TEMA 7

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[Una buena campesina]
Hazte temer de ella. Que no sea aficionada a gastar. Visite lo menos posible a las
vecinas y a las demás mujeres, y no las reciba ni en la estancia ni donde ella está. No
acuda a cenar a ningún sitio; no se regocije en el paseo. No tome parte en ninguna
ceremonia religiosa ni disponga sin orden del señor o de la señora: sepa que es el señor
quien realiza el acto religioso para toda la casa. Sea limpia: tenga la granja barrida y
limpia; conserve el hogar puro, bien barrido alrededor cada día, antes de acostarse. En
las kalendas, en los idus y en las nonas, y cuando es día festivo, deposite una corona en
el hogar; y en los mismos días haga ofrendas al Lar familiar según sus medios. Vele
para tener preparada la comida para ti y los esclavos. Tenga muchas gallinas y huevos.
Tenga frutas secas, peras, serbas, higos, uvas; serbas en vino cocido, peras y uvas en
jarras y manzanas, recimos en pucheros y cántaros bajo tierra, nueces de Preneste
frescas en cántaros bajo tierra y manzanas en jarros. Y guarde con diligencia todos los
años los frutos de conserva, incluso los silvestres. Sepa hacer buena harina y fina flor de
espelta.
CATÓN, De agri cultura CXLIII
apud Bayet, Literatura latina, p. 88
[La viuda de Éfeso]
En Éfeso había una viuda con tal fama de honesta que hasta venían las mujeres a
conocerla desde los pueblos vecinos. Esta viuda perdió a su esposo y no se contentó
entonces con ir detrás del cuerpo con los cabellos en desorden, como es costumbre entre
el vulgo, ni con golpearse el pecho desnudo ante los ojos de todos, sino que fue detrás
de su finado marido hasta su tumba y luego de depositarlo, según la usanza de los
griegos, en el hipogeo, se consagró a velar el cuerpo y a llorarlo día y noche. Sus padres
y familiares no pudieron hacerla cejar en esa actitud que, llevada a la desesperación, la
haría morir de hambre. Hasta los magistrados desistieron del intento al verse rechazados
por ella. Todos lloraban casi como muerta a esa mujer que daba ejemplo sin igual
consumiéndose desde hacía ya cinco días sin probar bocado. La acompañaba una
sirvienta muy fiel que compartía su llanto y renovaba la llama de la lamparilla que
alumbraba el sepulcro cuando comenzaba a apagarse.
En la ciudad no se hablaba de otra cosa que no fuera de esta abnegación, y
hombres de toda condición social la daban como ejemplo único de castidad y amor
conyugal. En ese tiempo el gobernador de la provincia ordenó crucificar a varios
ladrones cerca de la cripta donde la matrona lloraba sin interrupción la reciente muerte
de su marido.
Durante la noche siguiente a la crucifixión, un soldado que vigilaba las cruces
para impedir que alguno desclavase los cuerpos de los ladrones para sepultarlos, notó
una lucecita que titilaba entre las tumbas y oyó los lamentos de alguien que lloraba.
Llevado por la natural curiosidad humana, quiso saber quién estaba allí y qué hacía.
Bajó a la cripta y, descubriendo a una mujer de extraordinaria belleza, quedó paralizado
de miedo, creyendo hallarse frente a un fantasma o una aparición. Pero cuando vio el
cadáver tendido y las lágrimas de la mujer, su rostro rasguñado, se fue desvaneciendo su
propia impresión, dándose cuenta de que estaba ante una viuda que no hallaba consuelo.
Llevó a la cripta, su magra cena de soldado y comenzó a exhortar a la afligida mujer
para que no se dejase dominar por aquel dolor inútil ni llenase su pecho con lamentos
sin sentido. -La muerte -dijo- es el fin de todo lo que vive: el sepulcro es la íntima
morada de todos. Acudió a todo lo que suele decirse para consolar las almas transitadas
de dolor. Pero esos consejos de un desconocido la exacerbaban en su padecer y se
golpeaba más duramente el pecho, se arrancaba mechones de cabellos y los arrojaba
sobre el cadáver.
El soldado, sin desanimarse, insistió, tratando de hacerle probar su cena. Al fin
la sirvienta, tentada por el olorcito del vino, no pudo resistir la invitación y alargó la
mano a lo que les ofrecía, y cuando recobró las fuerzas con el alimento y la bebida,
comenzó á atacar la terquedad de su ama: ¿De qué te servirá todo esto? -le decía-. ¿Qué
ganas con dejarte morir de hambre o enterrada, entregando tu alma antes que el destino
la pida? Los despojos de los muertos no piden locuras semejantes. Vuelve a la vida.
Deja de lado tu error de mujer y goza, mientras sea posible, de la luz del cielo. El
mismo cadáver que está allí tiene que bastarte para que veas lo bella que es la vida. ¿Por
qué no escuchas los consejos de un amigo que te invita a comer algo y no dejarte morir?
