Cartilla N°° 240 Enero de 2006 La luz del hombre, la Luz de Dios “Yo soy la luz del mundo...” (Jn 8,12) P. Ricardo E. Facci En una oportunidad leía el siguiente comentario respecto a la luz nocturna: “Cada vez iluminamos más nuestras ciudades durante la noche. Queremos embellecerlas, ver todo como si fuera de día y sentirnos más seguros. Pero detrás de una costumbre aparentemente inofensiva estamos provocando un mayor problema. El 17 de enero de 1994, la ciudad de Los Ángeles vivió una de sus peores pesadillas. Un terremoto grado 6,7 en la escala de Richter barrió con tres autopistas, cinco mil construcciones y dejó 60 muertos y mil heridos. Las llamadas a los rescatistas iban y venían, entre ellas algunas de un extraño contenido. ‘Era de noche y la gente llamaba asustada, preguntando qué había hecho el sismo en el cielo, qué era esa línea blanca que lo dividía en dos’, contaba el astrónomo Malcolm Smith, presidente de la comisión de control de la contaminación lumínica de la unión Astronómica Internacional. ‘No lo podíamos creer, no sabían que era la Vía Láctea’, expresaba Smith”. Los científicos llaman a este fenómeno como contaminación lumínica. La luz mal ubicada, hace que no se alumbre lo necesario, sino que encandile y no se ve el cielo. Muchos niños de ciudades nunca vieron una estrella. El mundo en el cual nos ha tocado vivir, ha generado una serie de luces que atrapan la vista, y no permite ver más allá. Luces fugaces pero muy bien presentadas que logran enceguecer, lo que impide ver lo que está detrás, las verdaderas razones de la vida. En fin, enceguecen de tal modo, que imposibilitan ver no sólo lo trascendente en orden de los valores, sino al mismo Dios. No conocían la Vía Láctea. Las luces de la ciudad sólo les permitía mirar hacia el suelo. Lo atractivo de esta tierra, entretiene, consuela, pero las luces que inventó el hombre no conducen a ningún lugar. Cuando uno llega a la ciudad se ve una luz, luego otra, y otra, y así continúan, pero ninguna orienta. Si no se conoce hay que preguntar por el rumbo que uno necesita. Cuando la tierra de noche era oscura, la luz de las estrellas guiaban, marcaban el norte. El firmamento, el cielo, era el conductor, el guía para no perderse, o para reorientarse ante un desvío. Una estrella guió a los magos del Oriente hacia el pesebre de Belén. El hombre en la actualidad deambula por el mundo, no sabe ni de dónde viene ni hacia dónde va. Ha perdido el rumbo. No tiene estrella que le oriente. Dios ya no cuenta, ni se discute. Simplemente, sumergido en medio de una selva de luces, el hombre ya no puede vivir sin la profunda indiferencia frente al valor de su vida, diríamos más, ante Quien le da valor a la vida. Las luces de este mundo ya no muestran a Dios. Ninguna actúa de estrella. Como ya no hay noche, no hay conciencia de las tinieblas, ni de pecado. Todas las luces son iguales, inundó el relativismo, se quitó el valor absoluto, ya no hay pecado. Todo está bien. Lo único que está mal es que alguien quiera mostrar la estrella que guió a la humanidad durante tanto tiempo. Lo que está mal es que alguna luz “extraña” intente interceptar la luces de las ciudades, las del hombre. Las luces del hombre no indican caminos. Pero sí “aquí”. Aquí puedes vivir tus placeres. Aquí puedes olvidarte de vos mismo, evadirte. Tantos “aquí”. Los del materialismo, el individualismo, el hedonismo, la búsqueda desenfrenada de placeres. No olvidemos las luces del hombre atraen, pero matan. Las luces de la ciudad atrae, pero mata. Recuerdo uno de mis regresos de mis travesías misioneras, ya de noche tuve que detenerme en una estación de servicios, y allí pude contemplar una bandada de golondrinas que se estacionaba en un gran árbol, pero muchas de ellas, atraídas por una luz que reflejaba fuertemente sobre una pared blanca, al buscarla se estrellaban, y morían. Así, ocurre con las luces del hombre. En definitiva, generan una gran oscuridad en la vida del hombre. La apariencia es de una gran luminosidad, pero en definitiva genera ceguera. Cristo es la luz del mundo. Es eclosión de luz en medio de las tinieblas. Él nos dice que Dios es Padre y no se decepciona nunca. Las tinieblas del pecado y de la corrupción de siglos no le bastan para decepcionarlo. Dios tiene corazón de Padre y no reniega de sus ilusiones para con sus hijos. Nuestro Dios no se decepciona, no se lo permite. No conoce el desplante y la impaciencia; simplemente espera, espera siempre como el padre de la parábola porque a cada momento sube a la terraza de la historia para vislumbrar de lejos el regreso de los hijos, hacia la única luz que guiará hacia la verdadera felicidad. Las luces del hombre generan el reino de la apariencia, de la autosuficiencia y fugacidad, el reino del pecado y la corrupción; las guerras y el odio de siglos y de hoy. Estamos llamados a que nuestro testimonio refleje la luz de Dios, la luz de Cristo. Que nos transformemos en luces diferentes, para que aquellas se estrellen en la mansedumbre y la paciencia de Dios que no se otorga a sí mismo el derecho de decepcionarse. Aunque le inventen mil luces, Él está allí. No conocían la Vía Láctea, no por eso dejaba de estar y de alumbrar. Aquella noche en la que vieron la franja blanca en el cielo, sufrieron el ridículo. Trabajemos para que nadie quede en ridículo, porque ha destruido su vida, cuando se encuentre con la luz de Dios, que siempre estaba “ahí”, sí “ahí”... La luz de Dios es la única que orienta la vida del hombre. Las luces de los hombres, valen tanto y cuanto no sean generadas por carbón, petróleo o agua, sino por la energía de amor del mismo Dios. Oración Señor Jesús, llegaste a un mundo envuelto en tinieblas, oscuridad que aún permanece de diversos modos, especialmente, a través de lo contradictorio que genera el lado oscuro de la luz que irradia las propuestas de este mundo, luces que el hombre ha inventado, intentando interceptar tu luz. Nos enseñaste que eres “la luz del mundo”, ayúdanos a reconocerte como tal, para que ninguna otra luz confunda nuestra familia, de un modo particular, la vida, decisiones y opciones de los hijos. Te pedimos, también, humildemente la gracia, De ser portadores de tu luz para el mundo actual. Amén. Trabajo Alianza (Dialogar en matrimonio, luego con los hijos) 1.- Reconocemos que Cristo es la única luz que nos conducirá hacia la mejor meta de la vida. 2.- ¿Qué luces de este mundo han penetrado nuestro hogar produciendo el peligro de interceptar u ocultar la luz de Cristo? 3.- ¿Qué nos proponemos, como familia, para que sigamos, y al mismo tiempo, seamos reflejo de la luz de Cristo? Trabajo Bastón 1.- Analizar en nuestra sociedad y cultura aquellos elementos que aparentemente son luz, pero en definitiva oscurecen la vida del ser humano. 2.- Descubrir los síntomas que encontramos en nuestras familias que denuncian la presencia de luces fugaces y perecederas que obstaculizan la verdadera luz divina. 3.- De cara al futuro, cómo en nuestras familias, insertas en este mundo concreto, se puede mantener como luz principal del hogar, la luz del Señor.