"¿Por qué no aconsejas nunca el arrepentimiento?", pregunto él predicador. "¡Pero si no enseño otra cosa...!", replicó el Maestro. "¡Pues yo nunca te he oído hablar del dolor por los pecados!" "El arrepentimiento no consiste en afligirse por el pasado. El pasado ha muerto y no merece un solo momento de aflicción. Arrepentirse es cambiar de mente; es ver la realidad de un modo radicalmente distinto". Anthony de Mello "Un minuto para el absurdo" REALE, Miguel "Derecho y Moral". En: Introducción al Derecho, Ed. Pirámide S.A., Madrid, 1982. DERECHO Y MORAL Nos encontramos, ahora, ante uno de los problemas más difíciles y también más bellos de la Filosofía Jurídica: el de la distinción entre Moral y Derecho. No pretendo, ahora, agotar el tema, sino más bien dar algunos elementos necesarios para no confundir ambos conceptos aunque sin llegar a escindirlos. No raras veces el avanzar en el conocimiento de la verdad radica en distinguir las cosas sin separarlas. Al hombre de poca cultura le basta con percibir una diferencia entre dos seres para inmediatamente oponerlos; pero los más experimentados conocen el arte de distinguir sin separar, siempre que no haya razones esenciales que justifiquen la contraposición. Muchas son las teorías acerca de las relaciones entre el Derecho y la Moral. Nos limitaremos a tratar algunos puntos de referencia esenciales, teniendo en cuenta de modo especial el papel que desempeñaron en el desenvolvimiento histórico de la problemática que el tema presenta. La teoría del mínimo ético: En primer lugar, recordemos la teoría del "mínimo ético" ya expuesta de alguna manera por el filósofo inglés Jeremías Bentham y desarrollada, más tarde, por varios autores entre los que se cuenta el gran jurista alemán de fines del siglo pasado y principios de éste, Georg Jellinek. La teoría del mínimo ético consiste en afirmar que el Derecho representa el mínimo de Moral necesario para que la sociedad pueda sobrevivir. Como no todos pueden ni quieren cumplir de una manera espontánea las obligaciones morales, se hace indispensable dotar de fuerza ciertos preceptos éticos para que la sociedad no zozobre. La Moral, dicen los partidarios de esta doctrina, se cumple de manera espontánea; pero como las violaciones son inevitables, es necesario que se castigue con más vigor y rigor la transgresión de los dispositivos 121 que la comunidad considera indispensables para la paz social. Así, el Derecho no aparece como algo diverso de la Moral, sino que es una parte de ésta, protegida por garantías específicas. La teoría del mínimo ético puede esquematizarse a través de la imagen de dos círculos concéntricos de los cuales el mayor corresponde a la Moral y el menor al Derecho. De esta suerte aparecerá un campo de acción común a ambos, estando el Derecho comprendido dentro de la Moral. Conforme con este símil podríamos decir que "todo lo que es jurídico es moral, pero no todo lo que es moral es jurídico". ¿Son aceptables los principios de esta doctrina?. ¿Será correcto afirmar que todas las normas jurídicas se contienen dentro del plano moral?. El bien social ¿se realiza siempre que se alcanza la plena satisfacción de los valores de la subjetividad, es decir, el bien personal de cada uno?. Observemos que fuera de la Moral existe lo "inmoral"; pero existe también lo "amoral". Una regla de circulación viaria -por ejemplo, aquella que exige que los vehículos circulen por la derecha- es una norma jurídica. Pero si mañana el legislador, obedeciendo a imperativos técnicos, opta por la izquierda ¿podrá decirse que esta decisión influye en el campo moral?. Evidentemente, no. El Derecho Procesal establece que el demandado debe contestar a la demanda dentro de un plazo determinado. Y ¿por qué no otro? Si fuese otro ¿podríamos decir que el cambio influiría en la vida moral?. Evidentemente, no. El artículo 1301 del Código Civil establece que la acción de nulidad de los contratos cuando adolezcan de los vicios que los invalidan con arreglo a la ley (art. 1300) "sólo durará cuatro años". ¿Por qué no un plazo de cinco años o de tres años y medio?. Son razones puramente técnicas, de utilidad social, las que resuelven muchos problemas de carácter jurídico. Por tanto, no es exacto decir que todo lo que sucede en el mundo jurídico sea dictado por motivos de orden moral. También existen actos jurídicamente lícitos que no lo son desde el punto de vista moral. Tomemos, por ejemplo, el caso de una sociedad mercantil de dos socios, uno de los cuales se dedica totalmente a los objetivos de la empresa, mientras que el otro descansa en el trabajo ajeno prestando de tarde en tarde una débil colaboración a fin de justificar 122 su participación en los beneficios sociales. Si el contrato social establece para cada socio una compensación igual, ambos recibirán la misma. cantidad. Cabe preguntar: ¿es esto moral?. Hay, pues, un campo de la Moral que no se confunde con el campo jurídico. El Derecho llega a tutelar muchas materias que no son morales. Un hecho concreto puede provocar nuestra repulsa íntima sin que, acaso, pueda ser objeto de reclamación jurídica. Muchas relaciones amorales o inmorales se realizan al amparo de la ley, creciendo y desenvolviéndose sin que aparezcan obstáculos jurídicos a las mismas. La aspiración constante de que el Derecho tutele sólo lo "lícito-morar no es plenamente realizable en la práctica; a pesar de todas las providencias posibles, siempre permanece un residuo inmoral que es tutelado por el Derecho. Hay, pues, que acotar una esfera dentro del campo jurídico que si no es inmoral, al menos es amoral y que induce a representar al Derecho y a la Moral como dos círculos secantes. Podemos decir que estas dos representaciones -la de los dos círculos concéntricos y la de dos círculos secantes- corresponden a dos concepciones: la primera, referida a la concepción ideal, y la segunda mirando a la concepción real o pragmática de las relaciones entre el Derecho y la Moral. Si bien las representaciones gráficas tienen sus ventajas y sus desventajas -entre estas últimas está de simplificar excesivamente los problemas-, sin embargo, sirven, al iniciar los estudios, de puntos de referencia para ulteriores investigaciones. El cumplimiento de las reglas sociales: Si analizamos los hechos que generalmente suceden en la sociedad, a los que nos rodean en nuestra vida cotidiana, podemos comprobar que existen reglas sociales que no son cumplidas de manera espontánea. A su lado existen otras reglas que los hombres solamente cumplen en determinadas ocasiones, cuando son forzados a ello. Hay, pues, una distinción entre cumplimiento espontáneo y cumplimiento obligatorio o forzado de las reglas sociales. ¿A cuál de estas categorías pertenece la Moral?. Podemos decir que la Moral es el mundo de la conducta espontánea, el mundo del comportamiento que encuentra en sí mismo su razón de existir. El acto moral indica la adhesión del espíritu al contenido de la regla. Sólo 123 tenemos Moral auténtica cuando el individuo, por un movimiento espiritual espontáneo, realiza el acto enunciado por la norma. No es posible concebir acto moral fruto de la fuerza y de la coacción. Nadie puede ser bueno por la violencia. Sólo es posible practicar el bien en sentido propio cuando él nos atrae por lo que en sí mismo vale y no por la interferencia de terceros o por la fuerza que venga a consagrar la utilidad o la conveniencia de una actitud. Aún cuando haya reparos a poner a la ética kantiana por su excesivo formalismo -ética que pretende el cumplimiento riguroso de "el deber por el deber"-, queda fuera de duda que Kant vislumbró una verdad esencial cuando puso en evidencia la espontaneidad del acto moral. La Moral para realizarse auténticamente debe contar con la adhesión de los obligados. Quien practica un acto, consciente de su moralidad, se adhiere por lo mismo al mandamiento que acata. Si respeto a mi padre, practico un acto en la plena convicción de su intrínseca valía, coincidiendo el dictamen de mi conciencia con el contenido de la regla moral. ¿Acontecerá lo mismo con el Derecho?. ¿Habrá siempre una adecuación entre mi manera de pensar y obrar y el fin que, en abstracto, prescribe la regla jurídica?. En el plano de la Moral, como ya hemos dicho, esta coincidencia es esencial. Pero esto mismo no ocurre en el mundo jurídico. Otro ejemplo viene a esclarecer la cuestión. Es un ejemplo traído de mi experiencia profesional y que puede repetirse con cualquiera de los oyentes a lo largo de esta vida llena de imprevistos y de dramas que nos dejan perplejos. Cierta vez fui llamado a una residencia de ancianos que me expusieron su angustiosa situación económica, carentes como estaban de los más elementales medios de subsistencia. Como decían los romanos en su comprensión realista de la vida, la vejez es la peor de las dolencias. Los ancianos me revelaron que un industrial de gran capacidad económica, poseedor de fábricas y establecimientos comerciales, no solamente se negaba a prestarles toda asistencia, sino que también prohibía a sus familiares y deudos que lo hicieran. Ahora bien, el Código Civil brasileño, como el de todas las naciones civilizadas, consagra el principio de solidaridad económica entre los cónyuges y los parientes. En ese sentido, los descendientes no pueden descuidar la asistencia debida a los padres y abuelos cuando éstos se encuentran 124 en dificultades económicas por motivos que no puedan ser superados. Se trata evidentemente de un precepto de orden jurídico que es, al mismo tiempo, de orden moral. Es el principio de solidaridad humana, o mejor todavía de solidaridad familiar, que dicha regla jurídica consagra en los Códigos; si la ley civil establece la obligación de prestar alimentos, la ley procesal asegura a los necesitados los remedios indispensables para la realización de este desiderátum, gracias a la intervención del juez. Como en el caso concreto que me fue dado conocer como abogado, demos por hecho que el hijo no ceda a razones y se niegue obstinadamente a prestar asistencia a sus progenitores. No quedará a los padres más que un camino: el de ejercitar una acción procesal para urgir la obligación de dar alimentos. Realizada la prueba demostrando la carencia económica de los interesados y de la suficiencia del hijo para pagar la cantidad señalada por los peritos, el juez dictó sentencia condenando al hijo a pagar una pensión alimenticia mensual. Esta sentencia, después de la apelación pasó a cosa juzgada, esto es, se convirtió en sentencia ante la cual no cabía ya recurso alguno. Sentencia firme es aquella contra la cual no es posible recurso; es una sentencia que se hace exigible porque los órganos del poder judicial se han pronunciado de una manera definitiva. Estábamos, pues, ante una sentencia y podíamos promover su ejecución respondiendo los bienes del hijo como garantía de que se realizaría lo dispuesto por el juez. El hijo hizo efectivo el pago de la pensión, pero de mala gana: vencido, pero no convencido. Yo me pregunto: ¿hasta qué punto la regla moral coexiste en este caso con la regla jurídica?, ¿hasta qué punto el pago pudo convertirse en una acción moral?. La regla moral de asistencia a los ascendientes no coincide con la regla jurídica desde el momento en que se hace indeclinable el recurso de la fuerza a través del poder judicial. En el momento en que los padres comparecieron ante el juez para interponer la acción a fin de lograr la prestación del deber filial, la regla moral no acompañó a la regla jurídica, sino que quedó momentáneamente eclipsada por falta de apoyo en el plano de la conciencia del obligado; en realidad, el Derecho se pone al servicio de la Moral para suplir la falta de adhesión espontánea a su imperativo de solidaridad humana. La Moral es incompatible con la violencia, con la fuerza, o sea, 125 con la coacción; incluso cuando la fuerza se manifiesta como fuerza jurídicamente organizada. El hijo que mensualmente paga la prestación alimenticia, obligado por el imperativo de la sentencia, sólo practicará un acto moral el día en que se convenza de que no está cumpliendo una obligación impuesta, sino que está practicando un acto que le enriquece espiritualmente, enriquecimiento que será más valioso cuanto menos piense en el cálculo de sus intereses. Derecho y coacción: El cumplimiento obligatorio de la sentencia satisface al mundo jurídico, pero continúa ajeno al campo propiamente moral. Esto nos demuestra que existe, entre el Derecho y la Moral, una diferencia básica que podemos indicar con esta expresión: la Moral es incoercible y el Derecho es coercible. Lo que distingue al Derecho de la Moral, es, por tanto, la coercibilidad. Coercibilidad es una expresión técnica que sirve para mostrar la plena compatibilidad que existe entre el Derecho y la fuerza. Hay tres posturas diferentes respecto de la relación entre Derecho y fuerza. Una primera teoría, imbuida de eticismo absoluto, sostiene que el Derecho nada tiene que ver con la fuerza, ni en su aparición ni en su realización. Según los partidarios de esta doctrina habría, con referencia al Derecho, la misma incompatibilidad que hay con la Moral. Esta teoría idealiza el mundo jurídico, perdiendo de vista lo que efectivamente sucede en la sociedad. En el campo diametralmente opuesto, tenemos la teoría de la coacción, que ve en el Derecho una efectiva expresión de fuerza. Para Jhering, uno de los mayores juristas del siglo pasado, el Derecho se reduce a "norma + coacción", lo cual fue seguido con entusiasmo por Tobías Barreto que lo definió como "la organización de la fuerza". Según esta concepción, podríamos definir el Derecho como la ordenación coercitiva de la conducta humana. Esta es la definición incisiva del Derecho dada por uno de los grandes maestros contemporáneos, Hans Keisen, que, aún nonagenario, se mantuvo siempre fiel a sus principios del normativismo estricto. A título de ilustración cabe recordar que Jhering simbolizaba la actividad jurídica con una espada y una balanza: el Derecho no sería el 126 equilibrio de la balanza si no estuviese garantizado por la fuerza de la espada. Idea que está en consonancia con lo expuesto por él en su famoso libro La lucha por el Derecho, que mi generación leía con entusiasmo. La teoría de la coacción logró larga adhesión en la época del predominio positivista, siendo después objeto de críticas aceradas comenzando por la observación fundamental de que generalmente se da el cumplimiento espontáneo del Derecho. Millares de contratos se ejecutan espontáneamente, siendo muy reducido el número de los que engendran' conflictos sujetos a la decisión judicial. No se puede definir la realidad jurídica en función de lo que excepcionalmente acontece. Por otro lado, la coacción ya es, en sí misma, un concepto jurídico, dándose la interferencia de la fuerza en virtud de la norma que la prevé, la cual, a su vez, presupone otra manifestación de fuerza y, por consiguiente, otra norma superior; y así sucesivamente hasta llegar a una norma pura o a la pura coacción. Fue esta objeción la que Hans Kelsen procuró superar con su teoría de la norma fundamental, teoría que estudiaremos más adelante. Lo que hay de verdad en la doctrina de la coacción es la verificación de la compatibilidad del Derecho con la fuerza, lo que ha dado lugar a la aparición de una tercera teoría que pone el problema en términos más rigurosos: es la teoría de la coercibilidad, según la cual el Derecho es la ordenación coercible de la conducta humana. La diferencia está en un adjetivo, pero es fundamental. Para unos la fuerza está siempre presente en el mundo jurídico, es inmanente al mismo y, por tanto, le es inseparable. Para otros, la coacción en el Derecho no es efectiva, sino potencial, representando una segunda línea de garantía de la ejecución de la norma cuando se revelan insuficientes los motivos que, comúnmente, impulsan a los interesados a cumplirla. La teoría de la coercibilidad, cierta en cuanto revela la posibilidad de la existencia de ejecuciones jurídicas compulsorias sin, que esto comprometa su juridicidad, nos deja en el vestíbulo del problema, pues surge inmediatamente la pregunta: ¿qué es lo que explica esta compatibilidad entre el Derecho y la fuerza? 127 Derecho y heteronomía: Por los ejemplos dados hasta ahora se ve que podemos obedecer o no a las normas de Derecho de las cuales somos los destinatarios. Estas son puestas por el legislador, por los jueces, por los usos y costumbres, siempre por terceros, pudiendo coincidir o no sus mandamientos con las convicciones que nosotros tenemos sobre la cuestión. Podemos criticar las leyes de las cuales disentimos, pero debemos obrar en conformidad con ellas, les demos o no la adhesión de nuestro espíritu. Esto significa que ellas valen objetivamente, independientemente y a despecho de la opinión y del querer de los obligados. Esta validez objetiva y transpersonal de las normas jurídicas que, por así decirlo, se sobreponen a las pretensiones de los sujetos de una relación superándolas en la estructura de un querer irreducible al querer de los destinatarios, es lo que se denomina heteronomía. Fue Kant el primer pensador que enunció esta nota diferenciadora, afirmando que la Moral es autónoma y el Derecho heterónomo. No todos pagan los impuestos de buen grado; el Estado no pretende que al pagar un tributo el contribuyente lo haga con una sonrisa en los labios, le basta con que el pago se haga en las fechas determinadas. Nada más absurdo y monstruoso que la idealización de un homo iuridicus, modelado según el Derecho y destinado a practicarlo con rigurosa fidelidad a las estructuras normativas. En el Derecho se da un cierto carácter de "extranjería" del individuo con relación a la regla, ya que decimos que el Derecho es heterónomo por ser puesto por terceros, aquellos que jurídicamente estamos obligados a cumplir. Se dirá que los terceros son el Estado y que el Estado está constituido por la sociedad de los hombres, de manera que, en último análisis, nos estamos gobernando a nosotros mismos. Es una satisfacción poder pensar que nos estamos autogobernando y dictando las reglas que debemos obedecer. Con todo, no siempre existe esta aquiescencia, porque podemos estar en espíritu contra la ley y, al mismo tiempo, estar obligados a obedecerla. La ley puede ser injusta e inicua, 128 pero en cuanto no ha sido revocada o no ha caído en desuso manifiesto, obliga y se impone contra mi voluntad; lo cual no impide que se deba, en la medida de lo posible, neutralizar o atenuar el rigor del Derecho injusto. El carácter de heteronomía es, por tanto, mucho más profundo de lo que a primera vista parece. De ahí que podamos dar un paso más y decir que el Derecho es la ordenación heterónoma y coercible de la conducta humana. Llegados a este punto, surge la siguiente pregunta: el Derecho, ¿es coercible y heterónomo como razón última o se presenta así en virtud de otro requisito que es esencial?. Bilateralidad atributiva: Durante mucho tiempo los juristas, bajo la influencia de la escuela positivista, se contentaron con la presentación del problema en términos de coercibilidad. Pronto renunciaron a la "teoría de la coacción en acto", para aceptar la "teoría de la coacción en potencia"; o sea, después de ver al Derecho como coacción efectiva pasaron a apreciarlo como posibilidad de coacción, pero nunca abandonaron el elemento coercitivo. Este permaneció como elemento último en la determinación del Derecho. Podemos decir que el pensamiento jurídico contemporáneo no se contenta con el concepto de "coacción potencial", sino que, con mayor profundidad, procura penetrar más al interior de la experiencia jurídica para descubrir la nota distintiva esencial del Derecho. Esta es, según nuestro criterio, la bilateralidad atributiva. La teoría de la bilateralidad atributiva, a la cual he dado desarrollo propio, corresponde a la posición de otros iusfilósofos contemporáneos. Así, por ejemplo, Del Vecchio dice que la Moral se distingue del Derecho por el elemento de "bilateralidad", "alteridad" o "intersubjetividad", dando a estos términos un sentido tal vez equivalente al que enunciamos con el adjetivo "atributivo". Un jurista polaco integrado en la cultura rusa del siglo pasado, Petrazinski, emplea la expresión "imperatividad atributiva". Por otro lado, no podemos olvidar los antecedentes de la doctrina contenidos en los conceptos de "relación" de Aristóteles, de "alteritas" de Santo Tomás, de "exterioridad" desarrollado por Christian Thomasius, y en el de "heteronomía" expuesto por Kant, o en el del "querer entrelazante" de Stammler, etc. 129 En orden a caracterizar lo que va a ser la "imperatividad atributiva", Petrazinski nos da un ejemplo que reproducimos con algunas modificaciones. Imaginemos que un hombre acomodado, al salir de la casa, se encuentra con un viejo amigo de infancia que, impulsado por la necesidad, le pide una ayuda de cinco rublos, recibiendo una negativa formal y violenta. Acto seguido, la misma persona toma un coche para ir a determinado lugar. Al finalizar el trayecto, el cochero le cobra cinco rublos. La diferencia de la situación es muy grande entre el cochero que cobra cinco rublos y el amigo que solicitaba la misma cantidad. En el caso del amigo que pedía limosna había un nexo de posible solidaridad humana, de caridad; pero en el caso del cochero tenemos un nexo de crédito por efecto de la prestación de un servicio. En el primer caso, no hay vínculo de exigibilidad; lo que no sucede en el segundo, pues el cochero puede exigir el pago de la tarifa. Este ejemplo nos demuestra como el Derecho implica una relación entre dos o más personas según un cierto orden objetivo de exigibilidad. Por los estudios que hemos desarrollado sobre la materia pensamos que se da bilateralidad atributiva cuando dos o más personas se relacionan según una proporción objetiva que les autoriza a pretender o a exigir algo con garantías. Cuando un hecho social presente este tipo de relación, decimos que es jurídico. Donde no existe proporción en el pretender, en el exigir o en el no hacer, no hay Derecho, de la misma manera que no existe éste si no hay garantía específica para tales actos. Bilateralidad atributiva es, pues, una proporción intersubjetiva en función de la cual los sujetos de una relación son autorizados para pretender, exigir o hacer garantizadamente algo. Este concepto se desdobla en los siguientes complementarios: Sin una relación que una dos o más personas no se da Derecho (bilateralidad en sentido social, como intersubjetividad). Para que haya Derecho es indispensable que la relación entre los sujetos sea objetiva, esto es, no susceptible de ser reducida unilateralmente a cualquiera de los sujetos de la relación (bilateralidad en sentido axiológico). 