.
Al fin la viuda, agotada por los días de ayuno, depuso su obstinación y comió y
bebió con la misma ansiedad con que lo había hecho antes la sirvienta. Se sabe que un
apetito satisfecho produce otros. El soldado, entusiasmado con su primer éxito, cargó
contra su virtud con argumentos semejantes.
-No es mal parecido ni odioso este joven- se decía la viuda, que además era acuciada
por la sirvienta que le repetía: ¿Te resistirás a un amor tan dulce? ¿Perderás los años de
juventud? ¿A qué esperar más tiempo?
La mujer, después de haber satisfecho las necesidades de su estómago, no dejó
de satisfacer este apetito... y el soldado tuvo dos triunfos. Se acostaron juntos no sólo
esa noche sino también el día siguiente y el otro, cerrando bien las puertas de la cripta
de modo que si pasase por allí tanto un familiar como un desconocido, creyeran que la
fiel mujer había muerto sobre el cadáver de su esposo.
El soldado, fascinado por la hermosura de la mujer y por lo misterioso de estos
amores, compraba de todo lo mejor que su bolsa le permitía y al caer la noche lo llevaba
al sepulcro. Pero he aquí que los parientes de uno de los ladrones, notando la falta de
vigilancia nocturna, descolgaron su cadáver y lo sepultaron. El soldado, al hallar al otro
día una de las cruces sin muerto, temeroso del suplicio que le aguardaría, contó lo
ocurrido a la viuda: No, no -le dijo- no esperaré la condena. Mi propia espada,
adelantándose á la sentencia del juez, castigará mi descuido. Te pido, mi amada, que
una vez muerto me dejes en esta tumba. Pon a tu amante junto a tu marido. Pero la
mujer, tan compasiva como virtuosa, le respondió: ¡Que los dioses me libren de llorar la
muerte de los dos hombres que más he amado! ¡Antes crucificar al muerto que dejar
morir al vivo!
Una vez dichas estas palabras, le hizo sacar el cuerpo de su esposo del sepulcro
y colgarlo en la cruz vacía. El soldado usó el ingenioso recurso y al día siguiente el
pueblo admirado se preguntaba cómo un muerto había podido subir hasta la cruz.
PETRONIO, Satiricón 111-112 (adaptación)
http://es.wikisource.org/wiki/La_Matrona_de_Efeso
Píramo y Tisbe
Píramo y Tisbe, de los jóvenes el más bello el uno, la otra, de las que el Oriente
tuvo, preferida entre las muchachas, contiguas tuvieron sus casas, donde se dice que con
cerámicos muros ciñó Semíramis su alta ciudad. El conocimiento y los primeros pasos
la vecindad los hizo, con el tiempo creció el amor; y sus teas también, según derecho, se
hubieran unido pero lo vetaron sus padres; lo que no pudieron vetar: por igual ardían,
cautivas sus mentes, ambos. Cómplice alguno no hay; por gesto y señales hablan, y
mientras más se tapa, tapado más bulle el fuego.
Hendida estaba por una tenue rendija, que ella había producido en otro tiempo,
cuando se hacía, la pared común de una y otra casa. Tal defecto, por nadie a través de
siglos largos notado –¿qué no siente el amor?–, los primeros lo visteis los amantes y de
la voz lo hicisteis camino, y seguras por él en murmullo mínimo vuestras ternuras
atravesar solían. Muchas veces, cuando estaban apostados de aquí Tisbe, Píramo de allí,
y por turnos fuera buscado el anhélito de la boca: “Envidiosa”, decían, “pared, ¿por qué
a los amantes te opones? ¿Cuánto era que permitieses que con todo el cuerpo nos
uniéramos, o esto si demasiado es, siquier que, para que besos nos diéramos, te
abrieras? Y no somos ingratos: que a ti nosotros debemos confesamos,
el que dado fue el tránsito a nuestras palabras hasta los oídos amigos. Tales cosas desde
su opuesta sede en vano diciendo, al anochecer dijeron “adiós” y a la parte suya dieron
unos besos cada uno que no arribarían en contra.
La siguiente Aurora había retirado los nocturnos fuegos, y el sol las pruinosas
hierbas con sus rayos había secado. Junto al acostumbrado lugar se unieron. Entonces
con un murmullo pequeño, de muchas cosas antes quejándose, establecen que en la
noche silente burlar a los guardas y de sus puertas fuera salir intenten, y que cuando de
la casa hayan salido, de la ciudad también los techos abandonen, y para que no hayan de
vagar recorriendo un ancho campo,
que se reúnan junto al crematorio de Nino y se escondan bajo la sombra del árbol: un
árbol allí, fecundísimo de níveas frutas, un arduo moral, había, colindante a una helada
fontana. Los acuerdos aprueban; y la luz, que tarde les pareció marcharse, se precipita a
las aguas, y de las aguas mismas sale la noche.
