285
290
295
300
Cóncavo fresno -a quien gracioso indulto
de su caduco natural permite
que a la encina vivaz robusto imite,
y hueco exceda al alcornoque incultoverde era pompa de un vallete oculto,
cuando frondoso alcázar no, de aquella
que sin corona vuela y sin espada,
susurrante amazona, Dido alada
de ejército más casto, de más bella
república, ceñida, en vez de muros,
de cortezas; en ésta pues Cartago
reina la abeja, oro brillando vago,
o el jugo beba de los aires puros,
o el sudor de los cielos, cuando liba
de las mudas estrellas la saliva;
burgo eran suyo el tronco informe, el breve
corcho, y moradas pobres sus vacíos,
del que más solicita los desvíos
de la isla, plebeyo enjambre leve.
[Un cóncavo y horadado fresno, a cuya caduca naturaleza, perdonada graciosamente por el tiempo, se le
concede que imite en robusta longevidad a la encina y en lo hueco exceda al inculto alconorque, servía de
verde pompa a un vallecillo oculto y de frondoso alcázar a la reina de un enjambre que en su hueco había.
Reina que vuela sin corona y sin espada, susurrante amazona de un ejército más casto que el de Pentesilea,
reina de las amazonas; Dido con alas de una república más bella que la de Cartago (de la cual Dido fué
reina); de una república, en fin, ceNida de cortezas, y no de murallas. En esta Cartago reina, pues, la abeja, la
cual hace brillar el vago oro de su cuerpo cuando vuela, ya fabrique su miel del jugo que bebe de los aires
puros, ya del sudor de los cielos cuando al libar el rocío de la mañana parece beber la saliva de las mudas
estrellas, Burgo y aledaños de aquella real morada eran otros troncos informes y colmenas de corcho, en
cuyos huecos, como en pobres habitaciones, vive el plebeyo y ligero enjambre de abejas que busca los más
apartados lugares de la isla.]
54
FRANCISCO DE QUEVEDO
Da: Francisco de Quevedo, Poesía original completa, ed. a cura di J. M. Blecua, Barcelona, Planeta,
1990.
4
REPRESÉNTASE LA BREVEDAD DE LO QUE SE VIVE Y CUÁ NADA PARECE LO QUE SE VIVIÓ
«¡Ah de la vida!»... ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.
¡Que sin poder saber cómo ni adónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.
Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.
En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.
71
ADVERTENCIA A ESPAÑA DE QUE ANSÍ COMO SE HA HECHO SEÑORA DE MUCHOS, ANSÍ
SERÁ DE TANTOS ENEMIGOS INVIDIADA Y PERSEGUIDA, Y NECESITA DE CONTINUA
PREVENCIÓN POR ESA CAUSA
Un godo, que una cueva en la montaña
guardó, pudo cobrar las dos Castillas;
del Betis y Genil las dos orillas,
los herederos de tan grande hazaña.
A Navarra te dio justicia y maña;
y un casamiento, en Aragón, las sillas
con que a Sicilia y Nápoles humillas,
y a quien Milán espléndida acompaña.
Muerte infeliz en Portugal arbola
tus castillos. Colón pasó los godos
al ignorado cerco de esta bola.
Y es más fácil, ¡oh España!, en muchos modos,
que lo que a todos les quitaste sola
te puedan a ti sola quitar todos.
55
472
AMOR CONSTANTE MÁS ALLÁ DE LA MUERTE
Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;
mas no, de esotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrán sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.
56
Da: Francisco de Quevedo, La vida del Buscón llamado Pablos, ed. a cura di D. Ynduráin, Madrid,
Cátedra, 1989.
CAP. III DE CÓMO FUI A UN PUPILAJE, POR CRIADO DE DON DIEGO CORONEL (frammento)
Determinó, pues, don Alonso de poner a su hijo en pupilaje: lo uno por apartarle de su regalo y lo otro por
ahorrar de cuidado. Supo que había en Segovia un licenciado Cabra que tenía por oficio de criar hijos de
caballeros, y envió allá el suyo, y a mí para que le acompañase y sirviese. Entramos primer domingo después
de Cuaresma en poder de la hambre viva, porque tal laceria no admite encarecimiento. El era un clérigo
cerbatana, largo sólo en el talle, una cabeza pequeña, pelo bermejo. No hay más que decir para quien sabe el
refrán que dice, ni gato ni perro de aquella color. Los ojos avecindados en el cogote, que parecía que miraba
por cuévanos; tan hundidos y oscuros, que era buen sitio el suyo para tiendas de mercaderes; la nariz, entre
Roma y Francia; las barbas, descoloridas de miedo de la boca vecina, que, de pura hambre, parecía que
amenazaba a comérselas; los dientes, le faltaban no sé cuántos, y pienso que por holgazanos y vagamundos
se los habían desterrado; el gaznate, largo como avestruz, con una nuez tan salida, que parecía se iba a buscar
de comer, forzada de la necesidad; los brazos, secos; las manos, como un manojo de sarmientos cada una.