130 De la proporción establecida debe resultar la atribución garantizada de una pretensión o acción que se puede limitar a los sujetos de la relación o extenderse a terceros (atribución). Es evidente que podríamos emplear otras experiencias para designar la nota distintiva del Derecho como, por ejemplo, proporción atributiva; pero lo esencial es comprender la sustancia de la cuestión captando el concepto de la misma en su concreción. c) No estarán de más algunas consideraciones complementarias que sirvan también para deshacer algunos equívocos frecuentes en esta materia. En un contrato de corretaje, por ejemplo, el propietario y el intermediario se relacionan para efectuar la venta de un predio, estando autorizado el corredor a prestar sus servicios con la garantía de una retribución proporcional al precio fijado. En éste, como en los demás vínculos contractuales, ninguna de las personas debe quedar a merced de la otra; la acción de ambas está subordinada a una proporción transpersonal u objetiva que se resuelve en una relación de prestaciones y contraprestaciones recíprocas. Por esto no es esencial que la proporción objetiva siga el modelo de la reciprocidad propia de las relaciones contractuales. Basta que la relación se estructure según una proporción que excluya la arbitrariedad (que es el no-Derecho) y que represente la concretización de intereses legítimos según criterios de racionalidad variables en función de la naturaleza y la finalidad de la vinculación. Por ejemplo, un negocio puede ser aleatorio, asumiendo una de las partes deliberadamente el riesgo de la operación acordada. No se diga que el concepto de bilateralidad o proporción atributiva sólo es aplicable al plano de las relaciones privadas, y que no es conforme ni con la estructura de las relaciones entre los particulares y el Estado, ni para caracterizar, por ejemplo, las reglas de organización de un servicio público. Se afirma que en esta clase de normas no hay proporción ni hay atribución, cuando lo que hay que advertir es que estos términos no pueden emplearse aquí en sentido contractual. En realidad, cuando se instituye un órgano del Estado o de una sociedad particular, es inherente al acto de organización la atribución de 131 competencias para que los agentes o representantes de órganos puedan obrar según el cuadro objetivo configurado en la ley. Tiene, por consiguiente siempre proporción y atribución. Breves datos históricos: Ya en la más remota Antigüedad se intuyó que el Derecho no se confunde con la Moral. Desde los presocráticos hasta los estoicos, pasando por Platón y Aristóteles, las relaciones entre la Moral y el Derecho han sido enfocadas desde diversos ángulos. Aunque se den coincidencias entre estos autores y los que hemos estudiado antes, no se puede afirmar que, en Grecia, haya existido el propósito deliberado de determinar las normas distintivas del mundo moral y del mundo jurídico. Otro tanto puede decirse de los juristas romanos sobre todo al observar que non omne quod licet honestum esto que cogitationis nemo poenam patitur. Estas dos afirmaciones demuestran que los juristas romanos vislumbrarán la existencia del problema planteado acerca de la distinción entre Derecho y Moral. Este problema, percibido desde la Antigüedad clásica, adquirió, en la Edad Moderna, un sentido más vital y pragmático especialmente después de los conflictos surgidos entre las diversas confesiones religiosas a partir de la Reforma protestante. Se produjeron luchas violentísimas en el mundo europeo con repercusiones también en el continente americano. Los protestantes se dividieron en diversas corrientes, de tal manera que no sólo hubo conflicto entre la Iglesia Católica y los protestantes, sino también entre éstos mismos. Cada Jefe de Estado se atribuyó el derecho a intervenir en la vida particular de los ciudadanos a fin de indagar sus convicciones religiosas: unos querían que sus súbditos fueran católicos, otros que fuesen protestantes. Apareció entonces la necesidad de una delimitación clara de la zona de actuación del poder público, y se buscó a través de la distinción entre el mundo jurídico y el mundo moral y religioso. De esta forma, esta cuestión adquiría un significado más profundo y urgente, impulsando a una toma de posición acerca del mismo. El más notable de los estudiosos de esta materia fue el jurista alemán Thomasius que escribió su obra más importante entre 1700 y 1705. Este autor, que gozaba de la admiración de otra gran figura de la 132 época, Wilhelm Leibniz, dirigió su atención al problema procurando presentar una diferencia práctica entre Derecho y Moral a fin de tutelar la libertad de pensamiento y de conciencia mediante . una delimitación entre lo que llamó "fuero interno" y "fuero externo". El Derecho, según él, sólo debe preocuparse de la acción humana una vez haya sido exteriorizada; la Mora!, por el contrario, se refiere a lo que se realiza en el plano de la conciencia. Cuando una acción se desarrolla en el fuero interno, nadie puede interferir ni obligar a hacer ó a dejar de hacer. El Derecho, por consiguiente, rige las acciones exteriores del hombre, al paso que las acciones íntimas pertenecen al dominio especial de la Moral. La Moral y el Derecho quedaban así totalmente separados, sin posibilidad de invasión recíproca en sus campos, de suerte que la libertad de pensamiento y de conciencia recibía, a través de esta ingeniosa doctrina, una necesaria tutela. La doctrina de Thomasius tuvo gran repercusión porque correspondía, en cierta forma, a una aspiración de la época. Basta recordar que Kant aceptó la teoría de Thomasius como casi todos sus contemporáneos. ¿Cuál es la resultante de esta teoría?. Si el Derecho sólo se cuida de las acciones exteriorizadas, solamente aquello que se proyecta en el mundo exterior se encuentra sujeto a una posible intervención del poder público. Ningún ciudadano puede ser procesado por el simple hecho de pensar, ni puede ser obligado a profesar tal o cual creencia. La coacción solamente surge en el momento en que la actividad del individuo se proyecta sobre la de los demás individuos pudiéndoles causar daño. ¿Qué decir a la postura de Thornasius?. ¿Será exacto decir que el Derecho sólo cuida de aquello que se exterioriza sin tener en cuenta el mundo de la intención?. En primer lugar, no es posible separar la acción de los hombres en dos campos estancos. Ella siempre es una y concreta, aunque pueda ser examinada en dos momentos sin descomponerse propiamente en dos partes: Por otro lado, si bien es cierto que el Derecho sólo aprecia la acción en cuanto ésta se proyecta en el plano social, no es menos cierto que el jurista debe apreciar el mundo de las intenciones. El fuero interno es de suma importancia en la Ciencia Jurídica. En el Derecho Penal, por ejemplo, hacemos una 133 distinción básica entre delitos dolosos y culposos. Delito Doloso, es la infracción a la ley penal que resulta de la intención premeditada del agente. El individuo que saca un arma con intención de herir a su enemigo, practica un crimen doloso, porque su acto es una concreción de su voluntad consciente. El delito culposo, por el contrario, es aquel mediante el cual alguien causa daño, pero sin la intención de realizarlo. Si una persona atropella a un transeúnte matándolo o híriéndolo, existe evidentemente una infracción de la ley penal, infracción que no está acompañada de intención dolosa: es un delito culposo. Si se probase que el accidente se realizó intencionalmente o que el automóvil fue el instrumento de designio criminal, tendríamos un delito doloso. Estamos viendo que, en la esfera penal, es necesario tomar en consideración el elemento íntimo o intencional. De manera idéntica podemos decir que el Derecho Civil no prescinde del elemento intencional. Así, por ejemplo, el Código Civil parte del principio de que los contratos deben ser interpretados según la intención de las partes contratantes (arts. 1281 y ss.). En el mismo Código Civil leemos: "Será nulo el consentimiento prestado por error, violencia, intimidación o dolo" (art. 1265), requiriendo siempre, para la existencia del contrato, el consentimiento de los contratantes (art. 1261). Hay actos jurídicos nulos de pleno derecho (los que nacen viciados de nulidad insanable) y hay actos jurídicos susceptibles de anulación. La anulabilidad de los actos jurídicos está ligada, en gran parte, al examen de la intención. Todavía es preciso observar que la doctrina de la "exterioridad del Derecho" contiene un elemento verdadero en el sentido de que presupone un hecho innegable y que ya hemos hecho resaltar, esto es, que el Derecho jamás ha cuidado del hombre considerado aisladamente, sino del hombre en cuanto miembro de la comunidad, en sus relaciones "intersubjetivas", incluso cuando lo que se quiere tutelar es la subjetividad individual. Estamos viendo que la teoría de Thomasius nos reconduce a la doctrina de la bilateralidad atributiva que, como ya hemos dicho, echa sus raíces en la cultura clásica. En la historia de la jurisprudencia la apreciación de este hecho fundamental aparece ya entre los filósofos griegos, especialmente por obra de Aristóteles al tratar en su Etica a Nicómaco del problema de la 134 justicia. Aristóteles fue el primero en vislumbrar, en el fenómeno jurídico, el elemento de la proporcionalidad. Después de él encontramos la obra de San Agustín, y finalmente, la de Tomás de Aquino que, escribiendo sobre Teología, dejó páginas admirables sobre el problema de la ley y de la justicia. A propósito de la virtud de la justicia, afirmaba que ella se diferenciaba de las otras virtudes por ser proportio ad alterum, por ser una virtud objetiva, en cuanto que, implica siempre la relación de dos sujetos. Es propia del Derecho esta nota de "alteridad". Alteritas (de alter) es una expresión bastante significativa. El Derecho es siempre alteridad y se realiza siempre a través de dos o más individuos según proporción. Hablaba Tomás de Aquino de la alteritas, que, según Del Vecchio, corresponde exactamente a la moderna palabra "bilateralidad". En el mundo moderno otros pensadores renovarán el problema, como, por ejemplo, Grocio, que fue el consolidador del Derecho Internacional y, después, Leibniz que, además de ser gran matemático, científico y filósofo, dejó notables escritos sobre problemas jurídicos. En el mundo contemporáneo, especialmente a partir de las últimas décadas del siglo pasado, la cuestión ha vuelto a adquirir nuevo interés, apareciendo un moderno criterio distintivo fundamental, según resulta de la doctrina de Rudolf Stammler sobre el Derecho como "forma de querer entrelazante, autárquico e inviolable". Comparación con las normas de trato social: En la sociedad hay otra categoría de reglas y de hábitos aceptados socialmente, que son acatados por la fuerza de la costumbre o, como se dice impropiamente, en virtud de una. "convención social". Son las normas de trato social, que van desde las reglas más elementales del decoro a las más refinadas normas de etiqueta y de cortesía. Según algunos autores, como Radbruch y Del Vecchio, este tipo de reglas no pueden constituir un tertium genus. Pero, aceptada su existencia, ocupan una situación intermedia entre la Moral y el Derecho. Nadie puede ser forzado, por ejemplo, a ser cortés, pues es inconcebible la cortesía forzada como lo sería un saludo hecho bajo la amenaza de agresión. En este punto, las normas convencionales comparten la espontaneidad y la incoercibilidad propias de la Moral. Quien desatiende a esta categoría de reglas sufre una sanción social (como es la censura 135 o el desprecio público), pero no puede ser coaccionado a practicarlas. Por otro lado, no es indispensable que los actos de buen tono sean practicados con sinceridad. Puede atender a las reglas de etiqueta tanto el hombre desinteresado como quien se sirve de ellas con intenciones malévolas. Para cumplir una norma de trato social basta con la adecuación exterior del acto a la regla, sin necesidad de adherirse a su contenido: en este punto las reglas de trato social coinciden con el Derecho. Estos usos sociales o reglas de trato social son bilaterales lo mismo que las de la Moral, pero no son bilateral-atributivas, razón por la cual nadie puede exigir que lo saluden respetuosamente: la atribución surge solamente cuando la costumbre se convierte en norma jurídica consuetudinaria o el acto de cortesía se transforma en obligación jurídica, como es el caso del saludo militar al superior jerárquico. Teniendo a la vista lo expuesto, podemos resumir las notas distintivas de los tres campos de la Etica que acabamos de analizar componiendo el siguiente cuadro: Coercibilidad Heteronomía Bilateralidad Atribución MORAL DERECHO COSTUMBRE + 136 + - OSSORIO, Angel "¿Quién es Abogado?". En: Abogados de esto y de aquello. De la abogacía, la literatura y el derecho,Gustavo Gómez Velásquez y Gustavo Ibáñez Carreño, Ediciones Jurídicas Gustavo Ibáñez, Santa Fe de Bogotá, Colombia,1996. ¿QUIÉN ES ABOGADO'? Urge reivindicar el concepto de Abogado. Tal cual hoy se entiende, los que en verdad lo somos, participamos de honores que no nos corresponden y de vergüenzas que no nos afectan. "En España todo el mundo es Abogado, mientras no pruebe lo contrario". Así queda expresado el teorema, que Pío Baroja, por boca de uno de sus personajes, condensa en estos otros términos: "Ya que no sirves para nada útil, estudia para Abogado". Los corolarios son inevitables. ¿Con quién se casa Pepita?- ¡Con un Abogado! Este abogado suele ser escribiente temporero del Ayuntamiento o mecanógrafo de una casa de banca. En el actual Ministerio hay siete Abogados. La realidad es apenas si uno o dos se han puesto la toga y saludado el Código Civil. Numerosos conductores de tranvías son Abogados. El que ayer asesinó a su novia o el que escaló la alcantarilla es Abogado. El inventor de un explosivo, o de una nave aérea o de unas pastillas para la tos, es Abogado. Hay que acabar con ese equívoco, merced a la cual la calidad de Abogado ha venido a ser algo tan difuso, tan ambiguo, tan incoercible, como la de "nuestro compañero de la Prensa" o "el distinguido sportman". La Abogacía no es una consagración académica, sino una concreción profesional. Nuestro título universitario no es de "Abogado", sino de "Licencia en Derecho, que autoriza para ejercer la profesión de Abogado". Basta, pues, leerle para saber que quien no dedique su vida OSORIO, Angel. El alma de la Toga. B/Aires EJEA. 1989. Págs. 3 y ss. 137 a dar consejos jurídicos y pedir justicia en los Tribunales, será todo lo Licenciado que quiera, pero Abogado, no. La universidad preside una formación científica... cuando la preside. En nuestra carrera ni siquiera sirve para eso. De la Facultad se sale sabiendo poner garbanzos de pega en los rieles del tranvía, acosar modistas, jugar al monte y al treinta y cuarenta, organizar huelgas, apedrear escaparates, discutir sobre política, imitar en las aulas al gallo y al burro, abrir las puertas a empujones, destrozar los bancos con el cortaplumas, condensar un vademécum en los puños de la camisa, triunfar en los bailes de máscaras y otra porción de conocimientos tan varios como interesantes. El bagaje cultural del alumno más aprovechado no pasa de saber decir de veinticinco maneras —tantas como profesores- el "concepto del derecho", la "idea del Estado", la "importancia de nuestra asignatura" (cada una es más importante que las otras para el respectivo catedrático); la "razón del plan" y la "razón del método:'. De ahí para adelante, nada. En nuestras facultades se enseña la historia, sólo hasta los Reyes Católicos, o solo desde Felipe V, se aprueba el derecho civil sin dar testamentos o contratos, se explica economía política. ¡ ¡Economía política del siglo XX!! En veinticinco o treinta lecciones, se ignora el derecho social de nuestros días, se rinde homenaje a la Ley escrita y se prescinde absolutamente de toda la sustancia consuetudinaria nacional, se invierten meses en aprender de memoria las colecciones canónicas, y se reserva para el doctorado esto es, para un grado excelso de sabiduría, y aún eso a título puramente voluntario- el Derecho Municipal... A cambio de sistema docente tan peregrino, los señores profesores siembran en la juventud otros conceptos inesperados, tales como estos: que hora y media de trabajo, puede quedar decorosamente reducida a tres cuartos de hora; que sin desdoro de nadie, pueden las vacaciones de navidad comenzar en noviembre; que el elemento fundamental para lucir en la cátedra y en el examen es la memoria; que la tarea del profesorado debe quedar supeditada a las atenciones políticas del catedrático, cuando es diputado o concejal; que se puede llegar a las altas categorías docentes, constitutivas, por si solas, de elevadas situaciones sociales, usando un léxico que haría reír en cualquier parte y luciendo 138 indumentos inverosímiles, reveladores del poco respeto de su portador para el mismo y para quienes le ven...2 ¿A qué seguir la enumeración?. En las demás facultades, la enseñanza, tomada en serio, solo ofrece el peligro de que el alumno resulte un teórico pedante; en la nuestra hay la seguridad de que no produce sino vagos, rebeldes, destructores anarquizantes y hueros. La formación del hombre viene después. En las aulas quedó pulverizado todo lo bueno que aportara de su hogar. Mas demos esto de lado y supongamos que la Facultad de Derecho se redime y contribuye eficazmente a la constitución técnica de sus alumnos; aún así el problema seguiría siendo el mismo, porque la formación cultural es absolutamente distinta de la profesional y un eximio Doctor puede ser —iba a decir, suele ser- un Abogado detestable. ¿Por qué?. Pues por la razón sencilla de que en las profesiones la ciencia no es más que un ingrediente. Junto a él operan la conciencia, el hábito, la educación, el engranaje de la vida, el ojo clínico, mil y mil elementos que, englobados, integran un hombre, el cual, precisamente por su oficio, se distingue de los demás. Una persona puede reunir los Títulos de Licencia en Derecho y capitán de Caballería, pero es imposible, absolutamente imposible, que se den en ellas las dos contradictorias idiosincrasias del militar y del togado. En aquél ha de predominar la sumisión; en éste el sentido de libertad ¡Qué tienen que ver las aulas con estas cristalizaciones humanas!. Un catedrático sabrá admirablemente las Pandectas y la Instituta y el Fuero Real, y será un jurisconsulto insigne; pero si se conoce las pasiones, más todavía, si no sabe atisbarlas, toda la ciencia resultará inútil para abogar. esclarecido ministerio del asesoramiento y de la defensa, va dejando en el juicio y en el proceder unas modalidades que imprimen carácter. Por ejemplo: la fuerte definición del concepto propio y simultáneamente, la antitética disposición a abandonarle, parcial o El 2 Los esfuerzos innegables de un profesorado joven y culto, no bastan a remediare! mal, que es la organización, de sistema y educación. No se puede vivir sin la universidad, pero hay que cambiarla. En mi libro La Justicia Poder he expuesto los remedios que se me ocurren. 