“Y cúal es su verdadero nombre”- recuerdo haberle preguntado al porfesor Tito Ureta la primera vez que conversamos, “Héctor,…???” a lo que él respondió con seriedad “Tito”, sin esbozar sonrisa alguna. Corría el año 2004 y debía cumplir con mi práctica profesional como estudiante de Bioquímica de la Universidad de Chile. La idea era hacerla fuera de las fronteras de Ciencias Químicas y Farmacéuticas, y el destino me trajo hasta el Laboratorio de Bioquímica y Biología Molecular de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile. La primera impresión que me llevé del profe Tito fue la de un hombre que gozaba infinitamente con su trabajo, la música, el díalogo franco, y que le daba una tremenda importancia a la buena comunicación y al correcto uso del lenguaje. Puedo decir que me siento un tipo muy afortunado por haber trabajado bajo el alero del profe Ureta. Hay muchos recuerdos, momentos, imágenes, diálogos que quedarán en mi memoria para siempre. Cuando reía, sus carcajadas eran tan estruendosas que la silla que ocupaba, crujía, mientras el profe se recomponía de tamaña emoción. También quedará en la historia cuán feliz era escuchando ópera en su oficina, a un volúmen que no se condecía con los estándares de tranquilidad para un laboratorio. ¡Pero que importaba, si el profe Tito era un rebelde!, gozador de una rapidez mental e ironía únicas que pemitían convertir en un grato momento cualquier reunión social que tuviéramos acá en el laboratorio. Clásicas eran sus visitas a mi puesto de trabajo, para hablar de los experimentos que agotaban mi tiempo (y mi cabeza), para discutir de fútbol, para hablar de cualquier cosa. Tito Ureta fue mi mentor y mi amigo. Su amor y obsesión por el trabajo bien hecho, por diseñar el experimento y preocuparse hasta del más mínimo detalle, el detenerse a pensar en el por qué de los resultados obtenidos…; son sólo flashes de todo lo que me enseñó y me dejó el profesor. Su jornada laboral empezaba muy temprano en la mañana, y cuando ya se agotaba, apagaba la luz de su oficina y nos lanzaba un “muchachos, diviértanse”. Estimado profesor, gracias por haber llenado de alegría este laboratorio, por haber sido un guía tanto en lo profesional como en lo humano, por sus consejos, por sus tomadas de pelo. Espero y estoy seguro que su legado y ejemplo vivirá en cada uno de los estudiantes que tuvimos la suerte de compartir con usted horas y años de trabajo, bajo este mismo techo. Espero que donde quiera que esté, sus carcajadas resuenen una y otra vez, como en un loop preciso y armónico. Además, creo que usted seguirá creyendo en los jóvenes, como siempre lo ha hecho y ¿sabe qué? me gustaría que ese lugar que lo cobija esté repleto de libros, porque como usted decía, la avidez por el conocimiento es inagotable. De lo que sí estoy seguro, es que ese lugar donde ahora usted está, tiene unos tremendos parlantes que tocan eternamente las partituras que lo hacen feliz y que hay un gran sillón en el que usted puede sentarse a leer y desde cual puede disfrutar de una vista a un bello patio con árboles frondosos que lo saludan cuando el viento sopla. Diego Quiroga Roger