Mirado de medio abajo, parecía tenedor, o compás con dos piernas largas y flacas; su andar, muy despacio; si
se descomponía algo, se sonaban los huesos como tablillas de San Lázaro; la habla, ética; la barba, grande,
por nunca se la cortar por no gastar; y él decía que era tanto el asco que le daba ver las manos del barbero por
su cara, que antes se dejaría matar que tal permitiese; cortábale los cabellos un muchacho de los otros. Traía
un bonete los días de sol, ratonado, con mil gateras y guarniciones de grasa; era de cosa que fué paño, con
los fondos de caspa. La sotana, según decían algunos, era milagrosa, porque no se sabía de qué color era.
Unos, viéndola tan sin pelo, la tenían por de cuero de rana; otros, decían que era ilusión; desde cerca parecía
negra y desde lejos, entre azul; llevábala sin ceñidor; no traía cuello ni puños; parecía, con los cabellos largos
y la sotana mísera y corta, lacayuelo de la muerte. Cada zapato podía ser tumba de un filisteo. ¿Pues su
aposento? Aun arañas no había en él; conjuraba los ratones, de miedo que no le royesen algunos mendrugos
que guardaba; la cama tenía en el suelo, y dormía siempre de un lado, por no gastar las sábanas; al fin, era
archipobre y protomiseria. […]
57
LOPE DE VEGA CARPIO
Da: Lope de Vega, Obras poéticas, ed. a cura di J. M. Blecua, Barcelona, Planeta, 1989.
XXXIX
A una dama que le echó un puñado de tierra
Como a muerto, me echáis tierra en la cara;
yo lo debo de estar, y no lo siento;
que aun muerto en vuestro esquivo pensamiento,
menos sentido que éste le bastara.
Vivo os juré que muerto os confesara
la misma fe; cumplí mi juramento;
pues ya después del triste enterramiento,
ni cesa la afición, ni el amor para.
No sé si os pueda dar piadoso nombre,
¡oh manos que enterráis al muerto amigo!,
después que le mató vuestra hermosura.
Que es de ladrón fiel, ya muerto el hombre
no de piedad, mas miedo del castigo,
darle en su propia casa sepultura.
58
MIGUEL DE CERVANTES
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
CAPÍTULO I
Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo don Quijote de la Mancha
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo
de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que
carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de
añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte,
calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con
su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba
a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la
edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro,
gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en
esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque, por conjeturas verosímiles, se deja
entender que se llamaba Quejana. Pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no
se salga un punto de la verdad. Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso,
que eran los más del año, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de
todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda. Y llegó a tanto su curiosidad y
desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en
que leer, y así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos, ningunos le parecían tan bien
como los que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas
razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos,
donde en muchas partes hallaba escrito: «La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi
razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura.» Y también cuando leía: «[...] los altos
cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican, y os hacen merecedora del
merecimiento que merece la vuestra grandeza.» Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y
desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo
Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estaba muy bien con las heridas que don Belianís daba y recebía,
porque se imaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el
cuerpo lleno de cicatrices y señales. Pero, con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa
de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra,
como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos
pensamientos no se lo estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar que era hombre
docto, graduado en Sigüenza, sobre cuál había sido mejor caballero: Palmerín de Ingalaterra o Amadís de
Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mesmo pueblo, decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo, y
que si alguno se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy
acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo
de la valentía no le iba en zaga. En resolución, él se enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban las noches
leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el
celebro, de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así
de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates
imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas
sonadas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. Decía él que
el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero, pero que no tenía que ver con el Caballero de la Ardiente
Espada, que de sólo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con
Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalles había muerto a Roldán el encantado, valiéndose de la industria
de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del gigante
Morgante, porque, con ser de aquella generación gigantea, que todos son soberbios y descomedidos, él solo
era afable y bien criado. Pero, sobre todos, estaba bien con Reinaldos de Montalbán, y más cuando le veía
salir de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en allende robó aquel ídolo de Mahoma que era todo de
oro, según dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor de Galalón, al ama que tenía, y aun
a su sobrina de añadidura. En efeto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más estraño pensamiento que
59
jamás dio loco en el mundo; y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra
como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus armas y
caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se
ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos,
cobrase eterno nombre y fama. Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo, por lo menos, del
imperio de Trapisonda; y así, con estos tan agradables pensamientos, llevado del estraño gusto que en ellos
sentía, se dio priesa a poner en efeto lo que deseaba. Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que
habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban
puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo, pero vio que tenían una gran
falta, y era que no tenían celada de encaje, sino morrión simple; mas a esto suplió su industria, porque de
cartones hizo un modo de media celada, que, encajada con el morrión, hacían una apariencia de celada
entera. Es verdad que para probar si era fuerte y podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada y le
dio dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana; y no dejó de
parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, y, por asegurarse deste peligro, la tornó a hacer de
nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro, de tal manera que él quedó satisfecho de su fortaleza;
y, sin querer hacer nueva experiencia della, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje. Fue luego a ver su
rocín, y, aunque tenía más cuartos que un real y más tachas que el caballo de Gonela, que tantum pellis et
ossa fuit, le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se
le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; porque, según se decía él a sí mesmo, no era razón que
caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y ansí, procuraba
acomodársele de manera que declarase quién había sido, antes que fuese de caballero andante, y lo que era
entonces; pues estaba muy puesto en razón que, mudando su señor estado, mudase él también el nombre, y
[le] cobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba. Y
así, después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e
imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante: nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que
había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del
mundo. Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento
duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar don Quijote; de donde como queda dicho tomaron ocasión
los autores desta tan verdadera historia que, sin duda, se debía de llamar Quijada, y no Quesada, como otros
quisieron decir. Pero, acordándose que el valeroso Amadís no sólo se había contentado con llamarse Amadís
a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por Hepila famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así
quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya y llamarse don Quijote de la Mancha, con
que, a su parecer, declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.
Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo,
se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballero
andante sin amores era á[r]bol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Decíase él a [sí]: «Si yo, por malos de
mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece
a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o, finalmente, le
venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quien enviarle presentado y que entre y se hinque de rodillas ante mi
dulce señora, y diga con voz humilde y rendido: “Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la
ínsula Malindrania, a quien venció en singular batalla el jamás como se debe alabado caballero don Quijote
de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante vuestra merced, para que la vuestra grandeza
disponga de mí a su talante?”» ¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso,
y más cuando halló a quien dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo
había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se
entiende, ella jamás lo supo, ni le dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien
darle título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que
tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural
del Toboso; nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus
cosas había puesto.
CAPÍTULO II
Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso don Quijote
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Hechas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar más tiempo a poner en efeto su pensamiento,
apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que
pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que emendar, y abusos que mejorar y deudas que
satisfacer. Y así, sin dar parte a persona alguna de su intención, y sin que nadie le viese, una mañana, antes
del día, que era uno de los calurosos del mes de julio, se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante,
puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y, por la puerta falsa de un corral, salió
al campo con grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a su buen
deseo. Mas, apenas se vio en el campo, cuando le asaltó un pensamiento terrible, y tal, que por poco le
hiciera dejar la comenzada empresa; y fue que le vino a la memoria que no era armado caballero, y que,
conforme a ley de caballería, ni podía ni debía tomar armas con ningún caballero; y, puesto que lo fuera,
había de llevar armas blancas, como novel caballero, sin empresa en el escudo, hasta que por su esfuerzo la
ganase. Estos pensamientos le hicieron titubear en su propósito; mas, pudiendo más su locura que otra razón
alguna, propuso de hacerse armar caballero del primero que topase, a imitación de otros muchos que así lo
hicieron, según él había leído en los libros que tal le tenían. En lo de las armas blancas, pensaba limpiarlas de
manera, en teniendo lugar, que lo fuesen más que un armiño; y con esto se quietó y prosiguió su camino, sin
llevar otro que aquel que su caballo quería, creyendo que en aquello consistía la fuerza de las aventuras.