139 totalmente, en bien de la paz, la rapidez en la asimilación de hecho e ideas, coincidentes con las decisiones más arriesgadas, como si fueran hijas de dilatada meditación; el olvido de la conveniencia y de la comodidad personales para anteponer el interés de quien a nosotros se confía (aspecto este que coincidimos con los médicos); el reunir en una misma mente la elevada serenidad del patriarca y la astucia maliciosa del aldeano; el cultivar a un tiempo los secarrales legislativos y el vergel frondoso de la literatura ya que nuestra misión se expresa por medio del arte; el fomento de la paciencia sin mansedumbre para con el cliente, del respeto si humillación para con el Tribunal, de la cordialidad sin extremos amistosos para con los compañeros, de la firmeza sin amor propio para el pensamiento de uno, de la consideración sin debilidades para el de los demás. En el Abogado la rectitud de la conciencia es mil veces más importante que el tesoro de los conocimientos. Primero es ser bueno; luego, ser firme; después, ser prudente; la ilustración viene en cuarto lugar; la pericia, en el último. No. No es médico el que domina la fisiología, la patología, la terapéutica y la investigación química y bactereológica, sino el que, con esa cultura como herramienta, aporta a la cabecera del enfermo causales de previsión, de experiencia, de cautela, de paciencia, de abnegación. Igual ocurre con los Abogados. No se hacen con el título de Licenciado, sino con las disposiciones psicológicas, adquiridas a costa de trozos sangrantes de la vida. Fijémonos en un ejemplo característico. Habrá en Madrid 10.000 12.000 Licenciados en Derecho; de ellos figuran incorporados al Colegio unos 2.500; ejercen más de 1.000; merecen de verdad el concepto de Abogados 200 o 300; y se ganan vida exclusivamente como tales dos docenas. ¿Será justo llamar abogados a los 12.000 y distribuir sus glorias o sus crímenes entre los contados centenares que consagran su existencia al ejercicio diario de la profesión?. Con análoga proporción, lo mismo ocurre en todas partes. Quede cada cual con su responsabilidad. El que aprovechó su título para ser Secretario de Ayuntamientos, entre éstos debe figurar; e igualmente los que se aplican a ser banqueros, diputados, periodistas, 140 representantes comerciales, zurupetos bursátiles o, modestamente, golfos. Esta clasificación importa mucho en las profesiones como en el trigo, que no podría ser valorado si antes no hubiera sido cernido. Abogado es, en conclusión, el que ejerce permanentemente (tampoco de modo esporádico) la Abogacía. Los demás serán Licenciados en Derecho, muy estimables, muy respetables, muy considerables, pero Licenciados en Derecho, nada más. 141 OSSORIO, Angel "Ética del Abogado". En: Abogados de esto y de aquello. De la abogacía, la literatura y el derecho, Gustavo Gómez Velásquez y Gustavo Ibáñez Carreño, Ediciones Jurídicas Gustavo Ibáñez, Santa Fe de Bogotá, Colombia,1996. ÉTICA DEL ABOGADO Para estudiar la ética del abogado será indispensable que primero conozcamos al Abogado mismo: su espíritu, su personalidad, su definición. Si preguntamos qué es el abogado, probablemente una persona inadvertida nos contestará: "un hombre como otro cualquiera". El error será evidente porque no hay ningún hombre como otro. Sobre las diferencias de temperamento, de la capacidad, de la cultura, de la moral. Hay las diferencias esenciales de la profesión, porque la profesión imprime carácter y un militar no se parece a un médico, ni el médico al sacerdote, ni éste al negociante, ni ninguno de ellos al abogado. De suerte que el abogado se distingue de todos en su disposición espiritual. Hay un espíritu de abogado y el abogado sin espíritu es cualquier cosa menos abogado. Permítanme ustedes un ejemplo filarmónico. ¿Creen ustedes que todos los profesores de una orquesta son sujetos iguales y que la calidad de "profesor de orquesta" revela un nivel?. Pues están ustedes equivocados. Los que tocan la viola, el violón, el bajo metálico o el trombón, aún siendo esenciales (el maestro Breton decía que las violas son las tripas de la orquesta) sólo significan el ritmo, el acompañamiento, la acentuación de unos compases. Van, pues, a la orquesta fríamente, a cumplir con su deber y a ganar su pan. Disposición enteramente distinta llevan los violines, los violoncelos, las flautas, los clarinetes. Ellos son la melodía, es decir, la idea del autor, ellos dicen las frases de la composición, ellos son los que tienen que adentrarse en el alma del público, conmoverle y dominarle. Su disposición de ánimo es enteramente distinta de la de los otros. Sienten su responsabilidad, trabajan con ilusión, sienten que el aplauso del público viene a ellos particularmente y se estiman destacados en el oficio común. Igual o mayor distancia se advertirá entre ellos y los concertinos que marcan el 142 cauce de todos sus colegas, que ejecutan los solos, que dicen los trozos, de mayor dificultad. Y no hay que hablar del director de la orquesta que es un ente gigantesco con relación a sus colaboradores y que sabe que para él serán, de entre todo el conjunto, la fama y la gloria. Pues esa misma distinción que se advierte en la orquesta -el trabajar con ilusión o sin ella- se da entre las profesiones varias de la vida. Trabajos indispensables son los del delineante, el contador, el empleado de un Ministerio o de un Banco, el auxiliar de un escribano, etc. Pero nadie creerá que tales personas necesitan poner en sus tareas un alma ferviente y apasionada. Trabajarán con celo pero con indiferencia, usarán su buen juicio mas no los impulsos de su corazón y en la casi totalidad de los casos estarán impacientes por ultimar sus quehaceres y volverse a su hogar o a sus diversiones. Es absolutamente distinta la disposición de los creadores de riqueza, de belleza o de salud. El ingeniero que construye una carretera, un ferrocarril o un puente, sabe que está acreciendo el bienestar y el poder de un país. Merced a su obra, los hombres y las cosas circularán más y mejor, se desenvolverán la industria, el comercio y el turismo, la Nación será más poderosa y más ilustrada. El alma tiene que meterse en tan nobles empeños y las vigilias de labor, los viajes incómodos, las estancias en lugares inhóspitos, los peligros personales en la construcción, los antagonismos con los capitalistas y con los obreros, todo se sufre con fuerte aliento porque la ilusión creadora inspira el genio profesional. ¿Cómo podrá ser un médico frío de alma?. No puede serle indistinto que el pueblo goce de la higiene y de la saludo que padezcan víctimas de epidemias y de infecciones, que su enfermo se salve o que se muera, que llore amenazado por el dolor o que sonría por el alivio y la curación. Por eso los médicos afrontan riesgos enormes como la inoculación de una infección, la pérdida de miembros y aún de la vida, como los radiólogos, el peligro que se afronta heroicamente en una epidemia y la abnegación con que se lucha contra la muerte en casos que al facultativo no le valen un centavo ni aún siquiera la gratitud del favorecido. Si el médico no tiene el corazón propenso a la abnegación y al sacrificio, será un falsificador de su ministerio. 143 Fenómeno análogo se da con los forjadores de la cultura y de la belleza. Me parece que no es posible ser maestro sin sentirse inflamado por el amor a los niños; ni catedrático sin reverenciar a la ciencia; ni literato, músico, escultor, pintor o actor, sin poner por encima de todas las cosas la pasión por la belleza. En todas estas excelsas actividades se gana dinero, porque la remuneración del trabajo es indispensable para vivir, más por encima de la ganancia priman las necesidades del espíritu. Crear riqueza, salud o belleza es mucho más interesante que enriquecerse y los hombres que hacen tales cosas no renunciarían a sus ilusionantes empeños para encerrarse en una vulgar oficina aunque se les pagase cien veces más. Pues bien, de todas las obras humanas, la más interesante y poética es la de hacer justicia. Los pueblos pueden vivir sin riqueza, sin belleza y hasta sin salud. Vivirán mal, pero vivirán. Y sin justicia no podrán vivir. Si yo no tengo seguridad de que no moriré asesinado impunemente, si no puedo conservar los bienes que he ganado con mi trabajo, si no puedo defender a mi esposa contra la calumnia, si no puedo guiar la formación de mis hijos, si no puedo ejercer libremente mis derechos de ciudadano, la vida no merecerá la pena de ser vivida. Existencia sin justicia es inferior a la animalidad. Por eso nuestro papel es grande, maravilloso. Somos el anhelo de la justicia, los apóstoles de la virtud suprema de la vida, los ministros de la paz social. Estamos por encima de la riqueza, de la belleza y de la salud. ¿Puede haber algo más encantador, más emocionante?. El abogado tiene que ejercer su profesión con orgullo, con exaltación, con pasión desbordada. Si su alma no late excitada por esos sentimientos ¿de qué le servirá emborronar pliegos y cobrar minutas?. Será un ganapán del Derecho, podrá ser, quizás, un hombre de ciencia: Abogado, no. Ya se ve que el abogado no es "un hombre como otro cualquiera". Ni siquiera se limita a practicar una carrera. Mucho menos es, como le llamaban un humorista español, "sujeto que se mete en todo lo que no le importa, mediante precio". Si se me obligara a dar una definición del abogado diría que es "sacerdote liberal de la Justicia que lucha por el bien social aunque sea a costa de su propia vida". 144 CUADROS VILLENA, Carlos Ferdinand "La moral del juez". En: Ética de la abogacía y deontología forense, Editora FECAT, Lima, Perú, 1994. LA MORAL DEL JUEZ 131. La misión del juez Desde el momento en que la sociedad se organiza y se separan las diferentes funciones del poder del Estado, existe una función estatal destinada a resolver el conflicto. Junto a los llamados poderes ejecutivo y legislativo, surge la función jurisdiccional del Estado en la que se realiza la misión del juez. Es la función destinada a administrar justicia. Pero ¿cuál será la justicia que administra el juez?. Será necesariamente la que está establecida en la ley. Consiguientemente el poder judicial, o jurisdiccional está condicionado necesariamente a la naturaleza y forma de las leyes existentes en el país, que hayan sido promulgadas por un determinado Estado. No se trata pues de la búsqueda y administración de una justicia abstracta. No es el ideal de justicia el que busca el juez. El juez administra justicia de acuerdo con la norma vigente. No podrá invocar el derecho derogado ni el derecho inexistente. Debe apoyarse en el derecho vigente de determinado Estado. ¿Será solamente la ley, la que delimite la función del juez?. La ley es indudablemente el lindero principal, pero no es todo el lindero delimitante de la función del juez. El juez tiene además, la equidad y la prudencia, como factores de acuerdo con los cuales ha de aplicar el derecho. El derecho no puede en modo alguno ser aplicado, sin consideración al hombre que es su destinatario. El derecho entonces a través del juez, adquiere especiales caracteres para realizar la justicia. No se trata de deformar el derecho para adaptarlo. Se trata de aplicar la ley a cada caso, que es distinto de otro. El derecho, sin el hombre no es derecho. Y son estas cualidades humanas, las que servirán asimismo para la aplicación de la ley. El juez no sólo será el técnico que conoce el derecho, debe ser además, celoso defensor de la dignidad y la libertad del hombre. Y defender la dignidad 145 humana significa conocer que el hombre no podrá en modo alguno realizar sus propósitos vitales, sino actúa con libertad y sino es depositario de la dignidad. Apreciar la libertad, significa conocer que el hombre no es realmente libre mientras no se haya liberado de las cadenas de la miseria y la ignorancia y que mientras tanto tampoco tendrá dignidad humana. El analfabetismo, que es padecimiento de la sociedad subdesarrollada es un agravio a la dignidad humana, porque discrimina al hombre en razón del conocimiento. La miseria que es una constante en la vida de los pueblos del tercer mundo, es otro agravio a la libertad y a la dignidad del hombre. El hombre del país subdesarrollado no podrá realizarse como tal, mientras no haya derrotado la miseria del cuerpo y del alma. La ley, la dignidad y la libertad, serán pues, los límites dentro de los cuales actúa el juez. No se podrá conocer un caso sino está comprendido en la ley, y si la ley fuese corta para la interpretación del caso, tendrá que aplicar los principios generales del derecho, que recomiendan fundamentalmente el respeto a la dignidad y a la libertad. El juez no puede dejar de administrar justicia por falta de ley. Su misión es resolver el caso y si no hay ley, por vacío, oscuridad o contradicción, habrá de resolverlos con los principios generales del derecho, que aconsejan que el hombre es el titular del derecho. Del Vechio sostiene que «el derecho responde a una necesidad del hombre y es inseparable a la vida humana». 3 Podríamos decir que el derecho como tal, sin aplicación al hombre, deja de ser derecho. El derecho sin aplicación, el derecho de la norma, es un molde que sólo tomará forma cuando se aplique a la vida. No puede limitarse el derecho de la persona, sino es en virtud de una ley. Lo que supone que para la creación o reconocimiento de un derecho si no hay ley se aplicarán los principios generales, pero cuando se trate de limitar un derecho, sólo podrá hacerse en virtud de la ley. Será necesariamente la subordinación del individuo al poder político. Es cierto que el poder político responde a los intereses de las clases dirigentes, pero mientras no se haya transformado la sociedad, el individuo habrá de someterse DEL VECCHIO, Giorgio... "Los principios generales del derecho", Bosch Edit S.A., Barcelona, 1979. 146 necesariamente al poder político imperante, si es que no quiere que el orden social sea sustituído por la anarquía. Pero sobre todas las cosas, los principios generales del derecho brotarán de las propias relaciones sociales que se juzga. Ahí será de donde la conciencia del juez extraerá la solución de justicia, de la propia entraña de los hechos, aplicando a su interpretación la esencia de los hechos sociales. No escapa a nadie que uno de los fenómenos sociales más importantes de la actualidad es la transformación de las relaciones económicas y la afluencia del campesinado a la ciudad. Con esta migración han llegado infinidad de problemas, relativos a la familia, al trabajo, a la educación, al tránsito. Tampoco es novedad que la hora actual está signada por la presencia dominadora de la máquina, que ha atrapado los secretos designios de la mente en la cibernética, o la transmisión a distancia, en el télex, la comunicación breve en aviones más veloces. De acuerdo con esa evolución de las relaciones, han desarrollado asimismo, las formas societarias, la seguridad social, y en fin, un sin número de asuntos, que presentan al juez problemas novedosos que no fueron todavía recogidos por las leyes. Hay indudablemente un descompás entre la marcha de la humanidad y su desarrollo legal. Mientras la ley se endurece y a veces envejece perdiendo eficacia normativa, la humanidad avanza indetenible, y la revolución tecnológica la hace avanzar más todavía. Entonces el juzgador sale de su marco de mero aplicador de la norma, de subordinado del legislador, a ser creador de la norma o del principio que se ha de aplicar para resolver el caso. Ante el vacío, insuficiencia u oscuridad de la ley acudirá a la analogía (con excepción del derecho penal) y después a los principios generales del derecho y como no existe una tabla de principios que aplicar, deberá buscar la justicia en las profundidades de las propias relaciones sociales que juzga, en la esencia misma de los intereses en pugna. «Lo cierto es, por el contrario que la fuente inagotable del Derecho está constituida por la naturaleza misma de las cosas, la cual puede ser aprehendida por nuestra razón», dice Recasens Siches 4 enfatizando DEL VECCHIO, Giorgio y RECASENS SICHES, Luis... "Filosofía del Derecho", Uteha, México, 1946. 147 que la fuente jurídica esencial, son los hechos mismos, de los cuales el juez tendrá que extraer el contenido de justicia de su fallo. Es probable que los principios generales del derecho, que la naturaleza de las cosas, no proporcionen al juez un asidero eficiente para fundar su decisión. ¿Podrá el juez salir del marco de la norma, salir del principio general de la doctrina, y evacuar una decisión que corresponde a la justicia, pero que no esté contemplada en la ley o que quizás contradiga la ley misma si ésta es -como muchas en la sociedad subdesarrollada- ley injusta?. Kantorowic, citado por ReGasens Siches 5 inició el movimiento por el llamado «derecho libre» en que el juez discrecionalmente puede apartarse inclusive de la norma, para expedir una sentencia justa. Se menciona inclusive el caso del juez Magnaud, Presidente del Tribunal de Chateau-Thierry, que deliberadamente se apartó de la norma, para darles contenido de justicia a sus decisiones. ¿Será esta conducta del juez, contraria a la seguridad jurídica que da la norma legal?. Indudablemente que habrá mucho de subjetivismo en una decisión de esta índole y por tanto será peligrosa, pues, puede abrir las puertas de la arbitrariedad. Pero si estamos frente a un juez probo incapaz de una injusticia, quien para decidir el caso sólo tiene una norma injusta o no tiene la norma, entonces tendremos que aceptar que la conducta del juez, es correcta y contribuye a perfeccionar el derecho. La misión del juez es permanentemente creadora del derecho. Si el derecho está en pugna con la justicia, es lógico que el buen juez deberá adoptar la decisión de justicia. No dice nada nuestra ley sobre la analogía. ¿Pero podrá ante el silencio u oscuridad de la ley, el juez aplicar la norma analógica?. ¿No es cierto que la analogía era una cobertura contra la arbitrariedad judicial?. Creemos que el juez deberá en este caso, utilizar la analogía. No está entre los principios generales del derecho, pero será una medida útil para resolver en justicia. Tampoco dice nada nuestra ley sobre la costumbre. ¿Debe la costumbre ser fuente supletoria del derecho, cuando éste no existe o cuando está oscuro o es incierto?. Creemos que también la utilización de la costumbre será otra fuente de razón justiciera. RECASENS SICHES, Luis... "Nueva Filosofía de la Interpretación del Derecho", Fondo de Cultura Económica, México, 1956. 148 La costumbre es importante, sobre todo para un país como el nuestro en el que existen etnias gobernadas por un derecho consuetudinario, en el que más vale la palabra de los ancianos que las normas de la Constitución, o del código civil. Será indudablemente mucho más justa la sentencia que se pronuncie estimando la costumbre de la sociedad marginada -mucha de la cual ha sido transportada en el éxodo del campesinado-, que la aplicación de la ley, que a veces resulta injusta para normar la conducta y las relaciones de los grupos autóctonos. Tampoco ha dicho nada nuestra ley, excepto el código procesal civil de la jurisprudencia de los tribunales, como fuente supletoria de la ley. Y debe serlo. ¿No es cierto que en la formación de la jurisprudencia intervino la búsqueda científica del abogado, la preocupación y estudio del Juez?. ¿No es verdad que se trata de casos que ya han pasado por el tamiz del juzgamiento, en el que se han utilizado ya los principios generales del derecho?. La jurisprudencia es la vida del derecho. Su aplicación al caso particular, su decisión creadora. Consiguientemente las lecciones de la jurisprudencia son importantes para el juzgamiento de casos semejantes. Debe pues ser tomada en cuenta como fuente supletoria de la ley. Pero además de su fidelidad a la ley, el juez también tiene la equidad y la prudencia para actuar. Aristóteles, calificó a la equidad como una forma para corregir la ley, la comparaba con la regla de plomo que podía adaptarse a las sinuosidades. La equidad así hacía que el criterio judicial reconociese las debilidades y las grandezas del alma humana. La equidad es la justicia humana; aquella disposición de ánimo, que conduce al juzgador a mirar humanamente el caso y darle solución de justicia. La justicia proyectada sobre el caso concreto es la equidad, decía Radbruch.6 La equidad, es pues, virtud fundamental del juez. Con ella podrá dejarse llevar por el sentimiento del deber y la conciencia de lo justo, para mirar el caso en debate. Significa evaluar el caso, en su contenido humano, estimando los factores favorables y desfavorables, atenuando el rigor de la ley. Algunos creen que la equidad debe utilizarse en la 6 RADBRUCH, Gustavo... "Introducción a la Filosofía del Derecho", Fondo de Cultura Económica, México, 1955. 