Astuta, por las tinieblas, girando el gozne, Tisbe sale y burla a los suyos y,
cubierto su rostro, llega al túmulo, y bajo el árbol dicho se sienta. Audaz la hacía el
amor. He aquí que llega una leona, de la reciente matanza de unas reses manchadas sus
espumantes comisuras, que iba a deshacerse de su sed en la onda del vecino hontanar; a
ella, de lejos, a los rayos de la luna, la babilonia Tisbe la ve, y con tímido pie huye a una
oscura caverna y mientras huye, de su espalda resbalados, sus velos abandona. Cuando
la leona salvaje su sed con mucha onda contuvo,
mientras vuelve a las espesuras, encontrados por azar sin ella misma, con su boca
cruenta desgarró los tenues atuendos. Él, que más tarde había salido, huellas vio en el
alto polvo ciertas de fiera y en todo su rostro palideció Príamo; pero cuando la prenda
también, de sangre teñida,
encontró: “Una misma noche a los dos”, dice, “amantes perderá, de quienes ella fue la
más digna de una larga vida; mi vida dañina es. Yo, triste de ti, te he perdido, que a
lugares llenos de miedo hice que de noche vinieras y no el primero aquí llegué.
¡Destrozad mi cuerpo y mis malditas entrañas devorad con fiero mordisco, oh, cuantos
leones habitáis bajo esta peña!
Pero de un cobarde es pedir la muerte.” Los velos de Tisbe recoge, y del pactado árbol a
la sombra consigo los lleva, y cuando dio lágrimas, dio besos a la conocida prenda:
“Recibe ahora” dice “ también de nuestra sangre el sorbo”, y, del que estaba ceñido, se
hundió en los costados su hierro, y sin demora, muriendo, de su hirviente herida lo sacó,
y quedó tendido de espalda al suelo: su crúor fulgura alto, no de otro modo que cuando
un caño de plomo defectuoso se hiende, y por el tenue, estridente taladro, largas aguas
lanza y con sus golpes los aires rompe. Las crías del árbol, por la aspersión de la
sangría, en negra faz se tornan, y humedecida de sangre su raíz, de un purpúreo color
tiñe las colgantes moras.
He aquí que, su miedo aún no dejado, por no burlar a su amante, ella vuelve, y al
joven con sus ojos y ánimo busca, y por narrarle qué grandes peligros ha evitado está
ansiosa; y aunque el lugar reconoce, y en el visto árbol su forma, igualmente la hace
dudar del fruto el color: fija se queda en si él es. Mientras duda, unos trémulos
miembros ve palpitar en el cruento suelo y atrás su pie lleva, y una cara que el boj más
pálida portando se estremece, de la superficie en el modo, que tiembla cuando lo más
alto de ella una exigua aura toca. Pero después de que, demorada, los amores reconoció
suyos, sacude con sonoro golpe, indignos, sus brazos y desgarrándose el cabello y
abrazando el cuerpo amado sus heridas colmó de lágrimas, y con su llanto el crúor
mezcló, y en su helado rostro besos prendiendo: “Píramo”, clamó, “¿qué azar a ti de mí
te ha arrancado? Píramo, responde. La Tisbe tuya a ti, queridísimo, te nombra; escucha,
y tu rostro yacente levanta.”
Al nombre de Tisbe sus ojos, ya por la muerte pesados, Píramo irguió, y vista
ella los volvió a velar. La cual, después de que la prenda suya reconoció y vacío de su
espada vio el marfil: “Tu propia a ti mano”, dice, “y el amor, te ha perdido, desdichado.
Hay también en mí, fuerte para solo esto, una mano, hay también amor: dará él para las
heridas fuerzas. Seguiré al extinguido, y de la muerte tuya tristísima se me dirá causa y
compañera, y quien de mí con la muerte sola serme arrancado, ay, podías, habrás podido
ni con la muerte serme arrancado.
Esto, aun así, con las palabras de ambos sed rogados, oh, muy tristes padres mío
y de él, que a los que un seguro amor, a los que la hora postrera unió, de depositarles en
un túmulo mismo no os enojéis; mas tú, árbol que con tus ramas el lamentable cuerpo
ahora cubres de uno solo –pronto has de cubrir de dos–, las señales mantén de la
sangría, y endrinas, y para los lutos aptas, siempre ten tus crías, testimonios del gemelo
crúor”, dijo, y ajustada la punta bajo lo hondo de su pecho se postró sobre el hierro que
todavía de la sangría estaba tibio. Sus votos, aun así, conmovieron a los dioses,
conmovieron a los padres, pues el color en el fruto es, cuando ya ha madurado, negro, y
lo que a sus piras resta descansa en una sola urna.”
Publio OVIDIO Nasón, Metamorfosis IV, 55-166
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