Yendo, pues, caminando nuestro flamante aventurero, iba hablando consigo mesmo y diciendo: «¿Quién
duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que
el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salidad tan de mañana, desta
manera?: “Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas
hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus arpadas lenguas habían
saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora, que, dejando la blanda cama del celoso
marido, por las puertas y balcones del manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso
caballero don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante, y
comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel”». Y era la verdad que por él caminaba. Y
añadió diciendo: «Dichosa edad, y siglo dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías, dignas
de entallarse en bronces, esculpirse en mármoles y pintarse en tablas para memoria en lo futuro. ¡Oh tú, sabio
encantador, quienquiera que seas, a quien ha de tocar el ser coronista desta peregrina historia, ruégote que no
te olvides de mi buen Rocinante, compañero eterno mío en todos mis caminos y carreras!» Luego volvía
diciendo, como si verdaderamente fuera enamorado: «¡Oh princesa Dulcinea, señora deste cautivo corazón!,
mucho agravio me habedes fecho en despedirme y reprocharme con el riguroso afincamiento de mandarme
no parecer ante la vuestra fermosura. Plégaos, señora, de membraros deste vuestro sujeto corazón, que tantas
cuitas por vuestro amor padece.» Con éstos iba ensartando otros disparates, todos al modo de los que sus
libros le habían enseñado, imitando en cuanto podía su lenguaje. Con esto, caminaba tan despacio, y el sol
entraba tan apriesa y con tanto ardor, que fuera bastante a derretirle los sesos, si algunos tuviera. Casi todo
aquel día caminó sin acontecerle cosa que de contar fuese, de lo cual se desesperaba, porque quisiera topar
luego con quien hacer experiencia del valor de su fuerte brazo. Autores hay que dicen que la primera
aventura que le avino fue la del Puerto Lápice; otros dicen que la de los molinos de viento; pero, lo que yo he
podido averiguar en este caso, y lo que he hallado escrito en los Anales de la Mancha, es que él anduvo todo
aquel día, y, al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre; y que, mirando a todas
partes por ver si descubriría algún castillo o alguna majada de pastores donde recogerse y adonde pudiese
remediar su mucha hambre y necesidad, vio, no lejos del camino por donde iba, una venta, que fue como si
viera una estrella que, no a los portales, sino a los alcázares de su redención le encaminaba. Diose priesa a
caminar, y llegó a ella a tiempo que anochecía. Estaban acaso a la puerta dos mujeres mozas, destas que
llaman del partido, las cuales iban a Sevilla con unos arrieros que en la venta aquella noche acertaron a hacer
jornada; y, como a nuestro aventurero todo cuanto pensaba, veía o imaginaba le parecía ser hecho y pasar al
modo de lo que había leído, luego que vio la venta, se le representó que era un castillo con sus cuatro torres y
chapiteles de luciente plata, sin faltarle su puente levadiza y honda cava, con todos aquellos adherentes que
semejantes castillos se pintan. Fuese llegando a la venta, que a él le parecía castillo, y a poco trecho della
detuvo las riendas a Rocinante, esperando que algún enano se pusiese entre las almenas a dar señal con
alguna trompeta de que llegaba caballero al castillo. Pero, como vio que se tardaban y que Rocinante se daba
priesa por llegar a la caballeriza, se llegó a la puerta de la venta, y vio a las dos destraídas mozas que allí
estaban, que a él le parecieron dos hermosas doncellas o dos graciosas damas que delante de la puerta del
castillo se estaban solazando. En esto, sucedió acaso que un porquero que andaba recogiendo de unos
rastrojos una manada de puercos que, sin perdón, así se llaman tocó un cuerno, a cuya señal ellos se recogen,
y al instante se le representó a don Quijote lo que deseaba, que era que algún enano hacía señal de su venida;
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y así, con estraño contento, llegó a la venta y a las damas, las cuales, como vieron venir un hombre de
aquella suerte, armado y con lanza y adarga, llenas de miedo, se iban a entrar en la venta; pero don Quijote,
coligiendo por su huida su miedo, alzándose la visera de papelón y descubriendo su seco y polvoroso rostro,
con gentil talante y voz reposada, les dijo: «No fuyan las vuestras mercedes ni teman desaguisado alguno; ca
a la orden de caballería que profeso non toca ni atañe facerle a ninguno, cuanto más a tan altas doncellas
como vuestras presencias demuestran.» Mirábanle las mozas, y andaban con los ojos buscándole el rostro,
que la mala visera le encubría; mas, como se oyeron llamar doncellas, cosa tan fuera de su profesión, no
pudieron tener la risa, y fue de manera que don Quijote vino a correrse y a decirles: «Bien parece la mesura
en las fermosas, y es mucha sandez además la risa que de leve causa procede; pero no vos lo digo porque os
acuitedes ni mostredes mal talante; que el mío non es de ál que de serviros.» El lenguaje, no entendido de las
señoras, y el mal talle de nuestro caballero acrecentaba en ellas la risa y en él el enojo; y pasara muy adelante
si a aquel punto no saliera el ventero, hombre que, por ser muy gordo, era muy pacífico, el cual, viendo
aquella figura contrahecha, armada de armas tan desiguales como eran la brida, lanza, adarga y coselete, no
estuvo en nada en acompañar a las doncellas en las muestras de su contento. Mas, en efeto, temiendo la
máquina de tantos pertrechos, determinó de hablarle comedidamente; y así, le dijo: «Si vuestra merced, señor
caballero, busca posada, amén del lecho (porque en esta venta no hay ninguno), todo lo demás se hallará en
ella en mucha abu[n]dancia.» Viendo don Quijote la humildad del alcaide de la fortaleza, que tal le pareció a
él el ventero y la venta, respondió: «Para mí, señor castellano, cualquiera cosa basta, porque mis arreos son
las armas, mi descanso el pelear, etc.»