149 interpretación de la ley y que entonces la equidad significa aquella regla lesbia de la que hablaba Aristóteles. Sin estimar que el derecho no es independiente de los hechos, pensamos que la equidad debe ser utilizada fundamentalmente para interpretar los hechos, más que el derecho. Entonces ellos (los hechos) se presentarán iluminados por la templanza de espíritu, con que las cosas son más claras; por, la bondadosa mirada de sosiego con que los hechos se aquietan; por la serenidad de espíritu con que el análisis se hace prudente y claro. El juez ha de necesitar unir a su condición de científico, la medida humana de las cosas. Sólo entonces le será claro aplicar el derecho y aplicarlo en dirección a la justicia. Pero además el juez ha de ser prudente. Prudente para examinar los hechos sin exagerarlos. Prudente para aplicar la norma sin magnificarla. Prudente para comprender que el derecho no es el resultado frío de los hechos, y que estos tienen como todo lo humano, sentimiento y en muchos casos pasión. La prudencia aconsejará al juez discernir con buen juicio lo malo, exaltando lo bueno. Esto es que la prudencia llevará al juez a un juicio equilibrado y sereno. No será suficiente que el juez tenga conocimiento de la ley y sus principios doctrinales; no será suficiente que la ciencia lo haya conducido a la más recóndita residencia de la norma; será importante que esa ciencia se ponga al servicio del hombre y que el juez mire con claridad el problema del hombre. Pero por encima de ley, equidad y prudencia, el juez ha de ser necesariamente un servidor de la libertad, que sin ella, ninguna justicia es justa. Deberes del juez Los deberes del juez son muchos. Unos ya han sido introducidos en la legislación y resultan por tanto deberes legales, es decir, obligaciones y otros permanecen aún en el campo de la doctrina. Podríamos clasificarlos en deberes intelectuales, morales y legales. Deberes intelectuales - Deber de ciencia Son deberes intelectuales, aquellos que imponen al juez un cultivo 150 permanente en la ciencia del derecho. No se concibe al juez que desconozca la ley y que aún conociéndola ignore la doctrina que la fundamenta. Conocer la ley, no es conocer derecho. La ley tiene fundamento doctrinario que es preciso conocer. Y el derecho solamente se aprende cuando es aplicado, esto es cuando la vida concurre a perfeccionar la información. No existe en nuestra legislación norma alguna que imponga la obligación del cultivo científico permanente del juez. Queda todavía en condición de mero deber, el conocimiento permanente de la ciencia. Couture le decía al abogado que estudiase por que si no lo hacía, cada día que pasase sería menos abogado. Parafraseando al ilustre procesalista uruguayo podríamos decirle al juez que estudie constantemente, porque si no lo hace cada día que pase será menos juez. El derecho no es sino la organización jurídica de las relaciones sociales. Consiguientemente el juez debe conocer las relaciones sociales a las que aplica el derecho. Debe conocer la forma como esas relaciones cambian y se transforman, mientras el derecho va quedando endurecido en el tiempo y a veces tanto tiempo que no tiene ya utilidad normativa. Consiguientemente el juez no sólo ha de conocer el derecho, su formación científica le exige saber de sociología y de economía. Sin estas ciencias auxiliares no conocerá sino la cáscara del derecho. Su mera información de la ley, sin profundización sociológica y económica de la naturaleza de las relaciones que ordena la ley, sólo le proporcionará un conocimiento superficial, inútil para administrar justicia. Nuestra ley exige para ser magistrado, ser abogado, pensando tal vez que la formación del abogado es suficiente para el conocimiento científico de la vida y de la ley. Pero la formación del abogado no es sino la etapa preliminar de la formación científica del jurista, y tal como se llevan ahora los estudios de derecho, seguramente la etapa más incierta de esa formación científica. Porque no es suficiente para el conocimiento científico de la ley, el ser abogado, es que para ser magistrado se exige ahora, no sólo una escuela de formación de magistrados donde el conocimiento científico, sea su característica principal, sino hasta dos escuelas, una preparatoria para formar a los aspirantes a magistrados y otra que capacite permanentemente a quienes ya son magistrados. Es que la ciencia no se agota en la currícula 151 de una facultad de derecho. El hilo extenso de la vida, va creando cada día ciencia nueva, que es preciso conocer si se quiere ser justo. Pero el juez no sólo debe ser un hombre de ciencia; debe ser además un investigador. Es decir, debe tener la disciplina del investigador científico. Es a través de la investigación de la verdad que se llega a la justicia. El juez recorre cada uno de los peldaños de la justicia, investigando en cada uno de ellos elementos fácticos y los principios jurídicos. Sería sumamente pobre la conducta del juez que no investigue la verdad. La búsqueda de la verdad es la preocupación fundamental del juez que no podrá cumplirse si es que no tiene disciplina de investigador. Cuando hablamos de investigación, hablamos de la investigación científica que conduce a la búsqueda de las causas de los hechos y la determinación de sus consecuencias jurídicas. Solamente actuando con espíritu de investigación podrá el juez aplicar su ciencia. O más bien, solamente aplicará su ciencia, su conocimiento del derecho, su conocimiento de la sociedad y de las relaciones sociales, si actúa con espíritu crítico, analizando e investigando los hechos. El ejercicio de su actividad científica exige una conducta científica. Genovesi decía «La justicia es estudio». Del deber de ciencia, decía Ernesto J. Ure «El juez improvisado podrá intuir la solución justa y acertar, pero su sentencia será descolorida, superficial, huérfana de fuerza de convicción"! 134. Deberes morales.- lealtad, veracidad, probidad, independencia, imparcialidad, diligencia, decoro Se consideran deberes morales, los que son inherentes al temperamento del individuo. Muchos de ellos han adquirido ya la categoría de obligaciones jurídicas, y obligan por tanto a su cultivo. Otros quedan todavía en el plano de los deberes morales. La lealtad impone actuar siempre de acuerdo a la norma o a los principios generales del derecho. Es un deber de honrar los demás deberes, (legalidad, la imparcialidad, la independencia, la diligencia, la URE, Ernesto J. ... "El juez y sus propios deberes de ciencia, diligencia, independencia, imparcialidad y decoro". Ponencia a las Primeras Jornadas de Ética de la Abogacía. Rosario, 1967. 152 reserva). El juez deberá ser leal a la norma y en caso de ausencia de ella, por vacío, contradicción o insuficiencia a los principios generales del derecho. Esa lealtad significa que la decisión del juez se ha de amparar en la norma. No puede aceptarse que el juez invoque la norma, pero que su decisión la contradiga. Es decir, que debe ser consecuente con los principios y normas que invoca y apoyar en ellos la decisión. El juez, debe ser leal a su imparcialidad, la que debe respetar escrupulosamente. Este deber obliga al juez a ser realmente imparcial. Sólo siendo leal a su imparcialidad podrá emitir sentencias justas. La imparcialidad es un atributo de la justicia. Una sentencia imparcial siempre es una sentencia justa. El juez tiene, pues el deber de ser consecuente con su imparcialidad. No sería admisible de ningún modo que finja ser imparcial y que en el hecho sustente una tesis que revele su parcialidad. Ser leal es pues honrar a la imparcialidad. Del mismo modo el juez debe ser leal a su independencia y a su diligencia. Es decir que el juez debe mantenerse alejado de cualquier influencia política, económica, social, o de amistad que pueda privarlo de imparcialidad. Y finalmente el juez tiene que ser leal a su diligencia. Es decir, que no puede aparentarla sino desarrollarla. Debe ser realmente diligente. El artículo 8° de la ley orgánica del poder judicial, Decreto Legislativo N° 768, impone a todos, quienes participan en el proceso los «deberes» de comportarse con lealtad, y que los magistrados sancionarán toda contravención a estos «deberes» procesales. Debemos decir en primer lugar, que desde el momento en que la lealtad está impuesta por la ley y sancionada por ella, se convierte en una obligación jurídica. Por la redacción de la norma pareciera ser que ella está dirigida solamente a las partes, testigos, y peritos y que deje la sanción en manos del juez. Pero si interpretamos el proceso como el medio por el cual se compone el conflicto, y que en la composición del conflicto participa activamente el juez, tenemos que deducir que la norma comprende también y que el deber de lealtad, es ahora una obligación impuesta también al juez. El deber de veracidad impone al juez, apoyar su decisión en los hechos y en la ley. No le es permitido al juez tergiversar los hechos, ni alterarlos para emitir una resolución que convenga a hechos falsos. Debe 153 rigurosamente respetar la verdad de los hechos y la verdad legal. No se admite jamás que el juez falsee la verdad. El juez falsario, el mentiroso, el que subordina su decisión a su deformación de los hechos, no merece ser juez. Debe ser destituído. Condición fundamental del juez ha de ser pues actuar con verdad, no sólo en la tramitación del proceso, sino actuar con verdad en todos los actos de su vida, aunque la verdad sacrifique en muchos casos su propia tranquilidad y seguridad. Así como el juez mentiroso, perderá ponderación y respeto en la sociedad, la verdad del juez, lo prestigiará y hará más respetable. La sociedad confiará en las decisiones del juez verdadero y las considerará justas, aunque ellas contradigan algunos intereses. El artículo 8° de la nueva ley orgánica del poder judicial, impone a quienes intervienen en el proceso, y nosotros creemos que también al juez, la obligación de veracidad. Esa es una obligación que tratándose de las partes conduce a la verdad en el proceso y a llevarlo con buena fe, absteniéndose de cualquier deformación que aparte al juez de la investigación verdadera de la justicia. Tratándose del juez, la obligación le impone actuar en su investigación, utilizando los hechos verdaderos, las leyes vigentes, de tal manera que su búsqueda de la verdad sea el objeto del proceso y que sobre ella apoye su decisión. Junto a estas obligaciones, la ley impone la de actuar con probidad. ¿Cómo se entenderá la probidad tratándose del juez?. La probidad es la hombría de bien, la rectitud de conciencia. Consiguientemente el juez, actuará asimismo mirando el proceso con equidad. La probidad no es la aplicación ciega de la ley. El juez es también un hombre, y como tal actúa en el proceso, concediendo razón a quien la tiene. Como hombre, el juez será probo; es decir, que frente al proceso se comportará con la rectitud de conciencia adecuada, sin que su autoridad, lo conduzca a dejar de mirar el lado humano de los hechos. El juez ha de ser independiente de cualquier factor que tuerza su recto camino de la justicia. No permitirá que elementos políticos, sociales, patrimoniales o de amistad lo aparten de la investigación de la verdad y de la decisión de justicia. Si el juez tuviese un impedimento, 154 porque existe algún interés que perturba su decisión, es preferible que se inhiba del conocimiento del asunto y que deje para que otro juez, libre de cualquier relación, expida la resolución de justicia. La independencia, nos conduce necesariamente a la venalidad de los magistrados. Existen jueces que hacen comercio de la administración de justicia. Sus decisiones tienen un precio y en habla popular han generalizado la frase de «romper la mano», que significa que la decisión ha sido vendida. El juez venal ya no es juez. Es un traficante de su autoridad y de sus decisiones. Quien le pone precio a la decisión, ha sucumbido ante la fuerza del dinero. Se trata de un individuo repugnante por inmoral. Que indudablemente no merece el cargo. El artículo 16° de la nueva ley orgánica del poder judicial estima la independencia solamente en cuanto a que el ejercicio de la magistratura no ha de sufrir interferencia alguna, ni siquiera de los órganos superiores del propio poder judicial. Nosotros estimamos que la independencia es el deber de mantenerse alejado de cualquier relación que prive al magistrado de su imparcialidad. Esa relación puede ser política, social, patrimonial o de mera amistad. Si el juez tuviese parentesco que lo prive de la imparcialidad necesaria o si estuviese vinculado a una de las partes por relaciones políticas, sociales o de amistad, sí es probo deberá excusarse. Si no es juez probo, intervendrá en el proceso provocando la recusación o torciendo deliberadamente la administración de justicia. Esto es que en el ejercicio de sus funciones, el juez deberá necesariamente permanecer desvinculado de las partes del proceso. Eso no quiere decir que no mantenga con ellas vínculos de relación y respeto, pero tendrá mucho cuidado de no hacer que esos vínculos intervengan o definan su decisión. Puede el juez ser correligionario político de la parte, pero no por eso, la solidaridad política ha de prevalecer sobre la justicia. Podrá asimismo el juez ser miembro del mismo club social que la parte, pero no debe dejar tampoco que esta situación determine su decisión. El artículo 305° del código procesal civil, Decreto Legislativo 768, considera como causales de impedimento que pueden perturbar la imparcialidad del juez el haber sido parte anteriormente en el proceso, 155 su parentesco, el de su esposo o concubino, dentro del cuarto grado de consanguinidad, segundo de afinidad y adopción, con la parte, con sus representantes o con su abogado; ser el juez, su cónyuge o concubino, tutor o curador de alguna de las partes del proceso; haber recibido personalmente o su cónyuge o concubino dádivas de algunas de las partes, por muy pequeñas que ellas sean y haber conocido el proceso en otra instancia. Estas son las causas que impiden la intervención del juez. Corno se ve en ellas, no se trata de la amistad ni de la relación política, sí sin embargo, de que aquellas podrían afectar en grado importante la decisión. El artículo 307° señala como causales de recusación, la amistad íntima con alguna de las partes o la enemistad manifiesta, revelada por hechos inequívocos; la relación de crédito que tenga el juez con alguna de las partes, que no sea con persona de derecho público o servicio público; el ser el juez, su cónyuge o concubino, donatario, empleador o presunto heredero de alguna de las partes; haber intervenido el juez como perito, testigo, miembro del ministerio público, defensor o apoderado de alguna de las partes; tener interés directo o indirecto en el resultado del proceso; y existir proceso anteladamente promovido entre la parte y el juez, su cónyuge y concubino. Como se advierte el código procesal, sólo inhabilita por tener interés el juez, su cónyuge o su concubino. Ya no estima el impedimento que reconocía el código de procedimientos civiles, con el padre o el hijo del juez. ¿Podrá el juez intervenir en un proceso, si en él tiene interés su padre o su hijo?. El juez probo se inhibirá; pero la ley no establece que el interés del padre o del hijo sea circunstancia impediente de la intervención del juez. Según el código, sólo el juez comprendido en las causales de impedimento contenidas en el artículo 305°, se inhibirá. Pero el juez que tenga alguna de las causales de recusación establecidas en el artículo 307°, esperará la recusación que sólo se puede formular hasta cinco días antes de la audiencia de conciliación. Pasado ese plazo, sólo se admitirá al trámite la recusación cuando ella invoque causales sobrevinientes, es decir, posteriores a la audiencia de conciliación. Este 156 criterio perjudica la honestidad e imparcialidad con que debe actuar el juez. Cualquiera que sea la causal que impida la imparcialidad del juez, debe servir para que se inhiba. Y la inhibición debiera producirse en cualquier momento. ¿Cuál es la razón que obligue a un juez impedido a intervenir en un proceso al que por decoro, honestidad y respeto debiera renunciar?. El deber de imparcialidad, es seguramente uno de los más importantes. Significa que el juez ha de actuar con serenidad de criterio, libre de prevención en favor o en contra de la parte, sin prejuicio alguno. La imparcialidad fue la característica esencial de la justicia. Se la representó por eso a la diosa Themis, portadora de una balanza cuyos platos se mantenían al mismo nivel que era representativa del igual valor que tenían las partes, de la isonomía procesal. Posteriormente se le vendaron los ojos y se la hizo también ciega. Pero la justicia no debe ser ciega. Al contrario, debe estar permanentemente iluminada por las luces de la ciencia y por el conocimiento directo de los hechos. El deber de diligencia, significa el celo y cuidado en la realización de una cosa, pero como dice Rivas Godio 8 es una combinación del celo con la prontitud. Entre nosotros la diligencia ha sido estimada sinónima de prontitud. El artículo 50° del código procesal civil dice que es deber del juez «dirigir el proceso, velar por su rápida solución, adoptar las medidas convenientes para impedir su paralización y procurar la economía procesal». Esto es que no sólo será diligencia la prontitud en la decisión, porque «justicia que tarda no es justicia», sino también evitar la paralización del proceso y procurar la economía procesal, estimada como la tramitación pronta del proceso sin dilaciones perjudiciales. Dentro del deber de diligencia, está también la puntualidad. El artículo 141° del código procesal civil, dice que las actuaciones judiciales se realizan puntualmente en el día y hora señalados, sin admitirse dilación. No existe en el nuevo código procesal norma alguna que reproduzca la vergonzosa norma que permitía primero una demora de treinta minutos en las diligencias y después con el advenimiento RIVAS GODIO, Luis E. ... "Significación axiológica — jurídica de los deberes judiciales". Ponencia a las Primeras Jornadas Nacionales de Ética de la Abogacía. Rosario, 1967. 157 del Decreto Ley 21773, reducirlo a quince minutos. Era la oficialización de la mal llamada «hora peruana», con que se rinde homenaje a la impuntualidad. El artículo 22 del código de ética profesional, reclama de los abogados puntualidad. Ese mismo reclamo hay que hacerles a los jueces y sobre todo a las partes. Si el nuevo código ha suprimido la indebida espera de quince minutos, la diligencia deberá realizarse a la hora señalada, sin dilación de ninguna índole. Deberá estimarse además que de acuerdo con el artículo 145° del mismo código procesal civil, el juez que no cumple con realizar la actuación judicial, en la fecha y dentro del plazo señalado, incurre en falta grave, que de acuerdo con el artículo 211° de la ley orgánica del poder judicial, merece apercibimiento. Está pues tutelada la celeridad. Pero no por este hecho, sino por propia responsabilidad del juez, la celeridad debiera ser una característica de la administración de justicia. En el Perú como en casi todos los países donde la instancia es rogada, los juicios demoran años, sino decenios. Este es uno de los padecimientos principales del procedimiento que lo hace repugnante. Constituye amenaza real, del daño, el atemorizar con la interposición de una demanda. Deja de ser el ejercicio regular de un derecho ahí donde el proceso dura indefinidamente y con su tramitación le causa perjuicio a la otra parte, no sólo por el tiempo que se pierde en la tramitación de la causa, sino por los gastos que durante ese tiempo tiene que hacer y la zozobra en que permanentemente ha de vivir, mientras exista el proceso. Ya en el Fausto, Goethe, hizo responder a Mefistófeles que estaba lejos de su intención aconsejar una profesión donde «leyes y derechos se suceden como eterna enfermedad», que convierte «la razón en locura y el beneficio en tormento». La celeridad significa dar cumplimiento al plazo procesal establecido en la ley. Sólo así podrá ser rápido el proceso. Consiguientemente impone la obligación de no aceptar los recursos que no desempeñan papel en el proceso y que se interponen solamente para demorar. El deber de diligencia es la respuesta judicial a la deformación del procedimiento. Ojalá que con las normas que prohíben la alzada en ambos efectos y que imponen honestidad en el proceso, la celeridad sea realidad. 