Liliana Bodoc El brujo desnudo De Oficio de búhos, Editorial Suma, Buenos Aires, 2012. Su desnudez no era humana. La ropa que alguna vez lo cubría se había desgajado hacía ya demasiados soles y era la piel, curtida en el vuelo, la que cumplía su cometido. El Brujo Halcón, que antes fuera Piukemán, apenas abandonaba la Puerta de la Lechuza pero, a cambio, volaba cada vez más lejos en vínculo con los grandes pájaros y la propagación de las bandadas. Todo lo que venía por el cielo llegaba a sus ojos y a sus oídos a través del Halcón Ahijador, ave sagrada de Los Confines. Por esos días el Brujo Halcón vio desde lo alto que Nanahuatli regresaba al nido. Y la esperó de pie. No imaginaba el Brujo Halcón la ferocidad de su aspecto. El cabello crecido en forma de bola, lleno de briznas y pequeñas ramas, la nariz aguzada como pico, los ojos esféricos y las uñas vueltas sobre la carne como garras. Sin embargo, la apariencia del que había sido hermano de su esposo no intimidó a Nanahuatli, que apenas estuvo frente al Brujo corrió a refugiarse entre sus alas sintiendo que ese era el lugar donde deseaba permanecer por siempre. Nanahuatli y el Brujo Halcón habían compartido los lejanos días de la guerra. De algún modo la princesa había volado a expensas de sus alas, de algún modo el Brujo había conocido cómo es una mujer por el impudor de la princesa. Nanahuatli lo guió hasta las raíces salientes de uno de los grandes árboles que contorneaban la Puerta de la Lechuza donde el Brujo Halcón amontonaba hierbas secas. Como tantas veces en el pasado, Nanahuatli se acercó al cuerpo del Brujo, buscó con dificultad un sitio en el pecho huesudo donde apoyar la cabeza, y cerró los ojos para dormir sin alegría y sin pena. El Brujo Halcón, en cambio, sobrevoló el camino que llegaba desde Paso de los Remolinos, seguro de que pronto alguien aparecería por allí en busca de la princesa. Dormía Nanahuatli después de despertar varias veces y reclamar agua, cuando el Ahijador divisó a un hombre que se acercaba por el camino. Para entonces, el entendimiento entre el ave y el Brujo era completo y sencillo. El Ahijador elegía con precisión los movimientos de su vuelo para que el Brujo lograra ver lo que deseaba. —Es Thungür —dijeron. El Brujo Halcón podía despertar a Nanahuatli, pero prefirió esperar inmóvil al guerrero husihuilke que se acercaba a lomos de un animal con cabellera. Cuando Thungür regresaba de escuchar los consejos de Tres Rostros, Kuy-Kuyen salió a su encuentro, clara señal de que algo malo había sucedido. —No fue posible detenerla —dijo. Sin dudas, estaba hablando de Nanahuatli. Cucub llegó un poco después que la noticia, debido a su pierna de árbol. —Te fuiste y la vimos contenta —explicó—. La vimos comer con apetito, ¡y ya puedes imaginar que hasta el nogal sonreía! Lo mismo sucedió al día siguiente, pero luego entendimos que sólo juntaba fuerzas para el camino que había decidido emprender. Nanahuatli partió en busca... —Cucub siempre estaba a punto de equivocar el nombre— , en busca del Brujo Halcón —dijo. Thungür, que ya había desmontado, escuchó el resto con la distracción del que cree haber comprendido lo más importante y ya está determinando sus acciones. —Las Muescas ofrecieron acompañarla —continuó Kuy-Kuyen. —Y yo mismo habría podido hacerlo —Cucub nunca aceptaría quedar al margen de los asuntos importantes—. Pero Nanahuatli negó con la cabeza y negó con el corazón. Al fin, y en tu ausencia, le permití partir porque, créeme hermano, sus ojos eran dos niños espantados. Thungür recordó las palabras de Tres Rostros: —El padecimiento del camino —murmuró. El único descanso del guerrero fue aceptar el alimento que le ofreció Kuy-Kuyen, y de inmediato volvió a galopar, esta vez hacia el corazón apretado del bosque. La vegetación imposibilitaba llegar montado hasta la Puerta de la Lechuza. Thungür dejó al animal con cabellera y avanzó a pie, reconociendo sin dificultad las marcas recientes que indicaban el paso de una criatura humana. Nanahuatli estaba allí. Y sin dudas, el Brujo Halcón lo estaba observando. El