Pensó el huésped que el haberle llamado castellano había sido por haberle parecido de los sanos de Castilla,
aunque él era andaluz, y de los de la playa de Sanlúcar, no menos ladrón que Caco, ni menos maleante que
estudiantado paje; y así, le respondió: «Según eso, las camas de vuestra merced serán duras peñas, y su
dormir, siempre velar; y siendo así, bien se puede apear, con seguridad de hallar en esta choza ocasión y
ocasiones para no dormir en todo un año, cuanto más en una noche.» Y, diciendo esto, fue a tener el estribo a
don Quijote, el cual se apeó con mucha dificultad y trabajo, como aquel que en todo aquel día no se había
desayunado. Dijo luego al huésped que le tuviese mucho cuidado de su caballo, porque era la mejor pieza
que comía pan en el mundo. Miróle el ventero, y no le pareció tan bueno como don Quijote decía, ni aun la
mitad; y, acomodándole en la caballeriza, volvió a ver lo que su huésped mandaba, al cual estaban
desarmando las doncellas, que ya se habían reconciliado con él; las cuales, aunque le habían quitado el peto
y el espaldar, jamás supieron ni pudieron desencajarle la gola, ni quitalle la contrahecha celada, que traía
atada con unas cintas verdes, y era menester cortarlas, por no poderse quitar los ñudos; mas él no lo quiso
consentir en ninguna manera, y así, se quedó toda aquella noche con la celada puesta, que era la más graciosa
y estraña figura que se pudiera pensar; y, al desarmarle, como él se imaginaba que aquellas traídas y llevadas
que le desarmaban eran algunas principales señoras y damas de aquel castillo, les dijo con mucho donaire:
«Nunca fuera caballero de damas tan bien servido como fuera don Quijote cuando de su aldea vino:
doncellas curaban dél; princesas, del su rocino, o Rocinante, que éste es el nombre, señoras mías, de mi
caballo, y don Quijote de la Mancha el mío; que, puesto que no quisiera descubrirme fasta que las fazañas
fechas en vuestro servicio y pro me descubrieran, la fuerza de acomodar al propósito presente este romance
viejo de Lanzarote ha sido causa que sepáis mi nombre antes de toda sazón; pero, tiempo vendrá en que las
vuestras señorías me manden y yo obedezca, y el valor de mi brazo descubra el deseo que tengo de serviros.»
Las mozas, que no estaban hechas a oír semejantes retóricas, no respondían palabra; sólo le preguntaron si
quería comer alguna cosa. «Cualquiera yantaría yo», respondió don Quijote, «porque, a lo que entiendo, me
haría mucho al caso.» A dicha, acertó a ser viernes aquel día, y no había en toda la venta sino unas raciones
de un pescado que en Castilla llaman abadejo, y en Andalucía bacallao, y en otras partes curadillo, y en otras
truchuela. Preguntáronle si por ventura comería su merced truchuela, que no había otro pescado que dalle a
comer. «Como haya muchas truchuelas», respondió don Quijote, «podrán servir de una trucha, porque eso se
me da que me den ocho reales en sencillos que en una pieza de a ocho. Cuanto más, que podría ser que
fuesen estas truchuelas como la ternera, que es mejor que la vaca, y el cabrito que el cabrón. Pero, sea lo que
fuere, venga luego, que el trabajo y peso de las armas no se puede llevar sin el gobierno de las tripas.»
Pusiéronle la mesa a la puerta de la venta, por el fresco, y trújole el huésped una porción del mal remojado y
peor cocido bacallao, y un pan tan negro y mugriento como sus armas; pero era materia de grande risa verle
comer, porque, como tenía puesta la celada y alzada la visera, no podía poner nada en la boca con sus manos
si otro no se lo daba y ponía; y ansí, una de aquellas señoras servía deste menester. Mas, al darle de beber, no
fue posible, ni lo fuera si el ventero no horadara una caña, y puesto el un cabo en la boca, por el otro le iba
echando el vino; y todo esto lo recebía en paciencia, a trueco de no romper las cintas de la celada. Estando en
esto, llegó acaso a la venta un castrador de puercos; y, así como llegó, sonó su silbato de cañas cuatro o cinco
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veces, con lo cual acabó de confirmar don Quijote que estaba en algún famoso castillo, y que le servían con
música, y que el abadejo eran truchas; el pan, candeal; y las rameras, damas; y el ventero, castellano del
castillo, y con esto daba por bien empleada su determinación y salida. Mas lo que más le fatigaba era el no
verse armado caballero, por parecerle que no se podría poner legítimamente en aventura alguna sin recebir la
orden de caballería.