158 Mucho se ha escrito sobre la necesidad de la oralidad del proceso. Es que la oralidad significará la participación del juez en el proceso, pero no una participación pasiva como es en el proceso escrito, sino una participación viva e inmediata. El proceso oral servirá para liquidar los vicios del proceso escrito, para impedir que se utilice el escrito como vehículo de dilación, de chantaje, o de agravio. Pero servirá fundamentalmente para hacer rápida la justicia, para que la decisión del juez brote inmediatamente y se exprese en una sentencia que debe ser inmediata al proceso. Mucha de la diligencia, se pierde en la espera de la sentencia; mientras las causas esperan su turno para sentenciar. Otro deber moral del juez es el decoro. Pero el decoro no ha de estimarse solamente como las buenas costumbres, la pulcritud y la decencia del juez. Deberá estimarse además como el pundonor con que el magistrado debe cumplir sus obligaciones y deberes, la honestidad con que sabe reconocer sus errores y afirmar sus aciertos. Entonces el decoro hay que estimarlo en su doble aspecto, como la estimación que debe tenerse del juez por la investidura que representa, y que no le permite exhibirse disminuido ante el público, y la honestidad con que el juez ha de cumplir sus funciones. Una será expresiva del respeto al juez y a la investidura y otra será el respeto del juez en el ejercicio de sus funciones. Conspiran contra la diligencia, la multiplicación del conflicto insulso, la estrechez de los locales, las técnicas primitivas de organización del proceso, y fundamentalmente el proceso escrito. Es posible que el 80% de las causas que congestionan los juzgados sean inútiles. Que tengan que ser rechazadas; que hayan sido promovidas solamente para obtener honorarios, o para demorar la sentencia. Si se acudiese con frecuencia a la conciliación, muchas de estas causas no existirían y el servicio de la administración de justicia sería más fluido. El juez tendría mayor tiempo para meditar su sentencia. Todavía los jueces trabajan en locales inconvenientes, que no son aparentes para administrar justicia. Los juzgados funcionan en locales improvisados, en los que no existen un lugar para las diligencias judiciales, que están en manos de la Secretaría de Juzgado, si es que 159 no en las de un empleado del secretario. No existe la inmediatividad del juez con el proceso, que debía realizarse en un local amplio en el que el juez participe en la realización de la diligencia y conozca por lo menos a las partes. Se unen las hojas del expediente, cosiéndolas a mano y se desconoce totalmente la cibernética para acumular los datos del proceso. Se desconoce la importancia de las pruebas recogidas en cinta magnetofónica, así como se desconoce el archivo en microfilm. Es decir, que se actúa con técnicas rebasadas hace rato por la tecnología contemporánea, ocasionando por tanto la demora en la resolución. Tampoco las leyes han innovado admitiendo las pruebas técnicas e inclusive el nuevo código procesal civil, sigue apegado a las tradicionales pruebas de la confesión y testimonial, tan desprestigiadas, como inútiles. Pero donde la diligencia del proceso, se pierde totalmente, es cuando el proceso es escrito, con todos los defectos que su tramitación conlleva. En el proceso civil, hay dos clases de verdades, que muchas veces no coinciden: la verdad real, la que se ha presentado en el hecho y la verdad procesal, aquella que se demuestra en la causa y de acuerdo con la que expedirá la sentencia el juez. El ideal es que ambas verdades coincidan y que el proceso esté destinado a establecer realmente la verdad real. ¿Pero que hará el juez, que no tiene facultades discrecionales, en el proceso escrito, cuando se le presenta una verdad que no corresponde a la verdad real?. El juez debe ser un buscador de la verdad, pero no tiene facultades para hacerlo en el proceso escrito civil. El juez entonces será víctima del procedimiento escrito. 135. Obligaciones legales.- celeridad, sometimiento a las leyes, reserva, puntualidad, exclusividad Mucho de lo que hemos considerado deberes morales, han sido ya sancionados como obligaciones jurídicas. Por eso las llamamos obligaciones legales. Se hallan recogidas en tres ordenamientos jurídicos: La léy orgánica del poder judicial, el código procesal civil y la Constitución del Estado. El artículo 184° de la ley orgánica del poder judicial establece las obligaciones de celeridad, (Inc. 7), exclusividad, (Inc. 8). Las demás 160 funciones consideradas como "deberes" en los 16 incisos de este artículo, no son sino facultades del juez para ordenar el proceso. Por cierto que estarían mejor ubicadas en el artículo 185°, relativo a las facultades del magistrado. El artículo 50° del nuevo código procesal civil, trata de los "deberes" del juez y considera fundamentalmente el sometimiento del juez a la ley, pudiendo hacer uso de los principios generales del derecho, la doctrina y la jurisprudencia, en caso de oscuridad o cuando la norma sea incompleta. Ampliando la norma del artículo 139° de la Constitución y del numeral VIII del Título Preliminar del código civil que establecen que los jueces no pueden dejar de administrar justicia por defecto o deficiencia de ley y en tales casos aplicarán los principios generales del derecho y "preferentemente los que inspiran el derecho peruano", el código procesal civil, ha considerado también como fuente supletoria de la ley, la doctrina y la jurisprudencia, reconociendo así fuentes importantes del derecho, que no habrían podido ser aplicadas si sólo se hubiese reproducido la norma constitucional. La Constitución del Estado, en su artículo 139°, norma sobre lo que considera los principios y derechos de la función jurisdiccional incluyendo la unidad y exclusividad de la función jurisdiccional, que no puede ser fraccionada; a la independencia de la administración de justicia, que no puede ser sustituída por ninguna otra jurisdicción; la publicidad de los procesos penales, la motivación de las resoluciones en todas las instancias y la instancia plural. La independencia ha sido concebida como el solo sometimiento a la Constitución y a la ley, en cuanto al magistrado, y el que no pueda avocarse del conocimiento de las causas que conoce el poder jurisdiccional, ninguna otra jurisdicción. 136. Apoliticisrno y prohibición de declararse en huelga Pero la norma más importante es la del artículo 153° de la Constitución que prohíbe a los magistrados participar en política, sindicalizarse y declararse en huelga. Consideramos que la Constitución no ha sabido establecer claramente qué es lo que prohíbe a los jueces, en cuanto a la actividad 161 política. Pero de esta norma brota indudablemente como obligación legal del juez el apoliticismo. ¿Qué significará "participar en política"?. ¿Tener ideas políticas, alguna inclinación por alguna idea tenga o no expresión en partido político alguno?. ¿O será mas bien tener actividad política partidaria y poner la magistratura al servicio de ella?. Pensamos que el sentido en que la Constitución ha querido expresar al Apoliticismo del Magistrado, es en el segundo, cuando el juez tiene actividad política partidaria dentro o fuera del juzgado, porque no creemos que se haya pretendido un apoliticismo absoluto, que no existe. No se puede hablar de apoliticismo, cuando el propio Poder Judicial, es una actividad del Estado y por tanto es política. Si estimamos que la política es el arte de gobernar y que hay tantas políticas como manifestaciones de la vida estatal existen, convendremos en que el juez que tiene en las manos una actividad social, destinada a ordenar las relaciones sociales, no puede dejar de ser político. Si la política es el arte adecuado a las funciones del Estado, y una de ellas es la de administrar justicia, el juez hace política, en el más puro sentido del vocablo. El juez ejerce una fuerza, un poder que proviene del pueblo, luego no puede ser apolítico. Algo más, el juez está dentro del Estado, es un funcionario público, es parte de la función política del Estado. El juez participa en las elecciones, elige parlamentarios y un presidente del poder ejecutivo. ¿Lo hará sin hacer política?. ¿No tendrá acaso por lo menos cierta simpatía por algún candidato?. La propia administración de justicia es una actividad política, desde que está destinada a ordenar la sociedad. La propia ley nace y tiene fuente política. ¿Es que acaso al promulgarse ha perdido su origen?. Es imposible establecer un lindero absoluto entre la ley que tiene origen en un poder político del Estado y la ley promulgada que se deposita en manos del juez. Ella llevará consigo sus caracteres sociales y políticos, que inclusive el juez tendrá que analizar y estudiar para administrar justicia basado en los propios hechos. No podemos hablar de un apoliticismo del juez cuando la propia ley orgánica del poder judicial, establece que habrá una Sala de Derecho 162 Constitucional y Social encargada de resolver los recursos de hábeas corpus y de amparo, y los propios recursos de acción popular, que conforme al artículo 200° de la Constitución proceden contra las infracciones a la Constitución y las resoluciones y decretos emitidos por el poder ejecutivo atentatorios de las garantías constitucionales. ¿Cómo hablar de apoliticismo del poder judicial y del magistrado si de acuerdo con el artículo 107° de la Constitución y artículo 8° de la ley orgánica del poder judicial, la Sala Plena de la Corte Suprema, tiene derecho de iniciativa legislativa?. ¿Y por intermedio de uno de los miembros de la Corte Suprema, participa en el debate parlamentario de los proyectos de ley que presenta y de la ley del presupuesto general a la República, en cuanto ella se refiere al poder judicial?. Indudablemente cuando la Constitución prohíbe al magistrado "participar en política", se refiere a que el magistrado no tenga actividad política, dentro o fuera del juzgado. Esto no quiere decir que el magistrado como cualquier ciudadano, no tenga simpatías por determinadas ideas políticas, pero tendrá sumo cuidado en que esas simpatías no nublen la independencia en su desempeño, que es garantía de imparcialidad. El juez, como ningún funcionario público, tendrá necesidad de buscar y realizar la democracia, que es concepto político. Deberá buscar la realización libre del hombre, es decir deberá buscar la libertad humana como garantía de justicia. Deberá buscar la libertad, que como ningún valor, está sometido a las condiciones políticas y económicas de la sociedad. Tendrá que apoyar en la libertad, su decisión, pues sin ella no habrá justicia. Finalmente la Constitución del Estado prohíbe al juez sindicarse y declararse en huelga. La prohibición constituye trasgresión de las garantías y libertades establecidas internacionalmente, que el país ha aceptado y suscrito. El artículo 20° de la Declaración Universal de Derechos Humanos, establece el derecho que tiene toda persona de asociarse con otras para fines pacíficos. Más explícita es la Convención Europea para salvaguarda de los Derechos del hombre y de las libertades fundamentales, que dice; que, "toda persona tiene derecho a la libertad de asociación comprendiendo el derecho de fundar con otros sindicatos y adherirse a ellos para la defensa de sus intereses". (Art. 11°). Ese 163 derecho está asegurado no sólo porque ninguna de las disposiciones de dicha Convención, deberá interpretarse en el sentido que algún Estado, grupo o individuo puede prohibir el ejercicio de dicho derecho (Art. 17°), sino porque las restricciones que se impusiesen a tales derechos, sólo han de ser aquellas que específicamente se haya señalado (Art. 18°). El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, aprobado por el Perú, por Resolución Legislativa N° 22128, reproduce la redacción y doctrina del texto anterior y señala que ese derecho de asociarse, inclusive de fundar sindicatos, sufrirá restricciones, en interés de la seguridad nacional, de la seguridad pública o del orden público, o para proteger la salud o moral públicas o del orden público, o para proteger la salud o moral pública o los derechos o libertades de los demás. Finalmente, de conformidad con la Resolución Legislativa N° 13281, que ratificó el Convenio N° 87 de la Organización Internacional del Trabajo, el Perú se comprometió a poner en práctica sus disposiciones (Art. 1°), que garantizan a los trabajadores la libre sindicación y "adoptar las medidas necesarias y apropiadas para garantizar a los trabajadores y a los empleados el libre ejercicio de sindicación" (Art. 11°). El Decreto Supremo N° 009, del 3 de Mayo de 1961, limitó los efectos del Convenio N° 87 de la O.I.T., solamente a los servidores de la actividad privada, siendo así que toda la preocupación de la Organización Internacional del Trabajo se refirió a los miembros de la Fuerza Armada y de la Policía, a los que tampoco prohibió el derecho a la sindicación. El artículo 6° del Convenio 98 de la Organización Internacional del Trabajo, ratificado por el Perú por Resolución Legislativa N° 14712, circunscribe asimismo los efectos del Convenio 87 de la O.I.T., a los servidores del sector privado. Sin embargo el derecho de sindicación debe corresponder a los magistrados. Se ha dado al vocablo "sindicación" sentido populista y se cree que el sindicato sólo lo organizan los obreros. Este criterio es falso. Todos los laboralistas están de acuerdo en que la asociación profesional (sindicato) no sólo comprende a los trabajadores, sino también a los empleadores. Consiguientemente, así como hay un sindicato de obreros de panificación, puede haber también un sindicato de panificadores que reúna a los productores de pan. Pero no es este el 164 aspecto que pretendemos reivindicar a favor de los magistrados, sino el derecho de asociarse profesionalmente, constituir sindicatos. El sindicato ha sido definido por la doctrina y la legislación. Cabanellas g estima que el sindicato es la "asociación formada por individuos que se agrupan con una finalidad gremial y que persiguen el mejoramiento social y económico, concertándose con el propósito de defender intereses laborales". Mario de la Cueva'° recoge de Hans Carl Nipperdey el eminente profesor de Colonia, la siguiente definición de sindicato: "La asociación profesional es una corporación libre, integrada por personas de la misma profesión y condición y constituída para la representación y defensa de los intereses colectivos de los trabajadores o de los empresarios". Ganad Foch, escribe para la doctrina española del derecho del trabajo la siguiente definición: "El sindicato o asociación profesional es para el derecho positivo español, la asociación constituída por patronos o por obreros para la defensa de los intereses de las clases respectivas en determinadas profesiones, industrias o ramas de éstas". De donde se deduce que el sindicato es la asociación profesional que reúne a empleadores o a servidores de una misma actividad laboral, para la defensa de sus intereses. ¿Los magistrados que son funcionarios públicos, tienen intereses que defender?. Indudablemente, ellos tienen importantes intereses como empleados del Estado, que dicho sea de paso, los trata muy mal. No les concede un salario decoroso, ni el ambiente propicio para que cumplan sus delicadas labores. El Estado del país subdesarrollado, sin embargo que nace de la voluntad popular, que es hechura de la Nación, es enemigo del pueblo. Vivimos frente a un Estado opresor, si acaso no delincuente que con frecuencia ha de concurrir a los estrados de justicia. Consiguientemente la magistratura tiene pues intereses que defender colectivamente frente a dicho Estado. La reclamación individual poco o nada hará en cuanto a las reivindicaciones fundamentales del poder judicial. Es necesaria la asociación, para hacer prevalecer los derechos. CABANELLAS, Guillermo... "Derecho Sindical y Corporativo", Edit. Atalaya, Buenos Aires, 1946, p. 258. 10 DE LA CUEVA, Mario... "Derecho Mexicano del Trabajo", t. II, Edit. Porrua S.A., México, 1949, p. 409. 165 En las Primeras Jornadas Nacionales de Ética de la Abogacía, realizadas en Rosario, en el año 1967; el Colegio de Magistrados del Poder Judicial de la Provincia de Santa Fe, presentó importante ponencia sobre "técnicas mínimas requeridas para asegurar la absoluta independencia y jerarquía de la magistratura judicial", en la que entre otros aspectos, propiciaba la organización de un Instituto de investigación científica para la judicatura. Se dirá que la denominación de sindicato, no corresponde a la magistratura. Se trataría de un simple prejuicio. Pero podría respetársele por estar enraizado en el pensamiento de la sociedad. Entonces, si los fines han de ser los mismos, poco importará la denominación que se de a la agrupación de magistrados que se reúnan para defender sus intereses. Lo que importa es que se reconozca el derecho que tienen a asociarse y pretender mejores condiciones de trabajo, mejores salarios, mayor desarrollo material e intelectual. 166 FROMM, Erich "La naturaleza humana y el carácter". En: Ética y Psicoanálisis, E de C.E., México, 1965. LA NATURALEZA HUMANA Y EL CARÁCTER El que yo sea un hombre eso lo comparto con otro hombre. El que vea y oiga, y El que coma y beba es lo que por igual hacen todos los animales. Pero el que yo sea yo, es mío exclusivamente y me pertenece y a nadie más, a ningún otro hombre ni a un ángel ni a Dios excepto, en cuanto Yo soy uno con Él. Maestro Eckhart Fragmentos 1. LA SITUACIÓN HUMANA Un individuo representa a la raza humana. Es un ejemplo específico de la especie humana. Él es "él" y es "todos"; es un individuo con sus peculiaridades y, en ese sentido, único y, al mismo tiempo, representante de todas las características de la raza humana. Su personalidad individual se determina por las peculiaridades de la existencia humana comunes a todos los hombres. De aquí que el análisis de la situación humana debe preceder al de la personalidad. 167 La debilidad biológica del hombre El primer elemento que diferencia a la existencia humana de la animal es de carácter negativo: la ausencia relativa en el hombre de una regulación instintiva en el proceso de adaptación al mundo exterior. El modo de adaptación del animal a su mundo, permanece siempre inalterable; si su equipo instintivo no es, en un momento dado, apto para ajustarse con éxito a los cambios del ambiente, la especie se extingue. El animal puede adaptarse a condiciones cambiantes, cambiando él mismo -autoplásticamente, pero no cambiando las condiciones ambientales- aloplásticamente. De este modo vive armónicamente, no en el sentido de la ausencia de lucha, sino en el sentido de que su equipo heredado lo hace ser parte fija e invariable de su mundo: su alternativa es adaptarse o morir. Cuanto menos complejo y estable es el equipo instintivo del animal, tanto más desarrollado está el cerebro y, por consiguiente, la capacidad de aprender. Puede considerarse que la aparición del hombre ocurre en aquella fase del proceso de la evolución en que la adaptación instintiva ha alcanzado su mínimo. Pero el hombre surge dotado de nuevas cualidades que lo diferencian del animal: la advertencia de sí mismo como una entidad separada, su capacidad para recordar el pasado, vislumbrar el futuro, y denotar objetos y acciones por medio de símbolos, su razón para concebir y comprender al mundo y su imaginación a través de la cual llega más allá del alcance de sus sentidos. El hombre es el más desamparado de todos los animales, pero esta misma debilidad biológica constituye la base de su fuerza, la causa primera del desarrollo de sus cualidades específicamente humanas. Las dicotomías existenciales e históricas en el hombre Conciencia de sí mismo, razón e imaginación han roto la "armonía" que caracteriza a la existencia del animal. Su emergencia ha hecho del hombre una anomalía, la extravagancia del universo. Es parte de la naturaleza, sujeto a sus leyes físicas e incapaz de modificarlas y, sin embargo, transciende al resto de la naturaleza. Está separado, siendo al mismo tiempo una parte; es errante y al mismo tiempo está 168 encadenado al hogar que comparte con todas las criaturas. Lanzando a este mundo en un lugar y tiempo accidentales, está obligado a salir de él, también accidentalmente. Teniendo conciencia de si mismo, se da cuenta de su impotencia y de las limitaciones de su existencia. Vislumbra su propio fin: la muerte. Nunca está libre de la dicotomía de su existencia: no puede liberarse de su mente, aunque quisiera; no puede liberarse de su cuerpo mientras viva, y su cuerpo le hace querer estar vivo. La razón, la bendición del hombre, es a la vez su maldición. Ella lo obliga a luchar sempiternamente en la tarea de resolver una dicotomía insoluble. La existencia humana, en ese respecto, es diferente a la de todos los otros organismos; se encuentra en un estado de constante e inevitable desequilibrio. La vida del hombre no puede "ser vivida" repitiendo los patrones de su especie; él debe vivir. El hombre es el único animal que puede estar fastidiado, que puede estar disgustado, que puede sentirse expulsado del paraíso. El hombre es el único animal para quien su propia existencia constituye un problema que debe resolver y del cual no puede evadirse. No puede retornar al estado prehumano de armonía con la naturaleza; debe proceder a desarrollar su razón hasta llegar a ser el amo de la naturaleza y de sí mismo. La emergencia de la razón ha creado una dicotomía en el hombre, la cual le obliga a esforzarse permanentemente en la búsqueda de nuevas soluciones. El dinamismo de su historia es intrínseco a la existencia de la razón, la cual lo fuerza a desarrollar y a crear mediante ella un mundo propio en el que pueda sentirse como en su propia casa, consigo mismo y con sus semejantes. Cada estadio que alcanza lo deja inconforme y perplejo y esta misma perplejidad le apremia a encontrar soluciones nuevas. No existe ningún "impulso de progreso" innato en el hombre, es la contradicción inherente a su existencia, la que le hace seguir adelante. Habiendo perdido el paraíso -la unidad con la naturaleza- se ha convertido en el eterno peregrino (Odiseo, Edipo, Abraham, Fausto); está impulsado a proseguir, y con esfuerzo constante hacer lo desconocido, conocido, llenando con respuestas las lagunas de su conocimiento. Debe dar cuenta a sí mismo, de sí mismo y del significado de su existencia. Es impulsado a superar esta división interna, atormentado por una sed de lo "absoluto", de una nueva armonía que logre levantar la maldición que lo separó de la naturaleza, de sus semejantes y de sí mismo. 