nido era un claro alrededor de la Puerta de la Lechuza donde el aire se entibiaba y olía a plumas. Allí encontró Thungür a Nanahuatli, dormida entre las raíces y junto al cuerpo de su antiguo hermano. El Brujo Halcón había erguido el torso, y no mostraba asomo de ternura. La presencia de Thungür debió entrar al sueño de la princesa, que lentamente abrió los ojos. Sin embargo, no fue ella quien se puso de pie, sino el Brujo. Se alzó por la sola fuerza de sus pies aplanados y caminó hasta quedar muy cerca de Thungür. A su vez, el Ahijador se posó entre las ramas del árbol bajo el cual yacía Nanahuatli para permitirle al Brujo una buena visión del husihuilke. Frente a frente hombre y Brujo, guerrero y pájaro, como si estuviesen a punto de quitarse la vida. Frente a frente un cuerpo disciplinado en la guerra y otro en el vuelo, uno trazado en piedra y otro en aire. —Debiste enviarla de regreso. Thungür acabada de ignorar el saludo husihuilke. Un leve erizamiento recorrió la piel de Brujo Halcón. —Ella no es un pájaro —continuó Thungür. El Brujo quería hacerse entender, pero como llevaba muchos años sin hablar con las criaturas humanas tuvo que recordar una garganta que ya no poseía. —Y yo no soy un hombre —respondió. En el pasado aquellos dos habían sido niños y hermanos. Pero la guerra de Misáianes deshizo ambas condiciones: antes de tiempo la primera, brutalmente la segunda. Quizá el último día en que fueron niños y fueron hermanos resultó, sin que lo supieran, aquel en que caminaron con Vieja Kush y Dulkancellin hacia el Valle de los Antepasados, cuando Kume arrojó una piedra a ras del suelo y los desafió. Nanahuatli permaneció agazapada junto al árbol, y desde allí escuchó la difícil conversación que sostuvieron su esposo y el Brujo. —Busqué a Tres Rostros para saber sobre la tristeza de Nanahuatli, y él habló del padecimiento del camino. El Brujo Halcón se preparó para responder con un estiramiento del cuello, como procurando despejar el espacio interior porque las palabras humanas ocupan más espacio que los graznidos. Involuntariamente, Thungür inclinó su cuerpo en el intento de comprender. Ayudado por su conversación con Tres Rostros y, sobre todo, por el vínculo antiguo y profundo que lo unía al Brujo, Thungür logró completar el sentido de lo que escuchaba: —Nanahuatli purgó por amor un largo camino que unió el norte y el sur. Ahora y para siempre soportará una agitación que, aunque pese sobre sus hombros, será de todos. Hemos de conocer, por ella, una condición improbable, semejante a un constante deslumbramiento. Ella, y quienes resulten elegidos para soportarla, serán los encargados de litigar con la verdad y de ensañarse con los cauces. Thungür, el guerrero que había tocado y sufrido la región carnosa del sufrimiento de todas las criaturas, sentía la extraña sensación de una espina avanzando por el torrente de su sangre. Insuficiente para doler y, sin embargo, ineludible. —¿No hay caminos que la consuelen? —preguntó—. ¿Ni siquiera el regreso al norte? —No hay para ella más caminos que los circulares. Los movimientos de su cabeza hacían imposible adivinar si era el pájaro que vigilaba o el Brujo que miraba a Nanahuatli. —Pero si se lo permites, aquí podría descansar por un tiempo. Después de esas palabras, las últimas que iba a pronunciar ese día, el Brujo Halcón se alejó unos pasos y, de espaldas al guerrero, se agachó a buscar lombrices en la tierra. Giró un poco el Ahijador y bajó la cabeza para permitirle encontrar el alimento bajo las piedras. Desde ese lugar, el Brujo escuchó que Thungür se marchaba. Escuchó también cómo, casi de inmediato, Nanahuatli se ponía de pie y corría tras su esposo. —¡Thungür! —llamó—. ¡Thungür! ¡Vuelvo contigo! El Brujo Halcón terminó su comida. —Ahijador —dijo—. La mujer princesa ha vuelto a marcharse. Pero ahora sé que, de aquí en adelante, regresará y se irá, se irá y volverá a irse, regresará y regresará hasta el final de su vida. Fue dicho y, de inmediato, el ave alzó vuelo. El bosque de Los Confines se empequeñeció bajo la mirada del Brujo.