CAPÍTULO VI
Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo
el cual aún todavía dormía. Pidió las llaves, a la sobrina, del aposento donde estaban los libros, autores del
daño, y ella se las dio de muy buena gana. Entraron dentro todos, y la ama con ellos, y hallaron más de cien
cuerpos de libros grandes, muy bien encuadernados, y otros pequeños; y, así como el ama los vio, volvióse a
salir del aposento con gran priesa, y tornó luego con una escudilla de agua bendita y un hisopo, y dijo:
«Tome vuestra merced, señor licenciado: rocíe este aposento, no esté aquí algún encantador de los muchos
que tienen estos libros, y nos encanten, en pena de las que les queremos dar echándolos del mundo.» Causó
risa al licenciado la simplicidad del ama, y mandó al barbero que le fuese dando de aquellos libros uno a uno,
para ver de qué trataban, pues podía ser hallar algunos que no mereciesen castigo de fuego. «No», dijo la
sobrina, «no hay para qué perdonar a ninguno, porque todos han sido los dañadores; mejor será arrojarlos por
las ventanas al patio, y hacer un rimero dellos y pegarles fuego; y si no, llevarlos al corral, y allí se hará la
hoguera, y no ofenderá el humo.» Lo mismo dijo el ama: tal era la gana que las dos tenían de la muerte de
aquellos inocentes; mas el cura no vino en ello sin primero leer siquiera los títulos. Y el primero que maese
Nicolás le dio en las manos fue Los cuatro de Amadís de Gaula, y dijo el cura: «Parece cosa de misterio ésta;
porque, según he oído decir, este libro fue el primero de caballerías que se imprimió en España, y todos los
demás han tomado principio y origen déste; y así, me parece que, como a dogmatizador de una secta tan
mala, le debemos, sin escusa alguna, condenar al fuego.» «No, señor», dijo el barbero, «que también he oído
decir que es el mejor de todos los libros que de este género se han compuesto; y así, como a único en su arte,
se debe perdonar.» «Así es verdad», dijo el cura, «y por esa razón se le otorga la vida por ahora. Veamos
esotro que está junto a él.» «Es», dijo el barbero, «las Sergas de Esplandián, hijo legítimo de Amadís de
Gaula.» «Pues, en verdad», dijo el cura, «que no le ha de valer al hijo la bondad del padre. Tomad, señora
ama: abrid esa ventana y echadle al corral, y dé principio al montón de la hoguera que se ha de hacer.»
Hízolo así el ama con mucho contento, y el bueno de Esplandián fue volando al corral, esperando con toda
paciencia el fuego que le amenazaba. «Adelante», dijo el cura. «Este que viene», dijo el barbero, «es Amadís
de Grecia; y aun todos los deste lado, a lo que creo, son del mesmo linaje de Amadís.» «Pues vayan todos al
corral», dijo el cura; «que, a trueco de quemar a la reina Pintiquiniestra, y al pastor Darinel, y a sus églogas,
y a las endiabladas y revueltas razones de su autor, quemaré con ellos al padre que me engendró, si anduviera
en figura de caballero andante.» «De ese parecer soy yo», dijo el barbero. «Y aun yo», añadió la sobrina.
«Pues así es», dijo el ama, «vengan, y al corral con ellos.» Diéronselos, que eran muchos, y ella ahorró la
escalera y dio con ellos por la ventana abajo. «¿Quién es ese tonel?», dijo el cura. «Éste es», respondió el
barbero, «Don Olivante de Laura.» «El autor de ese libro», dijo el cura, «fue el mesmo que compuso a
Jardín de flores; y en verdad que no sepa determinar cuál de los dos libros es más verdadero, o, por decir
mejor, menos mentiroso; sólo sé decir que éste irá al corral por disparatado y arrogante.» «Éste que se sigue
es Florimorte de Hircania», dijo el barbero. «¿Ahí está el señor Florimorte?», replicó el cura. «Pues a fe que
ha de parar presto en el corral, a pesar de su estraño nacimiento y sonadas aventuras; que no da lugar a otra
cosa la dureza y sequedad de su estilo. Al corral con él y con esotro, señora ama.» «Que me place, señor
mío», respondía ella; y con mucha alegría ejecutaba lo que le era mandado. «Éste es El Caballero Platir»,
dijo el barbero. «Antiguo libro es éste», dijo el cura, «y no hallo en él cosa que merezca venia. Acompañe a
los demás sin réplica.» Y así fue hecho. Abrióse otro libro y vieron que tenía por título El Caballero de la
Cruz. «Por nombre tan santo como este libro tiene, se podía perdonar su ignorancia; mas también se suele
decir: “tras la cruz está el diablo”; vaya al fuego.» Tomando el barbero otro libro, dijo: «Éste es Espejo de
caballerías.» «Ya conozco a su merced», dijo el cura. «Ahí anda el señor Reinaldos de Montalbán con sus
amigos y compañeros, más ladrones que Caco, y los doce Pares, con el verdadero historiador Turpín; y en
verdad que estoy por condenarlos no más que a destierro perpetuo, siquiera porque tienen parte de la
invención del famoso Mateo Boyardo, de donde también tejió su tela el cristiano poeta Ludovico Ariosto; al
cual, si aquí le hallo, y que habla en otra lengua que la suya, no le guardaré respeto alguno; pero si habla en
su idioma, le pondré sobre mi cabeza.» «Pues yo le tengo en italiano», dijo el barbero, «mas no le entiendo.»