169 Esta división en la naturaleza del hombre conduce a las que yo llamo dicotomías existenciales porque se hallan arraigadas en la existencia misma del hombre; constituyen contradicciones que el hombre no puede anular, sino simplemente reaccionar ante ellas de varias maneras según su carácter y su cultura. La más fundamental dicotomía existencial es la de la vida y la muerte. El hecho de que tenemos que morir es inalterable para el hombre. El hombre tiene conciencia de este hecho, lo cual influye profundamente en su vida. La muerte, sin embargo, es lo diametralmente opuesto a la vida e incompatible con la experiencia de existir. Todo conocimiento acerca de la muerte no altera el hecho de que la muerte no es una parte significativa de la vida y que no nos resta más que aceptar el hecho de la muerte; que en lo que concierne a nuestra vida, es la derrota. 'Todo aquello que el hombre posee lo dará por su vida" "el hombre sabio, como dice Spinoza, no piensa en la muerte, sino en la vida". El hombre ha tratado de negar esta dicotomía por medio de las ideologías, v. gr., el concepto de la inmortalidad en el cristianismo, el cual, al sostener un alma inmortal, niega el hecho trágico de que la vida del hombre concluye con la muerte. El que el hombre es mortal da lugar a otra dicotomía: como cada ser humano es portador de todas las potencias humanas, el breve lapso de su vida no permite la plena realización de ellas, ni siquiera en las circunstancias más favorables. Sólo si el lapso existencial del individuo fuere idéntico al de la humanidad, le sería posible participar en el desarrollo humano que ocurre en el proceso histórico. La vida del hombre, comenzando y concluyendo en un punto accidental del proceso evolutivo de la raza, entra en conflicto trágico con la exigencia del individuo de lograr la plena realización de sus potencias. De esta contradicción entre lo que podría realizar y lo que realmente realiza, tiene por lo menos una vaga percepción. También en esto las ideologías tienden a reconciliar o a negar la contradicción, sosteniendo que el cumplimiento pleno de la vida tiene lugar después de la muerte o que el período histórico en que uno vive es el logro máximo y triunfal de la humanidad. Aun otros sostienen que el fin de la vida no debe buscarse en el desarrollo máximo de ésta, sino en el servicio y en los deberes sociales; que el desarrollo, la libertad y la felicidad del individuo están subordinados al bienestar 170 del Estado, de la comunidad o de cualquier otra cosa que pueda simbolizar poder eterno, que transcienda al individuo. El hombre está solo y, al mismo tiempo, en relación. Está solo en tanto cuanto es una entidad única, no idéntica a nadie más y consciente de sí mismo como un ente separado. Tiene que estar solo cuando juzga o toma decisiones solamente por el poder de su razón. Y, sin embargo, no puede soportar estar solo, estar desvinculado de sus semejantes. Su felicidad depende de la solidaridad que siente con sus semejantes, con las generaciones pasadas y futuras. Radicalmente distintas de las dicotomías existenciales son las numerosas, contradicciones históricas en la vida individual y social, las cuales no constituyen una parte necesaria de la existencia humana, sino es producto del hombre y susceptibles de ser resueltas ya sea al tiempo en que ocurren o bien en un período posterior de la historia humana. La contradicción contemporánea entre la abundancia de medios técnicos para la satisfacción material y la incapacidad para utilizarlos exclusivamente para la paz y el bienestar de los pueblos, es resoluble, no es una contradicción necesaria, sino debida a la falta de valor y sabiduría del hombre. La institución de la esclavitud en la antigua Grecia puede citarse como ejemplo de una contradicción relativamente insoluble, cuya solución sólo pudo lograrse en un período posterior de la historia, cuando las bases materiales para la igualdad del hombre fueron establecidas. La distinción entre dicotomías existenciales e históricas es importante porque su confusión tiene implicaciones de trascendencia. Aquellos que han estado interesados en perpetuar las contradicciones históricas han sostenido que se trata de dicotomías existenciales y, por consiguiente inalterables. Tratan de convencer al hombre de que "lo que no debe ser no puede ser" y que el hombre debe resignarse a aceptar su destino trágico. Pero esta tentativa de confundir estos dos tipos de contradicciones no fue suficiente para que el hombre desistiera de su intento por resolverlas. Es una de las cualidades peculiares de la mente humana el que al enfrentarse con una contradicción no puede permanecer pasiva, movilizándose a fin de resolver la contradicción. Todo progreso humano es debido a este hecho. Si se ha de impedir al hombre que reaccione a su conciencia de contradicción con la acción, 171 debería negarse la existencia misma de estas contradicciones. Armonizar y, por consiguiente, negar las contradicciones es la función de las racionalizaciones en la vida individual y de las ideologías (racionalizaciones socialmente modeladas) en la vida social. Sin embargo, si la mente del hombre pudiera satisfacerse solamente con respuestas racionales, por la verdad, quedarían sin efecto estas ideologías. Pero es también una de sus peculiaridades aceptar como verdad los pensamientos que comparten la mayoría de los miembros de su cultura o que son postulados por autoridades poderosas. Si las ideologías armonizantes están respaldadas por el consenso general o por la autoridad, la mente del hombre es apaciguada aunque él mismo no quede completamente convencido. El hombre puede reaccionar a las contradicciones históricas anulándolas por medio de su acción, pero no puede anular las dicotomías existenciales, aunque si puede reaccionar a ellas de diferentes maneras. Puede apaciguar su mente por medio de ideologías armonizantes y suavizadoras. Puede tratar de escapar de su inquietud interior por medio de una actividad incesante en los placeres o en los negocios. Puede tratar de abolir su libertad y transformarse en instrumento de poderes externos, sumergiendo su propio ser en ellos. Pero permanece insatisfecho, ansioso e inquieto. Existe solamente una solución a su problema: enfrentarse con la verdad, admitir su soledad fundamental en medio de un universo indiferente a su destino, reconocer que no existe ningún poder que lo transcienda que sea capaz de resolver su problema. El hombre debe aceptar la responsabilidad para consigo mismo y también el hecho de que solamente usando sus propios poderes puede dar significado a su vida. Pero tener significado no implica certeza; en verdad, la exigencia de certeza obstaculiza la búsqueda del significado de la vida. La incertidumbre es la condición misma que impulsa al hombre a desplegar sus poderes. Si se enfrenta con la verdad, sin pánico reconocerá que no existe otro significado de la vida, excepto el que el hombre dé a su vida, por el desplegamiento de sus fuerzas, viviendo productivamente; y sólo una constante vigilancia, actividad y esfuerzo pueden evitar que fracasemos en la única tarea importante: el pleno desarrollo de nuestros poderes dentro de las limitaciones impuestas por las leyes de nuestra existencia. El hombre no cesará jamás de 172 asombrarse, de quedar perplejo y plantearse nuevos problemas. Solamente reconociendo la situación humana, las dicotomías inherentes a su existencia y su capacidad por desplegar sus poderes, será capaz de tener éxito en su tarea: ser él mismo y para sí mismo y alcanzar la felicidad por medio de la realización plena de aquellas facultades que son peculiarmente suyas, la razón, el amor y el trabajo productivo. Después de haber considerado las dicotomías existenciales inherentes a la existencia humana, podemos retomar a la aseveración que emitimos al comenzar este capítulo: que el análisis de la situación humana debe preceder al de la personalidad. El significado más preciso de esta aseveración puede hacerse evidente, estableciendo que la Psicología debe basarse en un concepto antropológico-filosófico de la existencia humana. El rasgo más notable de la conducta humana es la tremenda intensidad de las pasiones y de los esfuerzos que despliega el hombre. Freud -más que ningún otro- reconoció este hecho e intentó su explicación en los términos del pensamiento mecanicista y naturalista de su tiempo. Sostuvo que aquellas pasiones que no son expresiones evidentes del instinto de autoconservación y del instinto sexual ( o como posteriormente lo formuló, de Eros y el instinto de la muerte) son, no obstante, únicamente manifestaciones más indirectas y complicadas de estas tendencia biológico-instintivas. Pero por brillantes que sean sus aseveraciones, no son convincentes en su negación del hecho de que gran parte de los impulsos pasionales del hombre no pueden ser explicados por la fuerza de sus instintos. Aún cuando la sed y el apetito sexual del hombre esté completamente satisfechos, "él" no está satisfecho. Sus problemas más importantes, en contraste con el animal, no quedan resueltos con eso, sino que entonces apenas comienzan. El hombre lucha por el poder, el amor o la destrucción; arriesga su vida por la religión o por ideales políticos o humanitarios, y estos esfuerzos son los que constituyen y caracterizan la peculiaridad de la vida humana. En verdad, "no sólo de pan vive el hombre". En contraste con la explicación mecánica-naturalista de Freud, este concepto ha sido interpretado en el sentido de que el hombre posee una intrínseca necesidad religiosa, la cual no puede ser explicada por su existencia natural, pero que debe explicarse por medio de algo que lo 173 transciende y que deriva de poderes sobrenaturales. Sin embargo, la última conjetura es innecesaria, puesto que este fenómeno puede explicarse comprendiendo en todo caso su alcance a la situación humana. La desarmonía de la existencia del hombre engendra necesidades que en mucho transcienden las necesidades derivadas de su origen animal. Estas necesidades originan una tendencia imperativa de restaurar un estado de equilibrio y de unidad entre el hombre y el resto de la naturaleza. Hace el intento de restaurar esa unidad y ese equilibrio, en primer lugar, con el pensamiento, construyendo un cuadro totalmente inclusivo del mundo que le sirva como marco de referencia del cual pueda derivar una respuesta al problema de "dónde se encuentra ubicado" y "qué es lo que debe hacer". Pero tales sistemas de pensamiento no son suficientes. Si el hombre fuere tan sólo un ente intelectual despojado de carne y hueso, alcanzaría su meta por medio de un sistema intelectual comprensivo. Pero como es un ente dotado tanto de cuerpo como de mente, tiene que reaccionar a la dicotomía de su existencia no solamente pensando, sino también en el proceso de la vida, en sus sentimientos y acciones. Tiene que luchar por la experiencia de unidad en todas las esferas de su existencia a fin de lograr un nuevo equilibrio. De aquí que todo sistema de orientación satisfactorio no se integre únicamente con elementos intelectuales, sino también con elementos sentimentales y sensoriales susceptibles de ser realizados en la acción en todos los terrenos de la actividad humana. La devoción a una meta o una idea o a un poder que transcienda al hombre, tal como Dios, es una expresión de esta necesidad de plenitud en el proceso de vivir. Las respuestas dadas a la necesidad del hombre de una orientación y devoción, difieren ampliamente tanto en su forma como en su contenido. Hay sistemas primitivos tales como el animismo y el totemismo, en los cuales los objetos naturales o los ancestros representan respuestas a la necesidad de dar significado a su vida. Hay sistemas ateos, como el Budismo, que usualmente son llamados religiones, aunque en su forma original no postulan el concepto de Dios. También hay sistemas filosóficos, como el Estoicismo, y sistemas de religiones monoteístas que dan una respuesta a la búsqueda del hombre de un significado en referencia al concepto de Dios. Al discutir estos distintos sistemas, tropezamos con una dificultad en cuanto a la 174 terminología. Podríamos denominar religioso a todos estos sistemas si no fuera por el hecho de que por razones históricas la palabra "religioso" se identifica con un sistema teísta -un sistema que tiene por centro a Dios-, y sencillamente no disponemos de un término en nuestro lenguaje para denominar aquello que es común tanto, a los sistemas ateos como a los sistemas teístas, es decir, a todos los sistemas de pensamiento que tratan de dar una respuesta a la necesidad humana de encontrar significado y a su intento de dar un sentido a su propia existencia. Por carecer de un término mejor, denomino a tales sistemas "marcos de orientación y devoción". El punto que, sin embargo, quiero enfatizar es que hay muchos otros esfuerzos del hombre de encontrar significado a su existencia, a los que se considera enteramente seculares no obstante tener su origen en la misma necesidad de la cual surgen los sistemas filosóficos y religiosos. Reflexionemos sobre lo que observamos en nuestro tiempo: en nuestra propia cultura vemos cómo millones de individuos se consagran a obtener prestigio y éxito. Hemos presenciado y seguimos presenciando aún cómo en otras culturas partidarios fervorosos manifiestan una devoción fanática hacia sistemas dictatoriales cuyos fines son la conquista y el dominio. Nos asombra la intensidad de esas pasiones que muchas veces es mayor aún que el instinto de autoconservación. Somos fácilmente engañados por el contenido secular de esos fines y los explicamos como consecuencias de nuestros instintos sexuales u otros instintos de carácter quasi biológico. Pero ¿no es acaso evidente que la intensidad y el fanatismo con que se persiguen estos fines seculares son los mismos que encontramos en las religiones; que todos estos sistemas seculares de orientación y devoción difieren en su contenido pero no en la necesidad básica a la cual tratan de dar respuesta?. En nuestra cultura el cuadro es tan particularmente engañoso porque la mayoría de la gente "cree" en el monoteísmo, mientras que su verdadera devoción pertenece a sistemas que en verdad están más cerca del totemismo y el culto a los ídolos que de cualquier forma de Cristianismo. Pero debemos ir un paso adelante. La comprensión de la naturaleza "religiosa" de estos empeños seculares culturalmente moldeados es la clave de la comprensión de la neurosis y de los 175 esfuerzos irracionales: Debemos considerar a estos últimos como respuestas- respuestas individuales- a la necesidad del hombre de orientación y devoción. Una persona cuya experiencia es determinada por "su sujeción a la familia", que es incapaz de actuar independientemente es, en efecto, un adorador de un primitivo culto ancestral y la única diferencia entre él y millones de adoradores de sus ancestros es que su sistema es privado y no culturalmente acuñado. Freud reconoció la conexión entre las religiones y las neurosis, y explicó la religión como una forma de neurosis, mientras que nosotros llegamos a la conclusión de que una neurosis puede ser explicada como una forma particular de religión que difiere principalmente por su carácter de ser individual. La conclusión a la que llegamos en relación con el problema general de la motivación humana es que mientras la necesidad de un sistema de orientación y devoción es común a todos los hombres, los contenidos particulares de los sistemas que satisfacen esa necesidad difieren ampliamente. Estas diferencias son diferencias de valor; la persona madura, productiva y razonable elegirá un sistema, el cual le permitirá ser madura, productiva y razonable. En cambio, aquella persona que haya sido obstaculizada en su desarrollo retornará a los sistemas primitivos e irracionales, los cuales, a su vez, prolongan y acrecientan su dependencia e irracionalidad. Permanecerá a un nivel que la humanidad por medio de sus representantes más ilustres ha superado hace ya miles de años. Dado que la necesidad de un sistema de orientación y devoción forma parte intrínseca de la existencia humana, podemos comprender la intensidad de esa necesidad. Ciertamente, no existe en el hombre otra fuente de energía más poderosa. El hombre no es libre de elegir entre tener o no tener "ideales", pero lo es para elegir entre diferentes clases de ideales, entre consagrarse al culto del poder y de la destrucción o al de la razón y el amor. Todos los hombres son "idealistas" y luchan por algo que está mas allá de la obtención de satisfacciones físicas. Difieren en cuanto a la clase de ideales en que creen. Tanto las manifestaciones más nobles como las más satánicas de la mente del hombre no son expresiones de su carne, sino de este "idealismo" de su espíritu. Por consiguiente, el punto de vista relativista que sostiene que el tener algún ideal o algún sentimiento religioso es valioso en sí mismo, 176 es peligroso y erróneo. Debemos entender todos los ideales, incluyendo aquellos que aparecen en las ideologías seculares, como expresiones de la misma necesidad humana y debemos juzgarlos de acuerdo con su verdad, es decir, de acuerdo con el grado en que conducen al despliegue de los poderes del hombre y dan una respuesta real a la necesidad del hombre de lograr equilibrio y armonía en el mundo. Repetimos, entonces, que la comprensión de la motivación humana debe partir de la comprensión de la situación humana. 