Venezuela: la marcha y la salida

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LATERCERA Domingo 28 de agosto de 2016
Carta desde Washington Alvaro Vargas Llosa
Venezuela: la
marcha y la salida
L
La oposición venezolana ha convocado una marcha masiva para el 1 de
septiembre, a fin de forzar al gobierno de Nicolás Maduro a desbloquear
el proceso que debería conducir al
referéndum revocatorio este año.
Esta marcha, convocada dentro de la
legalidad y en espíritu pacífico con
la intención de que se cumpla la
Constitución del propio chavismo,
que consagra la consulta como mecanismo para revocar al presidente,
es un salto cualitativo para los que
resisten contra la dictadura. Recordemos que hace dos años y medio
tres líderes prominentes -Leopoldo
López, María Corina Machado y Antonio Ledezma- proclamaron una
iniciativa a la que llamaron “La salida”, basada en la resistencia civil.
Enfrentaron el escepticismo de muchos miembros de la Mesa de la
Unidad Democrática, que los veían
como ambiciosos adversarios con
pretensiones de apoderarse del movimiento y mediocres estrategas que
querían llevar la lucha a un territorio en el que el gobierno se movía
como pez en el agua. El propio Henrique Capriles, a quien Maduro había vencido en unas elecciones pre-
sidenciales plagadas de indicios de
fraude, se distanció de ellos.
A pesar de esta división y de la
respuesta feroz del régimen, los venezolanos se lanzaron a las calles. En
esa respuesta ciudadana se destacaron especialmente los jóvenes estudiantes. La chispa se encendió primero en Táchira, en la localidad de
San Cristóbal, y luego prendió en
todo el país, donde, haciéndose eco
de grandes gestas cívicas contra gobiernos dictatoriales, un sinnúmero de venezolanos desesperados hicieron saber al gobierno y al mundo que estaban hartos de tanto
sufrimiento y humillación.
El resultado, tras la arremetida
violenta del Estado, fueron 43 muertos, más de 400 heridos y casi dos
mil detenidos. Desde entonces han
pasado muchas cosas que se resumen en una: un descenso acelerado
del país hacia el infierno y una abrumadora repulsa ciudadana contra el
régimen, incluidos millones de personas que tuvieron simpatía por el
chavismo. Ciertos símbolos de aquella represión, como el de Leopoldo
López confinado en el ergástulo chavista, nos recuerdan cada día que
algo importante cambió en esas jornadas de protesta. Se le perdió el
miedo a la dictadura dentro del país,
prueba de lo cual fue la aplastante
victoria opositora en las elecciones
legislativas de diciembre pasado.
También se le perdió el miedo en el
exterior: los complejos que llevaban
a tantas instancias internacionales
a desentenderse (cuando no a hacerse cómplices) de la situación mudaron en una actitud crítica y más vigilante por parte de la comunidad
internacional.
La marcha que han convocado los
opositores al régimen, aunque no lo
admitiría nunca la MUD y aunque
no haga falta decirlo, es una continuidad de aquella convocatoria a la
resistencia civil que hicieron López, Machado y Ledezma. Ha quedado demostrado que no hay más alternativa que la empleada en todas
las grandes gestas cívicas que lograron devolver la libertad -o la independencia- a sus países: movilizarse usando todas las armas de la
legalidad y la moral pública para
presionar a las autoridades a ceder
el paso a la democracia y el estado
de derecho. De otro modo, no lo
harán nunca.
Por tanto, es importante que aquellas instancias nacionales e internacionales que no entendieron en su
día por qué “La salida” era una opción legítima y en cierta forma inevitable comprendan ahora que no
hay más remedio, aun con los costos potenciales que algo así tiene,
que salir a las calles contra Maduro,
en actitud pacífica pero resuelta, a
exigir que se ponga en marcha la segunda fase del proceso revocatorio.
Cualquier otra consideración es renunciar a toda posibilidad de cambio o dejar en manos de la Providencia la posibilidad de que a Maduro
lo inhabilite una enfermedad, o esperar a que a algún militarote chavista se le ocurra darle un golpe
para hacerse fuerte él mismo.
La salida sólo puede ser democrática y para ello, en teoría, hay dos
mecanismos. Uno es la negociación
de buena fe. El gobierno, que acaba
de ratificar la condena contra Leo-
poldo López a casi 14 años de cárcel,
a pesar de que el fiscal admitió que
se usaron pruebas falsas contra él y
que ha utilizado el Supremo Tribunal de Justicia para anular las decisiones tomadas en siete sesiones de
la Asamblea Nacional en abril y
mayo pasados, ha demostrado hasta la saciedad que no negociará nada
importante. Lo que queda, es la otra
vía: la resistencia civil hasta que el
gobierno, como tantos otros que decían lo mismo, acabe aceptando lo
que dice ahora que nunca aceptará.
Felizmente, cada vez más instancias internacionales lo ven así de
claro también. El secretario general
de la OEA, Luis Almagro, que ha
tomado un admirable liderazgo en
la denuncia de los atropellos a la libertad y los abusos contra los derechos humanos en Venezuela, ha llamado “el fin de la democracia” a la
ratificación de las condenas contra
los presos políticos. Quince gobiernos del hemisferio occidental que
pertenecen a la OEA han exigido a
Maduro que permita la realización
del referéndum revocatorio este
mismo año. Los gobiernos y parlamentos que reciben con frecuencia
a los familiares de los presos ya no
tienen el pudor de antaño a la hora
de proclamar la necesidad de que
Venezuela transite a la democracia.
El error de los tres presidentes
que han intentado llevar las cosas
por la vía de una negociación -Rodríguez Zapatero (España), Leonel
Fernández (República Dominicana)
y Martín Torrijos (Panamá)- es no
haber entendido que tenían sus
tiempos invertidos. Se negocia
cuando las partes quieren nego-
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