«Ni aun fuera bien que vos le entendiérades», respondió el cura, «y aquí le perdonáramos al señor capitán
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que no le hubiera traído a España y hecho castellano; que le quitó mucho de su natural valor, y lo mesmo
harán todos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua: que, por mucho cuidado que
pongan y habilidad que muestren, jamás llegarán al punto que ellos tienen en su primer nacimiento. Digo, en
efeto, que este libro, y todos los que se hallaren que tratan destas cosas de Francia, se echen y depositen en
un pozo seco, hasta que con más acuerdo se vea lo que se ha de hacer dellos, ecetuando a un Bernardo del
Carpio que anda por ahí y a otro llamado Roncesvalles; que éstos, en llegando a mis manos, han de estar en
las del ama, y dellas en las del fuego, sin remisión alguna.» Todo lo confirmó el barbero, y lo tuvo por bien y
por cosa muy acertada, por entender que era el cura tan buen cristiano y tan amigo de la verdad, que no diría
otra cosa por todas las del mundo. Y, abriendo otro libro, vio que era Palmerín de Oliva, y junto a él estaba
otro que se llamaba Palmerín de Ingalaterra; lo cual visto por el licenciado, dijo: «Esa oliva se haga luego
rajas y se queme, que aun no queden della las cenizas; y esa palma de Ingalaterra se guarde y se conserve
como a cosa única, y se haga para ello otra caja como la que halló Alejandro en los despojos de Dario, que la
diputó para guardar en ella las obras del poeta Homero. Este libro, señor compadre, tiene autoridad por dos
cosas: la una, porque él por sí es muy bueno, y la otra, porque es fama que le compuso un discreto rey de
Portugal. Todas las aventuras del castillo de Miraguarda son bonísimas y de grande artificio; las razones,
cortesanas y claras, que guardan y miran el decoro del que habla con mucha propriedad y entendimiento.
Digo, pues, salvo vuestro buen parecer, señor maese Nicolás, que éste y Amadís de Gaula queden libres del
fuego, y todos los demás, sin hacer más cala y cata, perezcan.» «No, señor compadre», replicó el barbero;
que éste que aquí tengo es el afamado Don Belianís.» «Pues ése», replicó el cura, «con la segunda, tercera y
cuarta parte, tienen necesidad de un poco de ruibarbo para purgar la demasiada cólera suya, y es menester
quitarles todo aquello del castillo de la Fama y otras impertinencias de más importancia, para lo cual se les
da término ultramarino, y como se enmendaren, así se usará con ellos de misericordia o de justicia; y en
tanto, tenedlos vos, compadre, en vuestra casa, mas no los dejéis leer a ninguno.» «Que me place», respondió
el barbero. Y, sin querer cansarse más en leer libros de caballerías, mandó al ama que tomase todos los
grandes y diese con ellos en el corral. No se dijo a tonta ni a sorda, sino a quien tenía más gana de quemallos
que de echar una tela, por grande y delgada que fuera; y, asiendo casi ocho de una vez, los arrojó por la
ventana. Por tomar muchos juntos, se le cayó uno a los pies del barbero, que le tomó gana de ver de quién
era, y vio que decía: Historia del famoso caballero Tirante el Blanco. «¡Válame Dios!», dijo el cura, dando
una gran voz. «¡Que aquí esté Tirante el Blanco! Dádmele acá, compadre; que hago cuenta que he hallado en
él un tesoro de contento y una mina de pasatiempos. Aquí está don Quirieleisón de Montalbán, valeroso
caballero, y su hermano Tomás de Montalbán, y el caballero Fonseca, con la batalla que el valiente de
Tirante hizo con el alano, y las agudezas de la doncella Placerdemivida, con los amores y embustes de la
viuda Reposada, y la señora Emperatriz, enamorada de Hipólito, su escudero. Dígoos verdad, señor
compadre, que, por su estilo, es éste el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen, y
mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros
deste género carecen. Con todo eso, os digo que merecía el que le compuso, pues no hizo tantas necedades
de industria, que le echaran a galeras por todos los días de su vida. Llevadle a casa y leedle, y veréis que es
verdad cuanto dél os he dicho.» «Así será», respondió el barbero; «pero, ¿qué haremos destos pequeños
libros que quedan?» «Éstos», dijo el cura, «no deben de ser de caballerías, sino de poesía.» Y abriendo uno,
vio que era La Diana, de Jorge de Montemayor, y dijo, creyendo que todos los demás eran del mesmo
género: «Éstos no merecen ser quemados, como los demás, porque no hacen ni harán el daño que los de