2. LA PERSONALIDAD Los hombres son semejantes porque comparten la situación humana y las dicotomías existenciales que le son inherentes; son únicos en el modo específico con que resuelven su problema humano. La infinita diversidad de las personalidades es en sí misma una característica de la existencia humana. Entiendo por personalidad la totalidad de las cualidades psíquicas heredadas y adquiridas que son características de un individuo y que hacen al individuo único. La diferencia entre las cualidades heredadas y las adquiridas es en general sinónimo de la diferencia entre temperamento, dotes y todas las cualidades psíquicas constitucionales, por una parte, y el carácter, por la otra. Mientras que las diferencias en el temperamento no tienen significado ético, las diferencias en el carácter constituyen el verdadero problema de la ética; son la expresión del grado en que un individuo ha tenido éxito en el arte del vivir. A fin de evitar la confusión que prevalece en el empleo de los términos "temperamento" y "carácter" comenzaremos con un breve análisis del temperamento. A. Temperamento Hipócrates estableció una distinción entre cuatro temperamentos: colérico, sanguíneo, melancólico, y flemático. El temperamento sanguíneo y el colérico son modos de reacción que se caracterizan por una excitabilidad fácil y una rápida alternancia de intereses, siendo los intereses débiles en el primero e intensos en el último. El temperamento flemático y el melancólico, en contraste, se caracterizan por una persistente pero lenta excitabilidad del interés, siendo éste débil en el flemático e intenso en el melancólico. Estos diferentes modos de 177 reaccionar, según Hipócrates, están conectados con diferentes fuentes somáticas. (Es interesante observar que en el uso popular sólo se recuerdan los aspectos negativos de estos temperamentos: hoy en día, colérico significa sujeto fácilmente a la ira; melancólico significa deprimido; sanguíneo ser un super-optimista, y flemático ser demasiado lento). Estas categorías fueron usadas por la mayor parte de los estudiantes del temperamento hasta la época de Wundt. Los conceptos modernos más importantes de tipos de temperamentos son los propuestos por Jung, Kretschmer y Sheldon. No puede dudarse de la importancia que tiene este campo de estudio para ulteriores investigaciones, especialmente en lo referente a la correlación del temperamento con los procesos somáticos, pero será antes necesario distinguir con precisión entre carácter y temperamento debido a que la confusión de ambos conceptos ha obstaculizado tanto el progreso de la Caracterología como el del estudio del temperamento. El temperamento se refiere al modo de reacción y es algo constitucional e inmodificable; el carácter se forma esencialmente por las experiencias de la persona y, en especial, por las de su infancia y es modificable hasta cierto punto por el conocimiento de uno mismo y por nuevas experiencias. Si una persona, por ejemplo, tiene un temperamento colérico, su modo de reaccionar es "rápido" y "fuerte". Pero aquello ante lo cual reacciona rápida y violentamente depende de su carácter. Si es una persona productiva, justiciera y amante reaccionará rápida y violentamente cuando ame, cuando se sienta irritada por una injusticia o impresionada por una nueva idea. Si es de carácter destructivo o sádico reaccionará también en forma rápida y fuerte en su destructividad y su crueldad. La confusión entre temperamento y carácter ha tenido serias consecuencias para la teoría de la Ética. Las preferencias con respecto a los distintos temperamentos son meras cuestiones de gusto subjetivo. Las diferencias en el carácter son de importancia ética fundamental. Un ejemplo tal vez ayudara a aclarar este punto. Goering y Himmler fueron hombres de distinto temperamento: ciclotímico el primero y esquizotímico el segundo. Así, desde el punto de vista de las preferencias subjetiva, un individuo que se siente atraído por el temperamento ciclotímico habrá "gustado" mas de Goering que de Himmler y viceversa. Sin embargo, 178 desde el punto de vista del carácter, ambos hombres tenían una cualidad en común: fueron sádicos ambiciosos. Por lo tanto, desde un punto de vista ético, fueron igualmente malos. También entre los caracteres productivos uno podría preferir subjetivamente a un temperamento colérico que a uno sanguíneo; pero tales juicios no serían juicios acerca del valor respectivo de ambas personas. En la aplicación de los conceptos de temperamento de C.J. Jung, es decir, el del "introvertido" y el del "extrovertido" los encontramos con frecuencia con la misma confusión. Aquellos que prefieren al extrovertido tienden a describir al introvertido como un individuo inhibido y neurótico; aquellos que prefieren al introvertido describen al extrovertido como superficial y carente de perseverancia y profundidad. El error consiste en comparar una persona "buena" de un temperamento con una persona "mala" de otro temperamento, y en atribuir la diferencia en el valor a la diferencia en el temperamento. Pienso que es evidente que esta confusión entre temperamento y carácter ha afectado a la ética. Pues así como ha conducido a la censura de razas enteras cuyos temperamentos predominantes difieren del nuestro, también ha respaldado al relativismo, al asumir que las diferencias de juicio en relación con el carácter son en igual grado diferencia en preferencias, como en el caso de los temperamentos. Con el propósito de analizar la teoría de la ética, debemos retomar al concepto del carácter, que es tanto el objeto del juicio ético como el objeto del desarrollo ético del hombre, también aquí debemos limpiar el campo de las confusiones tradicionales que, en este caso, giran en derredor de las diferencias entre el concepto dinámico y el concepto conductista del carácter. B. El Carácter 1) EL CONCEPTO DINÁMICO DEL CARÁCTER: Los rasgos de carácter fueron y siguen siendo considerados por los psicólogos conductistas como sinónimos de rasgos de conducta. Con este criterio se define al carácter como "el modelo de la conducta característica de un individuo dado", mientras que otros autores como Willian Mc Dougall, R., G. Gordon y Kretschmer insistieron más en el elemento dinámico e impulsivo de los rasgos de carácter. 179 Freud no solamente desarrollo, la primera sino también la más consistente y penetrante teoría del carácter como un sistema de impulsos subyacentes a la conducta, pero no idénticos a ella. A fin de poder apreciar el concepto dinámico del carácter enunciado por Freud, será de utilidad establecer una comparación entre los rasgos de conducta y los rasgos de carácter. Se considera a los rasgos de conducta como acciones observables por una tercera persona. Así, por ejemplo, el rasgo de conducta "ser valiente" puede definirse como la conducta dirigida a lograr una meta determinada sin que el arriesgar la propia comodidad, la libertad o la propia vida sea impedimento para ello; o puede definirse al ahorro como conducta encaminada a economizar dinero u otros objetos materiales. Sin embargo, si investigamos la motivación y particularmente la motivación inconsciente de tales rasgos de conducta, encontramos que el rasgo de la conducta encierra numerosas y completamente diferentes rasgos de carácter. La conducta valiente puede ser motivada por la ambición, de tal manera que la persona arriesgará su vida en ciertas situaciones a fin de satisfacer su necesidad de ser admirada; puede ser motivada por impulsos de suicidio que inducen a una persona a buscar el peligro porque ya sea consciente o inconscientemente, no valora su vida y desea aniquilarse; puede ser motivada por pura falta de imaginación, de tal manera que la persona obra valientemente porque no se da cuenta del peligro que le aguarda; finalmente, puede ser determinada por una genuina devoción por una idea o un fin, por los cuales la persona actúa, una motivación que convencionalmente se considera como la base del valor. La conducta es en todos estos casos superficialmente la misma, a pesar de las distintas motivaciones. Digo "superficialmente" porque si uno esta en posición de observar minuciosamente tal conducta, se encuentra conque la diferencia en la motivación resulta también en sutiles diferencias en la conducta. Un oficial en la batalla, por ejemplo, se conducirá de manera completamente diferente en diferentes situaciones si su valor es motivado por su devoción a una idea más que por la ambición. En el primer caso no atacará en ciertas situaciones si los riesgos son desproporcionados a las posibles ganancias tácticas. Si, en cambio, impulsado por la vanidad, su pasión lo hará ciego al peligro que amenaza tanto a él como a sus soldados. Su rasgo de conducta "valor", en este último caso, es evidentemente una cualidad muy dudosa. Otro ejemplo ilustrativo es el 180 ahorro: una persona puede ser ahorrativa porque las circunstancias económicas así lo requieren; o puede ser tacaña porque tiene un carácter mezquino, que hace del economizar una meta por sí misma independientemente de la necesidad real. También en este caso la motivación origina alguna diferencia con respecto a la conducta misma. En el primer caso, la persona será muy capaz de discernir entre una situación en que es prudente economizar de otra en que es más prudente gastar dinero. En el último caso, economizará sin tener en cuenta la necesidad objetiva. Otro factor que el determinado por la diferencia en la motivación, es el que se refiere al pronóstico de la conducta. En el caso de un soldado "valiente" motivado por la ambición, podemos pronosticar que se comportará con valentía únicamente si su valor puede ser premiado. En el caso del soldado que es valiente por su devoción a su causa, podemos predecir que la posibilidad de que su valor sea recompensado o no, no ejercerá mucha influencia en su conducta. El concepto de la motivación inconsciente de Freud se encuentra muy relacionado con su teoría de la naturaleza impulsiva de los rasgos de carácter. Freud reconoció algo que los grandes novelistas y dramaturgos siempre supieron: que -como lo señaló Balzac- el estudio del carácter trata de "las fuerzas que motivan al hombre"; que el modo de obrar, de sentir y de pensar de una persona es en gran parte determinado por la especificidad de su carácter y no es ni aproximadamente el resultado de respuestas racionales a situaciones reales; que "el destino del hombre es su carácter". Freud reconoció la cualidad dinámica de los rasgos de carácter y sostuvo que la estructura del carácter de una persona representa una forma particular en la cual la energía está encauzada en el proceso de vivir. Freud trató de explicar esta naturaleza dinámica de los rasgos de carácter combinando su Caracterología con su teoría de la libido. En concordancia con el tipo de pensamiento materialista predominante en las Ciencias Naturales durante las postrimerías del siglo XIX, que sostiene que la energía en los fenómenos naturales y psíquicos es una entidad substancial y no relacional, Freud creyó que el impulso sexual es la fuente de energía del carácter. Con una cantidad de complicadas y brillantes conjeturas explicó los diferentes rasgos de carácter como "sublimaciones" de, o "sobrecompensaciones" contra, las varias formas 181 del impulso sexual. Interpretó la naturaleza dinámica de los rasgos de su carácter como una expresión de su fuente libidinosa. El progreso de la teoría psicoanalítica, paralelamente con el progreso de las Ciencias Naturales y Sociales, condujo a un nuevo concepto que no se basó en la idea de un individuo primariamente aislado, sino en la relación del hombre con sus semejantes, con la naturaleza y consigo mismo. Se sostiene que esta relación en sí misma gobierna y regula la energía manifiesta en los impulsos pasionales del hombre H. S. Sullivan, uno de los iniciadores de esta nueva opinión, definió, en consecuencia, al psicoanálisis como un "estudio de las relaciones interpersonales". La teoría expuesta en las páginas siguientes sigue a la Caracterología de Freud en algunos puntos esenciales: en el concepto de que los rasgos de carácter son subyacentes a la conducta y deben deducirse de ésta; que constituyen fuerzas de las que, a pesar de ser poderosas, la persona puede estar completamente inconsciente. Sigue a Freud, asimismo, en el concepto de que la entidad fundamental en el carácter no es el simple rasgo, sino la organización total del carácter, de la cual deriva una cantidad de simples rasgos de carácter. Estos rasgos de carácter deben interpretarse como un síndrome que resulta de una organización particular o, como yo lo expreso, de una orientación del carácter. Me ocuparé solamente de un número muy limitado de rasgos de carácter que derivan inmediatamente de la orientación subyacente. Gran número de otros rasgos de carácter podrían ser estudiados en forma similar, y podría mostrarse que también ellos son el resultado directo de orientaciones básicas o bien mezclas de tales rasgos primarios de carácter con otros de temperamento. Sin embargo, gran cantidad de otros rasgos, convencionalmente registrados como rasgos de carácter, resultarían no ser rasgos de carácter en nuestro sentido, sino rasgos de temperamento o simples rasgos de conducta. La principal diferencia entre la teoría del carácter aquí propuesta y la de Freud, es que no se considera como base fundamental del carácter a los varios tipos de organización de la libido, sino a los modos específicos de relación de la persona con el mundo exterior. En el proceso de la vida el hombre se relaciona con el mundo: 1)adquiriendo y asimilando objetos y 2) relacionándose con otras personas ( y consigo 182 mismo). Llamaré al primero el proceso de asimilación; al segundo el proceso de socialización. Ambas formas de relación son "abiertas" y no, como en el caso del animal, instintivamente determinadas. El hombre puede adquirir objetos recibiéndolos o tomándolos de una fuerza exterior o produciéndolos por medio de su propio esfuerzo. Pero debe adquirirlos y asimilarlos de algún modo a fin de satisfacer sus necesidades. Del mismo modo, el hombre no puede vivir solo y desvinculado de los demás. Debe asociarse con otros para su defensa, el trabajo, la satisfacción sexual, el juego, la crianza de los hijos, la transmisión del conocimiento y las posesiones materiales. Pero no sólo es necesario para él estar relacionado con otros, debe ser uno de ellos, parte de un grupo. El aislamiento completo es insoportable e incompatible con la salud mental. El hombre se relaciona con otros de varias maneras: puede amar u odiar, puede competir o cooperar; puede edificar un sistema social basado en la igualdad o en la autoridad, en la libertad o en la opresión, pero debe estar relacionado de alguna manera y la forma particular en que lo hace es expresión de su carácter. Estas orientaciones por las cuales el individuo se relaciona con el mundo constituyen la médula de su carácter; puede definirse al carácter como la forma (relativamente permanente) en la que la energía humana es canalizada en los procesos de asimilación y socialización. Esta "canalización" de la energía psíquica tiene una función biológica muy importante. Puesto que las acciones del hombre no se determina por patrones instintivos, innatos, la vida sería precaria, en verdad, si el hombre tuviera que tomar una decisión deliberada cada vez que actúa, cada vez que da un paso. Por el contrario, numerosas acciones deben ejecutarse con mucha mayor rapidez de la que permite una deliberación consciente. Además de eso, si toda conducta derivase de una decisión deliberada, en la acción ocurriría un número mucho mayor de inconsistencias de la que son compatibles con un funcionamiento adecuado. El hombre, de acuerdo con el pensamiento conductista, aprende a reaccionar de un modo semiautomático desarrollando hábitos de acción y de pensamiento que pueden entenderse como reflejos condicionados. Si bien esta opinión es correcta hasta cierto punto, ignora, en cambio, el hecho de que los hábitos y opiniones más profundamente arraigados, que son características de una persona y resistentes a ser 183 modificadas, nacen de su estructura caracterológica: expresan la forma particular en que la energía ha sido canalizada en la estructura del carácter. Puede considerarse al sistema caracterológico como el substituto humano del aparato instintivo del animal. Una vez que la energía ha sido encauzada de cierta manera, la acción se produce como "fiel expresión del carácter". Un determinado carácter puede ser indeseable desde el punto de vista ético, pero al menos permite a la persona actuar con relativa consistencia y la releva de la penosa tarea de tener que tomar cada vez una decisión nueva y deliberada. Puede acomodar su vida de una manera que esté ajustada a su carácter, creando así un cierto grado de compatibilidad entre la situación interna y la externa. El carácter tiene, además, una función selectiva con respecto a las ideas y los valores de la persona. Puesto que a la mayoría de las gentes les parece que sus ideas son independientes de sus emociones y deseos y que son el resultado de deducciones lógicas, sienten que su actitud hacia el mundo es confirmada por sus ideas y sus juicios, cuando, en realidad, esas ideas y esos juicios son el resultado de su carácter, tanto como lo son sus acciones. Esta confirmación, a su vez, tiende a estabilizar su estructura caracterológica, ya que permite que estas últimas parezcan justas y sensatas. No sólo tiene el carácter la función de permitir al individuo obrar consistentemente y también "razonablemente"; es también la base para su adaptación a la sociedad. El carácter del niño es modelado por el carácter de sus padres, en respuesta al cual se desarrolla. Los padres y sus métodos de disciplina son determinados, a su vez, por la estructura social de su cultura. La familia término medio es la "agencia psíquica" de la sociedad y al adaptarse el niño a su familia adquiere el carácter que después le adapta a las tareas que debe ejecutar en la vida social. El niño adquiere aquel carácter que le hace desear hacer lo que debe hacer y cuyo núcleo comparte con la mayoría de los miembros de la misma cultura o clase social. El hecho que la mayoría de los miembros de una clase social o de una cultura compartan elementos significativos del carácter y que pueda hablarse de un "carácter social" representativo del núcleo de la estructura caracterológica común a la mayoría de los individuos de una cultura dada, demuestra hasta que grado los patrones sociales y culturales forman al carácter. Pero debemos distinguir del 184 carácter social, el carácter individual, en el cual una persona se diferencia de otras dentro de la misma cultura. Estas diferencias son en parte debidas a las diferencias en la personalidad de los padres y a las diferencias psíquicas y materiales del ambiente social específico en el cual se desarrolla el niño. Pero también son debidas a las diferencias constitucionales de cada individuo, particularmente las del temperamento. Genéticamente, la formación del carácter individual se determina por el impacto de las experiencias vitales -las del individuo y aquellas que derivan de la cultura- sobre el temperamento y la constitución física. El ambiente jamás es el mismo para dos individuos, pues la diferencia en la constitución física les hace experimentar el mismo ambiente de una manera más o menos diferente. Los simples hábitos de acción y de pensamiento que se desarrollan como resultado de la conformación del individuo con el patrón de la cultura y que no radican en su carácter, son fácilmente modificables bajo la influencia de nuevos patrones sociales. Si, por otra parte, la conducta de una persona radica en su carácter, está cargada de energía y solamente se modifica si se produce un cambio fundamental en el carácter de la persona. En el análisis siguiente se establece una diferenciación entre las orientaciones improductivas y la orientación productiva. Debe tomarse en cuenta que estos conceptos constituyen "tipos ideales" y no descripciones del carácter de un individuo en particular. Mas aún, en tanto que por razones didácticas se las presenta por separado, el carácter de una persona dada es generalmente una combinación de todas o algunas de estas orientaciones, aunque una es siempre la que predomina. Por último, quiero aclarar que en la descripción de las orientaciones improductivas sólo se comentan los aspectos negativos de las mismas, siendo sus aspectos positivos, objeto de una breve discusión en una parte posterior de este capítulo. 