caballerías han hecho; que son libros de entendimiento, sin perjuicio de tercero.» «¡Ay señor!», dijo la
sobrina, «bien los puede vuestra merced mandar quemar, como a los demás, porque no sería mucho que,
habiendo sanado mi señor tío de la enfermedad caballeresca, leyendo éstos, se le antojase de hacerse pastor y
andarse por los bosques y prados cantando y tañendo; y, lo que sería peor, hacerse poeta; que, según dicen,
es enfermedad incurable y pegadiza.» «Verdad dice esta doncella», dijo el cura, «y será bien quitarle a
nuestro amigo este tropiezo y ocasión delante. Y, pues comenzamos por La Diana de Montemayor, soy de
parecer que no se queme, sino que se le quite todo aquello que trata de la sabia Felicia y de la agua
encantada, y casi todos los versos mayores, y quédesele en hora buena la prosa, y la honra de ser primero en
semejantes libros.» «Éste que se sigue», dijo el barbero, «es La Diana llamada segunda del Salmantino; y
éste, otro que tiene el mesmo nombre, cuyo autor es Gil Polo.» «Pues la del Salmantino», respondió el cura,
«acompañe y acreciente el número de los condenados al corral, y la de Gil Polo se guarde como si fuera del
mesmo Apolo; y pase adelante, señor compadre, y démonos prisa, que se va haciendo tarde.» «Este libro es»,
dijo el barbero, abriendo otro «Los diez libros de Fortuna de Amor, compuestos por Antonio de Lofraso,
poeta sardo.» «Por las órdenes que recebí», dijo el cura, «que, desde que Apolo fue Apolo, y las musas
musas, y los poetas poetas, tan gracioso ni tan disparatado libro como ése no se ha compuesto, y que, por su
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camino, es el mejor y el más único de cuantos deste género han salido a la luz del mundo; y el que no le ha
leído puede hacer cuenta que no ha leído jamás cosa de gusto. Dádmele acá, compadre, que precio más
haberle hallado que si me dieran una sotana de raja de Florencia.» Púsole aparte con grandísimo gusto, y el
barbero prosiguió diciendo: «Estos que se siguen son El Pastor de Iberia, Ninfas de Henares y Desengaños
de celos.» «Pues no hay más que hacer», dijo el cura, «sino entregarlos al brazo seglar del ama; y no se me
pregunte el porqué, que sería nunca acabar.» «Este que viene es El Pastor de Fílida.» «No es ése pastor»,
dijo el cura, «sino muy discreto cortesano; guárdese como joya preciosa.» «Este grande que aquí viene se
intitula», dijo el barbero, «Tesoro de varias poesías.» «Como ellas no fueran tantas», dijo el cura, «fueran
más estimadas; menester es que este libro se escarde y limpie de algunas bajezas que entre sus grandezas
tiene. Guárdese, porque su autor es amigo mío, y por respeto de otras más heroicas y levantadas obras que ha
escrito.» «Éste es», siguió el barbero, «El Cancionero de López Maldonado.» «También el autor de ese
libro», replicó el cura, «es grande amigo mío, y sus versos en su boca admiran a quien los oye; y tal es la
suavidad de la voz con que los canta, que encanta. Algo largo es en las églogas, pero nunca lo bueno fue
mucho: guárdese con los escogidos. Pero, ¿qué libro es ese que está junto a él?» «La Galatea, de Miguel de
Cervantes», dijo el barbero. «Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más
versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena invención; propone algo, y no concluye
nada: es menester esperar la segunda parte que promete; quizá con la emienda alcanzará del todo la
misericordia que ahora se le niega; y, entre tanto que esto se ve, tenedle recluso en vuestra posada, señor
compadre.» «Que me place», respondió el barbero. «Y aquí vienen tres, todos juntos: La Araucana, de don
Alonso de Ercil[l]a; La Austríada, de Juan Rufo, jurado de Córdoba, y El Monserrato, de Cristóbal de
Virués, poeta valenciano.» «Todos esos tres libros», dijo el cura, «son los mejores que, en verso heroico, en
lengua castellana están escritos, y pueden competir con los más famosos de Italia: guárdense como las más
ricas prendas de poesía que tiene España.» Cansóse el cura de ver más libros; y así, a carga cerrada, quiso
que todos los demás se quemasen; pero ya tenía abierto uno el barbero, que se llamaba Las lágrimas de
Angélica. «Lloráralas yo», dijo el cura en oyendo el nombre, «si tal libro hubiera mandado quemar; porque
su autor fue uno de los famosos poetas del mundo, no sólo de España, y fue felicísimo en la tradución de
algunas fábulas de Ovidio.»
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