185 COVADONGA O'SHEA, "JUSTICIA: El perfecto equilibrio entre derecho y deber". En: El valor de los valores, 8 a Edición, Ediciones Temas de Hoy, España, 1998. JUSTICIA: EL PERFECTO EQUILIBRIO ENTRE DERECHO Y DEBER Las claves de la justicia Los clásicos afirman que la justicia es una virtud cardinal. La palabra virtud proviene del latín virtus, que significa "fuerza o hábito" con el matiz de la excelencia. Decimos, por ejemplo, que hay "virtuosos" del violín o de un deporte, lo que equivale a contemplar toda virtud como algo no sólo positivo sino deseable porque supone una perfección en quien la posee. Si además se trata de una virtud cardinal, por la misma vía de la lingüística se supone que sirve de cardo, equivalente a "quicio", "apoyo" que soporta un buen peso sobre su eje. Eso son las virtudes cardinales: hábitos de comportamientos básicos para que sobre ellos se desarrolle el resto de los valores propios de un hombre íntegro. La justicia, en concreto, es "la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno lo suyo". Un estudioso de este tema comentaba con gracia y acierto: "Nunca he visto una mayor simplicidad en el principio y una mayor complejidad en el tema". La definición clásica nos dice que "la justicia es el modo de conducta, hábito, según el cual un hombre, movido por una voluntad constante e inalterable, da a cada cual su derecho". Es evidente que la justicia trata de un valor que reside en la voluntad y que presupone y exige una resuelta actitud interior para ser ejercitada. Por una parte, cada uno de nosotros necesitamos una educación continua para tener una visión objetiva que nos lleve a catalogar con "justicia" lo que pertenece a cada cual y dárselo como "suyo". Pero hay también algo fundamental, muy unido a la prudencia, que se explica en ese dicho de enorme valor: "La justicia de las madres es tratar desigualmente a los hijos desiguales". Esto, trasladado a la vida común, nos llevará a pensar muy seriamente hasta qué punto estamos dando a nuestro alrededor, con sentido de "justicia", lo que pertenece a cada 186 uno, que no es "café para todos". En la comprensión de lo que supone ese matiz, "lo suyo", y en la firme decisión de vivir de acuerdo con ese principio, se encierran muchas claves del vivir y del actuar cotidianos con sentido de justicia o de injusticia. La justicia, reina y señora Los autores clásicos la veneraban como una de las condiciones imprescindibles para lograr no sólo el bien, que ya es mucho, sino el bienestar tanto en la familia como en la sociedad y, sin ningún lugar a dudas, la tranquilidad interior con uno mismo. Cicerón, después de calificarla como "reina y señora de todas las virtudes", matizaba: "Hacer depender la justicia de las convenciones humanas es destruir la moral". Esta aclaración lleva a pensar que no hay nada nuevo bajo el sol. Tampoco sería lógico dejar de recordar la reflexión de Séneca, otro de los grandes filósofos clásicos: "Nada se parece tanto a la injusticia como la justicia tardía". Uno de nuestros grandes reyes, Felipe II, con un imperio en el que no se ponía el sol, dejó para sus súbditos una recomendación primordial: "Administrad la justicia con ecuanimidad y rectitud y, si es necesario, con rigor y ejemplaridad. Pero cuando la naturaleza de la gente y las cosas lo permitan, sed también misericordiosos y benignos". Es la aplicación concreta de la advertencia de San Agustín: "Donde no hay caridad no puede haber justicia". Hace unos días presencié una escena que demostraba cómo la justicia tiene mucho que ver con muchas otras virtudes y qué se necesita, para vivirla día a día, seguir ciali al pie de la letra los mejores consejos de nuestros antepasados. El hecho fue una simpleza, pero con una buena enseñanza. Estábamos cenando en casa de unos amigos míos. De pronto uno de los cuatro hijos, el de ocho años, agarró una rabieta terrible. Estaba desconsolado. Su padre, delante de todos, le había reñido por una tontería y, para colmo, sin ninguna razón. O mejor, por la simple razón de que este señor tiene mal genio y lo descargó con el pequeño. Su mujer, por prudencia, no podía desacreditar la autoridad paterna pero tampoco admitía que a su hijo le quedara poco clara la noción del bien y del mal. Aquello era una injusticia, y por ahí no pasaba. Como tampoco se trataba de una tragedia, arregló el asunto como pudo, y se zanjó la cuestión. 187 Esta mujer, con enorme sentido común, me comentó después: "¿Has pensado alguna vez que el origen positivo de muchos enfados está seguramente en el sentido de la justicia que todos llevamos dentro?". En realidad estas rebeldías son una especie de irritación causada por el sufrimiento de alguna injusticia, real o supuesta". Me dijo que lo había leído en algún sitio y que lo acababa de constatar en la realidad. "A mí lo que de verdad me preocupa es que mis hijos tengan desde pequeños el sentido de la justicia, consigo mismos y con los demás". Pensé un momento y llegué a su misma conclusión. Muchas veces se dan ese tipo de pequeños incidentes caseros, entre niños, y por supuesto entre mayores. Una reacción de furia, aunque disculpable, puede ser desproporcionada. El reprimirla desde el primer momento es el triunfo de una personalidad madura. Aquel incidente me llevó a analizar los porqués de mis últimos disgustos y de las trifulcas caseras, que, como poco, suelen acabar en una racha más o menos larga de mal humor. En efecto. La injusticia, hasta en su más pequeña escala, nos hiere por lo que puede encerrar de desconfianza por parte de quien nos la dedica, bien sea por la falta de algún dato elemental para enjuiciar nuestra conducta, bien por un prejuicio sobre nuestra forma de actuar o de decir. Mi conclusión es admitir que la causa mayor de muchos enfados encierra una parte de rebeldía, interior o exterior, según el dominio que se tenga sobre uno mismo, por culpa de lo que sentimos como un trato injusto. Una reacción que muchas veces surge por cuestiones sin demasiada importancia pero que, si se repiten, pueden llegar a romper la buena armonía de una convivencia... El que se dé por hecho que nos hemos equivocado con mala intención al dar un recado, "justo el importantísimo porque era de parte del gran jefe"; el olvido de un encargo imprescindible, que se nos echa en cara como "falta de interés o de cariño"; el que se conceda más crédito que a nosotros mismos a una persona casi desconocida, acerca de nuestra actuación en un asunto profesional. Son, repito, detalles no para montar un drama, pero que van erosionando nuestras relaciones, por esa "injusta falta de confianza". Cuando la injusticia se produce en algo de mayor envergadura puede provocar verdaderas tragedias personales y conflictos en la conducta. Estoy pensando en más de una familia rota. En muchos casos es difícil juzgar y hallar al "culpable", ya que por lo general se reparten 188 las causas al cincuenta por ciento. También hay casos en los que es evidente "la injusticia" de una separación o divorcio hacia uno de los interesados, que suele ser el sujeto pasivo de la situación. Ese tipo de injusticias se podría evitar si viviésemos cada día pequeños detalles de corrección, de cariño, de servicio. Tienen que ver con la justicia porque sabemos que hay otros valores que la arropan y la hacen sólida. Es bueno comprobar; para esforzarnos en dar un paso hacia la justicia, que si nos detenemos a medir la realidad que nos rodea a diario, por su mayor o menor grado de aproximación al ideal de la justicia, comprobaremos que, entre los muchos nombres que tiene la infelicidad en este mundo, el que se repite de forma más continua es el de "injusticia". Como decía Kant: "La más grande y repetida forma de miseria a que estáh expuestos los seres humanos consiste en la injusticia, más bien que en la desgracia". Frase que me hace pensar en un opositor que después de unos exámenes bastante brillantes se encontró con un aprobado raspado, pero sin plaza... Lo que de verdad le hizo polvo, por encima de la decepción lógica y del fastidio de volver a repetir las pruebas en la siguiente convocatoria, fue el sentirse víctima de un sistema injusto. Él era consciente, y así lo reconocían sus compañeros, de que habían pasado otros opositores que no lo habían hecho mejor que él... Eso le tuvo hundido mucho tiempo: el sufrir las consecuencias de lo que supone calificar, sin derecho a réplica, una serie de ejercicios que se evalúan de una forma subjetiva. Tampoco es nada fácil de asimilar, y durísimo de digerir, hallarse sin trabajo de la noche a la mañana por un cambio de gobierno o de dueños en la empresa... pequeña o grande. Encontrarse en la calle sin más explicaciones añade a la fatalidad, la indignación por la falta de justicia. No quiero meterme en otras injusticias públicas que, por desgracia, han ocurrido en nuestro entorno. Es quizás una de las más duras pruebas para quien vive, trabaja, y confía en los demás de forma noble y honrada. Las caras de la justicia La justicia es un valor enraizado en el inicio del mundo. Los primeros hombres y mujeres recibieron, como representantes del género humano, un patrimonio común: el planeta Tierra. Este es el origen del destino universal de los bienes: todas y cada una de las personas tienen 189 derecho a poseer lo necesario para cubrir sus necesidades básicas: alimento, vivienda, indumentaria. Lo común se reparte entre todos, de lo colectivo a lo privado. Por desgracia, esta justicia originaria no es moneda corriente en el gran mercado del mundo. El derecho a la propiedad privada, adquirida por el trabajo o recibida de otro como herencia o donación, no anula en absoluto ese principio original de que la tierra es para el conjunto de la humanidad. Puede sonar a paradójico, y por desgracia lo es en muchos casos, que el destino universal de los bienes sigue siendo primordial, aunque la promoción del bien común exija el respeto a la propiedad privada, su derecho y su ejercicio. Lo que no se puede olvidar en ningún caso es que el hombre, es decir, cada uno de nosotros, al poseer y servirse de esos bienes está obligado a considerar las cosas materiales, que posee legítimamente, no sólo como algo suyo, en exclusiva, sino como comunes, en el sentido de que no sólo él debe disfrutar de esos bienes sino que tiene obligación de darles juego para que disfruten de ellos el mayor número posible de personas. Es de pura lógica, conculcada de forma nefasta por el egoísmo y la ambición, que la propiedad y la acumulación de bienes convierten a sus dueños en "administradores" de los mismos para hacerlos fructificar y hacer a otros partícipes de sus beneficios, empezando por los más próximos, es decir, los trabajadores de sus campos, fábricas o empresas. Para estos casos, la justicia tiene el derecho y el deber de regular en función del bien común (jamás del propio) el ejercicio legítimo del derecho de propiedad. En materia económica, ese respeto de la dignidad humana exige la práctica de una serie de valores, además de la propia justicia, que, si se tuviesen en cuenta, evitarían muchos dramas, incluso guerras. Una de ellas es la templanza o moderación para evitar la ambición excesiva, propia de la denominada "cultura del pelotazo", del "trepa" o del "tiburoneo", y otra la solidaridad, que es en definitiva un nuevo modo de llamar a la generosidad de quien, seriamente, se ocupa de dar a manos llenas no sólo bienes materiales, necesarísimos, sino otros de tipo moral... alegría al que está triste, a base de dedicarle nuestro tiempo, compañía al que está solo, posibilidad de recibir educación a quienes no han tenido acceso ni al mínimo nivel... Siempre a base de cariño y entrega personal para dar lo que podamos, envuelto con una sonrisa. 190 Excederse en la justicia El beato Escrivá de Balaguer, comentando la actuación que nos narra el Evangelio de aquel hombre al que se le acababa de perdonar una gran deuda y exigía, con amenazas, a uno de sus compañeros que le debía un puñado de monedas, escribió: "Mirad que la justicia no se manifiesta exclusivamente en el respeto exacto de derechos y deberes, como en los problemas aritméticos que se resuelven a base de sumas y restas". La justicia nos anima a mucho más, a algo más ambicioso, desde ser agradecidos, afables y magnánimos, a comportarnos como amigos leales y honrados, tanto en los tiempos buenos como en los malos. Al tratar de vivir justamente con quienes nos rodean, en casa, en el trabajo o entre amigos, nos debe servir de guía la idea de que la caridad supera la justicia. Es la gran fórmula para no caer en la injusticia. Si nos adaptamos a las circunstancias concretas de cada uno, sabremos hacer compañía, incluso dejarle un pozo de optimismo, a quien está triste. Daremos nuestro tiempo para enseñar a quien necesita formación. Proporcionaremos afecto a tantos que se encuentran solos. Nadie ha dicho que hay que dar a todos lo mismo. El igualitarismo utópico ha sido fuente de grandes injusticias. ¡No caigamos nosotros en otras más corrientes, pero que no dejan de ser injustas!. Otra cara no menos importante de la justicia consiste en ser cumplidores de las leyes y respetuosos con las autoridades legítimas; en rectificar cuando vemos que nos hemos equivocado al afrontar una cuestión. ¡No es nada fácil, lo sabemos por experiencia, pero qué estela de honradez y de grandeza de ánimo deja quien es capaz de decir con toda sencillez: "Me equivoqué en lo que mantuve a macha martillo. Me faltaba un dato. Perdonad porque teníais razón..."! Hay otra dimensión muy positiva de la justicia que estriba en cumplir con seriedad, nuestros compromisos profesionales, sin tratar de escaquearnos a la primera de cambio. Es una obligación de pura justicia llevar hasta sus últimas consecuencias el compromiso de trabajo adquirido con una empresa. Quienes se saltan a la torera el horario o se convierten en puros burócratas a los que todo lo que hacen les parece un exceso "que no merecen" los jefes, son personas verdaderamente injustas. Basta con que piensen en los cientos de personas que suspiran 191 por encontrar un primer puesto de trabajo para que en lugar de criticar sin razón se pongan a dar gracias a Dios y a quienes les han contratado, y se empeñen por rendir al máximo. Lo mismo sucede con las obligaciones y compromisos familiares y sociales. ¡Si nos hemos comprometido a algo, vamos a hacerlo lo mejor posible, sin afán de protagonismo, sin buscar aplausos o puestos de relumbrón! Quiero hacerlo, debo hacerlo, luego voy a hacerlo, terminándolo a tiempo y bien. Y, si es de forma altruista, precisamente por eso, me tiene que dar gana hacerlo impecablemente, sin cargar el mochuelo a otros "que para eso cobran". Esa postura es ruin, aparte de injusta. En la misma onda entra también en el terreno de la justicia tomarse muy en serio cualquier responsabilidad privada, familiar o pública que se ha contraído. ¡Basta de chapuzas!, tendría que ser nuestro objetivo. Y todo sin pregonarlo ni redoblar de tambores. Simplemente trabajando con empeño y buena cara para animar a los que nos rodean. Quizás esto se salga de la justicia, pero no tiene precio. Tiene que haber un modo de mejorar el mundo Plantear de forma positiva y segura, el tema de la justicia social, compleja y difícil, no es un optimismo ciego. Es la certeza profunda de que somos muchos los convencidos de que•no es tolerable cruzarnos de brazos ante la injusticia aterradora que se da en el mundo. No es humano repetir sin temblar que hay tres mil ochocientos millones de personas que pasan hambre. Que el 20 por ciento de la población mundial es hoy ciento cincuenta veces más rico que el 80 por ciento restante. Que con lo que una pequeña parte de la humanidad despilfarra o tira podría alimentarse el resto. Las gentes de esa parte de la tierra se ven obligadas por esas circunstancias a dejar sus países de origen con la esperanza de llegar al Primer Mundo, el de los ricos, donde tantas veces sólo encuentran más miseria y un terrible desprecio... Antonio Gala, en su Carta a los herederos, después de presentar con enorme crudeza una serie de realidades de injusticia, lanza una llamada contundente: "Hay algo que no podemos permitirnos ni un día más: la pasividad provocada por el adormecedor consuelo de pensar que nada o muy poco podemos hacer y es mejor no intentarlo. Las pequeñas 192 generosidades individuales se multiplican y crecen conjuntadas: suman una aportación a otra, un grano de arena a otro, una mirada de fraternidad a miles de miradas... Colaboremos con el voluntariado responsable, u ofrezcamos nuestro trabajo a las ONGs (organizaciones no gubernamentales). Compartamos cuanto no necesitemos. Alertémonos y estimulémonos los unos a los otros. Y antes que nada, meditemos con seriedad que la vida es un bien común que ha de ser compartido". Con otras palabras, pero con el mismo tono exigente y de urgencia, la doctrina social de la Iglesia, desde hace más de un siglo, está zarandeando la conciencia de los hombres. Creyentes y no creyentes deben llevar a cabo una tarea en común para paliar las injusticias que existen, esa diferencia abismal que crece entre el norte y el sur. Es imposible reproducir la serie de documentos escritos sobre esta cuestión, desde León XIII hasta hoy. Buena cosa sería, no sólo para los católicos sino para todos los que tienen una conciencia sensible, que lean lo que se ha dicho, no para teorizar sobre el tema sino para decidirse a arrimar el hombro, desde los gobiernos hasta los individuos, a esta cuestión candente. Justicia al detalle En los últimos años, con frecuencia, las protagonistas de los medios, no sólo de los especializados sino muchos en general, han sido las top-model. Programas de televisión o de radio, revistas de información general e incluso los más serios diarios internacionales seguían sus vidas. Espero que no se me tache de frívola por incluir esta consideración en un capítulo tan serio como la justicia, uno de los valores esenciales de la convivencia. Lo he hecho con cierto temor, pero muy consciente de lo que quería decir. Y es que llevamos unos meses en los que los jueces y fiscales han desbancado en popularidad y en cobertura informativa a cualquiera de las que fueron "los ídolos" de los años ochenta y mitad de los noventa. Pienso que sólo el fútbol supera a esta otra adicción. Lo que hoy satura los medios, por lo menos en España, son las escaleras de subida y bajada en los juzgados de la Plaza de Castilla de Madrid o de la Audiencia Nacional. Cualquiera de nosotros haría ese recorrido con los ojos cerrados, y a la pata coja, por el innumerable 193 número de veces que lo hemos visto en pantalla. El mismo o mayor número de reporteros gráficos rodea ahora a los protagonistas de los juicios, tanto jueces como acusados. Incluso se les hace difícil el acceso a la Sala Segunda del Tribunal Supremo, otro lugar que tenemos fijo en la retina a base de verlo. El tremendo banquillo de los "presuntos" inculpados puede recordar a la modelo que espera el turno del maquillador o el peluquero, aburrida y con la expresión de "¡a ver si acabamos cuanto antes!". He empezado pidiendo disculpas, antes de meterme en harina, para dejar constancia de algo importante que está ocurriendo en España, y fuera de España. ¡La justicia se ha puesto de moda!. Yen las noticias de cualquier programa se trata de los distintos juicios abiertos a lo largo y ancho del planeta. Una realidad dura pero positiva, que arranca de mucha gente a la que se lo he oído decir: ¡Gracias a Dios!, porque, cuando la justicia se pone en marcha con claridad y firmeza, empieza a declinar la ley del más fuerte, que arrastra consigo las más funestas consecuencias. No en vano se ha dicho que cuando más puramente expresa el hombre su verdadera esencia es cuando es justo. Como afirmaba Cicerón, "por la justicia es, ante todo, por lo que llamamos bueno a un hombre". No quiero meterme en otras injusticias públicas que, por desgracia, han ocurrido en nuestro entorno. Es quizás una de las más duras pruebas para quien vive, trabaja y confía en los demás de forma noble y honrada. Thomas Hobbes, el tratadista político y filósofo inglés, expresó perfectamente en qué consiste la justicia en la sociedad civil al hacer una relación de las leyes de la naturaleza, que dictan la paz como medio de convivencia, y las diversas formas de vicio que se oponen al cumplimiento de dichas leyes. Resumiendo su teoría, algunos puntos de la misma nos centrarán en el tema: Como los hombres son contrarios a reconocer su inferioridad natural, la ley no ha de reconocer una inferioridad así, aunque tuviera argumentos para hacerlo. Hobbes mantuvo esta tesis contra la afirmación de Aristóteles de que los esclavos eran, por naturaleza, puros instrumentos de los hombres civilizados como él. Nadie ha de reclamar para sí mismo, excluyendo a los demás, 194 posesiones que impedirían "el derecho que los demás tienen a gobernar sus propios cuerpos; a disfrutar del aire, del agua, del movimiento, de los caminos para ir de un sitio a otro, y de todas las cosas debidas sin las que un hombre no puede vivir o no puede vivir bien". Sólo por arrogancia, dice el filósofo, se llega a romper esta ley. Un juez entre los hombres ha de tratar equitativamente entre ellos. Las personas que se someten voluntariamente a su arbitrio han de atenerse a su juicio. Nadie ha de ser juez en causa propia o arbitrar en un caso en el que "un mayor beneficio, honor o placer proviene de la victoria de una parte sobre otra". Los jueces no han de dar un crédito arbitrario mayor a un testigo que a otro. Las personas han de estar agradecidas por los beneficios que se les dan por pura gracia. El vicio opuesto es la ingratitud. Los hombres han de luchar por acomodarse a los demás, y, en particular, abstenerse de las expresiones francas de odio y desprecio: Una persona ha de perdonar las ofensas de quien pide perdón si tiene seguridad de su buena conducta futura, y no ha de pagar mal por mal por pura revancha. En España, antiguamente, cada Viernes Santo, el rey liberaba a un criminal condenado a muerte, le besaba la mano y le pedía oraciones. Quizás una ceremonia como ésta es inconcebible en nuestro actual sistema de vida, pero sería bueno poder cultivar, a escala personal, tanto en nuestras familias como en nuestros lugares de trabajo, esa actitud que tan bien definen los ingleses: to forgive to forget; es decir, perdonar y olvidar, siempre que esa postura arranque de un arrepentimiento que lo convierta en un acto de justicia. 195